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Full text of "Rinconete y Cortadillo : novela"

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RINCÜNETE  Y  CORTADILLO 


y/ 


mmm  \  cortadillo 


NOVELA  DE 


Miguel  de  Cervantes  Saavedra 

EDICIÓN  CRÍTICA 

POR 

FRANCISCO  RODRÍGUEZ  MARÍN 

CORRESPONDIENTE  DE   LAS   ACADEMIAS   EsPARoLA    Y   DE   LA   HISTORIA 

VICEDIRECTOR   DE   LA   SEVILLANA   DE   BUENAS   LETRAS 

É   HIJO    ADOPTIVO    DE    LA    CIUDAD    DE   SEVILLA. 


OBRA  HONRADA  CON  EL  PREMIO, 

EN  CERTAMEN  PÚBLICO  EXTRAORDINARIO,  POR  VOTACIÓN  UNÁNIME 

DE 

LA  REAL  ACADEMIA  ESPAÑOLA 

É  IMPRESA  Á  SUS  EXPENSAS 


SEVILLA 

Tipografía  de  Francisco  de  P.  Díaz,  Plaza  de  Alfonso  XIII,  6 

1905 


ES     PROPIEDA  D 


AL 
EXCMO.  AYUNTAMIENTO 

DE  LA  MUY  NOBLE,  MUY  LEAL  Y  MUY  HEROICA 

CIUDAD  DE  SEVILLA 

DEDICA  ESTA  OBRA 
EN   SEÑAL   DE   AGRADECIMIENTO   CORDIALÍSIMO 

FRANCISCO  RODRÍGUEZ  MARÍN 


DISCURSO  PRELIMINAR 


Rodriguiílo  español,  aquel  apicarado  mancebo  que,  según 
la  famosa  estatua  de  Campidoglio  y  su  explicación  tradicional, 
había  llegado  á  Italia  á  pie  y  descalzo  y  divertía  la  trasno- 
chada hambre  sacándose,  al  sol,  las  espinas  de  la  última  jor- 
nada, era  ya  tan  otro  al  mediar  el  siglo  XVI,  que,  sin  duda, 
lo  desconociera  el  mejor  fisonomista  del  mundo.  No  sólo  ha- 
bía logrado  calzarse  y  vestirse  galanamente  y  andar  caballero, 
ahora  á  la  brida,  ahora  á  la  jineta:  haciendo  de  las  suyas  acá 
y  allá,  esto  quiero,  esto  también,  vióse  dueño  de  una  gran 
parte  del  orbe.  Vivo,  ágil  y  muy  tracista,  como  hijo  de  su 
tierra,  sobrio,  recio  y  de  corazón  esforzado,  como  descen- 
diente de  aquel  otro  Rodrigo,  el  de  Vivar,  y  teniendo  sus 
bríos  por  fueros  y  su  voluntad  por  premáticas,  no  se  contentó 
con  limpiar  á  España  de  moros:  antes  bien,  entrándose  por 
otras  naciones  de  Europa  y  por  las  cálidas  regiones  del  norte 
de  África,  luchó  en  todas  partes  y  contó  por  sus  victorias  el 
número  de  sus  batallas;  y,  buscando  más  espacioso  campo 
para  sus  portentosas  proezas,  escuchó  á  Colón,  acompañóle, 
aún  más  intrépido  que  él  mismo,  por  mares  nunca  hasta  en- 

2 


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tonces  surcados,  y  efectuó  el  descubrimiento  de  las  Indias: 
«la  mayor  cosa  después  de  la  criación  del  mundo,  sacando  la 
encarnación  y  muerte  del  que  lo  crió»  (l). 

Y  todavía,  bien  entrada  la  segunda  mitad  de  la  dicha 
centuria,  como  si  el  gigantesco  árbol  de  nuestros  laureles  hu- 
biese reservado  para  los  tiempos  de  Felipe  II  algunos  renue- 
vos de  las  espléndidas  glorias  conquistadas  en  vida  de  Isabel  I 
y  de  Carlos  V,  Rodriguillo  español,  ya  asombro  del  mundo, 
sofocó  la  rebelión  de  los  moriscos  de  la  Alpujarra,  venció  al 
Turco  en  Lepanto  y  ganó  á  Portugal  dos  años  después  de 
muerto  en  Alcázarquivir  el  más  intrépido  y,  á  la  par,  el  más 
iluso  de  los  reyes.  No  pecó,  pues,  de  demasiadamente  hiper- 
bólico, aunque  pecara  de  algo  tardío,  el  sabio  humanista  jere- 
zano Francisco  Pacheco,  al  discurrir,  muerto  el  grave  fun- 
dador del  Escorial,  para  uno  de  los  arcos  del  famoso  túmulo 
hispalense  cuya  grandeza  espantó  á  Cervantes,  aquella  histo- 
ria de  Hércules,  en  que  éste,  entrando  por  el  Océano  con  sus 
dos  columnas,  la  una  al  hombro  y  sobarcada  la  otra,  pregun- 
taba: Quo  limite  sistamr  «¿Adonde  pararé?»,  mientras  que  en 
un  recuadro  veíanse  las  mismas  columnas,  ahora  enhiestas,  y 
un  mundo  y  un  refulgente  sol  entre  ambas,  con  este  rótulo  en 
que  se  respondía  á  la  pregunta  del  hijo  de  Júpiter:  Ultra  anni 
solisque  vias:  «Fuera  del  término  del  año  y  del  curso  del 
sol»  (2). 

Aquella  opulencia,  aquel  apogeo  á  que  había  llegado  Es- 
paña, en  ninguna  ciudad  de  toda  ella  se  extremó  ni  lució  tan 
to  como  en  Sevilla,  que,  sobre  ser  muy  prosperada  por  su 
suelo  y  por  el  de  su  extensísima  jurisdicción,  comprensiva  de 
sesenta  y  dos  pueblos,  de  todos  los  cuales  cobraba  pingües 


(i)  López  de  Gomara,  Primera  y  segunda  parte  de  la  Historia  general 
de  las  Indias.,,.  (Zaragoza,  Agustín  Millán,  1552);  dedicatoria  al  emperador 
Carlos  V. 

(2)  Francisco  Jerónimo  Collado,  Descripción  del  túmulo  y  relación  de 
las  exequias  que  hizo  la  ciudad  de  Sevilla  en  la  mtterte  dtl  rey  don  Felipe 
segundo  (Sevilla,  Geofrin,  1869),  pág,  127.  Publicación  de  la  Sociedad  de  Bi- 
blióñlos  Andaluces. 


—  11  - 

rentas  para  sus  propios  (3),  habíase  engrandecido  sobremane- 
ra, como  emporio  único  del  comercio  de  Europa  con  las  ubé- 
rrimas Indias  Occidentales.  Maravillas  increíbles,  fantásticas 
exageraciones  de  cuentos  del  Oriente  semejan  las  bien  com- 
probadas noticias  de  las  riquezas  que  se  traían  del  Nuevo 
Mundo.  «Cosa  es  de  admiración  y  no  vista  en  otro  puerto  al- 
guno—escribía un  historiador  local— las  carretas  de  á  cuatro 
bueyes  que  en  tiempo  de  flota  acarrean  la  suma  riqueza  de 
oro  y  plata  en  barras,  desde  Guadalquivir  hasta  la  Real  Casa 
de  la  Contratación  de  las  Indias»  (4).  «En  22  de  Marzo  de  mil 
quinientos  noventa  y  cinco  años— consigna  un  escritor  de  efe- 
mérides— llegaron  al  muelle  del  río  de  Sevilla  las  naos  de  la 
plata  de  las  Indias,  y  la  comenzaron  á  descargar,  y  metieron 
en  la  Casa  de  la  Contratación  trescientas  treinta  y  dos  carre- 
tas de  plata,  oro  y  perlas  de  gran  valor.  En  8  de  Mayo  de 
1595  años  sacaron  de  la  capitana  ciento  tres  carretadas  de 
plata  y  oro,  y  en  23  de  Mayo  del  dicho  trujeron  por  tierra, 
de  Portugal,  quinientas  ochenta  y  tres  cargas  de  plata  y  oro  y 
perlas,  que  sacaron  de  la  almiranta,  que  dio  sobre  Lisboa,  y 
por  los  temporales  trujeron  la  plata  por  tierra,  que  fué  muy 
de  ver;  que  en  seis  días  no  cesaron  de  pasar  cargas  de  la  dicha 
almiranta  por  la  puente  de  Triana,  y  este  año  hubo  el  mayor 
tesoro  que  jamás  los  nacidos  han  visto,  en  la  Contratación, 
porque  allegaron  plata  de  tres  flotas,  y  estuvo  detenida  por 
el  rey  más  de  cuatro  meses,  y  no  cabía  en  las  salas,  porque 
fuera,  en  el  patio,  hubo  muchas  barras  y  cajones»  (c;). 


(3)  De  estos  pueblos,  cuyos  nombres  puede  ver  el  curioso  en  la  Historia 
del  Exento,  Ayuntamiento  de  la  ciudad  de  Sevilla,  escrita  por  D.  Joaquín 
Guichot  y  Parody,  t.  II,  pág.  143,  pertenecían  seis  á  la  campiña  de  Utrera, 
veintisiete  al  partido  del  Aljarafe,  siete  á  la  sierra  de  Constantina  y  los  veinti- 
dós restantes  á  la  sierra  de  Aroche. 

(4)  Alonso  de  Morgado,  Historia  de  Sevilla  en  la  qual  se  contienen  svs 
antigüedades,  grandezas....  (Sevilla,  Andrea  Pescioni  y  Juan  de  León,  1587)» 
pág.  166  de  la  reimpresión  que  hizo  la  sociedad  del  Archivo  Hispalense  (Se- 
villa, Ariza,  1887). 

(5)  Francisco  Ariño,  Sucesos  de  Sevilla  de  isg2  d  1604,  ilustrados  por 
D.  Antonio  M.a  /^<7¿// (Sevilla,  Tarascó,  1873),  págs.  22  y  23.  Publicación  de 
la  Sociedad  de  Bibliófilos  Andaluces. 


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Al  olor,  y,  sobre  todo,  al  sabor  de  estas  cuantiosísimas 
riquezas,  gran  parte  de  las  cuales  quedaba  en  Sevilla,  vivían 
en  la  magnífica  ciudad  del  Guadalquivir,  quiénes  como  veci- 
nos, gozando  las  franquicias  y  exenciones  de  tales,  quiénes 
como  residentes,  y  quiénes  como  meros  estantes  ó  transeún- 
tes, no  sólo  millares  y  millares  de  personas  de  toda  Espafla, 
sino  también  una  muchedumbre  crecidísima  de  extranjeros, 
en  especial,  de  italianos,  flamencos  y  franceses,  cada  cual  en 
busca  de  su  avío  y  en  solicitud  de  su  medra;  cada  cual  discu- 
rriendo medios  é  inventando  artes,  artimañas  ó  artificios  para 
apropiarse,  industriosa  y  más  ó  menos  limpiamente,  alguna 
mielecilla  de  las  óptimas  colmenas  indianas,  consolándose 
así  de  no  haber  sido  ellos  ni  sus  naciones  los  que  tuvieron  la 
dicha  de  descubrir  y  conquistar  el  Nuevo  Mundo.  Mas  para 
todos  había  en  aquella  sazón  dichosa,  y  así  lo  dio  á  entender 
Mateo  Alemán  en  su  Guzmán  de  Alfarache  (6):  hallábase  en 
Sevilla  f  un  olor  de  ciudad,  un  otro  no  sé  qué,  otras  grandezas 
[que  en  la  Corte]...,  porque  había  grandísima  suma  de  rique- 
zas, y  muy  en  menos  estimadas,  pues  corría  la  plata  en  el 
trato  de  la  gente  como  el  cobre  por  otras  partes,  y  con  poca 
estimación  la  dispensaban  francamente.»  «A  quien  Dios  quiso 
bien,  en  Sevilla  le  dio  de  comer,»  decíase,  y  €|Ancha  es  Se- 
villa!» exclamaban,  modificando  la  antigua  exhortación  de  los 
reconquistadores,  cuantos  dejaban  sus  casas  por  mejorarse  y 
se  iban  á  vivir  á  la  sombra  de  la  esbelta  torre  de  la  Giralda. 

A  tan  ^Ito  grado  de  opulencia  correspondía  todo  lo  ex- 
terior de  la  vida  hispalense:  levantábanse  ó  reconstruíanse, 
sin  reparar  en  el  costo,  magníficos  edificios  civiles,  como  la 
Audiencia,  la  Aduana,  la  Albóndiga,  la  Casa  de  la  Moneda  y 
las  Cárceles;  donde  hasta  entonces  una  fétida  laguna,  hubo 
desde  el  año  1574  una  hermosa  y  amplia  alameda  con  fuentes 
copiosas:  la  que  hoy  llaman  Alameda  Vieja  ó  de  Hércules; 
la  piedad  de  los  particulares  y  de  las  corporaciones  seguía 

(6)    Parte  II,  libro  m,  cap.  VI. 


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coadyuvando  á  la  edificación  de  iglesias  y  monasterios;  enla- 
drillábanse y  empedrábanse  muchas  calles,  levantándolas  de 
piso  en  donde  era  menester  y  dándoles  buenas  pendientes 
para  evitar  que  se  estancara  el  agua  de  las  lluvias,  y  las  casas 
se  labraban  con  vistas  á  lo  exterior,  costumbre  que  había  em- 
pezado á  generalizarse  hacia  el  año  de  1 540  (7),  y  que  parece 
que  ya  no  tenía  excepciones  en  1586:  «Todos  los  vecinos  de 
Sevilla — escribía  Alonso  de  Morgado  (8) — labran  ya  las  casas 
á  la  calle,  lo  cual  da  mucho  lustre  á  la  ciudad.  Porque  en 
tiempos  pasados  todo  el  edificar  era  dentro  del  cuerpo  de  las 
casas,  sin  curar  de  lo  exterior,  según  que  hallaron  á  Sevilla 
en  tiempo  de  moros.  Mas  ya  en  este  hazen  entretenimiento  de 
autoridad  tanto  ventanaje  con  rejas  y  gelosías  de  mil  maneras, 
que  salen  á  la  calle,  por  las  infinitas  damas  nobles  y  castas 
que  las  honran  y  autorizan  con  su  graciosa  presencia.» 

Entretanto,  florecían,  lo  mismo  que  el  comercio,  cien 
linajes  de  industrias,  tales  de  perfeccionadas,  y  tan  artísticas 
aquellas  que  más  bien  podían  relacionarse  con  la  belleza  y 


(7)  Al  principio  del  Diálogo  de  los  Médicos  Pero  Mejia  hace  decir  á  dos 
de  sus  interlocutores:  « — Vamos  y  tomemos  por  essa  otra  calle,  porque  esta 
está  muy  embara9ada  con  la  labor  de  este  mercader. — Bien  dezis,  mas  ¡qué 
buena  delantera  ha  hecho  á  su  casa!  Cierto  en  grande  manera  se  ha  esto 
emendado  en  seuilla,  porque  todos  labran  ya  á  la  calle,  y  de  diez  años  á  esta 
parte  se  han  hecho  más  ventanas  y  rexas  á  ella  que  en  los  treynta  de  antes....» 
(Coloquios  o  Diálogos  nueuamente  copuestos  por  el  Magnifico  Cauallero  Pero 
Mexia  Vezino  de  Seuilla  en  los  guales  se  disputan  y  trata  varias  y  diuersas 
cosas  de  mucha  erudición  y  doctrina....  (Sevilla,  Dominico  de  Robertis,  1547), 
f."  V  v.'° .—  Por  lo  que  tales  interlocutores  siguen  hablando  se  viene  en  cono- 
cimiento de  que  no  habia  enmienda  en  lo  de  edificar  bajo,  «porque  muy  pocos 
hazen  más  de  vn  alto,  y  assi  quedan  todavía  las  casas  humildes  y  de  poca  auto- 
ridad....»; mas  otro  dice  que  ha  sido  aviso  y  discreción  el  no  edificar  alto,  por 
ser  conveniente  que  las  casas  sean  abiertas  y  no  muy  altas,  para  que  en  verano 
les  entre  el  aire  fresco,  y  para  que  siendo,  como  es,  muy  grande  la  humedad 
de  Sevilla,  «las  calles  y  casas  no  dexen  de  ser  visitadas  del  sol  y  se  hagan 
sombrías.»  ¡Quién  dijera  al  autor  de  la  famosa  Silva  de  varia  lección  que 
habia  de  llegar  tiempo,  el  de  ahora,  en  que,  para  leer  ó  escribir  enmedio  del 
día  en  muchas  habitaciones  sevillanas,  fuera  menester  valerse  de  luz  artificial! 
Y  esto,  ¡en  la  tierra  clásica  de  la  luz!  ¡Qué  honra  para  los  arquitectos  y  para 
los  propietarios  edificadores  de  tales  antros!  ¡Qué  bien  haría  la  ley  que  los 
mandase  demoler  incontinenti,  en  nombre  de  la  higiene   y  del  sentido  común! 

(8)  Historia  de  Sevilla^  antes  citada,  pág.  143. 


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eon  el  buen  gusto,  que  causaban  asombro  al  resto  de  ÉspaAa 
y  admiración  y  envidia  á  las  ciudades  más  industriales  de 
otras  naciones  (9).  Y  para  abastecer  á  población  tan  grande, 
de  tanto  señorío  y  principalidad  y  de  tantas  otras  gentes  di- 
versísimas, traíase  á  los  mercados  públicos  lo  mejor  que  ha- 
bía dentro  y  fuera  de  la  comarca,  y  tan  abundantemente,  que, 
al  decir  del  vulgo,  ocho  ríos  caudales  entraban  en  Sevilla, 
€  conviene  á  saber:  de  agua,  vino,  aceite,  leche,  miel,  azúcar, 
y  los  otros  dos  de  oro  y  plata,  por  los  millones  que  de  las 
provincias  del  Pirú  y  de  la  Nueva  España  le  entran  todos  los 
años»  (10). 

Tan  privilegiada  y  excelente  por  su  cielo  como  por  su 
suelo  aquella  alegre  tierra  de  promisión,  de  la  cual  con  ver- 
dad se  dijo  que  t quien  no  vio  á  Sevilla,  no  vio  maravilla», 
en  ella  casi  todo  el  año  es  abril,  y  tales  son  y  eran  sus  alre- 
dedores, que  se  hacía  aún  más  agradable  y  delicioso  el  pasear 
un  rato  y  espaciar  la  vista,  verbigracia,  por  el  amplísimo  prado 
de  Tablada  (i  i)  que  contemplar  cualesquiera  de  las  innume- 
rables bellezas  artísticas  que  atesoraba  la  ciudad,  por  ejemplo, 
las  preciosas  esculturas  que  para  su  casa  hispalense,  llamada 
de  Pilatos,  había  enviado  desde  Roma  D.  Perafán  de  Ribera, 
primer  duque  de  Alcalá  de  los  Gazules.  Pues  ¿qué  decir  del 
pago  de  Gelves  y  San  Juan  de  Alfarache,  tel  más  deleitoso 
de  aquella  comarca,  por  la  fertilidad  y  disposición  de  la  tierra, 
y  vecindad  cercana  que  le  hace  el  río  Guadalquivir  famoso, 
regando  y  calificando  con  sus  aguas  todas  aquellas  huertas  y 
florestas,  que  con  razón,  si  en  la  tierra  se  puede  dar  conocido 


(9)  El  lector  curioso  que  desee  larga  noticia  de  esta  materia  puede  ver  U 
muy  erudita  introducción  que  escribió  D.  José  Gestoso  y  Pérez  para  su  Ensayo 
de  un  Diccionario  de  los  artífices  que  florecieron  en  Sevilla  desde  el  si- 
glo XI  11  al  VXIII  inclusive  (Sevilla,  1899-1900). 

(10)  Morgado,  obra  citada,  pág.  165. 

(11)  Pedro  Mejía  hace  decir  á  uno  de  los  interlocutores  de  su  Diálogo  de 
la  Tierra  (apud  Coloquios  ó  Diálogos  antes  citados,  f."  CXLI  v.'<» ):  tEn  ver- 
dad, hermoso  prado  es  este  de  Tablada,  seBor  Antonino;  no  sé  si  en  la  otra 
parte  de  la  tierra,  donde  el  otro  día  nos  mostrastes  que  también  auia  hombres, 
los  ay  tales  como  él.» 


-  15- 

pafaíso,  se  debe  á  este  sitio  el  nombre  dél?...>  (lá).  Qué  de 
las  barquillas  que,  haciendo  contraste  con  los  navios  de  alto 
bordo,  vagaban,  balanceándose,  cubiertas  de  toldos  de  verdes 
ramos,  bajo  los  cuales  charloteaban  alegremente  mozos  y 
mozas,  ó  cantaban  al  son  de  acordados  instrumentos?  Y  ¿qué 
del  monasterio  de  cartujos  de  Santa  María  de  las  Cuevas,  cerca 
del  pintoresco  barrio  de  Triana,  con  su  espaciosa  huerta,  po- 
blada, en  parte,  de  limoneros,  cuyo  azahar  llenaba  el  ambiente 
de  fragancia  suavísima?  Y,  en  resolución,  por  no  proceder  en 
infinito,  ¿qué  decir  que  no  sea  pálido  y  mezquino  junto  á  la 
realidad,  del  propio  Guadalquivir,  de  suyo  manso  y  sosegado, 
aunque  á  las  veces  tan  turbulento  é  impetuoso,  que,  en  frase 
del  insigne  Arguijo,  el  gran  cincelador  de  sonetos, 

«Levanta  igual  al  mar  la  altiva  frente?» 

A  la  verdad,  quien  desde  la  esbelta  torre  de  la  Giralda  mira 
hacia  el  río  por  el  sitio  del  puente  y  de  la  del  Oro,  si  ha  leído 
alguna  vez  la  comedia  El  Diablo  está  en  Cantillana,  del  famo- 
so ecijano  Luís  Vélez,  no  puede  menos  de  recordar  aquellos 
versos  de  la  jornada  primera,  en  que,  después  de  encarecer  la 
nobleza  y  la  bizarría  de  Sevilla,  alábala  por  otras  excelencias 
y  dice: 

Tan  populosa,  que,  haciendo 
Montes  de  soberbias  casas, 
Impedir  quiso  que  el  Betis 
Tributase  al  mar  de  España; 
Y  él,  rompiendo  por  enmedio, 
Parece  que  agora  aparta 
De  la  una  parte  á  Sevilla, 
De  la  otra  parte  á  Triana, 
Cuyos  edificios  bellos 
Se  presentan  la  batalla, 
Y,  á  no  estar  en  medio  el  rio. 
Pienso  que  escaramuzaran. 

Y  dentro  de  la  ciudad...  Pero  no  escriba  yo  lo  que  está 
escrito  mejor  que  yo  lo  escribiría.  Hé  aquí,  lector,  cómo  esbo- 


(12)     Mateo  Alemán,  Guzmán  de  Alfar ache^  parte  I,  libro  I,  cap.  II, 


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zó  un  cierto  amigo  mío  la  pintura  de  Sevilla  en  el  último  tcr^ 
cío  del  siglo  XVI  (13).  Después  de  mencionar  taquelias  calles 
de  oficiales,  en  donde  nada  faltaba  de  cuanto  la  estrecha  ne- 
cesidad ha  menester,  la  holgada  medianía  pide  como  útil  y 
el  derrochador  lujo  apetece  como  superfluo»,  dijo:  tAllí,  con 
su  fuente,  su  convento,  su  Audiencia  y  sus  covachuelas  escri- 
baniles,  la  famosa  plaza  de  San  Francisco;  allí  la  Alcaiccría 
de  los  Paños,  con  sus  tiendas  atiborradas  de  ellos,  y  de  sedas, 
brocados,  plata,  oro,  perlas  y  piedras  preciosas;  cerca,  la  calle 
de  Genova,  poblada  de  calceteros,  juboneros  y  libreros;  no 
lejos,  la  de  Castro,  donde  relumbraban,  heridos  por  el  esplen- 
dente sol,  las  agudas  lanzas,  las  espadas  finas  y  mil  otros 
utensilios  de  hierro  y  acero,  cosas  de  que  había  en  Sevilla  no- 
tabilísimos artífices;  en  las  Gradas  de  la  Iglesia  Mayor,  junto 
á  la  admirable  Basílica  portento  de  las  artes,  vistosas  almo- 
nedas, boneterías  y  zapaterías;  en  la  calle  de  Francos,  «cuan- 
»tos  regalos  hay,  de  vidros,  brinquiños,  adobos  de  diversos 
«olores,  mercería  y  todo  el  ornato  que  las  mujeres  inventa- 
ron»; en  la  de  la  Sierpe,  todo  junto:  carpinteros,  herreros,  ar- 
meros, doradores  y  gran  número  de  molinos  de  yeso...  (14). 
Y  más  allá,  el  suntuoso  Alcázar  moruno,  bajo  cuyas  primoro- 
sas arcadas  la  imaginación  columbra  cien  majestuosas  som- 
bras tradicionales;  y  á  otro  lado,  el  laberíntico  barrio  de  la 
Judería,  con  sus  calles  torcidas  y  estrechas,  llenas  de  legen- 
darios recuerdos;  y  acullá,  la  renombrada  calle  del  Candilejo 
y  el  marmóreo  busto  del  más  popular  monarca  de  Castilla, 


(13)  Rodríguez  Marín,  Luis  Barahona  <¿í  Soto^  estudio  biográfico,  bi- 
bliográfico y  critico  (Madrid,  1903),  págs.  104-105  (*). 

(14)  «Juan  de  Mal-lara,  Recibimiento  qve  hizo  la  muy  noble  y  muy  leal 
Ciudad  de  Seuilla  á  la  C.  R.  M.  del  Rey  D.  Philipe  N.  S....  Con  vna  des- 
cripción de  la  Ciudad  y  su  tierra  (Sevilla,  Alonso  Escribano,  1570). — De  esta 
obra  costeó  la  Sociedad  de  Biblióñlos  Andaluces  una  nueva  edición,  copia 
fotolitográñca  de  la  antigua.» 

{*)  A  primera  vista,  el  lector  extrañará  que  en  tal  cual  pasaje  aluda  i.  mi  como  i  tercera 
persona,  mencione  como  extraños  mis  propios  libros  y  trate  de  Sevilla  como  si  yo  escribiese 
fuera  y  aun  lejos  de  esta  ciudad.  No  podía  hacerlo  de  otra  suerte:  la  convocatoria  del  certa- 
men á  que  mandé  y  en  que  fué  premiada  esta  obrita  exigía  el  anónimo,  y  quise  no  pecar  por 
carta  de  menos  en  lo  de  guardaiio. 


-  17  - 

pregonando  justicias,  que  no  crueldades,  pese  á  la  fama  del 
bastardo  fratricida  y  á  la  servil  adulación  de  sus  historiógra- 
fos; y  á  lo  lejos,  frente  al  populoso  barrio  de  Triana,  la  gallar- 
da Torre  del  Oro,  inapreciable  joya  arquitectónica  del  arte 
mauritano;  y  el  caudaloso  Guadalquivir,  poblado  de  barcos 
de  cien  naciones;  y  aquel  renombrado  Arenal,  almacén  abas- 
tadísimo  de  cuanto  bueno  Dios  crió  en  el  mundo,  y  por  el 
cual,  años  más  tarde,  había  de  decir  el  Fénix  de  los  ingenios 
españoles: 

Precíese  de  su  edificio 
Zaragoza  eternamente, 
Segovia  de  su  gran  puente, 
Toledo  de  su  artificio; 

Barcelona  del  tesoro, 
Valencia  de  la  hermosura, 
La  corte  de  su  ventura 

Y  de  sus  almenas  Toro; 
Burgos,  de  la  antigua  espada 

Del  Cid,  por  tantos  escrita; 
Córdoba,  de  su  Mezquita, 

Y  de  su  Alhambra  Granada; 
De  sus  sepulcros  León, 

Ávila  del  fuerte  suelo, 
Madrid  de  su  hermoso  cielo, 
Salud  y  buena  opinión; 


_Y  de  su  hermoso  Arenal 
Sólo  se  precie  Sevilla: 
Que  es  olava  maravilla 
Y  una  plaza  universal!  (15). 

jOh,  qué  ciudad  aquélla!  ¡Cuánta  vida,  qué  animación,  qué 
ir  y  venir  de  gentes,  qué  diversidad  de  ropajes,  qué  con- 
fusión de  lenguas,  parecida  á  la  de  Babel;  qué  trajinar  de  los 
carros,  conduciendo  riquezas;  qué  continuo  tráfago  en  la  Casa 
de  la  Contratación  de  Indias;  qué  puerto  tan  bullicioso;  qué 
alegres  y  pintorescas  márgenes  las  del  Guadalquivir;  qué  her- 
mosas mujeres  por  las  calles  y  en  las  ventanas;  qué  deleitoso 
ambiente;  qué  espléndido  sol;  qué  alegre  cielo....!» 

El  adelantamiento  intelectual,  si  no  corría  parejas  en  Se- 
villa con  este  otro  que  á  la  ligera  he  bosquejado,  andábale, 


(15)     «Lope  de  Vega,  comedia  de  El  Arenal  de  Sevilla», 


-  18- 

por  lo  menos,  muy  á  los  alcances.  Atenas  española  llamaban 
generalmente  á  la  gran  ciudad  del  Guadalquivir,  y  á  fe  que 
era  apropiado,  á  más  de  honroso,  tal  sobrenombre.  Abona- 
ban por  él  los  copiosos  y  bien  sazonados  frutos  que  producían 
campos  tan  fértiles  como  el  Colegio  y  Estudio  de  Santa  Ma- 
ría de  Jesús  y  el  Colegio  de  Santo  Tomás,  fundados,  respecti- 
vamente, en  los  primeros  lustros  del  siglo  XVI,  por  maese 
Rodrigo  Fernández  de  Santaella  (16)  y  fray  Diego  Deza, 
arzobispo  de  Sevilla  (17).  La  Compañía  de  Jesús,  ya  entrada 
la  segunda  mitad  del  dicho  siglo,  estableció  escuela  de  Huma- 
nidades, cuyos  alumnos  pasaban  de  novecientos  aun  antes  del 
año  1579,  en  que  se  trasladaron  al  nuevo  colegio  de  San  Her- 
menegildo (18).  Y  para  el  estudio  de  la  Gramática,  llamada 
con  razón  janua  omnium  scientiarum,  porque  sin  ella  no  ha- 
bía entrar  en  ninguna  otra  suerte  de  disciplina,  y  todas  se  fa- 
cilitaban con  ella,  preparaban  á  los  niños,  enseñándoles,  entre 
otras  cosas,  á  leer,  escribir  y  contar,  maestros  tan  diligentes 
y  cuidadosos  como  el  clérigo  Juan  Rodríguez,  capellán  de  la 
Santa  Iglesia  (19),  y  Francisco  Lucas,  á  quien,  según  Torio 
de  la  Riva  (20),  se  debe  mirar  ccomo  el  reformador  de  la 


(16)  Véase  Hazañas  y  la  Rúa,  Maeie  Rodrigo  Ferndndet  de  Santaella, 
fundador  de  la  Universidad  dt  Sevilla  (Sevilla,  1900),  curioso  folleto  escrito 
para  solemnizar  la  inauguración  de  la  hermosa  estatua  del  fundador,  modelada 
por  el  notable  escultor  hispalense  D.  Joaquín  Bilbao. 

(17)  Véase  D.  Diego  Ignacio  de  Góngora,  Historia  del  Colegio  Mayor 
de  Santo  Tomás  de  Sevilla,  Sevilla,  Rasco,  1890. 

(18)  Rodríguez  Marín,  Discurso  acerca  de  que  Cervantes  estudió  en  Se- 
villa (1564-1565),  Sevilla,  1901,  págs.  21-26. 

(19)  Por  escritura  de  21  de  julio  de  1554,  Lope  de  DueBas,  maestro  de 
enseBar  mozos  á  leer  y  escribir,  se  obligó  á  favor  de  Juan  Rodríguez,  clérigo, 
capellán  de  la  Santa  Iglesia  de  Sevilla,  asimismo  maestro  de  enseñar  mozos,  en 
la  collación  de  la  Magdalena,  «de  vos  seruir  e  Residir  con  vos  en  vuestra 
escuela  que  teneys....  e  a  leer  e  escreuir  e  contar  e  corregir  a  los  mo^os  que  en 
ella  oviere  e  dar  materias  e  castigar  e  en  todo  lo  demás  que  fuere  menester.... 
por  tiempo  de  dos  años.»  Rodríguez  habla  de  darle  de  comer,  y  seis  mara- 
vedís cada  día,  y  casa  y  cama,  sano  ó  enfermo,  y  además  dos  ducados  cada 
semana,  pagaderos  en  fin  de  cada  un  mes,  y  al  cabo  de  los  dos  aHos,  «la  dicha 
escuela  e  casa  en  que  biuieremos,  con  todos  los  dichos  moijos»  (Archivo  general 
de  protocolos  de  Sevilla,  oficio  21,  Hernán  Pérez,  libro  3.°  de  1554). 

(20)  Arte  de  escribir...,  Madrid,  Ibarra,  1798,  pág.  60. 


-  19  - 

letra  bastarda  española,  y  muy  superior  en  ella  á  cuantos  le 
siguieron,  publicando  sus  obras  en  los  siglos  XVI  y  XVII.» 
Trasladado  Lucas  á  la  corte,  en  donde  hizo  estampar  su  no- 
table Arte  de  escrevir  (21),  quedó  sucediéndole  en  Sevilla  su 
colega  Juan  Sarabia,  que  no  le  fué  en  zaga  en  el  enseñar  bue- 
na forma  de  letra  de  aquella  clase,  á  juzgar  por  una  plana  que 
poseo,  escrita  á  8  de  marzo  de  1576,  «de  la  mano  de  Juan  fe- 
lipe,  discípulo  del  señor  Juan  Sarabia,  maestro  en  la  muy  no- 
ble y  muy  leal  ciudad  de  seuilla,  en  cal  de  la  Muela»  (22).  Y 
entendiéndose,  en  general,  cuan  importante  fuese  encaminar 
y  doctrinar  bien  á  la  niñez,  tanto  la  Ciudad  como  los  particu- 
lares bien  inclinados  se  cuidaban  de  ello;  así,  al  par  que  en 
cabildo  de  26  de  septiembre  de  1594  se  acordaba  que  don 
Andrés  de  Monsalve,  alcalde  mayor,  averiguase  «con  qué  arte 
se  enseña  la  gramática  en  Seuilla  y  por  qué  no  se  lee  la  de 
Antonio  [la  de  Nebrija],  pues  por  mandado  de  su  majestad  se 


(21)  Ya,  de  seguro,  estaba  en  Madrid  en  1570,  pues  allí  fechó  este  año 
muchas  de  sus  muestras  de  escritura.  En  el  prólogo  de  su  Arte  de  escrevir 
(Madrid,  Alonso  Gómez,  1577)  se  refiere  á  un  tratadillo  que  había  hecho  im- 
primir «los  días  pasados».  De  su  mencionado  libro  se  hicieron  otras  ediciones: 
la  de  1580,  corregida  y  enmendada  por  su  autor,  y  la  de  1608,  «con  otros  tra- 
tados sobre  la  letra  grifa,  romanilla,  y  redonda  de  libros  de  coro,  también  lla- 
mada pancilla.» 

(22)  Hoy  de  O'Donnell.  La  materia  de  esta  plana  está  en  prosa:  es  una 
múltiple  repetición  de  las  siguientes  expresiones:  O  uista  de  marauillosa  vir- 
tud. O  uista  callada  mas  grandemente  significatiua.  bien  entendió  Pedro  el 
lenguaje  y  las  bozes  de  aquella  uista  pues  las  del  gallo  no  bastaron.^  Pero, 
de  ordinario,  las  materias  se  daban  en  verso.  En  verso  está  aquella  que  dio  su 
maestro  á  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  cuando  aprendía  á  escribir  {Las 
Quincuagenas  de  la  Nobleza  de  España,  pág.  90): 

«En  esta  vida  burlada 
El  buen  saber  es  la  llaue 
Y  aquel  que  se  salua  sabe; 
Quel  otro  no  sabe  nada.» 

En  verso  está  también  una  plana  de  otro  discípulo  de  Sarabia:  es  un  soneto 
á  Jesús,  compuesto  con  más  fervor  que  habilidad.  Y  en  verso,  asimismo,  una  de 
las  muestras  que  hay  en  el  citado  libro  de  Lucas  (f.°  29  de  la  edición  de  1608): 

«Tú,  que  me  miras  ámí 
Tan  triste  mortal  y  feo, 
Mira,  pecador  de  ti, 
Que  qual  tú  te  ves  me  vi; 
Verte  has  como  me  veo.> 


-20- 

lee  y  enseña  la  gramática  por  el  arte  de  Antonio  en  Granada 
y  en  todas  las  partes  del  rey  no»  (23),  un  humilde  librero  his- 
palense, Baltasar  de  los  Reyes,  queriendo  dar  á  los  niños 
pobres,  por  amor  de  Dios,  un  abecé  hecho  de  su  mano,  «por 
causa— decía  — que  no  ban  a  la  escuela  porque  bale  una  car- 
tilla dies  marabedís  i  las  biudas  pobres  no  tienen  dies  mará- 
bedís  para  dar  á  una  cartilla,»  suplicaba  á  la  Ciudad  que  le 
otorgase  la  licencia  necesaria  para  la  impresión  (24). 

Pues  ¿qué  diré  que  no  sea  pálido  reflejo  de  la  realidad 
acerca  del  floreciente  estado  á  que  llegó  en  Sevilla  el  nobilí- 
simo arte  de  Guttenberg,  en  consonancia  con  aquel  admirable 
adelanto  en  toda  suerte  de  estudios,  así  literarios  como  cientí- 
ficos? Apenas  había  collación  en  que  no  se  escuchara  el  isó- 
crono jadear  de  las  prensas,  multiplicando  afanosamente  el 
pan  para  los  entendimientos.  A  la  esquina  de  las  Siete  Revuel- 
tas, Andrea  Pescioni  y  Juan  de  León,  en  compañía  (25),  es- 
tampaban en  158$  la  Cronología  y  reportorio  de  la  razón  de 
los  tiempos,  del  Ldo.  Rodrigo  Zamorano;  en  1586  una  nueva 
edición  de  los  Veinte  discursos  sobre  el  Credo,  del  cartujano 
D.  Esteban  de  Salazar,  y  en  1587  la  Historia  de  Stiñlla  de 
Alonso  Morgado  y  la  Hispalensium  pharmacopoliorum  reco- 
gnilio  del  Dr.  Simón  de  Tovar;  y,  disuelta  la  compañía  en  el 
dicho  año  de  1587,  no,  á  lo  que  creo,  por  muerte  de  Pescio- 
ni (26),  Juan  de  León,  en  la  misma  casa,  continuó  imprimiendo 
muchos  libros,  entre  los  cuales  sólo  he  de  citar  las  Constitu- 
ciones sinodales  copiladas  por  el  cardenal  arzobispo  D.  Ro- 
drigo de  Castro  (i  587  y  1 591),  el  Coro  febeo  de  romances  kisto- 


(23)  Actas  capitulares  de  Sevilla. 

(24)  Archivo  municipal  de  Sevilla,  sñoá6xi  3.',  tomo  II,  n.°  25. — AU' 
tógrafo. 

{25)  Pescioni  había  tenido  su  imprenta  en  la  calle  de  Crénova,  en  donde 

en  1583  estampó   el   Vocabulario  toscano  y  castellano  de  Crístóbal  de  las 
Casas. 

(26)  En  los  Índices  del  Archivo  de  protocolos  de  Sevilla  (aBos  de  1594, 
1595  y  1598,  oficios  16  y  19)  hallo  contratando  á  un  Andrea  Pescioni  que 
quizás  sea  el  mismo  impresor,  ya  alejado  de  los  chibaletes. 


—  21  - 

ríales  de  Juan  de  la  Cueva  (1587)  y  la  Primera  parte  c¿e  sus 
Comedias  y  Tragedias  (1588),  el  Compendio  del  arte  de  nave- 
gar de  Zamorano  (i  588  y  1 591),  la  traducción  del  Directorium 
curatorum  de  Fr.  Pedro  Mártir  Coma  (1589),  la  Historia  Na- 
tural y  Moral  de  las  Indias  del  P.  José  de  Acosta  (1590),  la 
traducción  que  de  Las  Fábulas  de Esopoy  otroshhoel  extreme- 
ño Joaquín  Romero  de  Cepeda  (1590),  El  Pastor  de  Iberia  de 
Bernardo  de  la  Vega,  gentilhombre  andaluz  (1591),  tan  za- 
randeado por  Cervantes,  y,  en  fin,  la  tercera  edición  española 
de  la  Coránica  de  los  notables  cavalleros  Tablante  de  Ricamon- 
te y  Jo/re  (1599);  junto  á  las  casas  de  D.  Pedro  Pineda,  Alon- 
so de  la  Barrera,  el  sucesor  de  Sebastián  Trujillo,  imprimía  la 
cuarta  edición  sevillana  de  La  Coránica  del  Cid{\  587),  la  V^ida 
y  muerte  de  Thomás  Moro,  traducida  por  el  divino  Herrera 
(1592),  y  el  renombrado  Libro  de  la  Gineta,  compuesto  por 
Pedro  Fernández  de  Andrada  (1599);  junto  á  San  Antón,  en 
la  calle  de  las  Armas,  Fernando  Díaz  estampaba  en  1588  la 
Nobleza  del  Andaluzía,  del  benemérito  Gonzalo  Argote  de 
Molina;  Francisco  Pérez,  junto  al  convento  de  monjas  de  la 
Encarnación,  imprimía,  ya  trabajos  médicos  del  Dr.  Juan  de 
Carmena  sobre  la  fiebre  punticular  ó  tabardillo  (1590),  ya  el 
Arte  separatoria  de  Diego  de  Santiago  (i  590),  ó  ya  el  tratado 
jurídico  sobre  la  fuerza  y  el  miedo  que  invalidan  el  consenti- 
miento para  contratar  (1600).  Y,  entretanto,  Rodrigo  de  Ca- 
brera, en  la  casa  que  había  sido  hospital  del  Rosario,  junto  á 
la  Magdalena,  reimprimía  el  Reportorio  de  la  razón  de  los 
tiempos,  del  sobredicho  Zamorano  (1594),  y  sacaba  de  molde 
el  interesante  libro  sobre  la  ballestilla,  del  Dr.  Simón  de  To- 
var  (1595);  Fernando  de  Lara,  en  la  calle  de  la  Sierpe,  estam- 
paba una  vez  más  la  deleitosa  Tragicomedia  de  Calisto  y 
Melibea;  Juan  Rene,  instalados  en  el  colegio  de  San  Herme- 
negildo los  utensilios  que  había  transportado  de  Granada  ó 
de  Málaga,  componía  el  tomo  primero  de  los  Commentario- 
rum  in  Job  libri  XIII  (1598);  y,  para  acabar  y  no  hacer  in- 
terminable esta  enfadosa  lista,  de  las  prensas  de  Clemente 


—  22  - 

Hidalgo,  en  la  calle  de  la  Plata,  salían  el  Libro  de  la  Imitación 
de  Cristo  Nuestro  Señor,  del  P.  Francisco  Arias  (1599),  y  la 
Primera  parte  de  Cien  oraciones  fiínebres,  del  franciscano 
Fr.  Luís  de  Rebolledo  (1600)  (27). 

Pero  advierto  que  voy  deteniéndome  demasiado.  Ligeroe 
apuntes,  y  no  más,  deben  ser  los  que  en  el  presente  estudio 
pergeñe  yo  acerca  de  la  admirable  cultura  sevillana  en  su 
mejor  tiempo;  pues,  sobre  que  de  ello  han  tratado  muchos 
autores,  en  multitud  de  libros  y  harto  extensamente,  ni  yo 
sabría  hacerlo  bien,  escaso  de  conocimientos  como  estoy,  ni 
éste  es,  á  fe  mía,  el  lugar  más  á  propósito  para  efectuarlo, 
urgiendo  al  lector,  como  le  urge,  que  yo  acabe  de  describir 
el  escenario  hispalense  y  ponga  en  él  á  la  donosa  canalla  pi- 
caresca, con  cuya  magistral  pintura,  por  nadie  superada  ni  aun 
igualada,  deleitó  Cervantes  al  mundo  todo  en  algunas  de  sus 
Noticias  ejemplares.  Atento,  pues,  á  decir  poco  sobre  el  esta- 
do de  florecimiento  intelectual  de  Sevilla  en  las  últimas  déca- 
das del  siglo  bueno  de  los  Austrias,  y  á  que  eso  poco  no  sea 
de  lo  más  sabido  por  las  personas  estudiosas,  sino,  en  su 
mayor  parte,  de  lo  que  hasta  ahora  estuvo  oculto  y  como 
sepultado  en  las  riquísimas  y  casi  inexplotadas  minas  de  los 
archivos,  no  tardaremos  demasiado  el  lector  y  yo  en  llegar 
adonde  asunto  más  alegre  nos  espera. 

No  de  todas  las  disciplinas  había  cátedras  en  el  estudio 
de  Santa  María  de  Jesús:  faltaba,  entre  otras,  una  de  Matemáti- 
cas, ciencia  muy  útil,  y  aun  muy  necesaria,  para  el  buen  ejer- 
cicio de  algunas  profesiones,  y  especialmente  de  la  militar.  El 
famoso  arquitecto  Juan  de  Herrera  había  fundado  en  Madrid 
una  academia  para  difundir  ese  linaje  de  conocimientos,  y  en 
ella  había  leído  el  célebre  Juan  Bautista  Labarta  {28).  Sevilla 


(27)  Para  hilvanar  este  párrafo  me  he  servido  preferentemente  de  La 
Imprenta  en  Sevilla,  estudio  de  D.  Joaquín  HazaBas  y  la  Rúa  (Sevilla,  1892), 
y  de  la  Tipografía  Hispalense  de  D.  Francisco  Escudero  y  Perosso,  obra 
premiada  en  1864,  aunque  impresa  treinta  años  después. 

(28)  Menéndez  y  Pelayo,  La  Ciencia  Española,  t.  I,  págs.  106-107. 


—  23  — 

no  tardó  mucho  en  establecer  enseñanza  tan  interesante:  hacia 
el  año  de  1587  el  veinticuatro  Juan  Antonio  del  Alcázar,  por 
acuerdo  de  la  Ciudad,  rogó  á  los  padres  de  la  Compañía  de 
Jesús  «que  leyesen  una  lición  de  matemáticas,  y  desde  enton- 
ces las  leyó  un  buen  maestro  muchos  días;  pero  por  estar  á 
su  cargo  las  fábricas  que  la  Compañía  hace  en  diferentes  lu- 
gares— habla  el  dicho  veinticuatro — ha  hecho  ausencia  desta 
ciudad,  y  también  se  ha  dejado  de  leer  por  falta  de  general 
acomodado  para  ello»  {29). 

No  fueron  de  remedio  difícil  estos  inconvenientes.  Desde 
que,  á  los  pocos  años  del  descubrimiento  del  Nuevo  Mundo, 
se  fundó  la  Casa  de  la  Contratación  de  Indias,  había  en  ella, 
entre  otros  oficiales,  dos  comógrafos  y  un  catedrático  que  ex- 
plicaba diariamente  á  los  alumnos  de  pilotaje  la  parte  de  As- 
trología  y  Cosmografía  tocante  á  la  navegación.  Pensó  la 
Ciudad  en  uno  de  aquellos  cosmógrafos,  en  el  Ldo.  Rodrigo 
Zamorano,  hombre  de  grandes  y  sólidos  conocimientos,  tra- 
ductor de  Euclides  y  autor  de  varias  obras  muy  celebradas; 
pero,  á  solicitud  del  bachiller  Pedro  Hernández  de  Miranda, 
que  apetecía  tal  puesto,  sacóse  á  oposición  la  cátedra  en 
1 590  (30).  Obtúvola  Zamorano  y  la  leyó  hasta  el  año  de  1 594» 
aunque  no,  á  la  verdad,  sin  dejar  algo  que  apetecer,  por  sus 
frecuentes  y  forzosas  ausencias  y  por  sus  ocupaciones  de  cos- 
mógrafo (31).  La  renunció,  al  fin  (32),  y  en  nueva  y  reñida 


(29)  Actas  capitulares  de  Sevilla,  cabildo  de  26  de  febrero  de  1590. 

(30)  Ibid.,  cabildo  de  27  de  marzo  de  1590. 

(31)  En  cabildo  de  24  de  septiembre  del  dicho  año  pidió  licencia  por  un 
mes,  para  salir  de  Sevilla.  Aún  no  había  regresado  de  Madrid  en  9  de  no- 
viembre, en  el  cual  dia  se  le  prorrogó  la  licencia  por  dos  meses  más.  Reco- 
mendaba su  petición,  por  carta  á  la  Ciudad,  el  Sr.  Hernando  de  Vega,  presi- 
dente del  Consejo  de  Indias.  Ya  en  1594  (cabildo  de  9  de  febrero),  Juan  Sán- 
chez Zumeta,  el  poeta  amigo  de  Fernando  de  Herrera,  pidió  «que  se  provea 
como  el  licenciado  <;amorano  lea  las  matemáticas  con  cuydado  y  que  esta  pla9a 
se  vaque  y  se  pongan  editos  para  ella»,  mientras  que  Andrés  Núñez  Zarzuela, 
mayordomo  de  los  jurados,  recordando  que  los  padres  de  la  Compañía  habían 
ofrecido  leer  aquella  cátedra  «y  traer  los  mas  eminentes  onbres  que  se  pudiesen 
hallar,  porque  los  tienen  ellos  en  su  congregación»,  propuso  que  cesara  el  sala- 
rio de  Zamorano  y  se  aceptara  el  ofrecimiento  de  los  dichos  padres,  ó,  en  otro 
caso,  se  pusiesen  edictos. 

(32)  En  cabildo  de  26  de  septiembre  de  1594  se  propuso  al  Ldo.  Miran- 


-  24  - 

oposición  ganóla,  por  abril  de  1595,  el  Ldo.  Diego  Pérez  de 
Mesa,  rondeño,  profesor  competentísimo  que  había  leído  las 
Matemáticas  en  Alcalá,  y  autor  de  varias  obras  sobre  esta 
ciencia  y  otras  sus  afines  (33).  Pérez  de  Mesa  abrió  asimismo 
academia  de  disciplina  militar  (34);  pero  cuando  la  Ciudad  es- 
taba más  satisfecha  de  sus  buenos  servicios  y  había  logrado 
que  el  Rey  le  ampliara  por  ocho  años  la  facultad  obtenida 
para  costear  la  dicha  cátedra  (35),  ausentóse  improvisamente 
de  Sevilla,  quizá  huyendo  de  sus  acreedores  (36),  sin  que  to- 


da, por  desistimiento  de  Zamorano,  mientras  se  proveia  la  cátedra  en  propí»* 
dad;  y  en  26  de  octubre  siguiente  se  acordó  poner  los  edicto*  para  de  alii  á  fia 
de  enero  de  1595. 

(33)  Se  proveyó  la  cátedra,  por  votos  secretos,  después  de  unos  eamenidoi 
ejercicios,  en  la  persona  que  á  la  Ciudad  pareció  más  benemérita  (Cabildo  de 
28  de  abril  de  1595). — De  la  vida  del  rondefio  Pérez  de  Meu  no  ic  sabe 
mucho.  Dicese  que  estudió  en  Sevilla;  mas  el  no  haber  hallado  en  el  archivo 
de  la  antigua  universidad  matricula  ni  acto  suyo  y  el  constarme  por  su  Astro- 
logia  judiciaria,  cuyo  original  autógrafo  poseo,  que  la  escribió  estando  en  Sa- 
lamanca, en  donde  fechó  la  dedicatoria  á  14  de  noviembre  de  1579,  me  hace 
conjeturar  que  junto  al  Tormes,  y  no  junto  al  Betis,  practicara  sus  estudios 
universitarios.  Á  los  dos  años  de  leer  las  matemáticas  en  U  cátedra  de  la 
ciudad,  pidió  licencia  á  su  cabildo  «para  escreuir  las  grandezas  de  seuilla,  sin 
salario»,  y  de  conformidad  se  acordó  que  D.  Juan  Maldonado,  en  nombre  de 
la  Ciudad,  le  manifestase  «que  le  agradece  el  buen  deseo  que  muestra  y  que 
diga  á  don  juan  maldonado  de  qué  Recaudos  y  Rela(^iones  se  quiere  valer  para 
lo  que  quiere  hacer....»  (Actas  capitulares,  cabildo  de  a?  de  agosto  de  1597, 
escríbanla  2.*).— Como  catedrático,  le  pagaba  la  Ciudad  100.000  maravedís  de 
salario  en  cada  año,  y  50.000  más  para  que  abonase  la  renta  de  la  casa  en  que 
habitaba  y  tenia  la  academia,  todo  conforme  á  la  facultad  concedida  por  el  rey 
(Archivo  municipal  de  Sevilla,  libros  de  propios,  asientos  de  30  de  agosto 
de  1597). 

(34)  De  ello  dio  cuenta  á  la  Ciudad  en  cabildo  de  4  de  marzo  de  1597, 
por  medio  de  un  escrito  publicado  por  D.  Francisco  Rodríguez  Marín  en  la 
Noticia  biográfica  del  sexto  marques  de  Tarifa,  que  precede  á  la  reimpresión 
de  la  Fábula  ele  Mirra  costeada  por  el  Sr.  Marqués  de  Jerez  de  los  Caballe- 
ros (Sevilla,  Rasco,  1903). 

(35)  Cabildo  de  3  de  marzo  de  1598,  escribania  i.' 

(36)  En  cabildo  de  26  de  noviembre  de  1599  se  leyó  una  petición  de 
D.'  Angela  de  Luzón,  mujer  del  Ldo.  Diego  Pérez  de  Mesa,  y  Miguel  de 
Carvajal,  cesionario  del  mismo,  para  que  se  les  pagara  e  I  salario  que  á  aquél 
se  debía.  Y  en  el  cabildo  de  6  de  enero  de  1600,  se  leyó  otra  petición  de  doHa 
Angela  sobre  que  «por  questá  en  tiempo  de  Repetir  su  dote  se  le  pague  lo  que 
al  dicho  su  marido  se  le  deuia  de  leer  las  matemáticas»  (Actas  capitulares, 
escríbanla  i.').  Parece  por  esto  que  habían  venido  á  concurso  de  acreedores 
los  bienes  de  Pérez  de  Mesa,  y  que  su  mujer,  por  su  dote,  figuraba  como 
acreedora  del  mismo. 


—  25  — 

davía  un  año  más  tarde  se  tuviese  noticia  de  su  paradero,  por 
lo  cual  en  1600  se  proveyó  su  plaza  en  el  Ldo.  Antonio  Mo- 
reno Vilches,  varón  de  muchas  letras,  cosmógrafo  y  catedráti- 
co en  la  Casa  de  la  Contratación  (37). 

Aunque  sin  auxilio  directo  de  la  Ciudad,  también  se 
cultivó  en  Sevilla  muy  esmeradamente,  en  los  últimos  lustros 
de  la  centuria  décimasexta,  el  estudio  de  la  Botánica.  Años 
antes,  el  médico  Francisco  Franco,  catedrático  de  la  universi- 
dad hispalense,  había  solicitado  del  cabildo,  en  su  Libro  de  las 
enfermedades  contagiosas  (1569),  que,  á  imitación  del  jardín 
botánico  que  Felipe  11  mandó  hacer  en  Aranjuez  á  instancia 
del  Dr.  Laguna,  se  preparase  otro  en  Sevilla  para  tener  las 
plantas  medicinales.  No  se  logró  por  entonces  este  buen  pro- 
pósito; mas  «lo  que  Francisco  Franco  no  había  conseguido  lo 
hizo  algunos  años  después  Simón  Tovar  por  sí  solo,  cultivan- 
do en  un  jardín  propio  las  plantas  medicinales  y  muchas  otras 
de  las  más  notables  entre  las  exóticas»  (38)  El  célebre  médi- 
co y  farmacólogo  Nicolás  de  Monardes,  muerto  en  1588,  había 
logrado  reunir  en  su  museo  de  Historia  Natural  muchas  piezas 
botánicas  interesantes,  pero  secas  las  más;  Tovar  consiguió 
tenerlas  vivas,  y,  por  tanto,  reproducirlas  y  vulgarizar  su  co- 
nocimiento inmediato  y  sus  aplicaciones  médicas. 

Desde  luego  tuvo  el  Dr.  Tovar  colegas  y  discípulos  con 
quienes  compartir  su  científica  recreación,  y  entre  los  prime- 
ros debe  mencionarse  en  lugar  preferente  al  sapientísimo  en 
todas  materias  Benito  Arias  Montano,  que,  residiendo  lo 
más  del  tiempo^  ya  entrada  la  década  última  del  siglo  XVI, 


(37)  En  27  de  noviembre  de  1600  Moreno  Vilches  solicitó  que  se  le 
nombrara  para  la  cátedra,  en  atención  á  haberse  marchado  sin  licencia,  habia 
más  de  un  año,  Pérez  de  Mesa,  sin  saberse  su  paradero  (Archivo  Municipal 
de  Sevilla,  sección  4.*,  libro  10,  n."  109).  —  Por  la  mencionada  Noticia  biográ- 
fica de  Rodríguez  Marín  consta  que  Pérez  de  Mesa  por  los  años  de  1629  resi- 
día en  Roma,  de  donde  le  hizo  salir  el  tercer  Duque  de  Alcalá,  para  que  en 
Ñapóles  fuese  maestro  de  su  hijo  D.  Fernando  Enríquez  de  Ribera,  sexto 
marqués  de  Tarifa. 

(38)  Colmeiro  (D.  Miguel),  Bosquejo  histórico  y  estadístico  del  Jardín 
Botánico  de  Madrid  (Madrid,  1875),  páginas  3  y  4. 


—  26  - 
en  su  hermosa  alquería  llamada  Campo  de  Flores,  cerca  de  la 
ciudad,  al  sitio  que  denominaban  Charco  Redondo  (39),  apli- 
cábase más  y  más  á  los  estudios  botánicos,  en  que  ya  él  se 
era,  veinte  años  había,  harto  perito,  como  quien  preparaba 
para  la  imprenta  su  admirable  libro  intitulado  Natura  Histo- 
ria, que  terminó  á  fines  de  1 593,  aunque  no  salió  á  luz  sino 
postumo,  en  1601  (40).  Clusio,  con  quien  se  carteaban  así 
Tovar  como  el  egregio  filólogo,  y  el  Ldo.  Rodrigo  Zamorano, 
y  después  el  Dr.  Juan  de  Castañeda  (41),  visitó  alguna  vez  el 
jardín  botánico  hispalense,  el  cual,  muerto  su  dueño  á  princi 
pios  del  año  1597,  se  mandó  conservar  de  orden  de  I'c- 
lipe  II  (42). 

Pero,  si  no  á  los  estudios  botánicos  y  farmacológicos, 
Sevilla,  en  beneficio  de  su  vecindario,  protegía  de  tal  suerte 
á  los  buenos  cirujanos  y  médicos,  que  saberse  de  alguno  fa- 


(39)  Algunas  de  las  cartas  de  Añas  Montano,  entre  las  pocas  que  han 
llegado  hasta  nosotros,  están  fechadas,  como  una  que  dirigió  i  Closio  en  I59<>, 
ex  secessu  nostro  Campo  de  Flores  propé  Hispalim. 

(40)  Antuerpia,  Ex  Officina  Plantiniatta,  apuJ  loannem  Moretum.  En 
la  página  241  dejó  consignado  un  amistoso  recuerdo  para  los  doctores  Tovar 
y  Sánchez  de  Oropesa. 

(41)  Pueden  verse  tales  cartas  en  el  folleto  de  D.  Ignacio  de  Asso,  intitu* 
lado  Cl.  Hispaniensium  atque  exterorum  epístola...  (Zaragoza,  1 793)-  L** 
catorce  de  Castañeda  (1600- 1604)  son  interesantísimas,  pues  por  ellas  se  viene 
en  conocimiento  de  pormenores  muy  curiosos:  «el  Ldo.  Zamorano— escribe 
Castañeda  en  20  de  octubre  de  1600  — como  examinador  de  maestres  de  la 
carrera  de  Indias,  cada  maestre  que  va  tiene  á  dicha  traerle  alguna  cosa  naeva 
ó  extraordinaria,  y  asi,  tiene  las  paredes  de  los  portales  de  su  casa  todas  llenas 
de  estas  conchas,  peces  y  animales  muy  de  ver.>  En  la  de  24  de  abril  de  1601: 
«El  Ldo.  Zamorano  se  entretiene  en  sacar  aceite  de  romero  y  zumo  de  oro- 
zuz»... En  la  última,  de  1604,  habla  de  una  huerta  propia,  que  se  encontraba 
cubierta  de  agua  por  una  avenida  que  había  convertido  en  mar  el  campo  y  todo 
Tablada.  De  este  Castañeda  sólo  averiguó  Asso  que  era  médico  del  hospital 
de  la  nación  flamenca. 

(42)  «Lei  una  carta  que  parece  que  el  licenciado  Alfaro  médico  de  su 
magestad  [el  Dr.  Andrés  Zamudio  de  Alfaro,  protomédico  general]  escriue  á  su 
señoría  del  conde  [el  Conde  de  Puflonrostro]  en  que  le  dice  como  su  magestad 
se  sirue  de  que  se  conserven  las  yervas  de  la  güerta  del  dotor  tovar»  (Actas 
capitulares  de  Sevilla,  escñha.ma  i.',  cabildo  de  9  de  mayo  de  1597). — La 
amistad  de  Tovar  y  Arias  Montano  fué  muy  estrecha;  tanto,  que  aquél  dio 
poder  á  éste  para  que  por  él  testase,  como  lo  efectuó  á  31  de  julio  de  1596,  y 
le  encomendó  y  comunicó  otras  cosas  «para  el  descargo  de  su  conciencia  y  paz 
y  quietud  de  su  hazienda  y  herederos». 


—  27  - 

moso  en  la  curación  de  tal  ó  cual  clase  de  dolencias  y  tomarlo 
á  su  servicio,  ofreciéndole  buen  salario  para  que  residiera  en 
la  población,  dado  que  fuese  forastero,  era  todo  uno.  Así,  en 
1593,  el  alcalde  mayor  D.  Andrés  de  Monsalve,  que  con  otros 
tenía  de  la  ciudad  el  encargo  de  « procurar  en  algunas  uni- 
versidades y  otras  partes  alguno  ó  algunos  surjanos,»  mani- 
festaba en  cabildo,  obteniendo  el  buen  acuerdo  consiguiente, 
que  había  llegado  á  Sevilla  el  Ldo.  Arévalo,  cirujano  de 
grande  opinión,  y  el  cual,  «haziéndole  la  ciudad  merged  de 
darle  alguna  ayuda  de  costa  para  traer  su  casa,  holgará  de 
traerla  y  quedarse  aquí»  (43);  así  el  Dr.  Matías  de  Ayala, 
como  algebrista  y  cirujano  de  la  ciudad,  percibía  en  I597 
ciento  cincuenta  ducados  de  salario  (que  en  1601  se  elevó  á 
doscientos),  por  razón  de  su  oficio  y  porque  curase  gratuita- 
mente á  los  pobres  (44);  y  Marco  Antonio  Parga,  por  curar 
de  quebraduras,  cobraba  en  1602  veinticuatro  ducados  al 
año  (45);  y  Felipe  de  Tovar,  cirujano  de  la  orina,  cien  mil 
maravedís  por  asistir  y  curar  á  los  no  pudientes  (46);  y  no 
sé  cuánto,  pero  un  salario  pingüe,  el  Dr.  Bartolomé  Hidalgo 
de  Agüero,  famosísimo  cirujano,  inventor  del  método  de  la 
vía  seca  ó  particular,  y  por  cuya  muerte,  acaecida  en  5  de 
enero  de  1 597,  se  miraban  mucho  en  lo  de  reñir  los  bravos 
de  Sevilla,  que  antes,  al  acometerse,  solían  exclamar:  «¡A 
Dios  me  encomiendo  y  al  doctor  Hidalgo  de  Agüero!»  (47), 


(43)  Actas  capitulares  de  Sevilla,  cabildo  de  6  de  marzo  de  1593. 

(44)  Archivo  Municipal,  Libros  de  propios;  asientos,  entre  otros,  de  12 
de  junio  de  1597  y  26  de  diciembre  de  iCoo, 

(45)  Ibid.,  21  de  agosto  de  1602. 

(46)  Actas  capitulares,  cabildos  de  4  de  noviembre  de  1592,  y  15  de 
marzo  y  9  de  junio  de  1597. — Libros  de  propios,  25  de  septiembre  de  1600. 

(47)  Es  referencia  del  Ldo.  Jiménez  Guillen,  natural  de  Marchena  y 
yerno  del  Dr.  Hidalgo,  hecha  en  la  obra  postuma  de  éste  intitulada  Tesoro  de 
la  verdadera  Cirujia  y  via  particular  contra  la  comiin  (Sevilla,  1604). — La 
fama  de  la  nmnificencia  de  Sevilla  y  la  general  noticia  de  que  su  cabildo  cui- 
daba de  la  salud  de  sus  vecinos  haciendo  buen  partido  á  médicos  y  cirujanos, 
atraía  sobre  la  ciudad  á  la  echacorvería  de  media  España:  en  1589,  y  sólo 
citaré  algunos  ejemplos,  debidos  en  gran  parte  á  mi  amigo  D.  Luís  Jiménez 
Placer,  entendido  y  diligente  empleado  en  el  Archivo   Municipal  de  Sevilla, 


-  28  — 

Tampoco  fué  Sevilla  de  las  ciudades  que  más  tardiamcn 
te  se  dieron  cuenta  de  cuan  útiles  para  el  progreso  de  los 
estudios  médicos  son  los  anatómicos,  cuya  enseñanza  práctica 
se  había  iniciado  en  nuestra  nación,  desde  el  siglo  XIV,  en  el 
monasterio  de  Guadalupe;  mas,  de  todas  suertes,  la  primera 
cátedra  de  anatomía  que  se  estableció  en  España  (tercera  en 
Europa,  pues  antes  las  hubo  en  Montpeller  y  Bolonia)  fué  la 
que  en  el  reinado  de  Carlos  V  leyó  en  Valladolid  el  Dr.  Ro- 
dríguez de  Guevara,  á  cuya  petición  se  había  fundado  (48). 
Concretándome  á  Sevilla,  ya  Pedro  Mejía,  por  los  años  de 
1546,  en  que  escribió  sus  Coloquios  ó  Diálogos,  abogaba  en 
el  de  los  Médicos  por  que  se  hiciese  «anothomía  en  algunos 
cuerpos  difuntos»,  para  notar  y  considerar  «la  color,  la  ñgura, 
el  tamaño,  la  borden,  la  dureza  ó  blandura»  de  todos  los  ór- 
ganos internos,  bien  que,  á  los  pocos  renglones,  otro  inter- 
locutor se  muestra  contrario  á  la  práctica  de  la  anatomía,  por 
creerla  de  poco  efecto,  «aliende  de  que  lo  tengo— añade  -  por 
género  de  crueldad»  (49).  Por  los  años  de  1592  la  Ciudad 
sacó  á  oposición  una  plaza  de  cirujano,  y,  puestos  los  edictos, 
acudió  desde  Málaga  para  optar  á  ella  el  Dr.  I'onscca  de  So- 
tomayor.  No  teniendo  contrincantes,  pidió  que  se  le  recibiera 
y  se  le  asignara  salario,  en  vista  de  lo  cual  acordó  el  cabildo 
que  el  dicho  doctor  pidiera  al  asistente  cun  cuerpo  de  los  ajus- 
ticiados para  hazer  la  anotomía,»  y,  hecha,  los  diputados  diesen 
parecer  á  la  Ciudad  (50).  Pero  como  el  asistente  se  negara  á 
dar  el  permiso  que  se  pedía,  probablemente  por  estimar  tal 

maese  Francisco  Díaz,  no  el  doctor  alcalaíno  de  este  nombre,  sino  un  cirujano 
y  maestro  de  curar  quebrados,  sacar  piedras  y  batir  caUratas,  pidió  salario 
para  quedarse  en  la  ciudad;  en  1592,  D.»  María  de  Grado,  rondefla,  «que  dicen 
que  cura  con  gracia  particular»  (¡si  que  seria  graciosa!),  aspira  á  obtener  la  pro- 
tección del  cabildo;  en  1593,  Pedro  Antonio,  italiano,  pide  licencia  para  curar 
con  yerbas;  en  1607,  Diego  Hernández  Girón,  cristiano  nuevo,  pide  que  se  le 
permita  curar  de  la  ciática;  en  161 2,  Juan  de  Herbio,  que  se  dice  francés, 
solicita  licencia  para  curar  con  la  piedra  filosofal... 

(48)  Hernández  Morejón,  Historia  bibliográfica   de  la  Medicina  Espa- 
ñola (Madrid,  1843),  t-  I.  págs.  25  y  siguientes. 

(49)  Obra  citada,  folios  20,  2 1  y  28. 

(50)  Actas  capitulares,  cabildo  de  1 1  de  noviembre  de  1 592. 


-20-- 

concesión  de  la  competencia  eclesiástica,  y  el  cardenal  arzo- 
bispo D.  Rodrigo  de  Castro  no  consintiera  que  en  ningún  hos- 
pital entregasen  al  doctor  un  cuerpo  muerto,  el  pretendiente 
insistió  en  lo  del  salario,  manifestando  que  estaba  presto  á 
hacer  todo  lo  que  se  le  pidiera  y  mandara  para  prueba  de  su 
persona  (51).  A  pesar  de  estas  dificultades,  y  aun  por  virtud 
de  ellas  mismas,  estaba  dado  un  buen  paso  á  favor  de  los  es- 
tudios anatómicos,  pues  ya  se  siguió  pensando  en  la  conve- 
niencia de  establecerlos.  Así,  por  agosto  de  1599  D.  Juan 
Bermúdez,  teniente  de  asistente,  propuso  á  la  Ciudad  que  se 
creara  una  cátedra  de  Anatomía  (52),  y  en  julio  del  siguiente 
año,  en  que  hizo  estragos  la  peste,  se  acordó  que  se  practica- 
ra la  notomia  en  los  cuerpos  muertos,  á  fin  de  reconocer  qué 
medio  se  apUcaría  para  atajar  el  contagio  (53),  si  bien,  por  el 
temor  de  mayores  males,  se  suspendió  á  los  pocos  días  la 
ejecución  de  tal  acuerdo  (54). 

Nada  diré  de  la  protección  de  que  gozaban  en  Sevilla  sus 
pintores,  sus  escultores,  sus  arquitectos:  en  medio  de  tantas 
riquezas,  que  así  por  el  cabildo  de  la  Ciudad  como  por  las 
religiones  y  cofradías  y  por  los  particulares  se  gastaban,  con 
verdadero  derroche,  en  construir  edificios  y  decorarlos  con 
lujo  y  magnificencia,  en  Sevilla  hallaban  constante  ocupación, 
respeto  social  y  buen  medro  cuantos  artistas  de  valer  acudían 
á  ella.  Sólo  en  el  túmulo  que  se  hizo  en  la  Iglesia  Catedral 
para  las  honras  de  Felipe  II  tuvieron  tarea  como  pintores 
Alonso  Vázquez,  Francisco  Pacheco,  Vasco  Pereira  y  Juan 
de  Salcedo;  como  escultores,  el  portentoso  Juan  Martínez 
Montañés  y  Gaspar  Núñez  Delgado;  y  como  arquitectos,  Juan 
de  Oviedo,  Juan  Martínez,  Diego  López  y  Martín  Infante  (55). 


(51)  Archivo  Municipal  de  Sevilla,  sección  3.*,  tomo  li,  núm.  76.  Esta 
petición  del  Dr.  Fonseca  ha  sido  publicada  por  D.  Francisco  Rodriguez 
Marín  en  su  estudio  acerca  de  Luis  Barahona  de  Soto,  pág.  365,  nota. 

(52)  Actas  capitulares,  escribanía  2.*,  cabildo  de  9  de  agosto  de  1599- 

(53)  Ibid.,  cabildo  de  3  de  julio  de  1600,  escribanía  2.^ 

(54)  Ibid.,  cabildo  de  7  de  julio  de  1600,  escribanía  2.* 

(55)  Collado,  Descripción  del  Túmulo,..,  pág.  194-195. 


-50- 
Aun  siendo  tanto  lo  destruido  de  entonces  acá,  y  tantísimo 
lo  malbaratado  por  la  codicia  de  unos,  la  ignorancia  de  otros 
y  la  criminal  indolencia  de  todos,  poblados  están  todavía  los 
templos  hispalenses  de  joyas  de  aquellos  insignes  artistas  y 
de  muchos  más  que  florecieron  al  atardecer  y  al  declinar 
aquel  gran  siglo,  tales,  entre  los  escultores,  como  Miguel 
Adán,  Gaspar  del  Águila,  Jerónimo  Fernández,  Crisóstomo 
Antúnez,  Juan  Bautista  Vázquez  y  Andrés  de  Ocampo,  y 
como  Juan  Chacón,  Roelas,  los  Herreras,  Gaspar  Ragis,  Ber- 
nabé Velázquez  y  Antonio  Mohedano,  entre  los  pintores,  bien 
que  algunos  de  estos  artistas,  como  el  lucenensc  Mohedano, 
manejaron  así  los  pinceles  como  las  gubias. 

En  suma:  nadie,  por  lo  común,  acudía  á  la  munificencia 
del  Cabildo,  que  no  obtuviese  su  amparo,  su  auxilio,  su  ayuda 
de  costa.  Amantes  los  regidores  de  la  grandeza  y  el  renombre 
de  Sevilla  y  de  su  universal  fama  de  ostentosa  y  espléndida,  la 
conservaban  y  fomentaban  con  un  rumbo  rayano  en  dilapida- 
ción, mal  que  pesara  á  los  jurados,  pcrp>etuos  fiscales  y  re- 
prensores de  los  gastos  excesivos.  ¿Honra  á  Sevilla  Jeróni- 
mo de  Carranza  con  sus  lecciones  prácticas  de  excelente 
esgrimidor  y  ccon  lo  provechoso  de  la  doctrina  que  predica,» 
que  no  era  otra  que  la  expuesta  más  tarde  en  su  libro  De  la 
filosofía  de  las  armas  y  de  su  destreza  (56),  y  quiere  volver  á 
vivir  en  Sanlúcar,  á  la  sombra  del  Duque  de  Medina  Sidonia? 
Pues  hágasele  buen  partido  para  que  no  se  ausente  (57).  ¿Ofre 
ce  á  la  Ciudad  el  Dr,  Hidalgo  de  Agüero  su  Tesoro  de  la  ver- 
dadera Cirujíar  Pues  vaya  una  diputación  del  cabildo  tá  darle 
las  gracias  deste  servigio  que  le  ha  hecho,  diciéndole  lo 
mucho  en  que  lo  ha  estimado  y  la  satisfagion  que  ha  tenido 
y  tiene  siempre  de  su  proceder»,  pídase  á  S.  M.  licencia  para 
que  el  libro  se  imprima  y  publique,  y  salga  Sevilla  á  todos  los 
gastos  (58).  ¿Ofrécele  Sebastián  María  Crespo  una  obra  inti- 


(56)  Sanlúcar  de  Barrameda,  en  casa  del  autor,  1582. 

(57)  Actas  capitulares,  cabildo  de  27  de  abril  de  1576. 

(58)  Jbid.,  cabildo  de  5  de  noviembre  de  1593. — La  petición  de  Hidalgo 


-ti- 
tulada Reparaciones  filosofales  sobre  las  distilacionesr  fueá 
nómbrense  diputados  que  la  vean  y  den  su  parecer;  que,  como 
lo  merezca  la  tal  obra,  no  ha  de  quedar  su  autor  sin  la  pro- 
tección que  impetra  (59).  ¿Dirige  á  Sevilla  Pedro  Fernández 
de  Andrada  su  interesante  Libro  de  la  Gineta  de  España,  re- 
fundición del  que  antes  había  intitulado  De  la  naturaleza  del 
cavallo  (60),  y  pide  que  se  imprima?  Pues  incontinenti  se 
acuerda  que  D.  Melchor  Maldonado  dé  su  parecer  sobre  la 
utilidad  del  libro  «y  lo  que  será  bien  que  la  ciudad  ayude  para 
la  impresión»  (61).  Por  último,  para  ahorrar  de  ejemplos,  ¿soli- 
cita Juan  de  la  Cueva  que  se  le  costee  la  de  su  poema  intitu- 
lado Conquista  de  la  Bética?  Pues  el  cabildo,  conforme  con  el 
parecer  del  veinticuatro  D.  Juan  de  Arguijo,  acuerda  que  la 
dicha  obra  se  imprima  á  expensas  de  la  Ciudad  (62). 


de  Agüero  está  en  el  propio  Archivo  Municipal,  sección  3.^,  tomo  1 1,  núme- 
ro 77:  después  de  decir  que  habia  treinta  años  que  servia  á  Sevilla,  ofrece  el 
libro  á  la  ciudad  «con  gran  desseo  de  que  aun  después  de  mi  vida  le  quede 
á  V.  S.  quien  le  sirua  por  mi,  para  que  en  ningún  tiempo  pueda  volver  á  las 
tinieblas  en  que  la  ignorancia  de  la  cirugía  bieja  tenía  á  esta  ciudad.»  La  li- 
cencia real  se  obtuvo  por  diez  años,  á  favor  de  Sevilla  (Toledo,  13  de  julio  de 
1596).  Con  todo,  cuando  murió  el  autor,  aún  no  se  había  impreso  el  libro;  y, 
aunque  el  infausto  acaecimiento  aceleró,  por  lo  pronto,  las  diligencias  para 
efectuarlo,  no  salió  á  luz  hasta  el  año  de  1604.  Y  aun  los  diputados  de  este 
negocio,  como  ya  habia  fallecido  el  célebre  doctor  y  nada  podía  esperarse  de 
él,  propusieron  que,  habiendo  de  costar  1.200  ducados  la  impresión  de  mil 
cuerpos  del  libro,  se  ayudara  á  la  familia  sólo  con  600  ducados,  < y  podrá 
poner  lo  que  falta  su  muger  y  hijos,  pues  el  probecho  de  esta  impresión  les  a 
de  ir  á  ellos».  Con  este  parecer  se  conformó  el  cabildo  (5  de  junio  de  1598),  y 
así  se  explica  la  tardanza  de  la  publicación:  la  viuda,  D,^  Juana  de  Nurueña,  á 
quien  quedaron  cuatro  hijos,  todos  menores  de  edad,  excepto  la  hija  mayor, 
D.*  Ponciana,  mujer  del  Dr.  Francisco  Jiménez  Guillen,  no  era  nada  rica,  á 
juzgar  por  las  escrituras  que  conozco  referentes  á  ella  y  á  la  herencia  de  su 
marido.— Por  un  testamento  que  el  Dr.  Hidalgo,  estando  gravemente  enfer- 
mo, habia  otorgado  á  12  de  septiembre  de  1572  (Archivo  de  protocolos  de 
Sevilla,  oficio  i.°,  Diego  de  la  Barrera,  libro  3.°  del  dicho  año,  f.°  131),  cons- 
ta que  se  llamaba  su  madre  Marina  García  la  Toruna  y  que  su  mujer  era  hija 
del  jurado  Martín  de  Nurueña. 

(59)  Actas  capitulares,  cabildo  de  29  de  agosto  de  1594. 

(60)  Sevilla,  Fernando  Diaz,  1580. 

(61)  Actas  capitulares,  escribanía  I.^  cabildo  de    15   de  septiembre  de 

1597- 

(62)  Véase  Rodríguez  Marín,   El  Loaysa   de  *El  Celoso  Extremeño*, 
página  354,  nota. 


-  32  - 
Así  florecían  y  brillaban  esplendorosamente  las  ciencias, 
las  letras  y  las  artes  en  la  metrópoli  andaluza,  en  donde,  á 
mayor  abundamiento,  las  protegían,  con  hechos,  y  no  con 
palabras  hueras,  proceres  tan  cultos  como  poderosos.  Ciudad 
muy  opulenta  y  no  menos  generosa,  madre  amante  para  sus 
hijos,  y  aun  para  los  ajenos  que  se  le  ahijaban,  Sevilla  tenía 
siempre  las  pródigas  manos  prestas  á  derramar  liberalmente 
sus  tesoros,  y  así  vivía  rica  y  pobre  á  un  tiempo,  pues  su  di- 
nero pasaba  por  las  arcas  capitulares  como  las  aguas  por  el 
cauce  de  un  río  caudal:  sin  detenerse.  Y  aun  pedazos  de  su 
propio  suelo  dio  más  de  una  vez,  por  amor  de  Dios:  alguna 
de  ellas,  á  un  mendicante  opulentísimo;  á  quien  debajo  del 
sayal  tosco  de  fraile  franciscano  descalzo  tenía  el  sabrosísimo 
ál  del  elegante  escribir  y  del  profundo  saber,  especialmente 
como  psicólogo  y  moralista.  Aludo  á  Fr.  Juan  de  los  Angeles, 
á  quien  el  venerado  maestro  Menéndez  y  Pelayo  diputa  por 
cuno  de  los  más  suaves  y  regalados  prosistas  castellanos; 
cuya  oración  es  río  de  leche  y  mielt  (63).  Por  pocos  se  sabía 
hasta  ahora  que  este  admirable  escritor  místico  hubiese  per- 
manecido algún  tiempo  en  Sevilla,  y  nada,  sin  embargo,  es 
más  cierto.  En  Sevilla  estuvo,  á  lo  menos,  una  buena  parte 
de  los  años  1589,  90  y  91  (64);  él,  en  concepto  de  comisario 
del  ministro  provincial  de  la  de  San  José,  vio  los  sitios  en 
que  pudiese  edificarse  el  convento  de  San  Diego,  y  prefirió  á 


(63)  Historia  de  las  ideas  estéticas  en  España,  t.  II,  págs.  138-143. 

(64)  En  «Sant  Diego  de  Sevilla,  20  de  lullio  1589,»  firmó  la  dedicalori* 
de  sus  Trivmphos  del  amor  de  Dios  (Medina  del  Campo,  Francisco  del  Canto, 
M.D.XC,  pero  en  el  colofón,  1589).  El  lugar  y  la  fecha  de  esta  dedicatoria  no 
pugnan  sino  aparentemente  con  lo  que  diré  en  la  nota  que  sigue:  los  religiosos 
descalzos  de  San  Francisco,  de  la  provincia  de  San  Joseph,  babian  asentado  en 
Sevilla  por  los  años  de  1583,  si  bien  pasaron  los  primeros  een  una  heredad  de 
Baltasar  Brun,  al  pago  de  Cantalobos,  y  después  en  un  hospital  intitulado  de 
San  Gil,  junto  á  la  puerta  de  la  Macarena»  (Ortiz  de  ZúBiga,  Anales  de  Sevilla, 
tomo  IV,  pág  1 1  i).  A  este  Baltasar  Brun  de  Silveyra,  hombre  rico  y  piadoso, 
debió  muchas  mercedes  el  Dr.  Benito  Arias  Montano,  quien,  en  justo  recono- 
cimiento por  ellas,  año  y  medio  antes  de  su  muerte,  á  7  de  diciembre  de  1596, 
le  otorgó  escritura  de  donación  de  muchos  de  los  «ornamentos  y  retablos  y 
cosas  e  adere90s»  que  tenia  en  el  oratorio  de  su  heredamiento  de  Campo  de 
Flores  (al  sitio  en  que  hoy  se  halla  establecido  el  naanicomio  de  Miraflores, 


-  33  - 

todos  una  haza  de  la  Ciudad,  «que  está — decía  en  su  petición — 
á  la  puerta  de  Jerez,  hacia  San  Telmo»,  de  la  cual  pidió  tres 
ó  cuatro  aranzadas,  que  Sevilla  donó  muy  gustosamente,  ofre- 
ciendo y  pagando  asimismo  tres  mil  ducados  para  ayudar  á 
la  edificación  del  dicho  monasterio  (65).  Probable,  pues,  pa- 
rece que  en  la  ciudad  del  Guadalquivir,  escuchando  tal  cual 
vez  el  concertado  son  de  las  campanas  de  su  Basílica,  aspi- 
rando el  azahar  de  los  naranjos  y  limoneros  que  dentro  y 
fuera  de  la  población  embalsamaban  el  ambiente,  y  bajo 
aquel  cielo  purísimo,  que,  siendo  no  más  ni  menos  azul  que 
en  todas  partes,  por  dichosa  excepción  sobrepuja  en  alegre  y 
risueña  luz  al  de  cualquiera  otra  comarca,  escribiera  Fr.  Juan 
de  los  Angeles,  con  aquella  «maravillosa  dulzura  tan  angélica 
como  su  nombre»,  muchas  páginas  de  sus  Diálogos  de  la  Con- 
quista del  espiritual  y  secreto  reyno  de  Dios,  hermosísima  obra 
publicada  en  1595  {^6). 

fundado  por  la  Diputación  provincial).  He  aquí  algunas  de  las  cosas  que  donó 
el  sabio  hebraísta: 

«Una  ymagen  de  la  mad'elena,  grande,  dorada  y  estofada,  rrica  pie^a. 

Una  ymagen  de  santa  m."  la  mayor,  pintada  al  olio. 

Un  cristo  de  madera  con  cruz  negra  en  questá  puesto,  de  buen  artifiíio. 

Una  fuente  de  estaño,  ricamente  vaziada,  de  figuras. 

Un  misal  de  ynpresion  de  plantiao. 

Un  breviario  rrico  de  ynpresion  de  plantino. 
» 

(65)  De  la  petición,  que  se  conserva  original  en  el  Archivo  Municipal  de 
Sevilla,  legajos  de  autógrafos,  se  dio  cuenta  en  el  cabildo  de  23  de  septiembre 
de  1589,  nombrándose,  en  e!  del  25,  diputados  que  la  viesen  y  viesen  además 
el  sitio  indicado  por  Fr.  Juan  de  los  Angeles.  En  13  de  octubre  siguiente  se 
accedió  á  lo  pedido.  El  acuerdo  referente  á  los  3.000  ducados,  pagaderos  en 
tres  años,  se  tomó  en  cabildo  de  19  de  febrero  de  1590.  Tanto  durante  la  edi- 
ficación como  después  hubo  larga  historia,  y  mucho  pleito,  por  haberse  separa- 
do de  la  provincia  de  San  José  de  los  Descalzos  de  San  Francisco  otra  llama- 
da de  San  Gabriel,  adjudicándose  el  convento  de  San  Diego  á  esta  última,  á  lo 
cual,  como  patrón,  se  opuso  el  cabildo  de  la  Ciudad.  Con  tal  motivo,  en  el  acta 
del  cabildo  de  19  de  marzo  de  1591,  se  hace  nueva  mención  de  Fr.  Juan  de 
los  Ángeles,  como  aún  residente  en  Sevilla. — Claro  es  que  no  debe  confundirse 
á  este  Fr.  Juan  de  los  Angeles  con  otro  del  mismo  nombre,  dominico,  lector 
de  prima  del  convento  de  San  Pablo  de  Sevilla,  y  uno  de  los  aprobantes  (15  de 
octubre  de  1606)  del  libro  sobre  la  Vida  y  muerte  de  Fr.  Pablo  de  Santa 
María  (Sevilla,  Francisco  Pérez,  1607). 

(66)  Madrid,  Viuda  de  P.  Madrigal.— En  el  diálogo  VII,  §  XIV,  dice  al 
autor  su  discípulo:  «Predicando  un  día  á  una  missa  nueva  en  Sevilla,  dixiste 
sobre  aquellas  palabras  de  Cristo....» 


-54- 

Ni  aun  esta  honra  faltó  en  aquel  tiempo  á  la  insigne  Se- 
villa, según  Mateo  Alemán,  t patria  común,  dehesa  franca, 
ñudo  ciego,  campo  abierto,  globo  sin  fin,  madre  de  huérfanos 
y  capa  de  pecadores,  donde  todo  es  necesidad  y  ninguno  la 
tiene»  [óy);  y,  según  el  discretísimo  representante  Rojas  Vi- 
Uandrando  (68),  asiento  y  resumen  de  das  riquezas  de  Tiro, 
la  fertilidad  de  Arabia,  las  alabanzas  de  Grecia,  las  minas  de 
Europa,  los  triunfos  de  Tebas,  la  abundancia  de  Kgipto,  la 
opulencia  de  Escancia  y  las  riquezas  de  la  China.  V,  en  efecto, 
— añadió  andalucísimamente— si  los  siete  milagros  del  mundo 
se  encierran  en  España,  el  mundo  todo  se  encierra  dentro  de 
Sevilla.» 


(67)  Guzmdn  de  Al/arache,  parte  I,  libro  I,  cap.  II. 

(68)  El  Viaje  entretenido,  libro  I. 


II 


Para  que  el  mundo  entero  se  encerrase  y  como  compen- 
diase en  Sevilla,  necesario  era  que  en  esta  hermosa  ciudad, 
asiento  de  tantas  excelencias  y  exquisiteces,  hubiesen  hallado 
á  la  par  campo  abierto  y  franco  todos  los  vicios,  las  concu- 
piscencias todas.  Y,  en  efecto,  eso  había  sucedido;  porque, 
como  escribió  el  doctísimo  jesuíta  Juan  de  Mariana,  «entre  los 
grandes  y  muchos  bienes  que  la  paz  continuada  por  muchos 
años  acarrea  á  las  provincias  y  reinos....  nascen  y  se  mezclan 
algunos  males,  como  la  neguilla  y  malas  yerbas  en  los  sem- 
brados abundosos  y  frescos*  (i).  Basta  la  neguilla  del  ocio, 
que  es  tan  legítimo  hijo  de  la  riqueza  como  el  orgullo,  para 
dar  al  través,  en  sólo  medio  siglo,  con  la  sociedad  más  bien 
constituida  y  más  dichosa;  porque  el  ocio  buscará  solaz  y  es- 
parcimiento en  la  agradable  compañía  de  todos  los  vicios;  y 
éstos,  y  especialmente  la  dorada  y  destructora  polilla  del  lujo, 
debajo  de  sus  mil  formas,  consumirán  tanto  caudal,  que,  ó  so- 
brevendrá pronto  la  ruina,  ó  el  ir  reponiendo  lo  derretido  y 
aniquilado  quedará  á  cargo  de  la  desordenada  codicia  de  lo 
ajeno.  Y,  hecho  común  el  mal,  «tenga,  tenga,  y  venga  de  don- 
de venga»  será  el  lema  y  el  afán  de  casi  todos,   y  quedará  de 


(i)     Tratado  contra  los  juegos  públicos,  cap.  XII. 


-36- 

cristianismo  una  cascara  y  vana  apariencia,  y  se  verá  menos> 
preciada  la  virtud,  si  fuere  pobre,  como  lo  es  de  ordinario,  y 
se  ostentará  soberbio  y  entronizado  el  vicio,  porque  toda  vi- 
leza y  aun  todo  crimen  habrán  de  parecer  no  sólo  dignos  de 
perdón,  como  los  yerros  por  amare,  sino  hasta  merecedores 
de  enhorabuenas  y  aplausos,  con  tal  que  por  ellos  se  haya 
conseguido  la  opulencia. 

La  prosperidad  material  que  en  la  segunda  mitad  del  siglo 
XVI  gozaban  la  corte  y  algunas  ciudades  españolas  (pues  el 
resto  de  la  nación  vivía  en  la  estrechez,  cuando  no  en  la  mi  • 
seria)  fueron  causa  de  una  grandísima  relajación  de  las  cos- 
tumbres públicas  y  privadas.  En  esto,  como  en  otras  cosas, 
Sevilla  se  adelantó  á  muchas  poblaciones,  porque  siendo  ya 
muy  rica  antes  del  descubrimiento  del  Nuevo  Mundo,  fuélo 
inmensamente  más  luego  que  comenzó  á  inundarla,  p>or  su 
ancho  y  famoso  río,  aquel  otro  caudaloso  río  de  plata,  oro  y 
perlas  de  que  venían  henchidos  los  galeones  de  las  flotas  de 
Indias.  Vea  el  lector  por  qué,  apenas  mediada  aquella  centu- 
ria, el  hispalense  Gutierre  de  Cetina  pintaba  á  su  ciudad  natal, 
con  colores  vivísimos,  como  centro  de  corrupción  y  fraude. 
Escribía  á  su  amigo  Baltasar  de  León  (2): 

Ya  que  la  pluma  vuestra  me  convida 
A  que  de  la  ciudad  la  vida  os  cuente 
(Si  se  puede  llamar  con  razón  vida), 

Iré  en  suma  tocando  solamente 
Lo  general  que  en  público  se  muestra, 
Pues  lo  demás  decir  no  se  consiente. 

Aqui,  señor,  el  ciego  al  que  ve  adiestra; 
Mandan  los  que  aun  no  son  para  mandados, 
Todo  por  ceguedad,  por  culpa  nuestra. 

Los  que  gobiernan  son  los  gobernados, 
Y  si  no  de  soborno  de  interese, 
De  amigos,  de  parientes,  de  privados. 

Si,  como  en  Roma,  aquí  lícito  fuese 
Pasquín,  tal  vive  mal  que  viviría 
Mejor  cuando  su  historia  en  plaza  viese. 


(2)     HazaBasy  la  Rúa,  C>¿rrtíífdG'M//>rrí  ífí  C<r//Vfa  (Sevilla.  1 8qc)   t    IL 
págs.  127-131.  '       '"'        ^ 


-  37  - 

Aquí  la  emulación,  la  tiranía, 
La  envidia  y  la  pasión  hace  y  deshace 
Cuanto  ordena  la  falsa  hipocresía. 

Aquí  el  público  bien  se  satisface 
Sólo  con  platicar  y  proponerse; 
Mas  el  particular  es  el  que  aplace. 

Aquí  la  adulación  suele  meterse  (3) 
En  el  Sancta  sanctorum  y  la  triste 
Verdad  menospreciarse  y  esconderse. 

Aquí  no  calza  nadie  como  viste: 
No  conforman  los  dichos  con  los  hechos; 
La  disimulación  es  la  que  asiste. 

¿Qué  diré,  pues,  señor,  de  los  cohechos, 
Los  robos  y  maldades  de  escribanos, 
Sns  hurtos,  sus  diabólicos  provechos? 

Como  del  cuerpo  nacen  los  gusanos 
Que  el  mismo  cuerpo  triste  van  comiendo 
Se  comen  á  Sevilla  sevillanos. 

Aquí  se  gana  crédito  mintiendo; 
Gánase  la  amistad  lisonjeando, 
Y  viénese  á  perder  verdad  diciendo. 

Aquí  se  hacen  ricos  trampeando 
De  un  cambio  en  otro  cambio,  y,  sin  dinero, 
Grandes  riquezas  van  acumulando. 

Andan,  señor,  aquí  los  extranjeros 
Hechos  de  nuestra  sangre  sanguijuelas, 
Mudando  en  cambio  el  nombre  de  logreros. 

Aquí  (digo  verdad,  no  son  novelas) 
Veréis  por  caballeros  confirmados 
Hombres  que  vimos  ser  mozos  de  espuelas. 

Aquí  los  ricos  son  los  estimados; 
Los  nobles,  los  que  son  más  poderosos; 
Los  pobres,  los  pecheros  maltratados. 

Sabios  Uámanse  aquí  los  cautelosos; 
La  fraude  se  bautiza  por  prudencia; 
Los  que  traidores  son  llaman  mañosos. 

Aquí  un  letrado  hace  sin  licencia 
Diez  interpretaciones  diferentes 
De  una  sola  lección:  ¡ved  qué  conciencia! 

Aquí  la  behetría,  ni  d  parientes, 
Ni  á  consanguinidad  ni  á  deudo  mira: 
Venus  todos  los  llena  indiferentes. 

Ya  siento  que  me  vó  encendiendo  en  ira: 
Mejor  será  callar,  puesto  que  el  caso 
Á  escribir  más  satírico  me  tira. 


(3)  Las  palabras  que  debía  haber  en  lugar  de  las  subrayadas  faltaban,  por 
el  mal  estado  de  conservación,  del  códice  en  que  se  halla  esta  epístola;  y,  según 
nota  del  señor  Hazañas,  probó  á  suplirlas  su  amigo  D.  Francisco  Rodríguez 
Marín. 


-  38  - 

Es  de  conjeturar  que  casi  todos  los  males  que  con  severa 
pluma  enumeraba  Cetina  hubiesen  tenido  en  el  lujo  su  prin- 
cipal origen.  Ya  eran  pasados  para  España,  y  en  especial  para 
Sevilla,  aquellos  tiempos  en  que  el  rey  Enrique  IV,  al  invitar 
al  Conde  de  Niebla  para  unas  fiestas  que  se  habían  de  hacer 
en  la  corte,  le  encargaba  cque  llevase  su  jubón  de  puntas  y 
collar»,  notable  gala  entonces,  aunque  tales  collar  y  puntas  no 
eran  sino  «unas  muestras  angostas  de  terciopelo  ó  brocado 
en  el  cuello  y  bocamangas  de  un  jubón,  y  lo  demás  era  de 
lienzo  ó  de  mitán »  (4);  y  ya,  á  vivir  todavía  el  bonísimo  fray 
Hernando  de  Talavera,  primer  arzobispo  de  Granada  y  con- 
fesor de  la  Reina  Católica,  no  habría  podido  limitarse  á  re- 
probar, entre  otras  demasías  en  el  vestir,  tíos  excesos  en  las 
holandas  e  finas  bretañas  e  otros  liengos  costosos»  (5);  pues 
en  aquella  poco  lejana  sazón  «andaban  vestidas  las  gentes  tan 
llanamente,  que  no  traía  un  señor  de  diez  cuentos  de  renta  lo 
que  agora  [en  1553]  trae  un  escudero  de  quinientos  ducados 
de  hacienda»  (6). 

Así,  mientras  que  en  casi  toda  España,  por  los  años  de 
1558,  en  que  empezó  á  reinar  Felipe  II,  «no  permitía  la  abun- 
dancia tasa,  ni  la  moderación  en  los  trajes  término  por  le- 
yes...., y  las  hijas  asistían  á  la  continua  labor  de  sus  ajuares 
para  su  dote...,  y  vestían  las  mujeres  ropas  y  basquinas  de 
paño  frisado  y  grana,  y,  si  de  terciopelo,  servían  en  el  matri- 
monio de  abuela,  hija  y  nieta....»  (7),  en  Sevilla,  lustros  antes 
de  aquella  fecha,  recién  pasado  el  primer  tercio  del  siglo,  los 
hombres  se  vestían  de  paños  de  á  dos  y  tres  ducados  la  vara, 


(4)  Entremés  de  los  Mirones,  apud  Varias  obras  inéditas  de  Cervantes 
(Madrid,  1874),  publicadas  por  D.  Adolfo  de  Castro,  pág.  55. 

(5)  Solazoso  y  provechoso  tractado  contra  la  demasia  de  vestir  y  de  cal' 
zar  y  de  comer  y  de  beber,  cap.  XIV;  en  la  Breve  z  muy  provechosa  doctrina 
de  lo  que  debe  saber  todo  Cristiano,  con  otros  Tratados  muy  provechosos.... 

(6)  Antonio  de  Torquemada,  Los  Coloquios  satíricos,  con  un  Coloquio 
pastoril...  (Mondoñedo,  Augustin  de  Paz,  1553),  f."  102. 

(7)  Cabrera  de  Córdoba,  Historia  de  Felipe  II,  edición  de  1876,  t.  I, 
págs.  49-50. 


-  39  - 

y  usaban  en  los  jubones,  sayos,  calzas  y  zapatos,  carmesí,  ter- 
ciopelo, raso  de  tafetán,  chamelotes,  fustelas  y  estameñas, 
seda  sobre  sedas,  y  había  calzas  que  costaban  cuarenta  y  cin- 
cuenta ducados;  y  las  sevillanas  más  ricas  usaban  trajes  de 
mantos  de  paños  finos  largos,  y  de  raso,  y  de  tafetán,  y  de 
sarga,  y  traían  sayas  á  la  francesa,  ó  serranas,  ó  flamencas,  ó 
portuguesas,  como  solían  ser  las  tocas  y  cofias,  y,  en  fin,  sa- 
yas de  carmesí,  y  terciopelo,  y  raso,  y  tafetán,  y  estameña,  y 
de  paños  de  todos  colores,  con  muy  ricas  tiras  de  seda  (8).  Cin- 
cuenta años  después  escribía  Morgado,  en  su  Historia  de  Se- 
villa (9):  «Los  ciudadanos  visten  comúnmente  rajas,  cariseas, 
gorgorán,  filete,  lanillas,  buratos  y  terciopelados.  Ninguna 
mujer  de  Sevilla  cubre  manto  de  paño:  todo  es  buratos  de  se- 
da, tafetán,  marañas,  soplillo,  y,  por  lo  menos,  añascóte.  Usan 
mucho  en  el  vestido  la  seda,  telas,  bordados,  colchados,  re- 
camados y  telillas;  las  que  menos,  jarguetas  de  todos  colores. 
El  uso  de  sombrerillos  las  agracia  mucho,  y  el  galano  toquejo, 
puntas  y  almidonados.  Usan  el  vestido  muy  redondo,  précian- 
se  de  andar  muy  derechas  y  menudo  el  paso,  y  assí,  las  haze 
el  buen  donayre  y  gallardía  conocidas  por  todo  el  Reyno,  en 
especial  por  la  gracia  con  que  se  loganean,  y  se  atapan  los 
rostros  con  los  mantos,  y  miran  de  un  ojo.  Y  en  especial  se 
precian  de  muy  olorosas  y  dé  toda  pulicía,  y  galanterías  de 
oro  y  perlas.»  Así  un  poeta  anónimo  de  aquel  tiempo  aconse- 
jaba á  cierta  joven: 

Sé  sivillana  en  limpieza, 
Cortesana  en  el  vestir, 
Toledana  en  el  hablar, 
Irlandesa  en  el  pedir  (10). 

Y  así  Lope  de  Vega,  por  boca  de  uno  de  los  interlocutores  de 


(8)  Luis  de  Peraza,  Historia  de  la  Imperial  ciudad  de  Sevilla^  década 
II,  libro  II,  cap.  VIII.  Ms.  existente  en  la  Biblioteca  Capitular  y  Colombina, 
A4,  442,11. 

(9)  Pág.  142  de  la  reimpresión  moderna. 

(10)  Biblioteca  Nacional,  Ms.  3.890,  f.»  24,  romance  que  empieza: 

Niña,  si  de  tu  hermosura... 


-  40  — 

La  Dorotea  (ii),  encareciendo  la  facilidad  con  que  quien  iba 
á  Sevilla  se  olvidaba  allí  del  resto  del  mundo:  cSí,  en  verdad; 
Sevilla  es  para  eso:  eso  dizen  de  la  hermosura  de  sus  damas, 
y  aquellas  bocas  desenfadadas,  donde  tan  lindos  dientes  bri- 
llan, que,  como  de  las  Indias  traen  perlas  á  Kspafta,  pueden 
ellas  enviar  perlas  á  las  Indias.  [Pues  el  río  es  bobo,  para  no 
ser  el  del  olvido!» 

Dice  un  añejo  refrán  (que  no  olerá  bien  a  algunos,  porque 
huele  á  antigua  cocina  española,  y  no  á  menú  de  lo  de  hoy) 
que  fel  tocino  hace  la  olla,  el  hombre  la  plaza,  y  la  mujer  la 
casa»;  pero  como  de  la  casa  son  el  hombre  y  la  olla,  es  visto 
que  viene  á  hacerlo  todo  la  mujer.  Empecemos,  pues,  por  ella 
este  ligero  esbozo  de  la  relajación  de  las  costumbres  sevillanas 
en  los  últimos  lustros  del  siglo  XVI,  y  quede  asentado  de  aho- 
ra para  en  adelante  que  cuanto  yo  diga  en  esta  parte  de  mi 
estudio  no  reza  con  las  excepciones,  que  dejo  á  salvo,  sino 
con  la  regla  general,  y  que,  como  el  lector  irá  echando  de 
ver,  Sevilla,  en  punto  á  corrupción  de  todas  clases,  se  halló 
entonces  en  el  propio  estado,  poco  más  ó  menos,  que  otros 
grandes  centros  de  población,  si  bien  excediera  á  todos  en  el 
desbarajuste  y  mal  gobierno  de  la  ciudad. 

El  labrar  las  casas  á  la  calle  con  «tanto  ventanaje  de  re- 
jas y  gelosías»  ciertamente  que  haría  grande  entretenimiento 
de  autoridad,  como  escribió  Morgado,  por  las  infinitas  damas 
que  las  honraban  con  su  graciosa  presencia;  pero  así  dejaron 
de  estar,  como  debían  ellas  y  los  azores,  con  las  espaldas 
hacia  el  sol,  contra  lo  que  enseñaba  un  antiguo  refrán  antife- 
minista, y  de  esto  se  siguieron  tres  males  gravísimos,  convie- 
ne á  saber:  las  mujeres  dejaron  de  ocupar  en  las  labores  pro- 
pias de  sus  casas  todo  el  tiempo  que  gastaban  en  honrar  con 
su  graciosa  presencia  el  ventanaje;  para  ostentarse  tan  á  me- 
nudo ante  los  extraños  hubieron  menester  más  atavío  y  más 


(II)     La  Dorotea,  acción  en  prosa...  (Madrid,  Imprenta  del  Reyno,  1632), 
acto  II,  esc.  2.^. 


—  41  — 

costosas,  galas  que  para  estar  entre  sus  maridos,  hermanos  y 
deudos;  y  con  las  frecuentes  ocasiones  sobrevinieron  peligros 
que  sin  ellas  no  habría  habido  que  temer;  pues  de  sola  la 
chispa  de  un  mirar  suele  originarse  grande  incendio,  sobre 
todo,  cuando  la  aviva  el  soplo  de  una  palabra  provocativa,  de 
esas  que,  dichas  una  vez,  el  diablo  se  encarga  de  repetir  diez 
veces.  «¿Dónde  están  aquellos  dorados  tiempos? — preguntaba 
el  hispalense  Francisco  de  Luque  Fajardo,  beneficiado  de 
Pilas,  muy  á  principios  del  siglo  XVII  (12).— ¿Dónde  la  lla- 
neza, encerramiento  y  virtudes  de  las  mujeres,  cuando  no  era 
gallardía  como  ahora  hazer  ventana  con  desenvoltura?  ¿Adon- 
de está  el  encogimiento  honestíssimo  que  tenían  las  donzellas, 
arrinconadas  hasta  el  día  de  su  desposorio,  cuando  apenas 
tenían  noticia  dellas  los  más  cercanos  deudos?  Ahora,  empe- 
ro, todo  es  burlería,  el  manto  al  hombro,  frecuencia  de  visi- 
tas; no  hay  recato,  ni  se  guarda  el  decoro  á  las  mayores; 
apenas  ha  salido  de  infancia  la  donzella,  cuando  haze  docena 
entre  casadas;  ya  las  niñas  dan  principio  á  las  conversacio- 
nes...» (13).  Y  las  casadas,  por  andar  libres  como  las  mozas  y 
por  conservar  algunos  añetes   más  el  barnicillo  de  la  efímera 


(12)  Fiel  desengaño  contra  la  ociosidad  y  los  juegos...  (Madrid,  1603, 
f."   189  V.to) 

(13)  Más  cabal,  por  lo  mismo  que  más  desenfadadamente  que  Luque  Fa- 
jardo, lo  había  escrito  en  1578,  estando  en  la  ciudad  del  Betis,  el  rondeño  Vi- 
cente Espinel  (Sátira  contra  las  damas  de  Sevilla,  publicada  en  la  Revista 
de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos,  pág.  413  del  tomo  de  1904): 

¡Oh  siglo  de  oro  donde  era  señora 
La  sencillez  del  trato  y  la  nobleza 

Y  de  hidalgos  pechos  poseedora! 
Andaba  la  mujer  con  gran  llaneza, 

Fuera  de  los  regalos  y  deleites, 
Sin  mirar  por  el  garbo  ó  gentileza. 
Pulla  le  parecía  traer  afeites, 

Y  agora  no  se  trata  en  otra  cosa 
Sino  en  zetrinos,  mudas  y  en  azeytes. 

Su  mayor  risa  y  cura  más  gustosa 
Era  tratar  de  Pedro  de  Urdemalas 
Una  conseja  larga  y  enfadosa. 

No  se  les  levantaban  más  las  alas 
De  un  tiznado  jugar  de  papasales. 
Sin  temor  de  ensuciar  también  las  galas. 

Juntábanse  en  los  coros  virginales 
y  con  algún  psalteño  ó  pando  adufe 
A  un  son  bailaban  bailes  desiguales. 


-  42  - 
hermosura,  negábanse  á  dar  el  pecho  á  sus  hijos,  como  ad- 
vertía el  carmelita  sevillano  Fr.  Juan  de  las  Rucias  (14):  «Ya 
se  tiene  por  punto  de  honra  no  criar  las  madres  á  los  hijos 
que  paren,  sino  darlos  á  otras  que  los  críen,  cosa  que  los 
animales  no  hazen,  como  la  experiencia  enseña.» 

¿Y  en  lo  que  toca  al  lujo?  •Ya, — escribía  Fr.  Juan  de  la 
Cerda  en  su  Lt'dro  intitulado  Vida  política  de  todos  los  estados 
de  mtigeres  (15)— ya  no  le  agrada  tanto  lo  galano  y  hermoso 
como  lo  preciado  y  costoso.  Y  ha  de  venir  la  tela  de  Flandes, 
y  el  ámbar,  de  cabo  del  mundo,  que  bañe  el  guante  y  la  cuera. 
Y  aun  el  calzado  ha  de  ser  oloroso  y  vistoso,  porque  en  él 
tiene  de  reluzir  el  oro  también  como  en  el  tocado.  El  manteo 
ha  de  ser  más  bordado  que  la  basquina.  Todo  nuevo,  todo 
hecho  de  ayer,  para  vestirlo  hoy  y  arrojarlo  tnaAana.  El  gas- 
to de  los  hombres  suele  ser  en  cosas  de  provecho,  en  pose- 
siones y  preseas;  mas  el  de  las  mujeres,  todo  en  ayre,  porque 
no  vale  ni  luze:  en  guantes  y  en  volantes;  en  pebetes  y  cago- 
letas;  en  azabaches,  vidrios  y  musarañas.  Y  algunas  vezes  no 
gasta  tanto  en  libros  un  letrado  como  alguna  dama  en  enru- 
biar sus  cabellos.»  Y  más  adelante:  «.,..  en  una  mujer  atavia- 
da se  ve  un  mundo:  mirando  los  chapines,  se  verá  á  Valencia; 


No  le  lufría  lo  que  agón  sufre: 
Que  anduviese  la  crencha  y  la  melena 
Oliendo  á  un  sucio  olor  de  piedrazufre. 

No  había  entonces  doña  Berenjena, 
Doña  Fáfula  Ordz  ni  doña  Paula, 
Sino  Francisca,  Paula,  Minga,  Elena. 

No  eran,  en  naciendo,  tordo  en  jaula, 
Ni  gastaban  los  años  de  puericia 
En  las  historias  de  Amadis  de  Caula. 

Mucha  simplicidad,  poca  malicia 
Había  en  aquel  tiempo  en  las  mujeres; 
Del  ajeno  interés  poca  cudicia. 

Pasábase  del  mundo  los  placeres 
La  doncellica  convertida  en  mielga, 
Sin  gastar  una  blanca  de  alfileres. 

Y  en  la  noche  que  agora  más  se  güelga, 
Le  dezía  la  triste  á  su  marido; 
•Desposado,  <quc » 


No  copiaré  la  inocentona  pregunta:  el  lector  se  la  figurará,  por  poco  malicioso 
que  sea,  ya  que  el  consonante  la  está  pidiendo. 

(14)     Hermosura  corporal  de  la  Madre  de  Dios  (Sevilla,  Diego  Pérer., 
162 i),  f.o  134  v.'" 

{15)    Alcalá  de  Henares,  Juan  Gradan,  1599,  f.*  471  v."» 


-  43  - 

en  el  oro  de  la  faldilla  y  basquinas,  á  Milán;  en  la  seda,  á 
Florencia;  en  el  agnus  y  las  demás  reliquias,  á  Roma;  en  las 
buxerías  y  brinquiños  de  vidrio,  se  verá  á  Venecia;  en  las 
perlas  y  corales,  á  las  Indias  Occidentales;  en  los  suaves  olo- 
res, á  las  Orientales;  en  los  liengos,  á  Flandes  y  á  Inglaterra; 
de  suerte  que  es  un  mapa  del  mundo,  donde  se  ven  reunidas 
las  mayores  partes  déU  (i6). 

De  afeites  no  se  diga:  opúsculo  y  no  párrafo  podría  es- 
cribirse sobre  los  que  usaban  las  mujeres  en  el  tiempo  á  que 
me  refiero;  básteme,  pues,  con  citar  otras  palabras  de  Fr.  Juan 
de  las  Ruelas,  también  copiadas  de  su  agradable  libro  intitu- 
lado Hermosura  corporal  de  la  Madre  de  Dios,  que,  aunque 
impreso  en  162 1,  fué  escrito,  según  dice  su  autor  en  el  prólo- 
go, desde  el  año  1598  al  1608:  «Dexa  esta  dotrina  declarado 
cuan  poca  hermosura  se  halla  en  el  día  de  hoy,  principalmente 
entre  mujeres,  en  quien  si  se  ve  un  cuerpo  alto,  ayuda  una 
buena  parte  la  altura  del  chapín;  si  en  su  rostro  hay  un  color 
rosado,  házese  con  su  artificio,  traga  é  industria  de  sus  ungüen- 
tos y  carmines.  Si  sale  dellas  resplandor,  creo  que  lo  debe  de 
causar  el  alcanfor  y  solimán.  Si  el  cabello  es  dorado,  dalo  tal 


(16)  Folio  478. — Es  parecida,  y  muy  curiosa,  la  enumeración  que  no  pocos 
años  después  hizo  Rojas  Zorrilla  en  su  comedia  Peligrar  en  los  remedios,  jor- 
nada I.  He  aqui  lo  que  llevaba  encima  una  mujer: 

Bofetón.  Todo  lo  que  es  necesario 

Para  vivir  trac  con  ella: 
Pabellón  para  el  verano, 

Y  para  el  invierno,  esteras; 
Sábanas  en  las  enaguas, 

Y  para  colchones,  felpa; 
Para  cubrir,  guardainfante, 
Y,  por  si  está  de  pendencia, 
Trae  en  la  cabeza  espada 

Y  en  la  cotilla  defensa; 
Para  hacer  caza  mayor. 
Redes  por  valona  y  vueltas; 
Jaula  para  pajaritos; 

Para  gallinas,  pollera; 
Para  dar  coz,  ponleví; 
En  el  zapato,  una  prensa; 
Los  guantes  para  pedir; 
Espejo  es  su  cara  mesma; 
En  las  bandas  y  listones. 
Manillas,  sortijas,  trenzas, 
Colonias,  cintas  y  vidrios, 
Trae  bien  cumplida  una  tienda. 


-  44  - 

el  enrubio  y  rasuras  que  se  dan.  Si  los  dientes  blancos,  gracias 
á  quien  inventó  los  polvillos.  Si,  finalmente,  tienen  sus  miem- 
bros bien  proporcionados,  buena  parte  se  debe  á  quien  les 
corta  de  vestir,  por  donde  se  han  subido  tanto  en  nuestro 
tiempo  las  hechuras  como  en  aftos  estériles  y  de  carestía  el 
pan»  (17). 

Pero  lo  peor  de  esta  demasía  en  el  vestir,  en  el  acicalar- 
se y  afeitarse,  era  que  todo  ello  tenía  por  motivo  más  la  lasci- 
via que  la  mera  vanidad;  por  donde  las  honras  que  no  pere- 
cían, á  lo  menos  peligraban,  que  era  como  una  víspera  del 
perecer.  Así  el  chispeante  agustino  Fr.  Juan  Farfán,  ingeniosí- 
simo en  sus  chistes,  que  llegaron  á  ser  proverbiales  en  Sevilla, 
dijo  en  un  sermón,  según  referencia  del  insigne  poeta  don 
Juan  de  Arguijo:  •  Turbata  est  in  sermones  ejus.  Era  tal  la 
honestidad  de  la  Virgen,  que  no  podía  dar  fe  de  los  rostros 
que  tenían  los  varones;  pero  estas  señoras  de  nuestros  tiem- 
pos, fe,  esperanza  y  caridad»  (18).  A  tal  libidinosa  predispo- 
sición debía  de  contribuir  no  poco  la  grande  frecuencia  con 
que  las  mujeres  sevillanas  acudían  á  los  baños  públicos:  «Mu- 
jer conozco  yo  en  Sevilla  —hacía  decir  Rojas  Villandrando  á 
uno  de  los  interlocutores  de  El  Viaje  entretenido— c^^  todos 
los  sábados  por  la  mañana  ha  de  ir  al  baño,  aunque  se  hunda 
de  agua  el  cielo.»  Y  respóndele  picarescamente  otro  interlo- 
cutor: «Por  ésa  se  dijo:  la  que  del  baño  viene,  bien  sabe  lo 
que  quiere»  (19).  Y  amén  de  esto  y  de  ser  por  todo  extremo 
supersticiosas  y  andar  provistas,  ellas  y  sus  niños,  de  amuletos 


(17)  Folio  44  v.'o 

(18)  Cuentos  recogidos  por  D.  Juan  de  Arguijo:  Paz  y  Meüa,  Sales 
españolas,  t.  II,  pág.  141  (Biblioteca  de  Escritores  Castellanos). 

(19)  Libro  I.— He  aquí  lo  que  de  esta  materia  dice  Morgado  (Historia 
de  Sevilla,  pág.  142  de  la  edición  moderna:  «Usan  mucho  los  bafios,  como 
quiera  que  ay  en  Sevilla  dos  casas  dellos,  ios  unos  en  la  collación  de  San  Ile- 
fonso,  junto  á  su  iglesia,  y  los  otros  en  la  collación  de  San  Juan  de  la  Palma, 
que  han  permanecido  en  esta  ciudad  desde  el  tiempo  de  Moros....  No  pueden 
entrar  los  hombres  en  estos  baños  entre  día,  por  ser  tiempo  diputado  solamen- 
te para  las  mujeres...  A  las  grandes  salas  donde  se  bañan  salen  sus  caños,  que 
corren  de  agua  caliente,  y  también  fría.  Con  la  qual  y  cierto  ungüento  que  se 


-  45  - 

tales  como  manos  de  tejones,  higas  de  azabache,  cuentas  de 
leche  y  cuernecillos,  bien  de  coral  ó  bien  de  peonia  (20),  ha- 
bíanse hecho  interesadas  y  codiciosas,  hasta  en  materia  de 
amor,  en  la  cual  siempre  la  liberalidad  estuvo  en  todo  su 
punto.  Como  años  después,  Quevedo,  sin  faltar  á  la  verdad, 
habría  podido  escribir  en  1600: 

Gastó  el  viejo  Amor  en  viras, 
Mas  no  en  virillas  de  plata; 
Brincos  se  daban  saltando, 
Y  hoy  se  compran  y  se  pagan  (21). 

Hasta  al  juego  solían  entregarse  las  sevillanas  por  aquel  en- 
tonces: «No  supo  Moya  tanta  Arismética  cuanta  ellas  saben 
en  el  naype»,  decía  Luque  Fajardo  (22),  é  indicábalo  asimis- 
mo el  padre  Ruelas:  «...porque  precian  más  el  baile  deshones- 
to, la  respuesta  á  punto,  la  guitarra  en  las  manos,  con  canta- 
res lascivos  en  la  boca  y  los  naypes  en  la  faltiquera,  que  el 
estar  recogidas,  calladas  y  entretenidas  en  exercicios  vir- 
tuosos» (23). 

Á  este  andar  iba  todo  en  Sevilla:  para  mantener  aquel 
lujo  y  aquel  ocio,  y  añadirles  competente  número  de  criados, 


les  da  refrescan  y  limpian  sus  cuerpos,  sin  que  se  extrañe  en  Sevilla  el  yrse  á 
bañar  unas  y  otras  damas,  quando  no  quieran  yr  disimuladas,  por  ser  este  uso 
en  ella  tan  de  tiempo  inmemorial.» 

(20)  Del  inventario  de  los  bienes  que  quedaron  por  muerte  de  Salvador 
Gómez,  platero,  collación  de  Santa  Maria,  entresaco  las  partidas  siguientes 
(Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  of."  11,  Gaspar  Romano,  libro  i."  de  1572, 
f.'  1.084): 

«Vn  engasto  de  mano  de  tejón  de  plata. 

Veynte  y  quatro  pares  de  higas  engastonadas  de  plata  en  dos  papeles, 
y  mas  otros  quince  pares  de  higuitas  de  azabache  engastonadas  de  plata. 
Vn  hilito  de  higas  pequeñas  de  azabache  por  engastonar  que  abrá  como 
quatro  dozenas. 

diez  y  ocho  coralitos  pequeños  engastonados  en  plata. 

cinco  piedras  de  leche  engastonadas  en  plata. 

y  más  seys  manos  de  tejón  engastonadas  en  plata  y  más  dos  peonías. 

y  más  quatro  peonías  engastonadas  en  plata.» 

(21)  El  Parnaso  Español,  Musa  VI,  romance  que  empieza: 

Los  médicos  con  que  miras... 

(22)  Obra  citada,  f."  188  v.'°- 

(23)  Obra  citada,  f.°  26, 


—  46  — 
y  vivir  ios  hombres  disipadamente,  y,  lo  que  aún  era  peor, 
sostener  la  competencia  y  lucha  con  otras  familias  también 
ostentosas,  y  no  ser  menos  que  ellas,  todo  era  poco.  Había 
que  ser  rico  á  todo  trance,  y  el  fin  importaba;  no  los  medios. 
iTratan  solamente  de  augmentar  sus  haciendas  y  de  sus  par- 
ticulares intereses,  para  que  no  falte  con  que  servir  á  la  gula 
ni  al  vientre,  cuyos  esclavos  se  han  hecho  de  tal  manera 
—observaba  el  padre  Mariana  (24)— que  no  dejan  pasar  punto 
ni  hora  sin  ocuparse  en  deleites  y  torpezas.»  «Crece  la  autori- 
dad con  el  dinero,  y  la  fama  de  pobre  hasta  en  los  reyes  men- 
gua la  reputación»,  escribía  Setanti  entrado  el  siglo  XVII  (25). 
A  revivir  el  regocijado  arcipreste  que  compuso  el  Libro  de 
Buen  amor,  habría  repetido  aquel  su  apotegma: 

«Por  dinero  fase 

Omen  quanto  piase»  (26), 

Ó  aquellos  otros  (27): 

Do  son  machos  dineros  es  macha  bendición. 

Por  todo  el  mundo  anda  su  sarna  e  su  tinna; 
Do  el  dinero  juega,  alli  el  ojo  guinna... 

Por  esto  afirmaba  Alemán,  conocedor  expertísimo  de  la  vida: 
«Cuando  fueres  alquimia,  eso  que  reluciere  de  ti  será  vene- 
rado. Ya  no  se  juzgan  almas,  ni  más  de  aquello  que  ven  los 
ojos.  Ninguno  se  pone  á  considerar  lo  que  sabes,  sino  lo  que 
tienes;  no  tu  virtud,  sino  tu  bolsa;  y  de  tu  bolsa  no  lo  que 
tiene,  sino  lo  que  gastas»  (28).  Preciso  era,  pues,  gastar 
mucho;  y  para  gastarlo,  tenerlo;  y  para  tenerlo....,  cualquier 
cosa,  á  cierra  ojos.  Allí  estaban  los  tableros  de  juegos  de 
naipes,  en  donde  se  podía  probar  fortuna  cada  día  y  cada 


(24)  Tratado  contra  los  juegos  públicos,  cap.  XXVI. 

(25)  Centellas  de  varios  conceptos,  á  continuación  de  los  Aphorismos 
sacados  de  la  historia  de  Publio  Cornelio  Tácito  por  el  Dr,  Benedicto  Arias 
Montano...  (Barcelona,  Sebastián  Matevat,  1614). 

(26)  Copla  1.016. 

(27)  Coplas  464  y  siguientes. 

(28)  Guzmán  de  Alfarache,  parte  11,  libro  II,  cap.  VTI. 


-  47  - 

hora,  aunque,  ya  adeudados  y  empeñados,  fuese  fuerza  jugar 
las  cabalgaduras,  la  plata  de  las  mesas,  y  aun  las  mismas  ar- 
mas, que  al  cabo  al  cabo  para  nada  servían  no  teniendo  cerca 
á  más  infieles  que  á  sí  propio  (29).  Allí  estaban  aquellas  jóve- 
nes feas  á  quienes  sentenciaban  sus  padres,  «á  costa  de  sus 
haziendas,  en  los  cincuenta  ó  sesenta  mil  ducados,  para  que 
las  quieran  por  mujeres;  que  las  que  carecen  deste  bien  [del 
de  la  hermosura]  es  necesario  dorarlas,  como  pildoras,  para 
que  se  puedan  passar»  (30).  Y,  á  turbio  correr,  ancho  campo 
había  en  Sevilla  para  los  abiertos  de  genio  y  no  cerrados  de 
conciencia,  y  ¿quién  puso  puertas  al  campo?  ¡A  la  arrebatiña, 
como  pelones  en  bautizo,  había  de  andar  un  hombre,  si  me- 
nester fuera,  para  enriquecerse!  Pues  ¡buen  caldo  hace  una  hi- 
dalguía! ¡Buen  manjar  blanco  una  acrisolada  honradez!  ¡To- 
do, menos  ser  pobres! 

Ni  había  que  pensar,  sino  para  llorarlas  por  perdidas,  en 
las  graves  y  varoniles  costumbres  de  otros  tiempos.  A  todo 
andar  los  hombres  iban  dejando  de  parecer  tales.  Aludiendo 
á  año  no  más  remoto  que  el  de  1571,  en  que  se  dio  la  gloriosa 
batalla  de  Lepanto,  decía  el  gran  Lope,  por  boca  de  uno  de 
los  personajes  de  La  Dorotea,  escrita  aún  no  cuatro  lustros 
después:  «Entonces  sí  que  se  buscaban  las  espadas  de  filos 
negros  para  robustas  manos,  y  nó  moldes  vergonzosos  para 
cabellos  viles»  (31).  Y  después,  muy  á  los  comienzos  del  siglo 
XVII,  tratando  de  los  «hombres  afeminados,  gente  delicada, 
que  no  saben  sufrir  por  Dios  un  papirote»,  escribía  Fr.  Juan 
de  los  Ángeles,  con  santa  y  hermosa  libertad:  «Destos  está  el 
mundo  lleno;  todos  los  más  del  son  muñecos,  mujeriles,  fla- 
cos, sin  virtud  y  sin  ser  de  hombres:  ya  se  afeitan  y  se  pulen 
como  mujeres,  y  se  hazen  traer  en  sillas,  y  se  miran  y  com- 


(29)  Fr.   Pedro  de  Cobarrubias,   Remedio  de  Jugadores...  Nueuamente 
añadido  y  enmendado...  (Salamanca,  Juan  de  Junta,  M.DXLIII),  f."  LV. 

(30)  Fr.  Juan  de  las  Ruelas,  Hermosura  corporal  de  la  Madre  de  Dios^ 
f."  3  v.'"  . 

(31)  Acto  II,  escena  4." 


-  48  - 

< 
ponen  al  espejo,  y  presto  se  pondrán  almirantes,  y  arandelas, 

y  copetes,  y  ruecas  en  las  cintas,  porque  ya  les  cansan  las 
espadas,  y  el  tratarles  de  cosas  de  caballerías  y  armas  son 
para  ellos  pueblos  en  Francia»  {32). 

Perdido  el  tiento  á  la  virtud,  andaba  todo  tal,  que  más 
valiera  que  corriese,  para  que  pasara  pronto.  Porque  siendo 
oro  lo  que  oro  vale,  no  solamente  por  los  dineros  faltaban  los 
degenerados  hombres  á  sus  deberes  y  á  los  que  les  imponían 
sus  cargos  y  oficios,  sino  también  por  présenles  de  joyas,  de 
vestidos,  y  aun  de  cosas  de  comer;  y  por  encargos  ó  ruegos 
de  personas  que  otro  día  pudieran  hacer  el  copete  á  quien 
hoy  les  hiciera  la  barba;  y  por  súplicas  y  exigencias  de  Ve- 
nus, allanada  á  trocar  favores  con  Astrea,  ó  con  el  diablo 
mismo.  cLos  dos  polos  que  mueven  este  orbe  son  dones  y  do- 
fias»,  escribía  el  Ldo.  Porras  déla  Cámara,  en  1601,  al  carde- 
nal D.  Fernando  Niño  de  Guevara,  enterándole  de  lo  que  era 
Sevilla,  para  cuya  sede  arzobispal  estaba  elegido.  «¡Qué  de 
facinorosos  se  quitan  de  la  horca,  qué  de  maldades  se  encu- 
bren, qué  de  cosas  se  alcanzan,  y  qué  de  hombres  se  huma- 
nan por  mujeres  hermosas!»  exclamaba  con  gentil  desenfado 
el  sobredicho  padre  Ruelas  (33).  Sin  gozar  de  fuero  eclesiás- 
tico, aún  más  francamente  se  expresaba  el  insigne  sevillano 
autor  de  Guzmán  de  Alf atache  (34):  «En  causas  criminales, 
donde  la  calle  de  la  justicia  es  ancha  y  larga,  puede  con  mu- 


(32)  Lucha  espiritual  y  amorosa  entre  Dios  y  el  alma  (Valencia,  Patri* 
cío  Mey,  1602),  dedicatoria. 

(33)  Ruelas,  obra  citada,  f°  10  v.'°. 

(34)  Parte  II,  libro  II,  cap.  I  [I.— Y  aBade,  poco  más  abajo:  tConocí  á 
un  juez  á  quien  habiéndole  pagado  un  mercader  muy  bien  una  sentencia,  con 
ánimo  de  asombrar  con  ella  su  parte  contraria  para  que,  temeroso,  acetase  un 
concierto,  y  diciéndoie  un  su  particular  amigo  que  lo  supo  que  cómo  tan  con- 
tra tan  evidente  justicia  sentenciaba,  respondió  que  no  importaba,  pues  habla 
superiores  que  le  desagraviarían;  que  no  quería  perder  lo  que  le  daban  de 
presente.  Derreñeguen  de  un  fallo  destos  á  carga  cerrada,  que  más  verdadera- 
mente se  puede  llamar  fallo  de  presente  indicativo,  pues  engaña  y  no  juzga.» 
Y  parece  que  no  advirtió  Mateo  Alemán  que  había  jugado  no  sólo  del  voca- 
blo/a//o,  sino  de  la  frase  entera,  pues  t\  fallo  á  que  acababa  de  referirse  fué 
de  presente  (de  regalo),  indicativo  de  la  sinvergonzoneria  del  juez. 


-  49  - 

cha  facilidad  ir  el  juez  por  donde  quisiere,  ya  por  la  una  ó 
por  la  otra  hacera,  ó  echar  por  medio.  Puede  francamente 
alargar  el  brazo  y  dar  la  mano,  y  aun  de  manera  que  se  le 
quede  lo  que  pusiéredes  en  ella;  y  el  que  no  quisiere  perecer, 
dcyselo  por  consejo:  que  al  juez,  dorarle  los  libros;  y  al  escri- 
bano, hacerle  la  pluma  de  plata,  y  echaos  á  dormir,  que  no  es 
necesario  procurador  ni  letrado.»  «Ninguna  administración 
de  justicia;  rara  verdad;  poca  vergüenza  y  temor  de  Dios; 
menos  confianza;  ninguno  alcanza  su  derecho  sino  comprán- 
dolo», advertía  con  donairoso  laconismo  el  Ldo.  Porras  en  su 
aludida  carta,  que  en  1900  publicó  la  Revista  de  Archivos, 
Bibliotecas  y  Museos,  t  Todos  tratan  como  se  venda  la  justicia 
— escribía  Luque  Fajardo  (35);  —no  hay  ley  que  valga,  fuero 
que  se  cumpla,  premática  que  se  guarde,  ni  hay  favor  como 
un  real  de  á  ocho,  doblón  ó  escudo:  real,  que  sujeta  enemigos; 
escudo,  que  defiende;  y  doblón,  que  dobla  la  justicia.»  Pero 
ningún  testimonio  más  abonado  que  el  de  aquella  peregrina 
mujer,  tan  sabia  como  virtuosa,  tan  humilde  como  evangélica- 
mente alegre,  á  quien  hoy  veneramos  en  los  altares  bajo  el 
nombre  de  Santa  Teresa  de  Jesús:  después  de  residir  en  Sevi- 
lla cerca  de  un  año,  y,  por  tanto,  de  conocer  bien  la  población, 
escribía,  en  29  de  abril  de  1576,  á  la  madre  María  Bautista, 
priora  del  convento  de  ValladoHd:  «Las  injusticias  que  se  guar- 
dan en  esta  tierra  es  cosa  extraña;  la  poca  verdad;  los  doble- 
ces. Yo  le  digo  que  con  razón  tiene  la  fama  que  tiene*  (36).  Y 
entre  los  jueces  que  usaban  las  leyes  de  encaje,  y  los  que  se 


{35)     Fiel  desengaño  contra  la  ociosidad  y  los  juegos,  f."  291  v.'"  . 

(36)  Cartas  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  edición  publicada  en  la  Biblioteca 
de  Rivadeneyra,  t.  LV,  carta  LXXII.  D.  Vicente  de  la  Fuente,  después  de 
advertir  que  la  cláusula  que  he  copiado  en  el  texto  fué  omitida  en  todas  las  edi- 
ciones anteriores,  y  que  aun  los  correctores  mismos,  que  la  habían  copiado,  la 
borraron  luego,  é  igualmente  la  nota  en  que  procuraban  atenuarla,  intenta  tam- 
bién la  atenuación,  achacando  los  males  que  deploraba  Santa  Teresa  á  «la 
injusticia  y  desgobierno  de  aquella  época,  pues  eran  tantas  las  exenciones, 
fueros  privilegiados  y  jurisdicciones  privativas,  que  había  en  Sevilla,  según  se 
dice,  ¡cuarenta  tribunales!».  Y  añade  que  «este  absurdo  monstruoso  hacia  im- 
pohible  la  administración  de  justicia  en  aquella  población»,  para  acabar  dicien- 


-50- 

dejaban  dorar  los  libros,  y  los  que  tenían  por  empresa  y  norte 
A  más  líos  más  ganancia,  mereciendo  llamarse  por  ello  Don 
Juan  de  Liarte,  como  aquel  juez  tpersiguidor  ó  pesquisidor» 
que  de  mano  maestra  pinta  Enríquez  Gómez  en  la  Vida  de 
don  Gregorio  Guadaña  (37),  ¿qué  justicia  había  de  haber  en 
Sevilla?  Ni  ¿qué  cosa  buena  sino  algún  guisado  suculento  po- 
día esperarse  de  los  señores  de  la  plaza  de  San  I'Vancisco, 
quiero  decir,  de  los  oidores,  alcaldes,  relatores  y  escribanos  de 
la  Audiencia,  ángeles  de  guarda  de  los  jiferos  de  la  puerta  de 
la  Carne,  tgranjeados  con  lomos  y  lenguas  de  vaca»?  (38). 

Cuando  el  prior  juega  á  los  naipes,  fácil  es  imaginar  qué 
harán  los  frailes.  En  todas  las  malas  gentes  había  hallado 
señales  de  salvación  cierto  predicador  á  quien  se  refiere 
Mateo  Alemán,  y  en  sólo  el  escribano  perdía  la  cuenta:  no  le 
hallaba  enmienda  más  hoy  que  ayer,  este  año  que  los  treinta 
pasados.  «Ni  sé— añadía  — cómo  se  confiesan,  ni  quién  los 
absuelve,  porque  informan  y  escriben  lo  que  se  les  antoja,  y 
por  dos  ducados,  ó  por  complacer  al  amigo,  y  aun  á  la  amiga 
(que  negocian  mucho  los  mantos),  quitan  las  vidas,  las  honras 
y  las  haciendas,  dando  puerta  á  infinito  número  xle  peca- 
dos» (39).  Y  de  los  alguaciles  y  la  canalla  corchetil  cuanto  se 
diga  malo  no  será  ni  asomo  de  la  verdad.  Con  todo,  á  ella 
se  acercó  mucho  el  autor  de  Guzmán  de  Alfarache,  en  la 
siguiente  pintura  (40):  «...compró  aquella  vara  para  comer,  ó 


do:  «Cúlpese,  pues,  de  las  injusticias  y  demás  que  lamenta  Santa  Teresa,  no  á 
los  sevillanos,  conocidos  siempre  por  su  piedad  y  generosidad,  sino  á  loi 
errores  y  desgobierno  de  aquellos  tiempos.» 

(37)  Cap,  III.  D.  Juan  de  Liarte,  según  la  donosa  novelita,  confesaba 
que  la  muerte  de  un  caballero  había  costado  más  de  cuarenta;  que,  habiéndose 
¡do  á  Indias  los  matadores,  él,  como  juez  de  la  causa,  prendió  en  la  Cárcel 
Real  á  cuantos  eran  amigos  de  ellos;  y  que  habiéndose  todos  escapado,  con  el 
alcaide  mismo,  y  no  faltando  malas  lenguas  que  publicaran  haber  sido  el  pri- 
mer movedor  de  esta  danza  D.  Juan  de  Liarte,  éste  los  sacó  á  la  vergüenza 
pública,  y  algunos  fueron  á  galeras,  «para  escarmiento  de  muchos  que  hablan 
de  la  justicia  como  si  dominaran  sobre  ella.» 

(38)  Cervantes,  Coloquio  de  los  perros  Cipión  y  Bergama. 

(39)  Guzmán  de  Alfarache,  parte  I,  libro  I,  cap.  I. 

(40)  Ibid.,  parte  II,  libro  II,  cap.  lU. 


-  51  — 

la  trae  de  alquiler,  como  muía,  y  para  comer  ha  de  hurtar;  y 
á  voz  de  «alguacil  soy,  traigo  la  vara  del  Rey»,  ni  teme  al 
rey  ni  guarda  ley;  pues,  contra  rey,  contra  Dios  y  ley,  te 
hará  cien  demasías  de  obras  y  palabras,  poniéndote  á  pique 
de  poderte  acomular  una  resistencia...  Pondráte  luego  en 
poder  de  sus  corchetes:  mira  qué  gentecilla  tan  de  bien... 
Quien  dice  corchetes,  no  hay  vicio,  bellaquería  ni  maldad  que 
no  diga:  no  tienen  alma;  son  retratos  de  los  mismos  ministros 
del  infierno.»  Los  tales  alguaciles,  que  solían  pertenecer  al 
claustro  y  gremio  de  la  rufianesca,  industriábanse  apelando  á 
cien  artimañas,  así  para  tener  bien  asentado  su  renombre  de 
valientes,  fingiendo  riñas  con  los  matasietes  en  los  lugares 
más  públicos,  como  para  buscarse  honradamente  una  ayuda 
de  costa,  preparando,  de  acuerdo  con  sus  mancebas,  la  red 
para  cazar  bretones  y  dejarlos  pez  con  pez,  cual  bota  escu- 
rrida. V  como  auxiliares  de  alguaciles,  escribanos  y  pleiteantes 
de  mala  fe,  que  había  plaga  y  diluvio  de  ellos,  mención 
merecen  los  testigos  falsos,  que  por  seis  maravedís  juraban 
seis  mil  falsedades  y  quitaban  seiscientas  mil  honras;  testigos 
omnividentes,  omniaudientes  y  omniscientes,  que,  según  afir- 
ma el  propio  Alemán,  acudían  á  los  consistorios  y  plazas  de 
negocios,  y  á  los  mismos  oficios  de  escribanos,  á  ofrecerse  á 
quien  los  había  menester,  «de  la  manera  que  los  trabajadores 
y  jornaleros  acuden  á  las  plazas  deputadas  para  de  allí  ser 
conducidos  al  trabajo»  (41). 


(41)  Idí'd..  parte  11,  libro  II,  cap.  VII. — Alemán,  después  de  afSadir  que 
había  testigos  falsos,  como  pasteles,  conforme  los  buscasen,  de  á  cuatro,  de  á 
ocho,  de  á  medio  real,  y  para  casos  graves  también  los  había  hechizos,  tcomo 
para  banquetes  y  bodas,  de  á  dos  y  de  á  cuatro  reales,  que  depondrán  á  prue- 
ba de  mosquete,  de  ochenta  años  de  conocimiento»,  cuenta,  para  mostrarlo,  el 
siguiente  caso  curiosísimo:  «Como  lo  hizo  en  cierta  probanza  de  un  señor  un 
vasallo  suyo,  labrador  de  corto  entendimiento,  el  cual,  habiéndole  dicho  que 
dijese  tener  ochenta  años,  no  entendió  bien,  y  juró  tener  ochocientos.  Y  aun- 
que, admirado  el  escribano  de  semejante  disparate,  le  advirtió  que  mirase  bien 
lo  que  decía,  le  respondió:  «Mira  vos  cómo  escribís,  y  dejad  á  cada  uno  tener 
»los  años  que  quisiere,  sin  espulgarme  la  vida.»  Después,  haciéndose  relación 
deste  testigo,  cuando  llegaron  á  la  edad,  parecióles  error  del  escribano,  y  qui- 
siéronle por  ello  castigar;   mas  él  se  disculpó  diciendo  que  cumplió  en  su  oñcio 


-62  - 

Otro  de  los  graves  males  que  dañaban  á  Sevilla  en  el 
tiempo  á  que  se  refiere  este  mi  desmedrado  estudio  era  la 
regatonería,  entendiéndose  por  tal,  no  sólo,  como  ahora,  la 
venta  al  por  menor  de  los  géneros  que  se  han  comprado  por 
junto,  sino,  principalmente,  el  acaparamiento  de  los  artículos 
de  primera  necesidad  y  la  confabulación  de  los  acaparadores 
para  encarecer  excesivamente  su  precio.  Este  linaje  de  la- 
drones (dejo  á  un  lado  eufemismos  hipócritas)  se  pasaban  el 
año  entero  haciendo  su  agosto  y  comiendo  á  dos  carrillos;  que 
para  comer  así  robaban  á  dos  manos:  con  la  una  al  infeliz 
traedor  de  tales  artículos,  pues,  á  las  buenas  ó  á  las  malas,  se 
los  hacían  vender  á  cuan  bajo  precio  querían;  y  con  la  otra  á 
los  consumidores,  á  quienes  cobraban  el  doble  y  aun  el  triple 
del  costo,  muy  por  encima  de  la  tasa,  ya  que  á  la  postura 
sólo  se  despachaba  el  rehús  de  lo  comestible.  Hasta  de  las 
cosas  que  se  vendían  en  las  Gradas  llegó  á  hacerse  regatone- 
ría, pues  las  atravesaban  (que  así  decían  al  acaparar)  los  rega- 
tones, pregoneros  y  alcabaleros  que  había  allí,  «para  vender- 
las á  excesivos  precios,  usando  de  muchos  fraudes  y  posturas 
falsasf  (42j.  Cuento  de  no  acabar  habría  de  hacérseme  la  enu- 
meración de  los  curiosos  casos  de  regatonería  que  tengo  ex- 
tractados de  las  actas  capitulares  de  la  Ciudad;  y  así,  como 
muestras,  sólo  citaré  un  par  de  ellos.  En  1 594  Beatriz  de  Ca- 


en escribir  lo  que  dijo  el  testigo,  que,  aunque  le  advirtió  dello,  se  volvió  á 
ratificar,  diciendo  tener  aquella  edad;  que  así  lo  pusiese.  Hicieron  los  jueces 
parecer  el  testigo  personalmente,  y,  preguntándole  que  por  qué  faabia  jurado 
ser  de  ochocientos  años,  respondió:  «Porque  asi  conviene  á  servicio  de  Dio»  y 
del  conde  mi  señor.»  -  Esto,  empero,  más  que  á  otra  cosa,  debíase  á  bonachón 
hábito  de  servidumbre:  el  conde  su  señor  ante  todo.  En  el  Archivo  general  de 
protocolos  de  Sevilla  (oficio  i.%  libro  I."  de  1599,  f.»  979)  be  visto  el  testa- 
mento de  Luisa,  mulata,  libre,  criada  de  D.  Francisco  de  Guzmán,  marqués  del 
Algaba,  documento  escrito  de  letra  de  otro  criado,  y  empieza  así:  »Sepan  quan- 
tos  esta  carta  bieren  como  yo  luisa  de  gusman  hago  mi  testamento;  el  alma 
encomiendo  a  dios  y  el  querpo  a  la  tierra,  con  lisensia  del  marqués  mi  sefior 
que  dios  guarde  muchos  años.»  ¡Cuidado,  que  pedir  la  venia  una  moribunda 
para  encomendar  su  alma  á  Dios...!  ¡Quieren  parecerse  á  aquéllos  ios  criadoc 
que  se  estilan  hoy...! 

(42)     Actas  capitulares  de  Sevilla,  cabildo  de  6  de  junio  de  1597. 


-  53  - 

ceres,  pescadera,  metía  todos  los  viernes  en  las  redes  donde 
vendía  el  pescado  á  diez  ó  doce  personas,  hombres  y  mujeres, 
haciéndolos  pasar  por  despenseros  de  monasterios,  oidores, 
alcaldes  y  regidores,  y  á  este  título,  fingiendo  despacharles 
mucha  cantidad  de  pescado  del  mejor,  toda  ella  se  revendía 
luego  á  precio  muy  superior  al  de  la  postura  (43).  Los  despen- 
seros de  los  monasterios  tomaban  el  pescado  por  cargas,  di- 
ciendo ser  para  aquellos  y  revendíanlo  después  entre  sus  pa- 
rroquianos; acordó  el  cabildo  que  se  hablara  á  los  priores  y 
guardianes  para  que  corrigiesen  el  abuso  (44);  pero  no  se  lo- 
gró la  enmienda  (45). 

Hombres  aún  peores  que  éstos  había  deparado  á  Sevilla 
la  general  corrupción  de  las  costumbres,  y  hasta  metídolos  en 
el  regimiento  de  la  Ciudad.  Y  era  que,  como  dijo  Setanti,  ha- 
bían llegado  los  tiempos  á  tan  grande  rotura,  que  los  hom- 
bres, por  sólo  una  onza  de  interés  particular,  solían  echar  á 
perder  cien  arrobas  de  beneficio  público  (46).  Nada,  por  des- 
dicha, más  cierto.  Algunos  pastores  no  sólo  se  ponían  de 
parte  de  los  lobos,  contra  las  ovejas,  sino  que  lobeaban  ellos 
mismos.  En  cabildo  de  20  de  mayo  de  1 598  hacía  notar  don 
Juan  Ponce  de  León,  alcalde  mayor  de  la  ciudad,  que,  «siendo 
como  es  esta  provincia  de  las  más  abundantes  y  fértiles  del 
mundo»,  siempre  el  trigo  y  la  cebada  valían  á  excesivos 
precios,  lo  cual  debíase  á  la  mucha  regatonería  que  había  en 
estas  especies,  porque,  como  era  público  y  notorio,  muchas 
personas,  antes  de  la  cosecha,  compraban  y  atravesaban  «todo 
el  trigo  con  que  esta  ciudad  se  suele  bastecer,  y  así,  haziendo 
estanco  del,  vienen  á  forgar  á  la  ciudad  que  haga  asientos  con 
ellos  á  egesivos  pregios»;  y,  para  averiguar  lo  que  en  esto 
pasaba  y  castigar  á  los  culpables,  pidió  que  el  Cabildo  nom- 


(43)  Ibid.,  cabildo  de  26  de  octubre  de  1594. 

(44)  Ibid.,  cabildo  de  19  de  octubre  de  1592. 

(45)  Ibid ,  cabildo  de  20  de  abril  de  1594. 

(46)  Centellas  de  varios  conceptos,  n.°  368. 


-  54  - 

brase  un  juez  de  comisión  (47).  Un  mes  después,  en  26  de 
junio,  el  jurado  Francisco  García  Laredo  hacía  presente  que, 
siendo,  como  era,  muy  buena  la  cosecha  de  pan,  no  entraba 
trigo  ni  cebada  de  ella  en  la  Albóndiga,  «porque  los  semille- 
ros y  mesoneros  y  regatones  han  comprado  y  van  comprando 
adelantado...,  de  tal  manera,  que  dentro  de  muy  pocos  días 
habrán  comprado  todo  el  pan  de  quince  leguas  al  rededor, 
de  que  se  sigue  que  el  pueblo  habrá  de  comer  el  pan  que  se 
traxere  de  más  lexos,  que  no  podrá  ser  barato  ni  al  precio  á 
que  lo  comiera  si  no  hubiera  regatones...»  ¡Pues  del  Cabildo 
eran  los  que,  este  año,  como  otros  anteriores,  atravesaban, 
por  medio  de  interpósitas  personas,  el  trigo  de  la  comar- 
ca! (48).  Decíalo  Mateo  Alemán,  en  la  parte  primera  de  su 
Guzmán  de  Alfarache,  al  tratar  de  por  qué  en  Sevilla,  aun 
en  los  años  prósperos,  se  pasaba  trabajosamente:  c  Ninguno 
compra  regimiento  con  otra  intención  que  para  granjeria,  ya 
sea  pública  ó  secreta;  pocos  arrojan  tantos  millares  de  ducados 
para  hacer  bien  á  los  pobres,  sino  á  sí  mismos»  (49).  Y  algo 
después:  «Sevilla,  por/^j  ó  por  nefas,  considerada  su  abun- 
dancia de  frutos  y  la  carestía  dellos,  padece  esterilidad,  y 
aquel  año  hubo  más,  por  algunos  desórdenes  ocultos  y 
codicias  de  los  que  habían  de  procurar  el  remedio,  que  sólo 
atendían  á  su  mejor  fortuna...  Abrasaban  la  tierra  los  que 
debieran  dejarse  abrasar  por  ella»  (50).  Y  Porras  de  la  Cama- 


(47)  Actas  capitulares,  cabildo  de  20  de  mayo  de  1598,  escribanía  i.' 

(48)  Púsose  esto  en  claro,  y  que  algunos  caballeros  del  cabildo  habían 
escrito  á  Madrid,  «diziendo  que  ay  en  él  personas  que  conpran  trigo  para 
revender»,  en  el  acta  de  4  de  septiembre  de  1598;  pero  no  quiénes  fuesen  los 
que  tal  hacían. 

(49)  Parte  I,  libro  I,  cap.  IV.  Y  pone  á  continuación  este  cuentecillo: 
«Asi  pasó  con  un  regidor,  que  viéndole  un  viejo  de  su  pueblo  exceder  de  su 
obligación,  le  dijo:  «¿Cómo,  Fulano  N.?  Eso  no  es  lo  que  jurastes  cuando  en 
«ayuntamiento  os  recibieron,  que  habiades  de  volver  por  los  menudos.»  Él  re*- 
pondió  diciendo:  «¿Ya  no  veis  como  lo  cumplo,  pues  vengo  por  ellos  cada 
«sábado  á  la  carnicería?  Mi  dinero  me  cuestan.»  Y  eran  de  los  carneros.» 

(50)  Y  todavía  en  la  parte  II,  libro  II,  cap,  VII,  Mateo  Alemán  volvió 
á  apretar  la  mano  á  los  regidores  que  se  sustentaban  con  el  oficio,  «que  no 
tiene  renta».  Pero  tenía  renteros,  y  mil  gajes  ó  desgajes  má.s.  Y  añade:  «Di 


—  55  — 

ra,  con  noble  ingenuidad,  manifestaba  al  electo  arzobispo  de 
Sevilla:  «...ya  la  mercancía  y  el  trato  se  ha  convertido  en  robo 
y  en  regatonería,  estancando  todos  los  géneros,  desde  el  oro 
y  seda  hasta  las  legumbres,  para  revenderlas  excesivamente 
cuando,  por  haberlas  ellos  atravesado,  está  falta  la  plaga.  Y  lo 
peor  es  que  son  deste  trato  los  que  habían  de  remediarlo, 
porque  es  tal  el  humano  interés,  que  todo  lo  atropella.» 

No  era  más  sólido  el  edificio  social  de  Sevilla  por  lo  to- 
cante á  la  seguridad  de  los  que  transitaban  por  los  términos 
de  su  extensa  jurisdicción.  La  Santa  Hermandad,  una  de  las 
tres  santas  que,  con  el  honrado  Concejo  de  la  Mesta,  traían 
al  reino  agobiado^  al  decir  del  refrán,  tal  andaba,  que  no  po- 
día andar  peor.  Los  alcaldes  de  ella  tenían  abandonados  sus 
oficios,  á  un  extremo,  que  el  cabildo  de  la  Ciudad  vióse  al- 
guna vez  precisado  á  acordar  que  se  les  requiriese  para  que 
los  usaran,  con  apercibimiento  de  proveerlos  en  otras  per- 
sonas (51);  había  grandes  desórdenes  y  excesos  en  la  cárcel 
de  la  dicha  Hermandad,  y  estaba  con  tan  poca  guarda  y  cus- 
todia, que  se  escapaban  los  presos  que  querían,  «cómo  estos 
días  (en  1598)  se  ha  visto  dos  vezes  por  experiencia»  (52);  y 
en  cuanto  á  los  cuadrilleros,  «ladrones  en  cuadrilla»,  como  los 
llamó  cuerdamente  D.  Quijote,  con  decir  que  los  más  de  los 
venteros  lo  eran  (cuadrilleros  y  ladrones)  se  dice  todo  (53). 
Vea  el  lector  qué  buen  retrato  les  hizo  Mateo  Alemán,  de  cu- 
yo testimonio  no  puede  buenamente  prescindirse  tratándose 


también,  pues  no  lo  dijiste,  que  si  á  los  tales,  después  de  ahorcados  les  hicie- 
sen las  causas,  dirían  contra  ellos  aquellos  mismos  que  andan  á  su  lado,  y  agora 
con  el  miedo  comen  y  callan.  Di  sin  rebozo  que  por  comer  ellos  de  balde  ó 
barato,  carga  sobre  los  pobres  aquello,  y  se  les  vende  lo  peor  y  más  caro.» 

(51)  Actas  capitulares  de  Sevilla,  cabildo  de  i.°  de  diciembre  de  1599, 
escribanía  i.' 

(52)  Ihid.,  cabildo  de  14  de  octubre  de  1598,  escribanía  I.* 

(53)  «La  palabra  del  ventero  es  una  sentencia  definitiva:  no  hay  á  quien 
suplicar  sino  á  la  bolsa,  y  no  aprovechan  bravatas;  que  son  los  más  cuadrilleros, 
y,  por  su  mal  antojo  siguen  á  un  hombre  callando  hasta  poblado,  y  allí  le  pro- 
barán que  quiso  poner  fuego  á  la  venta  y  les  dio  de  palos,  ó  le  forzó  la  mujer 
ó  hija,  sólo  por  hacer  mal  y  vengarse»  (Mateo  Alemán,  Guztnán  de  Alf ara- 
che,  parte  I,  libro  II,  cap.  I). 


-  56  - 

de  bosquejar  el  estado  social  de  Sevilla  á  fines  del  siglo  XVI: 
«Los  santos  cuadrilleros,  en  general,  es  toda  gente  nefanda  y 
desalmada,  y  muchos  por  muy  poco  jurarán  contra  ti  lo  que 
no  heciste  ni  ellos  vieron,  más  del  dinero  que  por  testificar 
falso  llevaron,  si  ya  no  fué  jarro  de  vino  el  que  les  dieron.  Son, 
en  resolución,  de  casta  de  porquerones,  corchetes  ó  bcllegui- 
nes,  y,  por  el  consiguiente,  ladrones  pasantes,  ó  punto  menos, 
y  los  que  roban  á  bola  vista  en  la  república»  (54)  Tanto  y  de 
tal  manera  abusaban  de  su  oficio,  que  en  algún  pueblo  de  se- 
ñorío se  les  llegó  á  vedar  el  salir  al  campo  sin  mandamiento 
ú  orden  especial  de  sus  alcaldes  ó  de  la  justicia  ordinaria  (55). 
Así  vagaban  por  doquier,  á  todas  sus  anchas,  muchedumbre 
de  los  otros  ladrones  (56),  ganando,  con  todo,  los  caminantes 
en  no  habérselas  sino  con  ellos;  pues,  á  topar  con  la  cuadrilla 
de  la  Santa,  fuera  aún  peor  lo  roto  que  lo  descosido  (57).  Y 
así,  á  pesar  de  la  Hermandad  toda,  en  las  sierras  de  Jerez 
anduvieron  campando  por  su  respeto  Pedro  Machuca  y  sus 


(54)  Ibid,  parte  I,  libro  I,  cap.  Vil. 

(55)  «Tratóse  en  este  cabildo  que  por  qaanto  entá  visto  que  muchos  qua- 
drilleros  vsan  el  oñcio  de  quadrilleros  en  ^ande  número  qae  dizen  pasar  de 
seis  y  siete  y  van  al  campo  munchas  bezes  sin  orden  de  lot  alcaldes  de  la  her- 
mandad y  aun  se  entremeten  en  denunciaciones  y  otras  cosas  que  no  tocan  ¿ 
su  oficio,  de  que  rresulta  notable  djtflo  y  perjuizio,  y  para  rremediarlo  se  acordó 
en  este  cabildo  que  se  pregone  públicamente  que  los  dichos  quadrilleros  00 
salgan  al  campo  sin  mandamiento  e  orden  especial  de  los  dichos  alcaldes  de  la 
hermandad,  ó  de  la  justicia  ordinaria  quando  fuere  menester,  ni  vsen  de  oficio 
de  guardas  del  campo,  so  pena  de  dos  mil  marauedis  para  la  cámara  del  duque 
mi  señor  e  de  veinte  dias  de  prisión»  ("Actas  capitulares  de  Osuna,  cabildo 
de  12  de  marzo  de  1590). 

(56)  En  cabildo  de  16  de  junio  de  1597  (escribanía  2.*)  se  leyó  un  acuer- 
do del  cabildo  de  los  jurados  «para  que  los  alcaldes  de  la  hermandad  desta 
ciudad  y  su  tierra  tengan  mucha  cuenta  con  visitar  los  caminos  por  la  muche- 
dumbre que  ay  de  ladrones.»  Se  acordó  de  conformidad  que  se  diera  manda- 
miento para  que  cada  semana  visitasen  los  caminos  de  su  término,  y  enviaran 
testimonio  de  como  lo  hablan  efectuado  (Actas  capitulares  de  Sevilla). 

(57)  Si,  porque,  sobre  robados,  podian  parecer  malhechores  á  los  cuadri- 
lleros, y  aun  soltar  en  sus  manos  lo  que  los  salteadores  se  hubiesen  dejado 
atrás,  como  pasó  á  Guzmán  de  Alfararhe  y  á  un  harriero  que  le  acompañaba; 
que,  ya  aporreados  muy  bravamente,  y  deshecha  la  equivocación  (no  la  tunda) 
al  leer  despacio  la  requisitoria  que  llevaban  los  de  la  cuadrilla,  quitaron  al 
harriero  «unos  pocos  de  cuartos,  para  la  vista  del  pleito  y  remojar  la  palabra  en 
la  primera  venta»  (Parte  I,  libro  I,  cap.  VII). 


—  57  - 

trescientos  salteadores,  hasta  que  en  1590,  «cansados  ya  del 
daño  que  hazían  en  toda  aquella  comarca  de  Arcos,  Puerto 
de  Santa  María  y  los  demás  lugares»,  pidieron  á  Felipe  II  el 
perdón,  por  carta  dirigida  á  Gonzalo  Argote  de  Molina,  pro- 
vincial de  la  dicha  Hermandad,  obteniéndolo  y  notificándose- 
les tan  aparatosamente,  en  sus  mismas  cuevas,  que  más  pare- 
ció capitulación  que  indulto  el  salir  libres  é  indemnes,  y  aun 
con  mucho  agasajo,  aquella  horda  de  foragidos  (58). 

Para  todos,  cuál  más,  cuál  menos,  el  deber  no  era  otra 
cosa  que  un  sinónimo  de  no  pagar,  ó,  cuando  menos,  de  no 
haber  pagado.  Nadie  cumplía  con  su  obligación.  Era  la  ciudad 
merienda  de  negros,  con  ser  blancos  los  que  se  la  merendaban. 
Cada  uno  hacía  de  su  oficio  no  sólo  mangas  y  capirotes,  como 
dicen,  sino  jubones  y  ferreruelos,  ropillas  y  ropazas.  Ser  hon- 
rado y  ser  necio  venían  á  ser  una  cosa  misma.  Avergonzábanse 
no  de  robar,  sino  de  robar  poco.  ¿Parecen  al  lector  demasiado 
vivos  estos  colores..?  Pues  siga  leyendo,  y  los  tendrá  por  apa- 
gados y  desvaídos.  Pocos  años  antes  de  1590  había  en  Sevilla 
cinco  bancos:  el  de  Espinosa,  el  de  Juan  Iñiguez,  el  de  Domin- 
go de  Lizarraras,  el  de  Pedro  Juan  Leardo  y  el  de  Jerónimo  y 
Juan  de  Herber,  tíos  carnales  del  notable  poeta  D.  Francisco 
de  Medrano;  «todos  los  hubo  en  un  tiempo  y  cada  uno  dellos 
parescía  que  estaban  muy  acreditados  y  que  con  siguridad  se 
ponían  los  dineros  en  sus  bancos,  y  las  fiangas  que  cada  uno 
dellos  hazían  las  tenían  por  muy  bastantes,  y  todos  quebra- 
ron...» (59).  Al  decir  de  Porras  de  la  Cámara,  en  1601  hacían 
seis  años  que  no  se  ahorcaba  á  ningún  ladrón,  «habiendo  en- 
jambres de  ellos  como  de  abejas,  y  alguno,  de  doce  millones; 
y  otro,  de  ochenta  cuentos;  y  se  han  alzado  en  Sevilla  en  este 
año  y  el  pasado  veintiséis  hombres  con  las  haziendas  ajenas, 
que  ya  lo  tienen  por  cierta  ganancia  de  cincuenta  por  ciento, 


Í58)  Francisco  Pacheco,  Libro  de  descripción  de  verdaderos  retratos  de 
ilustres  y  memorables  varones,  dado  á  luz  por  el  Sr.  Asensio  y  Toledo;  bio- 
grafía del  veinticuatro  Gonzalo  Argote  de  Molina. 

(59)     Actas  capitulares  de  Sevilla,  cabildo  de  23  de  mayo  de  1590. 


-  .58  — 
si  no  se  quedan  con  todo,  como  lo  hacen  cuasi  todos,  y  se  pa- 
sean libres  dentro  de  seis  meses.»  Á  los  almojarifes,  recauda- 
dores y  tesoreros  del  Almojarifazgo  Mayor  y  de  Indias  y  pa- 
gadores de  los  corridos  de  los  juros  impuestos  sobre  él,  solía 
llamárseles  almas  de  jarifes:  tales  eran  (6o).  Distraían  en  sus 
negocios  propios  los  dineros  con  que  debían  pagar  los  tales 
corridos  á  las  gentes  no  poderosas,  por  lo  cual  públicamente 
se  decía  «que  no  tiene  hazienda  el  que  la  tiene  sobre  los  di- 
chos almojarifazgos.»  En  cambio,  á  los  principales  tenedores 
de  juros  se  les  pagaban  las  rentas,  claro  que  no  por  su  bella 
cara,  mucho  antes  de  vencer  los  tercios,  y  así,  por  octubre  de 
1598  se  habían  pagado  adelantados  «más  de  ochenta  mili  du- 
cados», de  la  mayor  parte  de  los  cuales  no  estaba  tomada  ra- 
zón en  los  libros,  sino  solamente  rubricadas  del  caballero  ad- 
ministrador las  cartas  de  pago  (ói). 

Entretanto,  los  capitanes  de  la  tierra,  hable  por  mi  el 
veinticuatro  D.  Juan  Ponce  de  León,  «tiranizan  á  la  gente 
pobre  y  los  molestan  y  hacen  que  vayan  á  trabajar  á  sus  ha- 
ziendas  de  balde,  y  comen  los  pastos,  y  toman  otras  licencias, 
en  perjuicio  del  común»  (62);  y  los  alcaldes  de  la  tierra,  por 
no  ser  menos,  habíanla  tomado  tan  bien,  que  la  tenían  por 
suya,  en  perjuicio  de  las  rentas  de  los  propios  (63).  Los  fieles 
ejecutores,  que  solían  ser  infíeles  á  sus  mujeres,  pues  «con  la 
pena  que  llevaban  de  la  plaza  daban  gloria  á  sus  mance- 
bas» (64),  también  solían  serlo  á  sus  varas  y  á  su  obligación, 
pues  disimulaban  con  los  regatones,  que  siempre  los  tenían 
más  untados  que  brujas  (65).  Contra  el  veedor  y  conocedor 


(60)  <A  les  almojarifes  de  la  ciudad  llamaba  un  discreto  almas  de  xari- 
fes*  (Luque  Fajardo,  Fiel  desengaño  contra  la  ociosidad  y  los  jtugos,  í."  228). 

(61)  Actas  capitulares,  cabildo  de  2  de  octubre  de  1598,  escribanía  i.' 

(62)  Ibid.,  cabildo  de  18  de  julio  de  1597,  escribanía  l.' 
{63)     Ibid.,  cabildo  de  21  de  febrero  de  1590. 

(64)  Rojas  Villandrando,  El  Viaje  entretenido,  libro  I. 

(65)  En  cabildo  de  14  de  junio  de  1593,  Rodrigo  Suirez,  mayordomo 
del  de  los  jurados,  quéjase  de  que  los  fieles  ejecutores  no  procedían  contra  un 
regatón  de  pescado  que  puso  mano  á  una  daga  contra  el  jurado  Juan  de  Perea. 
Tales  disimulaciones  de  los  fieles  eran  frecuentísimas. 


-  59  - 

de  Tablada  en  1 590  se  seguía  causa,  en  donde  estaban  ave- 
riguados muchos  cohechos  que  llevaba  á  los  ganaderos  [66)', 
pretendía  su  oficio  un  Simón  Vázquez  que  ya  lo  había  usado, 
tan  mal,  que  procediendo  contra  él  el  Conde  de  Orgaz,  asis- 
tente, se  ausentó  por  miedo  del  castigo,  sin  dar  cuenta  de  las 
reses  que  tenía  á  su  cargo;  pero,  á  pesar  de  esto  y  de  mani- 
festar en  cabildo  uno  de  los  jurados  que  el  Vázquez,  «al  tiem- 
po que  entró  por  conosgedor  de  Tablada  no  tenía  bienes 
ningunos  y  quando  fué  removido  del  oficio  salió  con  mucha 
hacienda,  siendo  el  salario  muy  moderado,  y  con  muchas 
vacas  e  yeguas  quede  presente  tiene,  y  que  está  informado 
de  que  no  es  hombre  fiel  ni  de  buenas  costumbres»,  no  obs- 
tante todo  ello  ¡fué  nombrado  Vázquez,  y  tuvo  á  su  favor  el 
voto  mismo  del  asistente!  {6y). 

Aunque,  como  vemos,  había  muy  poca  justicia  en  la 
metrópoli  andaluza,  eran,  en  cambio,  tantos  á  administrarla, 
venderla,  alquilarla,  exprimirla,  trocarla  á  favores  y  escarne- 
cerla, que  había  siempre  por  plazas  y  calles  y,  sobre  todo,  en 
tabernas  y  bodegones,  gran  muchedumbre  de  alguaciles  autén- 
ticos, y,  aun  algunos  otros  fingidos,  claro  que  para  dar  cima 
á  empresas  non  sancias  (68).  Y,  aun  no  excediendo  de  las  dos 
decenas  los  alguaciles  que  llamaban  de  los  veinte,  y  andando 
á  caballo  con  sus  varas  por  toda  la  ciudad,  era,  con  todo,  faci- 
lísimo pasar  por  uno  de  tantos  sin  serlo,  porque,  como  decía 
en  un  cabildo  el  jurado  Carlos  de  Lezana  (69),  «muchos  al- 
guaziles  de  los  veynte  traen  las  varas  arrendadas  con  escritu- 
ras que  hazen  simuladas  y  contraescrituras»,  y  algunos  de  ellos 
usaban  la  alguacilía  sin  estar  recibidos.  Amén  de  que,  como 


(66)  Cabildo  de  29  de  marzo  de  1590. 

(67)  Cabildo  de  14  de  abril  de  1590. 

(68)  En  cabildo  de  26  de  octubre  de  1598  (escribania  i.')  «acordóse  de 
conformidad  que  Pedro  de  Escobar  Melgarejo,  procurador  mayor,  se  querelle 
ante  el  señor  teniente  luego  de  todos  los  que  traen  vara  de  justicia  en  esta  ciu- 
dad y  sus  arrabales  de  triana  sin  tener  facultad  para  ello,  por  no  aver  hecho 
demostración  della  ante  la  justicia  ordinaria  ó  cabeza  del  partido.» 

(69)  Cabildo  de  30  de  marzo  de  1599. 


-  60  - 

Sevilla  era  una  Babilonia,  en  donde  tenia  negocios  toda  Ks- 
paña  y  aun  todo  el  mundo,  acudían  á  la  ciudad  con  manda- 
mientos, requisitorias,  exhortos  ó  suplicatorios  una  infinidad 
de  alguaciles  y  comisarios  con  vara  alta  de  justicia,  por  donde 
se  hadan  aún  más  grandes  el  desorden  y  la  confusión.  No 
exageró,  pues,  Lope  de  Vega,  cuando  en  el  tercer  acto  de  El 
Arenal  de  Sevilla  hizo  salir  á  Florelo  con  vara  de  alguacil,  di- 
ciendo, para  justificar  el  ningún  riesgo  que  habla  en  ostentarla: 

Hoy  la  compré,  y  ha.sU  aqoí 
Con  poco  miedo  he  venido; 

Por  que  hay  tantas  en  SctíIU, 
De  guardas,  de  comisiones, 
Que  á  distintas  ocasiones 
Suelen  venir  de  Castilla, 

Que  un  afio  puedo  traella 
Sin  que  se  sepa  quién  soy. 

Otros,  mientras,  se  fingían  guardas,  por  sacar  penas  y  sacar  de 
penas  el  estómago  (70);  y,  en  fin ,  hubo  fiel  sellador  de  pesas 
y  medidas,  que,  para  que  cuantos  vendían  aceite  al  por  menor 
le  llevaran  sus  medidas  á  requerir,  y  diez  ó  doce  reales  de 
sus  torcidos  derechos,  en  lugar  de  los  doce  maravedís  que 
antes  se  cobraban,  hizo  correr  la  voz  de  que  aquéllas  estaban 
grandes  y  había  necesidad  de  arreglarlas  á  los  padrones 
originarios  de  la  Ciudad,  que  bonitamente  había  hecho  per- 
didizos, con  lo  cual  todos  se  apresuraron  á  llevarle  las  tales 
medidas,  á  fin  de  que  les  limara  las  aserraduras  por  donde 
rebosa  el  líquido,  y  así,  á  trueque  de  obtener  su  indigna 
ganancia,  puso  á  los  aceiteros  en  condiciones  de  estafar  á 
toda  Sevilla  (71). 

A  tan  increíble  extremo  llegaron  el  abandono  y  desba- 
rajuste públicos  en  la  gran  ciudad  hética,  que  los   malhecho- 


(70)  fAcordóse  que  Rodrigo  del  Castillo  en  nombre  de  U  Ciudad  se  que- 
relle contra  los  que  se  llaman  guardas  sin  serlo,  que  agora  últimamente  se  han 
preso»  (Cabildo  de  3  de  noviembre  de  1593). 

•     (70     Cabildo  de  17  de  octubre   de  1597,  escribanía   2.".  Llamábase  el 
infiel  sellador  que  tal  hizo  Francisco  Bautista  Ventín. 


-  61  - 

res,  recién  anochecido,  capeaban  en  el  Arenal  (72);  moros 
más  ó  menos  auténticos,  pues  muchos  de  ellos  habían  sido 
bautizados,  á  los  tres  días  de  nacer,  en  la  iglesia  parroquial 
de  Triana,  daban  gatazo  al  más  listo  (lo  que  dicen  cambiazo 
hoy),  vendiéndole  inútiles  trapos  por  medias  calzas  (73); 
reducidos  á  dos  todos  los  hospitales  en  1587  (74),  los  mendi- 
gos viejos,  lisiados  é  impedidos  no  tenían  donde  acogerse,  ni 
quien  mirara  por  ellos,  y  se  morían  por  las  calles,  mal  tan 
grave  como  afrentoso  para  urbe  tan  opulenta  (75);  mientras 
que,  por  no  haber  dinero  para  pagar  lo  gastado  una  semana 
en  obras  urgentísimas  de  las  murallas  y  el  río,  el  asistente, 
de  su  peculio,  tenía  que  prestar  nueve  mil  reales,  se  entrega- 
ban á  Fr,  Mateo  de  Salerno,  franciscano  de  los  Santos  Luga- 
res de  Jerusalén,  quinientos  ducados,  á  cuyo  pago  se  había 
obligado  Sevilla  graciosamente  {yG).   Y  en  cuanto  á  policía 


(72)  Lope  de  Vega,  El  Arenal  de  Sevilla,  acto  I,  esc.  XVIII. — Pocos 
años  después  escribía  Quevedo  (El  Parnaso  Español,  Musa  V,  Carta  de  Es- 
carramdn  á  la  Me'ndez): 

Remolón  fué  hecho  cuenta 
De  la  sarta  de  la  mar, 
Porque  desabrigó  á  cuatro 
De  noche  en  el  Arenal. 

(73)  El  Arenal  de  Sevilla,  acto  I,  escena  VIII. 

(74)  Los  del  Espíritu  Santo  y  Amor  de  Dios  (V.  Ortiz  de  Zúfliga,\4wa- 
les  de  Sevilla,  año  de  1 587,  y  Matute,  Noticias  relativas  d  la  historia  de  Se- 
villa que  no  constan  en  sus  Anales  (Sevilla,  Rasco,  1886),  pág.  78. 

(75)  En  cabildo  de  i.°  de  agosto  de  1594  Andrés  Núñez  Zarzuela,  ma- 
yordomo de  los  jurados,  dijo:  «que  la  redu^ion  de  los  ospitales  desta  ciudad  se 
hizo  á  dos  en  los  quales  tan  solamente  se  reciben  enfermos  de  callenturas,  he* 
ridas  y  llagas,  y  de  los  que  se  reduxeron  á  estos  muchos  estañan  ynstituydos 
para  recojer  y  tener  en  ellos  en  vnos  mugeres  muy  viejas  y  se  les  daua  carbón  y 
otras  menuden9ias  con  que  se  sustentauan  y  los  vezinos  y  circunvezinos  les 
embiaban  socorro  y  mantenimientos,  y  en  otros  se  recojian  pobres  mendigos 
viejos  lisiados  e  ynpididos  para  poder  andar  por  las  calles,  y  por  no  tener 
donde  acojerse,  y  en  las  casillas  donde  se  recojen  quien  los  cure  y  mire  por 
ellos,  se  mueren  por  las  calles  y  resultan  otros  muchos  ynconvenientes  contra 

caridad »  y    suplica,  en   fin,   que   en   cada  collación   se  ponga  una  casa  de 

recogimiento.  Este  grave  mal,  á  que  no  dio  lugar  la  autoridad  civil,  que  bien  se 
opuso  á  la  reducción  de  hospitales,  sino  el  arzobispo  D.  Rodrigo  de  Castro, 
(que,  por  terco,  ostentoso  y  nada  caritativo,  se  hizo  aborrecible  á  toda  Sevilla), 
este  mal,  digo,  subsistía  en  1599,  y  aun  se  había  agravado  con  motivo  de  la 
peste  (Cabildo  de  i.°  de  abril  del  dicho  año,  escribanía  i.*). 

(76)  Cabildo  de  10  de  diciembre  de  1597,  escribanía  l,* 


—  62  - 

urbana,  haciendo  caso  omiso  de  los  mil  muladares  formados 
de  murallas  afuera  y  junto  á  las  puertas  mismas  de  la  ciudad, 
en  5  de  marzo  de  1591  había  dos  meses  que  no  se  limpiaban 
las  calles  ÍJ7)\  en  3  de  agosto  de  1592,  porque  era  pasado 
más  de  un  mes  desde  que  se  cumplieron  los  arrendamientos 
de  la  limpieza,  estaba  el  lugar  muy  sucio  y  lleno  de  vesti- 
glos (78);  en  1 597,  porque  la  limpieza  se  hacía  á  costa  de  los 
propios,  y  no  de  los  vecinos,  como  en  los  aflos  de  1 593  y 
siguientes,  todos  echaban  lo  basura  y  el  estiércol  en  las  calles, 
cde  que  ha  resultado  estar  la  ciudad  tan  llena  de  ynmundi- 
ciasi  (79);  en  1 598  el  Ldo.  Collazos  de  Aguilar,  teniente  de 
asistente,  decía  en  Cabildo  «que  es  caso  vergonzoso  ver  la 
ciudad  quan  perdida  está  con  ynmundicia  y  montones  de 
basura  que  hay  por  todas  las  plagas  y  calles,  que  propiamen- 
te están  hechas  muladares...  >  (80).  Esto,  á  fines  del  gran 
siglo  XVI:  ¡y  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos  se  barrían  las 
calles  cada  quince  días!  (81).  Y  si  es  de  los  rincones  y  parajes 
solitarios  no  se  diga  cómo  estaban;  baste  recordar  que  desde 
el  año  1 599  se  acudió  al  socorrido  expediente  de  pintar  ó 
poner  cruces  en  las  paredes  de  tales  sitios,  cosa  que  en  dos  ó 
tres  años  se  hizo  tan  general,  que  no  quedó  rinconada  de 
templo  ni  de  calleja  sin  aquellas  pinturas  (82). 


(77)  Rodrigo  Suárez,  diputado  de  la  limpieza,  dijo:  «que  á  la  ciudad  le 
consta  como  el  lugar  está  muy  sucio  más  que  jamas  lo  ha  estado,  por  aver  dos 
meses  que  no  se  limpia  y  por  aver  sido  el  ynvierno  de  tantas  aguas,  y  ser 
agora  entrada  de  verano  [llamaban  verano  á  la  primavera,  y  á  lo  que  hoy  de* 
cimos  verano,  estioj,  se  puede  temer  justamente  alguna  enfermedad.» 

(78)  Se  acordó  que  se  limpiara,  sin  levantar  mano. 

(79)  Cabildo  de  2  de  mayo  de  159T,  escribanía  2.' 

(80)  Cabildo  de  5  de  marzo  de  1598,  escribanía  i.* 

(81)  «Otrosí,  que  en  el  tiempo  del  enxuto,  que  barran  las  calles,  cada  uno 
sus  pertenencias,   cada  quince  dias  una  vez,  et  eche  el  estiércol  fuera  de  la 

villa »  (Ordenjinza  XXIV  de  las  antiguas  del  Concejo  de  Sevilla:  véase  Gui- 

chot,   Historia  del  Exento.   Ayuntamiento  de  la  ciudad  de  Sevilla,   t.   I, 
pág.  246). 

(82)  He  aquí  una  ligera  nota  de  algunos  de  esos  acuerdos:  3  de  septiem* 
bre  1599:  que  se  ponga  de  cruces  por  ambos  lados  la  calle  que  va  por  las 
espaldas  de  las  casas  de  D.  Andrés  de  Monsalve  á  la  calle  de  las  Armas.— 21 
enero  i6oo:  que  se  pinten  unas  cruces  á  las  espaldas  del  sagrario  de  San 
Vicente. — 25  agosto  1600:  petición  de  que  se  pinten  cruces  en  las  paredes  de 


-  63  - 

Para  colmo  de  tanto  desorden  y  desgobierno,  los  suje- 
tos que  ejercían  una  jurisdicción,  cualquiera  que  ella  fuese, 
odiaban  á  los  que  ejercían  cada  una  de  las  cien  restantes  que 
embrollaban  la  ciudad.  Cada  cual  engreído  con  su  vara,  te- 
níase por  más  digno  y  encopetado  que  ningún  otro,  y 
diputábala  por  cedro  del  Líbano,  en  tanto  que  las  varas  de 
los  demás  antojábansele  ridiculas  cañahejas.  Ya  era  el  arzo- 
bispo D.  Rodrigo  de  Castro  quien  excomulgaba  á  los  del 
cabildo  de  la  Ciudad  por  hacer  unas  fiestas  en  tiempo  de 
jubileo  (83);  ya  era  la  Inquisición  quien,  por  quita  allá  ese 
paño,  hacía  lo  propio  con  el  regente  de  la  Real  Audiencia  (84); 
tal  ó  cual  vez  el  alcalde  del  crimen  Jusepe  de  Medrano,  in- 
vadía las  atribuciones  del  asistente  y  del  maestre  de  campo 
de  Sevilla,  y  rondaba  en  ella  por  las  noches,  desarmando  á 
los  soldados  que  topaba,  á  los  cuales  ponía  en  la  cárcel,  «de 
manera  que  ya  todos  dizen  que  no  quieren  ser  soldados, 
pues  no  les  guardan   sus  preeminencias»  (85).   Muy   especial- 


San  Juan  de  la  Palma. —  22  septiembre  1600:  que  se  pinte  de  cruces  el  rede- 
dor de  la  iglesia  de  San  Bartolomé. —  25  septiembre  1600:  Ide^n  la  pared  de 
San  Román. — 9  octubre  i6oo.-  ídem  la  de  Santa  Marina. — 17  enero  1601: 
ídem  la  calle  que  va  de  San  Juan  de  la  Palma  á  San  Andrés,  y  en  la  calle  del 
Imperial,  los  muros  de  San  Leandro. — Del  Imperial,  por  haber  vivivo  en  ella 
el  célebre  poeta  micer  Francisco  Imperial  y  sus  descendientes.  Aún  llamábasele 
del  Imperial,  á  la  italiana,  y  no  de  Imperial,  ó  Imperial,  como  ahora. 

(83)  En  1592.  Véase  Ariño,  Sucesos  de  Sevilla  de  I5g2  d  1604,  páginas 
I.'  y  siguientes, 

(84)  En  25  de  noviembre  de  1598,  al  efectuarse  el  primer  intento  de 
celebrar  las  honras  por  Felipe  II.  Sabidísimo  es  que,  entrando  en  la  Iglesia 
Catedral  el  Tribunal  de  la  Inquisición  cuando  se  cantaba  el  Evangelio,  al  pun- 
to hizo  requerir  al  regente  de  la  Audiencia  para  que  quitase  el  paño  negro  de 
su  banco,  y  como  no  lo  hiciera,  fué  excomulgado  y  se  suspendieron  las  honras 
hasta  fin  de  diciembre.  D.  Francisco  de  Borja  Palomo,  docto  historiógrafo  de 
las  riadas  de  Sevilla,  acerca  de  las  cuales  escribió  y  publicó  un  curiosísimo 
libro,  extractó  muy  bien  este  complicado  asunto  de  las  honras  en  el  prólogo 
que  escribió  en  1869  para  la  monografía  de  Francisco  Jerónimo  Collado  titu- 
lada Descripción  del  Túmulo  y  relación  de  las  exequias  que  hizo  la  ciudad  de 
Sevilla  en  la  muerte  del  rey  don  Felipe  segundo.  Y  posteriormente,  en  1873, 
D.  Antonio  María  Fabié  extractó,  para  los  apéndices  del  curioso  libro  de 
Ariño,  tanto  las  actas  del  Cabildo  de  la  ciudad  referentes  á  las  honras  de 
Felipe  II  como  los  autos  que  sobre  el  mismo  asunto  formó  la  Audiencia,  y  los 
que  se  siguieron  ante  el  Consejo. 

(85)  Actas  capitulares,  cabildo  de  14  de  marzo  de  1598,  escribanía  í.*-Por 


—  64  — 

mente,  aborrecíanse  la  Real  Audiencia  y  el  cabildo  de  la 
Ciudad,  y  esto  provenía,  en  gran  parte,  de  que  aquélla,  á  cu- 
yos señores  daban  de  comer  de  balde  y  lo  mejor  regatones  y 
jiferos,  sus  protegidos,  llevaba  á  mal  que  este  otro  tuviese 
jurisdicción  para  hacer  las  causas  contra  ellos  y  para  mandar, 
aliquando,  que  les  dieran  lindos  jubones  de  azotes  y  les 
sacaran  no  feas  multas.  Andando  siempre,  como  dicen,  á 
pícame,  Pedro,  que  picarte  quiero,  unas  pajillas,  una  friolera, 
cualquier  nonada,  venía  improvisamente  á  avivar  el  inveterado 
fuego  de  su  malquerencia  (86). 

En  estas  contiendas  pueriles  y  en  procurar  cada  cual  por 
su  provecho,  sin  curarse  del  procomún,  pasábase  el  tiempo 
todo.  Y  así  como,  «estando  las  galeras  cristianas  trompeteando 
en  los  puertos  y  muy  de  reposo  coziendo  la  haba,  gastando  y 


esta  acta  sabemos  cuántas  compafiías  se  habian  levantado  basta  entonces 
de  las  veinticuatro  que  se  acordó  levantar;  decia  Pedro  de  Escobar  Melgarejo, 
como  alguacil  mayor:  *Y  que  aunque  en  la  ciudad  hay  diez  e  oueve  compafiías, 
el  señor  conde  de  puñon  Rostro  tiene  la  gente  dellas  tan  bien  disciplinada  y 
todo  tan  bien  dispuesto  y  viven  tan  compuestos  y  con  tanta  quietad,  que 
parece  no  aver  milicia  en  esta  ciudad.» 

(86)  Por  los  años  de  1587  y  siguientes  se  hicieron  obras  en  el  edi6do 
de  la  Audiencia,  para  las  cuales  la  Ciudad  dio  cuatro  mil  ducados.  Desde  qoe 
tal  palacio  se  ediñcó  tenía  en  la  fachada,  además  de  las  armas  imperiales,  las 
de  Sevilla;  pero,  con  todo,  el  regente  hizo  quitar  estas  últimas.  Hubo  por  ello 
contienda;  Sevilla  ganó  una  real  provisión  (28  de  enero  de  1591),  por  la  cual 
se  mandó  al  dicho  regente  que  hiciese  poner  las  armas  de  la  ciudad,  «que 
estauan  puestas  en  las  paredes  de  la  plaza  desa  audiencia,  en  las  partes  y 
según  y  de  la  manera  que  estaban  al  tiempo  que  se  quitaron»,  añadiéndose  la 
coletilla  «y  no  fagades  ende  al.»  Hizo  ál  el  regente:  acudió  á  cuantos  recursos 
había  para  no  cumplir  lo  mandado,  tanto,  que  fué  menester  á  Sevilla  soste- 
ner la  contienda  hasta  ganarla  ejecutoriamente,  y  asi,  en  el  cabildo  de  25  de 
mayo  de  1607,  se  acordó  que  se  pusieran  en  la  Audiencia  escudos  de  armas 
de  la  ciudad.  Por  consecuencia  de  Ul  enemiga,  los  señores  (como  por  antono- 
masia se  hacían  llamar  los  de  la  Audiencia)  no  perdían  ocasión  para  entreme- 
terse en  cuanto  era  de  las  atribuciones  de  la  Ciudad,  bien  por  ellos  mismos 
como  tribunal,  ó  bien  por  sus  criados,  á  quienes  aquellos  hombres  de  ley  y  de 
justicia  alentaban  á  cometer  cien  desafueros.  En  cabildo  de  20  de  mayo  de 
1594  el  jurado  Carlos  de  Lezana  dio  cuenta  de  cque  los  alguaziles  de  la 
audiencia  no  pueden  rondar,  y  la  ciudad  muchas  vezes  ha  tratado  desto,  y  que 
agora  no  solo  rondan  y  quitan  espadas  con  grande  ynsolencia,  mas  visitan 
casas  de  mugeres  y  de  juego  y  andan  con  escribanos  muchas  vezes  y  hazen 
causas  sin  que  sea  ynfragante  y  prenden»  (Archivo  Municipal  de  Sevilla, 
Actas  capitulares,  y  libro  en  pergamino  rotulado  Varios  papeles  perterucien- 
tes  al  Cabildo  de  la  Ciudad,  en  f.°,  ms,,  f,*'  359). 


—  65  - 

consumiendo  los  días  y  las  noches  en  banquetes  y  en  jugar 
dados  y  naipes, »  los  corsarios  argelinos,  á  su  placer,  paseaban 
«por  todas  las  mares  de  Levante  y  Poniente,  sin  ningún  te- 
mor, y  como  libres  y  absolutos  señores  dellas,  y  aun,  como 
quien  anda  á  caza  de  liebres  por  pasatiempo,  aquí  tomaban 
una  nave  cargada  de  oro  y  plata  que  venía  de  las  Indias,  y 
allí  otra  que  venía  de  Flandes»  {8j),  así  también  las  frecuen- 
tes demasías  de  las  armadas  inglesas  contra  las  costas  españo- 
las, y  singularmente  contra  las  andaluzas,  tenía  muy  sin  zo- 
zobra á  los  sevillanos,  por  lo  cual,  cuando  en  el  estío  de 
1 596  los  soldados  del  Conde  de  Essex  tomaron  y  saquearon  á 
Cádiz,  al  saberse  en  Sevilla  la  alarmante  nueva,  y  acudir- 
se  á  aprestar  las  armas,  «no  se  halló  arcabuz,  ni  mecha,  ni 
pólvora,  ni  espadas,  ni  armas  ningunas,  aunque  las  pesaran  á 
oro,  si  no  fueron  cuatrocientos  arcabuces  que  la  ciudad  tenía 
en  la  Albóndiga,  llenos  de  moho,  que  no  eran  de  prove- 
cho» (88).  El  asistente,  Conde  de  Priego,  mandó  al  socorro  de 
Cádiz  una  compañía  de  caballería  y  tres  de  infantes.  D.  Pedro 
Ponce  de  León,  que  mandaba  una  de  éstas,  escribió  á  aquél 
en  llegando  á  las  Cabezas  de  San  Juan:  «V.  S.  paresce  que 
se  sirve  de  que  pierda  mi  reputación  al  mandarme  venir  sin 
armas  y  munición,  de  manera  que  mi  venida  servirá  de  es- 
carnio...» (89).  Y  cuando  se  acordó  formar  un  batallón  de 
veinticuatro  compañías  que  defendiese  á  la  ciudad,  y  llegó 
para  adiestrarlas  el  capitán  Marco  Antonio  Becerra,  jugóse  á 
los  soldados  muy  sevillanamente;  que  no  hallo  mejor  manera 
de  decir  cómo  se  jugó  (90). 

Un  hombre,  un  solo  hombre  hubo  en  aquellos  años  capaz 
de  arreglar  á  Sevilla  en  todos  sentidos:  D.  Francisco  Arias  de 


(87)  Fr.  Diego  de  Haedo,  Topographia  e  Historia  de  Argel,  Valladolid, 
1612,  iP  116. 

(88)  Véase  Ariño,  obra  citada,  pág.  34. 

(89)  Véase   Rodríguez  Marín,   El  Loaysa  de  *El  Celoso  Extremeño*, 
pág.  126,  nota. 

(90)  Cervantes  se  burló  con  gran  donosura,  como  él  sabia  hacerlo,  de  toda 
aquella  titereria  militar,  y  del  capitán  Becerra,  y  de  la  valiente  entrada  del 


—  66  - 

Bobadüla,  conde  de  Puñonrostro.  Tomó  posesión  de  la  asis- 
tencia el  día  24  de  marzo  de  1597;  qué  cualidades  tenía  y  que 
hizo,  escrito  está,  para  espejo  de  celosos  gobernantes  y  de 
hombres  de  bien  (91);  qué  habría  hecho,  á  permanecer  tiempo 
largo  en  la  ciudad  del  Guadalquivir,  colígese  de  las  muestras. 
De  él  hubiera  podido  decirse  lo  que  dijo  Andrés  Hernáldez  de 
los  Reyes  Católicos  cuando  en  1477  pusieron  su  tribunal  en  el 
alcázar  de  Sevilla:  que  fueron  sus  justicias  ttan  concertadas, 
tan  temidas,  tan  ejecutivas,  tan  espantosas  á  los  malos,  á  los 
ladrones,  á  los  rufianes,  á  los  malvivientes,  que,  por  puro  te- 
mor, muchos  se  fueron  á  Portugal,  e  otros  á  tierra  de  moros  y 
allende  pasaban»  (92).  Así  Cervantes  en  La  Ilustre  Fregona, 
hacía  decir  á  un  mozo  de  muías  sevillano:  « — Sábete,  aniii^o 


Duque  de  Medina  en  Cádiz,  en  un  punzante  •oneto,  que  no  por  Mr  harto 
conocido  deja  de  tener  aqui  apropiado  lugar: 

Vimos  en  julio  otra  Semana  .Santa, 
Atestada  de  ciertas  cofradías 
Que  los  soldados  llaman  compañías, 
De  quien  el  vulgo,  y  no  el  Inglés,  se  eapanta. 

Hubo  de  plumas  muchedumbre  tanta. 
Que  en  menos  de  catorce  ó  quince  días 
Volaron  sus  pigmeos  y  Oolias 
V  cayó  su  edificio  por  la  planta. 

Bramó  el  Becerro  y  púsolos  en  sarta; 
Tronó  la  tierra,  escureci(>se  el  cielo. 
Amenazando  una  total  ruina. 

V,  al  cabo,  en  Cádiz,  con  mesura  harta. 
Ido  ya  el  Conde,  sin  ningún  recelo, 
Triunfando  entró  el  gran  Duque  de  Medina. 

(91)  Ariño,  en  sus  mencionados  anales,  lo  elogió  á  cada  paso  al  citar  sus 
notables  hechos,  y  copió  muchas  composiciones  poéticas  que  corrían  por  toda 
Sevilla  en  su  alabanza.  Y  el  docto  paremiólogo  D.  José  M.*  Sbarbi  llega  á 
imaginar  que  el  Conde,  «espafiol  rancio,  varón  esforzado,  caballero  á  carta 
cabal,  modelo  cumplido  de  honradez,  defensor  acérrimo  de  la  justicia...,  hubo 
de  servir  de  modelo  á  Cervantes,  en  lo  respectivo  á  la  parte  sana  y  seria,  para 
bosquejar  la  gran  figura  de  su  invicto  Héroe  manchego»  (In  tilo  tempere  y 
otras  frioleras,  bosquejo  cervántico  ó  patatiempo  quijotesco  por  todos  cuatro 
costados,  Madrid,  1903). 

(92)  Historia  de  los  Reyes  Católicos,  cap.  XXIX.  Del  estado  en  que  se 
encontraba  Sevilla  años  antes,  reinando  Enrique  IV,  decía  el  cronista  Alonso 
de  Falencia:  «Principalmente  en  Sevilla  una  corrupción  desenfrenada  iba  des- 
trayendo  la  república;  el  que  allí  se  enviaba  por  corregidor  pronto  merecía 
corrección  y  castigo,  y  al  mismo  tenor  las  autoridades  de  la  ciudad,  creciendo 
en  soberbia,  fomentaban  la  tiranía»  {Crónica  de  Enrique  IV,  traducción  de 
D.  Antonio  Paz  y  Melia,  Madrid,  1904,  t.  I,  pág.  380.— Colección  de  Escri- 
tores Castellanos). 


-6^- 

que  tiene  un  Bercebú  en  el  cuerpo  este  Conde  de  Pufionrostro, 
que  nos  mete  los  dedos  de  su  puño  en  el  alma:  barrida  está 
Sevilla  y  diez  leguas  á  la  redonda  de  jácaros;  no  para  ladrón 
en  sus  contornos;  todos  le  temen  como  al  fuego,  aunque  ya 
se  suena  que  dejará  presto  el  cargo  de  asistente,  porque  no 
tiene  condición  para  verse  á  cada  paso  en  dimes  ni  diretes 
con  los  señores  de  la  Audiencia.» 

El  sapientísimo  y  virtuosísimo  Arias  Montano,  desde  su 
quinta  de  Campo  de  Flores,  escribió  á  Felipe  II,  que  le  amaba 
y  le  veneraba,  suplicándole  que  mandara  al  Conde  no  aflojase 
del  buen  orden  con  que  había  comenzado  á  gobernar  y  reme- 
diar los  desafueros  y  robos  públicos  que  en  Sevilla  se  co- 
metían, «ó,  por  mejor  decir,  se  sustentaban,  con  nombre  de  jus- 
ticia, y  con  entrar  algunos  leones  á  la  parte  del  interés  de  una 
infinidad  de  lobos  y  raposas  y  otras  salvajinas  que  cazaban,  y 
pescaban  por  mar»  (93).  Los  señores  de  la  Audiencia  no  gus- 
taron de  la  justicia  del  Conde,  que  estaba  hecha  á  prueba  de 
sobornos;  á  cuantos  abusaban  y  robaban,  grandes  y  chicos,  es 
decir,  á  las  tres  quintas  partes  de  la  población  hispalense,  no 
pareció  bien  tanta  legalidad,  pues,  al  cabo— dirían — no  he- 
mos venido  á  redimir  el  mundo,  sino  á  comérnoslo;  y  el  insig- 
ne Conde,  viendo  que  los  más  miraban  con  malos  ojos  sus 
nobles  esfuerzos  y  que  muchos  de  los  robados  no  merecían 
protección,  porque  á  su  vez  eran  ladrones,  no  tuvo  empeño  en 
permanecer  en  Sevilla,  ciudad  de  la  cual  escribía  poco  des- 
pués el  racionero  Francisco  de  Porras  de  la  Cámara  (94): 
«....entra  cada  año  la  nata  y  medula  de  las  entrañas  del  cerro 
del  Potosí;  todos  hacen  su  negocio,  y  si  son  pobres,  proveen 
su  necesidad,  y  si  ricos,  hartan  su  insaciable  cobdicia,  y  está 
Sevilla  menos  sigura  y  más  sospechosa  que  Sierra  Morena,  y 
tan  miserable  y  destrogada  como  Jerusalem  en  la  captividad 


(93)  Esta  carta,  inédita  hasta  ha  poco  tiempo,  fué  publicada  por  Rodrí- 
guez Marín  en  El  Loaysa  de  *El  Celoso  Extremeño»,  pág.  147,  nota. 

(94)  En  la  consabida  carta  al  cardenal  Niño  de  Guevara,  electo  arzobispo 
de  Sevilla. 


-  68  - 

del  Egipto,  que  lamenta  Isaías  diciendo:  n-Ite  angelí  lu-loces  ad 
gentem  convulsam  et  dilaceraíam...*  Así,  pues,  al  expirar  la 
centuria  décimasexta  habría  podido  ponerse  de  nuevo  en  la 
puerta  del  Osario  aquel  tan  expresivo  rótulo  que  tuvo  puesto, 
antes  de  la  reconquista,  el  taimado  moro  que  abusivamente 
cobraba  el  pasaje  del  al  macabra  (95): 

cESTA  ES  LA  CIUDAD 
DE  LA  CONFUSIÓN  Y  EL  MAL  GOBIERNO. t 


(95)     Ortiz  de  Zútliga,  Anales  eclesiásticos  y  seculares  de  Sevilla,  t.  I, 
Pág-  32- 


III 


Para  albergar  gente  perdida  de  toda  la  grande  variedad 
de  especies  que  constituían  la  picaresca  en  los  postreros  lus- 
tros del  siglo  XVI  no  había  en  España  ninguna  ciudad  tan  á 
propósito  como  Sevilla.  Su  opulencia  daba  para  todos,  aun 
para  los  más  ruines;  su  desgobierno  y  su  desorden  eran  el 
más  eficaz  salvoconducto  para  todo  linaje  de  traviesos  y  de- 
lincuentes; y  el  ser  tan  grande  y  populosa,  y  tan  concurrida 
de  gente  de  cien  naciones,  ofrecía  anchísimo  campo  á  pesca- 
dores y  mariscadores  en  seco,  y  protectora  seguridad,  si  no 
rodaran  bien  las  cosas,  de  perderse  en  un  momento  y  cuantas 
veces  fuera  menester,  como  tragado  por  la  tierra,  con  sólo  es- 
currir y  mudar  el  bulto  de  un  barrio  á  otro.  Máre  magnunt 
llamaba  á  Sevilla,  mediado  aquel  siglo,  el  setabense  Francis- 
co Franco,  médico  del  Rey  de  Portugal  y  catedrático  del  es- 
tudio de  Santa  María  de  Jesús  (i);  Nínive  y  Babilonia  llamá- 
bala cincuenta  años  después  el  anónimo  autor  del  Entremés 
de  los  Mirones  (2),  y  por  Babilonia  castellana  y  Cairo  español 
teníala  algo  más  tarde  el  ecijano  Luís  Vélez  de  Guevara,  en 


(i)  Palomo,  Historia  critica  de  las  riadas  ó  grandes  avenidas  del  Gua- 
dalquivir en  Sevilla,  t.  I,  pág.  115. 

(2)  «Sevilla  es  una  Nínive,  es  otra  Babilonia:  de  lo  que  rueda  por  esas 
calles,  si  hay  quien  lo  note,  cada  hora  puede  hacerse  una  corónica.» 


—  70  - 
una  de  sus  comedias  (3).  Pero  ¿á  qué  decir  más?  Babilonia  se 
llamaba  la  gran  ciudad  del  Guadalquivir  en  el  hampesco  len- 
guaje de  la  germanía  (4). 

Empero,  sobre  las  enumeradas,  alguna  otra  cualidad  ó 
cosicosa  tenía  Sevilla  que  era  especial  y  privativa  de  su  sucio, 
ó  de  su  cielo,  ó  de  su  ambiente,  ó  de  todos  ellos  á  la  vez,  y 
que  coadyuvaba  muy  mucho  á  constituirla  en  núcleo  y  me- 
trópoli de  toda  la  gente  maleante  y  apicarada  de  la  nación.  A 
los  diablos  atribuía  Santa  Teresa  de  Jesús,  con  gentil  sencillez 
cristiana,  esta  rara  cualidad  á  que  me  refiero:  tNo  sé— escri- 
bió en  su  Libro  de  las  Fundaciones  (5) — si  la  misma  clima  de 
la  tierra,  que  he  oído  siempre  decir  los  demonios  tienen  más 
mano  allí  para  tentar,  que  se  la  debe  de  dar  Dios,  y  en  esto 
me  apretaron  á  mí,  que  nunca  me  vi  más  pusilánime  y  cobar- 
de en  mi  vida  que  allí  me  hallé:  yo,  cierto,  á  mí  mesma  no 
me  conocía».  D.  Diego  Hurtado  de  Mendoza  había  dado  una 
más  llana  explicación,  al  tratar  del  mal  comportamiento  de 
los  soldados  voluntarios  que  fueron  de  Sevilla  á  pelear  contra 
los  moriscos  rebeldes  de  la  Alpujarra,  echando  de  ver  que  en 
la  dicha  ciudad  se  juntaban  tres  suertes  de  personas:  los  natu- 
rales, discretos  y  animosos,  que  vivían  de  sus  rentas  ó  de  su 


(3)  En  la  titulada  Más  pesa  el  rey  que  la  sangre,  jornada  I,  escena  I: 

Este  Cmyo  ttpañol,  esta 
BabiloHia  caitellana, 
Este  ejército  de  almenas, 
EUte  escándalo  de  casas.. 

y  Lope  de  Vega,  en  La  Dorotea,  acto  II,  esc.  2.',  en  donde  Celia,  al  preguntar- 
le Dorotea: — «¿Qué  hará  mi  bien  ahora?*,  le  responde,  aludiendo  á  Sevilla: 
— «Estará  en  aquella  gran  ciudad.  Babilonia  de  Espafia.» 

(4)  Entre  cien  ejemplos  que  podria  citar,  he  aquí  dos,  tomados  de  los 
Romances  de  germanía  publicados  por  Juan  Hidalgo: 

Hicieron  ambos  alón 

V  á  Babilonia  se  acogen. 


En  la  ancha  BahiUmia 
Acabó  su  cruz  y  entróse. 


Quevedo,  en  la  VII  de  sus  jácaras  (Musa  V) 
(5)     Capitulo  XXV. 


Llegamos  á  Bahilonia 
Un  miércoles  por  la  tarde. 


—  71  - 

trabajo;  los  extranjeros,  ocupados  en  sus  negocios;  «más  los 
hombres  forasteros  que  de  otras  partes  se  juntan  al  nombre 
de  las  armadas,  al  concurso  de  las  riquezas,  gente  ociosa,  co- 
rrillera,  pendenciera,  tahura;  hacen  de  las  mujeres  públicas 
ganancia  particular;  movida  por  el  humo  de  las  viandas...»  (6). 
Con  todo,  algo  había  genuínamente  sevillano,  ó,  mejor,  anda- 
luz, de  lo  que  advirtiera  la  Doctora  Mística;  algo  que,  como 
ella  indicó,  estaba  y  está  en  «la  misma  clima  de  la  tierra»:  era 
y  es  su  espléndido  sol,  y  su  hermosa  y  riente  luz,  y  aquella 
aromada  primavera  de  casi  ocho  meses;  y  aquel  calor  del  Se- 
negal  én  los  tres  del  estío;  todo  ello  enervante,  adormecedor 
predisponente  á  la  ociosidad;  tanto,  que  hicieron  alguna  mella 
en  el  firmísimo  carácter  de  la  autora  de  Las  Moradas,  ocasio- 
nándole una  pusilanimidad  que  en  parte  ninguna  había  tenido. 
Mas  ¡también  singular  cosa!  con  esa  propensión  al  ocio 
coexistían,  en  los  hombres  de  todas  las  clases  sociales,  una 
altivez  y  un  como  orgullo,  provenientes  en  mucha  parte  de 
ser  hijos  de  la  magnífica  ciudad,  y  aun  de  sólo  residir  en  ella, 
que  solían  traducirse,  cuando  no  en  actos  de  ostensible  valor, 
en  contiendas  verbales  llenas  de  interjecciones,  pésetes,  men- 
tíses  é  hiperbólicas  amenazas,  en  que  ponía  lo  menos  el  pro- 
pósito de  hacer  daño  á  nadie  y  ponían  lo  más  la  exuberancia 
de  fantasía  y  la  facundia  retórica  que  da  pródigamente  á  sus 
naturales  aquella  noble  y  privilegiada  tierra.  Como  ciudad, 
como  persona  jurídica,  Sevilla  los  aleccionaba  con  sus  ejem- 
plos de  dignidad  y  altivez,  quizás  exageradas  en  alguna  oca- 
sión, pero  siempre  plausibles.  Por  el  verano  de  1 540,  verbigra- 
cia, dos  corsarios  argelinos  entraron  y  saquearon  á  Gibraltar; 
sabido  esto  en  Sevilla,  acordóse  sin  tardanza  sacar  el  pen- 
dón de  la  Ciudad,  para  que  con  él  y  con  la  gente  que  se  juntó 


(6)  Guerra  de  Granada,  libro  IV.  Cabrera  de  Córdoba  hurtó  estas  últi- 
mas frases  al  ilustre  historiador  y  poeta  granadino,  aplicándolas  á  distinto 
propósito:  á  la  segunda  expedición  que  se  hizo  á  las  Azores,  á  la  cual  fué  mu- 
cha gente  sevillana.  Fornerón  cayó  en  la  cuenta  de  este  hurto  (Historia  de 
Felipe  Ily  traducida  por  D.  Cecilio  Navarro,  Barcelona,  1884,  pág.  341,  nota). 


-  72  - 

marchase  allá  D.  Rodrigo  de  Saavedra,  tel  cual,  aunque  pres- 
tamente llegó  nueva  de  haberse  retirado  los  cosarios  con  la 
presa,  con  todo,  salió  á  Tablada  con  el  pendón  y  la  gente  que 
se  le  había  juntado;  y  refiere  una  curiosa  relación  —  va  hablan- 
do el  analista  Ortiz  de  Zúftiga— que,  llegando  á  salir  por  la 
puerta  de  Carmona  el  pendón,  no  cabiendo  por  ella  enhiesto, 
que  permanecía  en  su  antigua  forma,  por  no  baxarlo,  lo  des- 
colgaron por  cima  de  la  muralla,  y  que  lo  mismo  hizo  al  en- 
trar: ceremonia  notable  y  digna  de  memoria — añade — por  lo 
que  indica  el  respeto  de  nuestros  antiguos  á  este  estimado 
pendón  (7).  Otro  ejemplo,  de  los  aftos  á  que  se  refiere  este 
pobre  discurso.  En  cabildo  de  20  de  mayo  de  1 598  se  dio 
cuenta  de  una  carta  de  la  ciudad  de  Gibraltar  á  la  de  Sevilla, 
en  la  cual,  de  fijo  por  inocente  inadvertencia  de  algún  tagaro- 
te calpense,  se  la  trataba  de  merced.  ¡Tú,  que  tal  hiciste!  Hu- 
bo veinticuatro  que  puso  el  grito  en  el  ciclo,  y  se  acordó  que 
la  carta  «se  rompiese  sin  hacer  caso  della,  mediante  convenir 
así  á  la  grandeza  y  autoridad  de  la  ciudad,  por  ser  gibraltar 
un  lugarejo  corto  y  de  gente  tan  ignorante  y  bruta,  que  se 
podía  creer  con  propiedad  ignoraría  el  modo  de  hablar  á  sus 
superiores,  y  porque  no  se  desvaneciese  si  la  ciudad  reparara 
en  su  necedad,  y  que  así  se  le  avisase  á  sus  almojarifes  para 
que  así  lo  tuviesen  entendido.»  Verdad  es  que  Gibraltar,  lu- 
garejo y  todo,  no  se  avino  bien  con  la  desdeñosa  respuesta, 
y  pleiteó  hasta  ganar  provisión  para  que  Sevilla  le  diese  tes- 
timonio del  acuerdo  precopiado,  (8)  y  tales  primores  forenses 
costaron  muy  buenos  escudos  á  la  gran  ciudad  del  Guadal- 
quivir; pero  quedó  en  su  punto  no  sólo  aquel  puntillo,  sino 
aquella  braveza  que  Cervantes  encomió  siete  meses  después 
en  el  más  popular  de  los  sonetos  españoles. 

Quien  lo  hereda  no  lo  hurta,  y  como  de  herencia  tenían 


(7)  Ortiz  de  ZúBiga,   Anales  ecUsidsticos  y  seculares  de  Sevilla,  t.  III, 
pág. 382.  • 

(8)  Actas  capitulares  de  Sevilla.  Pueden  verse,  entre  otras,  las  de  8  de 
julio  de  1598  y  23  de  febrero  de  1602. 


—  73  — 

los  sevillanos  aquel  decoro  y  aquella  noble  arrogancia.  «To- 
dos, hasta  los  niños — escribía  el  bachiller  Luís  de  Peraza, 
cabalmente  hacia  el  año  referido  (9)— presumen  de  hombres, 
y  andan  con  sus  espadicas  á  los  lados,  y  aun  se  las  pegan  á 
las  veces  con  el  diablo.»  Y  Vicente  Espinel,  que  es  el  prota- 
gonista de  su  novela  intitulada  Relaciones  de  la  vida  del  escu- 
dero Marcos  de  Obregón,  dice  en  ella,  refiriéndose  al  año 
de  1578,  en  que  vivió  muy  á  lo  picaro  en  la  ciudad  de  la  Gi- 
ralda: «Quédeme  en  Sevilla  por  algún  tiempo,  donde,  entre 
muchas  cosas  que  me  sucedieron,  fué  una  dar  en  la  valentía; 
que  había  entonces,  y  aun  creo  que  ahora  hay,  una  especie  de 
gentes  qae  ni  parecen  cristianos,  ni  moros,  ni  gentiles,  sino 
su  religión  es  adorar  en  la  diosa  Valentía,  porque  les  parece  \a>> 
que  estando  en  esta  cofradía  los  tendrán  y  respetarán  por  va- 
lientes, no  cuanto  á  serlo,  sino  cuanto  á  parecerlo»  (10). 
El  que  era  sevillano  no  había  de  mostrar  punto  de  cobardía 
ni  aun  estando  para  ir  al  patíbulo  (i  i);  y  como  esto  del  valor 
era  cosa  en  que  pecaban  todos  los  más  hijos  de  aquella  ciu- 
dad (12),  y  aun  los  pobres  mendigos,  en  siendo  de  ella,  cam- 
paban de  valientes  (13),  con  harta  razón  la  llamaban  los  poe- 
tas de  los  jácaros  la  Chipre  de  la  valentía  (14).  En  especial, 
los  ternes  de  la  collación  de  San  Román,  en  esto  de  los  híga- 
dos, no  reconocían  semejantes,  á  no  ser  los  del  barrio  de  la 


(9)  Historia  de  la  Imperial  ciudad  de  Sevilla.  Ms. 

(10)  Relaciones  de  la  Vida  del  escudero  Marcos  de  Obregón,  relación  II, 
descanso  II. 

(11)  Cristóbal  de  Chaves,  Relación  de  la  Cárcel  de  Sevilla,  en  Gallardo, 
Ensayo  para  una  Biblioteca  Española,  t.  I,  columna  1.347. 

(12)  Castillo   Solórzano,    La     Garduña   de    Sevilla    (Valencia,    1634), 
cap.  III. 

(13)  Luis  Vélez  de  Guevara,  El  Diablo  Cojtielo,  tranco  IX. 

(14)  En  uno  de  los  romances  publicados  por  Juan  Hidalgo: 

Un  hombre  que  ser  solía 
Tenido  hace  algunos  meses 
Por  uno  de  los  que  llaman 
De  la  Hería  y  pendón  verde, 

Vino  huyendo  de  Sevilla, 
Que  es  Chipre  de  los  valientes, 
Por  no  sé  qué  niñerías. 
Robos,  capeos  y  muertes. 


—  74  - 

Heria  ó  Feria.  He  aquí  por  qué  en  El  Rufián  dichoso^  Anto- 
nia, para  encarecer  la  guapeza  de  Lugo,  dice: 

¿Hay  más  que  ver  que  le  dan 
Parías  los  más  arrogantes, 
De  la  Hería  los  matantes, 
Los  bravos  de  San  Román?  (15). 

Y  ya  que  acabo  de  nombrarlos,  comenzaré  f)or  los  jácaros 
ó  jaques  la  enumeración  de  las  diversas  variedades  de  la  pica- 
resca. Así  como  así,  formaban,  si  no  la  clase  más  numerosa  de 
ella,  la  más  digna  de  estudio,  y  la  más  dañina,  al  propio  tiem- 
po. Veamos  algo  de  lo  que  de  esta  mala  gente  escribió  pocos 
años  há,  el  autor  de  El  Loaysa  de  *El  Celoso  extremeño* : 
«Como  resto  de  las  antiguas  costumbres  caballerescas,  vulga- 
rizadas y  ensalzadas  en  novelones  y  romances,  quedó  viva  en 
el  populacho  la  admiración  de  todo  acto  de  valor,  más  pro- 
funda cuanto  más  desaforado  fuese.  A  procurar  y  obtener  esa 
admiración  dedicáronse  muchos  hombres,  echándose  á  vivir 
sobre  su  fama  de  valientes  y  sobre  el  miedo  que  á  estos  tales 
tienen  las  gentes  pacíficas.  Padre  universal  de  los  vicios  es  el 
ocio,  y  los  desalmados  que  hacían  ancha  profesión  de  su  bra- 
veza cayeron  en  todos  ellos,  de  donde  el  fraude,  la  prostitución 
y  el  crimen  fueron  obligados  camaradas  de  la  valentía.  Vi- 
viendo con  un  pie  fuera  de  la  ley  (cuando  no  con  ambos),  aun- 
que haciéndose  tolerar,  ya  por  la  dádiva,  ya  por  el  miedo,  de 
los  ministros  subalternos  de  la  justicia,  hombres  de  la  propia 
laya,  todos,  bien  mirado,  fueron  unos  (16);  y,  como  á  los  prin- 
cipios no  hubo  el  saludable  rigor  necesario  para  extinguir  la 


(15)  Jornada  I.  Y  en  la  tercera,  Fr.  Antonio,  ponderando  el  antiguo  valor 
del  mismo  jaque,  dice: 

Que,  por  Dios,  y  mí  me  goce, 
Que  le  VI  reñir  con  doce 
De  Heria  y  de  San  Román. 

(16)  «En  Viernes  5  de  abríl  [1596]  ahorcaron  á  vn  corchete  porque  le 
lleuauan  preso  á  vn  amigo  suyo  y  hizo  resistencia  á  la  justicia,  y  escapó  su 
amigo,  y  le  prendieron  al  dicho  corchete  y  le  sentenciaron  [á]  ahorcar  por  una 
muerte  que  le  acomunaron»  (Efemérides  sevillanas  del  año  1596.  Ms.  en  folio, 
letra  de  aquel  tiempo.  Biblioteca  del  Sr.  Duque  de  T'Serclaes). 


—  75  — 

mala  semilla  de  los  valientes  de  oficio,  echó  raíces  y  exten- 
dióse como  la  grama,  haciéndose  punto  menos  que  dueña  de 
las  ciudades  populosas,  especialmente  de  Sevilla.  Tarde  acu- 
dió á  poner  remedio  el  celo,  por  lo  común  tibio,  de  cabildos, 
corregidores  ó  asistentes,  alcaldes  y  audiencias,  pues  el  mal  se 
había  propagado  en  tales  términos,  que  cárceles,  azotes,  gale- 
ras, y  aun  la  horca  misma  y  el  descuartizamiento,  más  bien 
eran  leña  con  que  el  incendio  se  fomentaba  que  agua  que  lo 
apagase.  Germanes^  jaques  ó  jácaros,  rufos  ó  rujianes  y  pica- 
ros se  llamaron,  teniéndolo  á  mucha  honra,  los  que  profesa- 
ban en  aquella  cuasi  orden  militar  de  la  valentía  burdelesca  y 
perdularia,  y  germanía,  jacarandina  ó  jacarandana,  rufianes- 
ca y  picaresca  se  llamó  indistintamente  el  espantable  gremio. 
Como  raza  que  vive  enmedio  de  otra,  rigióse  por  sus  especia- 
les costumbres;  tuvo  su  principal  feudo  y  señorío  en  la  casa 
llana,  cuyas  abyectas  mujeres,  lo  mismo  que  otras  repartidas 
por  toda  la  ciudad,  toleraban  y  aun  solicitaban  el  trato  de 
aquellos  malandrines  (17),  cediéndoles,  á  cambio  de  alguna 
caricia  y  de  muchos  golpes,  una  buena  parte  de  sus  viles  ga- 
nancias; y  para  que  los  extraños  no  entendiesen  sus  trapazas 


(17)  «Los  propiamente  llamados  rufianes,  los  que  á  costa  de  las  marcas 
vivían,  eran  casi  siempre  cobardes:  toda  la  fortaleza  se  les  iba  por  la  boca, 
perdonando  vidas,  echando  pésetes  y  reniegos  y  amagando  con  destruir  este 
mundo  y  el  otro.  Lope  de  Vega,  que  en  su  comedia  El  Rufián  Cas  trucho  (de 
seguro,  escrita  sobre  sucesos  que  él  mismo  presenciara)  pintó  de  mano  maestra 
á  un  desalmado  de  este  jaez,  expuso  en  tres  versos  el  concepto  que  tales  galli- 
nas le  merecían: 

¿Cuándo  has  visto  tú  rufián 
Que  no  parezca  Roldan 

Y  sea  después  lebrón? 

El  siguiente  rasgo  (jornada  I)  bien  puede  valer  por  un  retrato  de  su  prota- 
gonista: 

Castrucho.      «Qué  es  Cid  adonde  yo  estoy? 
Que  el  Hércules  mismo  soy 

Y  el  gigante  de  David. 

(Espántese.) 
¡Guarda,  pese  á  tal!  ¿Quién  es 
Este  que  viene  hacia  aquí? 
Escodar.         El  sargento  es,  pese  á  mí. 
Castrucho.      ¿Apretaremos  los  pies? 
Escobar.  Siendo  tií  tan  gran  gigante, 

¿Quieres  que  huyamos  de  un  hombre? 
Castrucho.      Pues  ¿he  de  afrentar  mi  nombre 
Menos  que  con  otro  Atlante?» 


-76- 

y  bellaquerías,  los  germanes  urdieron  cierta  jerga  ó  parla  (el 
lenguaje  de  germanía  que  Juan  Hidalgo  inventarió  en  1609), 
amén  de  otras  varias  jerigonzas...  Gente  para  un  barrido  y 
para  un  fregado,  la  picaresca,  así  fundaba  contra  la  propiedad 
una  sociedad  que  bien  podía  llamarse  «Monipodio,  Maniferro 
y  C.*f,  comprometiendo  en  la  arriesgada  empresa,  á  modo  de 
fianzas,  nabatos  y  gorjas,  como  perpetuaba  el  nombre  del  va- 
liente que  moría  en  la  Ene  de  palo  (18),  narrando  sus  fazañas 
en  muchedumbre  de  romances,  que,  pegados  á  un  son  alegre 
y  á  un  bailecillo  deshonesto,  pronto  se  llevaban  de  calle  al 
vulgacho,  tanto  en  las  fiestas  de  candil  como  en  los  corrales 
de  comedias,  inflamando  con  los  lascivos  meneos  aun  á  las 
personas  más  heladas  por  la  nieve  de  la  vejez.  Así  la  institu- 
ción de  aquellos  bribones  se  difundía  y  prosperaba,  que  era 
un  asombro. 

»La  germanía  sevillana  tuvo  por  elementos  componen- 
tes, en  cuanto  á  lo  rufianesco,  coimas  y  rufos,  padres  y  cota- 
rreras,  traineles  y  pagotes;  y  en  cuanto  á  lo  ladronesco  (de  que 
Salillas  forma  acertadamente  otro  grupo)  (19),  murcios  y  bir- 
ladores, en  general;  pero  con  más  especies,  subespecies  y  fa- 
milias que  caben  en  una  esmerada  clasificación  zoológica;  por 
término  jurisdiccional  tenía  á  Sevilla  entera,  con  sus  plazas  y 
calles,  con  su  concurrido  Arenal,  sus  Atarazanas,  puertas  y 
suburbios,  y  sus  extensos  campos;  por  domicilio,  las  tabernas 
y  los  bodegones,  los  casucos  de  la  mancebía  (20),  todas  las 
altanas  ó  iglesias  en  los  casos  de  apuro,  y,  á  no  poder  más, 
los  trenas  ó  banastos^  y  los  bancos  de  las  gurupas;  por  co- 
rreos, cada  perdido  que  llegaba  á  esta  Babilonia,  ó  de  ella  se 


(18)     cAsí  llamaban  á  la  horca.  Qaevedo,  jácara  II: 


Murió  en  la  Ene  árpalo 
Con  buen  ánimo  un  gañán, 
Y  el  jinete  de  gaznates 
Lo  hizo  con  él  muy  mal.» 


(19)  *El  Lenguaje,  págs.  83  y  siguientes.» 

(20)  «Veinte  de  ellos  poseía  la  Ciudad,  la  cual  por  los  años  de  1 604  los 
tenia  dados  en  renta,  por  dos  vidas,  al  verdugo  Francisco  Vélez.  Muchos  otros 
pertenecían  al  Cabildo  Catedral  (!).» 


-11  - 

iba,  en  particular  los  que,  remando  en  las  galeras  del  Rey, 
atracaban  en  los  muelles  del  Guadalquivir  ó  buscaban  las 
aguas  de  Sanlúcar;  y  por  auxiliares  y  bienhechores,  dígalo 
Cervantes,  por  boca  de  Monipodio:  «el  procurador  que  nos 
•defiende,  el  guro  que  nos  avisa,  el  verdugo  que  nos  tiene 
«lástima,  el  que  cuando  alguno  de  nosotros  va  huyendo  por 
»la  calle  y  detrás  le  van  dando  voces: — ¡Al  ladrón,  al  ladrón, 
» deténganle,  deténganle!,  se  pone  en  medio  y  se  opone  al 
» raudal  de  los  que  le  siguen,  diciendo: — Déjenle  al  cuitado, 
>que  harta  malaventura  lleva;  allá  se  lo  haya;  castigúele  su 
»pecado»  (21).  También  la  germanía  contaba  héroes  y  már- 
tires entre  sus  adeptos:  héroes,  los  que  habían  sucumbido  á 
mano  airada,  haciendo  frente  á  otros  bravos  ó  á  los  servido- 
res de  la  justicia;  y  mártires,  los  que,  después  de  podrirse  en 
el  horno  sin  cantar  en  el  ansia,  aguantaban  sin  chistar  ni  ha- 
cer un  mohín,  por  las  acostumbradas  (22),  las  caricias  de  la 
penca,  ó  acababan  en  finibusterre  á  manos  y  aun  á  piernas  del 
boche,  subiendo  á  desposarse  con  la  viuda,  con  el  mismo  ta- 
lante risueño  que  si  fuesen  á  la  Barqueta  ó  al  Alamillo,  entre 
marcas  y  rufos,  á  despabilar  una  gentil  cazolada  de  beren- 
jenas» (23). 

Conformes,  de  toda  conformidad,  salvo  en  lo  de  entender 
como  úvíónwcio^  germania  ó  jacarandina,  y  picaresca.  No:  la 
picaresca  es  más  amplia,  y  de  ella  forma  parte  la  germania; 
ésta  es  especie,  y  género  la  otra.  La  antigua  picaresca  era  la 
vida  birlonga,  en  todas  sus  múltiples  manifestaciones,  en  vom- 


(21)  «Cervantes,  Rinconete y  Cortadillo.* 

(22)  «Suple  calles.  Un  ejemplo  por  muchos: 

Y  poco  faltó,  por  Dios, 
Para  ser  en  Portugal 
Caballeros  á  lo  asnal. 
Pues  que  supimos  los  dos 

Que  el  Duque  mandado  había 
Que  ^or  las  acostumbradas 
Nos  diesen  las  pespuntadas 
Orden  de  caballería.' 

(23)  Rodríguez  Marín,  El  Loaysa  de   i-El  Celoso   Extremeño*,   pági- 
nas 139-141. 


-  78  - 
chas  de  las  cuales  se  pasaban  no  pocos  trabajos.  Las  princi- 
pales variedades  de  la  picardía  están  indicadas  por  Cervantes 
en  la  vida  del  Pedro  de  Urdemalas  que  da  título  á  una  de  sus 
comedias:  fué  hijo  de  la  piedra,  niño  de  la  doctrina,  grumete 
de  la  carrera  de  Indias,  esportillero  en  la  metrópoli  andaluza, 
mandil  ó  mozo  de  rufián,  mochilero,  playero,  vendedor  de 
aguardiente  y  naranjada  en  Córdoba,  suplicacionero  ó  barqui- 
llero, como  decimos  hoy,  mozo  de  un  ciego  rezador  de  ora- 
ciones, mozo  de  muías,  mozo  de  un  tahúr  fullero,  mozo  de 
labrador,  y  aún,  después,  farsante.  Con  todo  eso,  faltaron  á 
Pedro  de  Urdemalas,  entre  otros  grados,  el  de  pinche  ó  picaro 
de  cocina,  y  el  de  ganapán  ó  palanquín;  y  no  digo  el  de  traji- 
nador  en  las  almadrabas  de  Zahara,  por  entender  que  en  lo 
de  «gentilhombre  de  playa»  quedó  incluido;  pues  de  otra  suer- 
te habría  que  estimar  que  le  faltaba  el  grado  de  maestro,  ya 
que  en  las  tales  almadrabas,  según  Cervantes,  era  el  finibus- 
terre de  la  picaresca  (24). 

Muy  de  ligero,  como  quien  corcuse,  por  no  permitirme 
otra  cosa  ni  la  prisa  con  que  he  de  acabar  este  trabajo  ni  la 
extensión  que  debe  tener,  iré  enumerando,  siempre  con  vistas 
á  Sevilla,  las  principales  variedades  de  la  picaresca,  y  así  el 
lector  formará  juicio,  siquiera  aproximado,  de  cuántas  clases 
de  perdidos  se  andaban  á  la  briba  en  la  revuelta  Babilonia  de 
España.  Comenzaré  por  el  rateruelo,  bajo  y  vil  oficio  de  mozo 
de  la  esportilla  (25),  de  picaro  por  antonomasia,  al  cual  se 


(24)  Cervantes,  La  Ilustre  Fregona. — Pueden  verse,  además  de  la  extrac- 
tada en  el  texto,  La  vida  del  picaro,  compuesta  por  gallardo  estilo  en  tercia 
rima,  publicada  por  Bonilla  y  San  Martin  (Revue  Hispanique,  t.  IX,  pági- 
nas 295  y  siguientes);  otra  que  se  describe  en  el  Romance  de  la  vida  y  muerte 
de  Maladros  (Hidalgo,  Romances  de  germania),  y  un  breve  elogio  de  la  vida 
picaresca  en  la  continuación  de  Lazarillo  de  Tormes  por  H.  Luna,  cap.  VIII. 

(25)  Cervantes,  Pedro  de  Urdemalas,  jomada  I: 

...y  á  Sevilla  me  volví 
Donde  al  rateruelo  oficio 
Me  acomodé,  bajo  y  vil, 
De  mozo  de  la  esportilla, 
Que  el  tiempo  lo  pidió  ansí, 
En  el  cual,  sin  ser  yo  cura, 
Muy  muchos  diezmos  cogí, 
Haciendo  salva  á  mil  cosas... 


-  7^  - 

dedicaban,  vamos  al  decir,  los  estudiantes  gramáticos  qué 
habían  de  cursar  la  carrera  hampona.  Al  olorcillo  de  las  mil 
cosas  de  comer  que  entraban  en  sus  espuertas,  y  al  saborcillo 
de  pellizcarlas  y  tomarles  el  diezmo,  no  menos  que  de  los 
frutos  la  Iglesia  de  Dios,  todo  sin  perder  ni  un  instante  la 
santa  independencia  que  les  permitía  á  toda  hora  buscar  la 
flor  del  berro  por  la  ciudad  y  sus  alrededores,  acudían  cual 
moscas  á  miel  á  aquella  vida  agradable  y  regalada  infinidad 
de  muchachos,  no  sólo  de  la  comarca  hispalense,  sino  tam- 
bién de  lejanas  tierras.  «Entonces  — dice  Guzmán  de  Alfara- 
che  refiriéndose  á  la  temporada  en  que  fué  mozo  de  la  espor- 
tilla (26)— éramos  pocos  y  andábamos  de  vagar;  ahora  son 
muchos  y  todos  tienen  en  que  ocuparse,  y  no  hay  estado  más 
dilatado  que  el  de  los  picaros,  porque  todos  dan  en  serlo  y  se 
precian  dello.» 

Este  aprendizaje,  esta  suerte  de  bachillerato  en  las  malas 
artes  de  la  picaresca,  hacía  á  dos  vías  ó  facultades:  la  holga- 
zana y  la  trabajadora,  ó,  por  mejor  decir,  la  que  pedía  y  la 
que  tomaba  ó  agarraba,  bien  que,  por  rezar  el  refrán  que  en 
el  tomar  no  hay  engaño,  á  terciarse  buenamente,  hurtaban 
todos.  A  la  honrada  clase  de  los  ociosos  ó  pedidores  pertene- 
cían los  mendigos  falsamente  lisiados,  aquellas  buenas  piezas 
de  leva  por  quienes  dijo  Cervantes  que  «á  la  sombra  de  la 
manquedad  fingida  y  de  la  llaga  falsa  andan  los  brazos  ladro- 
nes y  la  salud  borracha»  (27).  Y  era  de  ver  como,  levantando 
el  estómago  con  su  aspecto,  levantaban  á  la  par  la  voz,  para 
levantar  la  blanca,  el  maravedí  y  el  cuarto,  á  cuya  caza  iban, 
con  mucho  del  «¡Mira  mis  tristes  años,  y  amancíllate  de  este 
pecadorl»,  y  del  «¡Ten  misericordia  deste  pecador  afligido  y 
llagado,  impedido  de  sus  miembros..!»  (28),  y,  sobre  todo,  del 


(26)  Parte  I,  libro  II,  cap.  VII. 

(27)  El  Ingenioso  Hidalgo^  parte  II,  cap.  LI. 

(28)  Tomo  estos  retazos  de  fórmulas  para  pedir,  de  Mateo  Alemán,  Guz- 
man  de  Alfaracke,  parte  I,  libro  III,  caps.  III  y  IV.  En  el  cap.  II  están  unas 
curiosisimas  Ordenanzas  mendicativas. 


«¡Me  veo  y  me  deseo!»,  que  traía  á  la  memoria  al  mitológico 
Narciso,  enamorado  de  sí,  mirándose  en  los  cristales  de  la 
fuente;  y  todo  ello  con  voz  tan  lastimera  y  lúgubre,  que  pare- 
cía salir  de  lo  hondo  de  una  sepultura,  ó  de  entre  las  llamas 
del  Purgatorio.  Pues  ¿y  cuando  eran  dos  lacerados  los  que, 
como  mancuerna,  cogían  por  su  cuenta  una  calle  y  otra,  alter- 
nando á  gritos  el  petitorio,  el  uno  en  tiple  y  el  otro  en  fa- 
bordón,  descalzos  de  pie  y  pierna,  levantados  casi  á  medio 
muslo  los  remendadísimos  calzones,  y  cada  cual  con  su  palo 
talludo,  que  propiamente  parecía  que  se  andaban  á  pescar  ra- 
nas en  algún  hondo  charco? 

No  por  falta  de  lumbres  dejaban  que  nadie  les  echase  el 
pie  delante  los  ciegos  de  la  vista  corporal,  que,  de  ordinario, 
tenían  tan  ruin  la  interior  como  la  exterior  (29).  Ocupábanse 
en  rezar  oraciones  á  los  que  se  lo  mandaban;  buscaban  trabajo 
á  las  puertas  de  los  templos,  ó  en  las  gradas  de  la  Iglesia  Ma- 
yor, y,  por  lo  común,  cuando  el  lazarillo  les  decía  que  el  que 
dio  la  limosna  se  iba  alejando,  allí  quedaba  el  rezo  ó  la  can- 
ción (30).  Verdad  es  que,  aunque  estuviera  presente  el  pagano^ 
el  gentil  ciego  solía  engullir  parte  de  las  oraciones,  rezando 
para  dentro,  como  quien  sorbe,  ó,  lo  que  aún  era  peor,  echa- 
ba sisa  en  ellas,  comiéndose  la  mitad  (31).  A  sus  solas  unos 
con  otros,  gastaban  lindo  humor,  como  grandísimos  bellacos 
y  socarrones  que  eran  (32),  y  hablaban  jerigonza;  y  á  sus  solas 


(29)  Dicelo  uno  de  los  interloculores  del  Entremés  de  los  Mirones,  de 
autor  sevillano  ó  residente  en  Sevilla,  y  cuya  acción  pasa  en  la  misma  ciudad. 

(30)  «También  él  abreviaba  el  rezar  y  la  mitad  de  la  oración  no  acababa, 
porque  me  tenia  mandado  que  en  yéndose  el  que  la  mandaba  rezar,  le  tirase 
por  cabo  del  capuz*  (Lazarillo  de  Tormes,  tratado  I). 

(31)  Cervantes,  El  Rufián  dichoso,  jornada  I: 

Lugo.      Tomad  aqueste  real,  y  diez  y  siete 

OracioDcs  decid,  una  tras  otra, 

Por  las  almas  que  están  en  Purgatorio. 
Ciego.      ¡Qué  me  place,  señor!  y  haré  mis  fuerzai 

Por  decirlas  devota  y  claramente. 
Lugo.      No  me  las  engulláis,  ni  me  echéis  sisa 

En  ellas. 
Ciego,  No  señor,  ni  por  semejas. 

(32)  En  el  propio  Entremés  de  los  Mirones  cuenta  el  segundo  de  ellos  lo 
que  oyó  á  unos  ciegos  junto  á  la  iglesia  de  Santa  Catalina,  y  á  fe  que  todo  es 


-  81  - 

y  á  sus  acompañadas  diputaban  el  devoto  oficio  por  profesión 
honrosa  y  difícil  de  deprender,  como  que  habían  de  tener 
oraciones  para  la  mitad  de  los  santos  que  hay  en  el  Cielo. 
Ciento  y  tantas  sabía  de  coro  el  ciego  á  quien  sirvió  Lazarillo 
de  Tormes,  y  entre  ellas  habíalas  «para  mujeres  que  no  pa- 
rían, para  las  que  estaban  de  parto,  para  las  que  eran  mal 
casadas,  que  sus  maridos  las  quisiesen  bien;  echaba  pronósti- 
cos á  las  preñadas,  si  traían  hijo  ó  hija.  Pues  en  caso  de  me- 
dicina. Galeno  no  supo  la  mitad  que  él  para  muelas,  desma- 
yos, males  de  madre»  (33).  Tan  por  oficio  hecho  y  derecho 
teníase  ya  á  fines  del  siglo  XV  el  echar  oraciones,  que  había 


donosísimo.  La  causa  de  la  ceguera  de  uno  fué  arreglada  en  verso,  mucho  des- 
pués, por  D.  Francisco  de  Leyva,  para  su  comedia  Cueva  y  castillo  de  Amor: 
Hé  aqui  el  cuentecillo: 

Tres  ciegos,  de  compañía 
En  conversación  honrada, 
Cada  uno  de  su  cegada 
El  achaque  refería. 

Dijo  uno:  «Uu  aire  me  dio 
Estando  cavando  un  día.» 
Dijo  otro:  «De  una  sangría 
Un  barbero  me  cegó.» 

Dijo  el  último:  «Yo  soy 
Ciego  por  vanos  placeres; 
Pues,  por  andar  con  mujeres 
Desenfrenado,  así  estoy.» 

Y  el  del  barbero,  disgusto 
Mostrando  aqui  desigual, 
Dijo:  «¡Eso  sí,  pese  á  tal. 
Que  es  cegar  de  lindo  gusto! » 

(33)     Tratado  I. — Y  el  fingido  ciego  que  saca  Cervantes  en  la  jornada  II 
de  Pedro  de  ürdemalas,  dice,  á  propósito  de  oraciones: 

Sé  la  del  Anima  sola, 

Y  sé  la  de  San  Pancracio, 
Que  nadie  cual  ésta  viola; 
La  de  San  Quirce  y  Acacio, 

Y  la  de  Olalla  española, 

Y  otras  mil 
Adonde  el  verso  sotil 

Y  el  bien  decir  se  acrisola. 
Las  de  los  auxiliadores 

Sé  también,  aunque  son  treinta, 

Y  otras  de  tales  primores. 
Que  causo  envidia  y  afrenta 
A  todos  los  rezadores; 
Porque  soy. 

Adonde  quiera  que  estoy, 
El  mejor  de  los  mejores. 
Sé  la  de  los  sabañones, 
La  de  curar  la  tericia 

Y  resolver  lamparones; 
La  de  templar  la  codicia 


-62- 
para  ello  aprendizaje,  concertado  hasta  por  escritura  públi- 
ca (34). 

Aunque  los  tales  rezadores  tenían  sus  poetas  c que  les  fin- 
gen milagros  y  van  á  la  parte  de  la  ganancial  (35),  al  gremio 
de  los  cuales  perteneció,  según  su  propio  dicho,  el  regocijadí- 
simo Juan  Ruiz,  arcipreste  de  Hita  (36),  las  más  veces  los 
ciegos  mismos,  por  no  partir  la  capa  con  nadie,  se  componían 
sus  oraciones,  ¡y  así  salían  ellas!  Véanse  algunos  ejemplos, 
auténticos  ó  hechizos,  pero,  de  cualquier  manera,  dignos  de 
que  el  lector  los  conozca,  ó  los  recuerde,  si  es  que  los  conocía, 
y  de  que,  para  copiarlos,  me  detenga  algunos  momentos:  así 
llevará  alguna  sal  mi  pobre  relato.  Sea  la  primera  muestra  una 
oracioncita  á  San  Pedro,  que  D.  Juan  Ruiz  de  Alarcón  puso 
en  boca  de  un  fingido  ciego  en  el  acto  último  de  su  comedia 
La  industria  y  la  suerte^  cuya  acción  pasa  en  Sevilla.  ICn  Sevi- 
lla, como  es  sabido,  residió  el  insigne  dramaturgo  algunos  de 
los  primeros  años  del  siglo  XVII,  y,  juzgando  por  la  traza,  si  la 


En  avaro*  coraxoDe*. 
Sé,  en  efeto, 
Una  que  sana  el  aprieto 
De  las  internas  pasionet, 
Y  otras  de  curiosidad. 
Tantas  *¿,  que  yo  me  admiro 
De  su  virtud  y  bondad. 

(34)  El  Sr.  Gestoso,  eximio  arqueólogo  sevillano,  me  comunicó  una  curio- 
sa escritura  encontrada  por  él  en  el  Archivo  de  Protocolos  de  Sevilla,  y  extrac- 
tóla á  continuación:  A  14  de  septiembre  de  1495,  Leonor  Rodríguez,  mujer 
de  Juan  Sobrino,  ollero  de  Triana,  puso  «a  lope  su  fijo,  ijiego,  mo<;o  de  bedad  de 
doze  años...,  con  juan  de  Villalobos,  9Íego...,  desde  oy  dia  fasta  quatro  años 
primeros,  para  que  en  este  dicho  tiempo  el  dicho  su  fijo  le  sirua  en  el  dicho  su 
oficio  de  rezar  e  le  acompañe  en  todas  las  otras  cosas  que  le  dixere  e  mandare 
fazer  en  el  dicho  oficio,  que  al  dicho  mo<;o  sean  honestas  et  posibles  de 
fazer...»  El  maestro  había  de  dar  al  aprendiz  de  comer,  beber,  vestir,  casa  y 
lecho,  ensenándole,  además,  á  rezar  y  decir  oraciones  bien  y  cumplidamente — 
(Oficio  4.°,  Francisco  Sigura). 

(35)  «—que  también  hay  poetas  que  se  acomodan  con  gitanos  y  les  venden 
sus  obras,  como  los  hay  para  ciegos,  que  les  fingen  milagros  y  van  á  la  parte 
de  la  ganancia.»  (Cervantes,  La  Gitanilla).  Al  Don  Pablos  de  Quevedo 
(libro  II,  cap.  IX),  cuando  se  hizo  representante  y  poeta  y  abrió  tienda  de 
coplas,  tciegos  le  sustentaban  á  pura  oración.» 

(36)  Libro  de  Buen  amor,  copla  i . 


Cantares  fís  algunos  de  los  que  digen  ciegos 
Et  para  escolares  que  andan  nocherniegos. 


-  83  - 

tal  oración  no  fuere  del  sayalero  Miguel  Cid,  «poeta  santo,  digo 
famoso»,  que  ponía  espanto  al  coro  de  las  Musas,  al  decir  de 
Cervantes  (37),  á  lo  menos,  el  escritor  mejicano  supo  imitar 
muy  bien  su  disparatada  manera.  Dice  la  oración: 

Pedro,  pescador  sagrado, 
De  Jesús  la  luz  os  guia; 
Que  el  hábito  habéis  tomado 
En  su  santa  compañia, 

Y  aun  vais  oliendo  á  pescado. 
Pedro,  á  mi  me  maravilla 

Ver  que  limpio  no  salgáis; 
Mas  lleváis  limpia  y  sencilla 
Alma  á  Dios,  y  no  buscáis 
Para  el  vestido  escobilla. 

¿Vos  sois  el  fuerte  vasallo 
Que  á  Dios  seguir  imagina? 
Mas  no  queráis  afrentallo: 
Id,  Pedro,  para  gallina; 
Que  os  hace  llorar  un  gallo. 

Decid:  ¿no  os  bastó  negar 
Al  Señor  más  verdadero. 
Sin  jurar  y  blasfemar? 
Elias  fué  carretero, 

Y  Jio  le  vimos  jurar  (38). 

Y  sea  la  muestra  segunda   aquella  otra  oración  que  Cervan- 


(37)  Cervantes,  Viaje  del  Parnaso,  cap.  II. 

Este  que  sigue  es  un  poeta  santo, 
Digo,  famoso:  Miguel  Cid  se  llama, 
Que  al  coro  de  las  Musas  pone  espanto. 

(38)  Para  que  el  lector  pueda  por  si  comparar  estas  coplas  de  ciego  con 
las  de  Miguel  Cid,  lea  las  siguientes,  inéditas,  que  escribió  al  Santisimo  Sacra- 
mento, en  una  fiesta  «que  se  hizo  del  Corpus  Christi  en  la  Feria,  y  pasó  la 
procession  por  su  puerta,  que  es  en  el  Caño  Quebrado,  donde  se  teje  el  sayal.» 
Para  mejor  inteligencia  de  las  tales  copias  se  advierte  que  «Pantoja  es  un  hom- 
bre que  tiene  cuidado  de  pesar  el  pan  de  la  Feria,  y  el  que  es  falto  es  perdido», 
y  que  Miguel  Cid  «tenia  á  San  Gregorio  celebrando  missa  á  su  puerta  en  un 
paso.»  Y  ahora  vayan  las  coplas: 

De  la  Feria  habéis  salido. 
Dios,  y  á  la  Feria  os  tornáis. 
Porque  las  almas  feriáis 
Que  vos  habéis  redemido. 

¿Cómo  estando  en  feria  franca, 
Gran  mercader  celestial. 
Vuestro  tesoro  y  caudal 
No  es  más  de  una  sola  blanca? 

Hoy  salimos  de  lazeria. 
Alegraos,  hijos  de  Adán, 
Con  este  divino  pan 
Que  nos  traen  hoy  de  la  Feria. 


-64- 

tes  pone  en  boca  de  un  ciego  en  su  comedia  de  Pedro  de  Vr- 
demalas  (39): 

Ánimas  bien  fortunadas 
Que  en  el  Purgatorio  estáis, 
De  Dios  seáis  consoladas, 

Y  en  breve  tiempo  salgáis 
De  esas  penas  derramadas; 

Y  como  un  trueno 

Baje  á  vos  el  Ángel  bueno 

Y  os  lleve  á  ser  coronadas. 

A  la  cual  oración  el  protagonista,  fingiéndose  ciego,  responde 
con  estotra,  que  tampoco  es  maleja: 

Ánimas  que  de  esta  casa 
Partisteis  al  Purgatorio, 
Ya  en  sillón,  ya  en  silla  rasa, 
Del  divino  consistorio 
Os  venga  al  vuestro  sin  tasa; 


Es  pan  donde  Dios  se  aloja 
Cuando  baja  de  lo  alto; 
No  es  pan  que  se  halla  falto, 
Como  el  que  pesa  Pantoja. 

Venís  hecho,  Sefior,  voa 
En  este  convite  fianco 
Todo  hecho  un  manjar  blanco 
De  las  pechugas  de  Dios. 

Hoy  bien  todo  se  concierta 
Con  mi  favor;  todo  calle; 
Pues  Dios  pasa  hoy  por  mi  calle 

Y  tengo  el  Papa  á  la  puerta. 
Arroyo  que  habéis  manado 

De  allá  de  la  eterna  fuente, 
¿Cómo  hoy  vuestra  corriente 
Pasa  por  Caño  Quebrado? 

Un  caño  nos  quebró  Adán 
Por  do  la  gracia  corrió; 
Mas  Dios  el  caño  soldó 
Con  un  bocado  de  pan. 

Corre  el  arroyo  sagrado 
Hoy  por  el  caño  del  suelo 

Y  hoy  toda  la  corte  y  cielo 
Está  en  el  Caño  Quebrado. 

Y  te  estuviera  más  bien, 
Real  profeta  David, 
La  de  la  puerta  de  Cid 
Que  no  el  agua  de  Bethlén. 

Hoy  quiere  Cristo  pasar 
Por  do  se  texe  el  sayíü. 
Por  ser  la  tela  real 
Que  se  vistió  al  encarnar. 

Nuestro  sayal  rauy  de  veras 
Os  lo  daremos,  Señor, 
Porque  vos  sois  proveedor 
Mayor  que  el  de  las  galeras. 


(Folio  354  del  precioso  códice  que  Gallardo  describe  bajo  el  n."  1.048  de  su 
Ensayo...,  y  que  hoy  para  en  la  biblioteca  del  Sr.  Duque  de  T'Serclaes). 
(39)    Jornada  II. 


—  85  — 

Y  en  un  vuelo 

El  Ángel  os  lleve  al  Cielo, 

Para  ver  lo  que  allá  pasa. 

Junto  á  los  ciegos  rezadores,  y  también  como  cofrades  de 
la  amplísima  hermandad  bribiática,  pueden  y  deben  figurar  los 
que,  más  ó  menos  á  las  claras  y,  por  lo  común,  vestidos  de 
verde,  pedían  «limosna  para  el  culto  de  este  santo  templo», 
como  aquel  que  lo  decía  á  voces  á  la  puerta  de  una  iglesia,  y 
llevaba,  al  par  que  la  bacinica  ó  platillo  en  la  mano  derecha, 
la  izquierda  puesta  sobre  el  estómago.  Andaban  por  las  calles 
con  sendas  demandas  infinidad  de  holgazanes,  los  más  de  ellos 
sin  licencia  ninguna,  pidiendo,  cuál  para  San  Zoilo,  abogado 
contra  los  males  de  ríñones,  cuál  para  San  Roque,  abogado 
de  la  peste  (como  solían  decir),  y  cuáles  y  cuáles  otros  para 
media  corte  celestial.  Alguno  de  ellos,  como  el  que  sale  en  el 
entremés  de  La  Guarda  cuidadosa,  llevaba  tan  mal  aprendido 
todo  lo  que  no  fuera  comerse  y  beberse  la  limosna,  que  pedía 
«para  la  lámpara  del  aceite  de  señora  Santa  Lucía»,  y  no  para 
el  aceite  de  su  lámpara.  Entre  todos  los  tales  demanderos  ó 
demandadores,  había  uno  que  percibía  salario  de  la  ciudad, 
«por  remembrar  de  noche  el  rezar  por  las  ánimas  de  Purgato- 
rio». Este  tal,  que  en  1583  era  Hernán  López  (40),  y  en  1597 
Alonso  García,  cobraba  3.000  maravedís  cada  año;  pero  en 
noviembre  del  últimamente  citado  se  le  aumentó  hasta  doce 
reales  al  mes  (41);  tenía  obligación  de  repartirse  por  todo  el 
lugar  desde  el  Ángelus  hasta  dos  horas  después,  rezando  á 
voces  por  las  benditas  ánimas,  tocando  entre  cada  dos  parter- 
nostres  una  campanilla  y  recibiendo  la  limosna  que  tenían  á 
bien  darle   (42).   Claro  es  que  de  estos  animeros,   entre  los 


(40)  En  8  de  marzo  de  1583  pide  N.  Morales  el  salario  que  se  le  daba  á 
Hernán  López  «por  remembrar  de  noche  el  rezar  por  las  ánimas  de  purgatorio» 
(Actas  capitulares  de  Sevilla). 

(41)  Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Libros  de  propios,  12  de  febrero 
de  1597»  y  acta  del  cabildo  de  9  de  noviembre  del  mismo  año  (escribania  i.*). 

(42)  He  aqui  dos  noticias  posteriores  al  siglo  XVI:  en  1609  el  encomen- 
dar las  ánimas  de  noche  estaba  á  cargo  del  hermano  Pedro  de  la  Cruz  (Libros 
de  propios,  28  de  febrero  del  dicho  año).  El  toque  de  las  ánimas  comenzó,  á 


—  86  — 
cuales  hubo  de  hallar  Cervantes  el  original  de  aquel  soldadote 
Buytrago,  á  quien  llamaría  así  por  ser  hombre  para  tragarse 
un  buey  (43),  podía  bien  decirse  lo  que,  años  después,  Queve- 
do  hizo  decir  á  la  Perala,  desde  Sevilla,  en  carta  á  su  bravo 
Lampuga  (44): 

Para  las  ánimas  pide 
Zaramagullón  el  largo: 
Muy  animado  le  veo 
De  meriendas  y  de  sayo. 

No  han  de  quedárseme  en  el  tintero  aquellos  ermitaflos 
viciosos  que  se  retiraban  al  yermo  para  mejor  holgarse,  ya 
acompañados  de  la  prójima  que  allá  se  llevaban,  ó  ya  tomando 
por  ermitaña  á  la  primera  que  les  deparase  su  buena  ó  mala  es- 
trella. Largo  abolorio  tenían  en  nuestra  nación  tales  santeros, 
picaros  de  tomo  y  lomo,  que  hacen  recordar  á  aquel  Garci 
Ferrandes  de  Gerena,  poeta  del  tiempo  de  D.  Juan  I  y  don 
Enrique  III,  casado  con  una  mora,  retraído  luego  con  ella  en 
una  ermita  junto  á  Gerena,  pueblecito  cercano  á  Sevilla,  ido 
después  á  Málaga  y  de  allí  á  Granada,  en  donde  renegó  de  la 
Fe  de  Cristo  y  se  enredó  con  una  hermana  de  su  mujer,  vol- 
viendo al  cabo  á  Castilla  arrepentido  de  sus  culpas  y  como  si 
jamás  hubiera  roto  un  plato  (45).  Que  ¿cómo  un  redomado 
tuno  se  prestaba  á  alejarse  de  sus  compañas  de  siempre? 
Sobre  que  en  el  apartado  paraje  de  su  ermita  acaso  acaso  ser- 
vía mejor  que  en  otro  lugar  cualquiera  á  sus  intereses  y  los 
de  sus  compinches  los  lagartos  ó  ladrones  del  campo,  ni  gloria 
faltaba  en  la  soledad  á  un  jubilado  de  aquéllos,  con  sus  galli- 
nitas  negras  para  hacer  el  caldo  blanco  (46),  y  su  Magdalena, 


solicitud  de  D.  Mateo  Vázquez  de  Leca,  canónigo  y  arcediano  de  Carmona,  el 
Domingo  de  Ramos  28  de  marzo  de  1627  (Matute,  Noticias  relativas  á  la 
historia  de  Sevilla,  pág.  107). 

(43)  El  Gallardo  Español,  jornada  I. 

(44)  El  Parnaso  Español,  Musa  V,  jácara  III. 

(45)  Cancionero  de  Baena,  n.°'  555-566  y  nota  correspondiente. 

(46)  «¿Tiene,  por  ventura,  gallinas  el  tal  ermitaño?  preguntó  Sancho. 
Pocos  ermitaños  están  sin  ellas,  respondió  D.  Quijote,  porque  no  son  los  que 
ahora  se  usan  como  aquellos  de  los  desiertos  de  Egipto...;  pero  no  por  esto 


—  87  - 

frescota  y  risueña  siempre;  que  no  llorosa  como  la  que  llegó 
arrepentida  á  los  pies  de  Cristo.  Véase  en  el  siguiente  soneto 
á  uno  de  aquellos  ermitaños  nada  penitentes.  Cervantes  pin- 
xit  (47): 

X   UN    ERMITAÑO 

Maestro  era  de  esgrima  Campuzano, 
De  espada  y  daga  diestro  á  maravilla; 
Rebanaba  narices  en  Castilla 

Y  siempre  le  quedaba  el  brazo  sano. 
Quiso  pasarse  á  Indias  un  verano, 

y  riñó  con  Montalvo  el  de  Sevilla: 
Cojo  quedó  de  un  pie  de  la  rencilla, 
Tuerto  de  un  ojo,  manco  de  una  mano. 

Vínose  á  recoger  á  aquesta  ermita. 
Con  su  palo  en  la  mano,  y  su  rosario, 

Y  su  ballesta  de  matar  pardales. 

Y,  con  su  Madalena,  que  le  quita 
Mil  canas,  está  hecho  un  San  Hilario. 
¡Ved  cómo  nacen  bienes  de  los  males! 

Y  si  ya  no  entre  esta  casta  de  ermitaños  Cespedosas  (48), 
cerca  de  ellos,  por  lo  tocante  á  la  hipocresía  y  al  amor  á  la 
holganza,  ha  de  ponerse  á  los  falsos  romeros  que  con  las  con- 
chas y  rosario,  calabaza  y  esclavina,  cruzaban  la  nación  catan- 
do vinos,  fhaciendo  muchos  tuertos,  recuestando  muchas  viu- 


dejan  de  ser  todos  buenos;  á  lo  menos,  yo  por  buenos  los  juzgo;  y  cuando  todo 
corra  turbio,  menos  mal  hace  el  hipócrita  que  se  finge  bueno  que  el  público 
pecador»  (El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  II,  cap.  XXIV). 

(47)  Fué  hallado  este  soneto  en  el  Ms.  de  Arrieta  en  donde  asimismo 
estaban  el  dedicado  á  la  entrada  del  Duque  de  Medina  en  Cádiz  cuando  eva- 
cuaron esta  plaza  los  ingleses,  y  el  referente  d  un  valentón  metido  á  pordio- 
sero.  Los  tres  son,  á  no  dudar,  de  Cervantes:  Mr.  Fitzmaurice-Kelly,  á  quien 
deben  singular  agradecimiento  las  letras  españolas  y  que  no  es  nada  ancho  de 
manga  en  punto  á  dar  por  bien  ahijadas  á  Cervantes  muchas  de  las  obras  que 
se  le  atribuyen,  dice:  En  quatre  ans  (1605-1608)  il  ne  produisit  que  trois 
sonnets:  á  un  ermite,  au  cotnte  de  Saldaña,  et  á  un  rodomont  devenu  men- 
diant.  Le  dernier  est  parfois  attribué  a  Quevedo.  (Litte'rature  Espagnole, 
traducción  de  Henri-D.  Davray,  París,  1904,  pág.  242.) 

(48)  Quevedo,  El  Parnaso  Español,  Musa  V,  jácara  II: 

Cespedosa  es  ermitaño 
Una  legua  de  Alcalá; 
Buen  diciplinante  ha  sido; 
Buen  penitente  será, 


das,  deshaciendo  algunas  doncellas»  (49)  y  poniendo  á  buen 
recaudo  lo  que  sus  dueños  no  habían  acertado  á  poner  (50). 

Otra  de  las  cien  variedades  de  que  se  componía  la  pi- 
caresca constituíanla  los  vendedores  callejeros  de  cosillas  de 
poca  monta.  Daba  grima,  como  la  da  hoy,  el  ver  á  un  hastia- 
lote  gastando  un  día  y  otro  en  pasear  las  calles  para  pregonar 
á  grito  pelado  una  friolera,  una  bicoca,  una  miserable  chuche- 
ría de  muchachuelos,  que  hacer  un  real  sencillo  de  ella  era 
cosa  de  tres  bemoles,  y  de  tres  horas  por  bemol.  Muy  acerta- 
damente acordó  el  cabildo  de  la  Ciudad  en  1 594  que  se  hi- 
ciera ordenanza  en  razón  á  ser  muchos  los  hombres  «que  an- 
dan ocupados  vendiendo  mantenimientos  por  las  calles,  y  que 
esto  lo  podrían  hazer  mujeres,  y  ellos  ocuparse  en  cosas  que 
fuesen  más  del  servicio  de  Dios  Nuestro  Señor  y  bien  desta 
república»  (51). 

Si  no  picaras,  talmente  picaras,  había  muchas  personas, 
y  clases  sociales  enteras,  apicaradas;  quiero  decir:  con  algo  y 
aun  algos  en  sus  modales  y  en  su  proceder,  que  denotaba  sim- 
patía y  aproximación  á  la  picaresca.  Tales,  por  ejemplo,  los 
estudiantes  sopistas  ó  brodistas,  paupérrimos,  pero  alegres, 
eso  sí,  sobre  todo,  al  apurar  su  ración  de  frangollo;  los  mo- 
zos de  muías,  que  tenían,  al  decir  del  licenciado  Vidriera,  «su 
punta  de  rufianes,  su  punta  de  cacos  y  su  es  no  es  de  truha* 


(49^  Atribuyo  ¿por  qaé  nó?  á  los  peregrinos  fingidos  los  mismos  milagros 
que  tenia  á  su  cargo  el  ventero  Juan  Palomeque  el  Zurdo  (Don  Quijote, 
parte  I,  cap.  III). 

(50)  Por  una  pragmática  de  13  de  junio  de  1590  se  prohibió  á  los  natu- 
rales de  España  usar  el  traje  de  romeros  y  peregrinos  para  ir  en  romería.  No 
obstante  esto,  y  como  pasaba  con  todas  las  pragmáticas,  no  se  obedeció,  ó  se 
obedeció  menos  que  á  medias,  lo  mandado. 

(51)  Actas  capitulares  de  Sevilla,  cabildo  de  5  de  abril  de  1 594.— Para 
acordar  lo  dicho  en  el  texto  se  tuvo  en  cuenta  que  no  habían  de  quitarse  los 
hombres  que  llevaban  en  bestias  los  mantenimientos  que  vendían.  Tampoco 
esto  se  obedeció,  á  juzgar  por  un  acuerdo  del  cabildo  de  jurados,  de  19  de  ene- 
ro de  1602:  «Acordóse  de  conformidad  que  los  señores  mayordomos...  ordenen 
vn  capitulo  para  la  ciudad  haciéndole  saber  como  abiéndose  mandado  que  por 
las  calles  ni  en  comedias  se  pudiesen  vender  por  hombres  cosas  de  comer  ni 
agua...»,  esto  no  se  cumplía,  y  era  menester  reiterar  más  severamente  la  pro- 
hibición. 


-  89  - 

nes»;  y  á  los  cómicos  ó  recitantes  y  á  los  poetas  remendones 
que  éstos  solían  llevar  consigo,  ¿qué  sacramento  les  faltaba 
para  tenerles  en  posesión  de  casi  picaros  ó  hacia  picaros,  á  dos 
dedos,  y  no  más,  de  la  picardía  neta  y  perfeta?..  Y  ni  á  esos 
dos  dedos,  sino  enteramente  dentro  de  ella  estaban  aquellos 
otros  á  quienes  el  mismo  Cervantes  se  refirió  en  las  siguientes 
frases  del  sabrosísimo  Coloquio  de  Cipión  y  Berganza:  <Esto 
del  ganar  de  comer  holgando  tiene  muchos  aficionados  y  go- 
losos: por  esto  hay  tantos  titereros  en  España,  tantos  que 
muestran  retablos,  tantos  que  venden  alfileres  y  coplas,  que 
todo  su  caudal,  aunque  le  vendiesen  todo,  no  llega  á  poderse 
sustentar  un  día;  y,  con  esto,  los  unos  y  los  otros  no  salen  de 
los  bodegones  y  tabernas  en  todo  el  año,  por  do  me  doy  á 
entender  que  de  otra  parte  que  de  la  de  sus  oficios  sale  la 
corriente  de  sus  borracheras.  > 

Olvidóseme  tratar  en  su  sitio  de  los  palanquines  ó  gana- 
panes, calcatrifes  en  la  parla  de  germanía;  mas  á  fe  que  no  es 
muy  de  sentir  la  omisión,  que  subsano  ahora  diciendo  que  no 
eran  sino  unos  mozos  de  la  esportilla,  más  granados  y  talludos 
que  éstos,  y,  por  tanto,  picaros  corrientes  y  molientes  á  todo 
ruedo,  como  buenas  piedras  de  atahona. 

Por  el  otro  camino  que  há  poco  indiqué,  por  el  de  la  pi- 
caresca trabajadora,  desde  el  bachillerato  en  malas  artes  que 
se  conferían  á  sí  propios  los  muchachos  de  la  esportilla  luego 
que  estaban  duchos  en  los  estudios  elementales  de  los  pica- 
ros, pasábase  á  los  germanescos,  asi  teóricos  como  prácticos, 
bien  asentando  la  matrícula  en  la  ancha  facultad  ladronesca  y 
en  cualquiera  de  sus  secciones  ó  subespecies  de  nmrcios,  bir- 
ladores y  floreros  (robadores,  hurtadores  y  fulleros),  ó  bien,  si 
el  medio  hombre  iba  para  valiente,  aplicándose  á  la  facultad 
rufianesca.  Pero  antes  de  tratar  con  algún  espacio  de  estas 
otras  variedades  de  la  picardía,  no  holgará  decir  que  hasta 
cierto  punto,  y  hasta  un  tantico  más  allá  de  él,  todas  las  suer- 
tes de  picaros  de  que  atrás  hice  referencia  solían  ser,  como 
dije  de  los  ermitaños  falsos,  auxiliares  de  los  ladrones,  con 

7 


-  90  - 
quienes  vivían  en  fraternal  concomitancia.  Así,  entre  aquellos 
picaros  á  quienes  ligeramente  llamé  ociosos,  buscaban  y  tenían 
los  muraos  sus  abispones  y  ondeadores,  que  atisbaban  en  dón- 
de se  podría  trabajar,  y  por  dónde  se  hallaría  más  fácil  y  se- 
gura entrada;  ?,\xs  polinches,  que  los  abonaban  ó  fiaban  como 
hombres  de  bien,  para  que  entrasen  por  criados  en  buenas 
casas;  sus  polidores,  que  vendían  lo  hurtado  ó  robado,  y  sus 
arrendadores,  que  lo  compraban  á  ínfimo  precio. 

Á  lo  ladronesco  se  daba  principio  de  bailico  ó  chirle- 
rin  (52),  dedicándose,  bien  á  hormiguear,  ó  bien  al  fácil  ejer- 
cicio de  la  cicatería  ó  cicaraza feria,  ó  del  bajamano:  mas,  ya 
tomada  la  tierra  y  visto  á  qué  se  prestaban  mejor  las  faculta- 
des del  novicio,  este  se  dedicaba  á  una  especialidad  de  las 
muchas  de  que  se  componía  la  profesión.  Si  no  era  harto  fino 
para  negociar  en  poblado,  hacíase  lagarto,  en  cualquiera  de 
sus  clases  de  lobatón,  gruñidor^  almiforero  ó  salterio;  si  era 
harto  listo,  trasterminaba  acá  y  allá,  haciéndose  comendador 
de  bola;  si  le  tiraba  la  afición  hacia  la  soldadesca,  volvíase  go- 
landrero;  y,  en  fin,  quedándose  en  la  ciudad,  en  donde,  más 
todavía  que  en  el  campo,  salía  el  sol  para  todo  el  mundo, 
profesaba  de  alcatifero  ó  de  filatero,  ó  en  las  más  recoletas 
órdenes  de  los  lechuzas  ó  ladrones  nocturnos,  trabajando  de 
guzpatareros,  juaneros,  picadores,  ó  de  lo  que  encartara, 
cuando  nó  usando  de  sus  flores  por  aquellos  tablajes  del  dia- 
blo; que  el  toque  y  la  gala  estaban  en  eso:  en  hacerse  y  ser 
águila  en  todas  las  mil  maniobras  del  complicado  oficio  y 
gozar  fama  de  doctor  in  utroque,  yendo  á  cualquiera  de  ellos 
de  piloto^  ó  de  aliviador,  ó  de  lo  que  fuera  menester,  incluso 
de  cazador  de  altanería,  como  volata  ó  ventoso.  Y  en  donde, 
como  en  Sevilla  pasaba,  nadie  tenía  buen  gobierno  sino  la 
canalla  germanesca,  en  sus  dos  grandes  ramas,  la  rufianesca 


(52)  Las  voces  de  germanía  que  uso  en  el  texto  están  tomadas  del  voca- 
bulario que  publicó  Juan  Hidalgo,  todo  ó  casi  todo  incluido  en  las  últimas  edi- 
ciones del  Diccionario  de  la  Academia:  por  eso  no  hago  nota  especial  para 
cada  uno  de  taks  vocablos, 


-  91  - 

y  la  birlesca^  todos  aquellos  perdidos,  ayuntados  en  infame, 
pero  muy  singular  y  curiosa  cofradía,  respetaban  sus  estatu- 
tos, eran  amadores  de  la  justicia  que  se  usaba  entre  ellos,  y 
obedecían  sin  hacerse  violencia  ninguna  á  su  cherinol,  mayor 
ó  padre,  llevando  á  su  aduana  ó  atarazana,  sin  descantillar 
ni  un  maravedí,  el  fruto  de  sus  afanes,  y  trabajando  en  pro 
de  la  comunidad  cuanto  se  les  mandaba,  para  tomar  de  la  obra 
hecha  solamente  lo  que  por  sus  reglamentos  les  correspon- 
día. Y  por  lo  tocante  á  la  rufianesca,  también  llamada  inato- 
nesca,  porque  su  principal  ejercicio  era  la  valentía,  entrábase 
en  ella  de  lo  que  llamaron  mandil  los  jaques  viejos,  y  después 
decían  trainel,  piltro  ó  revuelta,  es  decir,  criado  de  rufián,  pa- 
sando luego  por  el  estado  de  rufezno  ó  pagote,  y  acabando 
por  ser  jaque,  y  por  tener  y  disfrutar  todos  los  privilegios 
exenciones  y  franquezas  de  tal,  así  en  la  cherinola,  ó  junta  de 
ladrones  y  rufianes,  como  en  la  manfla,  ó  mancebía,  de  cuyas 
huéspedas  trataré  de  aquí  á  poco. 

Ahora,  para  recapitular  lo  referente  á  aquella  horda  de 
perdidos  que  á  todo  su  talante  campaban  en  Sevilla  en  las  úl- 
timas décadas  de  siglo  XVI,  no  hallo  cosa  más  llana  que  dar 
otro  asalto  (esto  se  me  pegó  de  andar  entre  tan  mala  gente) 
á  El  Loaysa  de  Rodríguez  Marín,  de  quien  sé  que  no  ha  de 
llevarme  á  mal  tales  atrevimientos.  Escribe  y  copio  (53):  «An- 
cha fué  Castilla  para  los  héroes  que  la  reconquistaron  del  poder 
sarraceno;  pero  aún  más  ancha  era  la  ciudad  del  Guadalquivir 
para  la  caterva  de  hombres  maleantes  y  perdidos,  la  cual  te- 
nía sobradamente  y  á  toda  hora  donde  ganar  la  indulgencia 
plenaria  que  Lucifer  otorga  cada  luna  á  los  que  bien  practican 
los  pecados  capitales.  Obvia  es  la  demostración.  Para  la  So- 
berbia, allí  se  estaban  los  matones,  ellos  mismos,  echando  á 
cada  triquete  bravatas  y  roncas,  reniegos,  porvidas  y  votos, 
y  pregonándose  por  amos  y  señores  del  mundo  entero.  Para 
la  Avaricia,  buenas  que  ni  pintadas  eran  las  tablas  del  juego, 


1/ 


(53)     El  Loaysa  de  lEl  Celoso  exiremefio»,  pág.  151. 


-  92  - 

armadijos,  redes  y  liga,  todo  en  una  pieza,  con  que  en  el  Are- 
nal, y  en  los  figones,  y,  como  quien  dice,  al  volver  de  cada 
esquina,  á  favor  de  naipes  compuestos  y  dados  falsos,  cazá- 
banse reales  y  escudos,  que  no  chamarices  ni  cogujadas  {54). 
Para  la  Lujuria,  además  de  las  pobres  mujeres  á  quien  Alon- 
so [Álvarez  de  Soria]  invocaba  en  una  de  sus  composiciones 
más  subidas  de  color,  llamándolas 

Ninfas  de  las  tasqueras 
Del  Compás,  Resolana  y  San  Bernardo  (55), 

que  eran  canalla  de  la  canalla  y  hez  de  la  hez,  hambrientas 
siempre,  bien  vestidas  nunca,  laceradas  del  alma  y  del  cuerpo, 
y  puestas  á  ganancia  por  sus  viles  lagartoSy  i  mano  estaban 
para  los  días  en  que  repicaban  gordo  las  marcas  godeñas, 
andaluzas  jóvenes  y  hermosas,  tan  llenas  de  gracias  como  de 
vicios,  que  el  mismo  año  de  1600,  para  cumpUr  la  pragmática 
sobre  el  lujo,  habían  de  registrar,  como  prendas  y  alhajas  pro- 
pias, quién  los  cuerpos  de  tafetán  azul,  negro  ó  leonado,  con 
trencilla  de  plata,  quién  la  saya  de  raja  con  tres  franjones  de 
oro,  y  quién  las  pomas,  gargantillas  y  surtixas  del  mismo 
metal,  ya  lisas,  ya  con  esmaltes,  ó  ya  avaloradas  con  piedras 
preciosas  (56).  De  la  Envidia  nada  se  hable:  que  escuchar  un 
guapo  de  aquéllos  que  veinte  leguas  á  la  redonda  había  otro 
guapo  á  quien  por  más  valiente  que  él  estimaba  el  vulgo  no- 
velero, é  ir  á  desafiarlo,  asentándole  ó  trayéndose  para  acá 
dos  chirlos,  era  todo  uno.  Ni  se  diga  nada  de  la  Pereza  de 
quienes,  estando  siempre  ó  dentro  de  la  cárcel  ó  á  sus  puer- 


(54)  «En  las  efemérides  sevillanas  de  aquella  época  sale  á  cada  paso  la 
noticia  de  homicidios  originados  por  el  juego:  «En  miércoles  6  de  mar(;o 
»de  96.. ,  mataron  a  otro  hombre  junto  al  Rio.  dezian  que  hera  jugador  de 
»bentaja».,.— «En  martes  19  de  mar90  de  96  mataron  a  un  hombre  por  el  jue- 
»go,  frontero  de  la  puerta  del  estudio  de  sant  miguel.* 

(55)  «Biblioteca  Nacional,  Ms.  3.890,  f."»  131-133.» 

(36)  Rodríguez  Marín  pone  aquí  por  nota  el  extracto  de  una  curiosa  acta 
encontrada  por  él  en  el  Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  y  comprensiva  de  los 
nombres  de  las  rameras.  ¡Con  ellas  figuran  dos  criados  de  la  justicia!  ¡Buena 
había  de  andar  señora  que  tenia  Un  decentes  criados! 


-93  - 

tas,  entre  sobresaltos,  riñas  y  muertes,  pasaban  tantos  y  tart 
rudos  trabajos  por  no  trabajar  en  cualquier  honesto  oficio. 
Por  lo  que  toca  á  la  Ira,  tan  furiosa  gente  eran  los  bravos  de 
Sevilla  á  fines  del  siglo  XVI,  que  á  mosca  que  encima  se  les 
parase  ó  á  diez  palmos  les  zumbara,  respondían,  bien  con  la 
daga  de  ganchos,  que  llevaba  media  Vizcaya  en  ellos,  bien 
con  los  temibles  pistoletes,  ó  ya  con  la  de  Juanes  (57),  si  es 
que  había  hombre  para  hombre;  porque,  á  turbio  correr,  si  el 
hombre  entraba  en  la  trena  é  iba  el  hombre  á  apalear  sardinas, 
quedando  á  deber  algo,  cosas  eran  de  hombres,  y  en  hombre 
nuevo  no  hay  trampa  vieja;  y,  al  cabo,  más  largo  es  el  tiempo 
que  la  fortuna,  y  el  hombre  volvería  de  las  gurapas,  que  en 
hombres  todo  cabe,  y  aún  habría  hombre  para  rato...  ¡y  no 
más!:  que  tan  hombres  y  tan  retehombres  como  todo  esto  eran 
los  jaques  de  Sevilla,  y  con  este  desdeñoso  y  no  más  solían 
echar  la  llave  al  párrafo,  así  en  sus  coloquios  como  en  sus 
cartas  (58).  Para  la  Gi^la,  cuajada  estaba  la  ciudad  de  templos 
en  donde  los  picaros  tributaban  culto  á  Baco  y  á  Ceres,  sin 
los  cuales  Venus  friget,  al  decir  del  africano  Terencio,  que  era 
sujeto  que  lo  entendía.» 

Como  el  Jiamenquismo  hay  veinte  años  y  el  torerismo 
entonces  y  ahora,  la  picaresca,  en  los  remotos  tiempos  á  que  se 
refiere  mi  estudio  contagió  á  toda  Andalucía,  en  términos, 
que  todo  se  apicaró.  En  Sevilla,  especialmente,  era  picaro,  ó 
apicarado  cuando  menos,  hasta  el  aire  que  se  respiraba.  En 
161 2  un  Gaspar  Serrato,  vecino  de  Sanlúcar  de  Barrameda, 
remataba  su  libro  acerca  de  los  milagros  de  la  Virgen  de  la 
Caridad,  volviendo  á  lo  divino,  nada  menos  que  á  la  pasión 
de  Cristo^  el  popularísimo  romance  jácaro: 

Ya  eslá  metido  en  la  trena 
El  valiente  Escarramán...  (59); 


(57)  Con  la  espada.  Hubo  muchos  Juanes  espaderos  toledanos,  y  aun  uno 
sevillano.  Véase  la  larga  nota  de  Rodríguez  Marín. 

(58)  Hay  otra  nota  del  mismo  autor,  explicatoria  de  este  bordoncillo. 

(59)  Véase  Gallardo,  Ensayo  de  tina  Biblioteca...^  t.  IV,  columna  585. 


-94  - 
cuatro  años  después  Fr.  Bartolomé  de  Cárdenas  acudía  á  cier- 
ta justa  poética  religiosa  con  un  esiramhótico  soneto  escarra- 
mando,  en  que  se  figura  que  aquel  rufián  es  defensor  de  la  pía 
creencia  en  la  Purísima  Concepción  de  la  Virgen  María  y  está 
dispuesto  á  hacer  pepitoria  del  primer  tomista  que  salga  á  la 
palestra  (6o);  el  Dr.  Juan  de  Salinas,  alguna  vez  más  regoci- 
jado de  lo  que  por  su  hábito  conviniera,  exclamaba: 

Bien  haya  una  gaitarrilla 
Y  seis  versos  de  un  romance 
Á  lo  picaro  cantado»; 
Que  para  mi  no  hay  más  Flandes  (6i); 

y  nada  menos  que  en  la  solemnísima  procesión  del  Corpus 
Christi  había  sacado  la  ciudad  de  Sevilla  en  1593  el  endemo- 
niado y  lascivísimo  baile  de  la  zarabanda.  No  habían,  pues, 
engañado  al  docto  historiador  Mariana,  cuando  escribió  en  el 
capítulo  XII  de  su  Tratado  contra  los  juegos  públicos:  t  Sabe- 
mos por  cierto  haberse  danzado  este  baile  en  una  de  las  más 
ilustres  ciudades  de  España,  en  la  misma  procesión  y  fiesta 
del  Santísimo  Sacramento  del  Cuerpo  de  Cristo  nuestro  Se- 
ñor, dando  á  su  Majestad  humo  á  narices  con  lo  que  piensan 
honralle.»  Pero  ¿qué  mayor  señal  de  que  lo  picaresco  había 
inficionado  á  toda  Sevilla  que  lo  que.  dice  á  continuación  Ma- 
riana? tPoco  es  esto:  después  sabemos  que  en  la  mesma  ciu- 
dad, en  diversos  monasterios  de  monjas  y  en  la  mesma  festi- 
vidad, se  hizo  no  sólo  este  son  y  baile,  sino  los  meneos  tan 
torpes,  que  fué  menester  se  cubriesen  los  ojos  las  personas 
honestas  que  allí  estaban»  (62). 


(60)  Luque  Fajardo,  Relación  de  las  fieitas  que  la  cofradía  de  sacerdó' 
tes  de  San  Pedro  ad  Vincula  celebró  en  su  parroquial  Iglesia  de  Sevilla  d 
la  Purissima  Concepción  de  la  Virgen  Marin  nuestra  Señora...  Sevilla,  Ro- 
dríguez Gamarra,  1616.  — Puede  verse  el  soneto  aludido  en  Gallardo,  Ensa- 
yo..., t.  IV,  col.  1.356.  Donde  dice  de  orcha  d  archa  debe  leerse  de  ortha  d 
orcha  (por  oreja), 

(61)  Poesías  de.  .,  publicadas  por  la  Sociedad  de  Bibliófílos  Andaluces, 
t.  I,  pág.  38. 

(62)  Rodríguez  Marin  (El  Loaysa.. ,  pág,  260),  después  de  copiar  este 
pasaje  de  Mariana,  escribió:  tTengo  para  mí  que  hubo  de  ser  Sevilla  la  ciudad 


—  9o  - 

Si  al  contagio  de  lo  picaresco  no  obstaron  votos  solem- 
nes, ni  probada  religiosidad,  ni  penitencias  y  cilicios,  ni  aun 
las  recias  puertas  de  la  clausura,  ¿cómo  había  de  librarse  de 
su  pernicioso  influjo  la  lozana,  alegre  y  suelta  mocedad,  natu- 
ralmente más  propensa  al  vicio  que  á  la  virtud?  Así,  y  dejando 
aparte  á  aquella  £-é'?ííe  de  barrio  que  tan  al  vivo  pintó  Cervan- 
tes en  el  borrador  de  El  Celoso  extremeño  (63),  gente  atildada 
y  pulcra  tanto  como  baldía,  holgazana  y  murmuradora,  com- 
puesta de  lo  que  en  tal  ó  cual  collación  de  Sevilla  llamaban 
mantones^  socarrones  y  virotes^  dejándola  aparte,  digo,  pues, 
por  lo  que  averiguado  tengo,  mejor  que  á  apicararse  y  echar 
por  el  camino  de  la  valentía  tiraba  á  cosa  menos  varonil  y  más 
conforme  con  la  prolija  y  algaliada  bonitura  de  que  hacía  gala 
y  ostentación  (64),  diré  algo  de  la  nobleza  apicarada  de  aquel 
entonces;  que  ¡ésta  sí  que  iba,  tras  los  mismos  diablos,  adonde 
fuera  menester  hombrearse  con  la  flor  y  nata  de  los  matantes, 
sin  dársele  un  caracol  de  comprometer  el  lustre  de  sus  apelli- 
dos en  la  mala  compañía  de  la  canalla  rufianesca! 

Ya  advirtió  el  Sr.  Menéndez  y  Pelayo,  en  la  segunda  de 


en  que  tales  cosas  acaecieron»,  y  lo  mismo  se  inclinó  á  creer  después  D.  Simón 
de  la  Rosa,  muy  erudito  autor  de  la  concienzuda  é  interesante  investigación 
histórica  intitulada  Los  Seises  de  la  Catedral  de  Sevilla  (Sevilla,  Díaz,  1904), 
pág.  172.  De  lo  del  tal  baile  en  los  monasterios  no  he  averiguado  cosa  alguna; 
pero  si  lo  que  basta  y  sobra  para  afirmar  que  fué  Sevilla  la  ciudad  en  cuya 
fiesta  del  Corpus  se  bailó  la  zarabanda.  He  aquí,  extractados  del  libro  de  pro- 
pios en  que  están  los  asientos  del  año  1593,  los  tres  referentes  á  este  asunto. 

En  I."  de  junio:  11.220  maravedís  «que  se  libraron  a  andres  gon9alez, 
(japatero,  por  la  mitad  de  los  sesenta  ducados  en  Reales  en  que  con  él  se 
concertaron  los  diputados  de  la  dicha  fiesta  por  el  sacar  la  danza  yntitulada 
la  zarabanda  para  este  dicho  año.»  La  otra  mitad  se  había  de  pagar  en  dos 
veces:  «hecho  el  ensaye  la  vna,  y  la  otra,  acabada  la  dicha  fiesta.» 

En  14  de  junio:  A  Andrés  González,  5.610  maravedís,  tercera  cuarta  parte 
de  lo  que  había  de  dársele  cuando  se  hiciera  el  ensaye  de  la  zarabanda.  (La 
fiesta  del  Corpus  cayó  aquel  año  en  el  día  17  de  junio). 

En  30  de  junio:  Á  Andrés  González,  5.610  maravedís,  á  cumplimiento  de 
los  60  ducados  de  la  zarabanda,  «por  auer  cumplido  conforme  á  su  concierto.» 

(63)     Véase  en  El  Loaysa  de  «El  Celoso  Extremeño*,  págs.  45  y  46. 

(64Í  Véase  el  siguiente  pasaje  de  la  Sátira  de  Spinel  contra  las  damas 
de  Sevilla,  escrita,  á  no  dudar,  en  1578,  hallada  en  un  ms.  de  Italia  por  el 
laborioso  hispanista  Eugenio  Melé  y  publicada  con  todos  sus  yerros  por  don 


-96  - 

sus  hermosas  conferencias  sobre  Calderón  y  su  Uatro  (65), 
que  algunas  veces  se  borraba  la  distinción  moral  entre  el  ca- 
ballero y  el  picaro,  de  lo  cual  ofrecía  claro  ejemplo  D.  Diego 
Duque  de  Estrada,  de  quien  es  difícil  determinar  «si  era  un 
caballero  furibundo,  matón  y  duelista,  ó  una  especie  de  Guz- 
mán  de  Alfarache,  ó  de  Buscón  don  Pablos,  porque,  según 
las  circunstancias,  se  nos  presenta  con  uno  ú  otro  carácter.» 
Y  añadió,  aludiendo  á  la  centuria  décimaséptima:  cNo  hay 
nada  que  deslinde  las  clases  en  este  siglo.»  Ni  en  el  anterior. 
El  comendador  Alonso  de  Bracamonte,  en  el  primer  cuarto 
del  siglo  XVI,  andaba, ////j  miniisve,  como  cien  años  después 
anduvo  D.  Diego  Duque  de  Estrada.  cYa  me  maravillaba 
— decíale  en  carta  de  8  de  febrero  de  1 522  D.  Antonio  de  Gue- 
vara, su  deudo  (66)— cómo  tardaba  vuestra  carta,  y  aun  cómo 
no  hacíades  alguna  travesura;  porque  de  diez  años  á  esta  par- 


Adolfo  Bonilla  y  San  Maitin,  en  la  Revista  it  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos. 
Daré  yo  algo  restituido  lo  que  copio: 

¡Oh!  CaiO  horrendo,  mísero  y  terrible 
(j  ver  la  juventud  del  suelo  vándalo 
Kuvuelta  en  sodomía  incorregible; 

£1  melifluo  mozuelo  oliendo  ¿  sándalo, 
Con  blanduras  del  rostro  y  alzacuello, 
Moviendo  al  cielo  á  ira,  al  mundo  á  esciodalo; 

Engarrotado  el  triste  y  tieso  cuello, 
Oliéndole  el  pescuezo  oliendo  á  esparto  fsic^. 
Señal  que  presto  acabará  con  ello. 

No  se  me  da  del  más  pintado  un  cuarto; 
Que,  de  enfadado,  tengo  de  decillo, 
Porque  me  tiene  ya  cansado  y  harto. 

(Tengo  yo  de  sufrir  al  mozalbillo, 
Oliendo  á  puto  á  tiro  de  ballesta, 
Aquel  orden  putesco  de  vanillo? 

La  lechuguilla  muy  mirlada,  y  puesta 
Al  cogote  la  gorra  ó  caperuza; 
Sobre  la  frente  la  encrespada  cresta; 

KI  polvillo  en  el  guante  de  gamuza, 
Y  el  compasado  echar  de  pies  y  pierna, 
Manjar  provocativo  al  moro  Muza; 

Aquella  afectación  suave  y  tierna 
I5e  blando  azúcar...,  con  que  á  Petrarca 
Piensa  que  en  discreción  rinde  y  gobierna; 

Kl  curioso  gregüesco  y  saltambarca, 
La  capa  de  bayeta  oliendo  á  algalia. 
El  almizque  y  pastillas  en  el  arca; 

Todo  el  negocio  va  por  lo  de  Italia: 
¡Volved,  oh  juventud  bárbara  y  ciega, 
A  aquél  antiguo  ser  de  la  Vandalia! 

(65)  Biblioteca  de  Escritores  Castellanos,  t.  XXI,  pág.  66. 

(66)  Epístolas  familiares,  parte  segunda,  epístola  III. 


-  97  - 

te  siempre  os  veo  andar  guardando  cimenterios  y  dar  y  tomar 
con  cirujanos.  En  Medina  del  Campo  os  vi  huido  en  la  Anti- 
gua; en  Toledo  os  vi  en  Santa  María  la  Blanca;  en  Madrid  os 
vi  en  Nuestra  Señora  de  Atocha,  y  agora  me  dicen  que  estáis 
en  el  monasterio  del  Carmen:  de  manera  que  el  visitar  y  resi- 
dir en  las  iglesias  no  es  por  la  devoción  que  tenéis,  sino  por 
las  travesuras  que  hacéis.»  Pues  si  es  D.  Fernando  de  Toledo, 
el  tío,  por  Vicente  Espinel  sabemos  que  le  llamaban  el  Picaro, 
á  causa  de  sus  travesuras,  y  que  él,  lejos  de  abochornarse  ó 
enojarse  al  oirlo  decir,  gustaba  de  ello  {^^\ 

No  podían  faltar  en  Sevilla,  Atenas  de  la  picaresca,  mo- 
zos^nobks  y  arrojados,  pendencieros,  mujeriegos,  jugadores  y 
amigos  de  toda  huelga  y  diversión,  que  alternasen  y  se  con- 
fundiesen con  los  picaros,  corriendo  y  haciendo  correr  graves 
riesgos,  de  que  alguna  vez  que  otra  resultaban  heridas  y  aun 
tal  cual  muerte.  Por  los  años  de  1592,  entre  los  muchos  man- 
cebos nobles  y  ricos  que  en  Sevilla  se  andaban  á  esa  torpe 
vida  de  desórdenes  y  escándalo,  hacía  de  caporal,  aun  no  ha- 
biendo cumplido  los  diez  y  ocho  años,  D.  Pedro  Téllez  Girón, 
marqués  de  Peñafiel,  primogénito  de  D.  Juan,  el  segundo 
duque  de  Osuna,  á  quien  sucedió  y  heredó  en  1594  (68).  Libre 
de  sujeción  el  bizarro  mozo,  pues  el  Duque  se  había  confesa- 
do incapaz  de  refrenarlo,  de  genio  vivísimo,  de  muy  lozano 
ingenio,  valiente  hasta  más  allá  del  arrojo,  y  muy  amigo  de 
bromas  y  francachelas,  hizo  cosas  que,  como  dicen,  no  están 
en  el  mapa;  tanto,  que  vino  á  formarse  de  él,  en  sus  mismos 
días,  mito  y  leyenda,  que  recogió  años  después  de  su  muerte 
D.  Cristóbal  de  Monroy  y  Silva,  en  su  comedia  intitulada  Las 
Mocedades  del  Duque  de  Osuna. 

Aunque  con  brevedad,  relataré  dos  picarescas  travesuras, 


(67)  Vida  del  escudero  Marcos  de  Ohregóji,  relación  I,  descanso  I. 

(68)  D.  Pedro  había  nacido,  no  en  Valladolid  ni  en  i579»  como  mala* 
mente  se  ha  venido  diciendo,  sino  en  Osuna,  á  17  de  diciembre  de  1574.  Su 
partida  de  bautismo  está  publicada  en  la  página  5  del  tomoXLIVdela 
Colección  de  documentos  ine'ditos  fara  la  historia  de  Esparta. 


por  mí  averiguadas,  de  aquel  empecatado  mozo,  que,  tiempo 
andando,  había  de  dar  á  España  muchos  días  de  gloria  y  de 
ser  el  único  que  refrescase  sus  antiguos  laureles  (69).  Quería 
agasajar  á  una  D.^  Mariana  de  Velasco,  pájara  de  cuenta  que 
vivía  en  Sevilla  en  la  collación  de  San  Lorenzo,  acompañada 
de  D.*  Ana,  su  madre,  ó  lo  que  fuese;  hallábase  el  noble 
mozo  sin  dinero,  y,  yendo  á  Osuna,  hizo  concurrir  á  la  escri- 
banía de  Diego  Gutiérrez,  en  5  de  agosto  de  1 592,  á  Luís  de 
Soto,  Gabriel  de  Cisneros,  Ruy  Díaz  Roldan  y  Agustín  Ortiz, 
mayordomos  de  su  padre,  respectivamente,  en  Osuna,  Morón, 
Puebla  de  Cazalla  y  Arahal;  y,  bajo  promesa  de  obligarse  á 
ellos  otorgándoles  una  escritura  de  las  que  se  llamaban  de  á 
paz  y  á  salvo,  les  indujo  á  que  se  obligaran,  en  sendas  escri- 
turas, á  pagar  á  la  D.'*  Mariana,  para  fin  de  febrero  de  1 593, 
cada  uno  mil  ducados  de  oro,  declarando  debérselos  por  ha- 
berlos recibido  prestados  de  ella.  A  continuación  extendió  el 
escribano  la  otra  escritura  de  resguardo  que  había  de  firmar 
el  Marqués,  y  en  ella  se  declaraba  la  verdad  del  caso:  que  no 
había  habido  tales  préstamos,  y  que  aquellas  obligaciones  se 
otorgaron  «por  mi  orden  e  mandado  e  porque  así  fué  mi  vo- 
luntad las  hiziesen  para  le  dar  el  dicho  dinero  á  la  dicha  doña 
Mariana  de  Velasco,  por  averie  yo  hecho  merced  dello  por  las 
causas  que  á  ello  me  movieron.»   h'irmaron  sus  documentos 


(69)  El  mismo  D.  Pedro  Téllez  Girón  lo  decia  franca  y  bizarramente 
desde  Pusiiipo  á  su  grande  amigo  D.  Andrés  Velázquez,  por  julio  de  1616, 
recientes  todavía  las  gestiones  del  Conde  de  Leroos  para  que  el  virreinato  de 
Ñapóles  se  diese  al  Conde  de  Castro.  «Aquí  las  intentó -escribia  en  intere- 
sante carta  inédita— sino  que  no  pudo  salir  con  ellas,  indignas  de  un  hidalgo. 
Confieso  á  Vm.  que  temi  á  la  Vieja  y  al  amor  que  el  señor  Duque  de  Lerma 
tiene  á  su  bija,  y  tuve  resolución  si  sallan  con  esta  ympresa  yrme  al  mismo 
punto  á  Alemania  ó  á  otra  parte,  la  que  me  pareciera,  para  que  el  mundo 
conociese  si  otros  reyes  hallaban  aún  en  vasallos  suyos  quien  pasarme  ade- 
lante; pues  ¿qué  he  hecho  sino  dar  reputación  á  los  estandartes  de  mi  Rey  en 
tiempo  que  en  todos  sus  estados  la  han  estado  perdiendo,  y  trezientos  mili 
escudos  de  renta  más  en  el  Reyno  de  Sicilia,  quando  han  estado  vendiéndole 
en  Ñapóles  más  de  ciento  y  veinte  mili  de  su  patrimonio,  y  en  Lombardia  alo- 
jando el  exército,  que  había  de  estallo  en  tierras  de  enemigos,  en  los  propios 
naturales?...» 


-  09  - 

respectivos  los  cuatro  mayordomos;  pero  ya  casi  enteramente 
extendida  la  escritura  de  resguardo  para  ellos,  el  Marqués 
hubo  de  negarse  á  firmarla,  probablemente  alegando  que  su 
palabra  era  como  de  rey  y  valía  más  que  cien  escrituras.  Y  no 
hay  que  dudar  que,  cuando  heredó,  sacaría  «á  paz  y  á  salvo  á 
los  mayordomos;  más,  por  lo  pronto,  fué  una  solemne //rar- 
día  la  estratagema,  y  nuestros  hombres,  llegado  el  plazo,  tu- 
vieron que  pagar  bien  á  aquella  especie  de  D.^  Esperanza  de 
Torralba  Meneses  y  Pacheco  (70)  los  cuatro  mil  ducados  de 
oro  que  tan  mal  le  debían  (71). 

Menos  cómico  fué  el  otro  hecho:  yendo  el  Marqués  de 
Peñafiel,  un  día  del  mismo  año  1592,  acompañado  de  algu- 
nos mozos  nobles,  pero  que,  como  él,  se  asomaban  á  la  rufia- 
nesca, tales  como  D.  Francisco  Cerón,  hijo  de  Martín  Gutié- 
rrez Cerón,  D.  Alonso  de  Guzmán  Melgarejo,  D.  Diego  Ponce 
de  León,  D.  Lorenzo  de  Ribera,  D.  Pedro  de  Casaus  y  Bel- 
trán  de  Galarza,  y  estando  junto  á  las  Atarazanas,  acaso  en 
un  bodego  áQ  los  que  por  allí  había,  trabaron  cuestión  con 
otras  personas,  entre  las  cuales  estaba  Edgar  Corinse,  herma- 
no de  Guillermo  Corinse,  mercader  flamenco  que  tenía  tienda 
en  la  collación  de  Santa  María.  No  he  podido  averiguar  de 
qué  se  originó  la  pendencia;  acaso  había  enaguas  de  por  me- 
dio; quizás  se  trabaron  de  palabras  por  una  bicoca, 

Sobre  si  bebe  poquito, 
Ó  sobre  si  sobrebebe  (72); 

ello  es  la  verdad  que,  echando  mano  á  las  j'oyosaSy  hubo  recia 
trifulca  y  quedó  muerto  el  hermano  del  mercader.  Por  este 
desdichado  acaecimiento  hízose  causa,  en  la  cual,  á  petición 
de  parte,  entendía  como  juez  de  comisión  el  alcalde  Castillo; 
pero  á  todo  pusieron  término  feliz  la  codicia  del  tal  mercader 


(70)  La  sobritia  de  La  Tía  Fingida,  por  si  el   lector   no  ha  caido  eti  la 
cuenta. 

(71)  Las  escrituras  á  que  me  refiero  están  en  el  Archivo  de  protocolos  de 
Osuna,  registro  de  Diego  Gutiérrez,  libro  de  1592,  f.os  750  y  siguiente». 

(72)  Qaevedo,  El  Parnaste^  Español,  Musa  V,  jácara  X. 


—  100  - 

y  la  largueza  de  los  matadores,  pues  aunque  aquel  en  20  de 
julio  de  1593  otorgó  la  escritura  de  perdón,  ^principalmente 
por  amor  de  Dios  nuestro  Seflor  e  porque  el  perdone  el  áni- 
ma del  dicho  mi  hermano»,  no  fué  de  despreciar  lo  accesorio^ 
que  consistió  en  tres  mil  ducados  de  oro,  pagaderos  en  fin  de 
diciembre  de  aquel  año  (73). 

Larga  se  me  va  haciendo  y  se  le  hará  en  su  día  al  pa- 
cientísimo  lector,  esta  parte  de  mi  trabajo;  así,  dedicare  el 
menor  espacio  posible  á  dar  una  sucinta  idea  de  los  lugares 
sevillanos  que  la  germanesca  frecuentaba  con  predilección. 
Fuera  de  la  ciudad,  tales  lugares  eran,  entre  otros,  y  amén  de 
todo  el  pie  de  las  murallas,  la  ribera  derecha  del  río  hasta 
San  Juan  de  Alfarache;  todo  el  campo  de  Tablada,  al  cual 
solían  irse  á  reñir  (74);  la  venta  de  la  Negra,  que  no  sé  dónde 
estuviese  (75);  el  Alamillo,  huerta  cercana  á  la  Fuente  del  Ar- 


(73)  Archivo  áe  protocolos  de  Sevilla,  oñdo  21,  Juan  Bernal  de  Here* 
dia,  libro  5.°  de  1593,  f.°*  497  y  5°'  v.to  _  En  un  cuaderno  manuscrito, 
en  4.°,  letra  del  amanuense  del  Conde  del  Águila,  é  intitulado  l'arios  sucesos  y 
castigos  hechos  en  distintos  tiempos  tn  la  ciudad  de  Sevilla  (Biblioteca  del 
Sr.  Duque  de  T'Serdaes),  hay  noticia  del  tin  que  tuvo,  en  1 594,  uno  de  los 
enmaradas  y  protegidos  del  Marqués  de  PeBafiel:  «El  mismo  alcalde  [el  licen- 
ciado Pídro  de  Velarde]  tuvo  otra  comisión  contra  D,  Lope  Ponce  de  León, 
á  pedimento  del  marido  de  una  mujer  que  él  trataba;  condenóle  á  muerte  de 
horca,  y  estando  al  pie  de  ella  confesó  de  su  voluntad  como  quatro  aHos  antes, 
que  fué  el  de  1590,  en  el  paseo  de  San  Jerónimo,  en  su  dia  29  de  septiembre, 
había  muerto  á  D.Jorge  de  Portugal,  que  estando  á  caballo  hablando  por  el 
estribo  de  un  coche  con  una  señora,  llegó  el  D.  Lope  al  otro  estribo  á 
hablarla;  ofendióse  de  este  atrevimiento  D.  Joige  y  le  dixo:  t ;Cómo  estando 
»yo  aquí  os  atrevéis  á  esto?»  y  al  revolver  el  caballo  para  apearse,  el  D.  Lope 
le  dio  una  estocada  por  los  pechos,  que  no  pudo  apretar  la  mano:  con  que  pagó 
en  este  suplicio  de  muerte  todos  sus  delitos,  que  fueron  muchos,  cometidos 
con  las  alas  de  los  marqueses  de  Peñafiel  y  de  Zahara,  de  quien  se  amparaba.» 

(74)  En  el  Romance  de  la  descripción  de  la  vida  airada,  que  ñgura  entre 
los  Romances  de  germania,  aludiendo  al  Corral  de  los  Olmos: 

Muchos  de  los  fuñadores 
Triscadores  de  palabra, 
Aquí  fingen  las  pendencias. 
Para  reñir  en  Tailada. 

(75)  Ibid.,  Romance  del  cumplimiento  del  testamento  de  Maladros: 

En  oyendo  esto  los  rufos, 
Con  gran  bramo  lo  celebran, 
V  dice  Entrucho  y  Magazo: 
«Celebremos  esta  fiesta 
Con  tajada  y  godo  pío 
En  la  venta  de  la  Negra,* 


—  101  — 

zobispo  {;^6),  y  la  venta  de  la  Barqueta,  en  la  orilla  derecha 
del  Guadalquivir,  adonde  iban,  ya  á  dirimir  sus  cuestiones  con 
los  baldeos  {yy),  ó  ya  á  tener  sus  comilonas;  pues  este  sitio 
ofrecía  la  ventaja  de  estar  cerca  de  las  Cuevas,  iglesia  y  mo- 
nasterio de  los  Cartujos,  en  donde,  á  venir  mal  dado  el  naipe 
y  buscarles  la  gurullada,  podían  acogerse  en  un  santiamén, 
como  conejos  chuceados  que  sienten  el  carlear  de  los  pe- 
rros (78).  Y  dentro  de  los  muros  de  la  ciudad  la  germanesca 
hispalense  tenía  abiertas  muchas  más  casas  que  los  pobres  de 
hoy;  sí,  porque  según  la  copla  popular, 

Cuatro  casas  tiene  abiertas 
El  que  no  tiene  dinero: 
La  cárcel,  el  hospital, 
La  iglesia  y  el  cementerio; 

y  ellos,  además  de  estas  cuatro  casas,  tenían  abiertas  las  de 
juego,  las  de  la  gula  ó  bodegones,  y  las  de  la  manfla  ó  man- 
cebía, sin  contar  con  otras  muchas  que  solían  abrir,  aunque 
al  solo  efecto  de  llevarse  lo  que  estuviese  mal  colocado. 

De  las  coimas,  mándracJios,  palomares  ó  leoneras,  que  así 


(76)  En  el  Alamillo  aguardan  para   merendar  unas  mujeres  de   la  casa 
llana  á  Lugo,  el  protagonista  de  El  Rufián  dichoso,  jornada  I, 

(77)  Romance  del  cuwplimtento  del  testamento  de  Maladros: 

Que  por  chispas  de  un  mandil 
Que  les  portó  una  revuelta 
íje  habían  desafiado 
A  reñir  en  la  Barqueta, 
Con  baldeos  y  rodanchos, 
Los  navios  sin  cubierta. 

(78)  Ibidcm: 

Payana  responde  y  dice: 
«Mejor  será  en  la  Barqueta, 
Que  hay  rozo  demasiado, 

Y  es  amigo  Juan  de  Reina; 

Y  si  hubiere  bramo  al  guro, 
Tenemos  cerca  las  Cuevas.» 

La  acción  de  este  romance  es  anterior  al  año  de  1595,  en  el  cual,  por  una  re- 
sistencia que  el  bravo  Gonzalo  Xeniz  hizo  al  asistente.  Conde  de  Priego,  que 
fué  á  buscarle,  noticioso  de  que  allí  estaba  comiendo  con  otros  rufianes  y  con 
algunas  marcas,  mandó  derribar  la  venta  «y  al  ventero — que  sería  el  Juan  de 
Reina  á  quien  se  refiere  el  romance  —  le  dieron  docientos  de  renta  por  las 
calles»  (Ariño,  Sucesos  de  Sevilla). 


-  102  - 

solían  llamarse  las  casas  de  juego  á  fines  del  siglo  XVI,  dio, 
poco  há,  ligeras,  pero  muy  curiosas  noticias,  cierto  escritor 
sevillano,  en  un  artículo  intitulado  Las  Flores  de  Rimonete, 
que  salió  á  luz  en  Los  Lunes  de  *El  Imparcial*  Í79).  Sír- 
vanles de  ampliación  estas  otras:  Mateo  Alemán,  por  boca 
de  su  Guzmán  de  Alfarache,  dividía  á  los  jugadores  como 
se  solía  hacer  con  los  estudiantes  gramáticos,  en  tres  grupos; 
menores,  medianos  y  mayores.  Para  los  menores  estaban  la 
taba,  el  palmo  y  el  hoyuelo;  para  los  medianos,  el  quince  y 
y  la  treinta  y  una,  quínolas  y  primera;  y  saliendo  de  estos  es- 
tudios y  pasando  á  mayores,  volvíanse  los  naipes  boca  arriba, 
€con  topa  y  hago»  (80),  que  era  uno  de  los  juegos  del  parar, 
padre  legítimo  de  nuestro  actual  juego  del  monte.  Por  eso,  re- 
legados á  las  mesillas  que  despectivamente  llamaban  tablas 
del  tocino  los  juegos  poco  sangrientos,  tres,  dos  y  as,  polla, 
ganapierde  ó  maribulla  y  otros  tales,  todos  los  buenos  tahú- 
res sentábanse  á  la  mesa  de  majoribus;  que,  como  advertía 
Luque  F'ajardo  (81),  <el  parar,  con  los  demás  juegos  de  suer- 
tes, se  llevan  las  cátedras,  con  votos  excesivos,  como  que 
hazen  más  á  su  propósito  en  materia  de  fullería,  en  cuya 
comparación  los  demás  son  tenidos  en  posesión  de  juegos 
flemáticos,  cansados  y  desabridos,  ajenos  de  la  salsa  que  en- 
tretiene sus  picaros  estómagos...  El  parar  tienen  por  fiesta, 
juego  de  cañas  y  de  toros,  y  así,  cuando  entra  nuevo  tahúr, 
para  pedir  lugar  en  la  mesa  pregunta  si  hay  ventana  vazía.» 
De  fullerías  ó  flores  ¿qué  diré?:  eran  innumerables  las  trampas 
que  se  hacían  en  la  baraja  y  con  la  baraja,  como  asimismo  lo 
eran  las  que  por  la  baraja  solían  hacerse.  Los  dueños  de  los 
tablajes,  para  fomentar  la  concurrencia  de  jugadores,  c hazen 
—decía  el  sevillano  Navarrete  y  Ribera  (82) — lo  que  los  bar- 


vuelto. 


(79)  Rodríguez  Marín,  número  correspondiente  al  4  de  febrero  de  1905. 

(80)  Parte  I,  libro  II,  cap.  III. 

(81)  Fiel  desengaño  contra  la  ociosidad  y  los  juegos,..^  í°  130. 

(82)  La   Casa  del  Ivego  (Madrid,   Gregorio  Rodríguez,    1644),  f."  49 


-  103  - 

queros  del  pasaje  de  Sevilla  á  Triana,  que  para  fletar  su  barco 
y  dar  á  entender  que  se  parten  luego,  ponen  en  su  barco  un 
par  de  mujeres,  propias  ó  ajenas,  á  cuya  añagaza  acude  la 
gente,  tanto  á  parlar  como  á  pasar  á  Triana,  y  es  esta  dili- 
gencia de  mucho  provecho  al  barquero.»  Y  hombres  había 
—afirmábalo  el  racionero  Porras  en  su  notable  carta  al  car- 
denal D.  Fernando  Niño  de  Guevara— que,  con  dos  mesas 
quebradas  y  seis  sillas  viejas,  les  valía  cada  año  la  coima  cua- 
tro mil  ducados. 

Como  era  cosa  muy  corriente  que  los  clérigos,  los  frailes 
y  los  ermitaños  manejasen  dinero,  ya  propio,  ya  de  los  conven- 
tos, ó  bien  de  las  limosnas  que  les  daban,  y  no  harto  raro 
que  la  codicia  los  aficionase  al  endiablado  libro  de  Vilhán 
— llamado  asimismo  de  Maese  Lucas  y  de  Juan  Bolay — tam- 
poco era  para  asombrarse  el  ver  gentes  de  su  hábito  buscando 
solaz  en  las  casas  de  juego,  de  donde  los  fulleros,  los  ciertos  ó 
dobles,  que  decían,  se  disfrazaban  alguna  vez  de  eclesiásticos 
y  eremitas  para  mejor  engañar  á  los  blajtcos  ó  sencillos  (83). 
Lo  ordinario  era  espillar  ó  jugar  cada  uno  en  su  traje,  y  sacar 
de  los  bueyes  ó  naipes  todo  cuanto  en  buenas  manos  y  con 
buena  vista  pudieran  dar  de  sí;  que,  á  descornarse  \2,flor,  con 
hacer  viñas  y  Juan  danzante  é  irse  á  quitar  las  pulgas  á  un 
garito  de  otro  barrio,  que  era  como  pasarse  á  Turquía,  queda- 
ba el  hombre  como  las  propias  rosas  (84). 

De  las  casas  de  gula  ó  bodegones  de  Sevilla,  «en  la  cual 


(83)  Tal  aquel  ermitaño  de  la  Vida  del  Buscón^  de  Quevedo,  libro  I, 
cap.  X;  y  tal  el  mismo  D.  Pablos,  que  para  jugar  se  finge  fraile  benito,  en  el 
cap.  VII  del  libro  11.  Los  que  auténticamente  vestían  hábito  eclesiástico  solían, 
como  digo  en  el  texto,  ser  aficionados  á  tirarle  á  Jorge  de  la  oreja,  y  aun  á 
tener  casa  de  ello.  En  9  de  enero  de  1559  dijo  en  capítulo  el  racionero  Alonso 
Rodríguez  que  á  su  noticia  había  venido  por  cosa  pública  que  el  racionero 
Luís  de  Armijo  «tiene  y  ha  tenido  tablero  público  de  juegos  de  naypes  y  dados 
donde  entran  á  jugar  muchos  jóvenes  legos  y  de  mal  vivir  y  otros  fulleros,  y 
allí  juegan  mucha  cantidad  de  dineros  y  se  hablan  cosas  deshonestas»  {^Archi' 
vo  de  la  Santa  Iglesia  Catedral  de  Sevilla,  Actas  del  Cabildo  eclesiástico). 

(84)  Véase  el  siguiente  monólogo  del  gracioso  de  Ganar  amigos,  come- 


-  104  - 

había  tantos  y  tan  buenos»  (85),  era  el  más  renombrado  entre 
la  jacarandina  el  del  Corral  de  los  Olmos,  t  establecido  en  el 
casi  solar  de  unas  casas  sitas  en  la  plaza  del  Arzobispo  (86), 


dia  de  D.  Juan  Ruiz  de  Alarcón  y  cuya  acción  pasa  en  Sevilla  (acto  II,  esce- 
na VI): 

¡Válgate  Dím,  coofutión 

Y  embeleco  de  Sevilla! 

Un  hombre  coooico  yo 
Que  es  tahúr,  y  desde  el  dia 
Que  i  un  desdichado  inocente 
Kd  el  gariio  emprestilla, 
5>e  va  al  de  otro  Imnio,  que  es 
Como  pasarse  á  'I'urquia: 
Cursa  en  (1  hasta  pegarle 
A  otro  blanco  con  laniisma, 

Y  va  visitando  así 

Por  sus  turóos  las  ermitas; 

Y  eo  acabando  la  rueda 

Se  vuelve  á  la  más  antigua, 
Donde,  como  los  tahurea 
Se  trasiegan  cada  dia, 
O  no  va  ya  su  acreedor, 
O  <-|  hace  del  que  se  olvida, 
O  tiene  conchas  la  deuda. 
Del  tiempo  largo  prescripta. 

A  la  grande  facilidad  con  que  podia  hacerse  perdidizo  cualquier  fullero  ayu- 
daba muy  mucho  el  ser  crecidísimo  el  número  de  leoneras.  Más  de  trescientas 
había  en  la  ciudad,  según  el  racionero  Porras  de  la  Cámara.  Y,  á  proporción, 
no  menos  se  jugaba  en  los  pueblos  que  en  Sevilla  En  Osuna,  cuya  poblxdón 
pasaba  apenas  de  3.000  vecinos,  gastábanse  4l  aüo  quinientas  docenas  de  fia- 
rajas.  Asi  se  indica  en  una  escritura  de  20  de  abril  de  tS9Q,  otorgada  por 
Alonso  Gil  Reduán,  vecino  de  la  mencionada  villa,  á  favor  de  Juan  Bautista 
Méndez,  administrador  de  la  estampa  real  de  los  naipes  en  la  dicha  ciudad. 
(Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  oficio  I.*,  Diego  de  la  Biirtra  Farfán, 
libro  I."  de  1599,  f.'  1.139). 

(85)  Cervantes,  Rinconele  y  Cortadillo. 

(86)  «Hoy  se  llama  plazi  del  Cardenal  Lluch.  Rodrigo  Caro,  en  sus 
Antigvedades  y  Principado  de  la  ilvsírissima  civiad  de  Sevilla.  ^  Chorogra- 
phia  de  sv  Convento  ivridico,  ó  antigua  Chamilleria  (Sevilla,  Andrés  Grande, 

1634),  dice,  á  los  folios  61  y  62:  tjunto  con  el  convento  de  san  Francisco  está 
el  cabildo  de  la  ciudad,  el  qual  primero  estuvo  antiguamente  en  la  pla<,a  del 
Arzobispo  en  unas  casas  que  oy  sirven  de  bodegón...  En  este  mismo  Cabildo 
antiguo  se  juntavan  también  los  Capitulares  de  la  santa  Iglesia,  teniendo  la 
ciudad  la  parte  superior  y  los  Canónigos  la  parte  inferior  de  este  angosto  y 
pequeño  edificio;  que  tanta  hermandad  y  concordia  ha  ávido  siempre  entre 
estos  dos  Cabildos.»— Antes,  al  folio  53,  dice  tratando  del  Templo  de  la 
Santa  Iglesia:  «Fuera  del  Templo  mayor...  tiene  esta  Santa  Iglesia  dos  claus- 
tros grandes:  al  uno  llaman  comunmente  Corral  de  los  Naranjos,  porque  los 
ay  en  él  de  muchos  siglos  atrás,  con  algunas  palmas  y  cipresses:  al  otro  llaman 
el  Corral  de  los  Olmos,  porque  en  él  también  los  avia,  y  este  cae  á  lo  largo  de 
la  puerta  oriental  del  Templo,  y  el  de  los  Naranjos  á  la  parte  del  Norte,  y  es 
lo  que  resta  de  la  mezquita  mayor  de  los  moros.» 


—  105  — 

y  en  donde  la  Ciudad  había  celebrado  sus  cabildos  hasta  que 
^"  1533»  y^  adelantadas  las  obras  de  las  Casas  Capitulares,  el 
Concejo  se  pasó  á  éstas  (87).  Nunca  Roma  fué  más  corte  pon- 
tificia que  el  Corral  de  los  Olmos  sede  y  emporio  de  la  gua- 
peza y  del  vicio  de  los  germanes.  Así  el  temerón  Maladros  dis- 
ponía en  su  testamento  que  allí  lo  enterraran  (88);  así  el  jaque 
Reguilete  salió  del  afamado  Corral  para  habérselas,  en  la  plaza 
de  San  Francisco,  con  un  toro,  que  le  sacó  el  alma  del  cuer- 
po (89);  y  así  Rodrigo,  gracioso  de  una  comedia  del  ecijano 
Luís  Vélez  de  Guevara,  se  había  dado  un  filo  dé  valentía  en 
el  Corral  de  los  Olmos....»  (90).  También  solían  ir  los  germa- 


(87)  «Guichot,    Historia   del  Excmo,   Ayuntamiento  de  Sevilla,    t.   II 
(1897),  pág.  30.» 

(88)  «En  el  romance  del  Testamento  de  Maladros: 

Quiero  y  es  mí  voluntad 
Que  muca  la  fría  tierra 
En  el  Corral  de  los  Olmos, 
Do  se  junta  la  braveza. 


[Es]  Techo  en  la  enfermería 
De  Sevilla,  en  esta  trena, 
A  veintisiete  de  mayo 
De  quinientos  y  setenta.» 


(89)  «Cervantes,  El  Rufián  dichoso,  jornada  I: 

Del  gran  Corral  de  los  Olmos, 
Do  está  la  jacarandina, 
Sale  Reguilete  el  jaque, 
Vestido  á  las  maravillas...» 

(90)  *El  Diablo  está  en  Cantillana,  jornada  I,  en  donde,  por  uno  de  los 
mil  deliciosos  anacronismos  de  que  están  llenas  las  comedias  de  los  siglos  XVI 
y  XVII,  aun  pasando  la  acción  en  los  tiempos  de  D.  Pedro  I  de  Castilla,  pre- 
gunta Perafán  y  responde  Rodrigo: 

—  jCcSmo  dejas  á  Sevilla.' 

— Como  siempre,  buena  y  brava; 

Díme  un  filo  en  el  Corral 

De  los  Olmos,  y  una  mandria 

Tuvo  no  se  qué  conmigo. 

Sobre  si  pasa  ó  no  pasa; 

Llevó  una  mojada  á  cuenta, 

Siguióme  la  giirnllada. 

No  pude  tomar  iglesia 

Ni  embajador,  y  en  las  ancas 

De  la  muía  de  un  doctor 

Me  escapó  con  linda  gracia.» 

Por  el  Discurso  de  la  Comunidad  de  Sevilla,  que  publicó  la  Sociedad  de  Bi- 
bliófilos Andaluces,  consta  que  en  1521  (y  asi  seguiría  probablemente)  la 
puerta  del  Corral  de  los  Olmos  daba  frente  á  la  calle  de  la  Borceguineria,  hoy 
de  Mateos  Gago. 

8 


—  106  — 

nes  á  otro  bodega  establecido  muy  cerca  del  dicho  corral:  en 
el  Hospital  del  Rey  (91).  En  tales  casas  de  la  gula,  según  una 
representación  que  el  cabildo  de  los  jurados,  á  27  de  agosto 
de  1603,  dirigió  á  la  Ciudad,  se  daba  <de  comer  y  de  cenar  á 
todas  horas  á  hombres  y  mujeres,  y  si  lo  pagan  bien,  también 
se  les  da  cama,  lo  cual  es  en  gran  deservicio  de  Dios.  Tam- 
bién en  ellas  se  hacen  conciertos  entre  rufianes,  bellacos  y 
malandrines,  de  que  resultan  muertes,  robos  y  toda  clase  de 
infracciones  de  la  ley  y  de  ofensas  á  las  buenas  costumbres, 
en  cuanto  que  en  ellas  los  hijos  de  familia  encuentran  ocasión 
de  grandes  distray mientes t  (92). 

De  la  mancebía  hispalense,  del  famoso  Compás  de  Sevi- 
lla, en  donde  ¡como  tontos!  hubieran  querido  hallarse,  mejor 
que  chapuzados  entre  las  revueltas  olas,  aquellos  malos  poe- 
tas que  Cervantes  hizo  naufragar  en  su  Viaje  del  Parnaso  (93), 
han  escrito  D.  Manuel  Pizarro  y  Gómez  (94),  D.  Narciso 
Campillo  (95)  y  D.  José  M.*  Asensio  (96)  sendas  monografías 
muy  interesantes,  sí,  pero  que  dejan  harto  que  desear,  porque 


(91)  El  antiquísimo  Hospital  Real  de  Nuestra  Seflora  del  Pilar  de  Sevi- 
lla, que  estaba  ten  el  mismo  lado  del  Hospital  de  Santa  Marta,  pasando  algu- 
nas casas,  y  antes  de  llegar  á  la  puerta  del  Alcázar>  (Notas  de  Espinosa  y 
Cárcel  á  los  Anales  de  Ortiz  de  Zúñiga,  t.  II,  pág.  58). — Desde  el  aDo  de 
1587,  en  que  se  redujeron  á  dos  los  hospitales  de  Sevilla,  éste  quedó  sin  su 
antigua  aplicación,  y  fué  destinado  para  casa  de  la  gula  por  alguien  que  lo 
tomarla  en  arrendamiento. 

(92)  «Guichot,  obra  citada,  t.  II,  pág.  156.» 

(93)  Capitulo  V: 

Y  CD  medio  de  tan  grandes  embaruos, 
La  vista  ponen  en  la  amada  orilla, 
Deseosos  de  darla  mil  abrazos. 

Y  sé  yo  bien  que  la  fatal  cuadrilla, 
Antes  que  allí,  holgara  de  hallarse 
Ea  el  Compás  famoso  de  Sevilla. 

(94)  Bases  para  la  organización  del  servicio  sanitario  municipal  de  Se- 
villa: memoria  escrita  y  presentada  al  Excmo.  Ayuntamiento  Hispalense 
por...  (Sevilla,  Impr.  de  La  Andalucía,  1861). 

(95)  La  Revista  de  Andalucía,  t.  XII,  págs.  96-I06,  y  La  Ilustración 
Española  y  Americana,  n."  XXII  de  1870,  pág.  341. 

(96)  El  Compás  de  Sevilla,  1880.  32  págs.  en  8.':  opúsculo  que,  como 
muchos  otros  de  su  autor,  ha  sido  reimpreso  en  el  libro  intitulado  Cervantes 
y  sus  obras:  artículos  por  D.Jose'M."-  Asensio,  Barcelona,  1902. 


—  107  - 

ó  sus  autores  se  contentaron  con  pocas  noticias,  ó  no  tuvieron 
la  suerte  de  hallarlas  en  mayor  abundancia.  Yo  la  he  tenido» 
y  Dios  delante,  no  tardaré  mucho  en  preparar  un  estudio 
sobre  aquel  renombrado  templo  del  vicio;  pero  ¿qué  decir 
ahora,  en  el  poquísimo  espacio  y  el  menos  tiempo  de  que 
dispongo?  Es,  indudablemente,  más  difícil  escribir  cuando 
hay  sobrada  materia  que  cuando  la  hay  algo  escasa.  Así, 
pues,  limitaréme,  por  hoy,  á  extractar  algún  párrafo  del  opús- 
culo del  Sr.  Asensio,  y  á  añadir  algo  de  mis  apuntes. 

«Estuvo  situada  la  mancebía  de  Sevilla— dice  el  docto 
editor  é  ilustrador  del  famoso  Libro  de  retratos  de  Pacheco — 
en  un  punto  que  entonces  era  extremo  de  la  ciudad,  adosada 
al  muro  antiguo  que  corría  desde  la  puerta  vieja  de  Triana  á 
la  del  Arenal,  y  separada  de  la  ciudad  por  una  tapia  que 
tenía  una  sola  puerta,  en  el  sitio  que  se  llamó  luego  arquillo 
de  Atocha  (97).  El  espacio  que  se  extendía  delante  de  la 
puerta  de  la  casa  pública  era  llamado  el  Compás,  nombre  que 
ha  conservado  hasta  hace  muy  pocos  años  (98).  Tenía,  ade- 
más, un  postigo  en  la  muralla  para  comunicar  al  campo,  pero 
se  ignora  su  situación....  (99).  Dentro  del  recinto  cercado  en 
que  moraban  las  mujeres....  había  muchas  casillas  miserables, 
propiedad  ¡cosa  rara!  de  iglesias,  de  conventos,  de  capellanías, 
de  hospitales,  y  de  sujetos  particulares.  Eran  algunas  también 
fabricadas  por  la  Corporación  Municipal....»  En  la  parla  de  los 
germanes  tenía  muchos  nombres  la  casa  llana:  llamábase  in- 


(97)  Sí,  pero  esto,  después  de  1576;  en  cabildo  de  ii  de  julio  de  este 
dicho  año  los  jurados  pidieron  que  se  limpiara  la  mancebía  y  que  se  cerraran 
todos  sus  postigos,  de  manera  que  no  quedase  abierta  más  que  una  puerta 
(Actas  capitulares  de  Sevilla). 

(98)  De  seguro  padeció  equivocación  en  esto  el  Sr.  Asensio:  el  Compás 
de  la  Laguna  aún  conserva  su  antiguo  nombre.  No  así  la  calle  de  la  Laguna,  en 
parte  de  la  cual  estaban  las  boticas  ó  casucas  de  la  mancebía,  pues  hoy  se  llama 
de  Castelar. 

&  (99)     En  6  de  julio  de  1583  se  libraron    1.632  maravedís  á  Blas  de  la 

Bk  Cruz,  carpintero,  «á  cuyo  cargo  fué  el  hazer  unas  puertas  en  la  casa  pública  de 
^K.Ias  mugeres  y  una  reja  para  la  puerta  de  la  dicha  casa  que  sale  al  campo,  por 
^^■ciertas  demasías  que  hizo  en  estos  trabajos.»  (Archivo  Municipal  de  Sevilla, 
^^B  libros  de  Propios). 

E 


—  loe  — 

distintamente  berreadcrOy  cambio,  cerco,  campo  de  pinos,  cortijo, 
dehesa,  guanta,  manfla,  manflota,  mesón  de  las  ofensas,  mon- 
te, montaña,  pifla  y  vulgo.  Llamábanla  también  lo  guisado.  Al 
postigo  que  daba  acceso  á  los  casucos  desde  el  Compás  llama- 
ban el  golpe,  como  llaman  á  algunas  puertas  de  las  cárceles, 
porque  se  cierran  al  portazo  (á  lo  cual  decían,  y  dicen  aún, 
echar  el  golpe),  y  no  se  pueden  abrir  sino  con  la  llave.  En  el 
golpe  estaba  sentado,  haciendo  de  portero,  un  muchachote  á 
quien  llamaban  guardadamas,  guardacoimas  ó  guardapos- 
tigo  (lOO). 

De  no  tener  menos  nombres  que  la  mancebía  podían 
ufanarse  las  mujeres  que  habitaban  en  ella,  pues  las  llamaban 
concejiles,  coimas,  gayas,  germanas,  isas,  marcas,  marquidas, 
marquisas,  marañas,  pelotas,  pencurias  y  tributos,  A  su  infa- 
me ganancia  decían  caire,  cairo  ó  cairón;  y  reclamos  ó  mandi- 
landines  á  los  chulamos  ó  muchachillos  que  solían  servirlas 
en  clase  de  criados  ó  mandaderos.  Semejantes  hembras,  en  lo 
antiguo,  en  cumplimiento  de  una  ordenanza  de  D.  Alfonso  XI 
(1337),  llevaron  tocas  azafranadas  para  distinguirse  de  las  mu- 
jeres de  bien  (loi);  pero  como  éstas,  andando  el  tiempo,  gus- 
taran de  usar  las  tales  tocas,  desapareciendo  así,  por  tan  raro 
motivo,  la  diferencia  que  había  establecido  el  legislador,  en 
otras  Ordenanzas  de  Sevilla,  hechas  por  D.  Juan  II  en  141 1  y 


(100)     En  dos  romances  de  la  colección  publicada  por  Juan  Hidalgo: 

Al  mandil  llama  irainel, 
Por  que  lleva  y  trae  recados; 
Dice  al  mozo  guardadamai, 
Que  en  el  golpe  está  tentado. 

Es  natural  de  Segovia, 
En  bajos  vicios  criado; 
Hijo  de  un  guardapostigo 
Y  nieto  de  un  envesado. 

(loi)  «XXXVI.  Otrosí:  mandamos  et  tenemos  por  bien  que  las  barra- 
ganas de  los  clérigos  nin  de  los  legos,  nin  otras  mugeres  algunas  mal  enfama- 
das,  que  non  traygan  faldas  rastrando  de  manto,  nin  de  pellote,  nin  sayas,  nin 
cendales,  nin  otros  adobos  ningunos:  et  si  los  traxiere,  que  pierda  los  paños  et 
que  gelos  tome  el  alguazil.»  (Guichot,  Historia  del  Ayuntamiento  de  Sevilla, 
t.  I,  pág.  218). 


-  10^- 

confirmadas  en  1 502  por  los  Reyes  Católicos,  se  preceptuó 
«que  todas  las  mugeres  mundanas  trayan  un  prendedero  de 
oropel  en  la  cabega  engima  de  las  tocas,  en  manera  que  pa- 
rezca, porque  sean  conoscidas;  et  si  alguna  fuere  fallada  sin 
traher  esta  señal,  que  le  den  las  penas  que  pone  la  ley  del 
ordenamiento  del  rey  don  Alfonso»  (102).  Todavía  las  buenas 
mujeres  (prurito  y  tenacidad  muy  dignos  de  estudio)  volvieron 
á  imitar  á  las  malas,  usando  el  tal  prendedero,  y  entonces 
éstas,  que,  por  el  contrario,  se  empeñaban  en  diferenciarse  de 
aquéllas,  pues  pareciendo  mujeres  honradas  no  las  buscaban 
ni  requerían,  empezaron  á  usar  mantos  negros  doblados,  ó 
medios  mantos  (las  mantillas  de  ahora),  sin  que  para  hacerlas 
volver  á  las  tocas  azafranadas  bastaran  las  nuevas  ordenanzas 
del  año  1571(103),  ni  un  nuevo  acuerdo  capitular  de  1589(104). 
Así,  las  nuevas  ordenanzas  de  la  mancebía  recopiladas  en 
mayo  de  1 621,  al  preceptuar  que  las  mujeres  de  la  vida  peno- 


^ 


I 


(102)  Como  esto  de  que  las  mujeres  honradas  imitaron  á  las  perdidas 
usando  su  propio  distintivo  parecería  durillo  de  creer  por  la  sola  palabra  de 
quien  lo  dijese,  no  holgará  copiar  las  de  la  ordenanza  en  que  se  dijo:  «Otrosí, 
por  quanto  en  el  Ordenamiento  del  Rey  don  Alfonso  se  contiene  que  las  muge- 
res  mundanas  trayan  sendas  tocas  a9afranadas  en  las  caberas,  et  segund  el  uso 
de  agora  munchas  mugeres  buenas  casadas  e  onrradas  e  onestas  usan  traher  tocas 
azafranadas,  por  lo  qual  dichas  mugeres  mundarias  han  dexado  la  señal  porque 
de  antes  eran  conoscidas,  e  non  se  esmeran  bien  entre  las  otras,  Por  ende,  pro- 
veyendo en  esto  ordeno  e  mando  que  de  aqui  adelante  todas  las  mugeres  mun- 
darias...» y  sigue  lo  del  texto  (Archivo  municipal  de  Sevilla^  sección  i.»,  car- 
peta 15,  n.°  3). 

(103)  Real  provisión  de  7  de  marzo  del  dicho  año,  reformatoria  de  la 
antigua  legislación,  y  cuya  ordenanza  XI  dice  así:  «Iten  porque  por  ordenan- 
zas desta  9Íbdad  y  leyes  destos  Reynos  está  mandado  y  prohibido  que  las 
mugeres  publicas  de  la  mancebía  trayan  ahitos  diferentes  y  señalados  por 
donde  sean  conocidas  y  diferenciadas  de  las  buenas  mugeres  mandamos  que  de 
aqui  adelante  ninguna  de  las  dichas  mugeres  de  la  dicha  mancebía  no  puedan 
traer  ni  trayan  mantos  ni  sombreros  ni  guantes  ni  pantuflos  como  algunas 
suelen  calzar  y  solamente  trayan  cubiertas  mantillas  amarillas  cortas  sobre  la 
saya  que  trayeren  y  no  otra  cobertura  alguna..,»  (Archivo  municipal  de  Sevi- 
lla, Varios  antiguos,  Mancebía^  núm.  339). 

(104)  En  cabildo  de  7  de  julio  de  1589,  el  veinticuatro  Diego  Caballero 
de  Cabrera  dijo  «que  por  ordenanzas  desta  ciudad  está  proybido  que  las  muge- 
res  públicas  anden  señaladas  de  manera  que  no  traygan  mantos,  sino  vnas 
mantillas  amarillas,  lo  qual  de  presente  no  se  guarda,  y  de  no  hazerse  se  si- 
guen muchos  y  grandes  ynconvenientes  que  por  ser  notorios  no  lo  refiere;  que 
suplica  á  la  ciudad  mande  que  se  guarde  y  cumpla  la  dicha  ordenanza,  pues  la 


-  lio  - 

sa  llevasen  tales  medios  mantos  negros,  no  hicieron  sino  Con- 
firmar y  hacer  obligatorio  lo  que  ya  ellas  de  por  sí  venían 
haciendo  desde  antes  de  1570  (105).  '^X  padre,  también  llama- 
do tapador,  cambiador  ó  coime,  repartía  las  boticas  ó  casucos 
entre  las  mujeres,  de  ordinario,  para  cada  cual  una,  y  habían 
de  pagarla  diariamente:  real  y  medio  de  alquiler,  aunque  por 
las  ordenanzas  no  debía  subir  de  un  real  (106).  Las  marcas 


tiene  jurada,  y  que  las  dichas  mugeres  anden  sin  raanlos  y  con  naantillas,  de 
manera  que  sean  conoscidas;  lo  qual  se  podrá  proyvir  con  mandar  á  los  padres 
de  las  que  están  en  la  man<^ebia  y  pedir  á  las  justicias  para  las  que  andan  fuera 
lo  bagan  cumplir...>  Asi  se  acordó.  (Actas  capitulares  de  Sevilla). 

(105)  Según  la  ordenanza  XIV,  cuando  las  mujeres  públicas  anduvieran 
fuera  de  la  mancebía,  babian  de  traer  «sus  mantos  negros  doblados,  con  que 
se  cubran,  salvo  cuando  fueren  á  r^sa  ó  á  la  iglesia  llevándolas  el  alguacil  de 
la  casa  pública»,  porque  entonces  habían  de  llevar  sus  mantos  tendidos,  «como 
las  buenas  mugeres.»  {Archivo  Municipal  de  Sevilla,  sección  4.",  tomo  XXII, 
núm.  14.) — Desde  entonces  y  porque  usaron  los  mantos  doblados,  ó  partidos 
por  la  mitad,  llámase  á  esa  clase  de  mujeres  damas  de  medio  manto. K.  tal  uso 
se  referia  la  Perala  en  su  carta  á  Lampuga  (Quevedo,  El  Parnaso  Español 
Musa  V,  jácara  III): 

Avisa  de  lo  que  fuere, 
Para  que  en  todo  mi  barrio 
Conozcan  lo  que  me  debes; 
Que  aún  no  he  desdoblado  el  manto. 

De  Quevedo  es  también  cierto  lindo  romance,  interesantísimo  para  el  estudio 
de  la  prostitución,  y  que  vio  la  luz  en  la  Musa  V  de  El  Parnaso  Español, 
(Madrid,  1648).  Se  intitula  Sentimiento  de  un  jaque  por  ver  cerrada  la  man- 
cebía, y  probablemente  seria  escrito  en  1623,  año  en  que  las  prohibió  Feli- 
pe IV  (ley  VII,  tit.  XXVI,  libro  XII  de  la  Novísima  Recopilación).  En  tal 
romance.  Añasco 

Viendo  cenada  la  manña, 
Con  telaraña  el  postigo, 
El  patio  lleno  de  yerba..., 

apunta  algunas  reflexiones  que,  bajo  lo  festivo  y  donoso  de  la  forma,  encierran 
profundas  verdades  de  grande  importancia  social,  para  acabar  diciendo  al 
abandonado  mesón  de  las  ofensas: 

Pecados  de  par  en  par 
Ya  se  acabaron  contigo, 
Y,  no  siendo  menos,  son 
Más  caros  y  más  prolijos. 
Aquí  fué  Troya  del  diablo; 
Aquí  Cartago  de  esbirros; 
Aquí  cayó  en  un  barranco 
El  género  femenino. 

(106)  Ordenanza  VIII  de  las  contenidas  en  la  Real  Provisión,  antes  cita- 
da, de  7  de  marzo  de  157 1:  «ítem  ordenamos  y  mandamos  que  los  tales 
padres  no  puedan  lleuar  ni  lleuen  por  alquiler  de  botica  y  cama  y  silla  y  candil 
y  estera  y  alraoada  y  otras  qualesquier  cosas  que  les  suelen  dar  y  alquilar  para 


-  lli  - 

godeñas  6  principales  ganaban  hasta  cuatro  ó  cinco  ducados 
al  día,  y  ostentaban  muy  buenas  ropas  (107);  en  cambio,  las 
rabizas,  ó  por  naturalmente  feas,  ó  por  nada  mozas,  pero  sí 
ajadas  y  llenas  de  lacras,  era  mucho  que  ganasen,  ni  dentro 
ni  fuera  de  la  casa  llana,  sesenta  cuartos  (108);  mas  de  lo  poco 
y  de  lo  mucho  hacían  paz  y  guerra  los  rufianes  que  por  ma- 


cxecutar  su  mal  oficio  mas  que  a  Razón  de  vn  Real  por  cada  vn  dia,  con  que 
la  cama  sea  de  dos  colchones  y  tenga  su  sauana,  manta  y  almoada,  so  la  pena 
arriba  dicha.»  ¡Esto,  y  lo  demás  es  tontería,  esto  era  archipaternal  administra- 
ción de  la  res  publica:  cuidar  de  que  las  mujeres  del  pecado  y  los  hombres  sus 
copecadores  no  hallasen  duro  ni  desabrigado  el  lecho! 

(107)  Uno  de  los  romances  de  germanía,  publicado  por  Juan  Hidalgo, 
el  que  empieza:  Ya  los  boticarios  suenan,  da  mucha  luz  en  este  punto.  He 
aquí  un  fragmento  en  que  habla  á  su  rufo  una  coima  vieja: 

La  casa  de  aquesta  tierra 
No  es  para  buenas  mujeres, 
Ni  puede  en  ella  vivir 
La  que  de  serlo  se  precie. 

Dejan  por  una  fregona 
Que  ayer  iba  por  aceite 
Una  mujer  que  ha  veinte  años 
Que  cursa  aquestos  trinquetes. 

Pedíle  al  padre  la  casa 
Que  está  enfrente  de  la  Méndez, 

Y  diósela  á  la  Quevedo, 
Por  ser  mi  enemiga,  adrede, 

Y  á  mí  me  dio  por  vecina 
Una  muchacha  reciente. 
Que,  por  ser  bella  y  muchacha, 
Sólo  su  molino  muele. 

Ayer  ganó  seis  ducados 

Y  á  mí  me  prestó  un  corchete, 
Para  pagar  la  posada. 

Real  y  medio  en  tres  veces. 

(108)  Con  cincuenta  cuartos  volvían  contentas  ante  sus  lagartos  aquella 
hez  de  mujeres  á  quienes  se  dirigió  el  sevillano  Alonso  Álvarez  de  Soria  en 
la  sátira  que  empieza: 

Ninfas  que  en  las  tasqueras 
Del  Compás,  Resolana  y  San  Bernardo 
Sobre  humildes  esteras 
Tendéis  el  pobre  y  traqueado  fardo..., 

y  que  andaban  tras  su  torpísimo  negociar  en  los  cantos  ó  cantillos,  y  en  los  lu- , 
gares  mencionados,  y  en  los  que  llamaban  la  Chamiza  y  la  Madera.  En  cambio, 
Ib  Pericona,  el  oíslo  de  Trampagos  el  del  entremés  de  El  Rufián  viudo,  te- 
niendo cincuenta  y  seis  años,  y  la  cabeza  cana,  aunque  teñida  de  rubio,  y 
habiendo  tomado  sudores  once  veces,  y  siendo,  á  puras  fuentes,  un  Aranjuez, 
y  teniendo  el  aliento  dañado,  y  estando  desdentada  y  desmolada,  aunque  re- 
pobladas de  lo  fino  y  de  lo  falso  las  encías,  ganaba  los  dineros  que  era  un 
asombro: 

Sentarse  á  prima  noche,  y  á  las  horas 
Que  se  echa  el  golpe  hallarse  con  sesenta 
Numos  en  cuartos,  por  ventura,  jes  barro? 


-  112  - 

letas  las  habían  metido  en  el  cerco,  y  los  que  ellas,  siempre 
amigas  de  valentía  y  zumbido,  se  agenciaban  (109). 

El  oficio  de  padre  de  la  mancebía,  ó  padre  de  las  muje- 
res, como  más  comúnmente  se  le  llamaba,  era  muy  codiciado. 
En  el  Compás  de  Sevilla  solía  haber  más  de  uno,  pues  cada 
dueño  de  algunas  boticas  tenía  derecho  á  nombrar  el  padre  ó 
la  madre  que  quisiera,  y  no  siempre  se  ponían  de  acuerdo  los 
propietarios  para  designar  á  un  solo  sujeto.  A  fines  del  aí^o 
1 571,  Marco  Ocaña,  alguacil  de  la  justicia,  como  señor  y 
propietario  de  once  de  aquellas  casucas,  nombró  por  madre, 
para  ellas,  á  Mari  Sánchez  de  Marquina,  «mujer  vieja  y  anti- 
gua en  el  dicho  oficio,  que  tiene  dentro  de  la  mancebía  su 
casa  y  habitación t,  y  que  cabalmente  era  la  suegra  de  Rafael 
Rodríguez, /a^rí-  de  las  mujeres  (iio).  Hecho  el  nombra- 
miento, y  aprobado  por  la  Ciudad,  el  nuevo  padre  ó  madre 
juraba  en  manos  del  escribano  del  cabildo  guardar  las  orde- 
nanzas, y  se  le  daba  el  título  de  su  honrado  oficio,  del  cual 
estaban  muy  ufanos  y  orgullosos  los  que  lo  servían.  He  aquí 
por  qué,  llevando  preso  al  padre  Carrascosa,  en  El  Rufián  di- 
choso, él  protesta  contra  la  violencia  que  se  le  hace,  tan  aira- 
damente, que  se  le  sube  la  rima  al  tejado  á  la  par  que  el  humo 
á  las  narices: 

Soy  de  los  Carrascosas  de  Antequera, 

Y  tengo  oficio  honrado  en  la  república, 

Y  báseme  de  tratar  de  otra  manera. 
Solíanme  hablar  á  mi  por  súplica, 

Y  es  mal  hecho  y  mal  caso  que  se  atreva . 

A  hacerme  un  alguacil  afrenta ///6//'<:a  (lll). 


(109)  En  la  jornada  I  de  El  Rufián  dichoso,  dice  Antonia,  la  iaa  enamo* 
rada  de  Lugo,  después  de  compararlo  en  lo  valiente  con  García  de  Paredes: 

Y  por  eíto  este  mocito 
Trae  a  todas  tas  del  trato 
Muertas:  por  ser  tan  bravato; 
Que  en  lo  demás  es  bendito. 

(1 10)  Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Varios  antiguos,  Mancebía,  n.°  339, 
(i  I  i)     Jornada  I.— Los  dueños  de  las  boticas  de  la  mancebia  solían   tener 

á  los  padres  en  tan  buen  predicamento  como  estos  se  tenían  á  sí  mismos:  En 
24  de  octubre  de  1584,  se  daba  cuenta  á  la  Ciudad  de  una  petición  que  co- 
qtenzaba  asi:  «El  licen9Íado  francisco  diaz  como  dueño  que  soy  de  vna  casa  de 


--  113  - 

Contra  lo  que  por  las  ordenanzas  se  mandaba,  \o5  padres  so- 
lían alquilar  ropa  á  las  mujeres,  y  recibirlas  empeñadas,  y 
prestar  dinero  sobre  sus  cuerpos,  harto  usurariamente,  y  sobre 
todo  linaje  de  prendas  (112).  De  padres,  pues,  no  tenían  sino 
el  nombre:  eran  tiranos  y  verdugos  de  las  desdichadas  muje- 
res que  caían  en  aquel  antro  (113).  Con  razón,  pues,  la  Ace- 
bedo, isa  á  quien  se  refieren  unas  muy  gentiles  Quintillas  de 
la  Heria  que  insertaré  íntegramente  en  otro  lugar, 

repicando  en  la  silla 

La  acostumbrada  varilla 
Que  train  en  las  manos  todas, 
Con  demostraciones  godas 
Cantó  aquesta  siguidilla: 
«¡Ay,  que  en  malas  galeritas  ande 
Quien  me  dio  á  conocer  la  casa  y  el  padre.» 

En  las  últimas  décadas  del  siglo  XVI  muchas  personas 
piadosas  procuraban,  con  plausible  intento,  sacar  á  algunas 
de  aquellas  desventuradas  de  la  mala  vida  en  que  yacían,  y 
especialmente  en  la  cuaresma  se  logró  —á  la  verdad,  con  poco 
fruto — que  las  llevaran  á  escuchar  sermones  encaminados  á  su 
conversión  (114),  cuando  no  iban  á  predicarles  en  el  mismo 


^ 


padre  y  de  otras  beinte  y  tantas  boticas  que  todo  es  en  la  mancebía  de  esta 
(^iudad  digo,  que  yo  nombro  por  padre  de  las  mugeres  publicas  que  en  las 
dichas  mis  cassas  viven  y  están  a  alonso  de  ojuelos,  el  qual  es  cassado  y  hom- 
bre de  bien  y  buen  xpiano...»  {Archivo  Municipal,  Varios  antiguos,  artículo 
citado).  Y  aun  los  tales  padres^  por  tan  morigerados  solían  tenerse,  que  se  mos- 
.íraban  escandalizados  del  pecaminoso  vivir  de  sus  hijas:  así  en  1620,  Juan 
Ruiz  Galera,  padre  de  la  casa  pública  de  Sevilla,  comenzaba  de  la  manera  si- 
guiente una  petición  á  la  Ciudad:  «digo  que  muchas  mugeres  de  las  que  asisten 
en  la  dicha  cassa  á  sus  torpes  ganancias — »  (Ibidetn). 

(112)  Dice  Trampagos  en  El  Rufián  viudo: 

Este  capuz  arruga,  Vademécum, 

Y  (lile  al  padre  que  sobre  él  te  preste 

Vna  docena  de  reales. 

(113)  Véase  Mariana,  Tratado  contra  los  Juegos  públicos,  cap.  XIX. 

(114)  Trampagos,  en  el  mencionado  entremés  cervantino: 

Quince  cuaresmas,  si  en  la  cuenta  acierto, 
Pasaron  por  la  pobre  desde  el  día 
Que  fué  mi  cara  agradecida  prenda. 
En  los  cuales,  sin  duda  susurraron 
A  sus  oídos  treinta  y  más  sermones, 
Y  en  todos  ellos,  por  respeto  mío, 
Estuvo  firme... 


-  Il4- 

Compás,  cosa  que  dio  lugar  á  frecuentes  escándalos  por  parte 
de  los  rufianes,  que,  viendo  peligrar  su  pan  y  su  vino,  pues  no 
eran  otros  que  los  que  con  su  cuerpo  ganaban  aquellas  infe- 
lices, escalaban  la  manflota^  entrando  por  unos  portiches  ó 
guzpátaros  de  la  cerca,  y  ponían  en  grave  aprieto  á  los  reden- 
tores. Los  domingos  y  fiestas  de  guardar  llevábalas  el  algua- 
cil de  la  casa  llana  á  que  oyeran  misa,  para  lo  cual  había  ins- 
tituido una  capellanía  María  de  San  Jerónimo  (115). 

De  las  iglesias  (antanas  ó  altanas)  como  lugares  de 
asilo  para  los  delincuentes,  y  de  las  cárceles  (trenas  ó  banas- 
tos)^ largo  podría  escribir;  mas,  pecando  ya  de  harto  extensa 
esta  parte  de  mi  discurso,  dejólo,  no  sin  prometer  al  lector 
que  de  la  Cárcel  Real  de  Sevilla  en  donde  más  de  una  vez 
estuvo  preso  el  Príncipe  de  los  Ingenios  Españoles,  recapitu- 
laré en  otro  lugar  lo  más  interesante  de  lo  que  se  ha  escrito, 
y  aun  agregaré  algunas  curiosas  noticias,  por  mí  exhumadas, 
y  flamantes  de  puro  viejas. 


(115)  En  cabildo  de  4  de  diciembre  de  1592  leyóse  una  petición  de 
Pedro  Ruiz,  clérigo,  en  solicitud  de  que  la  Ciudad  le  provea  «cierta  capellanía 
que  instituyó  María  de  San  Jerónimo  para  decir  misa  á  las  mujeres  públicas.* 
Fué  nombrado  Pedro  de  Valenzuela,  á  16  del  propio  mes  (Aftas  capitulares 
de  Sevilla). 


IV 


Llego  á  un  campo  en  el  cual,  contra  todo  mi  buen  deseo, 
apenas  si  ha  quedado  para  mí  alguna  que  otra  espiga.  Hoces 
ajenas  cortaron  la  mies,  y,  aunque,  por  pecar  de  madrugado- 
ras, segaron  con  la  seca  la  no  bien  madura  de  algunos  corni- 
jales, es  tan  pobre  el  ricial  que  en  ellos  ha  retoñado  hasta  hoy, 
que  habría  de  presentarme  al  lector  con  las  manos  casi  vacías, 
si  para  evitarlo  no  acudiese  á  la  liberalidad  de  los  que  me 
antecedieron.  Por  suerte,  cuento  con  ella,  y  de  toda  su  cose- 
cha dispongo. 

Mientras  el  Ldo.  Juan  de  Cervantes,  legista,  acaso  acaso 
cordobés,  ejercía  en  Osuna,  con  el  bachiller  Alonso  de  Villa- 
nueva  y  el  licenciado  Bustamante,  el  honroso  oficio  de  juez 
de  la  Audiencia  del  Conde  de  Ureña  y  gobernador  de  sus 
tierras  y  estado  de  Andalucía,  es  decir,  por  los  años  de  1545 
y  1546  (i),  y  mientras,  dejado  ó  perdido  aquel  honroso  car- 
go, cosa  que  no  he  logrado  esclarecer,  trasladaba  su  domicilio, 
probablemente  á  Córdoba,  en  donde  residía,  de  seguro,  por 
octubre  de  1555   (2),  su  hijo  Rodrigo  de  Cervantes,   médico 


(i)  Véase  Rodríguez  Marín,  Cervantes  y  la  Universidad  de  Osuna,  en 
el  Homenaje  á  Menéndez  y  Pelayo,  t.  II,  pág.  809. 

(2)  Cervantes  estudió  en  Sevilla  (1564- 1 565):  Discurso  leído  por  don 
Francisco  Rodríguez  Marín,  Presidente  del  Ateneo  y  Sociedad  de  Excursio- 
nes, en  la  solemne  inauguración  del  Curso  de  igoo  á  igoi  (Sevilla,  1901). 


-  116  - 

cirujano  práctico  y  sin  grado  académico  (3),  vecino  de  Alcalá 
de  Henares,  procreaba  en  su  matrimonio  con  D.*  Leonor  de 
Cortinas  á  Miguel  de  Cervantes  Saavedra,  hoy  llamado  por 
todo  el  mundo  Principe  de  los  Ingenies  Españoles  {4).  Mala- 
venturas de  Rodrigo,  en  gran  parte  debidas  á  su  sordera,  si 
ya  entonces  la  padecía,  por  ser  tal  que  le  dificultaba  mucho 
la  comunicación  de  las  gentes  (5),  hiciéronle  salir  de  Alcalá 
para  buscar  en  más  ricas  y  populosas  ciudades  el  pan  de  su 
numerosa  familia;  quizá,  después  de  pasar  algún  tiempo  en 
Valladolid,  se  iría  á  Córdoba,  viviendo  allí  hasta  pasado  el 
dicho  año  de  1555,  bajo  la  protección  del  sexagenario  exgo- 
bernador del  estado  de  Osuna;  ó  quizá,  muerto  éste  poco  des- 
pués, residiría  algún  tiempo  aún  en  la  ciudad  de  les  califas; 
todo  esto  es,  por  hoy,  meramente  conjetural.  Pero  no  lo  es 
asimismo,  sino  cosa  bien  averiguada,  por  investigaciones 
que  se  practicaron  en  Sevilla  há  poco  tiempo,  tque  Rodrigo 
de  Cervantes,  acompañado  de  su  mujer  y  sus  hijos,  mudó  su 
residencia  á  la  capital  de  Andalucía  hacia  el  año  de  1 562,  y 
de  seguro  antes  de  1564»,  pues  en  éste  se  le  encuentra  no  sólo 
llamándose  vecino  de  Sevilla  (que  tal  particularidad,  por  co- 
mún transgresión  de  los  preceptos  legales,  no  acreditaba  una 
residencia  muy  anterior),  sino  ya  propietario,  ó  subarrenda- 
dor por  lo  menos,  de  unas  casas  en  que  moraba  Mateo  de 


(3)  Médico  furuj'ano  se  le  llama  en  las  dos  escrituras  copiadas  al  fin  del 
mencionado  discurso;  pero  asi  solia  llamarse  á  los  meramente  cirujanos,  lo- 
mando esta  palabra  sólo  como  adjetivo.  Ó  Rodrigo  de  Cervantes  no  fué  médi- 
co, sino,  como  sospecho,  (urujano  tan  sólo,  ó  por  muy  buen  médico  le  habría 
tenido  el  inmortal  novelista,  pues  dijo  en  El  Licenciado  Vidriera,  después  de 
recordar  un  texto  biblico:  «Esto  dice  el  Eclesiástico  de  la  medicina  y  de  los 
buenos  médicos,  y  de  los  malos  se  podria  decir  todo  al  revés,  porque  no  hay 
gente  más  dañosa  á  la  república  que  ellos.»  Y  en  el  Quijote,  parte  II,  capitu- 
lo XLVII,  hizo  decir  á  Sancho  cuando  gobernaba  la  Ínsula  y  el  Dr.  Pedro 
Recio  de  Agüero  le  desgobernaba  el  estómago:  «...quíteseme  luego  de  delante; 
si  no,  voto  al  sol  que  tome  un  garrote,  y  que  á  garrotazos,  comenzando  por  él, 
no  me  ha  de  quedar  médico  en  toda  la  Ínsula,  á  lo  menos,  de  aquellos  que 
yo  entienda  que  son  ignorantes;  que  á  los  médicos  sabios,  prudentes  y  discre- 
tos los  pondré  sobre  mi  cabeza  y  los  honraré  como  á  personas  divinas...» 

(4)  Como  es  sabidísimo,  fué  bautizado  á  9  de  octubre  de  1547. 

(5)  Pérez  Pastor,  Documentos  cervantinos  inéditos^  t  I. 


-  117  - 

Urueña  (6).  Que  este  Rodrigo  de  Cervantes  era  el  padre  de 
nuestro  pasmoso  novelista,  y  no  un  su  homónimo,  pruébanlo 
la  igualdad  de  su  firma  con  otras  indubitadas  y  la  circuns- 
tancia de  haber  otorgado  un  poder  á  su  mujer  D."  Leonor  de 
Cortinas  para  cobrar  lo  que  en  Sevilla  y  otras  partes  le  de- 
biesen (7);  y  es  de  advertir  que  al  otorgar  esta  escritura,  y 
otra  del  mismo  día,  como  testigo  de  conocimiento  de  Rodri- 
go concurrió  su  hermano  Andrés  de  Cervantes,  á  quien  como 
tal  hermano  conocíamos  por  alguno  de  los  documentos  cer- 
vantínos  que  ha  publicado  el  benemérito  D,  Cristóbal  Pérez 
Pastor  (8). 

Con  Rodrigo,  á  no  dudar,  vivieron  en  Sevilla  su  mujer  y 
sus  hijos:  si  tal  escritura  de  poder  no  lo  evidencia  del  todo, 
patentízalo,  en  cambio,  un  documento  otorgado  2,6  ^t^  marzo 
de  1565  por  D,^  Andrea  de  Cervantes,  la  mayor  de  las  hijas 
de  aquél,  y  pruébalo  igualmente  la  circunstancia  de  que  para 
ganar  vecindad  en  Sevilla  era  necesario  tener  casa  abierta  y 
poblada,  requisito  con  cuya  falta  no  se  solía  gastar  el  disimu- 
lo que  con  el  tiempo  legal  de  residencia  (9).  Y,  probado  como 
está  que  el  celebérrimo  exbatihoja  hispalense  Lope  de  Rueda 
se  encontraba  en  Sevilla  al  mediar  el  año  de  1564  (10),  y  que 
habitaba,  por  más  cierto,  en  la  collación  de  San  Miguel,  como 
Rodrigo  de  Cervantes,  y  siendo  bien  sabido  que  no  tenía  otros 


(6)  Rodríguez  Marín,  Discurso  citado. 

(7)  A  30  de  octubre  de  1564.  Discurso  citado. 

(8)  Documentos  cervantinos,  t.  I. 

(9)  El  tiempo  legal  de  residencia  para  ganar  vecindad  eran  siete  años.  En 
16  de  julio  de  1597,  á  petición  de  D.  Juan  Ponce  de  León,  veinticuatro,  y  por 
cuanto  habia  habido  en  los  años  anteriores  mucha  largueza  en  el  conceder  las 
vecindades  «por  negociación  ó  por  probanzas  falsas»,  se  acordó  que  se  suplica- 
ra á  S.  M.  que  diese  comisión  á  uno  de  los  tenientes  de  asistente  para  rever 
todas  las  vecindades  de  diez  años  atrás,  y  que  mandase  confirmar  la  antigua 
ordenanza  que  disponía  que  para  ser  uno  uecino  de  Sevilla  hubiese  de  vivir 
diez  años  continuos  en  ella,  y  declaraba  que  el  modo  de  probar  la  asistencia  de 
diez  años  había  de  ser  pareciendo  en  el  principio  de  ellos  ante  uno  de  los 
jueces  ordinarios  y  tomando  por  testimonio  como  venía  á  vivir  á  esta  ciudad 
con  ánimo  de  ser  vecino  en  ella.  (Actas  capitulares  de  Sevilla,  escribanía  i .'). 

(10)  Rodríguez  Marín,  Discurso  citado. 


-  118  - 

medios  de  subsistencia  que  sus  representaciones  teatrales,  por 
lo  cual  podía  holgar  poco  (i  i),  fácil  es  entender  que  no  andu- 
vo descaminado  el  docto  bibliógrafo  D.  Nicolás  Antonio  al 
opinar  que  fué  en  Sevilla  donde  Miguel  de  Cervantes,  siendo 
muchacho  — como  dice  en  el  prólogo  de  sus  Comedias  y  en- 
tremeses (12)  — vio  representar  á  Lope  de  Rueda  (13).  Toda- 
vía más  probable  parecerá  esto  á  quien  fije  la  atención  en 
los  siguientes  pormenores:  Cervantes  y  su  familia  aún  perma- 
necían en  la  capital  andaluza  á  6  de  marzo  de  1565,  día  en 
que  D.*  Andrea  solicitó  que  se  le  nombrase  un  curador  ad 
litem  para  salir  como  tercera  opositora  á  cierto  pleito  que 
contra  su  padre  sostenía  Francisco  de  Chaves;  Lope  de  Rue- 
da, en  2 1  del  propio  mes  y  año,  es  decir,  quince  días  después, 
al  otorgar  en  Córdoba  su  testamento,  declaró  deberle  el  clé- 
rigo Juan  de  Figueroa,  vecino  de  Sevilla,  cincuenta  y  nueve 
ducados,  resto  de  noventa  y  seis,  «de  doce  días  de  represen- 
tación que  representé  en  una  casa  una  farsa,  á  ocho  ducados 
cada  día....»  (14):  «obvio  es,  dice  Rodríguez  Marín,  que  tal 
deuda  sería  reciente,  cuando  estaba  en  pie;  que  no  andaba  tan 


(11)  ídem,  ibidem. 

(12)  Escribía  Cervantes:  «Los  dias  pasados  me  hallé  en  una  conversación 
de  amigos,  donde  se  trató  de  comedias...  Tratóse  también  de  quién  fué  el  pri- 
mero que  en  España  las  sacó  de  mantillas,  y  las  puso  en  toldo  y  vistió  de  gala 
y  apariencia.  Yo,  como  el  más  viejo  que  allí  estaba,  dije  que  me  acordaba  de 
haber  visto  representar  á  Lope  de  Rueda,  varón  insigne  en  la  representación 
y  en  el  entendimiento.  Fué  natural  de  Sevilla,  y  de  oficio  batihoja,  que  quiere 
decir  de  los  que  hacen  panes  de  oro.  Fué  admirable  en  la  poesía  pastoril,  y  en 
este  modo,  ni  entonces,  ni  después  acá,  ninguno  le  ha  llevado  ventaja;  y  aun- 
que, por  ser  muchacho  yo  entonces,  no  podía  hacer  juicio  firme  de  la  bondad 
de  sus  versos,  por  algunos  que  me  quedaron  en  la  memoria,  vistos  agora  en  la 
edad  madura  que  tengo,  hallo  ser  verdad  lo  que  he  dicho.» 

(13)  «MiCHAEL  DE  Cervantes  Saavedra,  HispaUnsis  natu  aut  origi- 
ne, quorum  ptimum  confirmare  is  videtur  dum  sibi  puero  Hispali  visum 
fuisse  Lupum  de  Rueda,  comoediarum  scriptorem  et  auctorem  ínter  nos 
antiquissimum,  in  prologo  suarum  Comoediarum  scribit...  (Bibliotheca  His- 
pana Nova,  tomo  II). 

(14)  Halló  el  testamento  de  Lope  de  Rueda  el  diligente  erudito  cordobés 
D,  Rafael  Ramírez  de  Arellano,  y  lo  dio  á  luz  en  el  número  I  de  la  Revista 
Española  de  Literatura,  Historia  y  Arte,  que  fundó  y  dirigió  en  1901  el 
docto  escritor  D.  Emilio  Cotarelo  y  Mori. 


—  119  - 

holgado  de  fortuna  el  buen  exbatihoja,  que  pudiera  esperar 
mucho  tiempo  por  lo  que  le  debiesen,  teniendo  empeñado  en 
Toledo,  como  por  el  testamento  consta,  casi  todo  su  humilde 
ajuar  >;  y  si  era  reciente  la  dicha  deuda,  agrego  yo,  es  innega- 
ble que  Lope  de  Rueda  había  representado  en  Sevilla  en  los 
últimos  meses  de  1564  ó  en  los  primeros  de  1565;  esto  es: 
cuando  Cervantes  vivía  en  aquella  ciudad  (15). 

Y  preguntábase  el  mencionado  investigador  hispalense: 
«Cervantes,  en  esos  años  de  su  juventud,  ¿estuvo  aquí  ocioso 
y  desocupado,  ó  estudiando  la  gramática  y  las  letras  huma- 
nas, de  cuyo  bien  aprovechado  cultivo  hay  sazonadas  mues- 
tras en  cuantos  escritos  salieron  de  su  habilísima  pluma?»  Y 
respondía:  «Es  indudable  lo  segundo:  quien  en  1568,  frisando 
con  los  veintiún  años,  y  como  caro  y  amado  discípulo  de  Juan 
López  de  Hoyos,  lucía  en  Madrid,  en  cierto  libro  publicado 
por  éste  (16),  composiciones  poéticas  muy  estimables,  no  era, 
no,  estudiante  novicio,  sino  humanista  docto,  que  había  con- 
sagrado al  estudio  muchas  vigilias.  Y  si  tres  años  antes  vivía 
en  esta  ciudad,  claro  es  que  en  ella  hubo  de  echar  los  sólidos 
cimientos  de  su  cultura  literaria»  (17).  Mas  ¿en  qué  estudio? 
Y  observa:  «Es  tan  vehemente  el  elogio  que  Cervantes  hizo, 


(15)  El  Sr.  Cotarelo,  al  dar  cuenta  en  su  citada  Revista  (1.°  de  abril 
de  1 90 i)  del  mencionado  Discurso  de  Rodríguez  Marín,  apuntó  la  idea  de  que 
bien  pudo  Cervantes  ver  representar  á  Lope  de  Rueda  en  Madrid  á  fines  del 
año  de  1561,  pues  consta  que  allí  estuvo  el  célebre  farsante,  por  lo  menos 
desde  24  de  septiembre  á  i.°  de  noviembre.  Pero  no  consta,  á  la  par,  que 
Cervantes  estuviese  por  aquel  tiempo  en  Madrid.  El  Sr.  León  Máinez,  en  su 
amplísimo  libro  intitulado  Cervantes  y  su  e'poca,  pág.  127,  inclínase  á  creer 
que  donde  le  vio  representar  fué  en  Córdoba.  Mas  no  se  tiene  noticia  de  las 
estancias  de  Cervantes  en  aquella  ciudad,  aunque  sean  muy  presumibles,  ni 
de  ninguna  de  Lope  de  Rueda  anterior  á  aquella  en  que  acabó  su  vida  (1565). 
Además,  no  se  ha  de  perder  de  vista  que  de  ordinario  Cervantes  empleaba  la 
palabra  muchacho  en  siguificación  de  adolescente  (pasaje,  entre  otros,  de  Tomás 
y  Juan  Haldudo,  en  la  primera  parte  del  Quijote,  y  comienzo  de  la  novela 
Rinconete  y  Cortadillo),  y  no  de  niño. 

(16)  Historia  y  Relación  verdadera  de  la  enfermedad  felicísimo  tran- 
sito y  sumptuosas  exequias  fúnebres  de  la  Serenísima  Reina  de  España 
Doña  Isabel  de  Valois...  (Madrid,  Fierres  Cosin,  1569), 

(17)  Discurso  citado. 


—  120  — 

en  una  de  sus  Novelas  ejemplares,  del  estudio  que  la  Compa- 
ñía de  Jesús  tenía  establecido  en  Sevilla,  y  tan  calurosa  la 
alabanza  de  aquellos  padres,  que  trasciende  á  amor  y  agrade- 
cimiento de  discípulo....  Contando  Berganza  (en  el  Coloquio 
de  los  Perros)  cómo  fué  recibido  en  la  casa  de  un  rico  merca- 
der sevillano,  padre  de  dos  niños  que  cursaban  gramática  en 
las  aulas  de  la  Compañía  de  Jesús,  y  cómo  un  día  en  que  se 
dejaron  olvidado  el  vade  tnecum,  él,  Berganza,  lo  llevó  al  di- 
cho estudio  y  entrególo  al  mayor  de  entrambos  jóvenes,  que- 
dándose «sentado  en  cuclillas  á  la  puerta  del  aula,  mirando  de 
»hito  en  hito  al  maestro  que  en  la  cátedra  leía,»  añade:  «No 
>sé  qué  tiene  la  virtud,  que,  con  alcanzárseme  á  mí  tan  poco 
»ó  nada  della,  luego  recebí  gusto  de  ver  el  amor,  el  término, 
>la  solicitud  y  la  industria  con  que  aquellos  benditos  padres  y 
f  maestros  enseñaban  á  aquellos  niños,  enderezando  las  ticr- 
>nas  varas  de  su  juventud,  porque  no  torciesen  ni  tomasen 
tmal  siniestro  en  el  camino  de  la  virtud,  que  juntamente  con 
»las  letras  les  mostraban;  consideraba  cómo  les  reñían  con 
isuavidad,  los  castigaban  con  misericordia,  los  animaban  con 
>  ejemplos,  los  incitaban  con  premios  y  los  sobrellevaban  con 
»cordura,  y,  finalmente,  cómo  les  pintaban  la  fealdad  y  horror 
»de  los  vicios,  y  les  dibujaban  la  hermosura  de  la  virtudes, 
»para  que,  aborrecidos  ellos  y  amadas  ellas,  consiguiesen  el 
»fin  para  que  fueron  criados. >  ¿No  creéis,  cual  lo  creo  yo, 
que  en  estas  afectuosas  palabras  se  trasluce  una  afición  más 
propia  de  discípulo  que  de  persona  indiferente,  siquiera  mira- 
se con  buenos  ojos  el  saber  y  las  virtudes  de  aquellos  padres? 
A  mi  juicio,  rebasa  los  límites  de  la  conjetura  la  creencia  de 
que  Cervantes  frecuentó  las  aulas  de  la  Compañía. t 

Hispalense  fué,  pues,  por  el  alma  y  por  la  educación  el 
gran  Cervantes.  En  Sevilla,  á  la  edad  en  que  indeleblemente 
se  graban  los  sucesos  en  la  memoria  y  los  afectos  en  el  cora- 
zón, comenzaron  á  formarse  en  aquel  entendimiento  privilegia- 
dísimo los  primeros  gérmenes  ó  núcleos  de  sus  admirables 
obras;  allí  aprendió,  escuchando  la  rica  habla  de  la  gente  vul- 


—  121  - 

gar,  los  vocablos  más  expresivos  y  eficaces,  los  giros  más 
geniales  de  nuestra  raza,  las  imágenes  pintorescas  y  los  gallar- 
dos modismos,  de  que  tiene  Andalucía,  en  inagotables  filones, 
cien  Potosíes,  y  especialmente,  las  cómicas  y  garridas  hipér- 
boles, de  que  los  andaluces,  más  por  naturaleza  que  por  do- 
naire, eran,  y  son,  y  serán  hasta  el  fin  del  mundo,  tan  pródigos 
como  cicateros  y  ahorradores  de  letras  y  sílabas  al  hablar  (i  8); 
allí,  y  en  aquel  tiempo,  hubo  de  conocer  con  humilde  tien- 
decilla  de  naipes  en  la  calle  de  la  Sierpe,  cerca  de  las  casas 
en  que  respectivamente  vivían  el  ínclito  Dr.  Monardes  (19)  y 
el  Dr.  Cristóbal  de  Cuadra,  notable  cirujano,  maestro  de  Bar- 
tolomé Hidalgo  de  Agüero,  á  aquel  maese  Fierre,  francés, 
giboso,  á  quien  había  de  aludir,  tiempo  andando,  en  una  de 
sus  comedias,  añadiéndole  el  apellido  Papín,  recordatorio  del 
Nicolás  Papín  á  quien  solía  atribuirse  la  invención  del  funesto 
libro  de  las  cuarenta  hojas  (20);  y  allí,  recién  llegada  de  Nueva 


(18)  Para  muestras  de  las  hipérboles  de  Cervantes  citaré  tres,  entresaca- 
das al  acaso  de  sus  libros,  y  el  lector  vea  si  son  ó  no  archiandaluzas:  En  la 
parte  II  del  Quijote,  cap.  XIII,  Sancho,  puesta  á  la  boca  la  bota  de  vino  de 
Tomé  Cecial,  «estuvo  mirando  las  estrellas  un  cuarto  de  hora».  ¡Que  es  beber, 
y  es  dar  vino  la  bota!  En  el  capitulo  V  del  libro  I  de  Persiles  y  Sigismunda  el 
bárbaro  español  dice  á  sus  nuevos  huéspedes:  «Reiteré  plegarias,  añadí  prome- 
sas, aumenté  las  aguas  del  mar  con  las  que  derramaba  de  mis  ojos;»  y  como 
esto  parece  dicho  en  significado  de  aumentarlas  visiblemente,  la  hipérbole  es, 
á  la  verdad,  hiperbólica  entre  las  de  su  casta,  como  aquella  de  la  coplilla 
popular: 

Antiguamente  eran  durses 
Las  agüitas  de  la  mar; 
Pero  escupió  mi  morena 
Y  se  go7-bieron  salas. 

Y  en  Rinconete  y  Cortadillo,  al  corcho  que,  según  había  dicho  Cervantes, 
♦podría  caber  sosegadamente  y  sin  apremio  hasta  una  azumbre,*  lo  llama  des- 
pués «corcho  de  colmena»,  esto  es,  vaso  de  corcho  tan  grande  como  los  que 
se  destinan  para  las  abejas. 

(19)  En  1554  el  célebre  Dr.  Niculoso  de  Monardes  compró  unas  casas  de 
Garci  Pérez  de  Morales,  «en  la  collación  de  san  saluador  a  el  cabo  de  en  cal 
de  la  sierpe,  en  que  mora  Juan  Rodríguez  serezo,»  y  en  ellas  vivió  casi  todo  el 
resto  de  su  vida. 

(20)  El  Rufián  dichoso^  jornada  I: 

—  En  la  cárcel;  {Oo  entrevan? 

— c'En  la  cárcel: 
Pues  ;"por  qué  la  llevaron? 

—  Por  amiga 


—  122  - 
España  la  noticia  de  la  ejemplarísima  muerte  del  dominico 
sevillano  Fr.  Cristóbal  de  la  Cruz  (septiembre  de  1 563),  oyó 
referir,  ya  con  matices  y  exageraciones  de  leyenda,  las  mil 
rufianescas  travesuras  que,  de  mozo,  llamándose  Cristóbal  de 
Lugo,  había  hecho  en  la  ciudad,  de  donde  nuestro  Cervantes 
comenzó  á  formar  propósito  de  sacar  algún  día  al  teatro  tanta 


De  aquel  PUrrtt  Fa/in,  ti  d*  l»t  ntíipft. 
—i  Aqutl  francit  gibcto.' 

—Afuut  mitm*, 
QMt  en  la  cal  d«  U  SUr/t  tient  tienda. 

He  tenido  la  fortuna  de  hallarlo,  en  un  padrón  de  la  moneda  forera  hecho  en 
1572,  y  por  este  documento  hasta  se  puede  determinar  muy  aproximadamente 
el  sitio  de  la  calle  de  la  Sierpe  en  que  vendJa  el  libro  de  Vilbán: 
♦Calle  de  la  sierpe  entrada  por  el  barrio  del  duque 

«odres  perex  tendero v^ 

•lonso  de  «revalo »vj 

ysabel  su  criada xvj 

pero  martin  zapatero »»j 

hernan  lopex  vapatero xvj 

dominKo  hemandez  librero. . .     xvj 
maria  su  moza xvj 

slmoD  muDOZ  candelero xvj 

xpoual  Roldan  frutero xvj 

andres  de  llanos xvj 

aloDso  Kuiz xvj 

vn  mozo  su  aprendiz xvj 

Juan  escudero xvj 

mase  pieRe xvj 

hernan  gon^alez  viguelero. . . .     xvj 

Juan  Ramos  zapatero xvj 

cabeva  de  baca  obrero xvj 

geronimo  obrero xvj 

el  dotor  monardes xvj 

aloDso  su  mozo xvj 

el  dotor  quadra xvj  • 

Siguen  nueve  casas  más  (en  junto,  veintitrés),  y  comienza  la  «calleja  del  a<;o- 
feifo»,  con  once  casas,  y  continúa:  «buelta  a  la  calle  de  la  sierpe.»  Aquellas  vein- 
titrés casas  eran,  sin  duda,  de  las  dos  haceras  de  la  dicha  calle,  entrando  por 
lo  que  hoy  llamamos  la  Campana  hasta  la  calle  del  Azofaifo,  que  con  esc  nom- 
bre subsiste.  En  ese  corto  trecho  tuvo  su  tienda  maese  Fierre,  que  es,  á  no 
dudar,  el  Fierres  Faptn  citado  por  Cervantes, 


—  123  — 

disipación  y  tanta  virtud,  como  lo  efectuó  al  cabo,  en  su  CO' 
media  intitulada  El  Rufián  dichoso  (21).       '/ 

A  sus  maestros,  entre  sus  camaradas,  oía  tal  cual  vez 
nombrar  y  elogiar  á  los  más  notables  poetas  que  había  en 
Sevilla  por  aquel  entonces,  y  él,  que  desde  los  años  primeros 
de  su  adolescencia  amaba  fervorosamente  la  noble  arte  de  la 
poesía,  reverenciábalos,  poniendo  sobre  su  cabeza,  como  bu- 
las del  Papa,  cuantas  composiciones  poéticas  podía  haber  á 
las  manos,  ya  del  suave  y  delicado  Cetina,  ya  del  numeroso  y 
opulento  Herrera,  ora  del  docto  humanista  Francisco  Pacheco, 
todavía  estudiante,  tan  grave  en  lo  serio  como  cáustico  en 
las  burlas,  ora  del  Ldo.  Dueñas,  á  quien  llamaron  el  divino, 
y  que  merece  ser  más  conocido  de  lo  que  es,  ó  bien,  finalmen- 
te, del  delicioso  Baltasar  del  Alcázar,  estupendo  artífice  de 
redondillas  é  insigne  derrochador  de  aticísimas  sales.  De 
estos  lozanos  ingenios  alabó  Cervantes,  casi  veinte  años  des- 
pués, á  los  que  aún  vivían,  y,  á  la  par,  al  maestro  Francisco 
de  Medina,  Baltasar  de  Escobar,  Juan  Sáez  de  Zumeta,  Fer- 
nando de  Cangas,  Juan  de  la  Cueva  y  Cristóbal  Mosquera  de 
Figueroa,  con  algunos  de  los  cuales,  muchachos  como  él  por 
los  años  de  1564  y  1565,  es  de  presumir  que  entonces  traba- 
ra conocimiento  y  amistad,  y  comunicara,  en  solicitud  de  pa- 
recer y  consejo,  sus  primeros  borradores  literarios. 

Bien  por  falta  de  recursos  para  seguir  viviendo  en  Sevi- 
lla, ó,  más  probablemente,  á  causa  del  fallecimiento  de  Elvira 
de  Cortinas,  madre  de  D.^  Leonor,  Rodrigo  de  Cervantes  y 
su  familia  trasladaron  su  residencia  á  Madrid,  antes  de  expirar 
el  año  de  1566  (22).  Los  varios  sucesos  de  la  azarosa  vida  de 
Miguel  de  Cervantes  desde  el  últimamente  indicado  hasta 
que  volvió  á  vivir  en  Andalucía  son  interesantísimos;  pero  no 
hace  al  caso  exponerlos  en  el  presente  estudio.  Así,  no  tra- 


(21)  Puede  verse  una  noticia  biográfica  de  Fr.  Cristóbal  en  Matute  y  Ga- 
viria,  Hijos  de  Sevilla  señalados  en  santidad,  letras,  armas,  artes  ó  dignidad, 
Sevilla,  1886,  t.  I,  pág.  151. 

(22)  Pérez  Pastor,  Documentos  cervantinos,  t,  II,  números  I  y  II. 


-  124  - 

taré  ni  de  la  prosecución  de  los  suyos  en  la  cátedra  de  Juan 
López  de  Hoyos  (1568  69),  ni  de  su  viaje  á  Roma  y  estancia 
allí,  en  concepto  de  camarero  del  cardenal  Acquaviva  (i  569  70), 
ni  de  su  época  de  soldado  y  de  las  gloriosas  heridas  que  ganó 
en  la  que  él,  con  orgullo  legítimo,  llamaba  tía  más  alta  oca- 
sión que  vieron  los  siglos  pasados,  los  presentes,  ni  esperan 
ver  los  venideros»  (157072)  (23),  ni  de  su  asistencia  en  la 
toma  de  la  Goleta  y  en  otros  actos  militares  (1573-75),  ni  de 
su  dura  cautividad  en  Argel,  en  donde  hermosísimamente  de- 
mostró la  singular  fortaleza  de  su  alma  (1575-80),  ni,  en  fin, 
de  su  rescate  y  regreso  á  España,  de  sus  otros  servicios  mili- 
tares, de  su  casamiento  con  D.*  Catalina  de  Palacios  Salazar 
y  Vozmediano,  y  de  la  impresión  y  publicación  de  la  Prime- 
ra parte  de  la  Calatea  (1580-85),  que,  como  «primicias  de  su 
ingenio»,  había  escrito  antes  del  aflo  1575,  aunque  á  última 
hora  retocase  mucho  y  añadiese  no  poco,  entre  otras  cosas, 
el  Canto  de  Calíope  (24). 

Falto  de  otro  oficio  en  que  librar  su  subsistencia,  Cer- 
vantes había  acudido  á  ocuparse  en  la  gestión  de  asuntos  y 
negocios  ajenos,  y,  como  le  encomendaran  una  para  Sevilla, 
á  la  amada  ciudad  del  Betis  volvió  en  los  últimos  días  de  no- 
viembre de  1585,  permaneciendo  pocos  en  ella  (25);  pero  pro- 
metiéndose regresar  para  tiempo  largo,  tan  pronto  como  se 
le  deparase  alguna  buena  ocasión,  aunque  su  mujer,  más  bien 
hallada  con  su  casa  y  sus  parientes  de  Esquivias,  se  resolviera  á 
no  dejarla.  Porque  es  la  verdad,  y  rompo  en  este  punto,  como 
romperé  en  otros,  con  los  disimulos  vanos  y  ridículos  que  de 
ordinario  se  tienen  al  tratar  de  Cervantes,  y  que  tales  son,  que 
no  parece  sino  que,  en  lugar  de  ensalzarlo   como  escritor,  se 


(23)  Prólogo  de  la  segunda  parte  de  El  Ingenioso  Hidalgo, 

(24)  La  frase  citada  en  el  texto  y  alguna  expresión  del  prólogo,  tal  como 
aquella  de  que,  huyendo  de  ciertos  inconvenientes,  «no  he  publicado  antes  de 
ahora  este  libro,  ni  tampoco  quise  tenerle  para  mi  solo  más  tiempo  guardado», 
prueban  sobradamente  mi  aserto. 

(25)  Pérez  Pastor,  Documentos  cervantinos,  t.  I,  n.'  26,  y  t.  II,  números 
XXVIIyXXVlII.  ' 


-  Í25- 

pretende  recomendarlo  para  que  lo  beatifiquen  y  lo  canonicen, 
es  la  verdad,  digo,  que  el  insuperable  ingenio  no  se  llevaba 
nada  bien  con  D/  Catalina,  siquiera  formalmente  no  diesen 
nunca  por  rota  la  recia  coyunda  matrimonial,  y  que  esa  frial- 
dad de  trato,  debida  en  gran  parte  á  parecerse  poquísimo  las 
sendas  Minervas  de  entrambos  cónyuges,  hubo  de  hacerse 
nieve  luego  que  la  adusta  hidalga  de  Esquivias  llegó  á  sa- 
ber que  su  marido  tenía  bastarda  sucesión  (26). 

Al  cabo,  y  no  sólo  por  satisfacer  su  antiguo  deseo,  sino 
apremiado  al  tiempo  mismo  por  la  necesidad,  á  fines  del  año 
de  1586  ó  á  principios  del  siguiente,  Miguel  de  Cervantes, 
resolviéndose  á  volver  á  Sevilla,  «que  es  amparo  de  pobres  y 
refugio  de  desechados,  que  en  su  grandeza  no  sólo  caben  los 
pequeños,  pero  no  se  echan  de  ver  los  grandes»  (27),  abando- 
nó á  Madrid,  exclamando  para  sus  adentros  como  hizo  excla- 
mar al  licenciado  Vidriera,  al  partirse  á  región  lejana:  «¡Oh 
corte,  que  alargas  las  esperanzas  de  los  atrevidos  pretendientes 
y  acortas  las  de  los  virtuosos  encogidos;  sustentas  abundante- 
mente á  los  truhanes  desvergonzados,  y  matas  de  hambre  á 
los  discretos  vergonzosos!»  O  como  él  escribió  en  1614: 

«Adiós,  dije  á  la  humilde  choza  mía, 
Adiós,  Madrid,  adiós,  tu  Prado  y  fuentes, 
Que  manan  néctar,  llueven  ambrosia; 

Adiós,  conversaciones  suficientes 
Á  entretener  un  pecho  cuidadoso, 
Y  á  dos  mil  desvalidos  pretendientes; 

Adiós,  sitio  agradable  y  mentiroso 
Do  fueron  dos  gigantes  abrasados 
Con  el  rayo  de  Júpiter  fogoso... 


Adiós,  hambre  sotil  de  algún  hidalgo; 
Que,  por  no  verme  ante  tus  puertas  muerto, 
Hoy  de  mi  patria  y  de  mi  mismo  salgo»  (28). 

Y  emprendió  su  caminata,  entrando,  al  cabo,  por  la  puerta 


(26)  Su  hija  Isabel  de  Saavedra,  habida  en  Ana  Franca  ó  Ana  de  Rojas, 
de  la  cual  hay  muy  curiosas  noticias  en  la  citada  obra  de  Pérez  Pastor. 

(27)  Coloquio  de  los  perros  Cipión  y  Berganza. 

(28)  Viaje  del  Parnaso^  cap.  I. 


-  126  -- 
de  Macarena,  en  la  rica  y  hermosa  ciudad  reina  y  emperatriz 
de  las  Andalucías. 

Es  cosa  añeja  y  muy  corriente  el  imaginar  que  Cervan- 
tes fué  en  Sevilla  atendido,  protegido  y  obsequiado  por  la 
flor  y  nata  de  los  varones  de  más  alto  saber,  y,  muy  en  espe- 
cial, de  los  que  amaban  los  ejercicios  poéticos.  Ya  lo  fanta- 
seó D.  Martín  Fernández  de  Navarrete  (29),  y,  después  de  él, 
muchos  otros  cervantófilos  más  bien  avenidos  con  sus  hueras 
imaginaciones,  fraguadas  sin  trabajo  alguno,  antes  cerrando 
perezosamente  los  ojos  para  no  ver,  que  con  despestañarse 
un  día  y  otro,  y  media  vida,  leyendo  papeles  viejos  y  buscan- 
do verdades  recónditas  en  los  archivos  (30).  He  aquí  lo  que 
acerca  de  este  punto  harto  interesante  logró  poner  en  claro 
el  citado  autor  de  El  Loaysa  de  tEl  Celoso  extremeño»  (31).' 
«Equivocáronse  de  todo  en  todo — decía — mal  guiados  de  su 
buena  intención,  los  ilustres  cervantistas  que,  por  lo  justa- 
mente que  ahora  se  estima  y  se  venera  la  memoria  del  autor 
del  Quijote,  dan  por  cierto  que  de  igual  manera  hubieron  de 
estimarlo  y  venerarlo  los  escritores  hispalense  de  fines  del 
siglo  XVI,  en  cuyas  juntas  y  academias  imaginan  que  debió 
de  asistir,  de  todos  querido  y  agasajado.  No  acaeció  tal  cosa, 
y  ya  en  otra  ocasión  lo  dije,  remedando,  lo  menos  mal  que 
pude,  el  escribir  de  aquellos  tiempos:  tNo  he  hallado  que  le 
>  fiaran  en  sus  menesteres  ni  en  sus  cónpredas  de  paños  de 
iraxa  de  a  beynte  rreales  cada  vna  vara  para  se  vestir  e  abri- 
»gar  los  crudos  ynbiernos  alcagares  ni  arguijos  herreras  ni 
•  marqueses  de  tarifa  pachecos  ni  gumetas  antes  vn  thomas 


(29)  Vida  de  Cervantes,  pág.  92  de  la  edición  de  1819. 

(30)  D.  Adolfo  de  Castro,  que  era  muy  trabajador,  pero  que,  á  la  par, 
solía  ver  muchas  visiones  en  todo  lo  relativo  á  Cervantes,  imaginó  que  hubo 
de  conocer  y  tratar  al  Duque  de  Béjar  en  Sevilla,  en  cuyas  afueras  tenía  una 
casa  de  placer  llamada  Bellaflor.  «La  residencia  del  Duque  de  Béjar— dice — 
bien  antes  de  heredar  los  estados,  bien  posteriormente,  en  esta  casa  de  placer 
y  el  trato  con  Cervantes  y  otros  hombres  de  letras  pudo  sugerir  á  éste  el  pen- 
samiento de  pedirle  su  protección  para  publicar  el  Quijote»  (  Varias  obras  in- 
éditas de  Cervantes...  Madrid,  1874,  P^gs-  213  y  214). 

{31)     Prólogo,  págs.  10-18. 


-  127  - 

^gutierres  e  otros  subjectos  no  nada  escriptores,  pero  que  de- 
»bieron  de  estimarlo  más  que  a  las  niñas  de  sus  ojos»  (32).  Ni 
en  once  escrituras  otorgadas  por  Cervantes  que  halló  en  los 
legajos  del  oficio  numero  veinticuatro  de  esta  ciudad  mi  doc- 
to y  querido  amigo  D.  José  M.^  Asensio  y  Toledo,  ni  en  diez 
halladas  por  mí,  de  un  año  á  esta  parte,  en  el  Archivo  gene'- 
ral  de  protocolos  (33),  se  rastrea  cosa  que  indique  amistad  de 
los  poetas  y  los  proceres  sevillanos  con  el  portentoso  novelis- 
ta: salía  por  él  cualquiera,  y  no  el  pródigo  Arguijo;  cualquiera 
lo  sacó  en  fiado  de  la  cárcel  más  bien  que  el  opulento  Duque 
de  Alcalá;  pues  sobre  que  el  refrán,  breve  evangelio,  reza  que 
el  harto  del  ayuno  no  tiene  cuidado  ninguno,  y  regla  es  ésta 
que  apenas  admite  excepciones,  Cervantes,  por  los  años  de 
1587  á  1605,  distaba  mucho,  á  pesar  déla  publicación  áQ  La 
Calatea,  de  haber  alcanzado  la  notoriedad  que  después  le 
granjearon  otros  libros,  especialmente  su  incomparable  nove* 
la  de  El  Ingenioso  Hidalgo.  Ni  aun  de  nombre  era  muy  cono-i 
cido  en  Sevilla  á  los  diez  años  de  su  llegada  á  esta  ciudad; 
desde  el  de  1 592  vivía  en  ella  Francisco  Arifio,  el  analista,' 
que  supo  desde  luego  todos  los  apellidos  del  asistente  Ave- 
llaneda, y,  lo  que  aún  es  más,  el  orden  en  que  los  usaba,  y^ 
en  cambio,  no  sabía  seis  años  después  el  nombre  de  Cervan^ 
tes,  y,  tomando  demasiado  á  la  letra  el  célebre  soneto  Al  tú- 
mulo de  Felipe  II,  aquél  que  su  autor,  en  1614,  estimaba 
exageradamente 

«Por  bonra  principal  de  sus  escritos»  (34), 

decía:  «En  martes  29  de  diciembre  del  dicho  año  [1598]  vino. 


(32)  «Una  escritura  de  hogaño  al  estilo  de  las  del  si§-lo  XVI,  pergeñada' 
por  mí  y  publicada  en  El  Noticiero  Sevillano  del  dia  2  de  octubre  de  1899, 
para  dar  las  gracias  al  limo.  Sr.  D.  Adolfo  Rodríguez  de  Palacios,  notario  á 
cuyo  cargo  está  el  Archivo  general  de  protocolos  de  Sevilla,  por  la  bondad  con- 
que me  permite  buscar  en  él  noticias  de  nuestros  antiguos  escritores.» 

(33)  Al  cabo  llegaron  á  ser  doce,  que  ha  publicado  el  Sr.  Pérez  Pastor  en 
el  tomo  II  de  Documentos  cervantinos,  y  además  las  tres  de  1564-65  que 
dieron  pie  para  el  Discurso  sobre  que  Cervantes  estudió  en  Sevilla. 

(34)  Viaje  del  Parnaso,  cap.  IV. 


- 1^- 

>de  su  majestad  se  hiciesen  las  honras...,  y  este  día,  estando 
i,yo  en  la  Santa  Iglesia,  entró  un  poeta  fanfarrón  y  dijo  una 
*otava  sobre  la  grandeza  del  túniolot  (35).  Bien  que  la  Minerva 
de  Ariño  era  tal  de  iliterata  y  ruda,  que  llamó  octava  el  sone- 
to, y  eso,  teniéndolo  á  la  vista,  pues  lo  copio,  aunque  nial,  á 
continuación  de  las  citadas  frases. 

>Con  todo,  ¿cuál  de  los  poetas  sevillanos  de  las  dos  últi- 
mas décadas  del  siglo  XVI  tuvo  en  alguna  de  sus  composi- 
ciones ni  una  palabra  de  elogio  para  el  que  ahora  llamamos 
Principe  de  los  ingenios  españoles,  que  ya  á  muchos  de  aqué- 
llos había  ensalzado  en  La  Calatea,  dos  años  antes  de  venir 
á  Sevilla?  Que  se  sepa,  ninguno.  Y  cuenta  que  en  tales  enco- 
mios habíasele  volcado  el  tintero  á  Cervantes,  pues  con  ser 
buenos  y  muchos  los  merecimientos  del  Parnaso  hispalense 
de  aquel  entonces,  él  los  puso  muy  por  encima  de  las  nubes, 
como  hombre  generoso  á  quien  nunca  amargó  el  paladar  del 
alma  el  acíbar  de  la  envidia.  Así,  del  canónigo  Francisco  Pa- 
checo había  hecho  decir  á  Calíope  {36)  que  con  él,  desde  muy 
mozo,  tenían  las  Musas  grande  amistad  y  que  su  ingenio  y 
sus  escritos  le  habían  granjeado  el  más  alto  título  de  honor; 
de  Fernando  de  Herrera,  que  á  su  saber  debían  humillarse  los 
ríos  de  elocuencia  de  Cicerón  y  Demóstenes,  y,  en  fin,  cosas 
parecidas  de  Baltasar  del  Alcázar,  Cristóbal  Mosquera  de  Fi- 
gueroa,  Juan  Sáez  de  Zumeta,  Juan  de  la  Cueva,  Fernando  de 
Cangas,  y  otros.  Quien  tanto  había  prodigado  las  alabanzas, 
¿cómo  de  ninguno  de  los  sujetos  favorecidos  fué  agasajado  con 
análogas  apologías?  Y  ¿cómo,  á  pesar  de  las  prolijas  investi- 
gaciones modernas,  no  se  ha  descubierto  vestigio  alguno  de 
la  buena  acogida  que  hicieran  á  Cervantes  los  ingenios  hispa- 
lenses alabados  tan  sin  cicatería  en  La  Calatea...? 

»Para  no  echar  á  mala  parte  tal  silencio  ha  de  creerse 
que  los  poetas  de  Sevilla  no  se  percataron  de  la  llegada  de 


(35)  Ariño,  Sucesos  de  Sevilla,  pág.  I05, 

(36)  La  Calatea,  libro  VI. 


-  Í29  - 

Cervantes  ni  de  sus  frecuentes  y  largas  estancias  en  esta  ciu- 
dad, populosísima  entonces.  A  esa  ignorancia,  si  es  que  la 
hubo,  debieron  de  contribuir,  por  un  sí,  la  vida  que  en  1587 
y  después  de  este  año  hacían  los  mencionados  poetas,  muer- 
tos algunos  de  ellos  poco  después,  y,  por  otro,  la  que  el  futu- 
ro autor  del  Quijote  se  veía  constreñido  á  hacer,  mucho  por 
exigencias  de  la  estrechez  de  sus  recursos,  y  aún  más  por  las 
de  su  carácter  altivo,  y  aun  por  su  propia  índole  de  artista, 
todavía  hoy  no  bien  estudiada. 

»Los  poetas  hispalenses  á  quien  Cervantes  había  loado 
en  su  Calatea  no  eran  nada  jóvenes  cuando  éste,  aún  no  cum- 
plidos los  ocho  lustros  primeros  de  su  edad,  trasladó  su  resi- 
dencia á  Sevilla,  y  andaban,  cuál  más,  cuál  menos,  alejados 
del  trato  de  las  Musas,  que,  hembras  al  fin,  son  y  fueron 
siempre  amables  y  dadivosas  con  la  gente  nueva  y  lozana, 
pero  esquivas  con  la  vejez,  la  cual  tampoco  suele  buscar  su 
compañía,  ni  menos  requerirlas  con  bizarros  derretimientos, 
de  que  nunca  las  canas  salieron  por  buenas  fiadoras.  Francisco 
Pacheco  (1535-  f  i599)»  excelente  humanista,  canónigo  de  la 
Santa  Iglesia  hispalense  y  capellán  mayor  de  la  Real  Capilla, 
pasaba  de  los  diez  lustros,  y  hartas  tareas  le  imponían  estos 
cargos,  y,  más  que  ellos,  el  de  administrador  del  hospital  de 
San  Hermenegildo,  vulgarmente  llamado  del  Cardenal  (37), 
para  divertirse  en  aquellos  solaces  poéticos  de  antaño,  á  los 
cuales  debía  su  claro  renombre.  Cuando  más,  componía  algu- 
nos himnos  é  inscripciones  latinas,  y  eso,  á  ruego  de  altas 
personas  á  quienes  no  podía  negar  tal  favor  (38).  Fernando 
de  Herrera  (1534-  f  1597),  por  la  amargura  de  un  amor  tanto 
más  desdichado  cuanto  más  dichoso  había  sido  alguna  vez, 


(37)  «Éralo  ya  en  2  de  enero  de  1588,  pues  en  tal  día,  con  este  carácter, 
otorgaba  ante  Juan  Pérez  Galindo  escritura  de  quitación  de  cierto  tributo  (Ar- 
chivo de  protocolos  de  Sevilla).i> 

(38)  «En  1899  compiló  y  tradujo  estas  composiciones  D.  Ángel  Galán  y 
Domínguez  en  un  opúsculo  intitulado  Himnos  de  la  Sacra  Musa  Hispalense 
— Inscripciones  en  la  Catedral  de  Sevilla.* 


-  13Ó  - 
vivía,  como  años  antes  había  escrito  á  su  amigo  Harahoná 
de  Soto, 

Desesperado,  y  nunca  arrepentido. 

Demás  de  esto,  la  ruidosa  diatriba  á  que  dieron  ocasión 
sus  célebres  Anotaciones  á  Garcilaso,  y  de  la  cual,  justo  es 
reconocerlo,  salió  mejor  parado  Preíe  Jacopin  que  el  divino 
Herrera,  á  quien  no  llamaba  la  gloria  por  el  escabroso  cami- 
no de  los  donaires  y  las  burlas,  le  agrió  el  carácter  hasta  el 
punto  de  tenérsele  en  opinión  de  hombre  «áspero  y  mal 
acondicionado»  (39).  Al  decir  de  Rodrigo  Caro,  tnaturalmente 
era  grave  y  severo,  y  esto  mismo  trasladó  á  sus  versos.  Co- 
municaba con  pocos,  siempre  retirado,  ó  en  su  estudio,  ó  con 
algún  amigo  de  quien  él  se  fiaba  y  con  quien  e.xplicaba  sus 
cuidados»  (40).  Por  los  años  de  1587  ocupábase  con  asiduidad 
en  componer  la  Historia  de  las  más  notables  cosas  que  han 
sucedido  en  el  mundo,  libro  que  en  1 590  mostró  acabado  y 
escrito  en  limpio  á  algunos  amigos  suyos,  y  que,  por  desgra- 
cia, no  ha  llegado  hasta  nosotros  (41).  Mientras  tanto,  Fran* 
cisco  de  Medina  (1544-  f  161 5)  compartía  su  tiempo  entre  la 
cátedra  que  leía  en  el  Colegio  de  San  Miguel  y  la  educación 
y  enseñanza  del  joven  Marqués  de  Tarifa,  quien  al  lado  de 
maestro  tan  docto,  ya  años  antes  del  de  1587  regalaba  en 
sabrosos  frutos  las  que  hasta  entonces  habían  sido  lozanas 
ílores  de  su  ingenio.  Muerto  el  Marqués  en  1 590,  el  maestro 
Medina  se  retiró  «en  lo  más  apartado  de  los  arrabales  de  esta 
tciudad,  á  vida  quieta,  donde  dispuso  un  riquísimo  museo  de 
•rara  librería  y  cosas  nunca  vistas,  de  la  antigüedad  y  de 
•  nuestros  tiempos>  (42),  y,  pocos  años  después,  accediendo  á 


(39)  *Lthro  de  descripción  de  verdaderos  Retratos  de  Ilustres  y  Alentó- 
rabíes  varones^  por  Francisco  Pacheco:  edición  fototipica  hecha  por  el  seHor 
Asensio  y  Toledo,  afortunado  inventor  y  poseedor  del  original.* 

(40)  ^Claros  varones  en  Letras,  Naturales  desta  ciudad  de  Sevilla, 
(Ms.  en  folio,  Biblioteca  Capitular  y  Colombina,  B*  ,  449,  27,  f.*  42).» 

(41)  Pacheco,  Libro  de  retratos  antes  citado. 

(42)  Identy  ibidem. 


--  131  -^ 

las  cariñosas  instancias  de  D.  Rodrigo  de  Castro,  cardenal 
arzobispo  de  Sevilla,  entró  á  servirle  como  secretario,  aban- 
donando tan  completamente  el  ejercicio  de  las  letras,  á  lo  me- 
nos, el  de  la  poesía,  que  quemó  sus  versos  originales  (43).  No 
menos  atareado  en  cosas  ajenas  al  trato  de  las  Mnemosinas 
andaba  el  Marcial  hispalense,  el  regocijadísimo  Baltasar  del 
Alcázar  (1530-  f  1606),  que  ya  casi  sexagenario,  enfermo  de 
gota  y  de  mal  de  piedra,  y  después  de  haber  servido  cerca  de 
cuatro  lustros  á  los  segundos  duques  de  Alcalá  en  los  oficios 
de  alcaide  y  alcalde  mayor  de  la  villa  de  los  Molares  (44), 
servía  al  desatalentado  mozo  D.  Jorge  de  Portugal,  conde  de 
Gelves,  hijo  del  poeta  D,  Alvaro,  en  el  difícil  empleo  de  ad- 
ministrador de  su  estado  y  hacienda  (45).  Cierto  es  que  Alcá- 
zar no  abandonó  del  todo  hasta  poco  antes  de  su  muerte  el 
cultivo  de  la  poesía,  pues  algunas  de  sus  composiciones  indi- 
can haber  sido  escritas  en  1600  (46);  pero  es  cierto  asimismo 
que,  desde  años  antes,  sólo  comunicaba  esa  afición  con  su 
grande  amigo  Francisco  Pacheco,  el  pintor  famoso.  Cristóbal 


(43)  «En  su  juventud  escribió  la  canción  y  el  prólogo  á  la  Anotaciones 
de  Garcilaso,  de  Fernando  de  Herrera,  en  que  hay  tantos  diamantes  como 
dicciones,  y  otras  cosillas  menudas  de  poesías,  que  quemó  cuando  entró  á  ser 
secretario,  por  parecerle  que  el  oficio  le  obligaba  á  renunciar  las  cosas  apacibles 
y  darse  tono  á  las  graves  (Juan  de  Robles,  Primera  parte  del  Culto  Sevilla- 
no, publicada  por  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Andaluces,  Sevilla,  1883,  pág.  32). 

{44)     Pacheco,  obra  citada. 

(45)  «Ya  lo  era  en  1585,  á  raiz  de  la  muerte  de  D,  Alvaro,  como  se  echa 
de  ver  por  una  escritura  otorgada  ante  Gaspar  de  León  á  23  de  octubre  del 
dicho  año,  en  la  cual  D."  Isabel  de  Portugal,  monja  profesa  en  el  monasterio 
de  Madre  de  Dios,  de  esta  ciudad,  declaró  haber  recibido  «del  señor  baltasar 
»del  a!9azar  como  administrador  ques  del  estado  del  111"'°  conde  de  gelbes,» 
ochenta  y  seis  mil  y  tantos  maravedís,  en  virtud  de  un  mandamiento  del  licen- 
ciado Diego  de  Valdivia,  alcalde  del  crimen,  y  que  no  es  otro  que  el  que  dio 
á  Cervantes  la  comisión  para  Ecija.  D.*  Isabel  era  hija  natural  de  D.  Alvaro  y 
litigaba  por  sus  alimentos  con  su  hermano  D.  Jorge.  Y  en  14  de  julio  de  1587 
Diego  Fortes,  en  nombre  de  la  expresada  monja,  daba  carta  de  pago  ante  el 
dicho  escribano  á  Baltasar  del  Alcázar  por  30  648  maravedís,  «los  quales  me 
»da  e  paga  en  virtud  de  una  libranza  de  don  jorge  de  portugal»  (Archivo  de 
protocolos  de  Sevilla).* 

(46)  cSabido  que  Alcázar  había  nacido  en  1530,  véase  la  confirmación  de 
mi  dicho  en  una  desenfadada  composición  suya,  inédita,  que  se  halla  al  folio  34 
vuelto  de  un  precioso  manuscrito  en  4.°,  de  gallarda  letra  del  siglo  XVII,  inti- 


- 1^- 

Mosquera  de  Figueroa  y  Fernando  de  Cangas,  en  1587,  esta- 
ban ausentes  de  Sevilla,  éste  en  Madrid  (47),  y  aquél  en  su 
corregimiento  de  Ecija,  si  ya  entonces  no  había  sido  promo- 
vido á  la  alcaldía  mayor  del  adelantamiento  de  Burgos  {48). 
Y  aunque,  á  juzgar  por  la  publicación  del  Coro  febeo  de  ro- 
mances historiales  y  de  la  Primera  parte  de  las  comedias  y 
tragedias  de  Juan  de  la   Cueva  (49),  este  apreciabilisimo 


tulado  Obras  poétieas  de  Baltafar  tUl  Alcafar  Ilustre  Sevillano.  Recogidas 
por  Don  Diego  Luis  de  Arroyo  y  Figueroa,  Natural  de  Sevilla.  En  Sevilla. 
Año  de  ¿1660?  (Biblioteca  del  Sr.  Marqués  de  Jerez  de  los  Caballeros),  He 
aqui  la  mencionada  poesia: 

De  uoa  eafennedad  *ecr«ta 
Tengo,  ilelisa,  un  aotojo 
Bien  bellaco  «iempre  al  ojo, 
Que  con  las  lunas  me  aprieta. 

Repara,  pue*,  esto«  dafioa; 
Que  no  es  bien  que  un  atrevido 
iJeseo,  de  ayer  nacido, 
Pueda  más  que  setenta  aAos. 

Oye,  Belisa,  bien  veo 
Que  en  setenta  y  diecisiete 
Ño  hay  proporción,  ni  promete 
Conformidad  mi  deseo. 

Mas  esto  no  te  dé  pena: 
Veintisiete  hay  en  scfenta; 
No  apliques  más  ¿  tu  cuenta; 
Podrí  ser  que  salga  buena. 

Cuando  veintisiete  saques 
Quedarán  cuarenta  y  tres: 
iiuenos  serán  para  Inés, 
Que  nunca  mira  en  achaque*. 

Pues,  sin  buscar  invenciones 
Para  dispertar  el  gusto. 
Cuanto  le  dan  toma  al  justo: 
Cebada,  paja  y  granzones. 
^  Mas  veo,  Belisa  mía, 

Por  no  haber  quien  por  mi  rece, 
Que  tú  te  estás  en  tus  trece; 
Yo,  en  mi  antojo  que  solía, 

V,  pues  no  estamos  los  dos 
]>e  un  acuerdo,  ya  lo  estoy 
Con  Inés.  —  Inés,  ya  voy. 
—  Helisa,  quédate  á  Dios.» 

(47)  «Asi  consta  por  la  declaración  que  prestó  hacia  el  aAo  de  1588  en 
cierta  información  copiada  en  el  Memorial  del  pleyto  que  sobre  el  Condado  de 
Baylen,  tratan  el  Duque  de  Arcos  y  el  Conde  Don  Pedro  Ponce  de  León, 
que  hoy  lo  possee,  y  Doña  Catalina  Ponce  de  León....  (Granada,  Martín  Fer- 
nández Zambrano,  M.DC.XVII.  En  folio). — Refiérese  tal  declaración  á  haber 
presenciado  Cangas  que  D.  Juan  Ponce  de  León,  el  hereje,  i*)Co  antes  de  subir 
al  cadalso,  en  el  auto  de  Fe  celebrado  en  Sevilla  el  domingo  24  de  septiembre 
de  1559,  dio  grandes  señales  de  contrición  y  penitencia  y  fué  absuelto  por  uno 
de  los  inquisidores.» 

(48)  Pacheco,  obra  citada. 

(49)  Impresos  en  Sevilla,  en  1587  y  1588  respectivamente. 


—  133  — 

escritor  sé  hallaba  en  Sevilla  por  aquel  tiempo,  é  igualmente 
Juan  Sáez  de  Zumeta,  que  aún  en  1594  tenía  buen  humor 
para  burlarse  despiadadamente,  en  ciertos  Escholios,  de  un 
pobre  majadero  á  quien  llamaban  el  maestro  Cano  (50),  cosa 
ajena  á  la  voluntad  de  estos  autores  debió  de  impedirles  aga- 
sajar á  Cervantes,  si  no  es  que  lo  efectuaron  y  de  ello  no  ha 
quedado  memoria,  ó  que,  en  realidad  de  verdad,  ignoraron 
que  el  insigne  autor  de  La  Calatea  honraba  con  su  visita  á 
la  reina  del  Guadalquivir.  Lo  propio  digo  del  ya  menciona- 
do don  Fernando  Enríquez  de  Ribera,  marqués  de  Tarifa 
(1565-  f  1590),  del  maestro  Diego  Girón  (f  1590)  y  de  Gon- 
zalo Argote  de  Molina,  que  en  1588  había  regresado  de  su 
viaje  á  la  isla  de  Lanzarote,  después  de  una  ausencia  de  tres 
años,  y  otro  tanto  de  D.  Juan  de  Arguijo  y  de  los  demás  ex- 
celentes poetas  que  engrandecían  el  renombre  de  la  Atenas 
española  en  los  postreros  lustros  de  nuestro  siglo  de  oro, 

»A  robustecer  la  última  de  las  conjeturas  apuntadas,  de 
suyo  verosímil,  contribuyen  la  idea  que  del  carácter  de  Cer- 
vantes dan  sus  mismas  obras  y  la  reflexión  acerca  de  las  hu- 
mildes tareas  en  que  se  ocupó  el  nobilísimo  ingenio  complu- 
tense durante  su  larga  residencia  en  Andalucía.  Altivo  y 
pundonoroso  como  era,  no  sólo  no  debió  de  buscar  la  amistad 
de  los  proceres  de  las  letras  sevillanas,  sino  que  aposta,  pro- 
bablemente, evitaría  su  trato.  ¿Para  qué  lo  había  de  solicitar? 
¿Para  que  imaginasen  que  pensaba  en  pedirles,  tarde  ó  tem- 
prano, cierto  linaje  de  favores?  ¿Para  que  entretanto  que  lle- 
gaba ese  día— y  no  había  de  llegar  nunca — le  tratasen  con  la 
cautela  propia  de  quien  teme?  Y  luego,  ¿cómo  aquellos  hom- 
bres graves  y  bien  acomodados  habían  de  brindar  con  su 


(50)  <i.Escholios  contra  Juan  Baptista  Pérez,  que  por  ser  muy  viejo  le 
llamaban  el  Maestro  Cano.  Autor,  Juan  Saez  Zumeta.  Están  al  fin  de  un 
interesante  códice  en  8,°  intitulado  Sonetos  varios  Recogidos  aquí  de  dijeren- 
tes  Autores  assi  de  mantiscriptos  como  de  algunos  impressos.  Por  Donjoseph 
Maldonado  Dauila y  Saavedra  vezino  de  Sevilla,  año  de  1646,  Todo  es  de 
puño  de  Maldonado  (Biblioteca  del  Dr.  D.  Javier  Lasso  de  la  Vega  y 
Cortezo).» 


-  134  - 

amistad  sincera  á  un  advenedizo  que,  dejando  atrás  su  familia, 
llegaba  á  orillas  del  Betis  en  busca  de  comisiones  para  em- 
bargos y  sacas  de  víveres,  menguados  empleos  en  que  soKan 
librar  su  negra  pitanza  cien  pájaros  de  cuenta,  desahuciados 
de  la  fortuna,  náufragos  en  el  mar  del  mundo,  que  no  llevaban 
capa  en  el  hombro?  Y,  por  ventura,  ¿teníala  él  cada  invierno? 
Cuando,  tiempo  andando,  le  dijese  Apolo: 

Mas  si  quieres  salir  de  tu  querella 
Alegre,  y  no  confuso,  y  consolado, 
Dobla  tu  capa  y  siéntate  sobre  ella, 

¿no  tendría  que  responderle:  «Bien  parece,  señor,  que  no  se 
>advierte  que  no  tengo  capa?»  (51).  Lo  mejor  de  los  dados  es 
no  jugarlos.» 

Una  de  las  personas  de  su  afecto  á  quienes  vio  Cervan- 
tes en  1585,  durante  su  breve  estancia  en  Sevilla,  fué  Tomás 
Gutiérrez,  listísimo  farandulero  al  cual  había  conocido  y  tra- 
tado en  Madrid  pocos  años  antes,  cuando  el  autor  de  La  Ca- 
latea compuso  hasta  veinte  ó  treinta  comedias,  «que  todas 
ellas  se  recitaron  sin  que  se  les  ofreciese  ofrenda  de  pepinos, 
ni  de  otra  cosa  arrojadiza»  (52).  Este  Tomás,  aunque  sin  de- 
jar enteramente  la  farsa,  tanto,  que  aquel  propio  año  había 
sacado  en  la  fiesta  del  Corpus  un  carro  de  representación  con 
La  venida  del  Antecristo  (53),  iba  apartándose  del  ajetreado 
vivir  de  los  recitantes  y  buscando  abrigado  y  tranquilo  puerto 
en  una  posada  de  la  calle  de  Bayona,  establecida  en  las  casas 
de  D.  Pedro  de  las  Roelas,  y  con  cuyas  utilidades,  por  lo 
bueno  del  sitio  y  por  lo  agradable  del  trato,  podía  hacer  fren- 
te á  sus  atenciones,  y  aun  ahorrar  lindos  escudos  de  oro. 
Hablaron  largamente  los  dos  antiguos  amigos,  sirvióle  Tomás 
de  testigo  de  conocimiento  para  con  el  escribano  público  (54), 


(51)  Viaje  del  Parnaso,  cap.  IV. 

(52)  Prólogo  de  sus  Comedias  y  entremeses. 

(53)  Sánchez-Arjona,  Noticias  referentes  á  los  anales  del  Teatro  en  Se- 
villa, desde  Lope  de  Rueda  hasta  Jines  del  siglo  A"  F// (Sevilla,  Rasco,  1898), 
pág.  74. 

(54)  Pérez  Pastor,  Documentos  cervantinos,  t.  II,  pág.  95, 


-  135  - 

y,  después  de  aconsejar  á  Miguel  de  Cervantes,  que  sí  lo 
haría,  que  probase  á  mudar  de  ventura  acudiendo  á  buscarla 
en  aquella  gran  ciudad,  donde  había  tanto  mundo  y  tantas 
riquezas,  ofrecióle  hospedaje  en  su  casa  de  posadas,  con  la 
cuenta  y  razón  naturales:  eso  sí,  pero  prometiéndole  no  olvi- 
dar que,  ante  todas  cosas,  eran  muy  honrados  amigos.  Así, 
pues,  en  el  mesón  de  la  calle  de  Bayona  se  alojó  Cervantes 
luego  que  regresó  á  Sevilla  hacia  el  comienzo  del  año  1587» 
y  allí  permaneció,  siempre  que  sus  tareas  no  le  tuvieron 
ausente  de  la  ciudad,  casi  hasta  mediado  el  año  1589.  Allí, 
conversando  con  multitud  de  personas  de  diversísimos  pue- 
blos y  clases,  reanudaba  lo  observación  y  el  estudio  de  tipos 
y  escenas  con  que,  andando  el  tiempo,  había  de  deleitar  y 
admirar  á  todo  el  mundo,  y  allí,  tal  cual  vez,  desde  la  puerta 
de  la  posada,  veía  escurrirse,  con  los  calcorros  envesados, 
para  que  engañase  la  huella,  á  los  rufianes  delincuentes  que, 
á  la  callandilla,  dejaban  por  un  ratejo  su  asilo  de  la  Iglesia 
Mayor  y  del  Corral  de  Los  Naranjos,  y,  atravesando  por  las 
Gradas,  entrábanse  por  la  calle  de  Bayona  en  busca  de  la 
mancebía  (55). 

Era  Tomás  Gutiérrez  hombre  de  grande  influencia  en 
la  ciudad,  á  lo  cual  contribuía  no  poco  el  hospedarse  en  su 
mesón,  mientras  hallaban  casa,  muchas  de  las  personas  prin- 
cipales que  llegaban  á  Sevilla  para  desempeñar  cargos  im- 
portantes (56),  y  así,  puede  que  él  recomendara  á  su  amigo, 


(55)  Romance  de  la  descripción  de  la  vida  airada,  en  los  Romances  de 
germania: 

Con  toda  esta  munición 
El  jaque  deja  el  altana, 
Martilla  por  el  corrincho 
Y  atraviesa  por  las  Gradas; 
Cuela  por  cal  de  Bayona, 
Va  la  vuelta  de  la  guanta, 
La  cual  columbrando,  dice 
Al  mandil  que  le  guiaba... 

(56)  En  un  trabajo  especial  acerca  de  Tomás  Gutiérrez  tendré  buena  oca- 
sión de  tratar  de  este  punto;  mas,  por  lo  pronto,  vea  el  lector  cómo  se  aludia 
á  la  posada  del  exfarandulero  en  un  pliego  de  aquel  entonces,  cuya  copia  debo 
á  la  buena  amistad  del  ilustrado  capuchino  Fr.  José  María  de  Elizondo  (Trato 


-  136  - 
al  efecto  de  que  el  Ldo.   Diego  de  Valdivia,  alcalde  de  la 
Audiencia  de  los  Grados  (57),  le  confiara  alguna  comisión, 
como  se  la  dio,  para  sacar  trigo  y  cebada  con  destino  al  abas- 


de  las  posadas  de  Seuilla,  y  lo  que  en  ellas  ftassa,  con  vna  carta  a  vna  mon- 
ja, y  repuesta  (sic)  della,  enjugúete.  Compuesto  por  quien  paso  por  todo  lo 
vna  y  lo  otro  para  que  sirua  de  consejo  al  que  lo  quisiere  tomar  (Sevilla, 
Francisco  Pérez,  1596); 

,  Sabris,  an\igo  dichoso, 
A  quiea  de  Dioi  vida  larga, 
Si  á  Sevilla  en  algún  tiempo 
Fueres  á  tomar  posada. 

Como  por  esta  te  aviso 
De  lo  que  en  ellas  oy  paaM; 
Que  soy  testigo  de  vista 

V  es  de  revista  esta  carta. 

Lo  primero,  si  llegares 
[A]  aquella  buena  posada 
Que  está  en  calle  de  Bayona, 
Donde  los  Príncipes  paran, 

Te  darán  lindo  aposento 
En  alto,  y  cama  colgada 
Adornada  de  tapices, 

Y  el  verano  sala  baja 
Colgada  de  tafetanes 

V  damascos,  y  de  plata 
£1  seruicio  de  la  mesa. 
Que  es  salero,  jarro  y  taca. 

(Uto  coa  dos  candeleros 
Te  darán  sin  que  aya  falta; 
Ten  cuenta,  por  no  hazella. 
En  llegandd  á  la  posada, 

Sabñ  lo  que  as  d,e  pagar 

Y  lo  que  el  mes  v  semana 
Dia  v  noche  tu  aposento 
Cuesta,  y  lo  que  del  se  paga. 

No  lo  tomes  á  merced; 
Házmela  á  mi  si  no  iguala; 
Quel  concierto  en  todo  es  bueno, 
Que  es  de  gente  concertada. 

(57)  Valdivia  era  natural  de  Porcuna  (diócesis  de  Jaén).  Se  había  bachi- 
llerado en  Cánones  en  Valladolid,  y,  siendo  ya  Alcalde  del  Crimen  en  la  Au- 
diencia de  Sevilla  (Audientiie  Regia  Ilispalensis  in  criminalibus  judex),  se 
licenció  en  la  dicha  facultad  en  la  Universidad  de  Maese  Rodrigo,  á  11  de 
abril  de  1584,  y  se  doctoró  cuatro  días  después  (Archivo  universitario  de  Se- 
villa,  libro  6.°  de  grados  mayores  y  menores  de  todas  facultades,  1582-1590, 
f.o*  36  y  39). — Un  sujeto  de  calidad  y  partes,  cuyo  nombre  no  consta,  infor- 
mando secretamente  á  Felipe  II  de  las  de  algunos  togados  (Madrid,  20  de 
mayo  de  1593),  escribia  del  alcaide  Valdivia:  «AI  licen.'*'"  Baldibia,  si  es  el  que 
es  Alcalde  de  la  audiencia  de  Sevilla  conozco  muy  bien  porque  le  uisité  quando 
fui  á  uisitar  el  audiencia  y  se  le  hicieron  muy  ruynes  cargos  por  que  fue  sus- 
pendido por  dos  aHos  y  condenado  en  ciertas  penas  pecuniarias.  Debe  de  ser 
hombre  de  sesenta  años  al  parecer.  No  le  tengo  por  muy  letrado  ni  por  hom- 
bre de  brío  para  alcalde  (Autógrafo,  Biblioteca  Nacional,  Ms.  Ce,  46,  hoy 
9.405,  f."  260  v.'° ).  En  otro  informe,  también  sin  firma,  y  sin  fecha  además, 


—  137  - 

tecimiento  de  la  grande  armada  que  en  mal  hora  se  llamó  la 
Invencible^  bien  que  pudo  recomendarlo  Antonio  de  Guevara, 
á  quien  parece  que  antes  había  servido;  mas  sea  de  ello  lo 
que  quiera,  es  la  verdad  que  tanto  en  Écija  como  en  Espejo  y 
Castro  del  Río  estuvo  Cervantes  cumpliendo  la  misión  que 
llevaba,  con  tal  solicitud  y  tan  ceñido  á  las  severas  instruccio- 
nes del  alcalde  Valdivia,  que,  para  no  apartase  de  ellas  un 
punto,  embargó  en  Écija  una  cantidad  de  trigo  de  propiedad 
eclesiástica,  por  lo  cual,  ó  más  bien  por  no  haber  llevado  di- 
neros con  que  pagar  su  importe,  fué  excomulgado,  y  aún  lo 
estaba  por  febrero  de  1588,  en  cuyo  día  24  dio  poder  para 
que  se  pidiese  y  gestionase  su  absolución  (58).  Y  tan  conten- 
to hubo  de  quedar  el  dicho  Ldo.  Valdivia  del  proceder  de  Cer- 
vantes, y  tales  informes  tenía  ó  llegó  á  tener  de  él  Antonio 
de  Guevara,  á  cuyo  cargo  estuvo,  ya  de  hecho,  la  provisión 
general  de  las  armadas  y  galeras,  que  en  22  de  enero  de  1 588, 
aun  sin  tener  prestada  fianza,  lo  comisionó  para  que  sacase 
en  Écija  4.000  arrobas  de  aceite  (59),  y,  meses  después,  pres- 
tada aquélla  (60),  le  otorgó  el  nombramiento  de  comisario, 
confiándole  todavía  en  el  mismo  año  otras  tareas  delicadas, 
como  la  de  sacar  de  Marchena  2.000  arrobas  del  propio  lí- 
quido (61). 

No  se  tiene  hoy  clara  noticia  de  cómo  se  efectuaba  por 
los  comisarios  y  sus  auxiliares  la  saca  de  bastimentos  para 
las  flotas:    las   investigaciones    de   los   cervantistas   no  han 


dícese  de  Valdivia:  «Es  mediana  su  suficiencia  en  todo,  es  hombre  honrrado, 
no  fue  collegial  ni  siguió  escuelas.  Su  acrecentamiento  podría  ser  á  plaza  de 
Alcalde  de  Granada,  y  allí  descubriría  su  talento.»  (Ibid,^  i."  286)  (*). 

(58)  Asensío,  Nuevos  documentos  para  ilustrar  la  vida  de  Miguel  de 
Cervantes  Saavedra....  (Sevilla,  Geofrín,  1864,  pág.  i,  y  Pérez  Pastor,  Docu- 
mentos cervantinos,  t.  II.  n.°^  XXX  y  XXXI. 

(59)  Documentos  cervantinos,  t.  II,  n.°  XXXIII. 

(60)  En  12  de  junio  de  aquel  año. 

(61)  Documentos  cervantinos,  t.  II,  n."  XXXIX, 


(Irfifií;;',.       _ 

(*)  Del  alcalde  Diego  de  Valdivia,  y  de  una  violenta  saca  de  trigo  que  hizo  en  Osuna 
por  sí  y  por  medio  de  sus  oficiales  (quizás  Cervantes  entre  ellos),  traté  en  un  ligero  estudio  in- 
titulado Cerz'antes  en  Andalucía  y  publicado  en  mayo  último. 


—  138  - 
echado  nunca  por  ese  camino,  con  ser  de  indudable  utilidad 
el  explorarlo  para  darse  cuenta  de  qué  consideración  social 
hubo  de  obtener  Cervantes  mientras  anduvo  por  cien  ciuda- 
des y  villas  andaluzas,  con  vara  alta  de  justicia,  como  tal 
comisario.  Veamos  algo  de  esto.  Determinado  lo  que  cada 
pueblo  había  de  aprontar  en  trigo,  cebada,  etcétera,  el  pro- 
veedor, por  carta,  hacíalo  saber  á  los  concejos,  previniéndoles 
que  tuviesen  hecho  el  repartimiento  y  almacenadas  las  espe- 
cies para  tal  ó  cual  fecha,  en  que  iría  á  recogerlas  un  comisa- 
rio; pero  como  la  exacción  hacía  aborrecibles  á  los  que  la 
efectuaban,  las  autoridades  locales  limitábanse,  por  lo  común, 
á  formar  la  lista  de  los  vecinos  que  habían  de  contribuir  con 
sus  granos  ó  sus  caldos,  y  á  fijar  la  cantidad  que  tuviese 
que  entregar  cada  uno.  Llegaba  el  comisario  y  había  dimes 
y  diretes  por  el  parcial  incumplimiento  de  lo  que  había  exi- 
gido el  proveedor;  pero,  al  fin,  allanábase,  no  siempre  de  mal 
grado,  á  proceder  él  mismo  á  la  saca  con  su  ayudante  y  al- 
guacilillo y  con  el  escribano  que  se  les  cedía  para  ese  efecto. 
Y  empezaba  Cristo  á  padecer.  Los  vecinos  no  querían  dejarse 
despojar  de  sus  granos,  lo  uno,  porque  ó  los  necesitaban  para 
comer,  ó  deseaban  venderlos  cuando  en  el  mercado  corriese 
precio  mejor,  y  lo  otro,  porque  el  comisario  casi  nunca  pagaba 
de  presente  lo  que  recogía,  limitándose  á  dar  certificación  de 
ello,  para  que  con  tal  resguardo  cobrara,  alguna  vez  á  tiempo 
nada  corto,  el  desposeído.  Llegada  la  hora  de  sacar  el  grano, 
dábase  un  término  breve  para  entregarlo  en  la  cilla  ó  alfolí, 
y,  pasado  que  era,  comenzaba  todo  género  de  violencias  y 
vejaciones:  el  descerrajar  puertas,  y  el  golpear  y  poner  presos 
á  los  que  siquiera  verbalmente  se  resistían,  el  dejar  alguaciles 
de  guarda  mientras  iban  y  venían  los  alhameles,  y  el  hacer 
grandes  costas  á  los  infelices  apremiados,  todo,  entre  el  llan- 
to de  las  mujeres,  y  el  gritar  de  los  chiquillos  y  el  agolparse 
la  muchedumbre,  echando  maldiciones,  á  más  de  media  voz, 
á  los  que  hacían  tan  negras  judiadas;  y,  entretanto,  dábanse 
á  todos  los  demonios  los  cuitados  que  así  veían  atropellar 


-  139  — 

sus  miserables  viviendas,  especialmente  cuando  las  registra- 
ban, revolvían  y  echaban  á  rodar,  en  busca  de  un  trigo  y  una 
cebada  que,  en  realidad  de  verdad,  no  les  había  dado  la  mez- 
quina hazuela.  Y  esto,  si  el  bendito  comisario  y  sus  satélites 
eran  cualquier  cosa  menos  ladrones,  y  no  sacaban  más  de  lo 
repartido,  ni  revendían  con  ventaja  lo  sacado;  que  de  todo 
ello  solía  tener  la  viña,  y  mil  casos  hubo  en  que  lo  certificado 
y  lo  recogido  vinieron  muy  disconformes,  promoviéndose  á 
causa  de  ello  grandes  alborotos  del  popular,  con  bravos  moji- 
cones y  muy  gentiles  apedreos,  amén  de  procesos  ruidosos 
en  donde,  si  los  comisarios  no  caían,  por  no  estar  sujetos 
á  la  jurisdicción  ordinaria  y  protegerlos  mucho  la  propia, 
caían,  en  cambio,  los  escribanos  y  corchetes  que  en  tales  ladro- 
nicios tomaban  parte. 

Con  esto  que  he  relatado  muy  á  la  ligera  y  que  va  dicho 
sobre  sólida  base  documental  (62),  bastará  para  que  el  lector 
induzca  cuan  menguada  consideración  tendrían  en  la  sociedad 
de  fines  del  siglo  XVI,  por  alta  que  llevasen  su  vara  de  justi- 
cia, los  comisarios  que  nombraban  los  proveedores  de  las  ga- 
leras. Teníaseles  por  lo  que  ahora,  con  muy  adecuado  mote, 
llama  lechuzos  la  gente  vulgar;  temíaseles  como  á  la  landre, 
y  era  esto  tan  notorio,  que  aun  en  reales  cédulas  solía  decirse 
llanamente  hasta  qué  punto  y  con  cuantísima  razón  estaban 
considerados  como  una  calamidad  pública  los  tales  comisa- 
rios. En  efecto,  en  una  real  cédula  dada  en  San  Lorenzo  á  7  . 
de  julio  de  1  593  decía  Felipe  II  al  Duque  de  Osuna  que  ya 
era  sabedor  de  lo  que  se  venía  ideando  y  queriendo  poner  en 
práctica,  «por  excusar  los  daños  y  estorsiones  que  los  comi- 
sarios y  alguaciles  de  los  proveedores  de  mis  galeras  hazen 
de  ordinario  á  los  vasallos  y  labradores  de  esa  Andaluzía 
sobre    la  saca  del   trigo,   cebada   y  otros    bastimentos   que 


(62)     Principalmente,  las  Actas  capitulares  de  Osuna  (*). 


(*)     En  mi   trabajillo  intitulado  Cervantes  en  Andalucía  hice  relación  de  cierta  curiosa 
coutieoda  originada  por  los  abusos  de  algunos  comisarios. 


-  140  - 

son  menester  para  la  provisión  de  las  dichas  galeras,  sin  que 
se  hayan  podido  remediar,  por  muchas  diligencias  y  cas- 
tigos exemplares  que  se  han  hecho...»  (63).  Pero  ¿á  qué  más 
que  la  propia  confesión  de  Cervantes,  que  es  suya,  suyísima, 
aunque  la  hiciera  por  boca  de  aquel  arbitrista  desaforado  á 
quien  se  refiere  Berganza  en  el  Coloquio  de  los  Perros?  Eli 
dinero  equivalente  á  un  día  de  ayuno  general  en  cada  mes, 
para  desempeñar  el  tesoro  de  S.  M.,  c podríase  coger  por 
parroquias,  sin  costa  de  comisarios,  que  destruyen  la  repúbli- 
ca. >  Adviertan  ahora  los  cervantófilos  optimistas  cuan  fuera 
de  quicio  está  el  imaginar  que  á  Cervantes,  uno  de  tales  co- 
misarios, se  lo  rifarían,  vamos  al  decir,  en  la  gran  ciudad  del 
Betis,  colmándolo  de  atenciones  y  obsequios,  títulos,  canóni- 
gos y  veinticuatros,  tales  como  el  Marqués  de  Tarifa,  el  li- 
cenciado Francisco  Pacheco  y  D.  Juan  de  Arguijo. 

En  26  de  junio  de  1589  otorgó  Cervantes  una  escritura 
que  demuestra  patentemente  que  hasta  entonces  se  había  hos- 
pedado en  la  casa  de  posadas  de  Tomás  Gutiérrez  y  que  de- 
bía á  éste  favores  de  verdadero  amigo.  Por  tal  documento  (64), 
el  futuro  autor  del  Quijote,  llamándose  t criado  del  Rey  nues- 
tro señor  y  vecino  de  Esquivias»,  dio  por  libre  y  quito  al  To- 
más de  2.160  reales  que  Alonso  de  Lerma  se  había  obligado 
á  pagar  á  éste,  pero  que,  en  realidad,  los  debía  á  Cervantes  (65), 
é  igualmente  «de  todos  los  dineros  y  otras  cosas  que  me  ha- 
béis sido  deudor»,  y  manifestó  que  Gutiérrez,  aunque  tenía  por 
cobrar  los  dichos  reales,  los  había  dado  y  pagado  al  otorgante 


(63)  Archivo  de  protocolos  de  Osuna,  oficio  de  Diego  Gutiérrez,  libro  de 
1 594,  f.»  528. 

(64)  Asensio,  Nuevos  documentos...,  n.°  III. 

(65)  «...  doy  por  libre  e  quito  á  vos  el  dicho  Tomas  Gutiérrez  en  razón 
de  dos  mil  y  ciento  y  sesenta  reales  que  Alonso  de  Lerma,  vecino  desta  ciu- 
dad, se  obligó  de  os  pagar  por  escritura  que  pasó  ante  Juan  de  Veiasco,  escri- 
bano público  de  Sevilla,  la  qual  dicha  escritura  por  cierto  efeto  se  hizo  a  vues- 
tro nombre  y  realmente  á  mi  me  era  deudor  el  dicho  Alonso  de  Lerma  de  los 
dichos  dos  mil  ciento  y  sesenta  reales...»  ;Qué  cierto  efeto  podía  haber  sido 
aquél  sino  el  tener  Cervantes  algunas  deudas  y  temer  que,  estando  á  su  favor 
la  obligación  de  Lerma,  le  embargasen  aquel  crédito? 


~  141  - 

por  hacerle  buena  obra.  A  su  vez,  el  bondadoso  posadero 
dio  por  libre  y  quito  á  Cervantes  de  cuanto  hasta  allí  le  había 
debido  por  cédulas,  escrituras,  etcétera,  «j  de  la  posada  que 
os  he  dado.Tt  ¿Qué  motivaba  una  escritura  como  ésta,  que  pa- 
rece Uquidación  final  entre  dos  personas,  como  si  la  una  ó.  la 
otra  pensara  en  ausentarse  por  largo  tiempo?  Pues  lo  que  pa- 
saba era  que  en  el  propio  día  26  de  junio  de  1589,  y  en  el 
oficio  de  otro  escribano,  Cervantes,  llamándose  «residente  en 
la  collación  de  la  Magdalena,»  salía  por  fiador  de  Jerónima  de 
Alarcón,  vecina  de  la  collación  misma,  por  la  renta  de  una 
casa  sita  en  ella,  y  tomada  en  subarriendo  desde  el  primer  día 
del  dicho  mes  {^6).  Visto  es,  por  tanto,  que  Cervantes  se  había 
ido  á  vivir  á  la  casa  de  Jerónima,  porque,  en  cualquier  sentido 
esto  le  tuviese  mejor  cuenta  que  seguir  hospedándose  en  el 
mesón  de  Tomás  Gutiérrez,  con  quien  quedó,  ello  no  obs- 
tante, en  tan  amistosas  relaciones  como  demuestra  el  generoso 
pago  aludido,  de  unos  dineros  que  no  le  adeudaba,  y  alguna 
que  otra  fianza  que,  tiempo  andando,  había  de  hacer  á  favor 
de  nuestro  inmortal  novelista. 

Nada  contento  Miguel  de  Cervantes  con  su  enfadosísimo 
empleo  de  comisario  de  Antonio  de  Guevara,  estaba  á  la 
mira  de  cualquier  otro  cargo  en  que  pudiera  mejorarse,  y  por 
mayo  de  1590,  alegando  los  grandes  méritos  que  había  con- 
traído en  el  servicio  de  S.  M.,  pidió  un  oficio  en  las  Indias,  de 
tres  ó  cuatro  que  estaban  vacantes;  pero  el  Consejo  de  ellas 
decretó  oraculosamente:  «Busque  por  acá  en  que  se  le  haga 
merced»,  y  el  infelicísimo  comisario,  renunciando  á  buscar 
por  acá  lo  que  le  decían,  por  no  gustar  el  acíbar  de  un  nuevo 
desengaño,  continuó  ajetreado,  ya  de  pueblo  en  pueblo,  en 
sus  sacas  de  víveres,  ya  en  la  metrópoli  de  Andalucía,  reci- 
biendo instrucciones  para  otros  viajes.  Y  entretanto,  no  pu- 
diendo  mandar  dineros  á  su  mujer  ni  á  su  hermana  D."  Mag- 


(66)     Documentos  cervantinos,  t.  II,  n.°  XLVIII.  De  Jerónima  de  Alar- 
cón no  se  dice  si  era  soltera,  casada  ó  viuda. 


-^  142  - 

dalena,  que  residían  en  Madrid,  mandábales  poderes  amplios 
para  cobrar,  para  vender,  para  cuanto  quisiesen  ó  necesitasen. 
Tal  andaba  de  recursos  el  egregio  escritor,  que  por  los  tristes 
diez  ducados  que  montó  el  precio  de  cinco  varas  y   media  de 
raja  de  me7xla,  tomadas  para  vestirse  en  el  invierno  de  1 590  á 
1 59 1,  hubo  de  otorgar  escritura  de  obligación,  fiándole  Tomás 
Gutiérrez,  á   favor  de  Miguel  de  Caviedes  y  Compañía  {67), 
Reemplazado  Antonio  de  Guevara  por  Pedro  de  Isunza, 
antes  de  mediar  el  año  de  1591,  en  la  proveeduría  general 
de  las  galeras,   Cervantes,   al  cambiar  de   mayor  ó  caporal, 
empeoró  de  salario:  ya  no  le  pagaron  á  razón  de  doce  reales 
por  cada  día  que  se  ocupaba  en  la  saca  de  bastimentos,  sino 
á  razón  de  diez  (68).  Es,  por  tanto,    muy  de  extrañar  que, 
sin  otro  fundamento  que  el  haber  dicho  Isunza  en  una  de  sus 
cartas,  y  esto  al  defenderse  de  ciertos  cargos,  que  aquél   y 
otros  tres  sus  colegas  eran  t hombres  honrados  y    de  mucha 
confianza»  (69),  D.  Julián  Apraiz,  llamando  á  Isunza  tgrande 
amigo  de   Cervantesi,  se  haya  ufanado,    principalmente  por 
esa  cualidad  que  le  vino  en  ganas  atribuirle,  tde  haber  tenido 
la  fortuna  de  exhumarlo  de  la  tumba  del   olvido,   colocándolo 
de  hoy  más— así  lo  dice — ante  la  lumbre  de  la  Historia»  (70). 
Bien  que,  pocas  páginas  después,  reconoce  que  los  4.4CX)  rea- 
les con  que  Isunza  pagó  los  servicios  de  Cervantes  «no  nos 
dan  la  clave,  de  ninguna  manera,  de  la  devoción  y  afecto  ex- 
traordinarios del  pobre  escritor  castellano  al  acaudalado  ban- 
quero vascongado  (71).  Queden  — añade  el  dicho  autor,  que. 


(67)  Ibid.,  n.»  LVIII. 

(68)  Que  siendo  proveedor  Guevara  cobraba  1 2  reales  consta  por  varios 
documentos,  entre  otros,  dos  publicados  por  Pérez  Pastor,  Documentos  cervan- 
tinos, t.  ir,  n.™  L  y  LX);  y  que  Isunza  le  pagaba  sólo  10  pruébase  por  otras 

escrituras,   entre  ellas,   una  publicada   por  Asensio,  Nuevos  documentos 

n.o  X). 

(69)  En  su  carta  al  Rey,  fecha  en  el  Puerto  de  SanU  María  á  7  de 
enero  de  1592. 

(70)  Cervantes  vascófilo,  quinta  edición,  Vitoria,  1899,  pág.  134, 

(71)  Apraiz  induce  esta  devoción  y  este  extraordinario  afecto  del  hecho 
de  haber  pedido  Cervantes  que  Isunza  no  fuese  molestado  por  razón  de  la 


-  143  - 

como  el  herrero  de  Arganda,  él  se  lo  fuella,  y  él  se  lo  macha, 
y  él  se  lo  lleva  á  vender  á  la  plaza,— queden,  pues,  en  el 
silencio  y  en  el  olvido  los  servicios  que  éste  [Isunza]  pudo 
prestar  al  primero  [á  Cervantes]  y  bástenos  saber  que  uno  de 
los  pocos  amigos  verdaderos  con  que  contó  el  desdichado 
Adán  de  los  poetas  lo  fué  (sic)  nuestro  Pedro  de  Isunza»  (72). 
Yo,  que,  por  mi  mala  suerte,  nunca  tuve  la  de  colocar 
ante  la  lumbre  de  la  Historia  á  ninguno  de  los  protectores  de 
Cervantes,  me  daré  por  contento,  como  aquel  que  más  no 
puede,  con  arrimar  al  rescoldo  de  ella  á  Nicolás  Benito,  el 
humilde  vecino  del  Puerto  de  Santa  María  que,  como  ayudan- 
te del  Príncipe  de  los  Ingenios,  le  acompañó  en  no  pocas  de 
sus  andanzas,  y  en  los  primeros  meses  del  año  1 592  fué  por 
su  mandado  á  Teba,  de  cuyas  tercias,  que  estaban  á  cargo  de 
su  arrendador  Salvador  de  Toro,  sacó  más  de  i.ooo  fanegas 
de  trigo  y  más  de  500  de  cebada.  ¡Nicolás  Benito  sí  que  era 
amigo  de  Cervantes!  A  lo  menos,  éste  lo  fué  tanto  de  él,  que 
en  alguna  ocasión  le  prestó  dineros,  con  tenerlos  bien  esca- 
sos (73).  Fuese  ó  no  el  ayudante  Nicolás  Benito  un  sujeto  del 
mismo  nombre,  natural  de  Caudete  (diócesis  de  Orihuela),  que 
en  1576  probó  en  la  universidad  de  Alcalá  de  Henares  haber 


r 


saca  de  granos  efectuada  en  Teba,  porque  él,  y  no  Isunza  (á  quien  llamaba 
♦tan  fiel  criado  de  S.  M,»),  había  de  dar  las  cuentas  de  su  inversión  y  paradero, 
á  lo  cual  se  ofrecía  y  estaba  pronto.  ¿Qué  hay  en  todo  esto  de  extraordinario, 
de  extremado  siquiera?  ¿Qué  menos  podía  hacer  el  comisario  que  por  si,  ó  por 
medio  de  su  ayudante,  había  sacado  aquellas  especies,  que  darse  por  autor  de 
ello  y  ofrecerse  á  responder  de  sus  actos?  Ni  ¿qué  grande  alabanza  era  decir  un 
inferior  que  su  superior  era  muy  fiel  criado  del  Rey? 

{72)  Apraiz,  Ibid ,  pág.  142,  y  lo  propio,  con  las  mismas  palabras,  en  su 
otro  libro  intitulado  Zoí /ím«2oí  de  Vitoria  (Bilbao,  1897),  pág.  112. — No 
caeré  yo,  como  un  cierto  amigo  mío,  en  la  mala  tentación  de  sospechar  que  si 
el  Sr.  Apraiz,  en  vez  de  hallar  documentos  de  Isunza,  los  hubiese  hallado  de 
Guevara,  habría  hecho  á  éste,  como  hace  á  aquél,  amicisimo  de  Cervantes; 
pero  si  indicaré  mi  conjetura  de  que  el  peregrino  ingenio  no  habló  arriba  de 
seis  veces  con  Guevara  ni  con  Isunza,  señorones  que  no  eran  tan  accesibles  á 
sus  dependientes  como  le  place  imaginar  al  Sr.  Apraiz.  Con  otros  sí  hablaba  á 
menudo:  con  los  oficiales  mayores  de  aquellos  proveedores;  con  quienes,  en 
realidad  de  verdad,  lo  hacían  todo:  con  Francisco  Benito  de  Mena,  primero,  y 
con  Diego  de  Ruy  Sáenz,  después. 

(73)     Véase  Asensio,  Ntievos  documentos..-^  n.°  V. 


-  144  - 

oído  un  curso  de  Teología  (74),  es  cosa  por  mí  averiguada 
que,  avecindado  en  la  sobredicha  «ciudad  y  gran  puerto», 
casó  allí  con  María  Gabriela,  en  quien  hubo  hasta  diez 
hijos,  el  primero  de  los  cuales  fué  bautizado  ¿28  ¿c  junio 
de  1588  (75).  Dos  tenía  ya  por  la  primavera  de  1590  (76),  y 
como  las  tareíllas  en  que  se  ocupaba,  entre  otras  la  consi- 
guiente al  subarriendo  de  la  alcabala  de  la  cantarería,  más  le 
diesen  de  ayunar  que  de  comer,  y,  por  otra  parte,  fuese  hom- 
bre listo,  pintiparado  para  dicho  y  para  hecho,  pidió  y  obtuvo 
un  acomodo  en  la  proveeduría,  traspasó  el  tal  subarriendo  {jj), 
pudo,  á  cabo  de  algunos  meses,  salir  de  ayudante,  y,  con  un 
tan  buen  maestro  como  el  que  le  deparó  su  buena  suerte, 
llegó  á  ser  comisario,  como  quien  dice,  en  un  santiamén  (78). 
Buscando,  mientras,  un  ya  conocido  campo  á  su  activi- 
dad y  creyendo,  como  lo  volvió  á  creer  más  tarde,  «que  aún 


(74)  Archivo  universitario  cU  Alcalá  i^oj  en  el  Archito  Histórico  Na- 
cional), Pruebas  de  cursos  de  1573  A  1579,  f/  273  v.'". 

(75)  Archivo  parroquial  del  Puerto  de  Santa  A/aria,  libro  1 3  de  Bau- 
tismos, f.*^  197. 

(76)  Bautizado  el  segundo,  Joan,  á  28  de  janio  de  15S9  {i.^  281).  htA 
partidas  bautismales  de  los  restantes,  están:  en  el  mismo  libro  13,  f.^  382;  en 
el  14,  f."  O2  y   161;  en  el  15,  f.°'  63,  188  y  244;  en  el  16,  f.*'  169;  y  en  el 

17,  f.°25. 

(77)  Por  escritura  de  15  de  abril  de  1590,  traspasó  en  Juan  Camacbo  «las 
partes  que  tengo  de  la  renta  de  teja,  ladrillo  e  todo  el  ramo  que  se  bi(;iere  en 
los  hornos  desta  viliat,  por  el  precio  en  que  lo  tenia  arrendado  de  Gonzalo 
Rodríguez  Calero  (Archivo  de  protecolos  del  Puerto  de  Santa  Alaria,  oficio 
de  Alonso  Pérez,  f.^  297  del  libro  del  dicho  aBo). 

(78)  Sin  duda  para  servirse  de  él  en  los  viajes  k  que  le  obligaban  las  co- 
misiones, compró  á  23  de  junio  de  1593,  en  precio  de  diez  y  ocho  ducados, 
«un  caballo  quartago  de  color  castaño,  ensillado  y  enfrenado  (Archivo  de  pro- 
tocolos del  Puerto  de  Santa  Alaria,  Alonso  Pérez,  í^  785  del  libro  del 
dichoaño).— Ya  en  prensa  este  libro,  he  encontrado,  muy  sin  pretenderlo, 
otras  noticias  de  Nicolás  Benito.  Siendo  vecino  de  la  Habana  en  1619,  el 
gobernador  y  los  oñciales  reales  de  aquella  ciudad  lo  nombraron  por  tenedor 
de  los  bastimentos,  municiones  y  pertrechos  que  fueron  allá  de  EspaDa  en  la 
nao  San  Antonio  de  Padua,  para  provisión,  apresto  y  despacho  de  cuatro 
galeones  que  allí  construía  el  capitán  Alonso  Ferrera  «en  el  ínter  que  llegaua 
al  puerto  de  la  dicha  hauana  la  rreal  armada  de  la  guardia  de  las  Indias,  en 
cuya  conserua  an  de  yr  a  españa.^  Benito  se  ocupó  en  aquel  empleo  76  días, 
con  dos  ducados  de  sueldo  cada  uno.  {Archivo  general  de  Indias.^  Casa  de  la 
Contratación,  35,  6,  «'/g^. 


—  145  — 

duraban  los  siglos  donde  corrían  sus  alabanzas»  (79),  bien  que 
pocos  años  habían  pasado  desde  que  se  aplaudieron  sus 
comedias,  Cervantes,  en  5  de  septiembre  de  1592,  concertó 
con  el  autor  Rodrigo  Osorio  que  había  de  componer  para  él 
seis,  á  cincuenta  ducados,  á  condición  de  no  cobrar,  «si  ha- 
biendo representado  cada  comedia,  pareciere  que  no  es  una 
de  las  mejores  que  se  han  representado  en  España»  (80);  mas 
esta  vez,  cual  otras  muchas,  Cervantes  echó  la  cuenta  sin  la 
huéspeda:  diez  y  seis  días  después  dictaba  contra  él  sentencia 
condenatoria  el  juez  de  comisarios,  por  haber  enajenado  sin 
permiso  trescientas  fanegas  de  trigo  del  pósito  de  Écija, 
sentencia  que  le  fué  notificada  estando  ya  preso  por  tal  asunto 
en  la  villa  de  Castro  del  Río,  de  cuya  cárcel  salió  en  fiado  (81). 
¡Buena  tranquilidad  de  espíritu  tendría  Cervantes  para  planear 
y  escribir  las  tales  comedias!  Aunque  preso  en  una  cárcel,  y 
nó  disfrutando  las  delicias  de  ninguna  Capua,  engendró  años 
después  á  su  Ingenioso  Hidalgo,  para  prender  y  cautivar  en 
sus  inagotables  bellezas  á  cuantos  cayesen  en  la  deleitosa  ten- 
tación de  leerlo  y  releerlo. 

En  1594,  adoptada  otra  forma  para  la  saca  de  los  basti- 
mentos con  que  habían  de  proveerse  las  flotas  (82),  Cervantes 
habría  quedado  sin  empleo,  como  tantos  otros  comisarios,  á 
no  obtener  una  real  comisión  para  cobrar,  en  el  reino  de  Gra- 


(79)  Cervantes,  prólogo  de  sus  Comedias  y  entremeses. 

(80)  Asensio,  Nuevos  documentos  ..,  nP  IX. 

(81)  Fitzmáurice-Kelly  en  su  Lttte'rattire  Espagnole,  pág.  233  de  la 
antes  citada  traducción  francesa  hecha  por  Henry-D.  Davray  dice:  «0«  ignore 
le  re'sultat  de  ce  traite'  [del  concierto  de  Cervantes  con  Osorio],  sans  doute 
parce  que  le  j'our  méme  oú  ilfut  signe'  (ig  septembre  isgt),  Cervantes  fut, 
á  Castro  del  Rio,  condamné  ¿i  la  prison  pour  avoir,  sans  autorisation,  pro- 
cede á  des  ven  tes  de  ble'.* 

(82)  Consistía  en  repartir  «entre  algunos  señores,  ciudades  y  villas  de 
Andaluzia  que  cayesen  más  cerca  del  puerto  donde  de  ordinario  residen  las 
dichas  galeras,  la  cantidad  de  trigo  que  hubiesen  menester»,  haciendo  consig- 
nación de  ella  «para  que  recogiéndola  cada  año  al  tiempo  de  las  cosechas,  se 
tuviese  segura  la  provisión  de  pan  para  ellas  sin  que  fuese  menester  que  salie- 
sen á  ello  los  dichos  comisarios  y  alguaciles....»  Esto,  que  se  había  acordado 
en  1583,  no  había  llegado  á  efecto  por  ciertos  inconvenientes;  pero  llegó  en 
1594  (Cédula  de  Felipe  II,  dirigida  al  Duque  de  Osuna,  antes  citada). 


-  146  - 

nada,  de  lo  procedido  de  alcabalas  y  tercias,  más  de  dos 
millones  y  medio  de  maravedís.  Prestó  la  fianza  por  él  don 
Francisco  Suárez  Gaseo,  y  obligóse  también  á  las  resultas  de 
aquella  gestión  D.*  Catalina  de  Palacios,  que  en  esto  no  quiso 
dejar  de  auxiliar  á  su  marido,  y  por  agosto  del  dicho  año  se 
mandó  á  éste  ir,  con  vara  alta  de  justicia,  al  cobro  de  aquellos 
atrasos,  tarea  no  más  agradable  ni  más  honrosa,  en  el  con- 
cepto público,  que  la  de  comisario  de  los  proveedores  de 
armadas.  Terminada  á  los  pocos  meses  aquella  comisión,  desde 
el  año  de  1 595  quedó  Cervantes  en  Sevilla,  cual  decirse  suele, 
sin  oficio  ni  beneficio,  y  viviendo,  en  su  consecuencia,  pobre  y 
estrechamente,  no  se  sabe  á  punto  fijo  de  qué  linaje  de  recur- 
sos. Para  hallarlos,  muchas  puertas  había  de  ver  cerradas 
quien  cerca  de  cuatro  lustros  después  escribió  (83): 

Tuve,  tengo  y  tendré  los  pennmientos, 
Merced  al  Cielo,  que  á  tal  bien  me  iocHoa, 
De  toda  adulación  libres  y  exentos. 

Nunca  pongo  los  pies  por  do  rannina 
La  mentira,  la  fraude  y  el  engaño, 
De  la  santa  virtud  total  ruina. 

En  aquella  larga  y  triste  época  de  su  vida  debió  de  sugerirle 
su  amargura  muchos  de  los  pensamientos  que  sembró  en  Sus 
obras,  éstos  verbigracia:  cAl  desdichado  las  desdichas  le  bus- 
can y  le  hallan,  aunque  se  esconda  en  los  ültimos  rincones  de 
la  tierra»  (84).  «¡Venturoso  aquel  á  quien  el  Cielo  dio  un  pe- 
dazo de  pan,  sin  que  le  quede  obligación  de  agradecerlo  á 
otro  que  al  mismo  Cielo!»  (85).  íA  saber  cómo  y  con  qué  trazas 
trendría  que  procurárselo  aquel  opulento  de  la  gloria  y  de  la 
inmortalidad...!  Quizá,  después  de  buscar  en  vano  algiin  señor 
á  quien  servir,  porque  á  diferencia  del  Señor  del  Cielo,  los 
de  la  tierra  t para  recebir  un  criado,  primero  le  espulgan  el 
linaje,  examinan  la  habilidad,  le  marcan  la  apostura,   y   aun 


(83)  Viaje  del  Parnaso,  cap.  IV. 

(84)  Coloquio  de  los  perros  Cipión  y  Bergama. 

(85)  El  Ingenioso  Hidalgo^  parte  II,  cap.  LVIII. 


-  147  - 

quieren  saber  los  vestidos  que  tiene»  (86) — y  Cervantes,  si 
por  el  linaje  y  la  habilidad  no  tenía  pero,  tenía  más  de  uno 
en  cuanto  á  la  apostura,  manco  como  era,  y  en  cuanto  á  los 
vestidos,  tan  traídos  como  llevados,  que  usaría — después,  digo, 
de  buscar  infructuosamente  algún  acomodo,  fácil  es  que,  mien- 
tras por  haber  glosado  en  1595,  cierta  mala  redondilla  en  ala- 
banza de  San  Jacinto  y  mandado  su  composición  á  un  certamen 
de  Zaragoza,  obtenía  el  premio,  consistente  ¡qué  cruel  sarcas- 
mo! en  tres  cucharas  de  plata  (^7^^  estuviese  yendo  cada 
tarde  al  monasterio  de  San  Jerónimo  á  disfrutar  los  tiernos 
mendrugos  y  la  ración  de  frangollo  con  que  la  caridad  de 
aquellos  monjes  brindaba  á  los  infelices  necesitados,  entre 
ellos,  á  los  poetas  que  tenían  las  musas  vergonzantes,  como 
aquel  á  quien  se  refiere  Berganza  en  el  Coloquio  de  los  Perros. 
Y  ¿quién  sabe  si,  como  en  Málaga  aconteció  á  Rojas  Villan- 
drando,  no  se  remediaría  Cervantes  en  Sevilla  obteniendo 
cada  día  de  algún  fraile  «un  puchero  de  vaca  y  una  libra  de 
pan,  porque  le  escribiese  algunos  sermones?  >  (88).  Ó  puede 
que,  habiendo  poetas  para  ciegos,  <que  les  fingen  milagros  y 
van  á  la  parte  de  la  ganancia»,  hasta  á  ese  registro  acudiera 
Cervantes  en  alguna  ocasión;  porque,  como  él  dijo  años  des- 
pués en  La  Gitanilla,  «de  todo  hay  en  el  mundo,  y  esto  de  la 
hambre  \esto  escribió,  y  no  esó\  tal  vez  hace  arrojar  los  in- 
genios á  cosas  que  no  están  en  el  mapa.»  Meditando  en  tales 
desdichas  del  autor  del  Quijote,  advirtió  pocos  años  há,  des- 
pués de  enumerarlas,  un  su  admirador  fervoroso:  «¡Cuánto 
necio,  mientras,  nadaría  en  la  abundancia  en  esta  ciudad  en 
donde  el  admirable  escritor,  para  salir  de  sus  más  apremian- 
tes ahogos,  tenía  que  valerse  de  tales  trazas!»  (89). 


(86)  Coloquio  de  los  Perros. 

(87)  Relación  de  las  justas  celebradas  en  el  convenio  dé  padres  predica' 
dores  de  Zaragoza,  en  la  canonización  de  San  Jacinto,  por  Jerónimo  Martel 
(Zaragoza,  1597). 

(88)  El  Viaje  entretenido,  libro  I. 

(89)  El  Loaysa  de  *El  Celoso  extremeño,^  pág    ái. 


—  148  - 

Empero  más  grandes  sinsabores  veníanle  por  el  camino, 
y  le  llegaron  presto.  La  quiebra  del  mercader  sevillano  Simón 
Freiré  de  Lima,  había  dado  al  través  con  7.400  reales  que 
de  lo  recaudado  en  Vclez  Málaga  y  su  partido  le  había 
entregado  Miguel  de  Cervantes  para  que  él,  á  su  vez,  los  en- 
tregase en  Madrid;  y  aunque,  fK)r  haber  dado  noticia  de  tal 
hecho  á  sus  superiores,  se  mandó  á  un  juez  de  los  Grados  de 
Sevilla  que  exigiese  en  el  concurso  de  los  acreedores  de 
Freiré  la  entrega  de  aquel  dinero,  la  falta  que  de  él  tuvo 
Cervantes  infundió  alguna  desconfianza,  que  se  hizo  mayor 
por  haber  pasado  los  años  de  1595  y  1596  y  una  gran  parte 
del  1 597  sin  que  aquél  se  hubiese  presentado  á  fenecer  sus 
cuentas  y  á  pagar  lo  que  le  resultase  en  descubierto.  Requi- 
rióse al  fiador  Suárez  Gaseo  para  que  las  diese,  alegó  éste 
que  no  podía  efectuarlo  sin  estar  presente  Cervantes,  y  en- 
tonces, por  una  real  provisión  de  6  de  septiembre  de  i  597, 
se  mandó  al  Ldo.  Vallejo,  uno  de  los  jueces  de  la  Audiencia 
de  los  Grados  de  Sevilla,  que  requiriera  á  Cervantes  para  que 
prestase  fianzas  de  2.557.029  maravedís,  á  la  seguridad  de 
que  dentro  de  veinte  días  se  presentaría  en  la  corte  á  dar  la 
cuenta  con  pago;  y  no  prestándolas,  dice  la  provisión,  «le 
prendereis  y  enviareis  preso  y  á  buen  recaudo  á  la  cárcel  real 
desta  mi  corte,  á  su  costa,  adonde  se  entregará  al  alcaide 
della».  Cervantes  no  pudo  hallar  tan  crecidas  fianzas,  y  pren- 
diósele  en  la  cárcel  real  de  Sevilla  (90);  manifestó  desde  ella 
serle  imposible  prestarlas  estando  fiíéra  de  su  casa,  por  lo 
cual  y  «porque  la  cantidad  que  debía  era  muy  poca>  suplicó 
que  se  le  redujesen  á  lo  que  parecía  deber,  soltándole  de  la 
cárcel  para  acudir  á  la  corte  y  fenecer  la  dicha  cuenta;  y  á 
esta  súplica  se  accedió,  visto  que  su  descubierto  sólo  mon- 
taba dos  mil  seiscientos  cuarenta  y  un  reales,  mandándose  por 
otra  real  provisión  de  i.°  de  diciembre  del  propio  afto  que, 


(90)     Véase  D.  Martín  Fernándei  de  Navarrcte,    Vida  de  Cervantes^ 
pig.  438  de  la  edición  de  1819. 


—  149  — 

dando  Cervantes  fianzas  legas,  llanas  y  abonadas  de  ir  á  la 
corte  á  dar  su  cuenta  con  pago  dentro  del  término  de  treinta 
días,  bajo  apercibimiento  de  que  no  haciéndolo,  sus  fiadores 
pagarían  de  contado  «los  dichos  79.804  maravedís  que  pare- 
ce debe,  le  soltéis  de  la  dicha  cárcel  y  prisión  donde  está, 
para  que  pueda  hacer  lo  susodicho».  Hasta  ahora  no  se  han 
hallado  ni  la  escritura  de  fianza  á  que  acabo  de  referirme  (que 
fácil  es  que  no  pasara  ante  escribano  público,  sino  ante  algu- 
no de  la  Real  Audiencia),  ni  otra  de  las  que  llamaban  de 
obligación  de  cárcel  segura,  que,  probablemente,  se  otorgaría 
á  poco  de  ser  reducido  á  prisión  el  manco  sano  y  famoso  todo; 
mas  para  cuando  se  halle,  si  se  halla,  alguna  de  tales  obliga- 
ciones, desde  ahora  adelanto  mi  conjetura:  el  fiador  debió  de 
ser  el  generoso  excomediante  y  posadero  Tomás  Gutiérrez, 
paño  de  las  lágrimas  del  infeliz  hidalgo;  el  único  sujeto  qui- 
zás que  en  la  vasta  ciudad  del  Guadalquivir  conoció  y 
aquilató  en  toda  su  inmensa  valía  los  altísimos  méritos  del 
escritor  insigne,  aunque  entre  ellos  no  figurase  el  de  la  exce- 
siva puntualidad;  porque  es  lo  cierto  que  no  pareció  en  Ma- 
drid á  rendir  la  empecatada  cuenta.  ¿Para  qué,  hasta  que 
tuviese  con  que  pagar  su  descubierto? 

A  15  de  septiembre  de  1598,  «estando  avecindado  en  la 
collación  de  San  Isidro  (ahora  de  San  Isidoro),  compraba  á 
Jerónimo  Luís  de  Molina  once  varas  de  raja  cabellada,  fián- 
dolo  el  Ldo.  Francisco  del  Águila  por  el  pago  de  los  220 
reales  que  montaba  el  precio  (91);  y  en  4  de  noviembre  del 
mismo  año,  saliendo  por  su  fiador  Jerónimo  de  Venegas, 
procurador  en  la  real  audiencia  de  la  Casa  de  Contratación  de 
Indias,  compró  á  Pedro  de  Rivas,  bizcochero,  dos  quintales 
de  bizcocho  ordinario  (lo  que  ahora  llamamos  galleta),  á  seis 
ducados  cada  quintal  (92).  El  objeto  de  tan  rara  negociación, 


(qi)     «Archivo   de   protocolos    de   Sevilla,   escribanía  de   Rodrigo  Fer- 
nández.» 

(92)     iílbid.,  escribanía  de  Gabriel  Salmerón.» 


—  ISO- 
llevada  á  cabo  en  una  escribanía  del  barrio  de  Triana  (ofi- 
cio 23),  bien  se  columbra:  uno  de  los  días  en  que  el  inmortal 
Cervantes,  sin  tener  que  llevar  á  la  boca,  divertíase  vagando 
por  el  populoso  Arenal  de  Sevilla,  topó  con  el  patrón  de  un 
barco.  Se  conocían,  trabaron  plática  y,  sabido  que  el  tal 
patrón  quería  zarpar  pronto  y  que  aún  no  había  comprado  el 
bizcocho  que  necesitaba  para  sí  y  sus  cuatro  ó  seis  marineros, 
ocurriósele  una  idea  luminosa:  le  propuso  la  venta  de  esta 
especie  en  precio  más  bajo  del  que  corría,  y  aceptada  la 
ventajosa  proposición,  Cervantes,  que  contaba  con  el  auxilio, 
quizás  no  desinteresado,  de  Venegas,  compró  al  fiado  los  dos 
quintales  de  bizcocho,  revendiéndolos  y  cobrándolos  incon- 
tinenti, y  remediándose,  por  de  pronto,  con  los  dineros  pa- 
gados  por  el  maestre»  (93).  Con  todo,  no  siempre  eran  tan 
extremados  sus  apuros;  muestra  de  ello  que  en  10  de  febrero 
de  1 599  recibió  de  D.  Juan  de  Cervantes,  probablemente  deu- 
do suyo,  noventa  ducados  que  le  había  dado  en  préstamo  (94). 
Acaso  acaso  Cervantes  por  aquel  tiempo  se  ocupaba  en  auxi- 
liar en  trabajos  de  escritorio  á  Agustín  de  Cetina,  antiguo 
pagador  de  los  proveedores  de  las  armadas,  y  en  cuyo  exf)c- 
diente  sobre  que  se  le  tuviese  por  vecino  de  Sevilla  declaró 
á  2  de  mayo  de  1600,  llamándose  t vecino  desta  ciudad,  en 
la  collación  de  San  Nicolás»  (95). 

De  hecho  pensado  no  he  dicho  hasta  aquí  palabra  acer- 
ca de  lo  que  escribiera  Cervantes  en  los  trece  años  postreros 
del  siglo  XVI,  exceptuando  la  glosa  en  alabanza  de  San  Ja- 
cinto, cuyo  recuerdo  vino  al  caso  por  lo  muy  singular  que 
resulta  el  pretender  y  ganar  en  una  justa  poética  tres  cucha- 
ras de  plata  quien  se  habría  dado  por  contento  con  tener 
siempre  qué  comer  á  sus  horas,  aunque  hubiese  de   hacerlo 


(93)  El  Loaysa  de  *El  Celoso  Extremeño»,  págs.  20-21. 

(94)  Documentos  cervantinos,  t.  II,  n.*'  LXXII. 

(95)  Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Autógrafos.— El  Sr.  Asemtio  publi- 
có la  dicha  declaración  en  un  articulo  intitulado  Documento  para  ilustrar  la 
biografía  de  Cervantes,  reimpreso  en  su  reciente  libro  Cervantes  y  sus 
pbras,  págs.  4^1  y  siguientes, 


^___.    _  151  ^ 

con  cuchara  de  palo.  En  todo  aquel  tiempo  no  parece  que  las 
Musas  se  mostraron  con  Cervantes  más  generosas  que  los 
hombres;  pero,  pues  desde  su  mocedad  había  dado  «en  ser 
poeta,  como  si  fuese  oficio  — él  mismo  lo  decía— con  quien 
no  estuviera  vinculada  la  necesidad  del  mundo»  (96),  en 
algunas  composiciones  ejercitó  su  estro:  en  1588  ó  poco  an- 
tes escribió  un  soneto  laudatorio  para  un  libro  del  Dr.  Fran- 
cisco Díaz  (97),  á  quien  quizás  la  familia  de  Cervantes  debiese 
algunos  antiguos  favores  (98);  en  el  mismo  año  compuso  dos 
canciones  sobre  la  pérdida  de  la  armada  Invencible,  descu- 
biertas y  publicadas  ha  pocos  años  por  Serrano  y  Sanz  (99); 
en  1 596,  ó  años  atrás,  otro  soneto,  en  alabanza  del  Marqués 
de  Santa  Cruz  (100),  fijamente  en  1596  el  cáustico  soneto  A 
la  entrada  del  Duque  de  Medina  Sidonia  en  Cádiz,  después 
de  haber  saqueado  y  evacuado  aquella  ciudad  las  tropas  in- 
glesas (lOi);  en  1 597,  otro,  que  él  estimaba  por  de  los  buenos 


(96)  Entremés  de  El  Juez  de  los  Divorcios. 

(97)  Tratado  nvevameníe  impresso  de  todas  las  enfermedades  de  los 
Ríñones,  Vexiga,  y  Carnosidades  de  la  Verga,  y  Vrina....  (Madrid,  Francis- 
co Sánchez,  1588).  El  privilegio  es  de  11  de  abril  de  1587. 

(98)  Por  las  portadas  de  sus  libros  consta  que  este  médico  era  doctor  y 
maestro  por  la  universidad  de  Alcalá.  En  ella  estudiaba,  en  efecto,  al  mediar  el 
siglo  XVI,  y,  llamándose  ya  licenciado  (lo  seria  en  Artes),  firmó,  á  16  de 
mayo  de  155 1,  la  prueba  de  un  curso  in  sahíberrima  medicincB  facúltate  de 
Pedro  Diez,  natural  del  Toboso  (Archivo  universitario  de  Alcalá,  hoy  en  el 
Archivo  Histórico  Nacional,  Pruebas  de  cursos  de  1540  á  1555,  f.°  Soo)- 
Probablemente,  en  aquella  sazón  haría  conocimiento  y  trato  con  el  humilde 
zurujano  Rodrigo  de  Cervantes,  ¡y  á  saber  si  de  la  protección  que  entonces  le 
dispensara  no  provendría  el  escribir  Miguel  su  soneto,  treinta  y  seis  aflos  más 
tarde!... 

(99)  En  el  Homenaje  d  Menéndez  y  Pelayo,  tomo  I. 

(100)  Comentario  en  breve  compendio  de  Disciplina  militar,  en  que  se 
escribe  la  jornada  de  las  islas  de  los  azores...  por  el  Ldo.  Cristóbal  Mosquera 
de  Figueroa.  Aunque  la  impresión  es  de  1596  (Madrid,  Luís  Sánchez),  téngase 
en  cuenta  que  las  aprobaciones  son  de  1591  y  1592. 

(10 i)  Encontró  este  soneto  en  un  códice  de  la  Biblioteca  Real  D.  Juan 
Antonio  Pellicer  y  lo  sacó  á  luz  en  su  Ensayo  de  una  Biblioteca  de  Traduc- 
tores españoles  (Madrid,  1778),  reimprimiéndolo  en  su  Vida  de  Cervantes.  Si 
por  esta  composición  (que  también  reprodujo  Rodríguez  Marín,  en  la  página 
1 28  de  El  Loaysa  de  *El  Celoso  extremeño*)  pudiera  dirigirse  algún  cargo  á 
Cervantes,  calificándolo  de  mordaz,  no  parece  sino  que,  muchos  años  después, 
en  el  Persiles  (libro  I,  cap.  XVI),  buscó  él  su  defensa  en  aquellas  palabras 
del  maldiciente  Clodio;   «Si  todos  log  sepoyes  se  ocupasen  en  ^ace;:  buen^g 


_  lop  - 

que  había  hecho  en  su  vida,  A  la  muerte  de  Femando  de 
Herrera,  ocurrida  aquel  año  (102);  y  á  fines  de  1598,  su  cele- 
bérrimo soneto  Al  Túmido  de  Felipe  II  en  Sevilla,  compues- 
to en  burla,  no  del  túmulo  mismo,  sino  de  los  valentones 
sevillanos  (103),  y  del  cual  todavía  se  puede  dar  una  lección 


obras,  no  habría  quien  se  ocupase  en  decir  mal  dellos;  pero  ¿por  qué  ba  de 
esperar  el  que  obra  mal  que  digan  bien  del?» 

(102)  Este  soneto  fué  publicado  en  su  Vida  dé  Cervantes  por  D.  Martin 
Fernández  de  Navarrete  (pág.  447  de  la  edición  de  1819). 

(103)  Apartóme  en  esto  de  lo  que  expuso  D.  Mariano  Pardo  de  Figneroa 
en  su  Carta  bibliográfica  del  Dr.  E.  W.  Tlubusscm  á  D.  FranciSiO  de  B.  l'a- 
lomo  sobre  la  Descripción  del  túmulo  y  exequias  del  rey  D.  J'elipr  II,  que 
ha  publicado  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Andaluces  (Sevilla,  Izquierdo,  1869, 
13  págs.  en  8.°).  Para  el  Dr.  Tbebussem,  Cervantes  no  elogió  de  buena  fe 
«la  maquina  insigne,  la  belleza  de  aquel  monumento  de  lienzo,  pasta,  pape- 
lón, y  madera,  con  dorados,  colorines,  luces  y  garambainas*.  Y  pregunta  al  doc- 
to prologuista  del  librito  de  Collado:  r¿Podia  haber  espanto  pra  Cervantes 
en  \3l  grandeza  y  relumbrón  teatral  del  túmulo  de  Felipe  II?...  Yo  creo,  scfior 
don  Francisco,  que  Cervantes,  y  V.,  y  todos  los  que  tengan  sentimientos  deli- 
cados, guardan  su  entusiasmo  para  las  gallardas  columnas,  para  las  esbeltas 
bóvedas,  para  las  admirables  labores  de  esa  Catedral,  émula,  si  no  superior,  á 
las  de  Strasbourg  y  de  Colonia.  Los  soldados  y  los  valentones  se  embobarán 
ante  el  almazarrón  y  la  hojarasca,  y  V.  reservar!  su  aplauso  para  la  oscuridad 
de  las  piedras  y  para  la  elegancia  del  dovelaje....*  ¡Y  llama  almazarrón  y  hoja- 
rasca á  las  pinturas  y  á  las  esculturas  de  tos  mejores  artistas  de  aquel  tiempo! 
¡Para  embobar  á  soldados  y  valentones  modeló  Martínez  Montaflés,  el  insupe* 
rado  Martínez  Montaflés,  aquellas  majestuosas  figuras  de  Sevilla,  la  Lealtad, 
la  Oración,  la  Paz,  la  Verdad,  y  otras,  hasta  diez  y  nueve!...  ¡Almazarrón  y 
hojarasca  merecen  llamarse  las  pinturas  de  Vasco  Pereira  y  Francisco  Pacheco, 
entre  las  cuales  figuraban,  admirablemente  representadas,  «en  dos  historias  dis- 
tintas», la  batalla  y  la  victoria  naval  de  Lepanto...!  ¡Cervantes  burlándose  de 
pinturas  que  celebraban  aquella  ocasión,  según  él,  la  más  alta  que  vieron  los 
siglos...!  Si  alguna  vez  dormitó  Homero,  con  ser  quien  era,  ¿qué  mucho  que 
alguna  vez  haya  dormitado  el  Dr.  Thebussem?  De  lo  que  Cervnntes  se  burló 
donosisimamente  fué  de  los  valentones  y  escupejumos  sevillanos,  retratados  á 
las  maravillas  en  el  último  terceto  y  en  el  estrambote  de  la  celebérrima  compo- 
sición. A  Cervantes,  valiente  tan  de  veras,  como  demostró  en  Lepanto  y  en 
Argel,  no  podían  menos  de  hacer  mucha  gracia  las  baladronadas,  los  ñeros,  los 
desplantes  de  este  hombre,  y  de  aquel  hombre,  y  del  hombre  de  más  allá,  y 
de  tanto  hombre  como  hombreaba  en  Sevilla,  amagando  con  hacer  y  acontecer 
y  con  comerse  los  niños  crudos.  Contra  esta  ridicula  fanfarria  fué  el  soneto 
cervantino.  Un  soldado,  Cervantes  mismo,  que  siempre  se  honró  vistiendo 
como  soldado,  dice  del  túmulo  al  salir  de  la  Catedral  lo  que  le  hace  exclamar  su 
admiración  y  duélese  de  que  no  dure  un  siglo  aquel  efímero  portento  de  las 
artes,  aquella  máquina  insigne  á  que  todas  ellas  llevaron  sus  nobles  primores. 
Oyendo  tan  calurosas  alabanzas  un  valentón  al  uso,  asiente,  pero  como  si  disin- 
tiera; pues,  desmintiendo  desde  entonces  (¡buen  madrugador!)  á  quien  pensara 
en  decir  lo  contrario,  encárase,  fosca  la  vista,  con  el  imaginado  sujeto,  cual  si  le 


-  153  — 

inédita,  muy  estimable,  sobre  las  cuatro  que  juntó  el  dili- 
gente y  discretísimo  historiógrafo  de  las  Riadas  de  Sevilla^ 
D.  Francisco  de  Borja  Palomo  (104).  Todavía  dedicó  Cervantes 


tuviese  delante,  y,  calando  el  chapeo  para  hacer  más  airoso  y  bravo  el  ademán, 
requiere  la  espada,  esto  es,  empúñala  y  aun  saca  hasta  dos  ó  tres  dedos  de  la 
hoja,  y,  mirando  de  través  con  gesto  avinagrado,  vase,  como  quien  desdeñosa- 
mente acaba  de  perdonar  la  vida  á  media  docena  de  gigantes  que  se  lo  han 
rogado  con  lágrimas  y  de  hinojos.  Esto  es  lo  que  á  mi  ver,  y  salvo  meliort, 
signiñca  el  popularisimo  soneto  de  Cervantes  (*). 

(104)  En  el  prólogo  que  puso  á  la  Descripción  del  Tiímulo  y  relación 
de  las  exequias  que  hizo  la  ciudad  de  Sevilla  en  la  muerte  del  rey  Don  Feli- 
pe Segundo,  por  el  licenciado  Francisco  Jerónimo  Collado  (Sevilla,  Geofrín, 
1869).  Tales  cuatro  lecciones  son:  i.'  La  que  nos  ha  conservado  Francisco  Ari- 
ño  en  los  Sucesos  de  Sevilla  desde  I5g2  á  1604  (Sevilla,  Tarascó,  1873),  y  por 
los  cuales  sabemos  que  en  29  de  diciembre  de  1598,  estando  él  en  la  Santa 
Iglesia,  Cervantes  (á  quien  no  nombra  por  su  apellido,  sino  por  un  poeta  fan- 
farrón) dijo  su  otava  (que  asi  la  llama  Ariño)  «sobre  la  grandeza  del  túmolo.» 
2.'  La  que  publicó  Salva  en  su  Gramática,  edición  de  París,  1835,  según  cier- 
to códice  que  había  poseído,  y  en  el  cual,  parece,  estaba  de  letra  de  Cervantes. 
3.*  La  publicada  por  Alfay  en  la  antología  intitulada  Poesías  varias  de  gran- 
des ingenios  españoles  (Zaragoza,  Juan  de  Ibar,  1654).  Y  4.'  La  que  en  1852 
publicó  D.  José  Velasco  Dueñas,  tomándola  de  un  códice  de  la  Biblioteca  de 
S.  M  ,  en  el  folleto  que  acompañó  al  facsímile  que  hizo  de  la  partida  de  bau- 
tismo de  Cervantes.  En  un  cartapacio  sevillano  de  varias  letras  (siglo  XVII) 
que  perteneció  al  mismo  Sr.  Palomo,  como  otros  muchos  papeles  curiosos  que 
rae  han  franqueado  mis  queridos  amigos  D.  Luis  y  D.  Antonio,  sus  hijos,  ha- 
llé entre  noventa  y  tres  sonetos  de  diversos  autores,  rara  vez  nombrados,  esta 
otra  lección  del  soneto  que  tenía  Cervantes  «por  honra  principal  de  sus  escri- 
tos.» Modernizaré  la  ortografía  y  subrayaré  tan  sólo  aquéllo  en  que  el  texto  se 
aparta  de  las  cuatro  antedichas  lecciones: 

«;Voto  á  Dios,  que  me  espanta  esta  braveza 

Y  que  diera  un  doblón  por  descrebilla! 
Porque  <á  quién  no  suspende  y  maravilla 
Esta  máquina  insigne,  esta  grandeza! 

•  Por  Jesucristo  vivo,  cada  pieza 
Vale  más  que  un  millón,  y  que  es  mancilla 
Que  esto  no  dure  un  siglo,  ¡oh  gran  Sevilla, 
Roma  triunfante  en  ánimo  y  riqueza! 

«Apostaré  que  el  ánima  del  muerto. 
Por  gozar  de  este  sitio,  hoy  ha  dejado 
La  gloria,  donde  habita  eternamente.» 

Esto  oyó  un  valentón  y  dijo:  «Es  cierto 
Lo  que  dice  iuasé,  mi  so  soldado, 

Y  quien  dijere  lo  contrario,  miente.» 
Y  luego  encontinente 

Caló  el  chapeo,  requirió  la  espada, 
Miró  al  soslayo,  fuese,  y  no  hubo  nada. 


(*)  Sobre  este  asunto  y  aprovechándome  de  lo  dicho  en  esta  nota  y  en  la  siguiente, 
escribí  algunos  meses  há  un  artículo  que  intitulé  Unajoyita  de  Cervantes,  y  que  vio  la  lur,  á 
la  par,  en  Sevilla  y  en  Barcelona,  en  El  Noticiero  Sevillano  y  El  Noticiero  Universal,  mime- 
ros  del  día  8  de  mayo. 

II 


-  154  - 

otro  soneto  y  unas  coplas  reales  á  la  memoria  de  aquel  dis- 
cutido rey  (105).  Pensar  que  á  tan  poco  se  redujera  la  labor 
literaria  cervantina  en  tantos  años,  en  los  seis  últimos  de  los 
cuales  aquél  estuvo,  á  su  pesar,  muy  ocioso,  paréceme  des-. 
acertado.  Algo  y  aun  mucho  más  hubo  de  escribir  entonces, 
así  de  lo  que  se  ha  perdido  como  de  lo  que  conocemos;  á 
aquel  tiempo  se  remonta,  indudablemente,  la  composición  de 


(105)  Obra  decollado  antes  citada,  págs.  21;  y  318.  Los  Sres.  lUrtzen- 
busch,  Asensio  y  Pardo  de  Figueroa  creyeron  de  Cervantes  el  soneto,  aunque 
en  la  obra  de  Collado  no  tiene  el  nombre  del  autor,  y  asimismo  lo  cree  el  seHor 
Fitzmaurice-Kelly.  Como  quiera  que  ninguna  de  entrambas  composiciones  está 
incluida  en  las  colecciones  de  pocsias  sueltas  de  Cervantes  y  el  librito  de  Co- 
liado  escasea  mucho,  00  holgará  el  copiar  aqui  tales  piececitas.  Dice  la 
primera: 

Va  que  te  ha  llegado  el  día, 
Gran  Rey,  de  tus  alabanzas, 
De  la  humilde  mu5a  iiiia 
Escucha  entre  las  que  alcannu 
l,ai  llorosas  que  te  envía; 
Que,  puesto  que  ya  camloaa 
Pisando  las  perlas  finas 
En  las  aulas  soberanas, 
Tal  vez  palabras  humanas 
Oyen  orejas  divinas. 
,  (Por  dónde  comenzara 
A  exagerar  tus  blasones, 
Después  que  te  llamarú 
Padre  de  las  Religiones 

V  defensor  de  la  Fe? 

Sin  duda  habré  de  llamarte 
2  Nuevo  y  pacífico  Marte, 

Pues  en  sosiego  venciste 
Lo  más  de  cuanto  quisiste 

V  es  mucha  la  menor  parte. 
Tembló  el  cita  en  el  Oriente, 

El  bárbaro  al  Mediodía, 
El  luterano  al  Poniente, 

V  en  la  tierra  siempre  fría 
Temió  la  indómita  gente. 
Arauco  vio  tus  banderas 
Vencedoras,  y  las  fieras 

( )ndas  del  sangriento  Egeo 
Te  dieron,  como  en  trofeo. 
Las  otomanas  banderas. 

Las  virtudes  en  su  punto 
Kn  tu  pecho  se  hallaron, 

V  el  poder  y  el  saber  junto, 

V  jamás  no  te  dejaron. 
Aun  casi  el  cuerpo  difunto. 

V  lo  que  más  tu  valor 
Sube  al  extremo  mayor 

Es  que  fuiste,  cual  se  advierte, 
Bueno  en  vida,  bueno  en  muerte, 

V  bueno  en  tu  sucesor. 
Esta  memoria  nos  dejas 

Que  es  la  que  el  bueno  cudicia; 
Que,  amigables  y  sin  quejas, 
Misericordia  y  justicia 


-  155  - 

algunas  de  sus  Novelas  ejemplares  y,  cuando  menos,  el  pri- 
mer borrón  de  su  comedia  El  Rufián  dichoso  y  del  entremés 
áe.  El  Rufián  viudo,  que  claro  se  ve  ser  obras  escritas,  ó  es- 
bozadas siquiera,  en  contacto  muy  inmediato  con  los  mode- 
los vivos,  los  cuales  son  auténticos  á  todas  luces,  es  decir:  de 
la  picaresca  genuínamente  sevillana. 

,  Por  lósanos  de  1598  y  siguientes  debió   de  haber  en 
Sevilla  una  como  academia  literaria,  además  de  la  del  pintor 


Corrieron  en  ti  parejas. 
Como  la  llana  humildad 
Al  par  de  la  majestad, 
Tan  sin  discrepar  un  tilde, 
Que  fuiste  el  rey  más  humilde 
Y  de  mayor  gravedad. 

Quedar  las  arcas  vacías 
Donde  se  encerraba  el  oro 
Que  dicen  que  recogías 
Nos  muestra  que  tu  tesoro 
En  el  Cielo  lo  escondías. 
Desde  ahora  en  los  serenos 
Elíseos  campos  amenos 
Para  siempre  gozarás, 
Sin  poder  desear  más 
Ni  contentarte  con  menos. 

El  soneto  que  sigue  á  estas  coplas  reales  en  el  librito  de  Collado  es  este 
otro. — Puntúo  los  tercetos  como  el  Sr.  Palomo: 

Ocupa  breve  término  de  tierra 
La  majestad  del  gran  Filipo  Hispano; 
Ayer  poco  era  el  mundo  al  sobrehumano 
Poder  que  hoy  tan  poco  espacio  encierra. 

Vivió,  buscando  paz,  contino  en  guerra; 
Mtjrió  para  vivir;  tuvo  en  su  mano  . 

El  freno  del  vicioso  luterano, 

Y  al  común  enemigo  el  brío  atierra. 

Fué  en  las  naciones  confusión  y  espanto. 
Desde  el  primero  clima  hasta  el  postrero, 

Y  al  fin  dejó  de  ser:  felice  y  santo. 

Su  fama,  el  alma,  el  cuerpo,  el  celo,  el  nombre, 
Al  mundo,  al  cielo,  al  suelo,  á  su  heredero. 

En  la  copia  más  moderna  de  las  que  vio  el  Sr.  Palomo  decia  una  nota: 
«Falta  el  último  verso  en  el  libro  de  donde  éste  se  copió.»  El  Sr.  Asensio,  en 
carta  dirigida  á  D.  Mariano  Pardo  de  Figueroa  y  publicada  en  el  Museo  Uni- 
versal de  22  de  junio  de  1868,  dijo:  «A  primera  vista,  parece  que  falta  un 
verso  del  ú^timo  terceto;  pero  estudiando  mejor,  encontramos  el  cqnsonante, 
nombre,  que  no  se  relaciona  con  los  del  terceto  que  se  conserva,  y  viendo  des- 
pués el  concepto  de  esos  dos  versos  postreros,  parece  que  debieron  ser  estrant' 
lote  y  que  el  copiante  saltó  un  terceto  entero,  dejando  manco  y  truncado  el 
soneto».  No  pasó  tal  cosa,  á  mi  entender,  ni  hubo  jamás  el  soñado  estrambote, 
ni  menos  falta  del  todo  terceto  alguno.  Lo  que  falta  es  el  verso  segundo  del 
primer  terceto,  y  asi  quedan  ambos  rimados  como  de  ordinario  los  rimaba  Cer- 
vantes: cde,  cde. 


—  156  — 

Pacheco  y  de  la  del  veinticuatro  Arguijo,  compuesta  de  in- 
genios más  maleantes  que  los  que  en  entrambas  asistían. 
Como  academia  dije,  por  no  llamarla  ni  academia  redonda- 
mente, ni  corrillo  poético:  por  la  pinta,  era  menos  que  lo  uno 
y  más  que  lo  otro.  Sus  afiliados,  que  quizá  se  juntaban  por 
las  tardes  de  la  primavera  y  por  las  noches  del  estío  bajo  la 
inmensa  bóveda  azul,  y  entre  los  cuales  paréceme  que  se  con- 
tarían, amén  del  buen  viejo  Pamones,  cuyos  deben  de  ser  al- 
gunos  sonetos  un  es  no  es  disparatados,  con  los  consonantes 
esdrújulos  (io6),  Juan  de  Ochoa  (107),  Juan  López  del  Va- 


(106)  Por  ejemplo,  el  siguiente,  inédito,  i  la  Marquesa  de  Denia,  cuando, 
durante  su  estancia  en  Sevilla  (1599).  d>6  u»  «"«y  g'n'»^  Santiago  en  10.000 
escudos  de  oro,  ó,  por  decirlo  más  claro  para  hoy,  acordó  la  Ciudad  obse- 
quiarla con  esa  enorme  cantidad  de  dinero: 

Vil  escuadrón  mordaz,  chusma  i>o^ica, 
Desnuda  de  virtudes,  de  hambre  pálida, 
Raza  inútil,  ni  frígida  ni  cálida, 
Mengua  de  la  gentil  provincia  b^ica, 

<Qué  altivez  vana,  qué  pasión  frenética, 
[Qué  odio  necio  te  empuja,  turba  eacuáHdit,]  (*) 
A  murmurar  de  la  privanza  válida, 
Contra  toda  opinión,  con  firma  de  ética? 
•;  Callad,  oid,  tened,  parad:  no  es  licito 

Profanar  la  soleoe  fiesta  pública 
Con  tanta  mnfa  y  sátira  diabólica. 

Empéñese  el  Cabildo;  ande  solicito; 
Pagúelo  el  pueblo;  caiga  la  República, 
V  no  esté  la  de  Denia  melancólica. 

De  este  poeta  Pamones,  de  quien  se  sabia  harto  poco,  dio  algunas  noticias  Ro- 
dríguez Marín,  en  las  págs.  332-333  de  su  estudio  acerca  de  Luis  Barahona  de 
Soto. 

(107)  El  celebrado  por  Cervantes  en  primer  lugar  (qoe  es  cosa  bien  sig- 
niñcativa)  en  su  Viaje  del  Parnaso: 

Miré  la  lista  y  vi  que  era  el  primero 
El  licenciado  Juan  de  Ochoa,  amigo 
Por  poeta  y  cristiano  verdadero. 

Según  D.  Aureliano  Fernández-Guerra,  este  poeta  es,  y  yo  asi  lo  creo,  el  Juan 
de  Ochoa  Ibáfiez  que  asistió  con  otros  en  la  ñesta  de  San  Juan  de  Alfaracbe 
{1606).  No  debe  confundírsele  con  Juan  de  Ochoa  de  la  Salde,  autor  de  la  Ca- 
rolea.  Como  autor  dramático  lo  elogian  Rojas  Villandrando,  en  su  Viaje  entre- 
tenido,  y  Fabio  Franchi  en  su  Ragguaglio  di  Parnasso.  Pues  se  conocen  muy 
contadas  composiciones  de  Juan  de  Ochoa,  copiaré  un  soneto  que  escribió  en 
1598,  cuando  se  prohibieron  en  toda  España  las  representaciones  teatrales;  por 


(*)  En  el  mencionado  cartapacio  que  perteneció  al  Sr.  Palomo  falta  este  verso,  quiero 
decir,  el  que  había  en  su  lugar,  porque  éste  lo  he  hilvanado  yo,  poniéndome,  así,  á  colaborar 
gon  Pamones  al  través  de  trescientos  seis  años. 


lie  (i 08),  Alonso  Álvarez  de  Soria  (109)  y  Luís  Vélez  de 
Guevara  (no),  pasaban  el  rato,  ora  charlando  alegremente 
de  omni  re  scibili,  ora  leyendo  cada  cual  lo  que  de  antemano 
se  le  había  encargado  que  compusiera,  ó  ya,  en  fin,  celebran- 


él  se  echará  de  ver  cuan  suelta  y  bizarramente  escribía  (Colección  de  sonetos 
del  antes  citado  códice  del  Sr.  Palomo,  n.°  43): 

JUAN  DE  OCHOA,  CUANDO  QUITARON 
LAS  COMEDIAS  EN  SEVILLA 


Poetas  graduados  en  sonetos, 
Los  que  coméis  las  puntas  de  los  guantes 
Buscando  por  la  calle  consonantes 

V  á  sólo  el  consonante  estáis  sujetos; 

Los  que,  por  parecer  hombres  discretos, 
Habláis  latín  delante  de  ignorantes, 

Y  de  un  librillo  alivio  de  viandantes  (*) 
Hurtáis  los  dichos  y  sacáis  conectes, 

Si,  como  puede,  Dios  no  lo  remedia, 
Presto  veremos  todos  aquel  día 
En  que  representéis  vuestra  tragedia. 

Indicios  hay  bastantes,  y,  á  fe  mía, 
Que,  pues  ayer  quitaron  la  comedia, 
Mañana  han  de  quitaros  la  poesía. 

(108)  De  Juan  López  del  Valle,  también  mencionado  por  Cervantes  en  el 
Viaje  del  Parnaso,  no  supo  D.  Cayetano  A.  de  la  Barrera,  ilustrador  de  esta 
obra,  sino  que  llamándose  contador  escribió  un  soneto  laudatorio  para  las  Flo- 
res de  poetas  ilustres  colegidas  por  Pedro  Espinosa  (Valladolid,  1605).  Ló- 
pez del  Valle  habla  casado  en  Sevilla  con  D."  María  de  Caviedes,  hija  de  Mi- 
guel de  Caviedes,  rico  mercader  de  paños,  precisamente  el  que  fió  unas  varas 
de  raja  á  Cervantes  en  noviembre  de  1590  (Pérez  Pastor,  Documentos  cervan- 
tinos, t.  II,  n.°  LVIII).  Por  marzo  de  1601  habla  formado  compañía  con  su 
suegro.  Probablemente,  muerto  Caviedes  poco  tiempo  después,  López  del  Va- 
lle dejaría  su  tráfico  para  entrar  de  contador,  quizás  en  la  casa  del  Duque  de 
Béjar,  que  tenia  mucha  hacienda  en  Sevilla,  De  López  del  Valle  pudo  citar 
Barrera  algunos  otros  escritos,  verbigracia:  un  soneto  laudatorio  en  la  ConquiS' 
ta  de  la  Betica,  de  Juan  de  la  Cueva  (Sevilla,  Francisco  Pérez,  1603);  un  elo- 
gio en  el  San  Antonio  de  Padua,  de  Mateo  Alemán  (Sevilla,  Clemente  Hidalgo, 
1604);  otro  soneto  encomiástico  en  el  libro  Divina  poesía  y  varios  conceptos  d 
las  fiestas  principales  del  Año...,  por  el  licenciado  Juan  de  Luque  (Lisboa,  Juan 
de  Lira,  1608);  y  otro,  en  fin,  en  la  obra  de  Alonso  Díaz  intitulada  Historia 
de  Nvestra  Señora  de  Agvas  Santas  (Sevilla,  Matías  Clavijo,  1611).  Además, 
en  la  Biblioteca  Nacional  de  París  hay  un  discurso  suyo,  escrito  siendo  secre- 
tario del  Marqués  de  Priego  (Morel-Falio,  Manuscritos  españoles...,  pág.  242). 

(109)  Nada  he  de  decir  de  Alonso  Alvarez  de  Soria,  cuya  biografía  ocupa 
toda  la  segunda  parte  de  El  Loaysa  de  tEl  Celoso  extremeño*. 

(i  10)  Luego  que  Luís  Vélez  de  Guevara  (Vélez  de  Santander  se  llamaba 
entonces)  se  graduó  de  bachiller  en  artes  en  la  universidad  de  Osuna,  á  3  de 
julio  de    1596,  trasladóse  á  Sevilla,  en  donde  sirvió  como  paje  al  cardenal 


(*)      Parece  aludir  al  Sobremesa  y  Alivio  de  Caminantes,  de  Juan  d«  TímonedA. 


-  158  - 

do  ustas  poéticas,  de  ordinario,  festivas  y  aun  satíricas,  acer- 
ca de  los  sucesos  recientes  que  más  se  prestaban  á  tales  des- 
enfados, tal  cual  vez  harto  justicieros.  Si  á  alguna  junta  ó 
asociación  de  poetas  concurrió  Cervantes  mientras  estuvo  en 
Sevilla,  hubo  de  ser  á  ésta,  y  no  como  supuso  el  Sr.  Asensio, 
á  la  del  pintor  Francisco  Pacheco,  harto  aristocrática,  que  di- 
ríamos hoy,  para  dar  lugar  al  que  se  llamó  á  sí  mismo,  por 
boca  de  Mercurio,  Adán  de  los  poetas  (i  1 1).  Para  que  el  docto 
cervantista  hispalense  cayera  en  la  cuenta,  habrfale  bastado 
con  fijar  la  atención  en  que,  teniéndose  Pacheco  por  muy 
vate,  Cervantes  no  lo  nombró  para  nada  en  el  Viaje  del 
Parnaso,  cosa  que,  de  seguro,  no  habría  acaecido  á  deberle  las 
atenciones  y  el  retrato  que  imaginaba  el  Sr.  Asensio.  Véase 
cómo  de  Jáuregui  no  hizo  caso  omiso. 

De  la  mencionada  academia,  que  me  aventuraré  á  llamar 
de  Ochoa,  por  darle  algún  nombre  que  la  distinga  de  las  de- 
más, hubo  de  salir  en  1 599  aquella  nube  de  sonetos  sobre  la 
llegada  á  Sevilla  de  la  Marquesa  de  Denia,  mujer  del  privado 
de  Felipe  III,  y  sobre  las  prodigalidades  con  que,  á  costa  de 
la  Ciudad,  la  aduló  y  regaló  servilmente  con  diez  mil  escudos 
el  Cabildo,  y  hasta  bien  pudiera  ser  de  Cervantes  alguna  de 
tales  obritas  (112);  de  la  propia  academia,  en  tales  y  cuales 


arzobispo  D.  Rodrigo  de  Castro,  á  quien  acompañó  en  la  célebre  jomada  que 
hizo  á  Valencia  para  asistir  en  las  bodas  de  Felipe  III.  V'éiez  de  Guevara  es- 
cribió un  opúsculo  boy  desconocido  sobre  tales  bodas,  segán  indicación  de  don 
Nicolás  Antonio.  £1  ilustre  autor  de  El  Diablo  Cojuelo  debió  de  permanecer 
en  Sevilla  hasta  el  año  de  1600,  en  que  falleció  el  dicho  prelado. 

(i  II)  El  Sr.  Asensio  (Pruebas  que  demuestran  la  autenticidad  del  rí' 
trato  verdadero  de  Miguel  de  Cervantes  Saavedra....,  al  fin  de  los  Nuevos 
documentos....,  Sevilla,  Geofrin,  1864)  deleitábase  en  fantasear  en  el  taller  d« 
Pacheco,  por  el  otoño  de  1592,  una  escena  tan  inverosímil  como  interesante. 
Baltasar  del  Alcázar,  sentado  en  un  sillón,  recita  sus  alegres  redondillas  acerca  de 
la  bella  Inés,  el  jamón  y  las  berenjenas,  ante  un  auditorio  de  que  forman  parte 
los  famosos  predicadores  Fr.  Fernando  de  Santiago,  y  Fr.  Pedro  de  Valderra- 
ma,  el  notable  pintor  Pablo  de  Céspedes,  Rodrigo  Caro  y  Fernando  de  He- 
rrera el  divino.  Pacheco,  entretanto,  sentado  junto  á  una  ventana,  traza  el 
perfil  de  up  hombre:  de  Cervantes,  que  narra  sus  proezas  de  Argel.»;^  ¡Ben  tro- 
vato! 

(112)     Véase  El  Loaysa  de  %.El  Celoso  extremeño*,  pág.  23,  y  especial- 


-  150  - 

fiestas  religiosas,  ciertos  otros  sonetos  á  la  Virgen  María  y  á 
la  Santa  Cruz  (113),  y  de  la  misma  alegre  tropa  de  soneteado- 
res,  cuando  Lope  de  Vega  á  fines  del  año  1600,  ó  á  principios 
del  siguiente,  pasó  en  Sevilla  una  larga  temporada,  salieron 
asimismo  algunas  mordacidades  que  maldita  la  gracia  que  hu- 
bieron de  hacer  al  desenfadado  amante  de  Camila  Lucinda; 
Conocíase  hasta  ahora  uno  solo  de  estos  sonetos,  que  encontró 
en  cierto  códice  el  mencionado  Sr.  Asensio  y  publicó  don 
Cayetano  A.  de  la  Barrera  en  \d, Nueva  dio^-raféa áeLop^  {i  14); 
mas  de  aquella  estancia  del  gran  dramaturgo  en  Sevilla  he 
encontrado  yo  otro  soneto  no  menos  interesante  que  el  ante- 
dicho. Helo  aquí  (115): 

Después  que  viste  Amor  jubón  de  raso,  ..   . 

Valón  de  gorgolán  y  terciopelo 
Ha  caido  de  arriba  el  dios  de  Délo 

Y  el  Interés  se  c...  en  el  Parnaso.  '  » 
Boscán,  Petrarca,  Ariosto,  Arcila,  el  Taso, 

Comen  por  artificio  de  Janelo,  ' 

Y  empeña  en  un  bodego  el  herreruelo  ' 
Por  dos  postas.de  vaca  Garcilaso. 


mente,  en  la  misma,  la  nota  37.  A  los  siete  sonetos  que  sacó  á  luz  el  Br.  Fran- 
cisco de  Osuna  en  sus  Comentarios  en  verso  escritos  en  isgg  para  ttn  libro 
en  prosa  que  se  había  de  publicar  en  i8g6  pueden  añadirse  otros  tres  que  en- 
cuentro en  el  citado  códice  de  la  librería  del  Sr.  Palomo,  el  uno,  el  que  poco  há 
inserté  en  una  nota,  al  tratar  del  buen  Paraones;  otro,  que  por  malo  y  soso  no 
merece  salir  á  luz,  y  el  último,  este  que  ahora  copio,  cuyo  autor,  como  buen 
andaluz,  no  distinguía  entre  zetas  y  eses: 

Salió  el  dorado  sol  con  más  presteza 
Que  la  que  suele,  el  campo  matizando, 
Con  su  alegre  semblante  muestra  dando 
Del  aparato  que  Sevilla  empieza. 

Apercíbese  Marte  en  esta  empresa,  . 

Sus  bélicos  furores  pertrechando, 

I, as  bellas  calles  Flora  aderezando,  r 

y  alegre  el  vulgo  espera  á  la  Marquesa. 

Despachó  sus  Mercurios  por  la  posta 
El  Senado  consulto  de  Sevilla, 
Con  largos  parabienes  acordados. 

Y  al  recebirla  se  hizo  tanta  costa 
Como  si  fuera  otava  maravilla; 
Y  todo  vino  á  ser  cuatro  criados; 

Dos  lacayos  prestados;  •> 

Un  coche,  y  una  dueña  en  su  estribera;  - 

Dos  doncellas  en  paño;  una  litera. 

(113)  /¿/í/.,  sonetos  12-15  y  77-78. 

(114)  Está  reproducido  en  El  Loaysa  de  iEl  Celoso  exlremeflú*,  pág.  162. 

(115)  Códice  de  Palomo,  soneto  n."  30. 


-  160- 

Pegaso  lleva  haldas  al  molino 
Y  aquellas  nueve  hipócritas,  ó  Musas, 
Han  fundado  un  burdel  en  Lombardla. 

Si  no  buscas  ¡oh  Lope!  otro  canaino. 
De  ser  mozo  de  golpe  no  te  excusas  (i  l6), 
Pues  está  desta  suerte  la  poesía. 

Los  más  modernos  historiadores  de  la  vida  de  Cervantes, 
los  que  han  podido  tener  á  la  vista  cuanto  sobre  ella  se  ha 
escrito  y  averiguado,  sobre  todo,  de  treinta  años  acá,  están 
conformes  en  que  debe  darse  por  cierto,  aunque  de  ello  no 
haya  hasta  hoy  harta  prueba,  que  el  peregrino  ingenio  volvió 
á  ser  encarcelado  el  año  de  1601,  ó,  más  probablemente,  el 
de  1602.  Así  opinan,  entre  otros,  el  notable  hispanista  inglés 
Mr.  Fitzmaurice-Kelly  (117),  el  laboriosísimo  cervantófilo  don 
Ramón  León  Máinez  (118)  y  el  Sr.  Cortejón,  nuevo  comen- 
tador del  Quijote  (119),  fundándose  en  que,  habiendo  puesto 
en  libertad  á  Cervantes,  en  1 597,  el  Ldo.  Gaspar  de  Vallejo, 
y  haciéndose  referencia  en  un  informe  de  los  contadores  (Va- 
lladolid,  24  de  enero  de  1603)  á  que  al  Sr.  Bernabé  de  Pe- 
droso,  proveedor  general  de  la  armada,  se  le  había  mandado 
que  ele  soltase  de  la  cárcel  en  que  estaba  en  Sevilla»,  con  tal 
que  prestase  fianza  de  ir  á  dar  dentro  de  cierto  término  la 
cuenta  del  alcance  que  se  le  había  comprobado  en  1 601,  es 
evidente  que  volvió  á  estar  preso  en  la  dicha  ciudad,  en  1601 
ó  1602. 

Al  acabar  la  parte  anterior  del  presente  discurso  prometí 


(116)  Llamaban  m020j  <¿r  ^0//^  á  los  poetas  populares  que  se  buscaban 
la  vida  en  los  corros  y  juntas  de  la  gente  alegre,  improvisando  coplejas  sobre 
todo  pie  que  les  daban.  A  tales  ingenios  ineducados  aludía  el  racionero  Porras 
de  la  Cámara  al  ñn  de  su  donosa  y  verídica  relación  de  la  abundancia  de  poe- 
tas  que  habia  en  Sevilla  cuando  Francisco  Pacheco,  el  tio,  se  trasladó  de  Jerez 
de  la  Frontera,  su  patria,  á  la  ciudad  del  Guadalquivir:  «...sin  los  ciegos  y 
privados  de  la  vista  corporal,  que  cantan  en  las  plazas  las  obras  nuevas,  mila- 
gros de  la  Madre  Virgen,  subcesos  nunca  vistos,  ni  los  que  echan  de  repente 
en  los  bodegones  y  tabernas*  (Gallardo,  El  Criticón,  Madrid,  I.  Sancha,  1835, 
n.'  I.*,  págs   22  y  23). 

(117)  Litte'rature  Espagnole,  traducción  francesa  ya  citada,  pág,  234. 

(118)  Cervantes  y  su  época  (Jerez,  1 901-1 903),  pág.  334. 

(119)  La  Coartada,  ó  demostración  de  que  tEl  Quijote»  no  se  engendró 
en  la  cárcel  de  Argamadlla  de  Alba  (Barcelona,  1903). 


~  16i  - 

que  en  ésta  recapitularía  lo  más  interesante  de  cuanto  acerca 
de  la  Cárcel  Real  de  Sevilla  se  ha  escrito,  y  que  aun  agregaría 
algunas  noticias,  Jlamaníes  de  puro  viejas.  Perdóneme  el  lec- 
tor; me  dejé  engañar  por  mi  buen  deseo:  no  dispongo  de 
tiempo  para  detenerme  en  tan  curioso  trabajo,  y  por  fuerza  he 
de  limitarme  á  encarecer  la  conveniencia  de  que  saboree,  si 
place  á  su  curiosidad,  la  Relación  de  la  Cárcel  de  Sevilla,  de 
Cristóbal  de  Chaves,  y  su  continuación,  de  autor  anóni- 
mo (120),  así  como  los  pormenores  que  el  autor  de  El  Loaysa 
de  <íEl  Celoso  extreuieño^  dio  de  aquella  sucursal  del  infierno, 
extractándolos  de  un  muy  estimable  manuscrito  del  padre 
Pedro  de  León,  jesuíta,  carcelero,  de  la  casa  profesa  de  Se- 
villa (121). 

A  semejanza  de  aquellas  paparruchas  con  que,  ahora 
hace  cabalmente  un  siglo,  un  tal  Marañón,  de  Alcázar  de  San 
Juan,  quiso  enmarañar  la  biografía  de  Cervantes,  inventando 
burdos  cuentos  que  pretendía  hacer  pasar  por  tradición  ve- 
tusta, entre  otros,  que  el  egregio  novelista,  cuando  tenía  en 
fárfara  la  idea  del  Quijote,  se  paseaba  solo  en  la  plaza  de  la 
Fuente,  «como  suspenso,  y,  después  de  soltar  grandes  car- 
cajadas, se  metía  en  una  de  las  escribanías  y  hacía  anota- 
ciones» (122),  malcopiando  esto,  digo,  no  faltó  sevillano  que 
prohijase  á  Sevilla  la  burda  escena  de  paso  de  cortijo,  y  fué 
lo  peor  que  candorosamente  se  hicieron  eco  de  tales  embus- 
terías eruditos  de  muy  sólida  y  bien  probada  cultura,  como 
el  Sr.  Asensio.  t  Tradición  antigua  había  en  esta  ciudad — es* 
cribió  en  uno  de  sus  artículos  cervantinos — de  que  en  los 
primeros  años  del  siglo  XVII  tenía  Cervantes  por  costumbre 
pasear  por  bajo  de  los  portales  de  la  plaza  de  San  Francisco 
en  actitud  meditabunda,  y  que  de  tiempo  en  tiempo  se  dete- 
nía dando  grandes  risotadas».  ¡Bah!  Para  sacar  adelante  espe- 


(120)  ^/«<f  Gallardo,  Ensayo...,  t.  I,  cois.  1.341  y  siguientes. 

(121)  El  Loaysa  de  <íEl  Celoso  extremeño»,  págs.  173  y  siguientes. 

(122)  Vida  de  Cervantes,  por  D.  Martin  Fernández  de  Navarrete,  pági- 
nas 449  y  450  de  la  edición  citada. 


cié  tan  clara  como  el  haberse  comenzado  á  escribir  el  Quijote 
en  Sevilla  no  había  necesidad  de  acudir  á  cuentos  de  camino. 
Ni  tampoco  la  hay  de  dar  por  bien  comprobada  (lo  esté  ó  no, 
que  por  hoy  no  sé  á  qué  carta  quedarme)  la  especie  de  que 
antes  de  1603  el  pasmoso  ingenio  hubo  de  dar  á  leer  en 
Sevilla  á  Agustín  de  Rojas  Villandrando  algunos  capítulos  de 
su  obra  maestra,  pues  Rojas,  en  El  Viaje  entretenido,  impreso 
en  la  segunda  mitad  del  dicho  año,  tcoincide  algunas  veces 
con  el  Quijote  en  ciertos  pensamientos  y  en  el  modo  de  ex- 
presarlos» (123).  Para  mi  propósito  basta  con  el  siguiente  cla- 
rísimo razonamiento:  si  el  libro  inmortal,  segün  su  autor  dijo 
expresamente,  tse  engendró  en  una  cárcel,  donde  toda  inco- 
modidad tiene  su  asiento  y  donde  todo  triste  ruido  hace  su 
habitación,  ¿qué  cárcel  hubo  de  ser  aquélla,  sino  la  Cárcel 
Real  de  la  gran  ciudad  andaluza,  con  su  patio  de  treinta  pasos 
en  cuadro,  con  sus  tres  puertas,  llamadas  de  oro,  de  plata  y 
de  cobre,  con  aquella  infinidad  de  ranchos,  denominados 
Traidor,  de  los  Bravos,  de  la  Tragedia,  Pestilencia,  Miserable, 
Casa  de  Meca,  Lima  sorda,  y  por  otros  cien  nombres,  y  con 
aquella  muchedumbre  copiosísima  de  reclusos,  que  de  ordina- 

(123)  £1  autor,  ó  uno  de  los  autores  de  esta  especie,  que  me  parece  plau- 
sible, fué  D.  Manuel  CaHete.  La  vertió  en  el  curioso  estudio  que  del  mencio- 
nado representante  y  de  su  famoso  libro  escribió  para  una  de  las  ediciones 
modernas  de  éste.  «Ignoro — dice— si  Agustín  de  Rojas  cultivó  en  Sevilla  ó  en 
otra  parte  la  amistad  del  Principe  de  los  Ingenios  de  Espafia;  pero  presumo 
que  ambos  debieron  conocerse  y  estimarse.  Lo  que  tengo  por  seguro  es  que,  ó 
Cervantes  leía  El  Viaje  entretenido  al  escribir  su  maravilloso  Quijote,  ó  hizo 
conocer  á  nuestro  farsante  algunos  capítulos  de  esta  obra  inmortal  antes  que 
saliera  á  luz  por  los  años  de  1605,  pues  el  libro  de  Rojas,  impreso  á  ñnes  de 
1603,  coincide  algunas  veces  con  el  Quijote  en  ciertos  pensamientos  y  en  el 
tnodo  de  expresarlos.  Lo  segundo  me  parece  más  probable,  atendidas  la 
mocedad  del  cómico  y  la  sabia  experiencia  del  ilustre  Mañeo  de  Lepanto.» 
Ningún  trabajo  babria  costado  al  Sr.  Cañete  indicar  los  pasajes  de  entrambas 
obras  en  que  notaba  esas  analogías  á  que  se  refirió,  y  asi  ahorrara  trabajo  á  los 
curiosos  y  dudas  á  los  incrédulos.  Yo  he  leído  seis  ú  ocho  veces,  en  otros  tan- 
tos años,  El  Viaje  entretenido,  que  á  maravilla  suele  entretener  mis  viajes; 
pero  siempre  he  ido  buscando  cosas  distintas  de  esas  analogías,  y  no  me  he 
percatado  de  ninguna  que  me  haga  pensar  en  imitaciones  del  Quijote.  Leeré 
aún  otra  vez,  cuando  pueda,  con  ese  solo  intento,  el  curiosísimo  libro  de  Rojas. 
Pero  mucho  me  temo  que  esos  parecidos  no  sean  sino  cosa  corriente  en  escri- 
tores de  un  mismo  tiempo. 


-  163  -^ 

xio  pasaban  de  mil  ochocientos?  (124).  ¿Qué  marañas  ni  qué 
Marañones  bastarán  á  oscurecer  cosa  tan  clara  como  la  luz 
del  medio  día?  Pues  ¿había  de  ser  una  covacha  de  la  casa  de 
Medrano,  en  la  Argamasilla,  la  cárcel  ruidosa  á  que  se  refirió 
Cervantes?  Y  si  éste  estuvo  solo,  como  dicen,  en  aquel  chiri- 
bitil, ¿cómo  hacía  en  él  su  habitación  todo  triste  ruido,  cuando 
no  podía  haber  otro  que  el  harto  leve  que  causara  algún 
ratoncillo  juguetón? 

En  la  Cárcel  Real  de  Sevilla,  y  no  en  otra,  se  engendró, 
pues,  el  más  deleitoso  y  admirable  de  los  libros  profanos; 
pero  no  en  los  meses  últimos  del  año  de  1597,  durante  la 
primera  prisión  de  Cervantes  en  ella,  sino,  más  probablemente, 
al  comienzo  del  siglo  XVII,  en  1601  ó  1602.  Y  allí,  á  sus 
solas,  en  medio  de  tan  grande  bullicio,  en  donde  como  el 
ciego  de  su  comedia  Pedro  de  Urdemalas  (125),  podría  ex- 
clamar melancólicamente: 

Nada  veo, 
Sino  lo  que  no  deseo, 
Que  es  lo  que  ve  un  desdichado, 

daba  mil  vueltas  en  su  pensamiento  á  su  tristísima  situación 
y  á  las  causas  que  á  ella  le  habían  traído,  ora  meditando  en 
que  «esta  que  llaman  por  ahí  Fortuna  es  una  mujer  borracha 
y  antojadiza,  y,  sobre  todo,  ciega,  y  así,  no  ve  lo  que  hace,  ni 
sabe  á  quién  derriba  ni  á  quién  ensalza»  (126),  ora  aplicando 
á  sí  propio  aquella  sentencia  de  Salustio  según  la  cual  cada 
uno  es  artífice  de  su  ventura  (127),  máxima  que,  con  la  tena- 
cidad propia  de  un  remordimiento,   repitió  Cervantes   en  el 


(124)  Cristóbal  de  Chaves,  Relación  de  la  Cárcel  de  Sevilla,  primera 
parte. 

(125)  Jornada  II. 

(126)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  II,  cap.  LXVI. — Casi  con  las  mismas 
palabras  volvió  á  decirlo  qh  Persiles  y  Sigismundo,  libro  III,  cap.  IV;  «...esta 
que  llaman  Fortuna,  de  quien  yo  he  oido  hablar  algunas  veces,  de  la  cual  se 
dice  que  quita  y  da  los  bienes,  cuando,  como  y  á  quien  quiere,  sin  duda  algu» 
na  debe  de  ser  ciega  y  antojadiza,  pues  á  nuestro  parecer  levanta  los  que  ha- 
bían de  estar  por  el  suelo  y  derriba  los  que  están  sobre  los  montes  de  la  luna.» 

(127)  Oratto  I. 


-  \eÁ  - 

Quijote  {\2^\  Qn  el  Viaje  del  Parnaso  (129)  y  en  el  Per- 
siles  (130).  Pero  á  todo  sabía  sobreponerse  con,  heroica  ente- 
reza, aquel  fuerte  y  valeroso  ánimo  hecho  á  prueba  de 
adversidades,  y  en  trance  ninguno  perdió  el  dulce  bien  de  la 
esperanza:  cEl  alma-  dijo  casi  al  fin  de  su  azarosa  vida — ha 
de  estar  el  un  pie  en  los  labios  y  el  otro  en  los  dientes,  si  es 
que  hablo  con  propiedad,  y  no  ha  de  dejar  de  esperar  su 
remedio,  porque  sería  agraviar  á  Dios,  que  no  puede  ser  agra- 
viado, poniendo  tasa  y  coto  á  sus  infinitas  misericordias»  (131). 
Algunas  semanas  ó  pocos  meses  después  de  haber  salido 
Miguel  de  Cervantes  de  la  nueva  prisión  en  que  le  había  pues- 
to su  extremada  pobreza,  es  decir,  antes  de  finar  el  año  de 
1602,  y  no  en  los  primeros  meses  de  1603,  como  conjeturó  el 
autor  de  la  gran  biografía  de  Lope  (132),  regresó  este  insigne 
dramaturgo  á  la  hermosa  ciudad  del  Guadalquivir,  en  donde 
habían  quedado  esperándolo,  desde  1601,  Camila  Lucinda  (la 
comedianta  Micaela  de  Lujan)  y  Angelilla  y  Mariana,  frutos 
de  aquella  ilegítima  unión  (133).  Amigos  debían  de  ser  Lope 


(128)  «...lo  qae  suele  decirte,  que  cada  uno  es  arüñce  de  su  ventura» 
(Parte  II,  cap.  LXVI). 

(129)  Capitulo  IV.  Dice  Apolo  á  Cervantes: 

Vienen  las  malas  suerte*  atrasadas, 

V  toman  tan  de  lejos  la  corriente, 
Que  son  temidas,  pero  no  excusadas. 

,  £1  bien  les  viene  á  algunos  de  repente; 
A  otros,  poco  á  poco  y  sin  pensallo; 

Y  el  mal  no  guarda  estilo  diferente. 

El  bien  que  está  adquirido,  conservallo 
Con  maña,  diligencia  y  con  cordura 
Es  no  menor  virtud  que  el  granjeallo. 

Tú  mismo  te  has  forjado  tu  ventura, 
y  yo  te  he  visto  alguna  vet  co$t  ella; 
Pero  en  el  imprudente  poco  dura. 

(130)  «Nosotros  mismos  nos  fabricamos  nuestra  ventura...»  (Libro  II, 
cap.  XIII).  Alguna  vez,  en  el  mismo  Persiles,  quiso  combatir  esa  tenaz  idea: 
en  el  cap.  I  del  libro  IV  hace  decir  á  Periandro:  «Mira,  seRora,  como  no  es  po- 
sible que  ninguno  fabrique  su  fortuna,  puesto  que  dicen  que  cada  uno  es  el 
artífice  della  desde  el  principio  hasta  el  cabo.» 

(131)  Persiles  y  Sigismunda,  libro  I,  cap.  IX. 

(132)  D.  Cayetano  A.  de  la  Barrera,  Nueva  biografía,  publicada  por  la 
Real  Academia  Espafiola  como  tomo  I  de  las  Obras  de  Lope  de  Vega  (Ma- 
drid, 1890,  pág.  103). 

(133)  Barrera  se  había  inclinado  á  creer  (obra  citada,  págs.  97  y  98)  que 
Camila  Lucinda  fuese  una  D.'  María  de  Lujan,  y  Hartzenbusch  sostuvo  que 


—  165  — 

y  Cervantes,  cuando  menos,  desde  el  año  de  1586  ü  87  (134); 
para  la  Dragontea,  impresa  por  primera  vez  en  1 598,  habíale 
dado  éste  un  soneto  muy  encomiástico,  alusivo  no  sólo  á  la  di- 
cha obra,  sino  además  á  otras  tres  aún  en  aquella  sazón  no  im- 
presas: La  Hermosura  de  Angélica,  la  Arcadia  y  el  Isidro  (135); 
en  1600  hubieron  de  verse  y  de  reanudar  su  trato  en  Sevi- 
lla... ¿Fué  entonces  cuando  sucedió  algo  que  entibiara  y 
hasta  diera  al  traste  con  aquella  buena  amistad?  ¿Fué,  por  el 
contrario,  ahora,  en  1602?  ¿Atribuyó  Lope  á  Cervantes,  fun- 
dada ó  infundadamente,  alguno  de  los  sonetos  con  que  en 
entrambas  ocasiones  le  molestaron,  como  porfiados  cínifes,  los 


bajo  tal  seudónimo  se  encubrió  D.'  Catalina  Zamudio;  mas  recientemente  el 
tan  sagaz  como  docto  erudito  D.  Cristóbal  Pérez  Pastor,  bailando  y  publican- 
do la  partida  de  bautismo  de  Lope  Félix,  el  hijo  del  Fénix  de  los  Ingenios, 
ha  puesto  en  claro  que  Camila  Lucinda  fué  la  comedianta  Micaela  de  Lujan, 
de  cuyo  nombre  es  anagrama  casi  perfecto  aquel  otro  (Tomillo  y  Pérez  Pastor, 
Proceso  de  Lope  de  Vega  por  libelos  contra  unos  cómicos  (Madrid,  1 90 1, 
págs.  262  y  siguientes).  Á  Mariana  y  Angelilla  se  refirió  Lope  en  algunas  de 
sus  poesias,  entre  ellas,  al  fin  de  una  epístola  al  contador  Gaspar  de  Barrio- 
nuevo,  copiada  en  parte  por  Barrera  (págs.  96  y  97): 

Mariana  y  Angelilla  mil  mañanas 
Se  acuerdan  de  Hametillo,  que  á  la  tienda 
Las  llevaba  por  chochos  y  avellanas. 

Y  termina,  poniendo  la  contera  con  lo  que  hoy  en  frase  vulgar  jlaiti arlamos  un 
sablazo: 

Y  Lucinda  os  suplica  no  se  venda 
Sin  que  primero  la  aviséis  del  precio; 
Quedaos  con  Dios,  Gaspar,  y  no  os  ofenda 
Este  discurso  tan  prolijo  y  necio. 

¿Necio?  Antes  discretísimo.  La  adrede  mal  encubierta  petición  del  esclavillo 
Hamete  es  muy  donosa,  y  prueba,  como  casi  todas  las  cartas  que  Lope  dirigió 
al  Duque  de  Sessa,  que  el  fecundo  escritor  era  tan  largo  de  genio  como  de  in- 
genio. ¡Qué  desenfadado  pedir!  ¡Qué  buen  hombre  para  palacio!  ¡Cuánto  hu- 
biera medrado  Cervantes,  á  parecérsele  en  desahogo! 

(134)  En  el  citado  proceso  contra  Lope  de  Vega,  Amaro  Benitez  declaró, 
entre  otras  cosas  (3  enero  de  1588)  que  luego  que  á  él  y  á  D.  Luis  de  Vargas 
Manrique  les  leyó  un  tal  D.  Andrés  «un  romance  á  modo  de  sátira  que  decía 
mal  de  Elena  Osorio»  y  de  otras  personas,  el  dicho  D.  Luis  dijo:  «Este  roman- 
ce es  del  estilo  de  quatro  o  cinco  que  solos  lo  podrán  hacer:  que  podrá  ser  de 
Liñán,  y  no  está  aquí,  y  de  Cervantes,  y  no  está  aqui;  pues  mío  no  es,  puede 
ser  de  Vivar  ó  de  Lope  de  Vega.»  Esto  se  presta  á  conjeturar  que  todos  los 
nombrados  hacían  camarada  en  Madrid,  y  aun  solían  ocupar  nada  santamente 
sus  ocios,  ejercitando  la  literatura  satírica. 

('3$j     Véase  Barrera,  obra  citada,  págs.  72  y  73. 


—  166  — 

traviesos  poetas  de  la  Academia  que  vengo  llamando  de 
Ochoa?  Por  ventura,  ¿ocasionó  el  rompimiento  del  antiguo 
vínculo  afectuoso  alguna  censura  cervantina  que  desplaciese  á 
Lope  de  Vega,  especialmente  si  la  abultaron  y  desnaturalrza> 
ron,  al  pasar  de  boca  en  boca,  los  chismecillos  que  siempre 
fueron  algo  más  de  media  vida  para  poetas  y  faranduleros? 
¿Ó  acaso  provino  la  enemistad  de  alguna  negativa,  más  ó 
menos  rotunda,  por  parte  de  Lope,  á  favorecer  de  tal  ó  cual 
manera  al  infortunado  Cervantes?...  Preguntas  son  estas  á  las 
cuales  nada  en  concreto  se  puede  responder,  á  lo  menos,  por 
hoy.  Sí  es  muy  sabido  que  dos  años  después,  mientras  que  la 
primera  parte  de  El  Ingenioso  Hidalgo  andaba  en  manos  de 
sus  aprobantes,  precedida  de  un  prólogo  y  de  unas  decimas  de 
Urganda  cuajados  de  malévolas  alusiones  á  Lope  de  Vega, 
éste,  á  14  de  agosto  de  1604,  escribía  desde  Toledo  á  un  su 
amigo  aquellas  tan  copiadas  y  recopiadas  frases:  «De  poetas 
no  digo:  buen  siglo  es  éste;  muchos  están  en  cierne  para  el 
año  que  viene;  pero  ninguno  hay  tan  malo  como  Cervantes, 
ni  tan  necio  que  alabe  á  Don  Quijote.»  Y  poco  después:  iNo 
más,  por  no  imitar  á  Garcilaso  en  aquella  figura  correctioms, 
cuando  dijo: 

«Á  sátira  me  voy  mi  paso  i  paso», 

cosa  para  mí  más  odiosa  que  mis  librillos  á  Almendárez  y 
mis  comedias  á  Cervantes»  (136). 

Por  si  pudieren  contribuir,  solos  ó  en  combinación  con 
algunos  otros  elementos  que  se  vengan  á  la  mano  cuando  me- 
nos se  piense,  á  esclarecer  más  este  punto  de  por  qué  se  tor- 
naron acérrimos  enemigos  Cervantes  y  Lope  de  Vega,  vea  el 
lector  dos  sonetos  inéditos,  interesantísimos,  con  que  los  ma- 
leantes ingenios  hispalenses  recibieron  á  Lope  á  su  nueva 
llegada  á  Sevilla  (137): 


(•36)     Id.,  Ibi'd.,  págs.  1 2 1- 1 22. 

(137)     N."*  64  y  65  de  los  sonetos  contenidos  en  el  ckado  cartapacio  de 
los  herederos  del  Sr.  Palomo. 


—  167  - 

A   LOPE   DE  VEGA 
CUANDO  VINO  DE  CASTILLA  EL  AÑO  DE  l602 

— ¿Quién  es  este  pastor  que  de  Castilla 
Al  sacro  Betis  muda  sus  ovejas, 
Esparciendo  á  los  aires  tristes  quejas, 
En  busca  de  su  ausente  pastorcilla? 

¿Quién  ha  venido  en  busca  de  la  orilla 
Del  Belis,  que  otra  vez  de  sus  orejas 
Apartó  con  la  mano  las  guedejas 
Para  escuchar  los  cisnes  de  Sevilla? 

¿Quién  es  aqueste  que,  con  tardo  paso, 
Ei  coro  de  las  Musas  trae  inquieto 

Y  á  las  incultas  selvas  nuestras  llega? 

—  Si  del  Tibre  deciende,  será  el  Tasso; 
Sanázaro,  si  baja  del  Tebeto; 

Y  si  de  Manzanares  viene,  es  Vega. 

Vengas,  Lope,  con  bien.  Vega  apacible. 
— ¿Quién  es  Vega?  — Un  sujeto  con  llaneza. 
— Qué  es  llaneza?  — Lo  opuesto  de  aspereza. 
— ¿Quién  hace  los  opuestos? — Lo  invencible. 

—  ¿Quién  ha  hecho  invencibles?  — Lo  imposible. 

—  ¿Quién  ha  visto  imposibles?  — La  pobreza. 
— ¿Qué  es  pobreza?  —  Retrato  de  vileza; 
Menos  que  nada  y  más  que  lo  insufrible. 

— El  nada  ¿qué  es? — Será  lo  que  no  es  algo. 

—  ¿Qué  es  algo? — Sólo  Dios,  por  maravilla. 

— ¿No  es  nada  este  soneto? — No,  ni  aun  llega. 

—  ¿En  efeto,  que  hay  nada? — Y  en  Sevilla. 

—  ¿Seréis  el  nada  vos? — Punto  más  valgo. 
— El  nada  ¿quién  es,  pues? — Lope  de  Vega. 

Quizás  alguno  de  estos  sonetos  se  debiese  á  la  pluma  del 
autor  de  Rinconete  y  Cortadillo:  la  alusión  que  en  el  segundo 
se  hace  á  una  extremada  pobreza  que  ha  visto  imposibles  da 
que  sospechar,  pues  parece  referirse  á  uno  que,  por  ser  harto 
pobre  y  estar  en  apurado  trance,  vio  cosa  que  hasta  allí  no 
había  ni  imaginado:  que  le  retiraba  su  amistad  Lope  de  Vega; 
y  ¿qué  antiguo  amigo  de  este  ingenio  se  hallaba  en  tal  caso, 
en  Sevilla  y  en  1602,  sino  el  tan  infortunado  como  portentoso 
escritor  complutense? 

Sea  de  esto  lo  que  quiera,  sábese  bien  que  la  estancia 
de  Cervantes  en  Sevilla  no  se  prolongó   hasta  más  allá  de 


-  168  - 

enero  de  1603,  pues  consta  que  el  día  8  de  febrero  de  aquel 
año  ya  estaba  en  Valladolid,  nueva  corte  de  España.  Al 
ausentarse  de  la  metrópoli  de  Andalucía  no  iba  solo:  acom- 
pañábale, además  de  sus  tristes  reflexiones  y  de  su  profundo 
desdén  hacia  muchas  cosas  y  muchas  personas  que  el  vano 
mundo  tenía  por  respetables,  el  manuscrito,  terminado  ó  por 
terminar,  de  la  primera  parte  de  El  Ingenioso  Hidalgo  Don 
Quijote  de  la  Mancha, 


V 


«En  un  aforro  de  la  maleta»  en  que  Cervantes,  al  ausen- 
tarse de  Sevilla  y  de  la  región  andaluza,  llevaba  el  manuscrito 
de  la  parte  primera  de  su  Don  Quijote,  iba,  con  otras  obras 
de  la  propia  Minerva,  pendoleadas  de  idéntica  mano,  una  que, 
si  chica  por  el  volumen,  era  grande  por  el  mérito:  la  primo- 
rosa novelita  intitulada  Rinconete  y  Cortadillo,  joyel  de  tal 
valía,  que,  á  no  haber  compuesto  su  perínclito  autor  aquel  li- 
bro incomparable  por  el  cual,  á  una  voz,  las  naciones  cultas 
lo  proclaman  Príncipe  de  los  ingenios  españoles  y  Rey  de  los 
novelistas  de  todo  el  mundo,  con  escribir  esta  gallarda  obrita 
habríale  bastado  para  que  se  le  diputara  por  singular  y  loza- 
nísimo entendimiento.  Pero  ¿dónde  y  cuándo  hubo  de  com- 
ponerla, visto  que  ya  la  mencionaba  en  el  capítulo  XLVII  de 
El  Ingenioso  Hidalgo?  (i).  Comenzaré  mis  por  ahora  últimas 
disquisiciones  dando  las  debidas  respuestas  á  esta  doble  pre- 
gunta y  ojalá  parezcan  satisfactorias  á  los  contados  lectores 
que  al  llegar  aquí  tengan  todavía  alguna  paciencia  y  alguna 
atención  que  prestar. 


(i)  Ya  leída  la  novela  de  El  Curioso  impertinente,  y  habiendo  entregado 
el  ventero  al  cura  unos  papeles,  encontrados,  como  aquélla,  en  el  aforro  de  una 
maleta  olvidada  allí  por  su  dueño,  el  cura  «abriéndolos  luego,  vio  que  al  prin- 
cipio del  escrito  decía:  Novela  de  Rinconete  y  Cortadillo.,,* 


-  170  — 

Por  lo  que  toca  á  dónde  escribiera  Cervantes  su  Rinco- 
nete  y  Cortadillo,  renglones  atrás  lo  dije.  Lo  primero  que  salta 
á  la  vista,  porque  está  á  los  tres  ó  cuatro  de  la  gentil  novela 
ejemplar,  es  que  en  el  borrador,  ó  sea  en  la  lección  más  anti- 
gua de  las  dos  que  de  ella  disfrutamos,  comienza  así  el  texto: 
<En  la  venta  del  Molinillo,  que  está  en  los  campos  de  Al- 
cudia, viniendo  de  Castilla  para  la  Andalucía...*,  mientras 
que  en  la  lección  definitiva,  sacada  á  la  luz  pública  en  1613, 
empieza  de  este  otro  modo:  cEn  la  venta  del  Molinillo,  que 
está  puesta  en  los  fines  de  los  famosos  campos  de  Alcudia, 
como  vamos  de  Castilla  á  la  Andaluzia...*  ¿Será,  como  pare- 
ce, y  como  dijo  D.  Isidoro  Bosarte  cuando  dio  á  la  estampa 
la  dicha  lección  más  añeja,  que  «el  manuscrito  da  á  entender 
que  se  escribía  en  Andalucíat,  y  el  impreso,  «que  se  escribe 
en  Madrid,  ó  en  algún  pueblo  de  Castilla?»  (2).  Conforme  es- 
tuvo años  después  con  esta  observación  el  bibliotecario  don 
Juan  Antonio  Pellicer  (3);  pero  de  un  siglo  acá,  muchos  dares 
y  tomares  ha  habido  sobre  cómo  hayan  de  entenderse  en  las 
obras  de  Cervantes  los  verbos  ir,  vemr,  traer  y  llevar,  y  es- 
pecialmente el  segundo  de  ellos;  pues  en  tanto  que  algunos 
cervantistas,  Pellicer,  Asensio  y  Fernández-Guerra,  verbigra- 


(2)  Gabinete  de  lectura  española^  ó  Colección  de  muchos  papeles  curiosos 
de  Escritores  antiguos  y  modernos  de  la  Nación  (Madrid,  Viuda  de  Ibarra, 
Hijos  y  Compañía,  y  después,  D.  Antonio  Fernández),  n.°  IV,  pág.  XVI. 

(3)  En  su  Vida  de  Cervantes,  págs.  1 42  y  143  de  la  edición  de  San- 
cha, MDCCC.  Al  responder  á  las  razones  con  que  se  intentaba  probar  que 
Cervantes,  enmendando,  corrigiendo  y  limando,  para  publicarlas,  sus  novelas 
Rinconete  y  Cortadillo  y  El  Celoso  extremeño,  las  echó  á  perder  respecto  de 
como  estaban  en  el  manuscrito  original  y  primitivo  (en  el  de  Porras  de  la  Cá- 
mara), copia  y  comenta,  por  lo  que  hace  á  este  punto  de  dónde  se  escribió  el 
Rinconete: — El  BORRADOR:  «Viniendo  de  Castilla  para  Andalucia.>Lo  impreso: 
«Como  vamos  de  Castilla  á  la  Andalucia.»  El  editor  (Bosarte):  «El  manuscrito 
da  á  entender  que  se  escribía  en  Andalucía;  la  impresa  da  á  entender  que  se 
escribía  en  Madrid,  ó  en  algún  pueblo  de  Castilla.»  Respuesta:  Así  es.  El 
editor  aboga  y  litiga  aquí  por  nuestra  causa  impensadamente;  pues  de  esta  di- 
ferencia se  colige  con  toda  claridad  que  Cervantes  es  autor  del  borrador  sevi- 
llano y  del  impreso  madrileño;  porque  estando  en  Andalucía  escribió  la  novela 
en  Sevilla,  y  estando  en  Castilla  la  corrigió  y  mejoró  en  Madrid,  donde  la 
publicó.» 


-  171  - 

cia,  los  entendieron  como  por  todos  se  entienden  en  el  habla 
de  hoy  é  indujeron,  por  tales  verbos  y  en  tal  ó  cuál  caso,  que 
Cervantes  estaba  acá  ó  allá  cuando  escribió  este  ó  aquel  pasa- 
je, esta  ó  aquella  obra,  algunos  otros  escritores,  como  Gallar- 
do, Hartzenbusch,  y  más  recientemente  Icaza,  tienen  ese  sis- 
tema por  «tan  falso  como  sencillo  — en  frase  de  este  último  — 
pues  Cervantes  empleaba  á  menudo  el  verbo  venir  en  la 
acepción  de  ir,  como  usaba  el  verbo  traer  en  casos  en  que 
hoy  se  diría  llevar>'>  (4).  El  tan  culto  como  ingenioso  escritor 
sevillano  D.  Felipe  Pérez  y  González,  en  su  curiosísimo  libro 
intitulado  El  Diablo  Cojuelo:  flotas  y  comentarios  á  un  <s.Co- 
mentarlos  y  á  unas  i-Notas^  (5),  ha  puesto  en  su  fil  la  balan- 
za, demostrando,  como  ya  había  empezado  á  hacer  el  señor 
Asensio  en  su  respuesta  á  D.  Juan  E.  Hartzenbusch  (6),  que 
el  sistema  que  en  este  punto  había  seguido  Pellicer  dista  mu- 
cho de  ser  tan  desatinado  como  se  supone  (7).  Con  todo  eso, 
yo  renuncio  á  probar  por  ese  camino,  pues  otros  hallaré  me- 
jores, que  Cervantes  escribió  en  la  gran  ciudad  del  Guadal- 
quivir su  donosa  obrita  picaresca.  Echemos  por  otro  lado. 

Refiere  en  su  Arte  de  la  Pintura  Francisco  Pacheco,  el 
maestro  del  pasmoso  y  sin  par  Velázquez  (8),  que  Leonardo 
de  Vinci  (é  igualmente  su  discípulo  Rafael  de  Urbino),  «pri- 


(4)  Francisco  A,  de  Icaza,  Las  «Novelas  ejemplares»  de  Cervantes,  sus 
críticos,  sus  modelos  literarios,  sus  modelos  vivos  y  su  influencia  en  el  arte 
(Madrid,  1901),  pág.  67. 

(5)  Madrid,  1903,  págs.  153-156. 

(6)  Obras  desconocidas  de  Cervantes:  carta  á  D.  Aureliano  Fernández- 
Guerra  escrita  en  mayo  de  1867  y  recientemente  reimpresa  en  la  colección  de 
arliculos  del  Sr.  Asensio  intitulada  Cervantes  y  sus  oiraí  (Barcelona,  MCMII), 
págs.  19  y  siguientes. 

(7)  No  he  estudiado  ni  medio  á  fondo  este  punto;  declarólo  paladinamen- 
te, así  como  que  entre  los  ejemplos  que  tengo  á  la  vista  paréceme  que  hay  de 
todo.  Pero  aun  así,  es  muy  significativo  que  Cervantes  en  sus  dos  textos  expre- 
sara una  misma  idea,  empleando  respectivamente  los  verbos  venir  é  ir,  que  á 
las  claras  convienen,  aquél,  con  su  estancia  en  Sevilla  en  los  últimos  años 
del  siglo  XVI  y  en  los  dos  primeros  del  XVIf,  y  éste,  con  su  definitiva  resi- 
dencia en  Castilla  en  los  años  posteriores  y  al  dar  á  la  estampa  sus  Novelas 
ejemplares. 

(8)  Pág.  165  de  la  edición  primera  (Sevilla,  1649). 


-  172  - 

mero  que  se  pusiese  á  inventar  cualquier  historia  investigaba 
todos  los  efetos  propios  y  naturales  de  cualquier  figura,  con- 
forme á  su  Idea.  Y  hazía  luego  diversos  rasguños;  después  se 
iba  donde  sabía  que  se  juntaban  personas  de  la  suerte  que 
las  había  de  pintar,  y  observaba  el  modo  de  sus  semblantes 
y  vestidos  y  movimiento  del  cuerpo,  y,  hallando  cosa  que  le 
agradase  conforme  á  su  intento,  lo  debuxaba  en  el  Hbrete  que 
siempre  llevaba  consigo...,  y  desta  manera  acababa  sus  obras 
maravillosamente.»  No  hizo  otra  cosa  Cervantes,  «andando 
de  pueblo  en  venta  y  de  venta  en  pueblo  por  las  Andalucías, 
residiendo  en  Sevilla  cuando  le  era  menester  y  conversando 
aquí  y  allá  y  en  todas  partes  con  mesoneros,  trajineros,  frai- 
les, soldados,  mozas  andariegas,  estudiantes,  regidores,  escri- 
banos, cuadrilleros,  echacuervos,  alguaciles,  y  ¿por  que  no 
decirlo?  con  la  flor  de  la  canalla  hampesca  y  con  la  nata  de  la 
temeraria  al  par  que  temerosa  jacarandina.  Apuradamente  el 
se  perecía  por  estudiar  de  cerca,  sobre  el  modelo  vivo,  aque- 
llos sujetos,  aquellas  costumbres,  aquellos  lugares,  tan  intere- 
ifj^  santes,  tan  curiosas,  tan  pintorescos,  y  aquella  lozana  habla 
1  popular,  llena  de  verdores  y  matices,  como  selva  en  abril,  con 

mil  garridezas  y  lumbres,  en  forma  de  espontáneos  y  no  apren- 
didos tropos.  ¡Oh,  y  qué  primorosos  escritos  habrían  de  ser 
aquellos  en  donde  tantas  galas  luciesen  y  en  donde  tales 
personas,  costumbres  y  sitios  se  pintasen!  ¡Qué  á  maravilla 
darían  materia  para  esas  obras  algunos  sucesos  diestramente 
tomados  de  la  realidad,  que  es  inventora  más  hábil  y  más  fe- 
cunda que  cuantos  ingenios  hubo,  hay  y  pueda  haber  sobre  la 
haz  de  la  tierra! 

9  Encariñado  con  este  pensamiento,  Cervantes  hizo,  como 
dicen,  de  la  necesidad  virtud,  y  divirtió  sus  penas  y  endulzó 
sus  sinsabores  frecuentando  más  y  más  el  trato  de  las  gentes 
del  pueblo,  estudiándolas  por  de  dentro  y  por  de  fuera  y  gra- 
bando en  su  feliz  memoria  todas  las  ideas  que  le  sugería  aquel 
estudio,  hasta  que  llegase  la  sazón  de  darlas  á  luz,  fundidas  y 
depuradas  en  el  crisol  de  su  poderoso  entendimiento  y  mol- 


-  173  - 

deadas  portentosamente  en  la  turquesa  de  su  admirable  fanta- 
sía. ¿Cómo  Cervantes  pudo  estudiar  la  enrevesada  habla  y  los 
peregrinos  usos,  abusos  y  pragmáticas  de  la  germanía,  sino 
platicando  á  menudo  con  temerones  y  jaques,  ya  que  hasta 
el  año  de  1609  no  sacó  á  luz  Juan  Hidalgo  sus  célebres  ro- 
mances (9)  ni  el  curioso  vocabulario  que  está  al  cabo  de 
ellos?  ¿Dónde  aprendió  cuanto  había  que  saber  para  escribir 
novelas  tales  como  Rinconete  y  Cortadillo,  El  Celoso  extre- 
meño y  el  Coloquio  de  Cipión  y  Berganza,  todas  de  asunto 
sevillano,  sino  paseando  alguna  que  otra  vez  por  aquel  «pe- 
»queño  patio  ladrillado»  de  Triana,  junto  al  molino  de  la  pól- 
vora, con  el  mismísimo  diablo,  digo,  con  el  mismísimo  Moni- 
podio, «encubridor  de  ladrones  y  pala  de  rufianes»,  y  tratando 
con  aquel  mozo  de  barrio,  gentil  virote,  á  quien,  no  sin  miste- 
rio, llamó  Loaysa,  y  conociendo  muy  de  cerca,  por  sus  estu- 
tupendos  milagros,  á  Nicolás  el  Romo  y  al  alguacil  su  amigo,  \ 
más  amigo  todavía  de  la  famosa  Colindres...?»  (10).  ^ 

Cervantes  mismo  lo  decía  en  su  Don  Quijote  (n):  «Las 
historias  fingidas  tanto  tienen  de  buenas  y  de  deleitables 
cuanto  se  llegan  á  la  verdad  ó  la  semejanza  delia,  y  las  ver- 
daderas tanto  son  mejores  cuanto  son  más  verdaderas.»  No 
cabe,  pues,  dudar,  y  menos  todavía  cuando  se  haya  leído  mi 
conato  de  estudio  de  la  sociedad  picaresca  sevillana,  todo  él 
basado  en  testimonios  fehacientes,  que  el  incomparable  nove- 
lador alcaláíno  copió  de  la  realidad  en  el  líbrete  de  su  memo- 
ria, como  en  el  suyo  de  papel  Leonardo  de  Vinci,  los  tipos  y 
escenas  que  necesitaba  para  sus  cuadros.  Así,  los  que  después 
viniesen  á  deleitarse  en  su  contemplación  habrían  de  decir, 
necesariamente,  como  el  docto  cervantista  Sr.  Asensio:  «Todo 
pasa  ante  nuestra  vista  con  tal  viveza  y  animación  retratado, 
que  ocupa  el  lugar  de  la  verdad  misma.  Más  aprendemos  de 


(9)  Porque  voy  copiando  no  rectifico  en   el  texto  semejante  especie:  los 
tales  romances  no  son  de  Juan  Hidalgo,  como  de  aquí  á  poco  veremos. 

(10)  Rodríguez  Marín,  El  Loaysa  de  %El  Celoso  extremeño»,  págs.  1 8- 1 9. 

(11)  Parte  II,  cap.  LXII. 


-  174  - 

la  vida  íntima  de  los  ciudadanos  de  Sevilla  con  la  lectura  de 

una  novela  de  Cervantes  que  con  la  de  todo  el  libro  de  los 

preciosos  Anales  de  Ortiz  de  Zúñiga»  (12).   Y  así,  publicadas 

que  fueron  las  Novelas  ejemplares,  ¿que  mucho  que,  hasta  por 

escritores  tan  cultos  como  Tirso  de  Molina,  se  entendiese  que 

las  más  versaban  sobre  hechos  realmente  acaecidos?  No  de 

otra  manera  se  ha  de  explicar  aquel  pasaje  de  su  comedia  Ei 

Castigo  del  penseque  (13): 

— ¿Hay  sucesos  semejantes? 
— Cuando  los  llegue  á  saber 
Madrid,  los  ha  de  poner 
En  sus  Novelas  Cervantes. 

Tan  exacto  parecido  con  la  realidad  no  se  logra,  empero, 
aun  habiéndola  visto  y  observado  cuidadosamente,  cuando  á 
la  hora  de  pintar  ó  de  escribir  se  está  lejos  de  los  modelos 
vivos  y  del  lugar  en  que  el  artista  los  supone  esparcidos  ó 
agrupados.  Lejos,  ya  sea  por  el  tiempo,  ya  por  la  distancia, 
y,  sobre  todo,  por  ambas  cosas  á  la  vez,  sin  remedio  correrá 
por  la  obra  del  pintor  ó  del  escritor  un  como  soplo  frío,  que 
al  entendido,  al  perito  práctico,  dirá  de  luego  á  luego  y  muy 
á  las  claras  que,  al  ejecutar,  la  memoria  intentó  en  balde,  aun- 
que auxiliada  por  el  socorrido  apunte  añejo,  suplir  por  la  ca- 
liente visión  directa,  á  la  cual  nada  puede  sustituir  sin  gran 
desventaja.  Ahora  bien,  la  lectura  de  Rinconete  y  Cortadillo 
basta  á  convencer  de  que  este  acabadísimo  cuadro  de  género 
está  trazado  y  pintado  en  Sevilla,  cuya  esplendorosa  luz  lo 
baña,  cuyo  cálido  ambiente  lo  orea,  cuya  menuda  y  olorosa 
albahaca  lo  perfuma.  Las  figuras  todas,  tan  variadas,  tan  do- 
nairosas, tan  privativas,  por  así  decirlo,  de  lo  picaresco  sevi- 
llano, no  han  perdido  ni  un  ápice  de  su  natural  color,  de  su 
genuína  gracia,  de  su  gentil  parola  germanesca,  de  su  propio 
y  gallardamente  expresivo  realce. 


(12)  El  Compás  de  Sevilla,  en  el  citado  libro  Cervantes  y  sus  oirás, 
pág.  48. 

(13)  Acto  I,  escena  X. 


-  175  - 

Pero,  á  mayor  abundamiento,  por  otros  registros  se  pue* 
de  columbrar  que  Cervantes  escribió  en  Sevilla  su  Rinconete, 
si  damos  por  averiguado,  como  creo  que  lo  está,  que  allí  com-  ^ 
puso  una  buena  parte  de  la  primera  del  Quijote,  cuando  no 
toda  ella.  Entremos  en  esta  disquisición,  que  á  fe  mía  es  pun- 
to curioso.  Acostumbraba  Cervantes,  como  cuantos  escriben 
á  un  mismo  tiempo  dos  obras,  llevando  al  cerebro,  que,  al  fin, 
es  un  campo,  lo  que  para  muchas  tierras  se  recomienda  por 
muy  útil,  la  rotación  de  cultivos,  acostumbraba,  digo,  verter 
en  la  una  y  en  la  otra  algunas  de  las  ideas  y  expresiones  con 
que  más  se  encariñaba  cada  semana  y  aun  cada  día;  que  sabi- 
do es  que  en  este  particular,  quién  más,  quién  menos,  todos, 
para  nuestro  decir  y  para  nuestro  pensar,  nos  ponemos  de  mo- 
da, semanal  y  hasta  diariamente,  tales  y  cuales  frases  ó  pensa- 
mientos, recientes  ó  de  reminiscencia,  que  caen  en  la  sima  del 
olvido  al  transcurrir  el  día  ó  la  semana;  pero  que,  entretanto, 
dominan  sobre  nuestro  entendimiento,  y  hasta  lo  auxilian 
como  bordoncillos,  sin  que  seamos  poderosos  á  despedirlos  ó 
desecharlos.  Ya  vimos  en  la  parte  anterior  del  presente  dis- 
curso (14)  que  Cervantes,  casi  con  idénticas  palabras,  emitió 
un  mismo  original  pensamiento  acerca  de  la  Fortuna  en  el  ca- 
pítulo LXVI  de  los  setenta  y  cuatro  de  que  consta  la  parte 
segunda  del  Quijote,  y  en  el  libro  III,  capítulo  IV,  del  Persiles. 
Escritos  los  ocho  restantes  de  aquélla,  es  decir,  el  último  día 
de  octubre  de  161 5,  al  dedicarla  su  autor  al  bondadoso  Conde 
de  Lemos,  manifestó  que  daría  fin  al  Persiles  dentro  de  cua- 
tro meses;  y  faltándole  para  terminarlo,  desde  el  dicho  capítu- 
lo, diecisiete  del  libro  III  y  los  catorce  del  cuarto  y  último,  se 
viene  á  caer  en  la  cuenta  de  que  casi  simultáneamente  consig- 
nó el  mencionado  pensamiento  en  entrambas  obras.  Pues  bien, 
otro  tanto  sucedió,  acá  y  allá,  con  la  primera  parte  del  Don 
Quijote  y  Rinconete  y  Cortadillo;  por  donde  paréceme  harto 


(14)     En  el  pasaje  del  texto  á  que  corresponde  la  nota  126,  y  en  ésta 
misma. 


-  176- 

probable  que  esta  novelita  se  escribiera,  á  ratos,  al  propio 
tiempo  que  Cervantes  componía  los  veinticinco  ó  veintiocho 
primeros  capítulos  de  El  Ingenioso  Hidalgo  y,  por  consiguien- 
te, en  Sevilla,  en  1601  ó  1602;  desde  luego,  antes  de  los  años 
1603  y  1604,  que,  como  fecha  probable,  indica  para  el  Rimo- 
nete  Mr,  Fitzmaurice-Kelly,  en  la  notable  introducción  escrita, 
pocos  años  há,  para  la  traducción  inglesa  de  las  Novelas  ejem- 
plares hecha  por  el  ya  hoy  fallecido  Mr.  Norman  MacCoU  (15). 

En  efecto,  si  con  buena  atención  se  leen  la  preciosa  no- 
velita y  esos  capítulos  del  Quijote,  se  advertirá  más  de  una 
vez  lo  propio  que  acabo  de  advertir  en  cuanto  á  la  segunda 
parte  de  la  gran  novela  y  el  Persiles:  á  trechos  se  hallan  en 
ambos  algunos  pensamientos  y  modos  de  decir  de  la  tempo- 
ral predilección  de  Cervantes,  correspondiéndose  en  cada  tex- 
to, que  es  mucho  para  casualidad,  por  el  orden  mismo  en  que 
los  usó  en  el  otro.  Repare  en  ello  el  curioso  lector  — el  curio- 
so digo,  pues  sólo  para  él  voy  escribiendo  las  notas— y  ad- 
vierta de  paso  que,  como  era  natural,  al  practicar  esta  especie 
de  cotejo  me  he  servido  del  borrador  ó  lección  primitiva  del 
Rinconeíe,  y  no  de  la  muy  variada  que  once  ó  doce  años  des- 
pués salió  de  los  entonces  humildes  y  hoy  famosísimos  mol- 
des de  Juan  de  la  Cuesta  (16). 

Pero  todavía  hallo  otro  testimonio  más  terminante  de  mi 


(15)  Exemplary  Novéis,  tn  T7u  complete  Works  0/ Miguel  de  Cervan- 
tes Saavedra,  Glasgow,  1902. 

(16)  Léese  en  él  capitulo  11  del  Quijote:  *...uq9í  mafiana,  antes  del  día, 
que  era  uno  de  los  calurosos  del  mes  de  julio...*,  y  en  la  primera  página  del 
Rinccnete  publicado  por  Bosarte:  c.,  ««  día  de  los  calurosos  del  verano  del 
año  1569...»— En  el  capítulo  IV  de  El  Ingenioso  Hidalgo:  €...que  yo  juro  de 
pagaros,  como  tengo  dicho,  un  real  sobre  otro,  y  aun  sahumados*  Y  en  el 
Rinconete,  pág.  15:  «...y  podrá  ser  que  aquel  que  la  llevó  [la  bolsa]  se  arre- 
pienta y  se  la  vuelva  á  vuesa  merced  sahumada.*  En  el  capitulo  XXIII  del 
Quijote:  €...y  digo  que  mientes  y  mentirás  todas  las  veces  que  lo  pensares  ó 
lo  dijeres.>  En  Rinconete,  pág.  15:  «Cualquiera  que  se  pensare  reir...  digo  que 
miente,  y  que  mentirá  todas  las  veces  que  lo  pensare.*  Estas  concordancias  son 
vehemente  indicio  de  que  Cervantes  escribía  en  un  mismo  periodo  de  tiempo 
entrambas  obras;  y,  á  estar  yo  despacio,  que  no  puede  estarlo  quien  escribe" 
estos  renglones  á  12  de  marzo  de  1905  y  á  muchas  leguas  de  Madrid,  en  libro 
cuyo  original  completo  ha  de  dormir  pasado  mañana  15  en  la  casa  de  la  Acá- 


-  Ül  - 

aserto,  si,  dejando  á  un  lado  inconsistentes  aunque  generosas 
imaginaciones  de  algún  doctísimo  escritor  cuya  fantasía  apos- 
tábase á  correr  á  las  parejas  con  su  vasta  cultura,  estimamos 
que  no  hay  bastante  prueba  para  afirmar  que  sea  de  Cervan- 
tes la  Carta  á  D.  Diego  de  Astudillo  Carrillo,  en  que  se  le  da 
cuenta  de  la  fiesta  de  San  Juati  de  AlfaracJie  el  día  de  Saní 
Laureano,  la  cual  carta  fué  escrita  en  1606  (17),  ni  para  dar 
por  cierto  que  el  autor  del  Quijote  volviese  á  residir  en  An- 
dalucía, siquiera  por  tiempo  escaso,  después  del  año  de  1602. 
Refiéreme  á  la  circunstancia  de  constar,  como  consta,  que  así 
la  novela  de  Rinconete  y  Cortadillo  como  la  de  El  Celoso  ex- 
tremeño y  la  intitulada  La  Tía  fingida,  sea  ó  no  de  Cervantes 
(que  cada  día  me  lo  parece  menos),  fueron  copiadas,  con 
otras  cosas  igualmente  de  amena  lectura,  por  el  Ldo.  Fran- 
cisco de  Porras  de  la  Cámara,  racionero  de  la  Iglesia  Catedral 
hispalense,  para  que  con  todo  ello  se  deleitase  su  amigo  y 
protector  el  cardenal  D,  Fernando  Niño  de  Guevara,  que  re- 


demia  Española,  á  tener  algún  vagar,  digo,  yo  estudiaría  también  la  coinciden- 
cia de  suponerse  en  agosto  la  acción  del  Rinconete  en  el  texto  primero  {*)  y 
llevar  data  del  22  de  agosto  la  cédula  de  los  pollinos,  que  está  en  el  cap.  XXV 
del  Quijote,  sabido  como  es  que  Cervantes,  cuando  ponía  una  fecha  en  sus 
obras,  echaba  mano  á  ¡a  del  día  en  que  estaba  escribiendo.  Verbigracia:  en  la 
cédula  de  esposo  del  entremés  de  La  Guarda  cuidadosa,  6  de  mayo  de  161 1; 
en  la  carta  de  Sancho  á  su  mujer,  cap.  XXXVI  de  la  parte  II  del  Quijote,  20 
de  julio  de  16 14;  en  la  Adjunta  al  Parnaso,  la  carta  de  Apolo,  22  de  aquel 
propio  mes  y  año;  y  en  la  carta  del  Duque  á  Sancho  (cap.  XLVII,  también  de 
la  segunda  parte),  16  de  agosto,  por  donde  se  echa  de  ver  que  desde  el  20  de 
julio  hasta  este  día,  un  mes  escaso,  escribió  Cervantes  no  menos  de  once  capí- 
tulos. Tampoco  es  de  olvidar  que,  por  caso  raro,  de  que  hasta  hoy  nadie  ha 
dado  explicación  satisfactoria,  en  la  edición  del  Quijote  hecha,  según  afirman, 
á  vista  de  Cervantes,  en  1 608,  la  cédula  de  los  pollinos  tiene  fecha  de  veinte  y 
siete  de  agosto,  en  lugar  de  veinte  y  do?,  no  pareciéndose  nada  en  su  escritura 
dos  á  siete,  por  donde  no  puede,  sin  violencia,  achacarse  á  errata  el  cambio. 

(17)  Publicada  primero  en  la  revista  intitulada  La  Concordia,  y  después, 
como  apéndice,  en  el  t.  I  del  Ensayo  de  una  Biblioteca  Española  de  libros 
raros  y  curiosos,  formado  con  los  apuntamientos  de  Gallardo,  por  los  señores 
Zarco  del  Valle  y  Sancho  Rayón. 


(*)  Pág.  63  de  la  impresión  de  Bosarte.  Dice  un  asiento  del  llhfo  mayor,  y  tínico,  de  la 
comunidad  de  ladrones:  «ítem:  Se  debe  hacer  un  espanto  al  barbero  valiente  de  la  Cruz  de  la 
Parra.  El  precio  es  veinte  ducados,  EL  término  es  todo  este  presente  mes  de  agosto.» 


-  178  - 

sidió  en  Sevilla  como  arzobispo  de  aquella  metrópoli  desde 
el  día  13  de  diciembre  de  1601  (18)  hasta  su  muerte,  acaecida 


(18)  Al  cardenal  D.  Rodrigo  de  Castro,  memorable,  no  ciertamente  por 
sus  virtudes,  sino  por  su  carácter  pésimo,  su  grande  egoísmo,  su  vana  ostenta- 
ción y  su  falta  de  amor  á  los  pobres,  sucedió  en  el  arzobispado  de  Sevilla  el 
cardenal  D.  Fernando  Niño  de  Guevara,  como  sucede  la  alegre  luz  del  dia  á 
las  negras  sombras  de  la  noche.  Aquel  prelado,  cuando  el  miedo  á  la  peste  que 
habla  en  Sevilla  le  tenía  en  Ecija,  pospuesto  el  cumplimiento  de  su  deber,  ni 
aun  con  su  limosna  acudía  á  los  desvalidos;  antes,  como  la  Ciudad  le  pidiese 
algún  auxilio  para  hacer  frente  i  la  calamidad,  respondióle  desde  allí  en  carta 
de  17  de  julio  de  1599,  excusándose  de  dar  nada,  «porque  como  es  tan  grande 
[la  estrecbeza  del  aílo]  y  las  rentas  decimales  se  van  cobrando  tan  mal  por  el 
impedimiento  de  la  peste,  no  sé  si  pertenecerá  tanta  cantidad  á  mi  dignidad, 
que  baste  á  la  prouision  de  mi  casa  y  i  los  salarios  y  limosnas  ordinarias*... 
(Archivo  Municipal  de  Srvilla,  sección  3.*,  t.  3.*,  n.*  24).  Muerto  en  Sevilla 
á  20  de  septiembre  de  1600,  la  Ciudad  se  excusó,  é  hizo  bien,  de  asistir  en  su 
entierro  (cabildo  del  propio  dia);  y,  elegido  para  reemplazarlo  NiHo  de  Gueva- 
ra, «varón  integérrimo  en  las  costumbres— habla  el  analista  Ortiz  de  Zúfliga  — 
celoso  de  la  verdad  y  del  bien  público,  libre  de  su  parecer,  acertado  y  de 
gran  experiencia  y  comprehensión  en  negocios,  á  más  del  fondo  de  sus  letras», 
el  mismo  día  (18  de  junio  de  1601)  en  que  el  Arcediano  de  Sevilla  D.  Andrés 
de  Alcalá,  tomo  posesión,  en  su  nombre,  de  la  sede  metropolitana,  ofreció  á  la 
Ciudad,  por  medio  del  mismo  su  apoderado,  que  para  este  efecto  entró  en  el 
cabildo,  2  000  ducados  mensuales  para  ayuda  de  los  gastos  que  se  hacían  con 
motivo  de  la  peste  (Actas  capitulares  de  Srvilla).  ¡Lo  que  iba  de  Pedro  á 
Pedro...! 

Entre  los  papeles  manuscritos  de  la  biblioteca  del  difunto  D.  Francisco  de 
Boija  Palomo  he  encontrado  una  curiosa  relación  en  verso,  de  letra  de  aquel 
entonces,  A  la  muerte  de  D.  Rodrigo  de  Castro,  Arzobispo  de  Sevilla,  y  en- 
trada  del  limo.  Sr.  D.  Fernando  Niño  de  Guevara,  su  sucesor  en  el  Ariobis- 
pado,  y  no  resisto  al  deseo  de  extractar  algo.  Empieza: 

Rompe  los  líquidos  air** 
El  K>o  trágico  y  funesto 
De  lai  parleras  campanas, 
Postas  del  impireo  cielo... 

El  poeta  anónimo  alude  chuscamente  á  los  miedos  de  Castro: 

Murió  el  Cardenal,  en  fin; 
Que,  como  vido  que  el  pueblo 
Se  iba  picando  de  peste, 
Púsose  en  salvo  con  tielnpo. 

El  nuevo  arzobispo,  magnánimo  como  Alejandro  el  Grande: 

Digo  que  por  muerte  su/a 
Se  eligió  arzobispo  nuevo, 
Y  fué  don  Fernando  Niño 
De  Guevara,  cuyo  pecho 
Vence  en  liberal  y  Uanco 
Al  Macedonio  soberbio. 


-  179  - 

á  8  de  enero  de  1609  (19).  Y  ¿cuándo  hubieron  de  llegar  á  las 
manos  de  Porras  los  borradores  de  esas  novelas  de  Cervan- 
tes, sino  cuando  en  aquella  ciudad  vivía  su  autor,  el  único  que 


Su  liberalidad,  tal  como  se  dice  en  el  acta  capitular  que  extracté  arriba: 


Su  viaje  á  Sevilla: 


Después  de  ser  arzobispo 
De  nuestro  bélico  asiento 
Puso  sobre  las  estrellas 
Las  borlas  de  su  capelo; 
Supo  que  estaba  Sevilla 
Puesta  en  grandísimo  estrecho, 
Muy  afligida  de  peste, 
Mal  sin  piedad  ni  remedio, 
Y,  movido  á  compasión 
De  su  humilde  rebañuelo, 
Para  curar  en  su  aprisco 
Contagio  tan  estupendo. 
Mandó  dar  dos  mil  ducados 
De  sus  rentas  y  derechos, 
Y  aqueso,  todos  los  meses, 
Mientras  durase  el  mal  fiero. 


Se  partió  nuestro  Arzobispo 
A  cumplir  su  ministerio 
De  Valladolid,  la  corte 
Del  gran  Philipo  tercero. 
Lunes  cinco  de  noviembre, 
Día  del  papa  San  Cleto, 
Año  de  seyscientos  y  uno 
Del  sagrado  Naciiiiiento. 
Trayle  el  amor  del  rebaño. 
Con  aguas,  nieves  y  truenos., 


Y  SU  entrada  en  la  ciudad: 

Jueves  treze  de  diciembre, 
Cuando  el  aurora  en  las  sierras... 

Repícanse  las  campanas, 
Que  en  cualquier  solene  fiesta 
Son  las  primeras  que  hablan. 
Por  lo  que  tienen  de  hembras. ,, 

{19)  Archivo  parroquial  del  Sagrario,  libro  zP  de  Entierros,  f.*'  72.— 
No  he  visto  su  testamento,  pero  si  unos  memoriales  suyos  ratificados  poco 
antes  de  su  muerte  y  protocolados  como  codicilo  (Archivo  de  protocolos  de 
Sevilla,  oiP  15,  Juan  de  Agreda,  libro  i.*^  de  1609,  f.*'  57).  Se  había  manda- 
do enterrar  en  el  altar  mayor  del  templo  de  la  casa  profesa  de  la  Compañía  de 
Jesús,  cuyo  protector  era,  y  á  la  cual  ó,  mejor  dicho,  al  Colegio  de  San  Herme- 
negildo, legó  4.000  ducados  de  renta  anua.  Por  otra  de  sus  memorias  dispuso 
que  á  todos  sus  criados  eclesiásticos  de  quienes  sus  albaceas  juzgasen  no  tener 
más  de  200  ducados  de  renta  eclesiástica  se  diesen  de  por  vida  las  mismas 
raciones  y  salarios  que  gozaban  en  la  casa  del  Cardenal.  Y  lo  mismo  se  había 
de  hacer  con  su  antiguo  mayordomo  Juan  Félix  de  Orozco,  y  otros  tambiéq 
seglares. 


-  ISÓ- 

de  ellos  pudo  disponer  á  su  antojo?  cA  la  amistad  de  Porras 
de  la  Cámara  con  Cervantes— dice  un  escritor  contemporá- 
neo (20)— se  debió,  sin  duda,  que  aquél,  atento  á  procurar 
solaz  á  su  prelado  y  habiendo  leído,  con  la  complacencia  que 
es  de  presumir,  las  tres  mer.cionadas  novelas,  pidiese  á  su 
autor  los  borradores  para  trasladarlos  en  su  Compilación  de 
curiosidades  españolas  (21),  no,  seguramente,  sin  revelarle  el 
objeto  que  se  proponía.  De  él  tuvo  noticia  Cervantes,  según 
se  infiere  por  unas  palabras  que  puso  hacia  el  fin  de  La  Es- 
pañola inglesa,  escrita  para  el  cardenal  Niño  de  Guevara,  cosa 
que  echó  de  ver  en  1864  mi  docto  amigo  el  Sr.  Asensio  y 
Toledo»  (22). 

Si  algún  descontentadizo  preguntare  por  dónde  el  sin 
par  ingenio  complutense  hubo  de  trabar  esa  amistad  ó  ese 
conocimiento  con  el  Ldo.  Porras  de  la  Cámara,  para  que  no 
quede  sin  respuesta,  aunque  la  mía,  esta  vez,  no  tenga  su 
base  en  lo  del  todo  averiguado,  sino  en  lo  meramente  proba- 
ble ó  posible,  se  le  podrá  decir:  que  por  los  aflos  de  1588  á 
1 590  vivía  en  la  collación  de  San  Salvador  un  clérigo  presbí- 
tero llamado  Bernardino  de  Cervantes  (23);  que  un  Juan  de 
Cervantes  tenía  en  1 599  refacción  de  la  blanca  de  carne  entre 
el  prior  y  canónigos,  curas  y  capellanes  de  la  dicha  iglesia  (24); 


(20)  Rodríguez  Marfn,  El  Loaysa  Je  *El  Celoso  extremffio*,  pág.  25. 

(21)  El  lector  que  quisiere  conocer  con  pormenores  toda  la  interesante 
historia  de  esta  Compilación  puede  leer  el  sabroso  articulo  que  D.  Julián 
Apraiz  intituló  Curiosidades  cervantinas,  y  que  vio  la  luz  en  el  Homenaje  d 
Menéndez  y  Pelayo  en  el  año  vigésimo  de  su  profesorado  (Madrid,  1899), 
t.  I,  pág.  223. 

(22)  Articulo  intitulado  Sobre  *La  Española  inglesa*,  en  los  Nuevos  do' 
aumentos  para  ilustrar  la  vida  de  Miguel  de  Cervantes...,  pág.  59. 

(23)  En  1588  se  obligó  con  el  bordador  Pedro  Díaz  por  razón  de  ciertas 
vestiduras  eclesiásticas  (Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  oficio  I.»,  libro  2.* 
del  dicho  año,  f.°  474);  y  en  los  primeros  meses  de  1590  daba  una  carta  de 
pago  á  Diego  de  Zufre,  cabalmente  el  tenedor  de  bastimentos  de  las  galeras, 
con  quien  tuvo  dares  y  tomares  el  infortunado  comisario  de  Antonio  de  Gue- 
vara (oficio  24,  libro  I."  de  1590,  f.*  806).  Todavía  lo  hallo  contratando 
en  1592,  en  el  mencionado  oficio  i."  (libro  i.*,  f.*  636). 

(24)  Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Libros  de  Propios,  asiento  de  1 1  de 
agosto  de  1600. 


-  181  - 

que  un  Leonel  de  Cervantes  percibíala,  en  el  propio  año  y  los 
siguientes,  entre  los  clérigos  y  capellanes  de  la  parroquia  de 
Omnium  Sanctorum  (25),  y,  en  fin,  que  un  Baltasar  de  Cer- 
vantes tuvo  derecho  á  la  tal  refacción,  á  lo  menos,  desde  1597 
á  1606,  como  beneficiado  de  la  iglesia  parroquial  de  San  Isi- 
dro (26),  en  cuya  collación  vivía  en  1598  y  1599  nuestro 
Miguel  de  Cervantes  (27).  Y  el  autor  del  Quijote,  ¿no  había 
de  ser  deudo,  más  ó  menos  propincuo,  de  alguno  de  los  clé- 
rigos mencionados?  Y  siéndolo,  ¿no  había  de  tener  con  él  si- 
quiera el  poco  roce  necesario  para  que  supiese  que  se  ocupaba 
en  escribir  obras  de  entretenimiento?  Y  sabiéndolo,  y  siendo 
algo  amigo,  como  lo  sería,  del  popular  Porras  de  la  Cámara, 
amantísimo  de  las  bellas  letras,  escritor  docto  y  ameno  (28) 
y   tan  allegado  al   arzobispo   Niño   de  Guevara,   ¿no  parece 


(25)  Ibid.,  asiento,  entre  otros,  de  i."  de  diciembre  de  1603. — Este  doctor 
Leonel  de  Cervantes  Carvajal  continuó  en  Sevilla  hasta  el  año  de  1606,  en 
que,  obtenida  la  maestrescolía  de  la  Iglesia  metropolitana  del  Nuevo  Reino  de 
Granada,  pasó  á  América.  Tenia  entonces  treinta  y  seis  años  (Archivo  general 
de  Indias,  Casa  de  la  Contratación,  Licencias  de  pasajeros,  43,  6,  '**/(;). 

(26)  Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Libros  de  Propios,  asientos  de  22  de 
mayo  de  1597,  17  de  agosto  de  1601,  18  de  febrero  de  1605  y  1 1  de  mayo 
de  1606. — Baltasar  de  Cervantes  había  cursado  sus  estudios  en  la  universidad 
de  Sevilla,  su  patria:  graduado  de  bachiller  en  Artes  y  Filosofía  á  24  de  octu- 
bre de  1583,  continuó  estudiando  esta  facultad,  y  desde  1589  cursó  la  de 
Cánones,  en  la  cual  se  bachilleró  á  2  de  octubre  de  1592  (Archivo  universi' 
tario  de  Sevilla,  Grados  de  bachiller  en  todas  facultades,  libro  3.°,  ÍS>  42;  Ma- 
triculas, libro  4.°,  f."*  119  V.'",  127,  135  y  277  v.'» ,  y  Grados  mayores  y  me- 
nores de  todas  facultades,  libro  4.°,  f.°  219  v.'" ). 

(27)  Pérez  Pastor,  Documentos  cervantinos,  t.  II,  n.*^^  LXX-LXXII. 

(28)  En  la  Compilación  de  curiosidades  españolas  que  hizo  para  Niño 
de  Guevara,  figuraba  una  relación  en  prosa  y  verso  de  un  viaje  que  había  he- 
cho á  Portugal  por  los  años  de  1592,  y  «en  la  cual— dice  el  Sr.  Apraiz — la 
exactitud  se  hallaba  muy  bien  avenida  con  la  amenidad,  y  la  verdad  con  la  di- 
versión.» Además,  escribió  una  Relación  de  las  alteraciones  que  hubo  en  la 
ciudad  de  Sevilla  en  el  año  de  1521,  recopiladas  por  el  maestro  Perea  y  redu- 
cidas á  mejor  estilo  por  el  licenciado  Francisco  de  Porras  de  la  Cámara.  Año 
de  1601  (Matute  y  Gaviria,  Hijos  de  Sevilla  señalados  en  santidad,  letras, 
armas,  artes  ó  dignidad,  t.  I,  pág.  288),  y  la  Relación  de  cierta  Jiesta  á  imi- 
tación de  vna  ñaua  I  en  la  conquista  de  vn  castillo  que  las  nasiones  francesa 
y  flamenca  hizieron  en  el  Rio  de  Seuilla  ante  sus  muros...  en  lunes  4  de 
Jullio  de  1605,  En  el  felicissimo  nascimiento  del  Principe  nro  S.or  Don  phe- 

lippe  Domingo    Víctores  de  austria...  (Alenda,  Relaciones  de  Solemnidades  y 
Fiestas  públicas  de  España,  t.  I,  Madrid,  1903,  n.*^  490). 


—  182  — 

natural  que  alguna  vez  se  hiciese  conversación  en  la  cual, 
aposta  ó  por  acaso,  se  hablara  de  Miguel  de  Cervantes  y  de 
sus  novelas,  naciendo  de  aquí  el  proporcionarlas  al  discreto 
licenciado  y  el  estimarlas  éste  por  harto  dignas  de  la  atención 
del  Cardenal,  y  acabando  por  entablar  con  el  ínclito  novelista 
el  trato  y  conocimiento  que  se  vislumbran  en  uno  de  los  últi- 
mos párrafos  de  La  Espafwla  inglesar  (29).  En  resolución, 
estas  conjeturas,  ¿no  parecerán  siquiera  bien  encaminadas  á 
las  personas  imparciales,  ya  que  no  á  los  cervantistas  de  pro- 
fesión, á  los  que  en  sólo  su  cervantismo  cimentan  su  estado 
civil  literario,  pues  á  éstos,  con  excepciones  contadísimas,  les 
parece  disparatado  é  inverosímil  todo  lo  que  ellos  no  acerta- 
ron á  discurrir,  ó  no  se  impusieron  el  penoso  trabajo  de  ave- 
riguar? 

Por  lo  que  toca  al  tiempo  á  que  Cervantes  quiso  referir 
la  acción  del  Rinconete,  poco  podré  añadir  á  lo  que  sobre  este 
punto  manifestó  cuatro  años  há  el  autor  de  El  I^aysa  de  tEl 
Celoso  extremeño»  (30).  Dijo:  tKn  el  manuscrito  misceláneo 
de  Porras  de  la  Cámara  la  novela  Rinconete  y  Cortadillo  tenía 


(29)  Aquellos  que  dicen:  «Todas  estas  razones  [las  de  Ricaredo,  cuando 
apareció  en  la  iglesia  de  Santa  Paula,  de  Sevilla]  oyeron  los  circunstantes  y  el 
asistente  y  vicario  y  provisor  del  Arzobispo,  y  quisieron  que  luego  se  les  dijese 
qué  historia  era  aquélla...  Lo  mismo  hicieron  los  dos  señores  eclesiásticos,  y 
rogaron  á  Isabela  pusiese  toda  aquella  historia  por  escrito,  para  que  la  leyese 
su  señor  el  Arzobispo,  y  ella  lo  prometiót.  «Uno  de  estos  eclesiásticos  es,  sin 
duda,  el  licenciado  Porras  de  la  Cámara»,  afirmaba  D.  Luís  Fernández-Guerra 
en  su  estudio  intitulado  D.Juan  Ruit  de  A  ¡arcan  y  Mendoza  (Madrid,  187 1 ), 
pág.  48.  El  autor  de  El  Loaysa  de  *El  Celoso  extremeño*  advertía  (págs.  235 
y  236)  que,  «sobre  que  estas  señales  no  tienen  traza  de  inventadas,  hay  otras 
por  donde,  sin  pecar  de  muy  crédulo,  puede  inferirse  ser  verídico  en  cnanto  al 
fondo  el  asunto  de  La  Española  inglesa*.  Y  recordaba  el  pormenor  de  haber 
alquilado  los  padres  de  Isabela  una  casa  principal  enfrente  de  Santa  Paula  «por 
ocasión  que  estaba  monja  en  aquel  santo  monasterio  una  sobrina  suya,  única  y 
extremada  en  la  voz...  y  que  para  conocella  [Ricaredo]  no  había  menester  más 
de  preguntar  por  la  monja  que  tenía  la  mejor  voz...»,  y  aquella  reiteración  de 
«se  piensa  que  aún  hoy  vive  en  las  casas  que  alquilaron  frontero  de  Santa 
Paula,  que  después  las  compraron  de  un  hidalgo  húrgales  que  se  llamaba  Her- 
nando de  Cifuentes...>,  señales  todas  de  la  certeza  de  los  hechos,  pues,  ¿á  qué, 
si  no,  podía  conducir  el  relato  de  estos  pormenores? 

(30)  Págs.  226-233. 


-  183  — 

el  epígrafe  siguiente,  que  copió  Bosarte  al  darla  á  luz  en  el 
cuaderno  IV  de  su  Gabinete  de  lectura  española:  <í  Novela  de 
•»  Rinconete  y  Cortadillo,  famosos  ladrones  que  hubo  en  Sevilla, 
y>la  qual pasó  asi  en  el  año  de  /5<5p.»  Y  este  año,  y  no  otro  dis- 
tinto, se  vuelve  á  citar  al  principio  de  aquel  texto:  «...un  día 
»de  los  calurosos  del  verano  del  año  1569...»  Por  la  repetición 
parece  que  no  hubo  error  en  la  cita;  con  todo,  húbolo,  á  no 
dudar,  y  no  ya  de  Bosarte,  pero  del  mismo  beneficiado  Porras, 
de  cuya  mano  estaba  copiada  esta  novela.  El  año  que  fijó 
Cervantes  no  pudo  ser  sino  el  de  1589,  y  la  forma  que  el 
autor,  ó  alguno  de  los  que  copiaron  su  obrita,  diese  al  guaris- 
mo 8,  no  muy  difícil  de  confundir  con  el  6,  con  sólo  acortar 
uno  de  los  trazos  de  la  mitad  superior  de  aquél,  hubo  de  mo- 
tivar el  yerro.  Digo  en  redondo  que  tal  año  no  pudo  ser  sino  el 
de  158^,  lo  uno,  porque  la  acción  de  Rinconete  y  Cortadillo, 
juzgando  por  todas  las  pintas,  sucede  al  propio  tiempo  que  lo 
del  alguacil  y  los  seis  famosos  rufos  del  Coloquio  de  Cipión  y 
Berganza,  y  sabido  es  que  esto  pasaba  el  dicho  año,  único  en 
que  D.  Juan  Sarmiento  de  Valladares  fué  asistente  de  Sevilla; 
y  lo  otro,  porque  por  referencia  digna  de  crédito  consta  que 
en  esta  aludida  época  había  en  la  metrópoli  andaluza  «cofra- 
»día  de  ladrones,  con  su  prior  y  cónsules,  como  mercaderest, 
cosa  que,  sin  robustas  pruebas  (y  ni  endebles  las  hay)  no  se  ha 
de  admitir  que  acaeciese  asimismo  veinte  años  atrás;  amén  de 
que  no  habiendo  residido  Cervantes  en  esta  ciudad  por  los 
años  de  1569,  y  sí  cuatro  lustros  míís  tarde,  mejor  ha  de  pre- 
sumirse que  para  bosquejar  la  vida  de  la  hampa  hubo  de  tener 
en  cuenta  lo  que  indudablemente  observó  y  estudió  á  vista 
de  ojos,  que  no  lo  que  por  meras  y  siempre  defectuosas  y  des- 
vanecidas referencias  llegase  mucho  después  á  sus  oídos. 

»Más  prolija  explicación  han  menester  mis  afirmaciones, 
y  voy  á  darlas;  que  no  duelen  prendas  á  quien  se  tiene  por 
buen  pagador.  En  el  Coloquio  de  Cipión  y  Berganza  cuen- 
ta éste  que,  representada  en  mitad  de  la  calle  por  su  amo  el 
alguacil  la  bien  urdida  farsa  de  su  valentía,  pasóse  en  dar 


—  184  - 

vueltas  á  la  ciudad,  para  dejarse  ver,  lo  que  del  día  quedaba, 
«y  la  noche — añade  luego— nos  halló  en  Triana,  en  una  calle 
«junto  al  molino  de  la  pólvora;  y  habiendo  mi  amo  avizorado 
»(como  en  la  jácara  se  dice)  si  alguien  le  veía,  se  entró  en  una 
icasa,  y  yo  tras  él,  y  hallamos  en  un  patio  á  todos  los  jayanes 
ide  la  pendencia....,  y  uno,  que  debía  de  ser  el  huésped,  tenía 
«un  gran  jarro  de  vino  en  la  una  mano,  y  en  la  otra  una  copa 
•grande  de  taberna....  Finalmente,  vine  á  entender....  que  el 
» dueño  de  la  casa,  á  quien  llamaban  Monipodio,  era  encubri- 
»dor  de  ladrones  y  pala  de  rufianes...»  Ahora  bien,  este  Mo- 
nipodio, asistente,  por  decirlo  así,  de  los  sevillanos  de  rapiña 
cuando  lo  era  de  la  ciudad  el  Ldo.  Sarmiento  de  Valladares, 
es  el  Monipodio  mismo  y  mismísimo  ante  quien,  apenas  lle- 
gados á  la  ciudad  del  Betis,  se  registraron  como  cofrades  Die- 
go Cortado  y  Pedro  del  Rincón,  mozos  entrambos  muy  más 
que  bachilleres  en  artes  (en  malas  artes,  digo),  reconociéndolo, 
como  los  demás  de  aquel  claustro  y  gremio,  por  su  padre,  su 
maestro  y  su  amparo,  previas  las  formalidades,  pruebas  y  ce- 
remonias que  eran  uso  y  costumbre  en  la  archihonrada  co- 
fradía. 

»Y  en  lo  tocante  á  haber  existido  en  Sevilla,  por  los 
años  de  1589,  sociedad  como  la  presidida  por  Monipodio,  ya, 
hacia  el  año  de  1 592,  lo  dijo  D.  Luís  Zapata,  el  autor  del 
Cario  Famoso^  en  su  sabrosa  Miscelánea  (3 1),  por  estas  frases, 
que  muchas  veces  han  transcrito  los  biógrafos  de  nuestro  in- 
mortal novelista  (32):  «En  Sevilla  dicen  que  hay  cofradía  de 
» ladrones,  con  su  prior  y  cónsules,  como  mercaderes;  hay  de- 
spositario  entre  ellos,  en  cuya  casa  se  recogen  los  hurtos,  y 
>arca  de  tres  llaves,  donde  se  echa  lo  que  se  hurta  y  lo  que 
>se  vende,  y  sacan  de  allí  para  el  gasto  y  para  cohechar  los 
•  que  pueden  para  su  remedio,  cuando  se  ven  en  aprieto.  Son 


(31)     Publicada  en  el  Memorial  Histórico  Español,  t.  XI,  Madrid,  1859. 
{32)     El  primero  entre  ellos,  D.  Juan  Antonio  Pellicer,  en  su  Vida  de  C(r' 
vantes. 


-  185  - 

jmuy  recatados  en  regibir,  que  sean  hombres  esforgados  y 
«ligeros,  cristianos  viejos;  no  acogen  sino  á  criados  de  hom- 
»bres  poderosos  y  favoregidos  en  la  ciudad,  ministros  de  justi- 
»cia,  y  lo  primero  que  juran  es  esto:  que  aunque  los  hagan 
«cuartos  pasarán  su  trabajo,  mas  no  descubrirán  los  compa- 
X  ñeros;  y  ansí,  cuando  entre  gente  honrada  falta  algo  que 
í  dicen  que  el  diablo  lo  llevó,  levántanselo  al  diablo,  que  no  lo 
» llevó,  sino  alguno  déstos;  y  de  haber  la  cofradía  es  cierto,  y 
í durará  mucho  más  que  la  Señoría  de  Venecia,  porque  aun- 
>que  la  justicia  entresaca  algunos  desdichados,  nunca  ha  lle- 
jgado  al  cabo  de  la  hebra»  (33).  Pero  ¿á  qué  esforzarme  en 
demostrar  con  textos  ajenos  lo  que  con  los  propios  de  Cer-r 
vantes  puede  patentizarse  de  sobra?  Averiguado  que  en  1589 
acaeció,  ó  el  autor  supone  acaecida,  la  riña  de  aquel  miles 
gloriosus  de  alguacil  y  la  cena  en  casa  de  Monipodio,  cosas 
ambas  á  dos  que  en  el  Coloquio  de  los  Perros  cuenta  Berganza, 
y  sabido  que  en  Rincotiete  y  Cortadillo  el  tal  Monipodio,  tipo 
á  todas  luces  copiado  del  natural,  «parecía  de  edad  de  cua- 
» renta  y  cinco  á  cuarenta  y  seis  años»,  á  referirse  al  de  1 569  la 
acción  de  esta  novela  (34),  habría  que  admitir  que  el  tuautem 
de  la  canalla  hampona  éralo  todavía  al  frisar  con  los  sesenta 
y  seis,  edad  más  á  propósito  para  estar  jubilado,  ó,  á  lo  sumo, 
para  oficiar  de  abispón,  que  no  para  proseguir  desempeñando 
el  cargo  de  mayoral  y  faraute  ladronil  de  Babilonia,  cuyo  di- 
fícil y  arriesgado  ejercicio,  al  par  que  mucha  ciencia  y  larga 
experiencia,  requería  grande  vigor  intelectual  y  lozanos  bríos 
corporales,  así  para  hacer  cara  á  los  de  fuera  en  cualquier 
lance  apretado  que  se  ofreciese  como  para  conservar  entre  los 
de  dentro  la  fuerza  moral  que  tanto  ha  menester  el  que  man- 


(33)  Aquí,  por  nota,  puso  Rodríguez  Marín,  ladeadas  en  dos  columnas, 
muchas  referencias  de  Zapata  y  muchas  indicaciones  de  Riticonete  y  Cortadillo: 
las  que  bastan  y  sobran  para  probar  lo  que  se  proponia. 

(34)  Ha  tenido  mala  suerte  la  clara  indicación  que  del  año  hizo  Cervan- 
tes: Porras  de  la  Cámara  lo  equivocó,  escribiendo  ¡Soy;  Ticknor  lo  volvió  á 
equivocar,  escribiendo  1563:  á  lo  menos,  así  se  lee  en  la  traducción  de  Gayan- 
gos  y  Vedia,  t.  II,  pág.  221. 

13 


-  186  — 

da,  mayormente  si  los  que  han  de  prestar  obediencia  son 
turba  rahez  de  bellacos  y  malandrines.  Visto  es,  pues,  que  en 
\  1589,  y  no  veinte  años  atrás,  sucede  la  acción  de  la  novela 
Rinconete  y  Cortadillo,  y  visto  también  que  tipos,  costumbres 
lugares,  sucesos,  y,  en  una  palabra,  todo  lo  que  hay  en  ella 
está  tomado  de  la  realidad  directamente,  tratando  con  aque 
líos  bribones,  por  observador  tan  perspicaz  y  tan  rico  de  en 
tendimiento  y  de  fantasía  como  Miguel  de  Cervantes  Saa 
vedra. » 

La  conjetura  que  en  los  párrafos  transcritos  expuso  el 
autor  de  El  Loaysa  ha  parecido  muy  digna  de  tomarse  en  con- 
sideración al  notable  hispanista  Sr.  Fitzmaurice-Kelly  (35),  aun 
siendo,  como  es,  y  dígolo  en  elogio  de  su  buena  conciencia, 
harto  descontentadizo  en  toda  materia  literaria  ó  histórico-lite- 
raria;  pero  todavía,  á  saberlas,  el  citado  escritor  andaluz  pudo 
añadir  dos  interesantes  noticias  sevillanas  referentes  al  tal 
año  de  1589,  y  que  demuestran  cómo  andaba  entonces  la  se- 
guridad pública.  El  Ldo.  Sarmiento  de  Valladares,  asistente 
de  Sevilla  en  aquel  tiempo,  era  hombre  de  muy  desmedido 
amor  propio;  y,  haciéndose  creer  á  sí  mismo  que  tenía  á  la 
población  como  una  balsa  de  aceite,  todo,  sin  embargo,  an- 
daba tal,  que  no  podía  andar  peor.  En  cabildo  de  5  de  mayo 
el  jurado  Diego  Ferrer  dijo,  y  era  cierto,  que  capeaban  en 
muchas  calles  de  la  ciudad  ty  en  casas  particulares,  así  cris- 
tianos viejos  como  moriscos»;  pero  el  asistente,  oída  esta  de- 
nuncia, tomóla  por  ofensiva  para  su  autoridad,  como  denun- 
ciadora de  su  poco  celo,  y,  poniéndose,  sin  quererlo,  de  parte 
de  los  capeadores,  mandó  que  Ferrer  diera  información  ante 
él  de  lo  que  había  dicho,  «y  declare  las  casas  y  calles  y  per- 
sonas á  quien  se  ha  capeado,  y  de  cuánto  tiempo  acá,  con 
apercibimiento  de  proceder  contra  él»  (36).  Por  otra  parte,  el 


(35)  En  su  introducción  á  la  citada  versión  inglesa  de  las  Novelas  ejem- 
plares, págs.  XXI-XXXIII. 

(36)  Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Actas  capitulares.— Que  este  mal  no 
se  había  corregido  aún  al  año  siguiente  sabérnoslo  por  Bartolomé  de  Góngora, 


—  187  - 

alguacil  de  los  vagamundos,  de  quien  decía  Monipodio  «que 
es  amigo  y  nos  hace  mil  placeres  al  año»,  y  «más  disimula 
este  buen  alguacil  en  un  día,  que  nosotros  le  podemos  ni  so- 
lemos dar  en  ciento»,  era  en  1589  Juan  de  Embarrada,  sólo 
bueno,  según  he  columbrado,  para  embarrar  y  manchar  toda 
noción,  diseño  ó  sombra  de  justicia.  Pidió  su  salario  á  la 
Ciudad  á  fines  del  propio  año  de  1589  (37),  y  el  celoso  jurado 
Diego  Ferrer  se  opuso  terminantemente  á  que  se  le  diera, 
porque  á  sus  antecesores  Matute  y  Madrid  no  se  les  pagó 
nunca,  pues  con  el  oficio  habían  ganado  de  comer,  «demás 
de  queste  alguagil  que  pide  este  salario  hace  ofigio  de  algua- 
gil  de  la  justigia  j  cada  día  trae  gran  suma  de  presos  porque 
le  valgan  dinero...^  De  suerte  que  Embarrada  echaba  en  pri- 
sión á  los  hombres  de  bien,  porque  le  valieran  dinero,  y  en- 
tendíase á  las  mil  maravillas  con  los  rufianes  y  ladrones. 

Así  de  este  buena  púa  de  alguacil  como  de  los  demás  di- 
versos tipos  de  la  interesantísima  germanesca  sevillana,  si  difi'- 


quien,  al  f."  55  de  su  libro  inédito  intitulado  El  Corregidor  sagaz,  que  extrac- 
tó Gallardo  (Ensayo...,  t.  IV,  col.  1.191)  decía:  «Estando  yo  en  Sevilla  por  los 
años  de  1590,  á  los  doce  de  mi  edad,  siendo  asistente  D.  Francisco  de  Carva- 
jal, del  hábito  de  Calatrava  y  señor  de  Torrejón  de  Velasco,  andaban  de  noche 
por  la  ciudad  una  docena  de  capeadores...»  En  efecto,  por  el  año  que  cita,  Car- 
vajal habia  reemplazado  en  la  asistencia  á  Valladares.  Pero  no  en  todo  su  libro 
parece  decir  verdad  Góngora,  ó  no  la  dijo  en  todos  sus  recaudos  para  pasar  á 
la  Nueva  España,  con  los  cuales,  buscando  otras  cosas,  he  tropezado  poco  há 
(Archivo  general  de  Indias,  Licencias  de  pasajeros,  43,  6,  *^^Vii>  "-^  62).  Por 
varias  indicaciones  de  su  libro  se  viene  en  conocimiento  de  que  Góngora  era 
ecijano  y  había  nacido  en  1578.  Según  el  mencionado  expediente,  era  natural 
de  Sevilla  y  había  nacido  en  1570.  Bien  que  lo  de  fingir  la  patria  pudo  obede- 
cer al  deseo  de  ahorrar  trámites.  Su  mujer,  que  fué  á  Indias  con  él,  se  llamaba 
María  de  Treseño.  Despacháronse,  como  Mateo  Alemán,  en  1607;  pero  la 
flota  no  salió  hasta  la  primavera  de  1608.  Góngora  navegó,  como  él  lo  dice, 
en  compañía  del  autor  del  Guzmán  de  Alfarache:  en  la  nao  de  que  iba  por 
maestre  Tomé  García.  El  insigne  dramaturgo  Ruiz  de  Alarcón  pasó  á  la  Nueva 
España  en  la  misma  flota,  sí,  pero  en  nao  distinta:  en  la  de  que  era  maestre 
Diego  Garcés:  no  pudo,  por  tanto,  ir  «oyendo  y  tratando  de  cerca,  en  la  intimi- 
dad de  un  bajel...  al  insigne  sevillano  Mateo  Alemán»,  contra  lo  que  gallarda- 
mente fantaseó  D.  Luis  Fernández-Guerra  en  su  deliciosa  biografía  del  lucido 
ingenio  mejicano. 

(37)     Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Actas  capitulares,  cabildo  de  29  de 
diciembre  de  1589. 


-  188  - 

ciles  de  estudiar,  todavía  más  difíciles  de  representar  al  vivo, 
haciéndoles  vestir  sus  trajes,  y  pensar  á  su  modo,  y  hablar  en 
su  jerga,  y  lucir  sus  ademanes,  sus  gestos,  sus  metáforas  y  en- 
carecimientos propios,  y  celebrar  sus  peregrinos  conciliábulos 
para  tratar  de  la  pro  común  de  la  taifa,  común  daño,  á  la  vez, 
de  aquella  sociedad  mal  regida,  hizo  el  portentoso  escritor  en 
su  breve  novela  de  Rinconete y  Cortadillo  una  serie  de  gentiles 
cuadritos  de  género,  llenos  de  jugosa  gracia,  ricos  de  vida, 
y  lozanos  de  color,  sin  perjuicio  de  \dijusttsa,  como  represen- 
taciones fieles  de  una  vasta  aglomeración  de  gente  perdida, 
sin  otra  ley  que  su  desaforado  antojo,  sin  otro  poder  que 
su  audacia  y  su  astucia,  y  sin  otro  caudal  ni  otras  preseas 
que  lo  ajeno;  pero  no  estudiada  al  través  del  prisma  psicoló- 
gico, que  vuelve  tristona  toda  luz,  ni  por  la  lente  de  la  ética, 
que  suele  hacer  ver  negras  como  el  carbón  aun  cosas  que 
muchos  hombres  honrados  diputan  por  meramente  grises,  sino 
contemplada  á  luz  y  ánimo  abiertos,  á  vista  franca,  con  ojos 
de  artista  y  con  espíritu  benévolo,  regocijado  y  humanísimo. 
San  Francisco  de  Asís,  el  incomparable  santo  del  amor  y  de 
la  terneza,  llamaba  hermanos  y  amaba  como  hermanos  hasta 
á  los  animales  dañinos;  Cervantes,  por  limado  y  suavizado  en 
el  asperón  de  la  desgracia,  y  por  naturalmente  bueno  y  na- 
turalmente fino  de  percepción,  sabía  también  hallar  en  toda 
\  criatura  algo  por  donde  considerarla  como  estimable  y  digna 
de  cariño.  No  de  otra  suerte  las  abejas  sacan  rica  miel  de  las 
florecillas  más  humildes.  Esto,  que  yo  no  logro  expresar  tan 
bien  como  lo  hallo  en  mi  pensamiento,  fué  sabiamente  discu- 
rrido y  con  pasmoso  acierto  explicado,  en  frases  redondas  y 
concretas,  por  mi  insuperable  maestro  D.  Marcelino  Menéndez 
y  Pelayo,  cujus  non  siim  dignus  corrigiam  calceamenti  solvere. 
En  su  notabilísimo  Discurso  acerca  de  Cervantes  y  el  t  Quijo- 
te*,  leído  en  la  Universidad  Central  el  día  8  de  mayo  de  este 
año  de  1905,  después  de  observar,  con  su  admirable  tino  de 
siempre,  que  la  novela  picaresca  es  independiente  de  Cervan- 
tes, el  cual  <no  la  imita  nunca,  ni  siquiera  en  Rinconete  y  Cor- 


-  m  - 

tadillo^  que  es  un  cuadro  de  género,  tomado  directamente  del 
natural,  no  una  idealización  de  la  astucia  famélica  como  Laza- 
rillo de  Tormes,  ni  una  profunda  psicología  de  la  vida  extra- 
social como  Guzmán  de  Alfarache»,  añadió  estas  hermosas 
expresiones,  que,  á  la  hora  de  imprimir,  intercalo  en  mi  texto, 
porque  me  parecería  irrespetuoso  relegarlas  al  lugar  de  las  no- 
tas: «Corre  por  las  páginas  de  Rinconete  una  intensa  alegría, 
un  regocijo  luminoso,  una  especie  de  indulgencia  estética  que 
depura  todo  lo  que  hay  de  feo  y  de  criminal  en  el  modelo,  y, 
sin  mengua  de  la  moral,  lo  convierte  en  espectáculo  divertido 
y  chistoso.  Y  así  como  es  diverso  el  modo  de  contemplar  la 
vida  de  la  hampa,  que  Cervantes  mira  con  ojos  de  altísimo 
poeta  y  los  demás  autores  con  ojos  penetrantes  de  satírico  ó 
moralista,  así  es  divergentísimo  el  estilo,  tan  bizarro  y  desen- 
fadado en  Rinconete,  tan  secamente  preciso,  tan  aceradamente 
sobrio  en  el  Lazarillo,  tan  crudo  y  desgarrado,  tan  hondamen- 
te amargo  en  el  tétrico  y  pesimista  Mateo  Alemán,  uno  de 
los  escritores  más  originales  y  vigorosos  de  nuestra  lengua, 
pero  tan  diverso  de  Cervantes  en  fondo  y  forma,  que  no  pare- 
ce contemporáneo  suyo,  ni  prójimo  siquiera.» 

Por  esto  Cervantes  fué,  mucho  más  que  Alemán,  un  fervo- 
roso enamorado  de  Andalucía:  toda  ella,  con  sus  donairosos 
tipos,  con  sus  escenas  animadas,  con  sus  pintorescos  lugares, 
con  sus  interesantes  cuentecillos  y  tradiciones,  alienta  y  palpita 
con  gran  pujanza  en  las  obras  del  autor  de  El  Ingenioso  Hidal- 
go. Y  así  como  en  Rinconete  y  Cortadillo  nada  falta  de  la  Sevilla 
holgazana,  maleante  y  germanesca,  ^qué  recuerdos  de  la  mis- 
ma gran  ciudad,  «lugar  tan  acomodado  á  hallar  aventuras, 
que  en  cada  esquina  se  ofrecen  más  que  en  otro  alguno»  (38), 
no  andan  diseminados  en  las  páginas  del  Coloquio  de  Cipión 
y  Bergánza,  de  El  Celoso  extremeño  y  de  La  Española  ingle- 
sa, y  en  las  escenas  de  sus  obras  teatrales  El  Rufián  dichoso 
y  El  Rufián  viudo?  Pues  en  el  Quijote  ¿no  se  mienta  á  Sevilla 


(38)     El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XIV. 


—  Í90  — 

ttiuy  frecuentemente?  De  dónde  sino  de  su  barrio  de  la  Feria 
ó  de  Omnium  Sanctorum  eran  dos  de  aquellos  calafates  que 
mantearon  al  buen  Sancho?  (39)  ¿De  dónde  el  puftalero  Ra- 
món de  Hoces,  recordado  por  el  mismo  (40),  y  el  loco  que 
hinchaba  los  perros  (41),  y  el  gorrero  Triguillos,  á  quien  la 
postiza  madre  de  Preciosa  dio  la  broma  más  hidráulica  de 
que  hay  memoria  en  todo  el  mundo?  (42).  La  famosa  Giralda 
más  de  una  vez  se  columbra,  gallarda  y  esbelta,  en  las  pági- 
nas del  libro  sin  par  (43).  Y  del  celebérrimo  Compás,  de  la 
renombrada  mancebía  hispalense,  no  se  diga:  era  uno  de  los 
lugares  más  señalados  del  mapa  de  la  picaresca  y  Cervantes 
lo  menciona  en  el  Quijote  (44),  en  el  Viaje  del  Parnaso  y  en 
algunas  de  sus  obras  cómicas. 

No  hay  menos  recuerdos  de  Córdoba  en  la  incomparable 
novela  cervantina:  á  la  nada  buena  obra  de  mantear  á  Sancho 
coadyuvan  dos  agujeros  del  Potro  (45);  cordobeses  son,  á  no 


(39)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XVII. 

(40)  /¿/rf,  parte  II,  cap.  XXIII. 

(41)  Ibid.,  parte  II,  prólogo. 

(42)  La  Gitanilla. — Este  Triguillos,  sevillano,  debió  de  alguacilear  á  ca- 
ballo antes  de  andarse  á  hacer  gorras.  A  lo  menos,  Triguillos,  como  éste,  se 
llamaba  un  alguacilillo,  ó  cosa  asi,  á  quien  conoció  Vicente  Espinel  cuando 
pasó  una  larga  temporada  en  la  metrópoli  andaluza  (1578),  y  á  quien  aludió 
en  su  Sátira  contra  las  damas  de  Sevilla,  citada  ya  en  algunas  notas  del  pre- 
sente estudio: 

Para  mi  humor  es  cosa  milagrosa 
Yer  á  Triguillos  puesto  á  la  giaeta, 
A  quien  la  brida  nunca  fue  enfadosa. 

Un  Luis  de  Triguillos,  probablemente  el  mismo  á  quien  aludieron  Cervantes  y 
Espinel,  porque  este  apellido  era  harto  raro,  otorgaba  escrituras  en  aquella 
ciudad  por  los  años  de  1598  (Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  oí."  16, 
libro  2.°  del  dicho  año,  folios  309,  410  y  1.086).  No  he  leido  estas  escrituras. 

(43)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  II,  caps.  XVI  y  XXII. 

(44)  Ibid.,  parte  I,  cap.  III. 

(45)  Ya  á  principios  del  siglo  XVI  tenía  fama  el  barrio  del  Potro  por  la 
mala  gente  que  en  él  vivía.  Asi  D  Juan  de  Padilla,  el  Cartujano,  hacia  decir  á 
un  baratero  (Los  Doce  triunfos  de  los  doce  Apostóles,  Sevilla,  Tuan  Vare- 
la,  1521,  triunfo  II):  '' 

Y  este  que  viene  conjunto  á  mi  lado 
Es  cordobés  de  natura  mestizo, 
El  cual  en  el  Potro  de  Córdoba  hizo 
Tales  reñegos,  que  fué  desterrado, 
Con  un  jubón  á  su  cuerpo  hechizo. 


—  191  - 

dudar,  aquellos  finos  amantes  Luscinda  y  Cárdenlo;  en  más 
de  un  pasaje  se  encarece  la  justa  fama  de  los  caballos  de 
aquella  tierra  (46);  del  odioso  caño  de  Vecinguerra  se  hace 
memoria  en  otro  lugar  (47);  cordobés  era  el  loco  que  desper- 
taba con  un  canto  (no  musical  ni  de  tierna  hogaza)  á  los  pe- 
rros vagabundos  (48),  fuese  ó  no  este  loco  el  Luís  López  á 
quien  Cervantes  mentó  en  el  prólogo  de  sus  Comedias  y  en- 
tremeses, ya  que  parece  ser  distinto  de  aquel  Olivera  que  otros 
escritos  mencionan  (49).  Y  así  de  toda  Andalucía:  en  Osuna 
se  desembarcó  la  princesa  Micomicona  (50),  que,  como  el  lec- 
tor sabe,  no  era  otra  que  Dorotea:  la  seducida  en  su  propia 
casa  por  el  menor  de  los  dos  hijos  de  un  duque  que  tomaba 
su  título  de  un  lugar  de  esta  región:  de  Osuna;  graduados  por 
Osuna  eran  el  antes  aludido  loco  de  Sevilla  y  el  Dr.  Pedro 
Recio  de  Tirteafuera  (51),  y  á  Estepa  y  Osuna  se  refiere  el 
famoso  todo  en  Las  dos  Doncellas  (52),  cuya  acción  principia 
en  un  mesón  de  Castilblanco. 

¿Otros  sitios  y  lugares  andaluces?  Tópalos  el  lector  á 
cada  triquitraque;  chispa  menos  que  á  la  vuelta  de  cada  hoja: 
acá  se  menciona  como  el  finibusterre  de  la  picaresca  la  alma- 
draba de  Zahara  (53),  y  allá,  la  deleitosa  é  inolvidable  playa 
de  Sanlúcar  (54);  en  tal  lugar  del  Quijote^  la  renombrada  sima 


Esto  es,  después  de  darle  un  buen  jubón  de  azotes,  como  llamaban  á  la  tanda 
y  tunda  dada  por  mano  del  boche. 

(46)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  caps.  XV"  y  XXIV. 

(47)  Ibid,  parte  II,  cap.  XXII. 

(48)  Ibid.,  parte  II,  prólogo. 

(49)  Véase  Gallardo,  Ensayo...,  t.  I,  n."  598. — En  un  curioso  inventario 
de  los  bienes  de  Felipe  II  hay  noticia  del  famoso  loco  cuyo  cadáver  fué  ente- 
rrado, según  Cervantes,  entre  los  dos  coros  de  la  Iglesia  Mayor  de  Córdoba: 
«Otro  Retrato  en  tabla,  de  Pincel,  de  Luis  López,  loco,  que  tiene  de  alto...» 
(Espinosa  y  Quesada,  ó  sean  D.  Manuel  R.  Zarco  del  Valle  y  el  Conde  de  las 
Navas,  Cosas  de  España,  Sevilla,  Rasco,  1891,  pág.  98). 

(50)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XXX. 

(51)  Ibid.,  parte  IL  cap.  XLVII. 

(52)  Véase  El  Loaysa  de  lEl  Celoso  Extremeño»,  págs.  237  y  238. 

(53)  La  Ilustre  Fregona. 

(54)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  IIL 


-  1^2  - 

de  Cabra  (55),  y  la  Rondilla  de  Granada  en  tal  otro  (56);  en  un 
capítulo,  los  Bancos  de  Flandes  (57),  que,  á  mi  juicio,  son 
diferentes  de  los  que  hasta  aquí  entendieron  los  comentadores, 
(y  será  bueno  aguardar  á  ver  qué  dice  de  ellos,  comentando, 
el  Sr.  Cortejen),  y  en  otro  capítulo,  los  Percheles  de  Málaga  y 
las  islas  de  Riarán,  otras  universidades  picarescas  (58);  allí,  el 
puerto  de  la  Herradura,  á  ocho  leguas  de  Vélez  Málaga  (59), 
y  acullí,  la  cuesta  de  la  Zambra,  en  el  camino  de  Málaga  á 
Antequera,  (60),  también  mencionada  por  el  rondeño  Espi- 
nel (61).  ¿Cosas  tocantes  á  la  bucólica?  Enseguida  vicnense  á 
la  memoria,  y  doy  al  diablo  las  citas,  los  bodegones  sevillanos 
y  malagueños,  y  los  garbanzos  de  Martos,  y  el  jamón  de 
Rute,  y  las  perdices  de  Morón,  y  las  blancas  hogazas  de  Gan- 
dul, y  los  molletes  y  mantequillas  de  la  gran  ciudad  del  Betis, 
y  los  vinos  de  Cazalla,  Alanís  y  Guadalcanal...  Y  si  vamos  á 
sucesos,  personas  y  objetos  memorables,  fuera  de  los  que 
antes  nombré,  por  un  lado  colúmbrase  pintorescamente  la 
fiesta  de  Nuestra  Set^ora  de  la  Cabeza,  en  Andújar  (62);  por 
otro,  entre  las  sombras  de  la  noche,  la  temerosa  aventura  del 
cuerpo  muerto  (63),  que  alude,  como  es  sabido,  á  la  furtiva 
traslación  desde  Ubeda  á  Segovia  de  los  restos  de  San  Juan  de 
la  Cruz;  por  allí  mismo,  cómicamente,  echando,  al  pintar,  por 
los  cerros  de  Ubeda  (64),  el  celebérrimo  pintor  Orbaneja,  que 
en  Ubeda  solía  estar  (65);  y  de  Antequera,  el  alcaide  Rodrigo 
de  Narváez  {66),  doña  Molinera  ^"j)  y  Carrascosa,  padre  de 

(55)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XIV. 

(56)  Ibid ,  parte  I,  cap.  III. 

(57)  Ibid.,  parte  II,  cap.  XXI. 

(58)  Ibid.,  parte  I,  cap  III. 

(59)  /bid.,  parte  II,  cap.  XXXI. 

(60)  El  Licenciado  Vidriera. 

(61)  Relaciones  de  la  vida  del  escudero  Marcos  dt  Obregón,   relación  I, 
descanso  XVII. 

{62)  Per  siles  y  Sigismundo,  libro  III,  cap.  VI. 

(63)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XIX. 

{64)  Ibid.,  parte  II,  cap.  XXXIII. 

{65)  Ibid.,  parte  II,  cap.  LXXI. 

(66)  Ibid.,  parte  I,  cap.  V. 

(67)  Ibid.,  parte  I,  cap.  III. 


-  I9á  - 

las  mujeres  del  Compás  (68);  y  en  Montilla,  la  Cañizares  y  la 
Montiela,  aprovechadas  discípulos  de  aquella  retehechicera  y 
archibruja  á  quien  llamaron  la  Camacha  (69)...  Y  ¿dónde  de- 
jaremos á  los  del  pueblo  de  la  Reloja  (70),  del  cual  no  logra- 
ron averiguar  pizca  Clemencín  ni  otros  comentadores  de  El 
Ingenioso  Hidalgo?  Pues  sépase,  ya  que  no  el  nombre  del  tal 
pueblo  (que  será  bueno  callarlo,  por  no  agraviar),  que  es  anda- 
luz, y  que  le  pusieron  el  dicho  mote  porque,  habiendo  pedido 
el  cura  un  reloj  para  la  torre  de  la  iglesia,  el  cabildo  del  lugar 
tuvo  por  bien  que  se  encargara  á  Sevilla;  pero  no  reloj,  ahí 
como  quiera,  sino  ^reloja,  y  prcñaita^,  para  vender  luego  los 
relojillos  que  pariese,  y  proporcionar  esa  entrada  al  arca  del 
concejo,     c^ 

Pero  volvamos,  que  ya  es  más  que  justo,  á  la  bellísima 
novela  de  Rinconete  y  Cortadillo  y  á  la  merecida  alabanza  de 
la  admirable  habilidad  con  que  su  autor,  en  sólo  una  veintena 
de  hojas  (71),  pintó,  como  de  su  mano,  aquella  caterva  de 
bribones  de  la  cual  era  cherinol  y  padre  el  nunca  bastante- 
mente loado  Monipodio,  á  quien,  sin  pecar  de  injustos,  se 
puede  enaltecer  con  la  primera  frase  que  Orlando  Furioso 
dedicó  á  D.  Quijote  en  los  preliminares  de  El  Ingenioso  Hi- 
dalgo: 

«Si  no  eres  par,  tampoco  le  has  tenido.» 

Encareciendo  el  sabio  maestro  D.  Marcelino  Menéndez 
y  Pelayo  lo  mucho  que  de  supersticiones  populares  sabía  y 
puso  en  sus  obras  aquel  soberano  ingenio  peninsular  autor 
de  la  Rubena,  dice  (72):  «Es  tal  lo  concreto  y  preciso  de  los 
detalles,  que  hace  sospechar  en   Gil  Vicente   procedimientos 


(68)  El  Rufián  dichoso,  jornada  I. 

(69)  Coloquio  de  Cipión  y  Bergama. 

(70)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  II,  cap.  XXVII. 

(71)  Veintiuna  tiene  en  la  edición  principe  (Madrid,  Juan  de  la  Cues- 
ta, 16 1 3):  desde  el  folio  66  al  86  inclusive. 

(72)  Antología  de  poetas  líricos  castellanos  desde  la  formación  del  idio- 
ma hasta  nuestros  días,  prólogo  del  t.  VII,  pág.  CXVI. 


-  194  - 

análogos  á  los  que  en  nuestros  días  empleó  Jorge  Borrow 
para  hacerse  dueño  de  la  lengua  de  los  gitanos  y  tan  consu- 
mado en  la  noticia  de  sus  costumbres.  No  se  llega  á  saber 
tanto  sin  mucha  familiaridad  con  el  objeto  conocido.»  Pues 
eso  propio,  mutatis  inutandis,  puede  decirse  del  autor  de  Rin- 
coñete  y  Cortadillo,  como  indiqué  pocas  páginas  atrás.  En  sus 
largas  estancias  en  la  gran  ciudad  andaluza,  de  la  cual  hizo 
decir  á  uno  de  los  interlocutores  de  su  comedia  El  Rufián 
dichoso  (73), 

Que  es  tierra  do  la  semilla 
Holgazana  se  levanta 
Sobre  cualquiera  otra  planta 
Que  por  virtud  maravilla, 

Cervantes  anduvo,  no  hay  que  dudarlo,  junto  á  aquellos  perdi- 
dos, y  trató  con  ellos,  y  estudió  muy  de  cerca  su  habla,  sus 
modales,  sus  costumbres,  sus  estatutos  y  preináticas,  todo  lo 
birlesco  y  lo  rufianesco,  en  fin,  hasta  pertrecharse  á  su  gusto, 
ó  documentarse  (como  ahora  dicen),  con  cuanto  había  menester 
para  escribir  su  tan  deliciosa  obrita,  enteramente  tomada  del 
natural,  de  la  realidad  contemplada  á  vista  de  ojos,  y  no  al 
través  de  lecturas  y  referencias.  De  ahí  la  asombrosa  propie- 
dad de  la  bizarra  novela,  hasta  en  sus  más  mínimos  porme- 
nores; de  ahí  su  perfecta  concordancia  con  cuanto  se  averi- 
gua y  se  sabe  de  la  vida  sevillana  de  aquel  tiempo.  Y  para 
saberlo  y  averiguarlo  no  había  de  contentarme  con  cuatro 
libros  que  andan  en  manos  de  todos  y  contienen  hasta  seis 
docenas  de  noticias  hispalenses  útiles,  sino  con  emprender  y 
efectuar  un  penoso  trabajo  de  investigación  y  reconstitución 
histórica,  que,  contra  lo  que  alguien  podrá  imaginar,  no  huel- 
ga en  el  presente  estudio,  y  que  llevé  á  cabo  (con  mejor  de- 
nuedo que  aptitud)  en  las  tres  partes  primeras  de  esta  mi 
deshilvanada  disertación,  como  tínico  medio  eficaz  y  seguro 
de  comprobar  á  conciencia  si  Cervantes  inventó  ó  copió  en 

(73)    Jornada  I. 


—  195  — 

su  Rinconete,  y  de  aquilatar,  en  este  último  caso,  el  mérito 
del  artista,  por  el  mayor  ó  menor  parecido  que  hubiese  entre 
la  pintura  y  el  original. 

Y  de  cierto  el  inmortal  novelador  logró  enteramente  su 
propósito.  Muy  hábil,  como  siempre,  estuvo  en  la  de  los  per- 
sonajes, figuras  curiosísimas,  entresacadas  de  toda  la  pintores- 
ca variedad  que  ofrecía  el  extenso  campo  de  la  vida  hampona 
y  perdularia.  Toda  aquella  vida  palpita,  bullidora  y  pujante, 
en  las  páginas  del  Rinconete.  ¿Muchachos  tan  simpáticos  y 
graciosos  como  listos  de  alma  y  de  cuerpo,  y  en  quienes  se 
daban  amistosamente  las  manos,  al  acabar  de  verse  juntos  y 
muy  poco  antes  de  separarse  para  siempre  jamás,  el  candor 
y  la  malicia?  Allí  están  Ganchuelo,  Tagarete,  Silbatillo,  y,  en 
especial,  Cortado  y  Rincón,  los  dos  gentilísimos  héroes  de 
la  linda  novela.  ¿Gente  del  bronce  y  de  pelo  en  pecho,  buena 
para  decir  y  hacer,  hombrialzada,  cejifruncida,  ojifosca,  em- 
pinada de  bigotes,  hueca  de  voz  y  azumbrada  de  palabra,  con 
media  Vizcaya  en  la  \Jtvcy\AQ  joyo'sa  y  en  el  tremendo  pistole- 
te? Allí,  para  eso,  tales  que  ni  pintados,  Maniferro,  Chiquiz- 
naque  y  el  cruel  Repolido,  todos  flor  y  nata  de  la  matonería 
andante  y  piante.  ¿Damas  de  medio  manto,  tan  vistosas  como 
el  diablo  había  menester,  untados  de  mejunjes  los  rostros  y 
enjalbegados  con  albayalde  los  pechos,  por  blasón  y  por  quinta 
esencia  de  la  burdelesca  hermosura?  Pues  allí,  para  escoger, 
como  entre  peras,  la  Cariharta,  la  Escalanta  y  la  Ganancio- 
sa, bien  que  esta  última  se  aventajase  á  las  demás  en  limpieza 
y  ganancia,  al  decir  del  padre  Monipodio,  de  donde  su  ex- 
presivo mote.  ¿Partes  de  por  medio  y  comparsas?  Amén  de 
los  harrieros  y  viandantes  que  asoman  junto  á  la  venta  del 
Molinillo,  y  de  otras  contadas  personas  de  la  sociedad  ancha, 
como  el  sacristán  que  deja  la  bolsilla  entre  las  uñas  de  Cor- 
tado y  el  equívoco  galancete  pagador  de  chirlos,  toda  una  ca- 
bal representación  de  la  germanesca  arrufada  y  garbeadora: 
mozos  de  la  esportilla,  estudiantazos  brodistas  vacilantes  entre 
gorra  y  garra,  graves  y  sesudos  abispones  antojados  ó  anto- 


josos  de  nariz  y  antojadizos  de  condición,  alguaciles  y  cor- 
chetería  menuda,  que  todo,  bien  mirado,  era  de  la  espuma 
de  lo  birlesco,  y,  en  fin,  fulleros  vagamundos,  pintiparados 
para  hacer  ver  estrellas  á  mediodía,  en  un  volver  de  baraja,  á 
treinta  ciegos  a  nativitate.  Y  ¿qué  decir  de  la  Pipota,  vieja 
borracha,  beata  ladrona,  nieta,  á  no  dudar,  de  Celestina,  ni 
qué  del  incomparable  cherinol  Monipodio,  único  y  solo  en 
toda  la  redondez  del  mundo,  como  el  portentoso  fénix  de  la 
fábula?  No  toquen  dedos  humanos  á  esas  dos  magistralísimas 
figuras;  no  ose  mi  pluma,  ni  en  reseña  de  apologista,  trazar 
una  tilde  que  las  desluzca  y  profane:  creaciones  de  ese  mérito 
deben  contemplarse  como  los  judíos  contemplan  los  vetustos 
códices  bíblicos:  en  silencio  y  cruzadas  las  manos  sobre  la  es- 
palda. Jamás  fueron  tan  cuasi  sinónimos  escribir  y  pintar  como 
cuando  el  gran  Cervantes  compuso  el  Rinconete:  Velázquez 
mismo,  llevando  á  diez  ó  doce  de  sus  lienzos  aquellas  figuras 
y  aquellas  escenas,  no  habría  hecho  nada  tan  natural,  ni  tan 
gracioso  y  regocijado,  ni  tan  pintoresco,  ni,  para  decirlo  de 
una  vez,  tan  admirable  por  todos  estilos. 

Pues  si  en  los  nombres  y  apodos  reparamos,  nada  dejan 
que  desear  los  que  á  los  personajes  ó  personillas  del  Rinconete 
puso  el  gran  Cervantes,  maestrísimo,  como  en  todo,  en  el 
bautizar  de  sus  criaturas  novelescas.  Aparte  algunos  que  esco- 
gió entre  los  usuales  de  aquella  gente,  como  la  Escalanta, 
apellido  con  terminación  femenina  y  que  solía  abundar  en  el 
mesón  del  diablo  (74),  los  demás,  cuáles  inventados  y  cuáles 
recogidos,  son  oportunos  y  significantes  como  ellos  solos.  Así 
Lobillo,  por  lo  rapaz  (75);  Ganchuelo,  que  agarra  como  gan- 


(74)  Cervantes  dio  este  mismo  apellido  á  una  de  las  mujeres  que  figuran 
en  su  Entremés  del  Rufián  viudo.  También  se  llama  asi  una  marquida  de  quien 
se  hace  mérito  en  el  Romance  de  la  descripción  de  la  vida  airada  (Roman- 
ces de germania,  pág.  49  de  la  edición  de  1799;: 

Montea  me  hizo  este  agravio, 
Por  su  colma  la  Escalanta. 

(75)  Otro  Lobillo  sacó  Cervantes  en  la  jornada  primera  de  El  Rufián 
dichoso. 


—  197  — 

cho,  ó  Ganchoso,  que  engancha  (76);  Silbato^  por  ser  chico, 
estar  muy  á  mano  y  servir  para  avisar  ó  llamar;  Chiquizna- 
que,  dicho  quizás  de  chiqíiichaque,  jayán  aserrador  de  made- 
ros, más  bien  que  de  aquel  otro  vocablo  despectivo  ñiquiña- 
que, sujeto  despreciado  de  todos  {j"])'^  Maniferro^  por  alusión 
á  que  tenía  una  mano  postiza,  en  lugar  de  otra  que  le  cortó  el 
bederre;  Cariharta,  por  tener,  ó  harto  rostro,  ó  cara  de  alboro- 
zada y  satisfecha;  Repolido,  por  lo  nimiamente  pulcro  y  acicala- 
do (78),  y  Tagarete,  arroyo  nada  limpio  que  entra  y  se  pierde 
en  el  ancho  Guadalquivir,  y  cuyo  nombre  era  muy  apropósito 
para  un  humilde  muchachuelo  que,  acabado  de  soltar  el  cas- 
carón, entra  y  se  pierde,  asimismo,  en  el  mar  de  la  germanía, 
en  donde  desembocaban,  con  sus  aguas  revueltas  é  impetuo-  ¡y^ 
sas,  ríos  tan  caudales  como  los  Repolidos,  Chiquiznaques  y 
Maniferros.  Y  la  vieja  halduda  y  rezadora  que  se  compadecía 
tanto  y  cuánto  de  aquellos  pobrecitos  ladrones,  que,  ijadeando 
y  corriendo  agua  de  sus  rostros  cuando  trajeron  en  volandas, 
atestada  de  ropa,  la  canasta  de  colar,  «parecían  unos  angéli- 
cos», la  brava  catadora  de  vinos  que,  tomando  de  manos  de 
la  Escalanta,  lleno  del  trasañejo  de  Guadalcanal,  aquel  grande 
corcho  en  que  cabía  entera  un  azumbre,  y  soplándole  la  espu- 
ma, por  huir  de  pompas  y  vanidades,  dice  piadosamente  que 
«Dios  dará  fuerzas  para  todo»  y,  ya  resignada,  trasiega  del 
corcho  al  estómago,  «de  un  tirón  y  sin  tomar  aliento»,  los 
cuatro  cuartillos,  ¿cómo  podía  llamarse  sino  lá  Pipota?  Ni 
¿cómo,  más  bien  que  Monipodio,  por  ingeniosa  metonimia,  el 
«encubridor  de  ladrones  y  pala  de  rufianes»  que  habitaba  en 
la  casa  trianera  en  donde  tantos  monipodios  se  fraguaban  bajo 


(76)  Quevedo  nombra  á  dos  Ganchosos  en  la  Musa  V  de  El  Parnaso 
Español:  uno  de  Ciempozuelos  (jácara  XIII)  y  el  otro  de  Carraona  (baile  IX). 
Otro  Ganchoso  hay  en  la  jornada  I  de  El  Rufián  dichoso,  antes  citado. 

(77)  Chiqtiiznaqtie  se  llama  asimismo  uno  de  los  interlocutores  de  El 
Rufián  viudo. 

(78)  La  Repolida  nombra  Cervantes  á  una  marca  de  lasque  bailan  en 
la  escena  final  de  El  Rufián  viudo. 


-  198  - 
su  férula,  con  su  beneplácito  y  por  su  consejo  peritísimo?  (79). 
Pero  si  feliz  estuvo  Cervantes  en  el  retrato  y  denomina- 
ción de  los  interlocutores  del  Rinconete,  á  fe  que  no  lo  estuvo 
menos  en  la  pintura  de  los  lugares  en  que  la  acción  pasa,  y  en 
la  de  los  hechiceros  cuadros,  todo  realidad  viva  y  palpitante, 
que  á  intervalos  cortos  van  sucediéndose,  y  que  dejan  en  el 
alma  del  lector— del  espectador,  para  más  bien  decirlo— un 
paladar  tan  agradable  y  tan  duradero,  que  no  hay  traer  á  la  me- 
moria el  recuerdo  de  aquella  maleante,  pero  muy  vistosa  briba, 
así  hayan  pasado  años  y  lustros  desde  que  se  la  contempló  en 
las  cervantinas  páginas,  sin  que  una  sonrisa  placentera  haga 
contraer  los  labios,  como  cuando  nos  solazábamos  con  aquella 
deleitosa  lectura.  El  portal  que  se  hacía  delante  de  la  venta 
del  Molinillo,  con  los  dos  traviesos  muchachos  sentados  frente 
á  frente  y  comenzando  por  llamarse  de  gentilhombres  y  ca- 
balleros; la  escena  subsiguiente  con  el  harriero  que  les  hizo 
tercio  jugando  á  la  veintiuna;  la  plaza  de  San  Salvador,  de 
Sevilla,  con  sus  vendedores  y  sus  esportilleros,  y,  á  las  vuel- 
tas, el  soldado  galán  y  ganancioso  que  quiere  hacer  banquete 
á  las  amigas  de  su  señora  y  el  estudiante  sacristanesco  que 
puso  á  mal  recaudo  la  vieja  bolsilla;  la  descripción  de  la  casa 
de  Monipodio,  cuyo  patio  no  lo  daría  á  conocer  con  más 
exactitud  la  mejor  placa  fotográfica...  Mas  ¿á  qué  proseguir 
mi  desmañada  enumeración,  si  mis  lectores  conocen  de  sobra 
la  sin  par  novelita,  y  habrán  de  releerla,  á  mayor  abunda- 
miento, luego  que  yo  termine  este  insulso  escrito  preliminar? 
¿Añadiría  yo,  cuitado,  ni  siquiera  una  centésima  de  quilate  al 
singular  mérito  de  la  alhaja  cervantina,  por  mucho  que  me 
esforzara  en  su  encomio?...  Daré,  pues,  cabo  á  este  particular 
dedicando  algunos  renglones  á  una  sola  escena  del  Rinconete, 
y  comparándola,  por  mejor  patentizar  que  la  donairosa  obre- 


(79)  De  monipolio,  forma  anticuada  de  monopolio  (Covarrubias,  Tesoro 
de  la  Lengua  castellana,  ó  española),  se  dijo  monipodio,  que  es,  según  la  Aca- 
demia, «convenio  de  personas  que  se  asocian  y  confabulan  para  fines  ilicitos», 
y  también,  por  extensión,  junta,  conciliábulo  ó  conventículo  de  esas  personas. 


—  199  - 

cita  fué  compuesta  á  toda  ley,  con  unas  interesantes  Quinti- 
llas de  la  Heria,  estimable  labor  sevillana  muy  de  los  fines 
del  siglo  XVI  ó  muy  de  los  principios  del  siguiente,  y  fidedigno 
testimonio  de  las  costumbres  germanescas  de  aquel  tiempo. 

Cuando,  previo  el  alarmante  aviso  del  centinela  Tagarete, 
la  Cariharta,  «descabellada,  y  la  cara  llena  de  tolondrones», 
penetra  en  el  patio  de  Monipodio,  y,  vuelta  en  sí  de  un  des- 
mayo, clama,  llena  de  ira,  ante  el  honrado  concurso,  contra 
aquel  «ladrón  desuellacaras,  cobarde  bajamanero  y  picaro  len- 
droso»  del  Repolido,  que,  por  dame  acá  esos  reales,  la  había 
cruelmente  azotado  y  acardenalado  entre  unos  olivares  detrás 
de  la  Huerta  del  Rey,  Monipodio,  con  la  gravedad  propia  de 
su  alta  jurisdicción,  promete  que  «no  ha  de  entrar  por  aquellas 
puertas  el  cobarde  envesado  si  primero  no  hace  una  manifiesta 
penitencia  del  cometido  delito».  A  lo  cual,  ya  cambiado  el 
viento,  la  Cariharta  responde;  «¡Ay!  no  diga  vuesa  merced, 
señor  Monipodio,  mal  de  aquel  maldito;  que,  con  cuan  malo 
es,  le  quiero  más  que  á  las  telas  de  mi  corazón,..,  y  en  verdad 
que  estoy  por  ir  á  buscarle.»  Y,  poco  después,  cuando,  ya 
allí  el  Repolido,  ella  se  encierra  en  la  sala  de  los  broqueles, 
prorrumpiendo  en  nuevas  injurias,  y,  estando  ^^2x2.  firmarse  la 
paz,  por  los  buenos  oficios  de  Monipodio  y  las  otras  hembras, 
una  risilla  maliciosa  de  Maniferro  y  Chiquiznaque  vuelve  á 
sacar  de  su  quicio  al  azotador  de  la  Cariharta,  ésta  sale  de  es- 
tampía al  patio,  diciendo:  «Ténganle  no  se  vaya,  que  hará  de 
las  suyas:  ¿no  ven  que  va  enojado,  y  es  un  Judas  Macarelo  en 
esto  de  la  valentía?  Vuelve  acá,  valentón  del  mundo  y  de  mis 
ojos.»  Y  acaba  aquéllo  en  una  ruidosa  fiesta,  en  la  cual  la  Ca- 
riharta «no  quiso  pasar  su  gusto  en  silencio,  porque,  tomando 
otro  chapín,  se  metió  en  danza  y  acompañó  á  las  demás, 
diciendo: 

«Detente,  enojado,  no  me  azotes  más; 
Que,  si  bien  lo  miras,  á  tus  carnes  das.» 

Pues  bien,  así  mismo, en  realidad  de  verdad,  procedían  las  hem- 
bras de  la  vida  penosa,  no,  ciertamente,  porque  la  mujer,  de 


-  200  — 

suyo,  sea  «animal  que  gusta  del  castigo»,  como,  en  frase  brutal 
y  generalizando,  acostumbraba  decir  el  vulgo  (8o),  sino  por- 
que las  de  aquella  calaña  prendábanse  sobremanera  de  todo 
rumbo  y  valentía,  y  á  tal  extremo,  que  hasta  quien  les  era 
indiferente  tornaba  asequibles,  á  puros  golpes,  sus  fogosas  y 
desinteresadas  ternezas:  ¡procedimiento  peregrino  para  cauti- 
var corazones!  De  esto  persuaden  las  Quintillas  á  que  aludí, 
que  ahora  dejarán  de  ser  inéditas,  y  que,  como  el  romance  de 
la  muerte  de  Alonso  Álvarez  de  Soria  (8i),  tienen  toda  la 
traza  de  relato  de  sucesos  realmente  acaecidos.  Y,  de  pasada, 
el  lector  compruebe,  al  saborear  esta  linda  composición,  la 
exactitud  de  otros  pormenores,  así  de  Cervantes  en  su  Rinco- 
nete y  Cortadillo,  como  de  este  mal  aprendiz  de  historiógrafo 
en  muchos  lugares  del  presente  discurso  preliminar.  He  aquí 
las  Quintillas  de  la  Heria  (82): 

De  la  Azevedo  y  Rancbal, 
Gente  del  trato  germano, 
En  canto  godo  y  antaño  (83) 
£1  yugo  matrimonial 
Cantaré  alegre  y  afano. 


(80)  En  La  Dorotea  de  Lope  de  Vega,  acto  I,  escena  V,  escribe  la  prota» 
gonista  á  Fernando:  «...porque  aunque  dicen  que  la  mujer  es  animal  que  gusta 
del  castigo,  no  todas  son  tan  seguras  que  no  derriben  al  dueño  y  se  le  vayan 
donde  no  las  alcance.» 

(81)  Publicado  por  primera  y  creo  que  única  vez  en  El  Loaysa  de  *El 
Celoso  extremeño*,  págs.  1 98-200. 

(82)  Biblioteca  Nacional,  Ms.  3.890,  f.*  43  v,»".  Este  apreciable  manus- 
crito, rotulado  Poesías  varias,  contiene  mucbas  hispalenses  y  entre  ellas  la 
contienda  en  sonetos  que  sostuvieron  en  la  Cárcel  Real  de  Sevilla  D.  Cristóbal 
Flores  Aiderete  y  Alonso  Alvarez  de  Soria,  el  romance  á  la  muerte  de  éste,  i 
que  acabo  de  referirme,  y  la  obscena  sátira  del  mismo,  que  principia: 

Ninfas  que  en  las  tasquerat..., 

inserta  por  D.  Adolfo  Bonilla  y  San  Martín  en  sus  Anales  de  la  Literatura 
Española  (Madrid,  1904);  pero  ya  en  1901  dada  á  la  estampa  por  Rodríguez 
Marín,  con  notas,  (cien  ejemplares)  para  regalar  á  algunos  de  los  amigos  á 
quienes  envió  El  Loaysa. 

(83)  Estas  y  otras  palabras  de  germania  requieren  explicación,  mayor- 
mente las  que  no  se  hallan  ni  aun  en  los  vocabularios  especiales.  Al  fin  de  este 
libro  pergeñaré  alguna  cosa  que  pueda  pasar  por  glosario  de  las  voces  germa- 
nescas  contenidas  en  él. 


-^  201  - 

Fué  Ranchal  entre  los  birlos 
De  continuo  respetado, 
De  las  marcas  cudiciado, 
Oficial  en  donar  chirlos, 
De  antubiar  examinado; 

De  cuerpo  fuerte  y  membrudo 

Y  de  semblante  enojoso, 
Arriscado  y  capotudo. 

Diestro  en  la  negra  (84)  y  brioso 
Todo  cuanto  serlo  pudo. 

Nació  en  Córdoba  la  llana. 
De  un  ventor  (85)  y  una  gitana; 
Creció  el  chulo  y  dio  en  valiente, 
Entre  germanesca  gente 
Del  Altozano,  en  Triana. 

Pasó  plaza  de  mandil 
Desde  quince  á  diez  y  siete; 
Fué  en  el  dos  bastos  sutil  (86), 
Oficial  de  ganivete 

Y  acomodar  un  perfil. 
Subió  á  ser  rufo  de  un  bote 

Porque  le  favorecieron 
Lobaina,  Artacho  y  Zambrote, 
Demás  de  que  al  chulo  vieron 
Que  le  apuntaba  el  bigote. 

Éste,  pues,  vio  á  la  Azevedo, 
En  la  silla  de  su  estado  (87), 
Cantar  con  gentil  denuedo, 
Un  dia  que  había  llegado, 
Palpitando  (88),  de  Toledo. 

Y,  repicando  en  la  silla 
La  acostumbrada  varilla 
Que  train  en  las  manos  todas  (89), 


(84)  En  la  espada  negra  ó  de  esgrima. 

(85)  Ventores  ó  sabuesos  solían  llamar,  y  está  claro  por  qué,  á  los  cor- 
chetes, porquerones,  ó  tropa  menuda  de  la  justicia. 

(86)  Llamaban  dos  bastos  al  hurto  que  se  hace  metiendo  dos  dedos  en  el 
bolsillo:  lo  que  el  compañero  de  Rinconete  llamaba  mete  dos  y  saca  cinco. 

(87)  La  misma  expresión  se  lee  en  el  romance  De  Toledo  sale  el  jaque, 
incluido  en  los  Romances  de  germanía  que  publicó  Juan  Hidalgo  (pág.  25  de 
la  edición  de  Sancha): 

Y  en  apuntando  la  sorna, 
Dio  consigo  en  lo  guisado; 
Vido  estar  á  su  marquisa 
En  la  silla  de  su  estado. 

Entrar  dice,  y  no  estar;  pero  téngolo  por  errata. 

(88)  Palpitando,  en  significación  de  ijadear  i>  jadear. 

(89)  No  sabía  yo  pizca  de  tan  curioso  pormenor  hasta  que  me  tropecé  en 
la  Biblioteca  Nacional  con  estas   bizarras  quintillas.  Eso  de  cantar  dando  en  la 

i4 


—  202  — 

Con  demoDstraciones  godas 
Cantó  aqaesta  sigaidilla  (90): 

«¡Ay,  que  en  malas  galeritas  ande 
Quien  me  dio  á  conocer  la  casa  y  el  padre!* 

El  godeño  regodeo 
Con  que  la  iza  cantaba 
De  la  varilla  al  meneo, 
Al  birlo  le  acrecentaba 
El  afición  y  el  deseo. 

Llegó  á  ella  por  un  lado, 
El  capelo  encasquetado, 
Y,  con  ceñudo  capote, 
Aderezando  el  bigote  (91), 
De  aquesta  suerte  ha  garlado: 

«Marca,  si  quieres  que  estéo 
Nuestras  voluntades  dos 
Juntas,  conmigo  te  ven; 
Que  por  el  agua  de  Dios 
Que  me  has  parecido  bien. 

>Si  te  parece,  mi  suerte, 
Que  para  el  godeño  vicio 
Soy  hombre  brioso  y  fuerte. 
Mi  nombre  es  Ranchal;  mi  oñdo 
Es  oficial  de  la  muerte.» 

Atenta  la  marca  oyó 
Lo  que  el  rufo  le  ha  garlado 


silla  con  la  vara  perdura  aún  en  los  cantaores  /¡amencos,  sobre  todo,  cuando 
cantan  siguiriy as  gitanas  y  otros  cantes  j'ondos,  si  bien,  más  que  repicar  con 
ella,  marcan  lentamente  lo  que  llaman  los  gorpes  y  las  caías  (caídas). 

(90)  Siguidilla,  como  aún  nuestro  vulgo  siguiriya,  por  seguidilla.  Véase 
acerca  de  esto  una  nota  en  El  Loaysa  de  *El  Celoso  extremeño»,  págs.  280-281. 
Las  marcas,  por  lo  común,  cuando  no  tenSan  otra  cosa  que  hacer,  entreteníanse 
en  cantar.  Olla  de  grillos  parecería  la  manfla,  siendo  tan  pequefios  y  estando 
tan  apiñados  sus  casucos.  Véase  un  pasaje  de  la  Descripción  de  la  vida  airada 
(Romances  de  germania,  pág.  53): 

Viola  que  estaba  garlando 
Muy  triste,  y  que  no  cantaba, 
Cual  otras  vects  hacia 
V  todas  ejercitaban. 

(91)  Asi  pintan  casi  siempre  á  los  jácaros.  En  uno  de  los  Romanees  de 
germania^  pág,  81: 

Cuando  las  columbró  el  jaque, 
Levantando  los  bigotes, 
La  gavia  toda  calada. 
La  cerra  asida  al  estoque, 
Garló:  «¡Oh  marca  belitrcra... 


Y  en  otro  romance: 


El  jaque  tomó  su  gavia, 
Poniéndola  á  medio  lado; 
Púsose  en  orden  el  bosque, 
Retorciéndose  el  mostacho.. 


—  203  — 

Y  como  su  intento  vio  (92), 
Con  semblante  socarrado 
Desta  suerte  le  cantó: 

♦Galiziar  quiere  el  brone  (93) 
Y  dice  la  chulama: 
«Si  la  cica  no  clama, 
»No  será  esta  chone. 

»Si  no  ven  mis  manos 
«Quinas  plateadas, 
»Cobas  estimadas 
»Ó  pillados  granos, 
»Aunque  más  pregone 
»Que  me  quiere  y  ama, 
»Si  la  cica  no  clama, 
»No  será  esta  chone.» 

Sintió  el  chulo  la  canción, 
Y,  para  volverla  el  trueco, 
Aunque  la  tenia  afición. 
Dio  á  la  marca  un  bofetón, 
Que  se  oyó  en  el  golpe  el  eco  (94). 

Y,  viéndose  ansí  agraviada, 
Alzó  la  marquiza  (95)  el  garlo, 

Y  á  su  voz  desentonada 
Acudió  un  chulo  á  vengarlo  (96), 
Ya  puesta  en  carnes  (97)  la  espada. 

Afirmóse  con  Rancha!; 
Pero  Ranchal,  presto  y  listo. 
Arrojándole  el  puñal  (98), 


(92)  Cotno,  en  significación  de  asi  que  ó  luego  que,  poco  usado  en  !a  ac- 
tualidad.  También  se  decía  así  como  y  luego  como. 

(93)  Brone,  y  chone  tres  versos  después,  por  hombre  y  noche;  palabras, 
no  de  germania,  sino  de  jerigonza;  de  una  de  las  jerigonzas  que  usaba  la  gente 
maleante,  y  asi  demias,  greno,  chepo,  tapio,  que  suelen  hallarse  en  los  vocabu- 
larios, por  medias,  negro,  pecho  y  plato.  Mucha  parte  del  caló  ó  habla  de  los 
gitanos  no  es  sino  mera  jerigonza.  Véase  El  Loaysa...,  págs.  165-166. — Vein- 
te años  há,  todavía  se  comunicaban  en  una  de  esas  jerigonzas,  familiarmente  y 
por  donaire,  algunos  estudiantes  de  la  costa  gaditana.  Llamaban  á  su  parla,  no 
sé  por  qué,  la  guasle  (sic)  del  tresas  (la  lengua  del  sastre). 

(94)  En  el  golpe:  en  el  postigo  del  Compás  ó  mancebía.  Recuérdese  lo 
que  del  golpe  queda  dicho  en  la  pág.  108. 

(95)  Así,  con  zeta,  está  en  el  Ms.,  y  así  lo  dejo.  Véase,  al  fin,  el  glosario. 

(96)  A  vengar  el  bofetón.  El  decirlo  no  huelga,  porque  después  de  él  han 
salido  al  texto  varios  nombres  masculinos. 

(97)  En  carnes,  como  en  cueros:  desnuda. 

(98)  A  esta  traidora  destreza,  que  todavía  se  conserva  entre  algunos  con- 
tadísimos  guapos  con  el  nombre  de  tirar  la  navaja,  se  refería  Maladros  en  su 
testamento  (Romances  de  germania,  pág.  134): 

ítem,  á  Mizo  el  chulillo, 
Porque  está  en  edad  más  tierna, 


—  204  — 

Le  invíó  á  cenar  con  Cristo  (99) 
En  un  hora  aun  no  cabal. 

Viendo  la  revolución, 
Un  chulo  el  paso  apresura, 
Dio  viento,  y,  en  conclusión, 
Acudió  luego  la  gura 

Y  puso  el  jaque  en  prisión. 
Hizosele  luego  el  cargo, 

Y  danle  para  descargo 
Tres  días  á  más  andar, 

Y  condémnanle  á  ahorcar 

A  la  cuarta,  sin  descargo  (ico). 

Mas  la  Azevedo,  que  ha  oído 
La  sentencia  rigurosa, 
A  los  alcaldes  se  ha  ido, 
Y,  convertida  y  llorosa. 
Se  les  pidió  por  marido. 

Otorgan  lo  que  pedia, 
Dando  al  rufo  libertad, 
Que  en  la  capilla  yazía 
Solo  con  la  cofadria  (loi) 
De  la  Santa  Caridad. 

Suena  el  rumbo  p>or  la  trena 
Como  (102)  libró  el  Soberano 
A  Rancbal  de  la  cadena 

Y  acude  todo  cristiano 
A  darle  la  norabuena. 


Lo  pongan  con  mase  Juan, 
Que  le  enseñe  la  destreza, 

Y  aqudlas  nuevas  heridas 
Que  los  confesores  vedan, 
Imitando,  como  es  justo, 
A  los  antiguos  en  ellas: 

A  mase  Pedro,  en  la  punta, 
V  á  Guirola,  en  la  presteza; 
Y,  saliendo  diestro  en  armas, 
No  ha  menester  mis  herencia. 

(99)  Modismo  de  uso  frecuente  en  aquel  tiempo,  y  que  no  hallo  en  el 
Diccionario  de  la  Academia.  En  un  soneto  del  sevillano  Baltasar  de  Escobar, 
publicado  por  Mr.  Foulché-Delbosc  (Revtu  Ilispanique,  aBo  VI,  pág.  398), 
y  atribuido  á  Baltasar  del  Alcázar  en  algún  ms.  de  los  que  hoy  paran  en  Nue- 
va York,  en  la  biblioteca  del  docto  hispanófilo  Sr.  Huntington: 

Soldados,  iqué  teméis?  <qué  estáis  dudando? 
Cuantos  aquí  muríerdes  peleando 
Vais  á  cenar  con  Dios  del  primer  salto. 

(ico)  Esto  es:  sin  que  hubiese  articulado  prueba  para  aminorar  ó  atenuar 
siquiera  los  cargos  que  le  hacían. 

(loi)  Cofadria^  por  cofradía,  y  cofadre  por  cofrade;  que,  como  dicho 
áfratre,  son  tan  buenas  formas  como  las  usadas  hoy:  conservábase  la  segun- 
da r  y  no  la  primera,  y  ahora  pasa  al  revés. 

(102)     Como,  en  la  misma  acepción  á  que  se  reñere  la  nota  92. 


—  205  — 

Y  en  la  Cámara  del  hierro  (103) 
El  chulo  y  la  marca  goda 
Hicieron  alegre  encierro, 
Celebrándose  la  boda, 

Con  mosto  y  más  mosto,  en  cerro. 

Y  tras  estar  hecho  un  cuero, 
Carrascales  fué  el  primero 
Que,  tomando  las  sonajas, 
Les  cantó,  haciéndose  rajas, 
Esta  siguida  al  pandero: 

«Por  librarse  de  muerte  se  casó  Ranchal; 
Mas  yo  pienso  que  ha  sido  condenarse  más»  (104). 

Una  de  las  cosas  que  más  llaman  la  atención  en  la  amena 
obrita  objeto  del  presente  estudio  es  la  singular  soltura  con 
que  Cervantes  manejaba  los  vocablos  germanescos,  cosa  que, 
por  no  andar  de  molde  todavía  en  aquel  tiempo  ningún  libro 
que  de  ello  tratara,  no  pudo  conseguir,  claro  es,  sin  tener  ver- 
sación con  algunos  jácaros,  ó  con  quien,  sin  serlo,  fuese  aficio- 
nado á  esta  rara  disciplina.  Y  claro  también  que  los  términos 
jergales  que  pone  en  boca  de  los  personajes  del  Rinconete  son 
de  la  más  moderna  de  las  parlas  de  gemianía;  porque  es  de 


(103)  «...Debajo  de  estos  entresuelos  está  la  gran  cámara  de  hierro,  tan 
nombrada  é  insigne,  así  por  los  moradores  como  por  el  sitio  y  disposición 
della;  en  esta  cámara  están  los  bravos  y  hay  tres  ranchos:  el  primero  es  de  ma- 
tantes, adonde  echan  mil  porvidas,  y  todo  su  trato  es  de  cuestiones,  y  no  de 
metafísica  ni  de  moral,  sino  contra  todas  buenas  costumbres:  de  heridas  y  re- 
sistencias; del  otro  que  hirió  con  estoque  y  rodela;  del  que  hizo  mil  buenas 
suertes,  alabándose  cada  uno  de  lo  que  no  ha  hecho;  el  segundo  rancho  es  de 
delitos;  el  tercero,  de  malas  lenguas,  adonde  no  hay  honra  engiesta»  (El  P.  Pe- 
dro de  León,  cap.  XIX  de  la  Segunda  parte  del  Compendio  de  las  cosas  to- 
cantes  al  ministerio  de  las  Cárceles.  Ms. — Biblioteca  del  Sr.  Duque  de  T'Ser- 
claes).  El  P.  León  fué  padre  carcelero  en  Sevilla  muchos  años:  desde  el 
de  1578  hasta  el  de  1616. 

(104)  El  estudio  de  esta  composición,  por  lo  tocante  al  suceso  que  en  ella 
se  relata,  requiere  un  tiempo  de  que  yo  ahora  no  dispongo.  No  sé  quién  fuera 
su  autor;  solamente  colijo. que  habla  leído,  ya  impresos  ó  antes  de  salir  de 
molde,  los  Romances  de  ger manía.  Entre  éstos,  el  de  la  vida  y  muerte  de  Ma- 
ladros  comienza: 

Cante  mi  germana  lira 
Un  canto  godo  y  altano... 

y  las  Quintillas  de  la  Heria  empiezan  así,  como  el  lector  ha  visto: 

De  la  Azevedo  y  Ranchal, 
Gente  del  trato  germano, 
En  canto  godo  y  antaiio... 


/ 

/ 


advertir  que  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XVI  hubo,  conse- 
cutivamente, dos  diversas,  y  que  la  más  vieja  de  entrambas 
iba  ya  de  capa  caída  en  1580,  á  causa  de  haberse  vulgarizado 
mucho;  así  decía  el  anónimo  autor  de  uno  de  los  romances  que 
Juan  Hidalgo  dio  á  la  estampa: 

Habla  nueva  germania, 
Porque  no  sea  descornado; 
Que  la  otra  era  muy  vieja 
Y  la  entrevan  los  villanos  (105). 

La  jerga  que  la  reemplazó,  en  cuanto  á  la  mayor  parte  de 
su  caudal,  que  nada  tiene  de  abundante,  se  formó  de  voces 
castellanas,  pero  usadas  tropológlcamente  (io6),  y  de  otras 
antiguas  que,  por  lo  común,  no  perduraban  en  los  léxicos 
vivos  (107);  aunque,  conviviendo  con  este  vocabulario,  tal  vez 
para  remedio  de  los  que  no  lo  sabían,  ó  quizás  para  hacer 


(105)  Romances  de  germania,  pág.  21  déla  edidóo  de  Sancha,  por  don- 
de cito,  á  falta  de  la  de  1609. 

(106)  Verbigracia:  águila,  ladrón  astuto;  alado,  ido;  alba,  «abana;  ale- 
gría, taberna;  concha,  rodela....  Pero  más  sobradamente  lo  echará  de  ver  el 
lector  en  un  trozo  del  romance  á  que  acabo  de  referirme  en  el  texto: 

Cascaras  lUma  á  las  media*; 
Al  zaragüel,  arrojada; 
Llame  ¿  los  zapatos  duras; 
Que  las  piedras  van  pisando. 

A  la  capa  llama  nube; 
Dice  al  sombrero  tejado; 
Res/eto  llama  á  la  espada; 
Que  por  ella  es  respetado. 

Al  puñal  atacador. 
Que  es  nombre  muy  acertado; 
Al  broquel  le  llama  muro. 
Porque  le  hace  reparo. 

Al  rufián  llama  esta/a, 
Porque  es  á  estafar  usado; 
A  la  marquisa,  tributo, 
Porque  acude  con  el  cairo. 


Llama  á  la  toca  vergüenta, 
V  al  escofión,  enrejado; 
A  la  basquina,  redonda; 
Que  siempre  va  campeando. 

Al  manto  llama  ligero. 
Que  el  aire  lo  va  volando; 
A  los  botines,  dichosos: 
Que  ven  lo  que  va  tapado... 


(107)     Ejemplos:  alertarse,  apercibirse;  almifora,  muía;  antuviar,  dar  de 
repente  un  golpe;  criojero,  carnicero;  envesar,  azotar,  etc. 


—  207  - 

más  obscura  y  enrevesada  la  conversación,  usábanse  varias 
suertes  de  jerigonza. 

Mas  ¿dónde  tuvo  Cervantes  ese  trato  con  la  taifa  rufia- 
nesca, ó  con  quien  le  enterara  de  su  extraño  lenguaje?  A  mi 
ver,  en  la  Cárcel  Real  de  Sevilla,  en  donde,  sobre  haber  en 
todo  tiempo  un  sinnúmero  de  aquellos  perdidos,  asistía  con 
asiduidad  Cristóbal  de  Chaves,  no  licenciado  ni  abogado,  como 
hasta  ahora,  por  error,  se  ha  venido  diciendo  (io8),  sino  c  pro- 
curador del  número  desta  ciudad»,  como  él  se  llamaba  en  sus 
pedimentos  y  escrituras.  Chaves,  por  cuya  interesantísima 
Relación  de  lo  que  pasa  en  la  Cárcel  de  Sevilla,  compuesta 
hacia  el  año  de  1599,  y  de  seguro  después  del  de  1596  (109), 
se  echa  de  ver  lo  admirablemente  que  conocía  aquella  abomi- 
nable morada  donde — en  frase  hoy  del  mundo  entero  sabida — 
toda  incomodidad  tenía  su  asiento  y  todo  triste  ruido  hacía 


(108)  Hizo  cundir  esta  equivocada  especie  el  meritísimo  D.  Aureliano 
Fernández-Guerra,  cuando  sacó  á  luz  por  primera  vez  la  Relación  de  la  Cárcel 
de  Sevilla.  (Véase  en  el  Ensayo...  de  Gallardo,  t.  I,  cois.  1.3 41  y  siguientes). 
Hubieron  de  engañarlo  aquellas  palabras  de  la  parte  primera:  *...que  yo  mismo 
defendí  á  Juan  Ozero,  que  fué  acusado  porque  hacía  moneda  falsa...»,  enten- 
diendo por  lo  de  defender  que  era  abogado  quien  lo  decía,  y  sin  caer  en  la 
cuenta  de  que  asimismo  se  llamaba  defensa  á  la  gestión  del  procurador  que 
solicitaba  por  la  parte. 

{109)  Por  el  epígrafe  de  la  tercera  parte  de  ella,  de  autor  desconocido  y 
atribuida  á  Cervantes  sin  ningún  sólido  fundamento,  sábese  que  Cristóbal  de 
Chaves  fué  el  autor  de  las  dos  primeras.  En  lo  tocante  al  tiempo  en  que  las 
escribiese,  el  Sr.  Fernán4ez-Guerra  sólo  indicó  que  después  de  1585,  «puesto 
que  menciona  la  cofradía  de  la  Visitación  de  Nuestra  Señora,  instituida  en  la 
cárcel  real  precisamente  aquel  año.»  Yo,  aquí,  junto  á  la  cantera,  he  podido 
brujulear  algo  más.  En  la  segunda  parte  menciona  unos  aposentos  criminales, 
que  hizo  «el  licenciado  Pedro  de  Velardo,  alcalde  de  la  justicia  que  fue'  átsiA 
ciudad»;  pues  bien,  el  Ldo.  Peredo  Velarde  (que  así  se  llamaba)  desempeñaba 
ya  aquel  cargo  en  Sevilla  en  1593,  y  todavía  á  fines  de  1596,  año  en  el  cual 
tomó  unas  residencias,  poniéndose,  por  su  mandado,  cierta  suma  de  dineros  en 
los  libros  del  depositario  general  de  la  Ciudad  en  cuenta  de  penas  de  cámara, 
y  quitándose  de  la  de  depósitos  (Archivo  Municipal,  libro  de  Caja  de  1593 
á  1596,  í.°  234  a).  En  abril  de  1597  entendió  como  juez  de  comisión  en  el 
por  cien  estilos  notable  proceso  que  se  siguió  contra  D.  Alonso  Téllez  Girón, 
iiijo  natural  del  IV  conde  de  Ureña  (y  no  del  primer  duque  de  Osuna,  contra 
lo  que  modernamente  se  inclina  á  creer  el  Sr.  Fernández  de  Bethencourt);  pero 
ya  entonces  era  oidor  de  Granada,  electo  por  lo  menos.  La  Relación  de  Cha- 
ves, pues,  tomada  en  cuenta  su  alusión  á  Peredo  Velarde,  fué  escrita  después 
de  1596. 


-206- 

su  habitación,  y  á  la  cual  Santa  Teresa  de  Jesús,  cuando  vi- 
vió en  la  ciudad  del  Betis,  comparaba  con  un  infierno  (no), 
Chaves,  digo,  era  mucho  más  escritor  de  lo  que  hasta  aquí  se 
ha  pensado.  Ya,  pocos  años  hay,  D.  José  Sánchez-Arjona,  en 
sus  curiosos  y  útilísimos  Anales  del  Teatro  en  Sevilla  (i  1 1), 
hallando  que  por  el  libro  de  caja  del  Cabildo  parecía  haberse 
pagado  en  1598  «20  ducados  á  Cristóbal  de  Chaves,  procura- 
dor desta  dicha  giudad,  que  fueron  por  gratificación  de  un 
entremés  que  hizo  para  un  carro  de  los  de  la  fiesta  del  Corpus, 
en  que  se  representó  las  grandezas  desta  giudad»  (112),  indi- 


(lio)  Carta  de  29  de  abril  de  1576,  á  la  madre  María  Bautista,  priora 
de  Valladolid  (Biblioteca  de  Rivadeneyra,  t.  LV,  pág,  62  a):  «Ahora  estA  re- 
traído por  nosotras  [D.  Lorenzo  de  Cepeda,  hermano  de  la  Santa];  y  fué  gran 
ventura  no  le  llevar  á  la  cárcel,  qtu  es  aqui  como  un  infierno^  y  todo  sin  nin- 
guna justicia;  que  nos  piden  lo  que  no  debemos,  y  á  ¿I  por  fiador.* 

(111)  Noticias  referentes  á  los  anales  del  Teatro  en  Sevilla,  desde  Lope 
de  Rueda  hasta  fines  del  siglo  A" F// (Sevilla,  Rasco,  1898),  pág.  98. 

(112)  En  que  se  representó,  dice  el  asiento,  y  no  en  que  se  representa- 
ron, como  leyó  el  Sr.  Sánchez- Arjona;  y  es  interesante  advertir  esta  diferencia, 
como  que  por  ella  se  viene  en  conocimiento  de  que  el  entremés  se  intitulaba 
Las  Grandezas  de  Sevilla.  En  mi  deseo  de  hallar  sobre  este  punto  cuantos 
pormenores  pudiese,  be  repasado  con  detenimiento  las  actas  capitulares  y  los 
libros  de  propios,  y  he  aqui,  reducido  á  pocos  renglones,  lo  que  averigüé:  En 
el  cabildo  de  13  de  octubre  de  1597  (escribanía  l.*),  el  famos3  autor  Nicolás 
de  los  Ríos  dio  una  petición  para  que  la  Ciudad  concertara  con  él  la  fiesta  del 
Corpus  de  1598,  ó  le  diese  licencia  para  irse  de  Sevilla  cuando  quisiese.  Encar- 
gósele  que  sacara  dos  carros  de  representación,  y  otros  tantos  sacó  Alonso 
Velázquez,  cobrando  por  ello  cada  cual  700  ducados.  Los  autos  que  representó 
Velázquez  se  intitulaban  Los  Arcabuces  y  Jonds.  Los  de  Nicolás  de  los  Rios, 
Sansón  y  Las  Naves,  por  los  cuales  ganó  la  joya  eif  que  consistía  el  premio. 
Pero,  indudablemente,  en  sus  carros  se  representaron  algunas  otras  obras:  Sán- 
chez-Arjona,  atribuye  en  este  año  á  Ríos  la  representación  de  El  Ánfora,  que 
yo  no  encuentro,  y  omite  la  de  Sansón,  que  se  menciona  en  asiento  de  22  de 
junio.  Y  por  lo  que  hace  á  haberse  representado,  precisamente  por  la  compa- 
ñía de  Ríos,  el  entremés  de  Cristóbal  de  Chaves,  be  tenido  la  buena  fortuna 
de  hallar  una  prueba  concluyente,  en  el  acta  del  cabildo  de  29  de  mayo 
de_i^598:  de  ocho  días  después  de  la  fiesta  del  Corpus:  «Ley  la  petición  de 
Xpoual  de  Cbaues  en  que  pide  la  giudad  le  haga  merced  de  pagarle  alguna 
cosa  por  la  compostura  de  los  entremeses  que  hi^o  para  la  fiesta  del  Corpus 
xpí  que  Representó  Rios. — Todos:  que  con  la  fee  deste  acuerdo  se  le  den  e 
paguen  veinte  ducados...»  Bien  que  esta  referencia  induce  en  nueva  confusión, 
porque  Chaves  alude  á  los  entremeses  que  compuso,  y  no  á  un  entremés  solo, 
siendo,  á  lo  que  parece,  uno  solo  suyo  el  representado.  Quizás  escribió  dos,  y 
entre  ellos,  en  el  ensaye  que  hacían  ante  el  cabildo,  escogería  uno  la  Ciudad; 
y  acaso  el  no  representado  fuese  el  de  La  Cárcel  de  Sevilla. 


-  20^  - 

nábase  á  creer  que  este  mismo  sujeto,  ya  averiguadamente 
autor  de  entremeses,  al  par  que  de  la  famosa  relación  carcela- 
ria, lo  hubiese  sido,  además,  del  de  La  Cárcel  de  Sevilla,  dado 
á  luz  por  vez  primera  en  1617,  en  la  Séptima  parte  de  las  Co- 
medias de  Lope  de  Vega  (113),  y  atribuido  á  Cervantes,  ó 
sospechado  como  suyo,  por  Gallardo,  los  hermanos  Fernán- 
dez Guerra  y  otros  eruditos. 

Cristóbal  de  Chaves,  de  quien  no  tuvieron  noticia  los 
sevillanos  Rodrigo  Caro,  D.  Nicolás  Antonio,  Arafia  de  Var- 
flora  (Fr.  Fernando  de  Valderrama)  ni  D.  Justino  Matute  y 
Gaviria,  ni  ninguno,  en  fin,  de  nuestros  biógrafos  y  bibliógra- 
fos, había  nacido  hacia  la  mitad  del  siglo  XVI.  Vivo  de  inge- 
jiipjLdfi-CarácteL. apicarado,  flor  en  que  daba  una  gran  parte 
de  la  mocedad  hispalense  de  aquel  tiempo,  dedicó  muchos  de 
los  alegres  ocios  de  su  edad  lozana,  si  no  enteramente  á  vivir 
en  la  pésima  compañía  de  marcas  y  jaques,  por  lo  menos,  á 
frecuentar  su  trato;  y  de  tal  modo  les  bebió  los  alientos  y  estu- 
dió sus  malas  costumbres  y  aprendió  el  habla  rufianesca,  que 
pronto  pudo  dar  diez  y  falta  á  toda  la  gavilla,  en  cuanto  al 
cabal  conocimiento  de  la  vida  airada,  aun  en  sus  más  mínimos 
pormenores  y  más  obscuras  reconditeces.  Yo  imagino  que  Cha- 
ves, al  frisar  con  los  cuatro  lustros,  sería  tagarote  ú  oficialilio  de 
algún  escribano  ó  procurador;  pero,  así  ó  de  otra  manera,  lo 
que  no  admite  duda  es  que,  ya  maestro  en  todas  las  artes  y 
taimas  de  la  jacarandina,  y  teniendo  admirable  soltura  y  sin- 
gular gracejo  para  escribir  romances,  hízose,  á  dos  por  tres  y 
por  sí  y  ante  sí,  coronista  de  aquella  gente  hampona,  é  histo- 
rió con  mucho  donaire  y  exquisita  fidelidad — así  tal  la  tuvie- 
sen los  historiadores  de  los  grandes  sucesos —aquella  muy 
mala,  pero  muy  pintoresca  vida. 


(113)  Barcelona,  Sebastián  de  Cormellas. — D.  Cayetano  A.  de  la  Barrera, 
al  reseñar  este  libro  en  su  Catálogo  bibliográfico  y  biográfico  del  Teatro  an- 
tiguo español,  desde  sus  orígenes  hasta  mediados  del  siglo  XVIII,  insinuó  su 
sospecha  de  que  fuese  de  Cervantes  el  dicho  entremés.  Hizo  más  con  el  de  Los 
Habladores:  lo  atribuyó  á  Cervantes,  sin  ofrecérsele  chispa  de  duda. 


Tuvo  Chaves  la  plausible  habilidad  de  recoger  en  sus 
composiciones  las  escenas  más  vistosas  y  características  de 
aquella  gentualla;  supo  trazar  valientemente  una  figura  de  un 
solo  rasgo  y  describir  á  lo  vivo  una  brava  trifulca  de  rufianes 
y  corchetes  en  solos  doce  ó  diez  y  seis  versos;  acertó  á  poblar 
sus  sabrosos  romances  de  toda  la  inmensa  y  abigarrada  varie- 
dad de  aquel  mundo  canallesco;  pero,  sobre  todas  cosas,  en 
lo  que  no  tuvo  quien  le  compitiera,  ni  en  vida  ni  después  de 
su  tiempo,  fué  en  la  cabal  posesión  y  destrísimo  uso  del  voca- 
bulario de  germanía.  ¡No  conoció  el  insigne  maestro  Arias 
Montano  la  lengua  santa  de  Moisés,  David  y  Salomón  como 
el  maestro  Cristóbal  de  Chaves  la  también  muy  filosófica  y 
llena  de  tropos  de  los  Escarramanes,  Perotudos  y  Cantarotesl 
Todo  su  escenario  está  en  Sevilla:  hacen  su  morada  los  man- 
flotescos  en  el  Corral  de  los  Olmos,  y  en  él  se  manda  enterrar 
el  rufián  Maladros;  en  el  Corral  de  los  Naranjos,  á  la  sombra 
de  la  majestuosa  torre  de  la  Giralda,  buscan  y  hallan  su  asilo 
contra  \^gura;  vanse  á  reñir,  con  sus  baldeos j^  sus  rodanchas^ 
á  Tablada  ó  á  la  Barqueta;  tienen  sus  francachelas  y  comilo- 
nas, cuándo  en  el  Compás  mismo,  al  cual  los  acogidos  en  la 
gran  Altana  pásanse  de  solapo,  atravesando  por  las  Gradas 
y  colándose  «por  cal  de  Bayona>,  y  cuándo  en  el  deshabitado 
Hospital  del  Rey,  ó  en  la  venta  de  la  Barqueta,  á  un  paso  del 
monasterio  de  los  Cartujos.  Y,  por  lo  que  voy  rastreando, 
sevillanas  son  las  personas  que  actúan  en  sus  romances,  pero 
no  ahí  como  se  quiera,  sino  reales  y  efectivas,  y  aun,  á 
las  veces,  hasta  sin  el  acostumbrado  disfraz  de  los  nombres 
supositicios:  el  alguacil  que  prende  al  temerón  Maladros  (114) 


(114)     Romance  cU  la  vida  y   muerte  de  Maladros,  en  los  Romancea  de 
germanía,  pág,  99: 

A  los  bramos  y  alboroto 
Que  daban  por  apartallos, 
Llegó  el  teniente  Espinosa 
V  Marco  Caña  ásii  lado... 


...á  Maladros  columbró, 
Que  venia  calcoteando, 


-  2li  - 

y  que,  después,  acompañado  del  verdugo  Ganzúa,  lo  saca  de 
la  cárcel  para  llevarlo  á  ahorcar,  es  Marco  Ocaña  (i  15);  el  mis- 
mo alguacil  Marco  Ocaña  á  quien  ya  conocen  mis  lectores 
como  dueño,  en  1571,  de  once  boticas  ó  casucos  de  la  mance- 
bía (116),  y  el  mismo  en  cuya  casa,  sita  en  el  Dormitorio  de 
San  Pablo,  moraba,  á  mediados  de  1 588,  el  Ldo.  Juan  de  Nava 
Cabeza  de  Vaca,  fiador  de  Cervantes  en  el  negocio  de  su  co- 
misaría (i  17);  el  sobredicho  Ganzúa  (118)  es  el  propio  verdugo 
que  á  fines  del  siglo,  y  no  sin  pesar  (como  se  recuerda  siempre 
el  buen  tiempo  pasado),  recordaba  Chaves  en  la  parte  segunda 
de  su  Reladóft  de  lo  que  pasa  en  la  Cárcel  de  Sevilla  (119); 
allí  supónese  que  otorgó  Maladros  su  testamento, 

[Que  es]  fecho  en  la  enfermería 
De  Sevilla,  en  esta  trena, 
Á  veintisiete  de  mayo 
De  quinientos  y  setenta  (120), 

día,  quizás,  en  que  Chaves  escribió  estos  versos,  y  año  en  que 


Huyendo  de  Marco  Caña, 
Para  entrarse  en  el  Sagrario. 

Llámale  Marco  Caña,  y  no  Ocaña,  por  lo  que  diré  en  una  de  las  notas  al 
Rtnconete  y  Cortadillo. — No  me  he  puesto  á  averiguar  si,  en  realidad,  hubo 
algún  teniente  de  asistente  apellidado  Espinosa. 

(115)  En  el  mismo  romance,  pág.  112  del  citado  libro: 

Entra  el  guro  Marco  Caña, 
De  Ganzúa  acompañado; 
Entran  en  la  enfermería, 
Do  está  el  jaque  apiolado. 

(116)  Pág.  112  del  presente  libro. 

(117)  D.  Martin  Fernández  de  Navarrete,  Vida  de  Cervantes,  T^kg. /^it^ 
de  la  edición  de  18 19, 

(118)  En  el  propio  romance: 

Pídele  perdón  Ganzúa, 
Cual  es  uso  en  este  paso; 
Consuélalo  cuanto  puede, 
Y,  con  él  de  Dios  garlando, 
Ayudado  de  oraciones. 
Lo  echó  de  la  escala  abajo. 

{119)  «Yo  rae  acuerdo  cuando  era  buen  tiempo  que  había  autos  de  la 
Audiencia  en  que  mandaban  que  el  verdugo  no  entrase  en  la  cárcel  sin  ser  lla- 
mado de  la  Justicia,  pena  de  ducientos  azotes;  y  porque  lo  quebrantó  Ganztia 
y  llevó  una  corona,  se  los  dieron.  Agora  es  como  mercaduría  de  cal  de 
Francos...» 

(120)     Romances  de  gcr manía,  T^kg.  134. 


realmente  Marco  Ocaña  era  alguacil  de  la  justicia;  y  no  allí, 
en  la  cárcel,  sino  en  libertad  y  á  todas  sus  anchas,  campando 
todavía  por  sus  respetos,  aunque  lleno  de  alifafes,  cojo  y  tan 
cargado  de  espaldas  y  de  diciembres  como  de  merecimientos 
jacarandinos. 

El  mayoral  Palomares, 
Jubilado  en  la  braveza  (i2l), 

predecesor,  en  el  archimandritazgo  ladronesco,  de  the  gigantic 
figure  of  Monipodio^  como  lo  llama  el  doctor  De  Haan  (122). 
y  tPero  este  literato,  ó  lo  que  sea,  —  imagino  que  oigo  decir 
al  lector  — está  confundiendo  lastimosamente  á  su  Cristóbal 
de  Chaves  con  Juan  Hidalgo,  el  que  dio  á  la  estampa  en  Bar- 
celona, por  los  años  de  1609,  \o%  Romances  de  germania.D 
No,  por  cierto— respóndole;  — no  los  confundo:  antes  los  dis- 
tingo y  separo  muy  bien,  por  lo  mismo  que  de  entrambos  su- 
jetos allegué  noticias  ignoradas  de  todos  los  eruditos,  como 
sacadas  por  mí,  á  la  verdad,  no  sin  algún  penosillo  trabajo,  de 
riquísimas  y  casi  inexploradas  canteras  de  papel  viejo.  Para 
que  todos  veamos  claro  en  este  particular,  que,  porque  toca 
muy  de  cerca  á  la  famosa  jácara  hispalense,  no  es  nada  ajeno 
al  asunto  de  mi  libro,  empecemos  por  conocer  bien  el  título 
y  las  materias  del  publicado  en  Barcelona.  Intitúlase:  Roman- 
ces de  gennania  de  varios  avtores  con  su  Hocabulario  al  cabo 
por  la  orden  del  a,  b,  c,  para  declaración  de  sus  términos  y  len- 
gua. Compuesto  por  luán  Hidalgo  (123).  Y  contiene:  i."  Un 
prologuito  Al  curioso  lector,  en  que  disculpa  y  aun  justifica  el 
dar  al  vulgo  «esos  germánicos  romances,  hechos  más  para 
pasar  tiempo  que  para  ofender  el  oído  del  virtuoso >,  encare- 


(121)  Ibid.,  pág.  116. 

(122)  El  final  del  Romance  del  cumplimiento  del  testamento  de  Mala- 
dros,  en  donde  de  mano  maestra  se  pinta  á  Palomares,  es  de  una  realidad  tan 
viva,  que  para  sus  obras  la  quisieran  los  extranjeros  que  ¡con  lo  que  ba 
llovido  en  el  mundo!  presumen  de  andar  inventando  recetas  realistas  para 
escribir. 

(123)  Copio  el  titulo  del  Catálogo  de  Salva,  pues  no  tengo  á  mano  ejem- 
plar alguno  de  la  primera  edición. 


_  213  — 

ciendo  la  utilidad  de  dar  á  conocer  esa  extraña  lengua,  «por 
el  daño  que  de  no  saberse  resulta...,  especialmente  á  los  jueces 
y  ministros  de  justicia,  á  cuyo  cargo  está  limpiar  las  repúbli- 
cas de  esta  perniciosa  gente.»  2.°  El  romance  de  Perotudo,  «el 
primero  que  se  compuso  en  esta  lengua»,  y  otros  cuatro  ade- 
más, que,  como  aquél,  no  tienen  indicación  de  quiénes  fueran 
sus  autores.  3.°  Los  seis  romances  especialmente  sevillanos, 
con  esta  advertencia  al  principio:  «Estos  seis  romances  son  de 
un  autor,  y  el  que  recopiló  el  Vocabulario  de  la  germanía.» 
4."  Y,  por  último,  tras  otro  romance,  asimismo  de  autor  anó- 
nimo, el  Vocabulario  ofrecido  en  la  portada.  Aunque  podría 
pensarse  que  el  dicho  epígrafe  se  refiere  á  un  romance  inser- 
to en  el  propio  libro  y  que  empieza: 

En  Toledo,  en  el  altana, 
Un  lobo  mayor  se  ha  entrado..., 

pues  en  él  se  enumeran,  con  sucinta  explicación,  hasta  cuatro 
docenas  y  media  de  vocablos  de  la  nueva  germanía,  inclinóme 
á  creer  que  se  alude  al  Vocabulario  puesto  al  cabo  del  libro  y 
que  contiene  cerca  de  mil  trescientas  voces  (124).  Y  que  el 
Vocabulario f  que  á  todas  luces  está  recogido  en  Sevilla,  fué 
labor  de_Qiayes,  no  ofrece  duda:  es  el  mismo  y  mismísimo  de 
que  él  hizo  mérito  al  final  de  su  Relación:  «Parecióme  poner 
aquí  un  breve  discurso  de  algunos  vocablos  desta  gente,  por- 
que todos  no  será  posible,  que  son  infinitos:  aunque  de  todos 
por  curiosidad  tengo  vocabulario  escrito  de  mi  mano;  y  porque, 
habiendo  visto  hasta  aquí,  un  personaje  que  puede  me  mandó 
le  diese  un  tanto,  no  hubo  lugar  de  escribillo;  darélo  muy  bre- 
ve con  las  añadiduras,  como  lo  mesmo  ofrezco  que  no  será 
de  menos  gusto  que  lo  escrito»  (125). 


(124)  Si  no  he  contado  mal,  1.265. — -^  •"'  v^""»  '^  palabra  sobrentendida 
en  la  expresión  y  el  que  recopiló  es  el  nombre  autor,  que  la  precede  inmedia- 
tamente; mientras  que  romances  se  dijo  algo  más  lejos.  Además,  el  recopilar  es 
cosa  para  hecha  por  el  autor  y  no  por  un  romance.  De  todas  maneras,  nada  se 
habría  perdido  con  redactar  sin  anfíbologia  esos  dos  renglones. 

(125)  Copiando  el  docto  D.  Aureliano  estas  palabras,  exclamaba  triste- 


■V 


-  214  - 

Son,  pues,  de  un  mismo  ingenio  ios  seis  consabidos  ro- 
mances de  germanía,  el  entremés  de  La  Cárcel  de  Sevilla  y 
la  Relación  tantas  veces  mencionada.  Ahora  se  explicará  bien 
mi  amigo  el  autor  de  El  Loaysa  de  ^El  Celoso  extremeños  la 
ya  no  recóndita  razón  de  aquella  instintiva  suspicacia  con  que 
advertía  que  la  coima  de  Maladros  en  el  romance,  y  la  de 
Paisano  en  el  entremés,  y  la  de  otro  condenado  á  horca  en  la 
Relación^  donadas  ó  legadas  las  tres  por  sus  cuyos  in  articulo 
mortis,  tuviesen  un  mismo  nombre:  la  Beltrana;  particulari- 
dad que  le  hacía  decir,  tan  receloso  como  quien  pasa  muía 
por  odrería:  «Para  casualidad  me  parece  mucho»  (126).  Y  aho- 
ra se  caerá  en  la  cuenta  de  por  qué  Paisano  y  Barragán  figu- 
ran en  la  Relación  y  en  el  entremés,  y  de  cómo  en  éste  y  en 
aquélla  suelen  hallarse  unos  mismos  lances,  y  aun  los  propios 
pensamientos,  expresados  con  idénticas  palabras  {127).  La 
terquedad  con  que  solían  encastillarse  los  presos  en  no  res- 
ponder sino  f Iglesia»  á  cuanto  se  les  preguntaba  encuéntrase 
expresada  tan  parejamente  en  la  Relación  y  en  el  romance  de 
Maladros,  que  no  habrá  quien  tenga  tales  encarecimientos  por 
obra  de  dos  minervas  distintas  (128).  Y,  en  fin,  la  viva  pin- 


mente  en  una  nota:  «¡Qué  lástinaa  que  no  haya  este  vocabulario  llegado  á  nos- 
otros!» ¡Qué  ajeno  estaba  — exclamo  yo  á  mi  vez — de  que  cuando  de  tal  pérdi- 
da se  dolia  tenia  al  lado,  para  entender  y  comentar  los  esctitos  de  Chaves,  el 
mismo  vocabulario  que  daba  por  perdido! 

(126)  El  Loaysa...,  pág.  i88,  nota  75. 

(127)  En  la  Relación,  primera  parte:  «...y  cuando  saliere,  si  lloraren  las 
presas,  no  les  vuelva  el  rostro,  ni  sea  predicador  en  el  sitio  desta  desgracia, 
pues  es  hijo  de  Sevilla,  y  no  ba  de  mostrar  punto  de  cobardía.»  En  el  entre- 
més: «Y  si  al  bajar  lloraren  las  personas  [las  presas  debe  de  decir],  no  las 
vuelva  el  rostro  ni  sea  predicador  en  el  sitio  desta  desgracia;  que  es  hijo  de 
vecino  de  Sevilla,  y  no  ba  de  mostrar  punto  de  cobardía.» 

(128)  En  la  Relación^  primera  parte:  «Si  se  prende  á  uno  por  muerte  y 
pasó  una  legua  del  cementerio,  y  á  la  entrada  le  preguntan  su  nombre,  no  lo 
sacará  el  papa  desta  palabra:  «Iglesia.»  Dicenle  los  porteros,  cuando  se  baptizó 
¿qué  nombre  le  pusieron?  Responde:  «Iglesia.»— «;De  dónde  es?'» — «Iglesia.» 
Y  lo  mesmo  cuando  lo  sacan  en  presencia  del  juez  para  que  conteste:  que 
piensa  que  en  esto  está  su  libertad...»— En  el  romance  de  Maladros: 

El  Teniente  [yj  Marco  Caña 
Con  la  presa  de  Maladros, 
Cercado  de  tomajones, 


-  215  - 

tura  de  los  preparativos  del  morir  en  Basilea — que  así  lla- 
maban á  la  horca,  cuando  no  la  viuda,  la  balanza,  ó  la  ene  de 
palo  (129) — es  tan  una  y  de  tal  modo  va  á  un  andar  en  estas 
dos  obras  y  en  el  entremés  equivocadamente  atribuido  á  Cer- 
vantes, que  no  puede  ser  cosa  de  dos  plumas,  y  aún  menos  de 
tres  (130). 

¿Qué  medió,  entonces,  para  que  tales  seis  composiciones 
germanescas,  y  otras  que  también  huelen  al  azahar  sevillano, 
y  el  Vocabulario  de  gemianía^  saliesen  á  luz  formando  un  li- 
brito  que  pregonaba  estar  compuesto  por  Juan  Hidalgo,  si  ya 
no  es  que,  sobrando  un  punto  en  la  portada,  sólo  se  quiso  in- 
dicar que  á  Hidalgo  se  debía  el  curioso  léxico  jacarandino? 
¿Existió  en  realidad,  supuesto  ó  no  supuesto  su  nombre,  ese 
Juan  Hidalgo,  de  quien  el  gran  bibliógrafo  hispalense  D.  Ni- 
colás Antonio  hubo  de  resignarse  á  decir  Nescio  quis,  y  del 
cual  nadie  ha  sabido  pizca  hasta  ahora?  (131).  Procuremos 
desvanecer  todas  esas  tinieblas. 


Dan  con  él  en  el  banasto. 
y  encerrándose  con  él, 
De  rufo  le  hacen  cargo 

Y  mándanle  que  declare 
Lo  que  debe  en  este  trato. 

Maladros  responde:  — « Iglesia » , 
Sin  responder  otro  garlo. 
Hácenle  requerimientos 
El  Teniente  con  nuestramo, 
Que  cante  cómo  se  llama: 
—  «Salud -responde— me  llamo.» 

Mandan  llamar  al  bederre, 

Y  á  torneo  condenado, 
Tornando  hácenle  preguntas 
De  su  vida  y  de  su  estado; 
Concluía:  «Soy  altana, 

Y  á  mí  me  llaman  altano.» 

De  aquí  el  modismo,  aún  hoy  corriente,  llamarse  andana,  por  altana  ó  antana. 

(129)  Rodríguez  Marín  en  su  Loaysa,  pág.  140,  escribió  esa  ene  con 
letra  mayúscula,  é  hizo  mal:  precisamente  se  llamaba  ene  de  palo  á  la  horca 
por  parecerse  á  una  ene  minúscula:  n. 

(130)  No  copiaré  los  respectivos  pasajes,  porque  no  sería  cosa  de  pocos 
renglones;  pero  indicaré  al  lector  que  puede  verlos,  por  lo  que  toca  á  Mala- 
dros, en  los  Romances  de  ger manía,  págs.  111-113  de  la  edición  de  San- 
cha (1779);  por  lo  que  hace  á  la  Relación,  en  el  t.  I  del  Ensayo...  de  Gallardo, 
cois.  1.346  y  1.362;  y  por  lo  que  respecta  al  entremés,  en  el  mismo  tomo, 
cois.  1.379  y  siguientes. 

(131)  «Autor  de  nombre  supuesto  ó  desconocido»,  le  llamó  Clemencin  en 
sus  comentarios  al  Quijote  (tomo  II  de  la  primera  edición,  pág.  194).  Ticknor 


l^ 


^ 


—  216  - 

Cristóbal  de  Chaves,  que  ya  actuaba  como  procurador 
de  número  en  1592  (132),  y  seguía  ejerciendo  su  oficio  en 
1598  (133),  medró  tan  poco  en  él,  aun  viviendo  soltero,  y  aca- 
so acaso  por  eso  mismo,  que,  para  defenderse  de  la  hambre, 
hizo  lo  que  solían  hacer  sus  protegidos  los  ternes  para  no 
caer  en  las  garras  de  los  giiros:  tomó  iglesia.  Va,  antes  de  de- 
jar su  procura  civil  gestionaba  tales  cuales  veces  algunos  ne- 
gocios del  Cabildo  eclesiástico  (134);  luego,  allegándose  á  él 
más  cada  día,  se  ordenó  de  clérigo  presbítero,  puede  que  á 
favor  de  cualesquier  estudios  cursados  en  su  mocedad,  y  fué 
nombrado  solicitador  del  Deán  y  Cabildo  de  la  Santa  Iglesia. 
Poco  tiempo  disfrutó  este  empleo,  pues  enfermó  gravemente 
en  el  estío  de  1601,  otorgando  su  testamento  á  23  de  julio 
del  mismo  año,  por  la  cual  disposición  se  echa  de  ver  que  el 
infeliz  solicitador  vivía  sobre  sus  empeñadas  preseas  y  solía 
comer  sobre  tarja  (135).  Aún  vivió,  muy  achacoso  sin  duda, 


advirtió  que  esta  indicación  «puede  ser  infundada,  y  no  ser  un  seudónimo  el 
nombre  de  Hidalgo»;  mas  para  basar  su  prudente  advertencia  se  descaminó 
muy  luego,  trayendo  á  cuenta  á  Juan  Hidalgo  Repetidor,  autor  toledano,  que 
á  lo  que  parece,  floreció  mucho  después  de  impresos  los  Romances  de  ger- 
manta*  (Historia  de  la  Literatura  Española,  traducción  de  Gayangos  y 
Vedia,  t.  HI,  pág.  265,  nota). 

(132)  En  6  de  mayo  de  IS93,  llamándose  «procurador  del  número  desta 
ciudad»,  prestó  fíanza  á  Alvaro  López,  alcaide  de  la  Cárcel  Real,  por  Damián 
Xuárez,  preso  en  ella  á  virtud  de  unas  deudas,  para  quitarle  «las  prisiones  en 
que  lo  tenéis,  y  dexallo  andar  por  la  dicha  cárcel  libremente  sin  ellas.»  Prome- 
tió, como  era  de  rúbrica,  que  «no  se  irá  ni  ausentará  en  sus  pies  ni  en  ajenos 
ni  en  otra  manera  alguna»  (Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  of."  24,  libro  2." 
de  1592,  f.°  301).  Ante  el  cabildo  de  la  Ciudad  solía  parecer  con  pedimentos 
muy  frecuentemente  (Actas  capitulares  de  Sevilla,  cabildo,  entre  otros,  de  2 
de  julio  de  1593). 

(133)  En  29  de  septiembre,  como  á  procurador  de  la  Real  Audiencia,  le 
confirió  poder  Maria  de  Mendieta  para  cobrar  de  Diego  Núflez  Pérez,  albacea 
del  doctor  Arias  Montano,  los  corridos  de  cierto  tributo.  (Archivo  de  protoco- 
los de  Sevilla,  of.o  3.0,  libro  3.°  de  1598,  f."  262). 

(134)  Por  ejemplo,  en  el  de  la  Ciudad,  á  24  de  julio  de  1598,  se  dio 
cuenta  de  una  petición  suya  en  nombre  del  Deán  y  Cabildo,  sobre  llevar  en 
carretas  dos  pinos  á  Bormujos  (Actas  capitulares  de  Sevilla). 

(135)  En  su  testamento  llámase  «clérigo  presbítero,  solicitador  del  deán 
y  cabildo  de  la  Santa  Iglesia  desta  ciudad».  Vivía  en  la  collación  de  San  Salva- 
dor. Se  mandó  enterrar  en  esta  dicha  iglesia,  en  la  sepultura  de  su  sobrina 
Mayor  Vázquez.   Declaró  algunas  deudas,  así  en  su  pro  como  en  su  contra,  las 


—  217  — 

ocho  meses  más,  al  cabo  de  los  cuales  y  poco  después  de  otor- 
gar un  codicilo  en  28  de  marzo  de  1602  (136),  falleció  el  do- 
nairoso cronista  de  la  jácara  babilónica. 

Con  mira  de  remediar  algo  sus  apuros,  preparada  para  la 
imprenta  tenía  y  dejó  el  buen  Chaves,  haciendo  compaña  á  su 
Vocabulario^  la  colección  de  los  romances  germanescos,  que 
serían  probablemente  las  añadiduras  que  ofreció  en  la  Rela- 
ción de  la  Cárcel,  y  agregando  á  los  suyos,  para  lograr  más 
rica  amenidad  y  más  abultada  apariencia  de  libro,  algunos 
otros  romances  de  ajeno  caletre.  Hasta  el  breve  prólogo  indica 
de  cuya  péñola  es  obra:  que  aquello  de  que  si  al  autor  le  fuera 
permitido  alargarse  en  razones,  «yo— dice — las  diera  tan  efi- 
caces, que  al  más  justo,  al  más  sabio  y  al  más  poderoso  le 
obligaran  á  favorecer  mi  parte. ..^,  es  habla,  á  todo  ver,  de 
la  ampulosa  jerga  forense  de  todos  los  tiempos,  bastante  me- 
nos divertida  que  la  rufianesca.  Y  nadie  sino  un  curial  habría 
reseñado  el  proceso  de  Maladros  con  los  pormenores  de  carác- 
ter técnico  que  hay  en  los  versos  siguientes: 

Dijo  que  se  ratifique 
De  todo  lo  que  ha  garlado. 
Maladros  canta  de  nuevo, 
Toma  la  fe  el  escribano, 

Y  el  Teniente,  allí  en  presencia, 
Desta  suerte  ha  sentenciado, 
Oída  su  petición, 

Hecho  el  cargo  sin  descargo: 
Que  de  la  trena  lo  saquen, 
Cual  es  uso,  sobre  un  cuatro, 
Con  asiento  de  sayal, 

Y  al  hopo  soga  de  esparto, 

Y  sea  puesto  en  balanza. 
Do  vasido  sea  dejado. 
Apeló  por  él  su  alivio 

A  los  guros  de  los  Grados; 


más  de  estas  últimas  de  cortas  cantidades  tomadas  á  préstamo  y  dejando  alhaji- 
lias  en  prenda.  Instituyó  por  su  heredera  á  su  sobrina  Catalina  González.  Aun- 
que estaba  enfermo  cuando  testó,  firma,  y  con  letra  clara  y  hermosa  (Archivo 
de  protocolos  de  Sevilla,  oficio  19,  Gaspar  de  León,  libro  5."  de  1601, 
f.°  365). 

(!36)     Ante  el  mismo  escribano,   libro  2.'  de  1602,  f."  i.ioi.  Sólo  se  re- 
fiere á  las  deudas  cobradas  y  pagadas  desde  que  otorgó  el  testamento. 

»5 


—  218  - 

Van  d  hacer  relación, 

Y  confirman,  sin  embargo. 

Devuelto  el  pleito  al  Teniente 

Para  que  sea  ejecutado, 

Notifican  la  sentencia 

Al  birlo  y  jaque  Maladros... 

Empero,  como  pasa  tantas  veces  en  este  mal  mundo,  no 
segó  quien  había  sembrado: 

Sic  vos  non  vobis  melUfcatis  apes. 

Desde  antes  de  la  penúltima  década  del  siglo  XVI  estaba  es- 
tablecido en  Sevilla,  como  mercader,  un  toledanillo  natural  de 
Sonseca  y  que  se  nombraba  Juan  Hidalgo.  Era  hombre  listo 
en  las  artes,  artimañas  y  arterías  que  conducen  á  la  riqueza,  y 
(entrando  con  todas,  como  la  romana  del  diablo,  si  aiin  por  los 
aftos  de  1593  y  1594  no  osaba  á  salirse  de  su  sota,  caballo  y 
rey,  quiero  decir,  del  humilde  y  tasado  negocio  de  su  despa- 
cho de  papel,  cañones  y  tinta  de  escribir  (137).  pronto,  merca- 
deando á  diestro  y  siniestro,  pareciendo  á  toda  buena  pupila 
más  bien  de  Sonsaca  que  de  Sonseca  y  entendiéndose  á  las 
maravillas  con  unos  compinches  residentes  en  el  Nuevo  Mun- 
do, subió  como  la  espuma:  tanto,  que  al  casarse  á  fines  de 
1597  ó  principios  de  1598  con  D.*  Luisa  de  Muñatones,  tenía 
en  las  Indias  casi  todo  su  caudal,  que  ya  montaba  líquidamen- 
te 7.400  ducados  (138).  Y  aún  esto  fue  pura  bicoca  y  nadería 
para  lo  que  agenció  en  los  aftos  subsiguientes:  por  encareci- 
miento, baste  decir  que  en  \P  de  abril  de  1604  daba  poder 
á  Diego  de  Torres  Berrío,  comerciante  toledano,  á  efecto  de 
que  comprase  para  él  c hasta  en  cantidad  de  20.000  ducados 


(137)  «Ley  ]a  petición  de  juan  hidalgo  en  que  dize  que  para  el  despacho 
de  los  almoxarífazgos  de  los  años  de  noventa  y  tres  y  noventa  y  quatro  dio 
todo  el  Recavdo  de  papel  y  tinta  que  monta  veynte  y  ocho  mili  y  tantos 
mrs.  e  no  se  le  an  pagado...*  (Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Actas  capitula- 
res,  cabildo  de  26  de  febriero  de  1600,  escribanía  2.*). 

(138)  En  26  de  diciembre  de  1599  Juan  Hidalgo,  por  cuanto  al  casar 
«puede  haber  dos  años,  poco  más  ó  menos»,  con  D.'  Luisa  de  Muñatones,  tenia 
toda  su  hacienda  en  las  Indias,  y  por  no  saber  cuánta  fuese  no  hizo  inventario 
de  ella,  hácelo  ahora  que  sabe  la  que  entonces  poseía:  7400  ducados  liquides 
(Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  olP  19,  Gaspar  de  León,  libro  l.",  f.°  12). 


-  219  - 

en  texidos  de  seda  y  medias  de  seda  de  colores»  (139).  Pues 
bien,  este  mercader  que,  así  solo  como  asentando  compañía 
con  el  jurado  Andrés  Díaz  de  Toledo,  planteaba  y  llevaba 
á  cabo  grandes  y  harto  pingües  negocios  (140),  y  que  en 
16 1 2  pedía  y  ganaba  vecindad  en  Sevilla  (141),  como  hubiese 
adquirido  el  manuscrito  del  difunto  Chaves,  quizás  dando  por 
él  á  su  heredera  y  sobrina  cuatro  ó  seis  ducados,  ó  unas  varas 
de  estameña  ó  añascóte  (142),  y  entendiese  que  el  sacar  á  la 
luz  pública  aquellos  garridos  romances  y  el  vocabulario  jergal 
podría  traer  en  pos  de  sí  alguna  ganancia,  entró  en  deseo  de 
poner  de  molde  el  libro,  y,  hasta  sintiendo  un  poquillo  de  amor 
á  la  inmortalidad  y  no  siendo  harto  angosto  de  conciencia, 
estampó  su  nombre  en  la  portada.  Y  á  fe  que  en  hacerlo  así 
anduvo  cuerdo,  pues  éste  ha  llegado  hasta  nosotros  envuelto 
en  la  jerga  de  los  rufianes:  no  en  la  que  él  traía  entre  manos  y 
bajo  su  sospechosa  vara  de  medir.  Con  solos  sus  dineros  no 
habría  comprado  á  la  posteridad  más  que  el  olvido.  La  razón 
por  que  hizo  imprimir  el  Ubrito  en  Barcelona,  y  no  en  Sevilla, 
es  por  demás  obvia:  en  Sevilla,  donde  algunos  curiosos  cono- 
cían las  composiciones  y  el  Vocabulario  de  Chaves,  se  hubie- 
ra hecho  muy  público  y  escandaloso  el  gatuperio,  mayormen- 
te, cuando  no  diputaban  á  Juan  Hidalgo  por  nada  poeta  ni 
afecto  á  la  germanía;  no  así  imprimiéndose  lejos  la  obrita  y 
cuidando  éste,  como  dueño  de  la  edición,  de  que  no  fueran 


(139)  Archivo  de  protocolos.,  (¡i."  24,  Luis  de  Porras,  libro  \P  á.t  1604, 
f.°  1.094  v.'°. 

(140)  Por  un  testamento  que  otorgó  á  20  de  febrero  de  1605  consta  lo  de 
esta  compañía,  asi  como  el  lugar  de  su  naturaleza,  en  donde  mandó  decir  qui- 
nientas misas,  y  fundar  una  capellanía.  Instituyó  por  heredera  á  su  hija  doña 
Mariana,  de  edad  de  seis  años  (Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  of."  1 9,  Gas- 
par de  León,  libro  2.°  de  1605,  i."  869). 

(141)  Actas  capitulares  de  íít'íV/a,  escribanía  2.',  cabildos  de  17  y  29 
de  octubre  y  24  de  diciembre  de  16 12.  Se  le  tuvo  por  vecino. 

(142)  Hasta  el  ser  aledañas  las  collaciones  en  que  respectivamente  vivían 
facilitaba  el  que  se  conocieran  y  se  entendieran.  La  sobrina  de  Chaves  quedó 
viviendo  en  la  collación  de  San  Salvador;  Hidalgo  tenía  su  domicilio  en  la  in- 
mediata de  San  Isidro. 


-  220  — 

ejemplares,  ó  fueran  harto  pocos,  á  la  noble  ciudad  del  Gua- 
dalquivir. 

Muy  larga  ha  sido  esta  digresión,  pero  aún  más  forzosa; 
porque,  como  Cervantes  usó  con  grande  frecuencia  en  su  Rin- 
coñete  y  Cortadillo  los  vocablos  de  la  germanía  sevillana,  pre- 
ciso era  tratar  con  algún  espacio  del  origen  y  los  progresos  de 
su  estudio,  máxime  habiendo  en  ello  campos  que  deslindar  y 
supercherías  que  descubrir,  y  siendo  por  entonces  el  más 
entendido  en  la  jácara  un  probable  amigo  del  excelso  escritor 
complutense,  con  quien  debió  de  comunicar,  así  en  la  famosa 
Cárcel  Real  de  Sevilla,  cuando  Cervantes  moró  en  ella  todo  el 
otoño  de  1 597,  como  después,  á  pleno  aire  y  luz  abierta.  Qui- 
zás visitaron  juntos  el  Corral  de  los  Olmos,  el  de  los  Naranjos, 
el  campo  de  San  Diego,  la  Venta  de  la  Negra  (143),  el  mismo 
Compás  de  la  Laguna,  todo  con  el  laudable  propósito  de  estu- 
diar los  documentos  humanos  que  en  estos  lugares  abundaban: 
gente  jacarandina  entonces,  y  gente  jacarandosa  ahora  que  tan 
de  buenas  manos  la  contemplamos  retratada  en  las  produccio- 
nes de  Cristóbal  de  Chaves  y  en  las  novelas  cervantinas;  en 
aquéllas,  algo  rudamente  y  sin  mira  poética,  como  reproduce 
las  imágenes  la  cámara  fotográfica;  en  éstas,  con  arte  exqui- 
sito y  con  habilidad  suma,  como  obra  de  pinceles  manejados 
por  destrísimos  dedos  y  guiados  por  la  poderosa  mirada  aqui- 
Hna  del  gran  precursor  y  gran  maestro  de  Velázquez:  ya  que, 
en  lo  de  ser  vivos  trasuntos  de  la  propia  realidad,  á  la  vez  que 
admirables  creaciones  artísticas,  allá  se  van,  como  figuras 
hermanas,  Monipodio  y  Menipo;  Rincón  y  Cortado,  y  las  Me- 


(143)     Otro  de  los  lugares  en  donde  solían  tener  sus  francachelas  los  matan- 
tes de  Sevilla.  En  el  Romance  del  cumplimiento  del  testamento  de  Maladros: 


Y  dice  Estrucho  y  Magazo: 
«Celebremos  esta  fiesta 
Con  tajada  y  godo  pío 
En  la  Venta  de  la  Negra.» 


Esta  venta  aún  subsiste  con  ese  nombre.  Está  en  la  margen  derecha  del  Guadal- 
quivir, enfrente  de  la  Isla  Mayor,  y  cerca  de  la  puentecilla  que  da  paso  á  ella. 


-  2^1  - 

ninas;  Maniferro  y  sus  camaradas,  y  los  Borrachos;  la  Ganan- 
ciosa y  sus  amigas,  y  las  Hilanderas. 

Por  dichosa  casualidad — ya  lo  indiqué  en  otra  ocasión  — 
de  Rinconete  y  Cortadillo,  como  de  El  Celoso  extremeño,  hay 
dos  textos  diferentes:  el  primitivo,  que  se  ha  conservado  gra- 
cias al  Ldo.  Porras  de  la  Cámara,  primero,  y  después  á  don 
Isidoro  Bosarte,  que  lo  sacó  á  la  luz  pública  en  1788,  en  el  nú- 
mero IV  de  su  Gabinete  de  lectura  española,  y  el  texto  defini- 
tivo, arreglado  sobre  el  primero  por  su  autor,  para  publicarlo 
en  16 1 3,  en  su  inapreciable  colección  de  Novelas  ejemplares. 
Bosarte,  aunque  no  era  sujeto  de  muy  fina  perspicacia  ni  de 
muy  sólida  cultura,  se  percató  bien  de  la  grande  importancia 
que  tendría  para  los  literatos  el  poder  examinar  dos  textos 
diferentes  de  una  misma  obra  cervantina.  «Se  trata — escribió 
en  el  prólogo  que  puso  á  la  dicha  novela  (144)— de  Miguel 
Cervantes,  autor  ya  clásico  en  nuestra  lengua,  á  quien  se  le 
observa  por  sílabas  y  aun  por  letras,  según  vemos  en  las  va- 
riantes del  Quixote  de  las  últimas  ediciones;  de  Miguel  Cer- 
vantes, de  quien  se  ha  deseado  saber  la  patria  por  unos  lite- 
ratos tan  señalados  como  D.  Tomás  Tamayo  de  Vargas,  don 
Nicolás  Antonio,  D.  Blas  Nasarre...  Y,  en  fin,  de  aquel  Cervan- 
tes que  ha  sabido  agradar  igualmente  á  los  nacionales  que  á 
los  extranjeros:  dote  rarísima  que  apenas  hallaríamos  en  mu- 
chos de  nuestros  escritores,  ¿Qué  deleite  no  hubieran  tenido 
estos  literatos,  y  otros  que  no  escriben,  contentándose  con  la 
sola  lectura,  si  hubiera  caído  en  sus  manos  un  borrador  de 
Cervantes  de  algunos  capítulos  del  Quixote,  ó  de  cualquiera 
de  las  Novelas  exemplares?  Juzguemos  por  el  que  tienen  los 
artistas  y  aficionados  á  las  artes  en  semejante  caso.  Al  ver  un 
gran  cuadro  original  historiado,  ¡cuánto  se  desearía  ver  los 
estudios  y  diseños  originales  de  aquella  obra!  Si  llegan,  por 
casualidad,  á  conseguirlos,  ¡cuánta  atención  ponen  los  artistas 
en  estos  diseños  y  rasguños,  que  el  vulgo  mira  casi  con  des- 


(144)     Gabinete  de  lectura  española,  n.°  IV,  pág.  IV. 


-222- 

precio,  por  no  comprenderlos!  Allí  es  el  ver  á  los  inteligentes 
observar  los  pasos  del  entendimiento  del  artista  cuando  criaba 
su  obra.  Atienden  al  modo  que  tuvo  de  romper,  á  los  partidos 
que  tomó,  á  las  figuras  que  escogió,  á  las  que  reprobó,  á  lo 
que  en  las  que  puso  corrigió  ó  alteró,  y  las  cosas  de  que  se 
arrepintió.  Esto,  ciertamente,  gusta  más  que  ver  luego  el  cua- 
dro solemnemente  aprobado,  concluido,  repintado,  y  colocado 
en  la  pared.  Pues  este  gusto,  que  es  común  á  literatos  y  artis- 
tas..., y  que  á  propósito  de  las  obras  de  Miguel  Cervantes  más 
era  para  soñado  que  para  esperado,  es  el  que  efectivamente  y 
en  realidad  les  damos  y  entramos  por  las  puertas  á  nuestros 
literatos  con  la  edición  de  las  novelas  de  Rinconeíe  y  del  Ex- 
tremeño, según  se  leen  en  los  manuscritos  de  Sevilla.» 

Tenía  Bosarte  mucha  razón  en  todo  esto:  ¡así  en  cien 
otras  cosas!  De  mí  sé  decir  que  en  tratándose  de  examinar  es- 
critos autógrafos,  preferí  siempre  los  borradores  á  las  copias 
definitivas.  En  éstas  no  puede  estudiarse,  y  en  aquéllos  sí,  el 
muy  interesante  proceso  intelectual  del  autor.  Examinando, 
analizando,  disecando,  si  vale  decirlo  de  esta  manera,  unos 
borradores  llenos  de  tachaduras,  no  suplidas  á  veces,  y  en  el 
lugar  de  las  cuales,  á  las  veces  también,  se  vertieron,  al  cabo, 
otros  pensamientos;  reparando  en  las  enmiendas  de  palabra  y 
de  frase,  piedra  de  toque  de  la  perspicacia  del  que  escribe,  y 
en  las  adiciones,  soldados  rezagados,  pero  valientes,  del  bata- 
llón de  la  dialéctica,  ó  del  de  la  retórica,  más  ricamente  vesti- 
dos y  menos  bien  armados,  y  fijando,  además,  la  atención  en 
las  supresiones,  casi  siempre  hijas  de  la  cautelosa  prudencia, 
se  convive,  talmente  se  convive,  con  el  que  enmendó,  añadió 
y  borró;  más  todavía  que  convivir:  se  le  ve  pensar.  Y  como 
el  primer  texto  del  Rinconeíe,  puesto  junto  al  definitivo,  no  es 
sino  un  borrador  del  Príncipe  de  nuestros  ingenios,  con  en- 
miendas, supresiones  y  adiciones  de  su  propia  mano,  hácese 
interesantísima  la  tarea  de  ladear  párrafo  á  párrafo  y  renglón 
á  renglón  ambos  textos,  para  que  al  estudioso  no  se  le  pase 
por  alto  ninguna  de  las  mil  diferencias  que  entre  ellos  se  no- 


-  223  - 

tan,  ya  indicadas,  en  lo  de  más  bulto,  por  Bosarte,  aunque  de 
ordinario  con  observaciones  infelicísimas,  de  que  trataré  en 
mis  notas  á  la  inimitable  novela. 

Quede  para  el  discreto  lector  todo  el  grato  solaz  de  ad- 
vertir por  sí  propio  tales  discrepancias  y  de  estudiar  á  qué  hu- 
bo de  deberse  cada  una;  y  á  mí,  que  ya  estoy  fatigadísimo  de 
escribir  sin  tregua  horas  y  horas,  básteme,  por  lo  que  hace  á 
este  punto,  con  notar  que,  como  en  la  también  muy  linda  obri- 
ta  de  £¿  Celoso  extremeño,  Cervantes,  al  arreglar  para  la  es- 
tampa el  Rinconete,  quitó  ó  enmendó  con  gran  cuidado  cuanto 
pudiera  estimarse  que  desdecía  del  título  de  ejemplares  que 
pensaba  dar  á  sus  Novelas.  Así,  un  pasaje  fuertecillo  del  borra- 
dor, aquel  en  que  la  Cariharta  hablaba  de  un  bretón  y  de  un 
perulero,  está  muy  moderado  en  la  lección  definitiva  (145). 
Por  lo  común,  con  las  reformas  ganó  el  texto  de  la  novelita', 
si  bien,  como  suele  acontecer  en  materia  de  enmiendas,  sufrió 
algún  menoscabo  en  no  pocos  lugares  la  hermosa  espontanei- 
dad del  primer  intento. 

Mas  no  por  esto  que  acabo  de  decir  se  imagine  que  Cer- 
vantes, que  era  algo  indolente  en  lo  relativo  á  limar  sus 
obras,  dejase  de  serlo  en  esta  ocasión.  No,  y  tanto  en  el  len- 
guaje como  én  algunos  pormenores  de  la  fábula  pueden  se- 
ñalársele frecuentes  descuidos.  Vea  el  lector  unas  muestras.  La 
Gananciosa,  consolando  á  su  amiga  la  Cariharta,  le  augura 
que  pronto  la  buscará  arrepentido  su  amante,  y,  en  otro  caso, 
le  escribirán  un  papel  en  coplas,  y  Monipodio  se  ofrece  á  ser 
el  secretario  para  cuando  sea  preciso;  mas  luego  viene  á  ave- 


(145)  La  referencia  que  tenía  que  hacer  la  Cariharta  al  trabajo  y  afán  con 
que  habia  ganado  los  veinticuatro  reales  que  envió  al  Repolido  era  escabro- 
silla;  pero  Cervantes,  por  su  singular  ingenio,  supo  salir  de  ella  sin  daño  de 
barras:  como  sacó  á  Sancho  y  á  D.  Quijote  del  mal  paso  de  los  batanes;  y 
como  en  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XXII,  hizo  decir  á  Sancho  algo 
que  dicho  á  cartas  vistas  no  sería  de  buen  pasar;  pero  que  hábilmente  di- 
cho pasó  bien,  y  aun  la  perspicacia  de  Clemencín  no  entendió  la  frase  (El 
Quijote  de  Clemencín,  t.  II  de  la  primera  edición,  pág.  207  y  última  nota  de 
ella).  Confio  en  que  la  entenderá  el  Sr.  Cortejón,  nuevo  y  brioso  comentador 
del  Quijote. 


V 


riguarse  que  no  sabe  leer,  pues  por  él  tiene  que  hacerlo  Rin- 
conete,  ni  escribir,  pues  tuvo  que  mandar  al  mismo  que  pu- 
siera su  nombre  y  el  de  Cortadillo  en  la  lista  de  los  cofrades. 
En  otro  lugar,  al  preguntar  Monipodio  por  la  bolsilla  de  ám- 
bar que  con  su  contenido  había  dado  al  traste  en  la  plaza  de 
San  Salvador  y  decir  que  con  él  no  había  levas,  «tornó  á  ju- 
rar >  la  guía,  y  no  había  jurado  antes;  y  poco  después:  «Tornó 
de  nuevo  á  jurar  el  mozo  y  maldecirse... t,  y,  á  lo  que  se  ve, 
era  la  primera  vez  que  se  maldecía  (146).  Pero  hay  que  tener 
cuenta  con  que  alguna  particularidad  que  parece  descuido  no 
lo  es,  sino  esíquisito  donaire  y  como  sabroso  dejillo  de  la  pro- 
pia canela;  esto,  por  ejemplo:  la  Pipota,  luego  que  entra  en  la 
casa  de  Monipodio,  se  va  á  la  sala  y,  después  de  arrodillarse 
ante  la  imagen  de  Nuestra  Sei\ora  y  de  besar  el  suelo,  se  le- 
vanta y  echa  su  limosna  en  la  esportilla;  pasado  un  ratejo, 
pide  á  la  Escalanta  y  á  la  Gananciosa  un  cuarto  para  comprar 
las  candelicas  de  su  devoción,  porque  se  le  había  olvidado  en 
casa  la  escarcela.  Esto,  á  buen  seguro,  no  es  descuido  de  Cer- 
vantes, sino  marrullería  que  supone  en  la  vieja  borracha:  men 
tía  en  lo  del  olvido,  para  cumplir  á  costa  ajena  sus  empecata- 
das y  supersticiosas  devociones. 

En  cuanto  á  veniales  descuidos  en  el  lenguaje,  el  autor 
de  Rinconete  y  Cortadillo  es  el  Cervantes  del  Quijote:  Cervan- 
tes— decía  Gallardo  (147)— como  todos  los  hombres  de  ima- 
ginación muy  viva,  no  tenía  paciencia  para  retocar;  pintaba  al 
fresco.»  Pero,  así  y  todo,  ¡qué  encanto  de  prosa!  Esos  mismos 
lunares  parecen  sembrados  adrede,  acá  y  allá,  para  que  mejor 


(146)  Otro  reparíllo  que,  como  los  que  apunto  en  el  texto,  es  peccata  mi- 
nuta. Al  extrañarse  Monipodio  de  que  no  se  le  haya  mostrado  la  bolsica  de 
ámbar  que  escamoteó  Cortado  en  la  plaza  de  San  Salvador,  respóndele  Gan- 
cbuelo:  «Verdad  es  que  hoy  faltó  esa  bolsa;  pero  yo  no  la  he  tomado,  ni  puedo 
imaginar  quién  la  tomase.»  ¿Cómo  no  se  le  había  ocurrido  que  Cortado,  ladron- 
éete extravagante,  digo,  no  ingresado  en  la  archihonrada  cofradía,  pudiese  ser 
el  que  habla  anochecido  la  bolsa?  Y  si  se  le  ocurrió,  ¿cómo  en  el  largo  camino 
hasta  la  casa  de  Monipodio  no  le  preguntó  acerca  de  ello? 

(147)  El  Criticón,  Madrid,  I.  Sancha,  1835,  n.o  i.» 


—  225  - 

resalten  las  bellezas.  Cervantes  no  se  pagaba  cosa  mayor  de 
escribir  pulcra  y  atildadamente.  Hacía  bien,  y,  si  no,  paréce- 
melo.  Los  malos  escritores,  y  aun,  de  entre  ellos,  los  que  por 
no  escribir  á  tontas  y  á  locas. 

No  damos  á  luz  papé- 
Para  entretener  doñeé-, 

como  no  tenemos  cosa  buena  y  de  enjundia  que  poner  en 
nuestras  desmedradas  obras,  por  fuerza  hemos  de  cuidar  un 
poquito  de  escribir  con  pasadera  corrección,  si  más  no  pudié- 
remos. Cervantes  no  se  andaba  con  esos  repulgos  y  melindres. 
Águila  non  capit  muscas.  Escribía  naturalmente  bien;  el  arte 
y  la  elegancia  le  eran  familiares  y  como  congénitas;  conocía 
mucho  léxico:  muchas  voces  y,  lo  que  vale  aún  más  que  ellas, 
grande  variedad  de  giros,  comparaciones,  modismos  y  refra- 
nes, sacados  directamente,  con  tino  pasmoso,  del  inexhausto 
venero  popular,  y,  en  resolución,  todo  lo  hallaba  á  mano,  en 
su  bonísima  memoria,  al  escribir,  y  veníasele  á  la  pluma  de 
entre  todo  ello  lo  más  adecuado,  significativo  y  eufónico  para 
dar  forma  á  sus  pensamientos,  que  con  llamarlos  suyos,  no 
cabe  más  extremado  encarecer.  Con  todo  eso,  no  debo,  á  ley 
de  honrado,  hacer  caso  omiso  de  una  algo  reiterada  distrac- 
ción cervantina,  consistente  en  olvidar,  á  las  veces,  que  hablan 
sus  personajes,  y  hablar  él  por  ellos,  de  lo  cual  resultan  im- 
propiedades ostensibles.  En  el  borrador  que  copió  el  licen- 
ciado Porras  de  la  Cámara,  cuando  Rinconete,  al  darle  un  bo- 
fetón Chiquiznaque,  se  va  sobre  él  auxiliado  de  Cortadillo, 
díceles  Monipodio:  «...os  habéis  ahorrado  seis  meses  de  novi- 
ciado; porque  con  el  ánimo  que  habéis  mostrado,  os  diputo, 
señalo  y  consagro  á  entrambos  para  que  podáis  comunicar...» 
En  el  texto  definitivo,  cuando  los  dos  mozos  manifiestan  que 
les  va  muy  bien  de  ánimo  para  sufrir  sin  chistar  media  do- 
cena de  ansias,  díceles  Monipodio:  «Alto,  no  es  menester 
más:  digo  que  sola  esa  razón  me  convence,  me  obliga,  me  per- 
suade y  tne  fuerza  á  que  desde  luego  asentéis  por  cofrades 
mayores...»  Las  expresiones  que  he  subrayado  no  eran,  á 


-  226  - 

la  verdad,  para  dichas  por  Monipodio,  que,  según  lo  pinta 
Cervantes,  «representaba  el  más  rústico  y  disforme  bárbaro 
del  mundo.»  Quien  decía  estupendo^  naufragio^ popa,  adversa- 
rio y  soledad,  por  estipendio,  sufragio,  pompa,  aniversario  y 
solemnidad,  no  podía  buenamente  decir  aquellas  otras  cosas,  ó, 
á  lo  menos,  corríase  el  peligro  de  que  algún  traductor  suspicaz 
tuviese  aquellos  pasajes  por  apócrifos,  porque  Monipodio  en 
ellos,  como  Sancho  Panza  en  cierto  capítulo  del  Quijote,  c ha- 
bla con  otro  estilo  del  que  se  podía  prometer  de  su  corto  inge- 
nio, y  dice  cosas  tan  sutiles,  que  no  tiene  por  posible  que  él  las 
supiese»  (148). 


(148)  Parte  II,  capítulo  V. — Al  nimiamente  amigo  de  la  corrección  no 
puede  faltar  tarea  larga  en  las  obras  de  Cervantes,  en  especial,  si  busca  ejem- 
plos de  palabras  repelidas  á  trechos  muy  cortos  y  de  versos  involuntarios,  que 
cuando  no  pasan  de  dos  pueden  disimularse,  pero  no  tanto  siendo  tres  ó  más. 
Clemencin,  que  tenia  algo  y  aun  algos  de  dómine,  halló  bien  que  hacer,  en 
materia  de  incorrecciones,  cuando  comentó  El  Ingenioso  Hidalgo.  En  el  AV/i- 
coñete  no  habría  dejado  pasar  sin  destempladas  notas  pasajes  como  éstos: 
«...puesto  que  en  el  seno  se  \t parecía  un  gran  bulto,  que,  á  lo  que  después 
pareció,  era...  (f."  66  v.'"  de  la  edición  principe);  «...unos  naipes  de  figura 
ovada,  porque  de  ejercitarlos  se  les  hablan  gastado  las  puntas,  y  porque  dura- 
sen más,  se  las  cercenaron...»  (Ibid.);  Y  «con  sólo  eso  que  hacen,  dicen  esos 
señores,  dijo  Cortadillo,  que  su  vida  es  santa  y  buena?»  (f.*  72  v.'" );  «Mas 
apenas  habían  comenzado  á  dar  asalto  á  las  naranjas,  cuando  les  dio  á  todos 
gran  sobresalto  los  golpes  que  dieron  á  la  puerta...»  (f.*  78  v.'°). 

Más  pica  en  historia  lo  de  los  versos  que  yo  digo  esporádicos.  Todos  los 
escritores,  cuál  más,  cuál  menos,  tienen  de  esto  en  sus  obras,  y  Cervantes  no 
muy  poco.  En  su  estilo  elevado  y  en  el  artificiosamente  poético  de  La  Galaica, 
suelen  encontrarse,  no  enteramente  juntos,  pero  á  distancias  muy  cortas,  algu- 
nos versos  endecasílabos,  tan  robustos  y  cadenciosos,  que  apenas  se  pueden  leer 
sin  declamarlos.  Sirva  de  ejemplo  este  pasaje  del  libro  II  (Biblioteca  de  Kiva» 
deneyra,  t.  I,  pág.  27  b):  «A  la  luz  de  las  furiosas  llamas  se  vieron  relucir  los 
bárbaros  alfanjes,  y  parecerse  las  blancas  tocas  de  la  turca  gente,  que  encen- 
dida, con  segures  ó  hachas  de  duro  acero,  las  puertas  de  las  casas  derribaban, 
y,  entrando  en  ellas,  de  cristianos  despojos  salían  cargados.  Cuál  llevaba  la  fati- 
gada madre,  y  cuál  el  pequeHuelo  hijo,  que  con  cansados  y  débiles  gemidos, 
la  madre  por  el  hijo,  y  el  hijo  por  la  madre  preguntaba.*  En  casos  como  el 
que  acabo  de  citar  diriase  que  los  versos  están  entremezclados  de  industria; 
pero  no  cuando  en  cláusulas  de  estilo  llano  se  hallan  tres  y  hasta  cuatro  y  cinco 
versos,  comúnmente  octosílabos.  En  La  Gitanilla,  verbigracia:  «...y  de  tal  ma- 
nera escribió  el  famoso  licenciado  Pozo, 

que  en  sus  versos  durará 
la  fama  de  la  Preciosa 
mientras  los  siglos  duraren.» 


-  22^  - 

De  las  Novelas  ejemplares,  como  es  sabido,  se  hizo  la  pri- 
mera edición  en  Madrid,  por  Juan  de  la  Cuesta,  en  el  afto  de 
1613,  y  la  segunda,  del  siguiente,  aunque  por  la  portada  y  el 


En  Las  Dos  doncellas:  «¡Qué  de  palabras  y  razones  la  añadía,  que  la  hacían 
cierta  y  de  mucho  efecto!  " 

¡Cuántas  veces  no  creyó  ^ 

que  se  le  habla  perdido, 

y  cuántas  imaginó 

que  sin  ella  Marco  Antonio 

no  dejara  de  cumplir 

su  promesa,  sin  acordarse...» — Rinconete  y  Cortadillo  no  habfa  de  ser  una  ex- 
cepción y  también  en  esta  novela  suele  tropezar  el  curioso  con  tal  cual  hilerilla 
de  versos  involuntarios.  Un  ejemplo,  hasta  con  asonantes  (f.°  80  de  la  primera 
edición):  «...y  que,  con  todo  esto,  eran  hombres  de  mucha  verdad...,  temerosos 
de  Dios  y  de  sus  conciencias, 

que  cada  día  oían  misa 
con  extraña  devoción; 
y  hay  dellos  tan  comedidos, 
especialmente  estos  dos 
que  de  aquí  se  van  agora, 

que  se  contentan  con  mucho  menos  de  lo  que  por  nuestros  aranceles  les  toca.» 
Y  un  poco  después  (f.°  82  v.'° ,  y  por  errata,  74):  «...que  no  paró  en  más  de 
volver  la  centinela  á  decir  que  el  alcalde 

se  había  pasado  de  largo, 
sin  dar  muestra  ni  resabio 
de  mala  sospecha  alguna. 
Y  estando  diciendo  esto...» 

Alguna  vez  son  hexasilabos  los  versos  de  esas  tiradillas  (f  84  v.'° ):  c — Asi 
es  la  verdad,  dijo  Rinconete;  que  todo  eso  está  aquí  escrito;  y  aun 

más  abajo  dice: 
«Clavazón  de  cuernos.» 
— Tampoco  se  lea, 
dijo  Monipodio, 
la  casa,  ni  adonde; 

que  basta  que  se  haga  el  agravio...»  En  el  borrador  del  Rinconete  hay  también 
algo  de  esto  (pág.  7  de  Bosarte),  y  es  lo  peor  que  los  endiablados  versillos 
piden,  á  gritos,  música:  «...ni  pende  relicario  de  cabo  de  tocas  ni  de  hilo  de 
perlas,  aunque  lo  estén  mirando 

con  ojos  de  lince, 
que  á  unas  tisericas 
que  conmigo  traigo 
puedan  resistir.» 

Esto  de  los  versos  involuntarios  haylo  en  muchos  autores,  en  los  más  de 
ellos:  en  cada  casa  cuecen  habas...  Folleto  de  algunas  docenas  de  páginas,  y  no 


-  ^- 

colofón  muestra  ser  de  la  imprenta  misma,  tiénese  hoy  por 
furtiva,  y  generalmente  se  atribuye  á  Antonio  Álvarez,  impre- 
sor de  Lisboa  (149).  Pero  aun  siendo  así,  hácese  notar  que 


una  simple  nota,  tendria  yo  que  hacer  si  nne  propusiera  juntar  un  buen  manojo 
de  esas  amapolas  que  se  nacen  entre  la  mies  de  los  escritos,  y  ciertamente  que 
be  hallado  cosas  curiosísimas.  Citaré,  por  todos,  hasta  tres  ejemplos  ejtraflos  á 
Cervantes:  uno,  de  su  tiempo,  hasta  con  asonancia  romancesca  (y  cata  aquí  un 
endecasílabo  mío);  otro  del  padre  Gradan,  y  el  otro,  reciente,  calentilo,  acabado 
de  coger  á  la  hora  de  ir  á  la  imprenta  estos  renglones.  Lope  de  Vega,  en  La 
Doroteoy  acto  III,  escena  IV:  «Vayase  á  su  casa,  caballero  el  del  rebozo;  que 

no  he  de  salir  de  la  mía 
hasta  que  el  sol  me  lo  mande 
y  la  gente  me  detienda. 
— ¿Qué  me  decís.  Ludo  vico? 
— Lo  que  me  pasó  con  ella.» 

Baltasar  Gracián,  en  El  Criticón^  !.•  parte,  cnsí  XII:  «Donde  acababa  el  palio 
comenzaba  un  Chipre  tan  verde,  que  pudiera  darlo  el  más  buen  gusto;  si  bien 
todas  sus  plantas  eran 

más  lozanas  que  frutiferas, 
todo  flor,  y  nada  fruto. 
Coronábase  de  flores 
vistosamente  odoríferas, 

parando  todo  en  espirar  humos  fragantes.*  Y,  en  fín,  D.  Vicente  Blasco  Iba- 
ñez,  en  la  pág.  154  de  su  novela  intitulada  La  Horda  (Valencia,  1905):  «...pero 
tengo  los  libros,  que  son  mi  familia,  y  pago  un  cuarto  de  ocho  daros 

para  que  estén 

bien  alojados. 

No  tengo  sillas, 

no  tengo  cama, 

no  enciendo  luz, 

duermo  en  el  suelo 

sobre  un  jergón; 

pero  las  obras 
están  en  sus  estantes... 

(149)  Ya,  por  los  años  de  1872,  Salva,  en  su  útilísimo  Catálogo  (núme- 
ro 1.744,  sospechó  que  esta  edición  de  1614  no  fuese  de  Madrid  ni  de  Juan 
de  la  Cuesta,  sino  de  Lisboa  y  de  AntonioA  Ivarez.  Á  los  buenos  fundamentos 
en  que  apoyó  su  sospecha  agregó,  pocos  años  há,  otro  no  menos  atendible 
D.  Leopoldo  Riu?,  al  tratar  de  esta  edición  en  su  Bibliografía  critica  de  las 
obras  de  Miguel  de  Cervantes  Saavedra  (Barcelona,  1 895),  t.  I,  pág.  1 14.  Yo 
he  confrontado  despacio  el  escudo  que  llevan  los  ejemplares  de  la  dicha  edición 
con  el  indubitado  de  Cuesta  y  añrmo  que  Rius  se  quedó  corto  cuando  inter- 
caló, al  transcribir  la  portada:  «Copia  exacta,  pero  basta,  del  escudo  Post  teñe- 
bras  que  hay  en  la  primera  edición.»  No  es  copia  exacta.  Antes  de  emplearse 
el  taco  de  ese  escudo  en  la  edición  príncipe  de  la  primera  parte  de  El  Inge- 
nioso Hidalgo  había  llevado  algunos  golpes  que  maltrataron  los  adornos  extre- 


—  229  - 

esa  edición  fraudulenta  ofrece  respecto  de  la  príncipe,  y  de 
otras  dos  ediciones  que  con  entera  fidelidad  la  copian,  hechas 
en  1 6 14,  en  Pamplona  y  Bruselas  respectivamente,  no  sólo 
variantes  de  grande  importancia,  sino,  lo  que  es  más  todavía, 
frases  añadidas  con  mucho  acierto.  Y  no  se  piense,  ni  por  so- 
ñación, que  algunas  de  las  supresiones,  adiciones  y  enmiendas 
se  debiesen  á  haberse  corregido  en  el  nuevo  texto  cualesquier 
yerros  de  la  edición  original;  no,  pues  aunque  hay  en  ella,  á 
la  vuelta  de  la  hoja  segunda,  Fee  de  erratas,  más  es  fe  de  no 
haberlas  hallado:  «Vi  las  doze  Nouelas  compuestas  por  Miguel 
de  Ceruantes,  y  en  ellas  no  ay  cosa  digna  que  notar,  que  no 
corresponda  con  su  original.  Dada  en  Madrid  á  siete  de  agos- 
to de  161 3.— El  licenciado  Murcia  de  la  Llana.» 

Ya  en  1901,  por  lo  que  toca  á  una  de  las  Novelas  ejem- 
plares, á  la  que  era  objeto  de  su  estudio,  el  autor  de  El  Loay- 
sa  de  '(■El  Celoso  extremeño*,  para  probar  que  en  el  texto  de 
la  edición  fraudulenta  de  1614  «se  advierten  multitud  de  en- 
miendas, por  agregación,  por  supresión  y  por  trueque,  tales, 
que  sólo  á  la  Minerva  y  á  la  mano  del  autor  pudieron  ser  de- 
bidas», confrontó  no  pocos  pasajes,  paréceme  que  saliendo 
airoso  con  su  intento  (150).  Con  análogo  éxito  ha  emprendi- 
do y  llevado  á  cabo  igual  tarea,  en  cuanto  al  Coloquio  de  Ci- 


mas de  los  ángulos  inferiores,  especialmente  el  de  la  derecha.  Asi  se  echa  de 
ver  en  las  dos  primeras  ediciones  del  Quijote  de  Cuesta,  y  en  la  primera  de  las 
Novelas  ejemplares,  como  asimismo  en  las  de  la  segunda  parte  del  Quijote 
(1615)  y  Los  trabaj'os  de  Persiles  y  Sigismundo  {1617).  Pues  bien,  el  escudo 
de  la  edición  de  1 614  de  que  venimos  hablando  no  tiene  maltratados  esos  ador- 
nos, evidentísima  prueba  de  ser  falso.  Adema?,  y  esto  acabará  de  persuadir  de 
ello,  el  escudo  en  cuestión,  sobre  ser,  como  dijo  Rius,  copia  basta  del  auténti- 
tico,  difiere  de  él  en  algunos  pormenores,  tales  como  el  número  y  distribución 
de  las  hojas  en  los  ramülos  de  la  parte  superior. 
(150)     Págs.  293-295  (*). 


(*)  Bien  conozco  que  cito  con  harta  frecuencia  mis  trabajos  y  bien  adivino  que  no  han 
de  faltar  lectores  que  me  lo  afeen.  A  estos  tales  diré  desde  ahora,  curándome  en  salud,  qué 
siento  muy  de  veras  que  esos  trabajos  sean  míos  y  no  suyos;  porque  siendo  ajenos  no  me  vería 
en  la  necesidad  de  citarlos  como  propios.  Si  de  algunas  de  estas  cosas  que  se  refieren  á  Cervan- 
tes he  escrito  y  publicado  yo  tanto,  á  lo  menos,  como  el  que  más,  <citaré  al  moro  Muza,  que  no 
conoció  al  autor  del  Quijote ^  ó  á  Mauleón,  poeta  tonto,  natural  de  Peralta,  que,  auuquc  lo 
conoció  y  trató,  no  acertó  á  escribir  sino  sus  rimadas  mentecateces.' 


-  230  — 

pión  y  Berganza,  cierto  joven  y  muy  discreto  amigo  mío,  que 
pronto  sacará  á  luz  un  sabroso  estudio  de  esta  admirable 
obrita,  y  á  cuya  bizarra  franqueza  he  debido  amplia  noticia 
del  resultado  que  obtuvo  de  su  cotejo,  y  licencia,  además, 
para  aprovecharme  de  él  á  todo  mi  sabor  (151).  Abundando 


(151)  Haciendo  moderado  uso  de  la  bondadosa  licencia  que  me  otorga  mi 
aludido  amigo  D.  Agustín  G.  de  Amezúa,  y  después  de  advertir  que  en  esta 
novelita  del  Coloquio,  como  en  todas  las  ejemplares,  la  edición  fraudulenta 
de  16 1 4  abunda  en  erratas  más  todavía  que  la  principe,  y  eso  que  ésta,  pese  á 
la  fee  del  licenciado  Murcia  de  la  Llana,  tiene  no  pocas,  entresacaré  de  la 
larga  lista  de  variantes  basta  una  docena,  que  como  muchas  otras,  son  enmien- 
das atinadas,  f)or  trueque,  por  adidón  ó  por  supresión,  y  sólo  al  f>rof>io  Cer- 
vantes pueden  deberse;  que  nadie  sino  él  podia  esmerarse  tanto,  no  ya  en  fijar, 
sino  en  mejorar,  por  medio  de  agregaciones  oportunisimaa,  d  teito  de  16 13. 

ADICIONES 

1618  i'il  t 

Quedé  atónito  y  confiuo,  esperando  la  (^euc  aioniio  y  confuso  <// /<ij/a/<i¿r«« 

noche,  por  ver  en  lo  que  paraba  aquel  mute-  á4  Ut  vitj'm,  esperaBdo  la  noche,  p<>r  ver  cn 

río  ó  prodigio  de  haberme  hablado  la  vitjm;  lo  que  paraba  aqud  gtisterio  o  prodigio  de 

y  como...  (f.o  360).  haberme  hablado  de  aquella  auerte;  y  como... 

(f.»  913  vto.). 

...  y  tenidos  en  poco  de  aquello*  qne  aás  lot  ...  y  tenidos  en  poco  de  aqillot  mitmot  que 

estimaban...  (f.»  366  vto.).  más  loa  estimaban...  (  f.*  mS  vto.). 

...  y  con  los  frutos  de  nuestras  heredades,  que  ...  y  con  loa  fniloa  de  nuestras /rt/tof  here- 

nos  revenden,   se  hacen  rico*.  No  tienen...  dades,  que  aoa  ravcnden,  se  hacen  ricos,  át- 

(f.»  368  vto.).  jáuátmot  á  mMttrot  ^obrti.  No  tienen...  (fo- 
lio S3t). 

...  su  ciencia  no  «s  otra  que  la  de  robamos.  ...  su  ciencia  no  es  otra  que  la  de  robamos,  y 

De  los  doce...  (f.*  368  vto.}.  étUt  fécilmenU  U  dtfrritden.  De  los  doce... 

(f*  »30 
...  y  entrarme  en  la  ciudad  á  buscar  ventura,        ...  y  entrarme  en  la  ciudad  á  buscar  ventura, 
qué  la  halla  él  que  se  muda.  Al  entrar...  (fo-        que  la  halla  el  que  se  muda,  ^rticularmen' 
lio  370).  tt  mí  fs  de  mala  á  mejer  tttado.  Al  entrar... 

\S*  333  vto.). 
...no  hay  mayor  ni  mejor  bolsa  que  la  cari-        ...  no  hay  mayor  ni  mejor  bolsa  que  la  cari- 
dad, cuyas  liberales  manos  jamás  catán  po-        dad,  cuyas  liberales  mano*  jamás  están  p<^ 
brés.  Y  asi...  if.»  370  vto.).  bres  ni ntitiitadat.  Y  asi...  (í.«  333  vto.). 

...  y  denle  la  ración  que  á  los  demás,  y  acari-  ...  y  denle  la  ración  que  á  los  deniás,  y  acaí  1 
ciale,  porque  tome  cariño  al  hato  y  se  quede  ciale  todo  cuanto  pudiere  1,  porque  tome  cari- 
en él.  (f."  243  vto.).  fto  al  hato  y  se  queda  de  hoy  por  delante  en 

él  (f.o  308). 

SUPRESIONES 

...  valia  el  caballo  tanto  y  medio  mát  de  lo  ...  valía  el  caballo  tanto  y  medio  de  lo  que 

que  dieron  por  el.  (f.o  357).  dieron  por  él  (f.»  330). 

...  y  alg;unos  se  mueren  que  me  dan  á  mí  la  ...  y  algunos  se  mueren  que  me  dan  á  mí  la 

vida  con  lo  que  me  mandan...  (f  <>  263  vto.).  vida  con  lo  que  mandan...  (f.>  335). 

TRUEQUES 

•..porque  no  es  regalo,  sino  tormento,  el  be-  ...  porque  no  es  regalo,  sino  tormento,  el  be- 
sar ni  dejar  besarse  de  una  vieja  (f."  260).  íSlI  ta  dejar  se  besar  Ac  una  vieja  (f.*  222  vto.). 
...  sus  costumbres,  sus  ejercicios,  su  trabajo,  ...  sus  costumbres,  sus  ejercicios,  sus  traba- 
su  ociosidad...  (f."  271).  jos,  su  ociosidad...  (f."  233). 
...  cansóme  aquel  ejercicio,  no  por  ser  traba-  ...  cansóme  aquel  ejercicio,  no  por  ser  traba- 
jo, sino...  (f.o  371).  jóse,  sino...  (f.o  233  vto.). 


-  231  — 

tales  enmiendas  en  las  dos  novelas  mencionadas,  no  habían 
de  faltar  en  las  demás  de  la  colección  (152),  ni,  por  tanto,  en 
Rinconete  y  Cortadillo.  Metámonos  por  el  texto  adelante,  y 
entresaquemos  algunos  de  los  ejemplos  que  más  bien  patenti- 
zan el  haber  sido  obra  del  mismo  autor,  y  no  de  algún  librero 
osado,  muchas  de  las  variantes  que  ofrece  la  edición  fraudulen- 
ta de  16 14.  Muy  poco  nos  queda  que  andar  para  llegar  al  an- 
siado término  de  este  enojoso  discurso.  Sobrellévame,  lector 
amable,  otro  ratillo  todavía,  y  no  te  descompadres  conmigo 
ahora  á  la  postre,  ya  que  fuiste  tan  bueno,  que  no  dejaste  mi 
camarada  en  un  tan  largo  camino. 

Cuando,  publicada  por  enero  de  1605  la  primera  edición 
de  El  Ingenioso  Hidalgo,  el  librero  Francisco  de  Robles,  al  ver 
que  reimprimían  el  libro  en  Lisboa,  pidió  y  obtuvo  privile- 
gio para  Portugal  y  Aragón,  con  el  cual,  en  los  mismos  talle- 
res de  Cuesta,  hizo  estampar  su  edición  segunda,  hubo  de 
entregar  para  las  cajas,  un  ejemplar  de  la  primera,  pero  reto- 
cado por  el  mismo  Cervantes.  Así,  verbigracia,  donde  se  leía 
<s.No  fuyan  ni  teman»  leyóse,  más  á  lo  arcaico,  <s.Non  fuyan  7iin 
teman»  (153);  donde  decía  antes  «islas  de  Reayan%  se  enmen- 
dó «islas  de  Riaran^^  (i54)>  y  po^*  «prevenciones  referidas* 
púsose  «prevenciones  recebidas,-»  (155),  como  demandaba  el 
buen  sentido.  Y  nadie  imagine  que  tales  correcciones  pudie- 
ran ser  de  otra  mano  que  de  la  de  Cervantes,  porque  ¿quién 
había  de  hacerlas  sino  el  mismo  que  con  su  fuero  de  autor  hi- 
zo yangiieses  á  los  harrieros  gallegos  del  capítulo  XV,  y  el 
mismo  que,  por  sus  escrúpulos  de  escritor  cristiano,  trocó  en 
camándula  ó  diez  de  agallas,  en  el  capítulo  XXVI,  aquel  otro 
diez  de  ñudos  dados  en  una  tira  de  las  faldas  de  la  camisa,  y 
el  mismo,  en  fin,  que  en  el  capítulo  XXX,  con  el  natural  de- 


(152)  Rius  entresacó  unas  muestras  de  estas  variantes;  uno  ó  dos  ejemplos 
de  cada  una  de  las  novelas  (Bibliografía  citada,  t.  I,  págs.  i  Í3-1 14). 

(153)  Folio  6  de  ambas  ediciones. 

(154)  Folio  8  v.'"  de  ambas  ediciones. 

(155)  Folio  9  de  ambas  ediciones. 


—  232  — 

seo  de  remediar  sus  distracciones  y  de  perfeccionar  su  obra, 
hace,  á  deshora,  cruzar  por  la  escena  á  Ginesillo  de  Pasamon- 
te,  al  solo  efecto  de  que  abandone  el  hurtado  rucio  entre  los 
amorosos  brazos  de  Sancho  Panza?  Pues  de  igual  manera,  á 
nadie  sino  al  propio  Miguel  de  Cervantes  pueden  atribuirse 
las  enmiendas  del  Rinconete,  tan  atinadas  como  el  lector  echa- 
rá de  ver  al  examinar  conmigo  unos  ejemplos: 

1613  1614 

«Y  en  qaatro  meses  que  estuue  en       

aquella  ciudad  nunca  fuy  cogido  entre  nanea  fuy  cogido  entre  piernas.,,  (fo- 
puertas...  (f.°  68).  lio  6o). 

La  enmienda  es,  á  todas  luces,  cervantina.  Cervantes,  que,  en- 
contrando á  la  mano  una  expresión  muy  común,  habíala  em- 
pleado en  su  borrador  del  Rinconete  al  hacer  decir  á  Corta- 
do (156):  «...y,  bendito  sea  Dios,  jamás  he  sido  cogido  entre 
puertas...*,  conservó  este  dicho  al  refundir  su  texto  para  darlo 
á  la  estampa;  pero  después,  cayendo  en  la  cuenta  de  que,  por 
tratarse  de  un  muchacho,  era  más  propio  decir,  también  con 
frase  vulgar,  cogido  entre  piernas,  pues  á  los  niños  para  azo- 
tarlos se  les  suele  sujetar  así,  y  no  se  les  coge  entre  dos  puer- 
tas como  á  los  perros  y  á  los  gatos  (157),  alteró  y  mejoró  su 
texto. 

«..  mas  tomadla  vos.  Rincón...  (f.°  70).       «mas  tomalda  vos.  Rincón  .  >  (f.^  62). 

También  es  patentemente  cervantina  esta  enmienda.  Donde 


(156)  Pág.  7  de  la  edición  de  Bosarte. 

(157)  Véanse  algunos  ejemplos  del  empleo  de  la  frase  coger  entre  puer- 
tas: «Los  jueces  nunca  pierden  el  respeto  á  los  templos,  porque  les  sucede  lo 
que  á  los  perros  que  andan  buscando  la  vida:  que  si  muchas  veces  comen,  algu- 
na los  vienen  á  coger  entre  puertas»  (Espinel,  Vida  del  escudero  Marcos  de 
Obregón,  relación  II,  descanso  V). — De  un  soneto  anónimo  é  inédito  de  hacia 
principios  del  siglo  XVII,  y  cuyos  cuartetos  son  demasiado  picantes: 

Adiós,  talludas  ásperas  doncellas, 
Un  necio  os  busque,  os  sirva  y  os  halague; 
Que  todos  dicen  que  lo  hurtado  es  bueno. 

Adiós;  que  voy  á  las  casadas  bellas, 
Donde  entre  puertas,  como  perro,  pag^a 
A  puros  palos,  el  bocado  ajeno. 


—  233  — 

quiera  que  en  la  edición  príncipe  del  Quijote  estamparon  sin 
metátesis  estos  imperativos  plurales  de  segunda  persona,  con 
sufijo  de  la  tercera,  restableció  Cervantes  el  metaplasmo  en  la 
segunda  edición  de  Cuesta.  Así,  «.pagadle  luego»,  tdesatadlo 
luego»  (f.o  12),  aechadle  al  corral»  (f.'^  19),  y  *  llevadle  á  casa 
y  leedleí»  (f.o  21),  fueron  después  pagalde,  desataldo,  echalde^ 
llevalde  y  leelde. 

Sí,  respondió  él,  para  seruir  á  Dios,  y  Sí,  respondió  él,  para  seruir  á  Dios,  y 
á  las  buenas  gentes,  sXinc^t...(^iP  TI).       d  buenas  ^¿m/íí,  aunque...  (folio  63 

vuelto). 

Aquí,  suprimiendo  el  artículo,  arregló  la  expresión  al  modo 
más  común  de  decir.  En  esa  frase  hecha,  que  era  de  religiosi- 
dad y  de  buena  crianza  cuando  no  salía  de  labios  como  los  de 
Ganchudo,  ladrón  para  servir  á  Dios,  el  que  la  empleaba  no 
se  ofrecía  por  servidor  de  las  buejias  gentes,  ó  sea  de  todas  las 
buenas  gentes;  sino  de  buenas  gentes.  Y  así  lo  dijo  Mateo  Ale- 
mán por  boca  de  su  Guzmán  de  Alfarache:  «...con  esto  salí  á 
ver  mundo,  peregrinando  por  él,  encomendándome  á  Dios  y 
buenas  gentes,  en  quien  hice  confianza»  (158). 

...y  su  guia  les  mandó  esperar  en  un  ...y  su  guia  les  mandó  esperar  en  un 
pequeño  patio  ladrillado...  (f.°  73).  pequeñuelo  patio  ladrillado...  f.°  64). 

Frecuentemente  usaba  Cervantes  estos  diminutivos  en  uelo: 
«...y  á  poco  trecho  que  caminaban  por  entre  dos  montañue- 


D.  Guillen  de  Castro,  en  la  jornada  I  de  su  comedia  El  Narciso  en  su  opinión: 

Tadeo.  ...Y  dos  caballos  frisones, 
Con  su  cochero  borracho, 
Desafiaron  los  vientos, 

Y  por  una  puente  abajo 
Dieron  con  todo  al  través 

Y  un  pon  talero  mataron, 
A  lanzadas,  como  moro, 

Y  entre  puertas,  como  gato. 

Aún  duran  en  el  habla  vulgar  de  Andalucía  dos  expresiones  derivadas  de  las 
que  han  dado  lugar  á  esta  nota:  dar  unas  entrepuertas  y  dar  unas  entre- 
piernas: la  primera  se  dice  de  los  perros  callejeros,  porque  suele  cogérseles  en- 
tre dos  puertas,  y  golpearlos  así,  para  que  no  vuelvan  á  colarse  en  la  casa  aje- 
na; la  segunda  expresión  signiñca  azotaina,  por  lo  que  arriba  indiqué. 
(158)     Guzmdn  de  Alfarache,  parte  I,  libro  I,  cap.  II. 

16 


-  234  — 

las...*  (159);  «vio  que  por  cima  de  una  vwntañuela  que  delan- 
te de  los  ojos  se  le  ofrecía...»  (160).  Mas  por  si  al  lector  pare- 
ciere que  Cervantes  ya  hubo  de  entender  harto  achicado  un 
patio  con  llamarle /¿'^«¿•«¿;,  sin  echar  mano  al  diminutivo— bien 
que  muy  pequeño  lo  había  llamado  en  el  borrador — observe 
ahora,  en  el  siguiente  pasaje  del  Persiles,  que  de  medio  á  me- 
dio se  equivocaba:  cÉsta,  señores,  que  aquí  veis  pintada,  es  la 
ciudad  de  Argel...,  puerto  universal  de  cosarios  y  amparo  y 
refugio  de  ladrones,  que  deste  pequeñuelo  puerto  que  aquí  va 
pintado  salen  con  sus  bajeles  á  inquietar  el  mundo»  (161). 

...había  de  leer  una  lición  de  posición  ...habia  de  leer  una  lición  de  posición 
acerca  de  las  cosas  concernientes  á  su  cerca  de  las  cosas  concernientes  a  sa 
arte(f.°86).  arte  (f.»  75  v.'"). 

Sin  que  Cervantes,  tal  cual  vez,  dejara  de  escribir  acerca,  pre- 
fería la  otra  forma,  cerca^  en  el  mismo  sentido  causal.  De  ello 
seríame  fácil  traer  muchos  ejemplos.  En  otro  lugar  del  Rimo- 
nete  mismo,  y  aun  en  la  edición  príncipe  de  las  Novelas 
(f.*  71),  está  dicho  como  en  el  pasaje  copiado  enmendó  Cervan- 
tes. Véase:  ...<le  comenzó  á  decir  tantos  disparates....  cerca  del 
hurto  y  hallazgo  de  su  bolsa...,  que  el  pobre  sacristán  estaba 
embelesado  escuchándole....» 

Pero  todavía  más  que  en  ejemplos  como  los  citados  se 
nota  la  mano  de  Cervantes  en  algunas  adiciones  que  redon- 
dean y  completan  el  pensamiento,  ó  lo  hacen  más  claro  y  vigo- 
roso, ó  dan  énfasis  á  la  expresión,  ó  añaden  algún  pormenor, 
alguna  particularidad  que  se  echaba  ó  podía  echarse  menos; 
pues,  sobre  que  tales  adiciones  son  siempre  acertadísimas, 
¿quién  sino  el  autor  mismo  había  de  poner  tan  exquisito  cui- 
dado en  mejorar  su  texto?  Para  echarlo  á  perder  sí  era  bueno 
cualquiera;  para  mejorarlo,  nadie  más  que  él.  Sólo  el  ferviente 
amor  de  padre  emplea  esa  delicada  solicitud.  Pues  vea  el  lec- 


(159)  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XIX. 

(160)  Ibid.,  cap.  XXni. 

(161)  Persiles  y  Sigismundo,  libro  III,  cap.  X. 


-  235  - 

tor,  con  poca  ó  ninguna  glosa  mía,  unas  muestras  de  las  adi- 
ciones á  que  aludo: 

...seguro  de  comer  á  la  hora  que  qui-        

siese,   pues   á   todas  lo  hallaba  en  el        en  el  más 

más  mínimo  bodegón  de  la  ciudad  minimo  bodegón  de  la  ciudad,  en  la 
(f.°  69  V.'").  cual  había  tantos  y  tan  buenos  (fo- 

lio 61). 

...ni  les  descontentó  el  oficio,  por  pare-  

cerles  que  venía  como  de  molde  para  

poder  usar  el  suyo  con  cubierta  y  se-  

guridad,  por  la  comodidad  que  ofrecía  por  la  comodidad  que  ofrecía 

de  entrar  en  todas  las  casas;  y  luego...  de  entrar  en  todas  las  casas,  llevando 

(íP  69  v.'°  ).  los  cargos  y  cosas  que  le  mandasen; 

y  luego...  (f.''  61). 

...no  le  arriendo  la  ganancia;  día  de        

juicio  hay,  donde  todo  saldrá  en  la  co-  donde  todo  saldrá,  como  dicen,  en  la 
lada,  y  entonces,.,  (f.*'  70  v.'").  colada,  y  entonces...  (f.  62  v.'°  ). 

...y  otras  cosas  que  ellos  tuvieron  por 

merced  señaladísima,  y  lo  demás  con  ...y  lo  demás  con  palabras  muy  come- 
palabras  muy  comedidas,  las  agrade-  didas  y  corteses,  las  agradecieron  y 
cieron  mucho  (f.°  76).  tuvieron  en  mucho  (f.^  66  v.'"). 

Nadie  se  alborote,  dijo  Monipodio;  Nadie  se  alborote  ni  inquiete,  dijo  á 
que  es  amigo...  (íP  76).  esta  sazón  Monipodio;  que  es  amigo... 

(f.0  66v.'»). 

A  propósito  de  este  último  ejemplo,  note  conmigo  el  lector 
que  Cervantes,  hasta  en  los  casos  en  que  no  por  sí,  sino  por 
medio  de  los  personajes  de  sus  novelas  usaba  algún  modismo 
vulgar,  añadía  como  suele  decirse,  y,  más  de  ordinario,  como 
dic£7i.  Léese,  verbigracia,  en  el  Quijote  (162):  «...que  es  tiempo 
de  la  siega,  y  de  entender  en  la  hacienda,  dejándonos  de  an- 
dar de  ceca  en  meca,  como  dicen.-»  Y  en  otro  lugar  (163):  «...y 
lo  que  yo  creo  es  que  [Merlín]  no  fué  hijo  del  diablo,  sino  que 
supo,  como  dicen,  un  punto  más  que  el  diablo.»  Olvidósele  á 
Cervantes  en  el  lugar  que  copié  del  Rinconete  este  tal  inciso, 
pero  remedió  su  olvido  muy  luego. 

¿Pregunta  ahora  el  curioso  cómo,  siendo  furtiva  la  edi- 
ción que  se  quiso  atribuir  al  impresor  Cuesta,  pudo  corregirla 

(162)     Parte  I,  cap.  XVIII. 

{163)     Parte  II,  cap.  XXIII.  .; 


—  236  - 

y  mejorarla  el  propio  autor...?  Aparte  de  que  para  aquello  que 
está  á  la  vista  no  hay  explicación  más  concluyente,  bien  que 
ni  menos  dialéctica,  que  exclamar:  €¡Pues  ahí  verá  usted!», 
como  exclamaba  en  casos  tales  uno  de  nuestros  mejores  esta- 
distas contemporáneos,  ya  se  ocurre  que  facilísimo  hubo  de 
ser  á  cualquier  amigo  de  Cervantes,  con  tal  ó  cual  pretexto, 
hacerle  corregir  sus  novelas  sobre  un  ejemplar  de  la  edición 
príncipe,  y  recogerlo  después:  mucho  más  fácil  que  ponerme  á 
probarlo  ahora.  Y  esto  sin  alargarse  á  pensar  temerariamente 
que  el  ínclito  novelista,  á  quien  el  librero  Francisco  de  Robles 
había  entregado  por  las  Novelas  mil  seiscientos  reales  y  vein- 
ticuatro ejemplares  de  este  libro,  como  total  precio  de  la  venta 
del  privilegio  para  Castilla  y  Aragón  y  del  derecho  á  obtener- 
lo para  Portugal  (164),  entrase  en  apetito  de  ganar  los  cien 
años  de  perdón  de  la  amplia  bula  refranesca,  tratando  á  solapo 
con  un  librero  de  Lisboa  ó  del  infierno  mismo.  Mas  no  sería 
de  honrados  el  sospechar  semejante  pecaminosa  acción  en  el 
nobilísimo  ingenio  que  aquel  propio  aflo  de  1614  afirmaba 
con  hidalga  franqueza: 

NoDca  pongo  los  pies  por  do  camina 
La  mentira,  la  fraude  y  el  engaOo, 
De  la  santa  virtud  total  ruina  (165). 

Reparando,  no  precisamente  en  todas  estas  cosas  que 
algo  á  la  larga  he  dicho,  pero  sí  en  algunas  de  ellas,  aunque 
para  indicarlas  no  contase  con  demasiado  espacio  en  su  Biblio- 
grafía critica  de  las  obras  de  Cervantes,  preguntábase  y 
respondíase  Rius  al  tratar  de  la  mencionada  edición  furtiva  de 


(164)  Escritura  otorgada  en  Madrid,  á  9  de  septiembre  de  16 13  (Pérez 
Pastor,  Documentos  cervantinos,  t.  I,  núm.  47. 

(165)  Viaje  del  Parnaso,  cap.  IV. — Cervantes,  y  ya  el  Sr.  Pérez  Pastor 
cayó  en  esta  cuenta,  se  sacó  las  espinas  que  le  habían  clavado  sus  libreros, 
haciendo  decir  en  su  Persiles  y  Sigismunda  al  que  deseaba  publicar  la  Flor 
de  aforismos  peregrinos  :*No  daré  el  privilegio  de  este  mi  libro  á  ningún  librero 
de  Madrid,  si  no  me  da  por  él  dos  mil  ducados;  que  allí  no  hay  ninguno  que 
no  quiera  los  privilegios  de  balde,  ó,  á  lo  menos,  por  tan  poco  precio,  que  no 
le  luzga  al  autor  del  libro...» 


—  237  - 

las  Novelas  ejemplares  (i66):  «Pero  ¿quién  hizo  las  variantes 
y  puso  las  frases  añadidas?  Sea  quien  fuere,  hemos  de  reco- 
nocer que  alguna  de  las  primeras  es  bastante  acertada  y 
que  varias  de  las  segundas  no  descomponen  el  sentido  ni  des- 
dicen del  estilo  de  la  obra.  Además,  se  corrigieron  en  ésta, 
que  llamaremos  segunda  edición  de  las  Novelas,  algunas  de 
las  faltas  de  puntuación  de  la  primera,  y,  en  general,  puede 
decirse  que  la  aventaja  en  punto  á  la  correción.  Por  ello, 
pues,  para  sacar  un  buen  texto,  preciso  es  tenerlas  ambas 
presentes.»  Eso  ha  hecho  el  autor  de  este  trabajo,  procuran- 
do, con  su  tal  cual  conocimiento  de  toda  la  vasta  labor  de 
Cervantes,  fijar  el  texto  del  Rinconete  lo  mejor  que  ha  podido. 
No  he  copiado  fielmente,  servilmente,  el  texto  de  edición 
ninguna  y  no  faltará  quien  por  ello  me  censure.  Del  autor  de 
El  Loaysa  de  tEl  Celoso  extremeños  decía,  va  para  un  año, 
el  Sr.  Bonilla  y  San  Martín,  uno  de  sus  críticos:  «Es  lástima 
que,  puesto  que  dedicaba  un  libro  á  tratar  de  la  novela,  no 
haya  reproducido  la  ortografía  de  los  textos  que  transcribe, 
reproducción  indispensable  para  que  la  edición  presente  resul- 
tara perfecta»  (167).  Pero  es  el  caso  que  ni  el  criticado  ni  yo 
anhelamos  esas  perfecciones,  que  distan  mucho  de  serlo.  Tra- 
tárase  de  manuscritos  originales  del  autor,  y  eso  sería  otro 
cantar,  y  pareceríame  chico  todo  encarecimiento  de  la  fideU- 
dad  con  que  deben  transcribirse;  mas  ¿respeto  á  las  mil  gro- 
seras erratas,  no  del  autor  mismo,  sino  de  cada  ignorante  has- 
tialote  que  se  arrimó  á  las  cajas  de  la  imprenta  cuando  se 
componían  los  moldes  de  tal  ó  cual  edición?...  No  soy  litera- 
to de  ésos,  ni  Dios  lo  permita  (168).  No  por  viejos  han  de 


(166)  Tomo  I,  pág.  114. 

(167)  Anales  de  la  Literatura  Española,  Madrid,  1904,  pág.  225. 

(168)  Para  regalar  á  los  lectores  con  bocados  como  abaricta,  haj'o,  coetes, 
hizquierda,  voca,  vobos,  óbttca,  valbucientes,  ábitos,  hancas  y  hacechar,  como 
lo  hizo  el  Sr.  Bonilla  reproduciendo  la  edición  principe  de  El  Diablo  Cajuela^ 
siempre  hay  tiempo,  ó,  dicho  mejor,  no  debe  haberlo  nunca.  Ya  no  es  poco 
hacer  morder  el  ajo  á  uno;  pero  hacerle  morder  el  hajo  es  crueldad  doblada, 
porque  pica  aún  más  la  hache  que  el  ajo  mismo. 


-  238  — 

subirse  á  venerables  los  desatinos.  Y  cuenta  que,  así  como  es 
muy  socorrido  el  escribir  con  letra  mala  y  casi  ininteligible, 
porque,  acudiendo  á  esa  industria,  no  se  echan  de  ver  sino 
borrosamente  y  como  al  lubrican  las  faltas  ortográficas,  así 
también  (y  dígolo  en  general,  y  no  por  el  Sr.  Bonilla,  de  cuya 
sólida  cultura  literaria  salen  por  buenos  fiadores  sus  libros), 
profesando  en  la  orden  erudita  descalza,  que  proclama  la  san- 
tidad del  disparate  vetusto,  fray  Níspero  se  ahorra  zapatos, 
quiero  decir,  vigilias.  Es  mucho  más  fácil  copiar  un  texto  que 
entenderlo,  depurarlo  y  fijarlo.  Hasta  Pero  Grullo  conocía  y 
pregonaba  esta  verdad. 

Para  fijar  el  de  Rinconete y  Cortadillo  he  tenido  en  cuen- 
ta, muy  especialmente,  la  edición  príncipe  de  las  Novelas  y  la 
furtiva  de  1614  (169).  Todas  las  demás  (excepción  hecha  del 
interesantísimo  texto  que  publicó  Bosarte,  y  que  yo  daré,  tam- 
bién depurado,  junto  al  otro)  eran  para  mi  propósito  balumba 
inútil:  las  que  se  hicieron  en  Pamplona  y  Bruselas  en  161 4, 
porque  siguen  puntualmente  á  la  primera;  las  dos  de  161 5 
(de  Pamplona  y  Milán),  porque  se  ajustan  á  las  que  la  siguie- 
ron; las  otras  todas,  porque  no  pueden  ofrecer  novedad  alguna 
que  á  Cervantes  se  deba;  sin  descartar  de  ese  todas  la  más  anti- 
gua edición  de  Sevilla  (Francisco  de  Lira,  1627),  que  ofrece  mu- 
chas variantes  (170),  ni  la  edicioncita  particular  del  Rinconete, 
asimismo  sevillana,  de  Joseph  Antonio  de  Hermosilla,  más 
moderna  de  lo  que  imaginó  Rius  (171),  y  de  texto  gárrula- 
mente estirado  y  desleído,  quizás  por  el   mismo  impresor,  y 


(169)  No  contento  con  las  notas  que  tomé  en  tres  cotejos  consecuti- 
vos sobre  dos  ejemplares  de  una  edición  corriente,  acabé  por  hacerme  con 
copia  fotográfica  de  ambos  textos. 

(170)  Véase  Rius,  Bibliografía  critica  cU  las  obras  de  Cervantes^  t.  I, 
n.o  234. 

(171)  Ibid.,  n.o  242:  Novela  Famosa,  \  y  Entretenida,  \  Rinconete,  \  y 
Cortadillo,  |  en  Sevilla;  En  la  Imprenta  Castellana  y  Latina  \  de  Joseph 
Antonio  de  Hermosilla.  — "En  4.°,  36  págs.  á  dos  columnas.— A  falta  de  afio, 
Rius  indicó  que  «es  impresión  al  parecer  del  siglo  XVII.»  No:  este  Hermosilla 
imprimía  en  1 730-1 738;  pero  no  seis  y  más  lustros  antes  (Hazañas,  La  Im- 
prenta en  Sevilla,  pág.  51). 


con  el  único  propósito,  á  lo  que  se  columbra,  de  que  le  diese 
el  número  de  páginas  que  quería  (172).  Entre  las  ediciones 
modernas  logró  mucha  fama  la  dirigida  por  D.  Cayetano  Ro- 
sell,  que  ocupa  los  tomos  Vil  y  VIII  de  las  Obras  completas 
de  Cervantes,  impresas  por  Rivadeneyra  (1863-64),  A  la  ver- 
dad, tal  edición  es  más  buena  para  vista  que  para  leída  con 
algún  detenimiento.  Así  y  todo,  ya  que  me  tomé  el  trabajo 
de  cotejar  su  texto  del  Rinconete  con  los  de  161 3  y  16 14, 
apuntaré  luego  sus  variantes  (173). 


(172)  No  sé  cómo,  habiendo  copiado  algunas  de  sus  desmañadas  y  sosas 
adiciones,  no  se  percató  de  esto  Rius,  quien,  en  vista  de  las  numerosísimas  va- 
riantes, «que  por  la  mayor  parte  consisten  en  añadiduras»,  pensaba  que  tal  edi- 
ción «se  hizo  por  uno  de  los  varios  M.  S.  de  esta  novela  que  sin  nombre  de 
autor  andarían  entonces  descarriados  por  Sevilla.» — Á  esta  edición  sevillana 
sigue,  según  el  mencionado  bibliófilo,  otra  edicioncita  especial  del  Rinconete, 
dirigida  por  D.  V.  Castelló  y  hecha  en  Madrid  en  1846;  «pero  con  tantas  va- 
riantes— añade — tomadas  unas  de  las  ediciones  conocidas,  é  introducidas  otras 
nuevamente,  que  íorman  una  lección  distinta  de  todas  las  demás.  No  puede 
recomendarse,  pues,  como  texto  genuino.»  Rius,  bueno  es  no  ocultarlo,  padeció 
en  todo  esto  muy  notable  equivocación.  He  examinado  con  detenimiento  un 
ejemplar  de  la  edición  de  1846,  y  visto  que  sigue  á  la  edición  príncipe  ó  á 
alguna  de  las  que  la  copiaron  (sin  más  variantes  que  la  supresión  de  tal  ó  cual 
palabra  ó  frasecilla  corta),  hasta  que  Rincón  acaba  de  preguntar  á  Cortado 
cuánto  renta  la  capellanía;  pero  ¡cosa,  en  verdad,  rara!  desde  que  el  sacristán 
le  responde  con  una  iracunda  salida  de  tono,  abandona  este  impreso  la  lección 
de  1613  y  copia,  hasta  el  fin,  la  del  borrador  que  publicó  Bosarte,  tan  puntual 
y  aun  servilmente,  que  transcribe  hasta  sus  más  groseras  erratas,  como  aquella 
^t  para  el  trueco,  en  lugar  de  piar  el  turco. — Hay  otra  edicioncita  sevillana 
del  Rinconete,  además  de  la  de  Hermosilla  que  cité  en  el  texto:  de  ella  tengo 
ejemplar;  pero  tan  bien  traspapelado,  que  no  doy  con  él.  Si  mal  no  recuerdo, 
es  del  tercer  cuarto  del  siglo  XIX,  y  publicación  de  un  periódico  local:  quizás 
quizás  de  La  Andalucía  (*). 

(173)  Rosell  no  logró  ver  ejemplar  alguno  de  la  primera  edición  de  las 
Novelas  hasta  después  de  impresa  la  suya,  y  así,  se  limitó  á  sacar  y  añadir  las 
variantes.  Mas  no  fué  esto  lo  peor.  Lo  peor  fué  que  Rosell  carecía  de  la  prepa- 
ración especial  necesaria  para  salir  airosamente  con  su  empresa.  Véalo  por  sí 
mismo  el  lector  en  dos  ó  tres  ejemplos.  En  La  Ilustre  fregona  (t.  VIH,  pági- 


(*)  En  mayo  del  comente  año  salió  á  luz  en  Sevilla  una  nueva  edición  de  esta  gallarda 
novelita:  Rinconete  y  Cortadillo.  Novela  ejemplar  de  Miguel  de  Cervantes  Saavedra.  Reim- 
primela  la  Real  Academia  Sevillana  de  Buenas  Letras  como  homenaje  al  Principe  de^  los 
Ingenios  Españoles  en  el  tercer  centenario  de  la  publicación  del  Quijote  (Sevilla,  Francisco 
de  P.  Díaz,  1905».  En  8.",  65  págs.  y  una  hoja  del  colofón.— De  este  librito,  que  avaloran  cua- 
tro muy  lindos  dibujos  de  García  Ramos,  se  tiraron  dos  mil  ejemplares,  no  venales,  y  además 
treinta  y  ocho,  en  4.»,  sobre  papel  de  hilo.  El  texto,  preparado  por  mí,  difiere  de  todos  los  pu- 
blicados hasta  hoy,  y  aun  no  poco  del  que  ahora  sale  á  luz,  ya  en  aquella  sazón  enviado  á 
Madrid  para  el  concurso  abierto  por  la  Real  Academia  Española. 


-  240  — 

Según  observó  atinadamente  el  docto  hispanista  holan- 
dés Mr.  Fonger  De  Haan,  profesor  en  la  universidad  de  Balti- 
more,  hasta  ahora  «sólo  aquellos  que  tienen  depurado  gusto 
de  letras  saben  estimar  las  Novelas  ejemplares^  (174),  cuyo 
mérito  ha  estado  y  todavía  permanece  obscurecido  junto  á  los 
deslumbrantes  resplandores  de  El  Ingenioso  Hidalgo  don  Qui- 
jote de  la  Mancha.  Así,  los  críticos  y  eruditos  se  fueron,  dicho 
en  frase  vulgar,  con  el  golpe  de  la  gente,  y  dedicaron  toda  su 
atención  á  esta  incomparable  novela,  en  términos,  que,  mien- 
tras que  para  ella  hubo  comentadores  á  escoger  (y  á  desechar, 
por  tanto),  para  todas  las  demás  obras  de  Cervantes  faltaron, 
casi  de  todo  punto,  aun  escritores  de  buena  voluntad  que  las 
ilustrasen  siquiera  con  notas  breves.  El  famoso  D.  Barto- 
lomé José  Gallardo  había  querido  anotar  las  Novelas  ejem- 
plares (175);  mas,  por  desgracia,  y  á  consecuencia  de  los  con- 
tinuos azares  de  su  vida,  tal  propósito,  como  tantos  otros 
suyos,  quedóse  en  agraz.  Túvolo  idéntico  D.  Agustín  García 


na  36),  Barrabás,  el  mozo  de  mutas,  dice,  y  lo  advierte  Rosell:  €...eslas  [trovas] 
que  ha  cantado  este  músico  de  ninguna  manera  las  entrevo.*  Rosell  no  entrevó 
el  entrevar,  y  puso  tías  entiendo.* — Advierte  más  adelante  (pág.  60)  que  en 
las  primeras  ediciones  la  moza  gallega  dice  que,  según  manifiesta  su  ama,  la 
ilustre  fregona  trae  un  silencio  pegado  á  las  carnes,  y,  sin  embargo,  enmienda: 
•silicio»,  con  lo  cual  comete  dos  torpezas:  alterar  á  sabiendas  el  texto,  pues  dice 
en  la  nota  «que  en  boca  de  aquella  gallega  zafia  la  expresión  [silencio]  es  tan 
propia  como  chistosa»,  y  escribirlo  mal,  pues  ha  de  escribirse  con  ce,  cilicio,  y 
no  con  ese,  quizás  entendiéndolo  originado  de  sílice  (!!) — En  el  Coloquio  de  los 
Perros  (pág.  2IO  del  mismo  t.  VIII),  viendo  y  advirtiendo  que  la  edición  de 
1614  (y  lo  mismo  la  primera)  dice:  «la  insolencia,  ladronicio  y  deshonestidad  de 
los  negros...»,  enmienda  por  si  y  ante  sí:  latrocinio.  Si  esto  no  fué  meterse  á 
colaborador  de  Cervantes,  no  hay  cosa  más  parecida. 

(174)  An  Outline  of  the  history  of  the  Novela  picaresca  in  Spain  (ha 
Haya,  Martinus  Nijhoff,  1903),  pág.  24. 

(175)  El  Criticón  {1835),  n.°  i.o,  pág.  34:  «...saqué  una  copia  en  limpio 
del  cuadro  goyesco  de  La  Tía  fingida,  con  plan  ulterior  que  tenía  de  publicar 
las  demás  Novelas  ejemplares  del  Principe  de  nuestros  noveladores,  ilustradas 
con  notas,  ya  que  se  me  habia  frustrado  una  edición  del  Quijote  con  iguales 
ilustraciones.>  Y  más  adelante  (pág.  41):  «Los  dibujos  para  la  estampa  de  las 
Novelas  de  Cervantes  se  me  daban  ya  hechos,  y  con  todo  el  primor  é  inteli- 
gencia que  yo  pudiera  desear.  Habíalos  dejado  concluidos  de  su  mano  el  esme- 
rado D.  Luís  Paret,  por  encargo  de  la  casa  de  Sancha...  Estas  estampas  son, 
á  juicio  de  peritos,  su  obra  maestra,  y  lo  mejor  que  en  esta  linea  se  ha  hecho 
en  España...  No  pudo  la  casa  de  Sancha  llevar  adelante  la  [empresa]  de  las 


-  241  - 

de  Arrieta,  el  primer  editor  de  La  Tía  fingida,  y  lo  llevó  á 
cabo  en  1^26  (176);  pero  con  menguada  fortuna,  aunque  así 
no  lo  vea  el  Dr.  Apraiz  (177).  De  cincuenta  notas  que  puso  al 
Rinconete,  la  mitad  se  reducen  á  explicar  voces  de  la  jácara, 
con  la  bastante  ayuda  del  Vocabulario  que  ya  podemos  lla- 
mar de  Chaves,  y  en  la  otra  mitad  tiene  cosas  tan  fuera  de 
camino  como  decir  que  galima  es  voz  de  la  germanía;  que 
sahumada,  en  lo  de  volver  la  bolsa  á  su  dueño,  significa  mejo- 
rada, y  que  óeder  ¡os  quiries  es  «beber  hasta  más  no  poder, 
hasta  morir.»  jBien  se  habrán  entendido  los  pasajes  difíciles  y 
alumbrado  los  lugares  obscuros  con  el  auxilio  de  un  guía 
como  Arrieta!  Véase,  en  otro  ejemplo,  que  útil  linterna  la 
suya.  Preguntado  Rinconete  por  Monipodio  acerca  de  lo  que 
sabía,  para  darle  el  oficio  y  ejercicio  conforme  á  su  inclinación 
y  habilidad,  «yo,  respondió,  sé  un  poquito  de  floreo  de  Vilhán: 
entiéndeseme  el  retén;  tengo  buena  vista  para  el  humillo;  jue- 
go bien  de  la  sola,  de  las  cuatro  y  de  las  ocho;  no  se  me  va 
por  pies  el  raspadillo,  verrugueta  y  el  colmillo;  entróme  por  la 
boca  de  lobo  como  por  mi  casa,  y  atreveríame  á  hacer  un 
tercio  de  chanza  mejor  que  un  tercio  de  Ñapóles,  y  á  dar  un 
astillazo  al  más  pintado  mejor   que   dos  reales  prestados.» 


Novelas,  y  el  último  de  los  Sanchas...  me  hizo  expresión  galante  de  los  dibu- 
jos de  Paret  para  las  Novelas  de  Cervantes.  Pero  ¡dolor  de  mí!  todo  lo  he 
perdido:  dibujos  de  Paret,  papeles  míos,  MS.  antiguo  de  La  Tía  fingida,.., 
nada,  nada  me  ha  quedado  sino  la  memoria  lastimosa  de  todo...» — Corriendo 
el  tiempo,  las  planchas  de  cobre  de  estas  doce  admirables  láminas  vinieron  á 
parar  en  poder  del  Sr.  Marqués  de  Jerez  de  los  Caballeros,  quien  hizo  sacar  al- 
gunas excelentes  pruebas  en  la  Calcografía  Nacional.  Yo  poseo  sendos  ejem- 
plares de  esas  estampas.  Con  grande  gusto  veríamos  los  aficionados  ilustrar  con 
ellas  una  buena  edición  crítica  de  las  Novelas  ejemplares:  la  que  con  tantísi- 
ma razón  echaba  menos  el  profesor  De  Haan  en  su  artículo  intitulado  Picaros 
y  ganapanes  (Homenaje  á  Mene'ndez  y  Pelayo,  t.  II,  pág.  157,  nota). 

(176)  Obras  escogidas  de  Miguel  de  Cervantes.  Nueva  edición  clásica, 
arreglada,  corregida  é  ilustrada  con  notas  históricas,  gramaticales  y  críticas, 
por  D.  Agustín  García  de  Arrieta.  París,  1826.  Son  diez  tomos  en  ló.*',  de 
los  rúales  ocupan  tres  las  Novelas:  VII,  VIII  y  IX. 

(177)  En  el  Apéndice  I  de  su  Estudio  histórico-crítico  sobre  las  Novelas 
ejemplares  de  Cervantes  (Vitoria,  1901)  dice  que  «las  notas  de  Arrieta  en 
toda  su  meritoria  colección  son  muy  curiosas  y  han  sido  muy  explotadas.»  No 
lo  serán  por  mí,  á  buen  seguro. 


Pues  digo  que  sabía  Rinconete,  muchacho  y  todo,  bastante 
más  que  el  anotador  Arrieta:  porque  éste,  ignorando  qué  era 
y  en  qué  consistía  cada  una  de  esas  flores  del  amenísimo 
jardín  de  Vilhán,  salió  del  mal  paso  con  la  siguiente  nota: 
«Toda  esta  cáfila  de  nombres  que  aquí  se  menciona  es  no- 
menclatura de  los  varios  ardides,  trampas,  tretas  y  fullerías 
de  la  gente  apicardada,  relativas  al  baile,  al  juego  y  á  sus 
modos  y  ardides  de  robar  (178),  y  casi  de  ellos  solos  entendida, 
pues  de  ellos  no  hace  mención  el  diccionario  de  la  gemianía.» 
Pero  entendíala  bien  Cervantes,  y  al  cabo  al  cabo  no  ha  de 
quedarse  sin  explicación  «toda  esa  cáfila  de  nombres»;  que 
yo,  á  Dios  las  gracias,  he  tenido  algún  más  vagar  que  Arrieta 
é  indagado  lo  que  significan. 

Para  ilustrar  la  primorosa  novela  cervantina  he  escrito  un 
comento,  más  bien  que  unas  simples  notas;  y  si  no  estoy  ufa- 
no de  cómo  he  dado  cima  á  la  ardua  tarea  que  emprendí,  es- 
toylo,  en  cambio,  de  la  buena  voluntad  con  que  lo  intenté,  y 
vayase  lo  uno  por  lo  otro.  Bien  se  me  alcanza  desde  ahora 
que  á  mi  trabajo,  si  llega  á  imprimirse,  podrán  faltarle  críticos, 
porque  tengan  cosas  más  interesantes  en  que  emplear  su  aten- 
ción; pero,  humilde  y  todo,  no  le  han  de  faltar  detractores. 
Y  toda  la  detracción  —anunciólo  no  por  buen  cirujano,  sino 
por  bien  acuchillado — tirará  á  probar  estas  dos  cosas:  que 
mi  censurante  sabe  mucho  más  que  yo  en  punto  á  novelas 
cervantinas  y  á  todo  linaje  de  letras,  y  que  para  estudio  gra- 
nado y  archibueno  del  Rinconete,  el  que  él  habría  escrito,  á 
cogerle  de  humor  y  á  no  tener  asuntos  más  serios  en  que 
pensar.  Los  caminos  para  llegar  á  estas  preasentadas  conclu- 
siones sí  que  serán  diversos:  quién,  poseedor  de  cualquier  no- 
ticieja  que  yo  no  supe,  ó  no  quise  decir,  la  izará  ruidosa  y 


(178)  ¡Es  cosa  chistosisima!  La  frase  de  Rinconete  tno  se  me  va  por  pies 
el  raspadillo,  verrugueta  y  el  colmillo>  la  entendió  Arrieta  alusiva,  por  lo  de  no 
irse  por  pies,  á  achaque  de  bailes...  Y  á  robos  nocturnos  creyó  que  se  referia 
aquello  de  «entróme  por  la  boca  de  lobo  como  por  mi  casa».  ¡Sí  que  son  muy 
curiosas,  como  indica  el  doctor  Apraiz,  las  notas  de  García  de  Arrieta! 


—  243  - 

triunfalmente,  dando  por  hecho  que  él  se  sabía  de  coro  todas 
las  noticias  que  contiene  mi  libro,  y  ésa  más,  y  que,  así,  me 
gana  por  una;  quién,  hojeándolo  y  aparentando  ojear,  dirá 
desdeñoso:  «¡Qué  pesadez!  ¡Estas  menudencias  acá  las  apren- 
dimos siendo  muchachos!»;  y  quién,  afectando  despreciar  toda 
erudición  (bien  que  para  cervantofilear  un  rato  y  pegar  cuatro 
voces  cuando  la  ocasión  se  empareje  basta  y  sobra  con  traer 
á  cuento  á  Amádis  de  Gaula  y  Pérsiles  y  Segismunda)^  grita- 
rá que  huelga  todo  lo  que  no  sea  cervantismo  pííro,  sin  mezcla 
del  algodón  que  los  pobretes  que  no  van  para  genios  buscan 
y  suelen  hallar  entre  el  polvo  de  los  archivos...  A  estos  criti- 
quizantes digo — aunque,  por  adelantada,  sea  viciosa  la  paga — 
que  Dios  les  conserve  la  noticia  inédita,  el  saber  congénito  y 
la  elocuencia  indómita;  que  no  escribí  para  ellos,  pues  no  han 
menester  libro  alguno;  y,  en  resolución,  que  á  los  valentones 
y  matasietes  literarios  ahí  les  quedan  once  novelas  ejemplares 
por  comentar,  y  aun  casi  por  entender,  y  ¡en  ellas  sí  que 
pueden  hincar  y  remachar,  para  mil  y  un  años,  el  clavo  de 
oro  de  su  sabiduría! 

I.''  de  febrero- 1 4  de  marzo  de  1905. 


RINCONETE  Y  CORTADILLO 


BORRADOR 


TEXTO  DEFINITIVO 


Novela  de  Rinconete  y  Cortadillo,     Novela  de  Rinconete  y  Cortadillo 


famosos  ladrones 

que  hubo  en  Sevilla,  la  cual  pasó  asi 

en  el  año  de  isSg  a 

En  la  venta  del  Molinillo, 
que  está  en  los  campos  de  Al- 
cudia, viniendo  de  Castilla  pa- 
ra la  Andalucía,  ya  en  la  en- 
trada de  Sierra  Morena,  un 
día  de  los  calurosos  del  vera- 
no del  año  1589  ""  se  halla- 
ron dos  muchachos  zagalejos, 
el  uno  de  edad  de  quince  años 
Y  el  otro  de  diez  y  siete,  ambos 
de  buena  habilidad  y  talle;  pe- 
ro muy  rotos,  descosidos  y  mal- 
tratados: capa  no  cubría  sus 
hombros;  los  calzones  eran  de 
lienzo,  y  las  medias  calzas  de 
carne;  bien  es  verdad  que  lo 
enmendaban  los  zapatos,  pues 
los  del  uno  eran  unos  rotos  al- 
pargates, Y  los  del  otro  eran 


En  la  venta  del  Molinillo ' , 
que  está  puesta  ^  en  los  fines  de 
los  famosos  campos  de  Alcudia^, 
como  vamos  de  Castilla  á  la  An- 
dalucía, un  día  de  los  calurosos 
del  verano  se  hallaron  en  ella 
acaso  dos  muchachos  de  hasta 
edad  de  catorce  á  quince  años: 
el  uno  ni  el  otro  no  pasaban  *  de 
diez  y  siete*  ^;  ambos  de  bue- 
na gracia,  pero  muy  descosidos, 
rotos  y  maltratados:  capa,  no  la 
tenían  ^',  los  calzones  eran  de 
lienzo  y  las  medias  de  carne '. 
Bien  es  verdad  que  lo  enmenda- 
ban los  zapatos,  porque  los  del 
uno  eran  alpargates,  tan  traídos 
como  llevados  **,  y  los  del  otro, 
picados  ^  y  sin  suelas,  de  manera 


a)  Impreso  de  Besarte,  i¿6q. 

b)  tsbg. 


a)  de  hasta  edad  de  catorce  á  quince 
años  el  uno,  y  el  otro  do  pasaba  de  diez  y 
siete.  R. 


picados  Y  sin  suelas;  traía  uno 
una  montera  verde  de  caza- 
dor ó  cuadrillero  de  la  Her- 
mandad, Y  el  otro  un  sombrero 
sin  toquilla,  bajo  de  copa  p 
largo  de  falda.  Á  las  espaldas 
y  ceñida  por  el  pecho,  traía  el 
uno  una  camisa  de  color  de 
gamuza,  metida  toda  en  la  una 
manga;  y  el  otro  venia  escueto 
y  sin  alforjas,  puesto  que  en 
el  seno  se  le  parecía  un  gran 
bulto,  que  después  pareció  ser 
un  cuello  almidonado  de  estos 
que  llaman  valones;  pero  tan 
deshilado  de  roto,  que  todo  era 
hilachas,  y  envueltos  en  él  unos 
naipes  de  figura  ovada,  por- 
que de  traídos,  se  les  habían 
gastado  las  puntas.  Estaban 
los  muchachos  quemados  del 
sol,  los  ojos  sumidos,  los  ca- 
bellos crecidos,  las  uñas  cai- 
reladas y  las  manos  no  muy 
limpias;  el  uno  tenía  media  es- 
pada puesta  en  un  puño  de  pa- 
lo, y  el  otro  an  cuchillo  jifero 
de  cachas  amarillas. 

Saliéronse  los  dos  á  sestear 
en  un  portal  con  su  ramada. 


-  246  — 

que  más  le  servían  de  cormas 
que  de  zapatos.  Traía  el  uno 
montera  verde  <»  '";  el  otro,  un 
sombrero  sin  toquilla  ",  bajo  de 
copa  y  ancho  de  falda  '*.  A  la  es- 
palda y  ceñida  por  los  pechos, 
traía  el  uno  '  una  camisa  de  co- 
lor de  camuza,  encerada  '  ",  y 
recogida  toda  en  una  manga  '*;  el 
otro  venía  escueto  y  sin  alfor- 
jas, puesto  que  en  el  seno  "^  se  le 
parecía  un  gran  bulto,  que,  á 
lo  que  después  pareció,  era  un 
cuello  de  los  que  llaman  valo- 
nes ''•",  almidonado  con  grasa, 
y  tan  deshilado  de  roto,  que  to- 
do parecía  hilachas  ".  Venían  en 
él  envueltos  y  guardados  unos 
naipes  de  figura  ovada,  porque 
de  ejercitarlos  se  les  habían  gas- 
tado las  puntas,  y  porque  dura- 
sen más  se  las  cercenaron  y  los 
dejaron  de  aquel  talle.  Estaban 
los  dos  quemados  del  sol,  las 
uñas  caireladas "  y  las  manos 
no  muy  limpias.  El  uno  tenía  una 
media  espada",  y  el  otro  un  cu- 
chillo de  cachas  amarillas,  que 
los  suelen  llamar  vaqueros  *". 

Saliéronse  '  los  dos  á  ses- 
tear en  un  portal  ó  cobertizo  que 


aj  montera  verde  de  casathr.  i. 

6J  traía  uno.  K. 

cj  encerrada,  i  y  R. 

dj  valonas.  R. 

ej  vaqueros:  laliendose.  i. 


—  247  — 

que  delante  la  venta  se  hace. 
Sentóse  uno  contra  el  otro  *  y 
el  que  parecía  mayor  comenzó 
la  siguiente  plática: 

—  ¿De  qué  tierra  es  vuecé  ^'^, 
señor  gentilhombre,  y  para  dó 
bueno  camina? 

—Mi  tierra,  señor  caballe- 
ro, no  la  sé,  ñipara  dó  camino. 


—Pues  en  verdad,  dijo  el 
mayor,  que  no  parece  vuecé  •> 
del  cielo,  y  que  éste  no  es  lugar 
para  hacer  asiento  en  él;  que 
de  fuerza  ^  ha  de  pasar  ade- 
lante. 

—Así  es  verdad,  respondió 
el  menor; pero  yo  he  dicho  ver- 
dad en  lo  que  he  dicho,  porque 
mi  tierra  no  es  mía,  pues  no 
tengo  en  ella  más  de  un  padre 
que  no  me  tiene  por  hijo,  y  una 
madrasta  ^  que  me  trata  como 
á  entenado;  y  el  camino  que 
llevo  es  á  la  gruesa  ventura  •', 
y  allí  le  daría  fin  donde  hallase 
quien  me  mantuviese. 

—  Y  ¿sabe  vuecé  ^  algún  ofi- 
cio?, le  dijo  el  grande. 
Respondió  el  menor: 


delante  de  la  venta  se  hace  y, 
sentándose  frontero  el  uno  del 
otro,  el  que  parecía  de  más  edad 
dijo  al  más  pequeño: 

— ¿De  qué  tierra  es  vuesa 
merced  «,  señor  gentilhombre, 
y  para  adonde  '^^  bueno  camina? 

—Mi  tierra,  señor  caballero, 
respondió  el  preguntado,  no  la 
sé,  ni  para  dónde  camino  tam- 
poco. 

—Pues  en  verdad,  dijo  el  ma- 
yor, que  no  parece  vuesa  merced 
del  cielo,  y  que  éste  no  es  lugar 
para  hacer  su  asiento  en  él;  que 
por  fuerza  se  ha  de  pasar  ade- 
lante. 

— Así  es,  repondió  el  media- 
no'^-; pero  yo  he  dicho  verdad 
en  lo  que  he  dicho,  porque  mi 
tierra  no  es  mía,  pues  no  tengo 
en  ella  más  de  un  padre  que  no 
me  tiene  por  hijo  y  una  madras- 
ta ^  que  me  trata  como  alna- 
do -^.  El  camino  que  llevo  es  á  la 
ventura  '^'s  y  allí  le  daría  fin 
donde  hallase  quien  me  diese  lo 
necesario  para  pasar  esta  mise- 
rable vida. 

—Y  ¿sabe  vuesa  merced  al- 
gún oficio?,  preguntó  el  grande. 

Y  el  menor  respondió: 


a)  vuesé. 

b)  vuesé. 

c)  vuesé. 


a)  V.  m.  I  y  a  (y  así  siempre). 

b)  madrastra,  i  y  R. 


—No  sé  otro  sino  que  co- 
rro a  como  una  liebre,  y  salto 
como  un  gamo,  y  corto  de  ti- 
sera muy  delicadamente. 

—  Todo  eso  es^  muy  útil  y 
provechoso,  porque  habrá  sa- 
cristán que  le  dé  toda  la  ofren- 
da de  Todos  Santos  porque  le 
corte  florones  para  el  monu- 
mentó. 

—No  es  mi  corte  de  esa 
suerte,  replicó  el  menor,  .sino 
que  mi  padre  es  sastre  y  calce- 
tero y  me  enseñó  á  cortar  an- 
tiparas, que  son  medias  cal- 
zas, y  cortólas  de  suerte,  que 
me  podrían  examinar  de  maes- 
tro; sino  que  la  mala  mia  me 
tiene  arrinconado. 


—  248  - 

—No  sé  otro  sino  que  corro 
como  una  liebre,  y  salto  como  un 
gamo,  y  corto  de  tijera  muy  deli- 
cadamente. 

—Todo  eso  es  muy  bueno, 
útil  y  provechoso,  dijo  el  grande, 
porque  habrá  sacristán  que  le  dé 
á  vuesa  merced  la  ofrenda  de 
Todos  Santos  •*  porque  para  el 
Jueves  Santo  le  corte  florones 
de  papel  para  el  monumento. 

— No  es  mi  corte  desa  mane- 
ra, respondió  el  menor;  sino  que 
mi  padre,  por  la  misericordia  del 
Cielo,  es  sastre  y  calcetero  y 
me  enseñó  á  cortar  antiparas, 
que,  como  vuesa  merced  bien 
sabe,  son  medias  calzas  con 
avampiés,  que  por  su  proprio  • 
nombre  se  suelen  llamar  polai- 


nas, y  cortólas  tan  bien,  que  en 
verdad  que  me  podría  examinar  de  maestro;  sino  que  la  corta  suer- 
te me  tiene  arrinconado. 


—Todo  eso  acontece  por  los 
buenos,  dijo  el  grande,  y  siem- 
pre oí  decir  que  las  buenas  ha- 
bilidades son  las  más^  per- 
didas; pero  aún  edad  tiene 
vuesa  merced''  para  enmendar 
su  ventura.  Mas  si  no  me  enga- 
ño y  mi  ojo  no  me  miente,  otras 
gracias  debe  tener  vuesa  mer- 


— Todo  eso  y  más  aconta 
por  los  buenos  *,  respondió  el 
grande,  y  siempre  he  oído  decir 
que  las  buenas  habilidades  son 
las  más  perdidas  •';  pero  aun 
edad  tiene  vuesa  merced  para 
enmendar  su  ventura.  Mas  si  yo 
no  me  engaño  y  el  ojo  no  me 
miente  **,   otras  gracias   tiene 


a)  Respondió  el  menor,  sino  que  corro. 

b)  Todo  es. 

c)  son  más. 


aj  propio.  X  y  R. 


249  — 


cecl  más  secretas,  que  no  las 
quiere  manifestar. 

—Si  tengo;  pero  no  son  pa- 
ra en  público,  como  vuesa  mer- 
ced dice. 


—Pues  yo  le  certifico,  res- 
pondió el  mayor,  que  soy  uno 
de  los  más  secretos  mozos  que 
tiene  la  edad  presente;  y  para 
obligarle  que  descubra  su  pe- 
cho conmigo,  le  quiero  primero 
descubrir  el  mío;  porque  voy 
adivinando  que  no  sin  misterio 
nos  juntó  hoy  aquí  nuestra 
fortuna,  y  que  habemos  de  ser 
desde  este  día  verdaderos  ami- 
gos hasta  a  el  último  de  la 
vida.  Yo,  señor  hidalgo,  soy 
natural  de  la  Fuenfrida,  lugar 
bien  conocido  y  famoso  por  los 
muchos  pasajeros  que  por  él 
pasan;  mi  nombre,  Pedro  Rin- 
cón; mi  padre  es  persona  de 
cualidad,  porque  es  ministro 
de  la  Santa  Cruzada:  quiero 
decir  que  es  bulero,  como  los 
llama  el  vulgo  (aunque  oíros 
los  llaman  echacuervos)  '.  Al- 
gunos días  le  acompañé  en  el 
oficio,  y  aprendílo  de  suerte,  que 
no  daba  ventaja  en  echar  las 


vuesa  merced  secretas  y  no  las 
quiere  manifestar. 

—Sí  tengo,  respondió  el  pe- 
queño; pero  no  son  para  en  pú- 
blico, como  vuesa  merced  ha 
muy  bien  apuntado. 

Á  lo  cual  replicó  el  grande: 
—Pues  yo  le  sé  decir  que  soy 
uno  de  los  más  secretos  mozos 
que  en  grande  parte  se  pueden  « 
hallar;  y  para  obligar  á  vuesa 
merced  que  descubra  su  pecho 
y  descanse  conmigo,  le  quiero 
obligar  con  descubrirle  el  mío 
primero;  porque  imagino  que  no 
sin  misterio  nos  ha  juntado  aquí 
la  suerte  '"',  y  pienso  que  habe- 
mos de  ser,  déste  hasta  el  último 
día  de  nuestra  vida,  verdaderos 
amigos.  Yo,  señor  hidalgo,  soy 
natural  de  la  Fuentefrida  ^,  lu- 
gar conocido  y  famoso  por  los 
ilustres  pasajeros  "^  que  por  él 
de  contino  pasan;  mi  nombre  es 
Pedro  del  Rincón;  mi  padrees 
persona  de  calidad,  porque  es 
ministro  de  la  Santa  Cruzada: 
quiero  decir  que  es  bulero,  ó 
buldero,  como  los  llama  el  vul- 
go"'. Algunos  días  le  acompañé 
en  el  oficio,  y  le  aprendí  de  ma- 
nera, que  no  daría  ventaja  en 
echar  las  bulas  al  que  más  pre- 


a)  fasta. 


a)  que  en  gran  parte  se  puedan,  i. 
bj  Fuenfrida.  i  y  R. 

17  < 


250  — 


bulas  al  mejor  predicador  del 
mundo;  pero  habiéndome  un 
día  aficionado  más  al  dinero 
de  las  bulas  que  á  las  mismas 
bulas,  me  abracé  con  un  talego 
}'  di  conmigo  en  Madrid,  don- 
de, con  la  comodidad  que  allí 
se  ofrece  de  ordinario,  en  po- 
cos días  le  saqué  las  entrañas 
Y  lo  dejé  con  más  dobleces  que 
pañuelo  de  desposado.  Vino  el 
tesorero  tras  mi,  prendiéron- 
me, tuve  poco  favor  f  no  se  me 
guardó  justicia.  Vieron  aque- 
llos señores  mi  poca  edad,  ar- 
bitrando que  más  fué  mucha- 
chería que  delito;  azotáronme 
al  aldabilla  dentro  de  la  cár- 
cel }'  desterráronme  por  cua- 
tro años.  Salgo  á  cumplir  mi 
destierro,  tan  desacomodado 
como  vuesa  merced  me  ve,  por- 
que con  la  priesa  que  me  da- 
ban no  pude  buscar  cabalga- 
dura; tomé  de  mis  alhajas  ¡as 
que  pude,  y  entre  ellas  estos 
naipes  (y  sacó  los  que  tenia  en 
el  seno,  envueltos  en  el  cuello), 
con  los  cuales  he  ganado  mi 
vida  por  los  mesones  y  ventas 
que  hay  de  Madrid  aquí,  ju- 
gando á  la  veintiuna;  porque, 
aunquevuesa  mercedlos  ve  tan 


sumiese  en  ello;  pero  habiéndo- 
me un  día  aficionado  más  al 
dinero  de  las  bulas  que  á  las 
mismas  bulas,  me  abracé  con  un 
talejío  y  di  conmigo  y  con  él  en 
Madrid,  donde,  con  las  comodi- 
dades que  allí  de  ordinario  se 
ofrecen,  en  pocos  días  saqué  las 
entrañas  al  talego  y  le  dejé  con 
más  dobleces  que  pañizuelo  de 
desposado.  Vino  el  que  tenía  á 
cargo  el  dinero  tras  mí;  pren- 
diéronme; tuve  poco  favor;  aun- 
que, viendo  aquellos  señores  mi 
poca  edad,  se  contentaron  con 
que  me  arrinmsen  al  aldabilla  '-' 
y  me  mosqueasen  las  espaldas 
por  un  rato  '•^\  y  con  que  saliese 
desterrado  por  cuatro  años  de  la 
corte.  Tuve  paciencia,  encogí  los 
hombros,  sufrí  la  tanda  y  mos- 
queo y  salí  á  cumplir  mi  destie- 
rro con  tanta  priesa,  que  no  tuve 
lugar  de  buscar  cabalgaduras. 
Tomé  de  mis  alhajas  las  que  pu- 
de y  las  que  me  parecieron  más 
necesarias,  y  entre  ellas  saqué 
estos  naipes  (y  á  este  tiempo 
descubrió  los  que  se  han  dicho, 
que  "  en  el  cuello  traía),  con 
los  cuales  he  ganado  mi  vida  por 
los  mesones  y  ventas  que  hay 
desde  Madrid  aquí,  jugando  á  la 


aj  los  que  se  ha  dicho  que.  R. 


-  251 

astrosos  y  maltratados,  tienen 
una  maravillosa  virtud  con 
quien  los  entiende,  y  es  que  no 
alzará  vez,  que  no  quede  un  as 
debajo;  porque  vea  vuesa  mer- 
ced, si  es  jugador  de  este  jue- 
joo,  con  cuánta  ventaja  va  el 
que  es  mano,  si  le  han  de  dar 
un  as  á  la  primera  carta  que 
pida,  el  cual  puede  hacer  un 
punto  y  once,  y  si  es  envida- 
da a,  el  dinero  se  queda  en 
casa.  Fuera  de  esto,  aprendí 
de  un  mozo  de  cocina,  en  casa 
del  Embajador  de  Saboya ,  cier- 
tas tretas  de  quínolas  y  parar, 
en  viéndolas,  que  así  como  vue- 
sa merced  se  puede  examinar 
en  el  corte  de  sus  antiparas, 
así  puedo  yo  ser,  y  seré,  maes- 
tro en  la  ciencia  de  la  fullería, 
con  lo  cual  voy  seguro  de  no 
morir  de  hambre,  y  de  hallar 
padre  y  madre  dondequiera  b 
que  llegue;  porque  dondequie- 
ra c  que  sea,  aunque  sea  en  un 
cortijo,  se  halla  quien  desee 
pasar  tiempo  jugando;  y  pode- 
mos hacer  de  esto  la  experien- 
cia luego,  armando  vuesa  mer- 
ced y  yo  la  red,  y  veamos  si 


veintiuna;  y  aunque  vuesa  mer- 
ced los  vee  «  tan  astrosos  y  mal- 
tratados, usan  de  una  maravillo- 
sa virtud  con  quien  los  entiende: 
que  no  alzará,  que  no  quede  un 
as  debajo;  y  si  vuesa  merced  es 
versado  en  este  juego,  verá  cuán- 
ta ventaja  lleva  el  que  sabe  que 
tiene  cierto  un  as  á  la  primera 
carta,  que  le  puede  servir  de  un 
punto  y  de  once;  que  con  esta 
ventaja,  siendo  la  veintiuna  en- 
vidada ''',  el  dinero  se  queda  en 
casa.  Fuera  desto,  aprendí  de 
un  cocinero  de  un  cierto  emba- 
jador '  ciertas  tretas  de  quino- 
las  y  del  parar,  á  quien  tam- 
bién llaman  el  andaboba'^^S 
que  así  como  vuesa  merced  se 
puede  examinar  en  el  corte  de 
sus  antiparas,  así  puedo  yo  ser 
maestro  en  la  ciencia  vilhanes- 
ca  <■  •''.  Con  esto  voy  seguro 
de  no  morir  de  hambre,  porque 
aunque  llegue  á  un  cortijo,  hay 
quien  quiera  pasar  tiempo  ju- 
gando un  rato;  y  desto  hemos 
de  hacer  luego  la  experiencia 
los  dos:  armemos  la  red  y  vea- 
mos si  cae  algún  pájaro  destos 
harrieros/^"  que  aquí  hay;  quie- 


a)  y  seis  einbidada. 

b)  donde  quúra. 

c)  donde  quiera. 


n)  los  ve.  R. 

b)  einbidada.  i,  2  y  R. 

c )  de  un  embajador.  R. 

d)  el  andábala.  2  y  R. 

e)  viUanesca.  2  y  R. 
/)  arrieros.  R. 


252  — 


cae  en  ella  algún  pajaróte  de 
estos  harneros.  Digo  que  ju- 
guemos á  la  veintiuna  los  dos, 
como  si  fuese  de  veras;  que  si 
alguno  llegare  á  ser  tercio,  él 
será  el  primero  que  deje  la  pe- 
cunia. 

—Sea  en  buena  hora,  dijo 
el  otro,  Y  en  merced  tengo  muf 
grande  la  que  me  ha  hecho  en 
darme  cuenta  de  su  vida,  y 
asi,  será  razón  no  encubrirle 
YO  la  mi  a,  aunque  seré  más 
breve  en  decirla.  El  negocio  es 
que  yo  no  pude  sufrir  á  mi  ma- 
drasta, ni  la  vida  estrecha  de 
mi  aldea,  que  es  la  de  Mollori- 
do,  lugar  entre  Medina  del 
Campo  y  Salamanca  \  recá- 
mara de  su  obispo;  del  corte  de 
¡as  tiseras  en  las  medias  sal- 
té con  mi  buen  ingenio  en  cor- 
tar bolsas  y  cordones,  que  no 
hay  faldriquera  tan  retraída  y 
guardada  á  que  no  visiten  mis 
dedos,  que  son  más  agudos 
que  navajas,  ni  pende  relicario 
de  cabo  de  tocas  ni  de  hilo  de 
perlas,  aunque  lo  estén  miran- 
do con  ojos  de  lince  ",  que  á 
unas  ti  serie  as  que  conmigo 


redecir,  que  jujjuemos  «  los  dos 
á  la  veintiuna,  como  si  fuese  de 
veras;  que  si  alfíuno  quisiere  ser 
tercero,  él  será  el  primero  que 
deje  la  pecunia. 


—Sea  en  buen  hora  *,  dijn 
el  otro,  y  en  merced  muy  j^rand 
tengo  la  que  vuesa  merced  mc- 
ha  hecho  en  darme  cuenta  de  su 
vida,  con  que  me  ha  obligado  á 
que  yo  no  le  encubra  la  mía,  que, 
diciéndola  más  breve,  es  ésta. 
Yo  nací  en  el  piadoso  luíjar 
puesto  entre  Salamanca  y  Me- 
dina del  Campo  '";  mi  padre  es 
sastre;  enseftóme  su  oficio,  y  de 
corte  de  tisera  **,  con  mi  buen 
ingenio,  salté  á  cortar  bolsas. 
Enfadóme  la  vida  estrecha  del 
aldea  y  el  desamorado  trato  de 
mi  madrasta  '*;  dejé  mi  pueblo, 
vine  á  Toledo  á  ejercitar  mi  ofi- 
cio, y  en  él  he  hecho  maravi- 
llas; porque  no  pende  relicario 
de  toca,  ni  hay  faldriquera  tan 
escondida,  que  mis  dedos  no  vi- 
siten ni  mis  tiseras  no  corten, 
aunque  le  estén  guardando  con 
los  ojos  '  de  Argos.  Y  en  cua- 


a)  de  linces. 


a)  ^t.  jugaremos,  i. 

b)  en  buenhora.  i  y  a. 

c)  en  el  Pedroso,  lugar.  R. 
tt)  madrastra,  i  y  K. 

e)  con  ojos.  i. 


-  253 
traigo  puedan  resistir.  Hasta 
ahor  atengo  hechas  hartas  har- 
tas experiencias  •',  p,  bendito 
sea  Dios,  jamás  fie  sido  cogido 
entre  puertas,  ni  ha  tenido  el 
verdugo  que  ver  conmigo  en 
ninguna  cosa;  bien  es  verdad 
que  me  corrió  la  Justicia  habrá 
ocho  días  en  Toledo,  y  me  hi- 
cieron salir  de  la  ciudad  más 
que  de  paso,  y  por  este  respec- 
to no  tuve  lugar  de  acomodar- 
me de  cabalgadura  ó  carro,  ó 
de  algún  coche  de  retorno. 


tro  meses  que  estuve  en  aquella 
ciudad  nunca  fui  cogido  entre 
piernas  «  ",  ni  sobresaltado  ni 
corrido  de  corchetes,  ni  soplado 
de  ningún  cañuto  '"'.  Bien  es  ver- 
dad que  habrá  ocho  días  que  una 
espía  doble  dio  noticia  de  mi 
habilidad  al  corregidor,  el  cual, 
aficionado  á  mis  buenas  partes, 
quisiera  verme;  mas  yo,  que  por 
ser  humilde,  no  quiero  tratar 
con  personas  tan  graves,  procu- 
ré de  no  verme  con  él "',  y  así, 
salí  de  la  ciudad  con  tanta  prie- 


sa, que  no  tuve  lugar  de  acomo- 
darme de  cabalgaduras  ni  blancas,  ni  de  algún  coche  de  retorno, 
ó,  por  lo  menos,  de  un  carro. 


—Eso  se  borre,  dijo  Rincón; 
y  pues  ya  nos  conocemos,  no 
hay  para  qué  esas  grande- 
zas a  ni  altiveces;  confese- 
mos llanamente  que  no  tenía- 
mos blanca,  ni  aun  zapatos 
para  caminar  á  pié. 

—Sea  así,  respondió  Corta- 
do, que  así  dijo  el  menor  se 
llamaba;  ■^,  pues  nuestra  amis- 
tad, como  vuesa  merced  ha  di- 
cho, ha  de  ser  perpetua,  co- 
mencémosla  con  santas  y  loa- 
bles ceremonias. 

Y  levantándose    Cortado, 
abrazó  estrechamente  á  Rin- 


— Eso  se  borre,  dijo  Rincón; 
y  pues  ya  nos  conocemos,  no 
hay  para  qué  aquesas  grandezas 
ni  altiveces;  confesemos  llana- 
mente que  no  teníamos '''  blan- 
ca, ni  aun  zapatos. 

— Sea  así,  respondió  Diego 
Cortado  (que  así  dijo  el  menor 
que  se  llamaba);  y,  pues  nuestra 
amistad,  como  vuesa  merced, 
señor  Rincón,  ha  dicho,  ha  de 
ser  perpetua,  comencémosla  con 
santas  y  loables  ceremonias. 

Y  levantándose  Diego  Corta- 
do, abrazó  á  Rincón,  y  Rincón  á 


a)  para  que  sean  grandezas 


a)  eatic  puertas,  i  y  R. 
ó)  tenemos.  2  y  R. 


con,  y  Rincóná  Corlado.  Hecho 
esto,  comenzaron  á  jugar  la 
veintiuna  con  los  dichos  nai- 
pes, limpios  de  polvo  y  paja, 
mas  no  de  grasa  y  malicia,  y 
á  pocas  manos  alzaba  Corta- 
do por  el  as  tan  bien  ó  mejor 
que  Rincón  su  maestro. 

Salió  en  esto  un  harriero  á 
dar  agua  á  sus  mulos,  y  vio 
jugar  á  los  muchachos,  y  en 
volviendo  del  arroyo  salió  á 
ver  despacio  el  juego,  y  pidió- 
les que  quería  terciar;  acogié- 
ronlo de  buena  gana  y  en  me- 
nos de  media  hora  le  ganaron 
doce  reales,  de  lo  cual  corrido 


—  254  — 

él,  tierna  y  estrechamente,  y 
lue${o  se  pusieron  los  dos  á  ju^ar 
á  la  veintiuna  con  los  ya  referi- 
dos naipes,  limpios  de  polvo  y 
de  paja,  mas  no  de  jjrasa  y  ma- 
licia, y  á  pocas  manos  alzaba 
tan  bien  «  por  el  as  Cortado 
como  Rincón  su  maestro. 

Salió  en  esto  un  harriero  á  re- 
frescarse al  portal  "  y  pidió  que 
quería  hacer  tercio;  a^oííiéronle 
de  buena  gana,  y  en  menos  de 
media  hora  le  ganaron  doce  rea- 
les y  veinte  y  dos  maravedís  -*, 
que  fué  darle  doce  lanzadas  y 
veinte  y  dos  mil  pesadumbres;  y 
creyendo  el  harnero  que  por  ser 


el  harriero,  se  los  quiso  quitar,      muchachos   no  se  lo    defende;^ 


creyendo  que,  por  ser  tan  mu- 
chachos, no  se  lo  defenderían; 
mas  ellos,  poniendo  mano  el 
uno  á  su  media  espada  y  el 
otro  ú  su  cuchillo,  daban  bien 
que  hacer  al  harriero,  que  sin 
duda  lo  pasara  mal,  si  no  salie- 
ran los  compañeros  «. 

Yá  este  punto  pasaron  cier- 
tos caminantes,  que  iban  á  co- 
mer y  sestear  á  la  venta  del 
Alcalde,  y,  viendo  la  pendencia 
de  los  dos  muchachos  con  el 


rían  ^\  quiso  quitarles  '^  el  di- 
nero; mas  ellos,  poniendo  el 
uno  mano  á  su  media  espada  y 
el  otro  al  de  las  cachas  amari- 
llas ",  le  dieron  tanto  que  hacer, 
que,  á  no  salir  sus  compañeros» 
sin  duda  lo  pasara  harto  mal  < 

Á  esta  sazón  pasaron  aca- 
so '  por  el  camino  una  tropa 
de  caminantes  á  caballo,  que 
iban  á  sestear  á  la  venta  del  Al- 
calde, que  está  media  legua  más 


a)  daban  bien   que  hacer  al  harriero,  si 
no  salieran  los  compañeros. 


a)  también,  i  y  a. 
1))  maravedites.  K. 
f)  quitalUt.  I. 

d)  lo  pasara  mal.  i. 

e)  a  cato,  i  y  3. 


harriero,  Jos  apaciguaron  y 
dijeron  á  los  muchachos  se  vi- 
niesen con  ellos  si  caminaban 
hacia  Sevilla. 


—Allá  vamos,  respondieron, 
V  serviremos  á  vuesas  merce- 
des a  en  cuanto  nos  mandaren. 

Y  sin  más  detenerse,  se  fue- 
ron adelante  y  caminaron  con 
ellos,  dejando  á  los  harrieros 
agraviados  y  enojados,  y  á  la 
ventera  admirada  y  atónita  de 
la  buena  crianza  de  los  pica- 
ros, que  les ''  había  estado 
oyendo  su  plática  sin  que  ellos 
advirtiesen  en  ello;  mas  cuan- 
do dijo  que  les  había  oído  decir 
que  los  naipes  que  traían  eran 
falsos,  se  pelaba  el  harriero 
las  barbas,  y  quería  ir  á  la 
otra  venta  á  cobrar  su  hacien- 
da, porque  se  tenia  por  afren- 
tado que  '"  dos  muchachos  se 
Ja  hubiesen  ganado  con  flores; 
mas  los  compañeros  le  detuvie- 
ron y  aconsejaron  ^  que  no 
fuese,  siquiera  por  no  mostrar 
su  inhabilidad. 


255  — 

'  adelante  '',  los  cuales,  viendo  la 
pendencia  del  harriero  con  los 
dos  muchachos,  los  apaciguaron 
y  les  dijeron  que  si  acaso  « 
iban  á  Sevilla,  que  se  viniesen 
con  ellos  '''. 

— Allá  vamos,  dijo  Rincón,  y 
serviremos  á  vuesas  mercedes 
en  todo  cuanto  nos  mandaren. 

Y  sin  más  detenerse,  salta- 
ron delante  de  las  muías  y  se 
fueron  con  ellos,  dejando  al  ha- 
rriero agraviado  y  enojado,  y  á 
la  ventera  admirada  de  la  buena 
crianza  de  los  picaros,  que  les 
había  estado  oyendo  su  plática 
sin  que  ellos  advirtiesen  en  ello; 
y  cuando  dijo  al  harriero  que  les 
había  oído  decir  que  los  naipes 
que  traían  eran  falsos,  se  pelaba 
las  barbas  y  quisiera  <*  ir  á  la 
venta  tras  ellos  á  cobrar  su  ha- 
cienda, porque  decía  que  era 
grandísima  afrenta  y  caso  de 
menos  valer  que  dos  muchachos 
hubiesen  engañado  á  un  hom- 
brazo  tan  grande  como  él;  sus 
compañeros  le  detuvieron  y 
aconsejaron  que  no  fuese,  si- 
quiera por  no  publicar  su  inha- 


bilidad y  simpleza.  En  fin,  tales  razones  le  dijeron,  que,  aunque 
no  le  consolaron,  le  obligaron  á  quedarse. 


a)  vinds. 

b)  que  los. 

c)  lo  detuvieron  y  aconsejaron. 


a)  a  caso,  i  y  2. 

b)  quería.   R. 


Rincón  y  Cortado  se  dieron 
tales  mañas  y  mostraron  tal 
agrado  en  servir  á  los  cami- 
nantes que  los  llevaban,  que 
era  gente  rica  v  principal,  que 
lo  más  de  las  jornadas  los 
llevaban  á  las  ancas  de  sus 
muías;  v  aunque  se  les  ofre- 
cían buenas  ocasiones  y  pues- 
tos de  poder  tentar  las  bolsas 
de  sus  medios  amos,  no  qui- 
sieron, por  no  perder  la  oca- 
sión y  comodidad  tan  buena  de 
su  viaje,  que  para  Sevilla  lle- 
vaban; mas,  con  todo  eso,  al 
entrar  de  la  ciudad,  que  fué  á 
la  oración,  y  por  la  puerta  de 
la  Aduana,  á  causa  del  regis- 
tro de  cosas  que  traían  de  que 
pagar  almojarifazgo,  no  se 
pudo  contener  Cortado  de  cor- 
tar una  maleta  que  á  las  ancas 
traia  un  francés  de  la  cama- 
rada,  y  con  el  de  cachas  ama- 
rillas le  dio  una  tan  larga  y 
profunda  herida,  que  se  le  pa- 
recían las  entrañas,  y  sublí- 
mente sacó  de  ella  todo  lo  que 
había,  que  fueron  dos  camisas 
buenas  y  un  reloj  de  sol,  un 
estadal  de  cera  "  f  un  librito 
de  memoria,  joyas  que,  cuando 


256  — 

En  esto,  Cortado  y  Rincón 
se  dieron  tan  buena  maña  en 
servir  á  los  caminantes,  que  lo 
más  del  camino  los  llevaban  á 
las  ancas;  y  aunque  se  les  ofre- 
dan  algunas  ocasiones  de  tentar 
las  valijas*  '"  de  sus  medios 
amos  •*,  no  las  admitieron  *",  por 
no  perder  la  ocasión  tan  buena 
del  viaje  de  Sevilla,  donde  ello 
tenían  grande  deseo  de  vcrs( 
Con  todo  esto,  á  la  entrada  (!> 
la  ciudad,  que  fué  á  la  oración  y 
por  la  puerta  de  la  Aduana  ",  á 
causa  del  registro  y  almojarifaz- 
go que  se  paga,  no  se  pudo  con- 
tener Cortado  de  no  cortar  la 
valija  *  6  maleta  que  á  las  an- 
cas traía  un  francés  de  la  cama- 
rada,  y  así,  con  el  de  sus  ca- 
chas '•',  le  dio  tan  larga  y  pro- 
funda herida,  que  se  parecían 
patentemente  las  entrañas,  y 
suti Úñente  le  sacó  dos  camisas 
buenas,  un  reloj  de  sol  y  un  li- 
brillo '  de  memoria  '",  cosas 
que  cuando  las  vieron  no  les  die- 
ron mucho  gusto.  Y  pensando  -^ 
que,  pues  el  francés  llevaba  á 
las  ancas  aquella  maleta,  no  la 
había  de  haber  ocupado  con  tan 
poco  peso  como  era  el  que  te- 


a)  halijas.  i,  a  y  R. 

b)  balija.  i,  a  y  R. 
f)    libro.    R. 

d)    Y  pensaron,  x. 


-  257 


las  vieron,  no  les  dieron  mucho 
gusto;  mas,  con  todo,  las  ven- 
dieron '-  otro  día  en  el  baratillo 
por  diez  y  seis  reales;  y,  despi- 
diéndose de  los  caballeros,  se 
dieron  á  pasear  la  ciudad. 


nían  aquellas  preseas,  quisie- 
ran «  volver  á  darle  otro  tiento; 
pero  no  lo  hicieron,,  imaginando 
que  ya  lo  habrían  echado  menos, 
y  puesto  en  recaudo  lo  que  que- 
daba. Habíanse  despedido,  antes 


que  el  salto  hiciesen  '*\  de  los  que 
hasta  allí  los  habían  sustentado,  y  otro  día  vendieron  las  camisas 
en  el  malbaratillo  ^  que  se  hace  fuera  de  la  puerta  del  Arenal  ^'S 
y  dellas  hicieron  veinte  reales. 


Cuya  grandeza  los  admiró 
juntamente  con  la  suntuosidad 
de  la  Iglesia  Mayor  y  el  gran 
concurso  de  gente  que  acude 
al  río;  porque  era  en  tiempo  de 
cargazón  de  flota  y  había  en 
él  ocho  galeras,  cuya  vista  tam- 
bién los  embobó  ^,  y  aun  los 
hizo  suspirar  con  el  temor  que 
les  habían  cobrado,  cuando  el 
recelo  de  su  honesta  vida  les 
hacía  barruntar  que  algún 
tiempo  las  habían  de  tener  por 
casas  de  por  vida,  á  mejor  li- 
brar '■'';  echaron  de  ver,  hacia 
la  Sardina  y  puente  'S  en  los 
muchos  muchachos  de  su  edad 
y  suficiencia  ^  que  andaban  á 
la  esportilla,  é,  informándose 
de  uno  de  ellos  qué  oficio  era 
aquél,  y  si  era  de  dificultad  y 
trabajo,  y  de  algún  provecho  y 


a)  ocho  galeras;  también  los  embobó. 

b)  c  suficiencia. 


Hecho  esto,  se  fueron  á  verla 
ciudad,  y  admiróles  la  grandeza 
y  sumptuosidad  ^  de  su  mayor 
Iglesia;  el  gran  concurso  de  gen- 
te del  río,  porque  era  en  tiempo 
de  cargazón  de  flota  y  había  en 
él  seis  galeras,  cuya  vista  les  hi- 
zo suspirar, yaun temer  eldíaque 
sus  culpas  les  habían  de  traer  á 
morar  en  ellas  depor  vida;  echa- 
ron de  ver  los  muchos  mucha- 
chos dej^a  esportilla  que  por  allí 
andaban;  informáronse  de  uno 
dellos  qué  oficio  era  aquél,  y  si 
era  de  mucho  trabajo,  y  de  qué 
ganancia.  Un  muchacho  asturia- 
no •'^•,  que  fué  á  quien  hicieron  «^ 
la  pregunta,  respondió  que  el 
oficio  era  descansado  y  de  que 
no  se  pagaba  alcabala,  y  que  al- 
gunos días  salía  con  cinco  y  con 
seis  reales  de  ganancia,  con  que 


a)  y  quisieran,   i  y  2. 

b)  mal  baratillo.  2. 

c)  suntuosidad.  R. 

d)  le  hicieron,  i. 


17  b 


-  258  - 
ganancia,  un  muchacho  galle-     comía  y  bebía  y  triunfaba  como 


go,  que  era  de  quien  se  infor- 
maban, les  dijo  que  el  oficio 
era  descansado  y  libre,  del 
cual  no  se  pagaba  alcabala 
alguna,  y  que  había  día  que 
salían  con  cinco  ó  seis  reales 
de  ganancia,  y,  por  lo  menos 


cuerpo  de  rey,  libre  de  buscar 
amo  á  quien  dar  fianzas,  y  segu- 
ro de  comer  á  la  hora  que  quisie- 
se, pues  á  todas  lo  hallaba  en  el 
más  mínimo  bodegón  de  toda  la 
ciudad "',  en  la  cual  había  tantos 
y  tan  buLMios  «. 


menos,  eran  cuatro,  con  que 

comía,  bebía  y  triunfaba  como  cuerpo  de  rey,  sin  que  tuviese 

amo  á  quien  obedescer  y  esperar  á  comer  cuando  tenía  gana. 

No  les paresció  mal  la  reía-  No  les  pareció  mal  á  los  dos 

ción  del  galleguillo,  antes  les     amigos  la  relación  del  asturiani- 


paresció  oficio  tan  á  propósito 
para  el  suyo,  por  la  comodidad 
que  se  les  ofrecía  de  entrar  en 
todas  las  casas  de  la  ciudad, 
que  luego  determinaron  com- 
prar los  instrumentos  necesa- 
rios para  poner  tienda,  pues 
no  habían  menester  otro  exa- 
men; y  preguntando  al  gallego 
qué  habían  de  comprar,  les  di- 
jo que  sendos  costales  y  cada 
uno  tres  espuertas  de  palma, 
dos  grandes  y  una  pequeña,  en 
las  cuales  se  repartía  la  carne, 
pescado  y  fructa  '^,  y  el  costal, 
para  llevar  el  pan.  Dijeron  que 
los  guiase  donde  se  vendía  lo 
que  decía,  y  así  lo  hizo;  y  del 


lio,  ni  les  descontentó  el  oficio, 
por  parecerles  que  venía  como 
de  molde  para  poder  usar  el  su- 
yo con  cubierta  y  seguridad,  por 
la  comodidad  que  ofrecía  de  en- 
trar en  todas  las  casas  ''■,  lle- 
vando los  cargos  y  cosas  que  le 
mandasen;  y  luego  determinaron 
de  comprar  los  instrumentos  ne- 
cesarios para  usarle  ',  pues  lo 
podían  usar  sin  examen.  Y  pre- 
guntándole al  asturiano  qué  ha- 
bían de  comprar,  les  respon- 
dió d  que  sendos  costales  pe- 
queños, limpios  ó  nuevos,  y  cada 
uno  tres  espuertas  de  palma,  dos 
grandes  y  una  pequeña,  en  las 
cuales  se  repartía  la  carne,  pes- 


a)  ciudad,  i  (y  falta  el  resto). 
t)  las  casas,  x  y  R  (y  falta  el  resto  hasta 
mandaten). 

c)  usalle.  I. 

d)  /f  respondió,  s. 


—  259  - 
dinero  del  reloj  y  del  libro  de      cado  y  fruta,   y    en  el  costal, 


memoria  y  estadal,  con  las  ca- 
misas del  francés,  compraron 
todo  el  aderezo  y  herramienta 
para  el  nuevo  oficio,  y  dentro 
de  una  hora  pudieran  a  estar 
graduados  en  él,  según  les 
asentaban  bien  los  costales  y 
espuertas.  Avisóles  también  el 
gallego  de  los  puestos  donde 
habían  de  acudir,  que  fueron: 
porla  mañana, á  la  Garnecería 
y  plaza  de  Sant  Salvador,  con 
la  calle  de  la  Caza  ^^  en  los 
días  de  carne;  y  en  los  de  pes- 
cado, á  la  Pescadería,  río  y 


el  pan;  y  él  les  guió  donde  lo 
vendían,  y  ellos,  del  dinero  de 
la  galima  del  francés  ",  lo  com- 
praron todo,  y  dentro  de  dos  ho- 
ras pudieran  estar  graduados  en 
el  nuevo  oficio,  según  les  ensa- 
yaban las  esportillas  y  asenta- 
ban los  costales.  Avisóles  su 
adalid  de  los  puestos  donde  ha- 
bían de  acudir:  por  las  mañanas, 
á  la  Carnicería  -'^  y  á  la  plaza  de 
San  Salvador  '■";  los  días  de  pes- 
cado, á  la  Pescadería ""  y  á  la 
Costanilla"';  todas  las  tardes,  al 
río;  los  jueves,  á  la  Feria  « ''^ 


Costanilla;  y  por  las  tardes,  al 

río.  Aduana  y  Altozano",  ó  por  toda  la  ciudad,  á  sus  aventu- 
ras, y  los  jueves,  á  la  Feria. 


Tomada  esta  lición,  otro  día 
de  mañana  se  plantaron  en  la 
plaza  de  Sant  Salvador,  don- 
de apenas  hubieron  llegado 
cuando  los  rodearon  otros 
mancebos  del  oficio,  que,  por 
ser  flamantes  los  costales  y  es- 
puertas, vieron  ser  nuevos  en 
la  plaza,  haciéndoles  mil  pre- 
guntas, á  todas  las  cuales  res- 
pondían con  grande  mesura  y 
disimulo.  En  esto,  llegaron  un 
clérigo  y  un  soldado,  y,  por  ver 
limpias  las  espuertas  de  los 


Toda  esta  lición  tomaron 
bien  de  memoria,  y  otro  día  bien 
de  mañana  se  plantaron  en  la 
plaza  de  San  Salvador,  y  apenas 
hubieron  llegado  cuando  los  ro- 
dearon otros  mozos  del  oficio, 
que,  por  lo  flamante  de  los  cos- 
tales y  espuertas,  vieron  ser 
nuevos  en  la  plaza;  hiciéronles 
mil  preguntas,  y  á  todas  respon- 
dían con  discreción  y  mesura. 
En  esto,  llegaron  un  medio  estu- 
diante y  un  soldado  y,  convida- 
dos de  la  limpieza  de  las  espuer- 


ft)  pudieron. 


a)  feria,  i,  a  y  R. 


dos  compañeros,  aunque  había 
allí  otros  muchos,  el  clérigo 
llamó  á  Cortado  y  el  soldado 
á  Rincón. 

—En  nombre  de  Dios,  dije- 
ron ambos. 

El  soldado  cargó  muy  bien 
á  Rincón,  porque  la  noche  an- 
tes había  ganado,  y  hacía  ban- 
quete á  unas  amigas  de  la 
suya. 


-  260  - 

tas  de  los  dos  novatos,  el  que 
parecía  estudiante  llamó  á  Cor- 
tado y  el  soldado  á  Rincón. 


—En  nombre  sea  de  Dios, 
dijeron  ambos. 

—Para  bien  se  comience  el 
oficio,  dijo  Rincón;  que  vuesa 
merced  me  estrena,  señor  mío. 

k  lo  cual  respondió  el  sol- 
dado: 


—La  estrena  no  será  mala,  porque  estoy  de  ganancia,  y  soy 
enamorado,  y  tengo  de  hacer  hoy  banquete  á  unas  amigas  de  mi 
señora. 

—Pues  cargue  vuesa  merced  á  su  gusto;  que  ánimo  tengo  y 
fuerzas  para  llevarme  toda  esta  plaza,  y  aun  si  fuere  menester  que 
ayude  á  guisallo  «,  lo  haré  de  muy  buena  voluntad. 

Contentóse  de  la  gracia  del  Contentóse  el  soldado  de  la 

mozo  y  di)  ole  que  si  quería      buena  gracia  del  mozo  y  di  jóle 


servir,  que  él  lo  sacaría  de 
aquel  mal  oficio;  á  lo  cual  res- 
pondió Rincón  que  aquel  día 
era  el  primero  que  lo  profesa- 
ba., y  quería  saber,  primero 
que  lo  de/ase,  si  era  tan  malo 
como  decía;  mas  que  si  no  le 
contentase,  de  buena  gana 
asentaría  por  su  criado.  Dióle 
el  soldado  dos  cuartos;  vol- 
vióse á  la  plaza  con  mucha  di- 
ligencia, porque  ésta  les  había 
encomendado  el  gallego  que 


que  si  quería  servir,  que  él  le  sa- 
caría de  aquel  abatido  oficio;  á 
lo  cual  respondió  Rincón  que  por 
ser  aquel  día  el  primero  ^  que 
le  usaba,  no  le  quería  dejar  tan 
presto,  hasta  ver,  á  lo  menos,  lo 
que  tenía  de  malo  y  bueno  <;  y 
cuando  no  le  contentase,  él  daba 
su  palabra  de  servirle  á  él  antes 
que  á  un  canónigo. 

Rióse  el  soldado,  cargóle  muy 
bien,  mostróle  la  casa  de  su  da- 
ma para  que  la  supiese  de  allí 


a)  irisarlo,  t. 

6)  por  ser  aquel  e/  d/a  primero.  2  y  R. 

c)  de  malo  ó  bueoo.  3  y  R. 


-  261  — 


tuviesen,  si  querían  ganar  al- 
go. También  les  advirtió  que 
cuando  llevasen  pescado  me- 
nudo, como  albures,  mojarras 
ó  sardinas,  ó  otro  cualquiera 
menudo,  ó  cosa  que  no  fuese 
contada,  que  podían  tomar  pa- 
ra el  gasto  de  aquel  día,  como 
asimesmo  de  las  añadiduras 
de  la  carne  "*. 


adelante  y  él  no  tuviese  necesi- 
dad, cuando  otra  vez  le  envíase, 
de  acompañarle.  Rincón  prome- 
tió fidelidad  y  buen  trato;  dióle 
el  soldado  tres  cuartos,  y  en  un 
vuelo  volvió  á  la  plaza,  por  no 
perder  coyuntura;  porque  tam- 
bién desta  diligencia  les  advirtió 
el  asturiano,  y  de  que  cuando 
llevasen  pescado  menudo,  con- 


viene á  saber,  albures,  ó  sardi- 
nas, ó  acedías,  bien  podían  tomar  algunas  y  hacerles  la  salva  '",  si- 
quiera para  el  gasto  de  aquel  día;  pero  que  esto  había  de  ser  con 
toda  sagacidad  y  advertimiento,  porque  no  se  perdiese  el  crédito, 
que  era  lo  que  más  importaba  en  aquel  ejercicio. 

Mas,  por  presto  que  llegó.  Por  presto  que  volvió  Rin- 

ya  estaba  Cortado  en  el  puesto,     con,  ya  halló  en  el  mismo  puesto 


el  cual  se  llegó  á  Rincón  y  le 
preguntó  que  cómo  le  había  ido 
en  su  faena.  Rincón  abrió  la 
mano  y  mostróle  los  dos  cuar- 
tos; Cortado  metió  la  suya  en 
el  seno  y  sacó  una  bolsilla  de 
cuero  de  ámbar,  algo  hincha- 
da, y  dijo: 

—Con  esta  me  pagó  su  reve- 
rencia, y  con  dos  cuartos  más; 
tomadla  vos,  por  lo  que  puede 
suceder. 

Y  no  tardó  mucho  cuando 
acudió  el  clérigo  todo  turbado, 


á  Cortado.  Llegóse  Cortado  á 
Rincón  y  preguntóle  que  cómo 
le  había  ido.  Rincón  abrió  la  ma- 
no y  mostróle  los  tres  cuartos. 
Cortado  entró  la  suya  en  el  seno 
y  sacó  una  bolsilla,  que  mostra- 
ba haber  sido  de  ámbar  en  los 
pasados  tiempos  ";  venía  algo 
hinchada,  y  dijo: 

—Con  esta  me  pagó  su  reve- 
rencia del  estudiante,  y  con  do9 
cuartos;  mas  ^^  tomalda'í'  vos, 
Rincón,  por  lo  que  puede  suce- 
der. 

Y  habiéndosela  ya  dado  se- 
cretamente, veis  aquí  do  vuelve 


I 


a)  y  con  dos  cuartos  más.  R. 
6)  tomadla,  i  y  R. 


-  262  - 

1'  viendo  al  mozo,  le  dijo  si     el  estudiante  trasudando  y  tur- 


acaso  había  visto  una  bolsa  de 
tales  y  tales  señas,  con  quince 
escudos  en  oro  y  dos  reales  de 
á  dos  y  tantos  cuartos,  que  le 
faltaba,  ó  mirase  si  la  habían 
tomado  mientras  con  él  anda- 
ba comprando;  á  lo  cual  man- 
sisimamente «  v  sin  alterarse 
respondió  Cortado: 


bado  de  muerte,  y  viendo  á  Cor- 
tado ,  le  dijo  si  acaso  <*  había 
visto  una  bolsa  de  tales  y  tales 
señas,  que,  con  quince  escudos 
de  oro  en  oro  y  con  tres  reales 
de  á  dos  y  tantos  maravedís  en 
cuartos  y  en  ochavos  "\  le  falta- 
ba, y  que  le  dijese  si  la  había  to- 
mado en  el  entretanto  que  con  él 


había  andado  comprando.  Á  lo 
cual,  con  extraño  disimulo,  sin  alterarse  ni  mudarse  en  nada,  res- 
pondió Cortado: 


—Lo  que  yo  sabré  decir  de 
esa  bolsa  es  que  no  debe  de  es- 
tar ^  perdida,  si  acaso  no  la 
puso  vuesa  merced  en  mal  re- 
caudo. 

—Esa  es  ella,pesiami  ^,  re- 
plicó el  clérigo:  que  la  debí  de 
poner  en  mal  recaudo,  pues  me 
la  hurtaron. 

—Lo  mismo  digo  yo,  dijo  Cor- 
tado; pero  d  para  todo  hay  re- 
medio sino  es  para  la  muerte; 
el  que  vuesa  merced  podrá  to- 
mar es,  lo  primero  y  principal, 
tener  paciencia;  que  de  menos 
nos  hizo  Dios,  y  un  día  viene 
tras  de  otro,  y  donde  ¡as  dan 
¡as  toman,  y  podrá  ser  que  el 
que  la  llevó  se  arrepienta  y  se 


—Lo  que  yo  sabré  decir  desa 
bolsa  es  que  no  debe  de  estar 
perdida,  si  ya  no  es  que  vuesn 
merced  la  puso  á  mal  recaudo. 

—Eso  es  ello,  pecador  de  mí, 
respondió  el  estudiante:  que  la 
debí  de  poner  á  mal  recaudo, 
pues  me  la  hurtaron. 

—Lo  mismo  digo  yo,  dijo 
Cortado;  pero  para  todo  hay  re- 
medio, sino  es  para  la  muerte 
y  el  que  vuesa  merced  podrá  to- 
mar es,  lo  primero  y  principal, 
tener  paciencia;  que  de  menos 
nos  hizo  Dios,  y  un  día  viene 
tras  otro  día,  y  donde  las  dan 
las  toman  "^,  y  podría  ser  que, 
con  el  tiempo,  el  que  llevó  la 


a)  tnansisaiHéníf. 

b)  no  debe  estar. 

c)  pezia  mi. 

d)  qut. 


a)  s\  a  caso,  i  y  2. 


-  263  — 

la  vuelva  á  vuesa  merced  sahu- 
mada V  cuanto  más  que  cartas 
de  excomunión  hay,  y  paulinas, 
y  buena  diligencia,  que  es  ma- 
dre de  la  buena  ventura;  aun- 
que, á  la  verdad,  no  quisiera 
yo  ser  el  llevador  de  la  bolsa, 
porque,  siendo  vuesa  merced 
sacerdote,  pareceríame  haber 
cometido  sacrilegio  é  incesto. 


bolsa  se  viniese  á  arrepentir  y 
se  la  volviese  á  vuesa  merced 
sahumada.      p-«^^vvw.a_-<í 

—El  sahumerio  le  perdona- 
ríamos •*,  respondió  el  estu- 
diante. 

Y  Cortado  prosiguió  di- 
ciendo: 

— Cuanto  más  que  cartas  de 
descomunión  «  hay,  paulinas  '''  "'-^ 


y  buena  diligencia,  que  es  madre 
de  la  buena  ventura'";  aunque,  á  la  verdad,  no  quisiera  yo  ser  el 
llevador  de  tal  bolsa  <^,  porque,  si  es  que  vuesa  merced  tiene  al- 
guna orden  sacra,  parecermeía  ^  á  mí  que  había  cometido  algún 
grande  incesto  ó  sacrilegio''. 


—  Y  ¡cómo  si  ha  cometido 
sacrilegio  el  que  la  llevó! ,  dijo  el 
clérigo;  que,  supuesto  que  yo 
no  soy  sacerdote,  sino  sacris- 
tán, el  dinero  era  del  tercio  de 
una  capellanía,  que  me  dio  á 
cobrar  un  capellán  de  mi  igle- 
sia, y  es  dinero  sagrado. 


—Con  su  pan  se  lo  coma  b, 
dijo  Rincón;  no  le  arriendo  la 
ganancia:  día  de  juicio  hay, 
donde  todo  ha  de  salir  á  luz, 
sin  quedar  nada  encubierto,  y 
entonces  sabremos  quién  fué 


— Y  ¡cómo  que  ha  cometido 
sacrilegio!,  dijo  á  esto  el  adolo- 
rido estudiante;  que  puesto  ca- 
so que  yo «  no  soy  sacerdote, 
sino  sacristán  de  unas  monjas, 
el  dinero  de  la  bolsa  era  del  ter- 
cio de  una  capellanía",  que  me 
dio  á  cobrar  un  sacerdote  amigo 
mío,  y  es  dinero  sagrado  y  ben- 
dito. 

—Con  su  pan  se  lo  coma,  di- 
jo Rincón  á  este  punto;  no  le 
arriendo  la  ganancia;  día  de  jui- 
cio hay '",  donde  todo  saldrá,  co- 
mo dicen,  en  la  colada/,  y  en- 
tonces se  verá  quién  fué  Calle- 


a)  sahumadas. 

b)  se  lo  coman. 


a)  escotiiumon.  2. 
¿>)  hay  paulinas.  R. 

c)  de  la  bolsa.  2  y  R. 

d)  parecermehia.  R. 

í?)  que  puesto  que  yo.  i. 
f)  todo  saldrá  ea  la  colada,  i. 


el  atrevido  y  desalmado  que  se 
atrevió  á  tomar  el  tercio  de 
esta  capellanía.  Y  ¿cuánto  ren- 
ta en  cada  un  año?,  me  diga, 
señor  padre,  por  su  vida. 

—Renta  la  mala  puta  que 
me  parió,  respondió  el  sacris- 
tán. ¡Bonito  estoy  yo  para  dar 
cuenta  de  lo  que  renta  la  cape- 
llanía! Decidme  si  sabéis  algo; 
si  no,  quedaos  con  Dios;  que 
la  voy  á  hacer  pregonar. 

—No  me  parece  mal  reme- 
dio ése,  dijo  Cortado;  pero 
advierta  vuesa  merced  que  no 
se  olviden  las  señas  y  cuanti- 
dad del  dinero  que  llevaba 
dentro,  porque  si  se  yerra  en 
un  solo  maravedí  no  paresce- 
rá  en  días  de  Dios. 

—No  hay  que  temer  de  eso, 
dijo  el  sacristán;  que  las  tengo 
más  en  la  memoria  que  el  tocar 
las  campanas. 

Sacó  en  esto  de  la  faldri- 
quera un  pañizuelo  randado, 
con  el  que  se  limpió  el  rostro, 
que  corría  del  más  sudor  que 
destila  una  alquitara,  con  la 


—  264  — 

jas  '*,  y  el  atrevido  que  se  atrevió 
á  tomar,  hurtar  y  menoscabar  el 
tercio  de  la  capellanía.  Y  ¿cuán- 
to renta  cada  año?,  dígame,  se- 
ñor sacristán,  por  su  vida  <*. 

—Renta  la  puta  que  me  pa- 
rió '^.  Y  ¡estoy  yo  agora  para  de 
cir  lo  que  renta!,  respondió  el 
sacristán  con  algún  tanto  de  de- 
masiada cólera.  Decidme,  her- 
mano, si  sabéis  algo;  si  no,  que- 
dad con  Dios;  que  yo  la  quiero 
hacer  pregonar. 

—No  me  parece  mal  remí 
dio  ^  ése,  dijo  Cortado;  pero 
advierta  vuesa  merced  no  se  le 
olviden  las  señas  de  la  bolsa,  ni 
la  cantidad  puntualmente  del  di- 
nero que  va  en  ella  s  que  si 
yerra  en  un  ardite  no  parecerá 
en  días  del  mundo  *  y  esto  le 
doy  por  hado  ". 

—No  hay  que  temer  deso, 
respondió  el  sacristán;  que  lo 
tengo  más  en  la  memoria  que  el 
tocar  de  las  campanas:  no  me 
erraré  en  un  átomo. 

Sacó  en  esto  de  la  faldrique- 
ra un  pañuelo  randado  para  lim- 
piarse el  sudor,  que  llovía  de  su 
rostro  como  de  alquitara,  y  ape- 
nas  le  «^  hubo    visto    Cortado 


á)  por  su  vida?  i ,  2  y  R. 
6)  mal  medie.  R. 
c)  en  ello.  2. 
<Ó  lo-  3- 


265  — 


pena  de  la  negra  bolsa  ' ';  y 
apenas  le  hubo  visto  Cortado 
cuando  le  marcó  por  suyo;  y 
habiéndose  ido  el  clérigo,  le 
siguió  y  alcanzó  en  las  Gra- 
das, y,  llamándolo,  lo  retiró  á 
una  parte,  donde  le  dijo  tantos 
disparates  y  bernardinas,  que 
llaman,  cerca  del  hurto  de  la 
bolsa,  dándole  esperanzas  de 
hallarla,  sin  concluir  razón 
alguna,  que  el  pobre  sacristán 
estaba  embelesado  escuchán- 
dolo y  haciéndole  replicar  la 
razón  dos  veces  y  tres,  no  en- 
tendiéndole ninguna,  porque  el 
bellaco-  de  Cortado  ninguna 
concluía;  antes  le  estaba  mi- 
rando á  la  cara  atentamente, 
no  quitando  los  ojos  de  sus 
ojos,  y  el  sacristán  lo  miraba 
de  la  misma  suerte,  colgado 
de  sus  palabras;  y,  en  tanto, 
con  la  mano  izquierda  subtilí- 
simamente  le  sacó  el  pañizuelo 
y,  concluida  su  obra,  se  despi- 
dió del,  diciéndole  que  á  la 
tarde  lo  viniese  á  buscar  en  el 
mismo  puesto,  porque  él  traía 
entre  ojos  un  muchacho  de  su 
mismo  oficio,  que  le  páresela 
ser  un  poco  ladrón,  y  que  po- 


cuando  le  marco  por  suyo  ^,  y 
habiéndose  ido  el  sacristán,  Cor- 
tado le  siguió  y  le  alcanzó  en  las 
Gradas  «'",  donde  le  llamó  y  le 
retiró  á  una  parte, yallí  lecomen- 
zó  á  decir  tantos  disparates,  al 
modo  de  lo  que  llaman  bernardi- 
nas *,  cerca  del  hurto  y  hallazgo 
de  su  bolsa,  dándole  buenas  es- 
peranzas, sin  concluir  jamás  ra- 
zón que  comenzase,  que  el  pobre 
sacristán  estaba  embelesado  es- 
cuchándole; y  como  no  acababa 
de  entender  lo  que  le  decía,  ha- 
cía que  le  replicase  i>  la  razón 
dos  y  tres  veces.  Estábale  mi- 
rando Cortado  á  la  cara  atenta- 
mente, y  no  quitaba  los  ojos  de 
sus  ojos;  el  sacristán  le  miraba 
de  la  misma  manera,  estando  col- 
gado de  sus  palabras.  Este  tan 
grande  embelesamiento  dio  lu- 
gar á  Cortado  que  concluyese  su 
obra,  y  sutilmente  le  sacó  el  pa- 
ñuelo de  la  faldriquera,  y  des- 
pidiéndose del,  le  dijo  que  á  la 
tarde  procurase  de  verle  en  aquel 
mismo  lugar,  porque  él  traía  en- 
tre ojos  que  un  muchacho  de  su 
mismo  oficio  y  de  su  mismo  ta- 
maño, que  era  algo  ladroncillo, 
le  había  tomado  la  bolsa,  y  que 


a)  gradas,  i,  2  y  R. 

b)  remitiese.  R. 


18 


266  - 


dría  ser  que  se  la  hubiese  to- 
mado. 

Consolado  con  esto  el  sa- 
cristán, se  despidió  del,  y  Cor- 
tado se  vino  donde  estaba  Rin- 
cón, que  todo  lo  había  visto 
algo  apartado  del;  y  un  poco 
más  abajo  estaba  un  mozo  de 
la  esportilla,  algo  sage  "  y  ma- 
trero, y  que  había  visto  cuanto 
había  pasado,  y  vio  como  Cor- 
tado dio  el pañizuelo  á  Rincón; 
y,  llegándose  á  ellos,  les  dijo 
así: 

—Díganme,  señores  gala- 
nes, ¿vuesas  mercedes  son  de 
mala  entrada,  ó  no? 

—No  entendemos  esa  ra- 
zón, señor  galán,  respondió 
Rincón. 

—¿Que  no  entrevan,  seño- 
res múrelos?  ^,  replicó  el  otro. 

—Ni  somos  de  Teba  ^  ni  de 
Murcia,  dijo  Cortado;  si  otra 
cosa  quiere,  dígalo;  si  no,  va- 
yase con  Dios. 

—No  está  malo  el  disimulo, 
dijo  el  mozo;  pero  yo  se  lo  da- 
ré á  beber  con  una  cuchara: 
quiero  decir,  señores,  que  si 


él  se  obligaba  á  sabello  «,  den- 
tro de  pocos  ó  de  muchos  días. 

Con  esto  se  consoló  algo  el 
sacristán  y  se  despidió  de  Cor- 
tado, el  cual  se  vino  donde  esta- 
ba Rincón,  que  todo  lo  había  vis- 
to un  poco  apartado  dé!;  y  más 
abajo  estaba  otro  mozo  de  la  es- 
portilla, que  vio  todo  lo  que  ha- 
bía pasado  y  como  ^  Cortado "' 
daba  el  pañuelo  á  Rincón;  y  lle- 
gándose á  ellos,  les  dijo: 


—Díganme,  señores  galanes, 
¿voacedes  son  de  mala  entrada, 
6  no? "«. 

—No  entendemos  esa  razón, 
señor  galán,  respondió  Rincón. 

—  ¿Que  no  entrevan'  *",  se- 
ñores murcios?  •",  respondió  el 
otro. 

—No  somos  «^  de  Teba  ni  de 
Murcia  **,  dijo  Cortado;  si  otra 
cosa  quiere,  dígala;  si  no,  vayase 
con  Dios. 

—¿No  lo  entienden?  dijo  el 
mozo;  pues  yo  se  lo  daré  á  en- 
tender y  á  beber  con  una  cucha- 
ra de  plata ""':  quiero  decir,  se- 


a)  sarje. 

b)  Que  no  entrevan,  señores  Murcios. 

c)  Tebas. 


d)  saitrU).  i  y  R. 

bj  y  cómo.  R. 

cj  ¡Qué!  «no  entrevan.  R. 

dj  AV  somos.  X. 


267  - 


son  vuesás  mercedes  ladrones; 
mas  no  separa  qué  les  pregun- 
to esto,  que  ya  sé  que  lo  son. 
Mas  díganme:  ¿cómo  no  han 
ido  vuesas  mercedes  á  regis- 
trarse á  la  aduana  del  señor 
Monipodio? 

—¿Págase  en  esta  tierra  al- 
mojarifazgo de  ladrones,  se- 
ñor galán?  dijo  Rincón. 

—Si  no  se  paga,  replicó  el 
mozo,  á  lo  menos,  regístranse 
ante  el  señor  Monipodio,  que  es 
su  padre,  su  amparo,  su  abri- 
go, su  defensor,  su  abogado, 
su  tutor  y  su  curador  ad  litem; 
Y  así,  les  aconsejo  que  se  ven- 
gan conmigo  á  darle  la  obe- 
diencia; donde  no,  no  se  atre- 
van á  hurtar  de  aquí  adelante 
sin  su  licencia,  que  les  costará 
caro. 

—  Yo  pensé,  dijo  Cortado, 
que  el  hurtar  era  oficio  libre 
de  derechos  y  alcabala,  y  aun 
creo  que  por  su  franqueza  lo 
aprendí,  y  si  se  paga,  es  por 
junto,  dando  por  fiadores  á  la 
garganta  ó  espaldas;  pero, 
pues  así  es,  y  en  cada  tierra 
hay  su  uso,  guardemos  nos- 
otros el  de  ésta,  y  así,  podrá 
vuesa  merced  guiarnos  donde 
está  ese  caballero  que  dice; 
que  creo  he  oído  decir  que  es 


ñores,  si  son  vuesas  mercedes 
ladrones.  Mas  no  sé  para  qué 
les  pregunto  esto,  pues  sé  ya 
que  lo  son;  mas  díganme:  ¿cómo 
no  han  ido  á  la  aduana  del  señor 
Monipodio? 

—¿Págase  en  esta  tierra  al- 
mojarifazgo de  ladrones,  señor 
galán?  dijo  Rincón. 

—Si  no  se  paga,  respondió  el 
mozo,  á  lo  menos,  regístranse 
ante  el  señor  Monipodio,  que  es 
su  padre,  su  maestro  y  su  ampa- 
ro; y  así,  les  aconsejo  que  ven- 
gan conmigo  á  darle  la  obedien- 
cia, ó,  si  no,  no  se  atrevan  á  hur- 
tar sin  su  señal,  que  les  costará 
caro. 


—Yo  pensé,  dijo  Cortado, 
que  el  hurtar  era  oficio  libre, 
horro  de  pecho  y  alcabala,  y  que 
si  se  paga  es  por  junto,  dando 
por  fiadores  á  la  garganta  y  á  las 
espaldas;  pero,  pues  así  es  y  en 
cada  tierra  hay  su  uso,  guarde- 
mos nosotros  el  désta,  que,  por 
ser  la  más  principal  del  mundo, 
será  el  más  acertado  de  todo  él; 
y  así,  puede  vuesa  merced  guiar- 
nos donde  está  ese  caballero  que 
dice;  que  ya  yo  tengo  barruntos, 


-  268  - 


hombre  principal  y  suficiente 
para  el  cargo. 

—  Y  ¡cómo  si  es  suficiente  y 
principal!  dijo  el  mozo;  y  tanto, 
que  va  para  cuatro  años  gae 
tomó  el  oficio,  y  en  iodos  ellos 
no  han  padecido  sino  cuatro 
en  el  finibus  terrac,  y  obra  de 
veinte  y  ocho  envesados  «,  y  se- 
tenta y  dos  en  gurapas  *>. 

~  En  verdad,  señor,  dijo 
Rincón,  que  no  entendemos 
esos  nombres. 

—Comencemos  á  andar; 
que  yo  se  los  iré  declarando 
con  otros  algunos  que  les  con- 
viene saber,  como  el  pan  de  la 
boca. 


sejíún  lo  que  he  oído  decir,  que 
es  muy  calificado  y  generoso  y 
demás  «  hábil  en  el  oficio. 

—Y  ¡cómo  que  es  calificado, 
hábil  y  suficiente!  respondió  el 
mozo:  eslo  tanto,  que  en  cuatro 
años  que  há  que  tiene  el  car^ 
de  ser  nuestro  '  mayor  y  pa- 
dre "',  no  han  padecido  sino  cua- 
tro en  el  finibuS-Jerriv  '  '*^  y 
obra  de  treinta  envesados  ''**",  y 
de  sesenta  y  dos  en  gurapas  "". 
—En  verdad,  señor,  dijo  Rin- 
cón, que  así  entendemos  esos 
nombres  como  volar. 

—Comencemos  á  andar;  que 
yo  los  iré  declarando  por  el  ca- 
mino, respondió  el  mozo,  con 
otros  algunos,  que  así  les  con- 
viene saberlos  como  el  pan  de  la 
boca »'. 
—Sea  enhorabuena,  respondieron  los  dos  amigos,  y  así  en- 
caminaron donde  el  tercero  los  llevaba,  el  cual  les  dijo  que  el 
morir  en  finibus  terrae  era  morir  en  la  horca,  y  envesados  <"  que- 
ría decir  azotados,  y  condenados  á  gurapas  era  echados  en  ga- 
leras. 


Y  asi,  les  fué  declarando 
otros  nombres  que  entre  ellos 
llaman  germanescos  ó  de  la  ger- 
manía,  y  en  el  discurso  de  su 
plática,  que  no  fué  poco,  por- 


Y  así,  les  fué  diciendo  y  de- 
clarando otros  nombres  de  los 
que  ellos  llaman  germanescos  ó 
de  la  ger manía  en  el  discurso 
de  su  plática,  que  no  fué  corta. 


a)  etiibezados. 
v>)  de  gurapas. 
c)  embeiados . 


a)  y  ademát.  i  y  R. 

b)  de  ser  el  nuestro,  a. — de   nuestro.   R. 

c)  fijiibusterrcr.  \.— finibusterre.  "K. 

d)  entbesados .  i,  a  y  R. 


269  - 


que  el  camino  era  lar^o,  dijo 
Rincón  á  su  guía: 

—Dígame  vuesa  merced, 
señor  mío,  ¿es  por  ventura  vue- 
sa merced  ladrón? 

—Para  servir  á  Dios  y  á 
vuesa  merced,  respondió  el  mo- 
zo, aunque  no  de  los  muy  cur- 
sados, porque  todavía  estoy  en 
el  año  del  noviciado. 

Á  lo  cual  respondió  Cortado: 

—Cosa  nueva  es  para  mí 
que  haya  ladrones  para  servir 
á  Dios. 

Á  lo  cual  respondió  el  mozo: 

—Señores,  yo  no  me  meto  en 
teologías  a;  lo  que  sé  decir  es 
que  cada  uno  en  su  oficio  pue- 
de alabar  á  Dios,  y  más  con  la 
buena  y  santa  orden  que  tiene 
dada  el  señor  Monipodio  á  to- 
dos sus  ahijados. 

—Sin  dubda  debe  ser  tan 
buena  y  santa  b  como  decís, 
pues  hace  que  los  ladrones  sir- 
van á  Dios,  dijo  Rincón. 

-  Es  tan  santa  c  y  tan  bue- 
na, replicó  el  mozo,  que  no  sé 
yo  si  se  puede  mejorar  en  nues- 
tra arte. 

I  devoción  d.  Él  tiene  orde- 
nado primeramente  que  de  lo 


porque  el  camino  era  largo  ^;  en 
el  cual  dijo  Rincón  á  su  guía: 

—¿Es  vuesa  merced,  por  ven- 
tura, ladrón? 

—Sí,  respondió  él,  para  ser- 
vir á  Dios  y  á  buenas  gentes  "  "^, 
aunque  no  de  los  muy  cursados; 
que  todavía  estoy  en  el  año  del 
noviciado. 

A  lo  cual  respondió  Cortado: 
—  Cosa  nueva  es  para  mí  que 
haya  ladrones  en  el  mundo  para 
servir  á  Dios  y  á  la  buena  gente. 
Á  lo  cual  respondió  el  mozo: 
—Señor,  yo  no  me  meto  en 
tologfas  ^  '■"';  lo  que  sé  es  que 
cada  uno  en  su  oficio  puede  ala- 
bar á  Dios,  y  más  con  la  orden 
que  tiene  dada  Monipodio  á  to- 
dos sus  ahijados. 

—Sin  duda,  dijo  Rincón,  de- 
be de  ser  buena  y  santa,  pues 
hace  que  los  ladrones  sirvan  á 
Dios. 

—Es  tan  santa  y  buena,  re- 
plicó el  mozo,  que  no  sé  yo  si  se 
podrá  mejorar  en  nuestro  arte. 
Él  tiene  ordenado  que  de  lo  que 
hurtáremos  demos  alguna  cosa  ó 
limosna  para  el  aceite  de  la  lám- 


a)  Teologías. 

b)  sancia. 

c)  sanc/it. 

d)  /.*  Devoción. 


aj  y  i.  las  bueoas  gentes,  i.  y  á  At  iuetta 
gente.  R. 

ój  Tologias.  I  y  1.— teologías .  R. 


-270- 

que  hurtáremos  demos  alguna      para  de  una  ¡maulen  muy  devota 


cosa  para  aceite  de  la  lámpara 
de  una  imagen  que  está  en 
cierta  iglesia  de  esta  ciudad, 
muy  devota,  y  en  verdad  que 
hemos  visto  grandes  milagros 
por  esta  buena  obra;  porque 
los  días  pasados  dieron  dos 
ansias  á  un  cuatrero  ",  que  ha- 
bía murciado  dos  roznos,  y, 
con  ser  flaco  y  cuartanero,  así 
las  sufrió  como  si  fuera  nada; 
y  el  no  cantar  se  atribuyó  á  su 
buena  devoción,  porque  sus 
fuerzas  no  eran  bastantes  pa- 
ra sufrir  la  primera  estrena, 
y  porque  vuesas  mercedes  no 
me  lo  pregunten,  sabrán  que 
cuatrero  ^  es  ladrón  de  bestias, 
y  ansias  es  el  tormento,  y  roz- 
nos, asnos  ó  mulos,  hablando 
con  perdón. 

II.  Tenemos  más:  que  reza- 
mos nuestro  rosario  repartido 
en  toda  la  semana  por  sus  ter- 
cias partes  ■^^. 

///.  Y  muchos  de  nosotros 
no  hurtamos  en  sábado,  por 
honra  de  Nuestra  Señora. 

IV.  Ni  tenemos  conversa- 
ción con  mujer  que  tenga  nom- 
bre de  María  en  días  de  viernes. 


que  está  en  esta  ciudad,  y  en 
verdad  que  hemos  visto  grandes 
cosas  por  esta  buena  obra;  por- 
que los  días  pasados  dieron  tres 
ansias  á  un  cuatrero  que  había 
murciado  dos  roznos,  y,  con  estar 
flaco  y  cuartanario,  así  las  su- 
frió «sin  cantar  "'  como  si  fue- 
ran nada;  y  esto  atribuímos  los 
del  arte  á  su  buena  devoción, 
porque  sus  fuerzas  no  eran  bas- 
tantes para  sufrir  el  primer  des- 
concierto del  verdugo.  Y  porque 
sé  que  me  han  de  preguntar  al- 
gunos vocablos  de  los  que  he  di- 
cho, quiero  curarme  en  salud  y 
decírselo  antes  que  me  lo  pre- 
gunten <*.  Sepan  voacedes  que 
cuatrero  es  ladrón  de  bestias; 
an.9/aesel  tormento;  roznos,  los 
asnos,  hablando  con  perdón;  pri- 
mer desconcierto  es  las  pri meras 
vueltas  de  cordel  que  da  el  ver- 
dugo. Tenemos  más:  que  reza- 
mos nuestro  rosario  repartido 
en  toda  la  semana,  y  muchos  <^ 
de  nosotros  no  hurtamos  el  día 
del  viernes,  ni  tenemos  conver- 
sación con  mujer  que  se  llame 
María  el  día  del  sábado. 


a)  quartero. 

b)  guariere. 


a)  los  sufrió.  R. 

b)  que  lo  pregunten.  2. 
^)   y  algunos.  R. 


271  — 


—No  me  parece  mal  todo 
eso,  dijo  Cortado;  pero  díga- 
me: ¿hócese  otra  penitencia 
ó  restitución  de  lo  que  se  hur- 
ta más  de  la  dicha? 

—Eso  no,  dijo  el  mozo,  por- 
que restituir  lo  que  se  hurta  es 
imposible,  por  las  muchas  par- 
tes en  que  se  divide,  llevando 
cada  uno  de  los  ministros  y 
contrayentes  ^  la  suya,  por 
lo  cual  el  primer  hurtador  no 
puede  restituir  nada;  cuanto 
más  que  no  hay  quien  nos  man- 
de que  lo  restituyamos,  lo  uno, 
porque  nunca  nos  confesamos; 
y  lo  otro,  porque,  aunque  sa- 
quen cartas  de  excomunión  y 
paulinas,  nunca  llegan  á  nues- 
tra noticia,  porque  nunca  ja- 
más vamos  á  misa  á  las  igle- 
sias, sino  es  á  jubileos,  por  la 
ganancia  y  provecho  que  el 
concurso  déla gentenoso frece. 

--Y ¿con todo  eso  dicen  esos 
señores  cofrades  que  su  vida 
es  santa  ^  y  buena?  le  dijo  Cor- 
tado. 

—Pues  ¿qué  tiene?,  replicó 
el  mozo.  ¿No  es  peor  ser  here- 
je ó  renegado,  ó  matador  de 
su  padre,  ó  ser  solomico? 


—De  perlas  me  parece  todo 
eso,  dijo  Cortado;  pero  dígame 
vuesa  merced:  ¿hácese  otra  res- 
titución 6  otra  penitencia  más  de 
la  dicha? 

—En  eso  de  restituir  no  hay 
que  hablar,  respondió  el  mozo, 
porque  es  cosa  imposible,  por 
las  muchas  partes  en  que  se  di- 
vide lo  hurtado,  llevando  cada 
uno  de  los  ministros  y  contra- 
yentes ■'"  la  suya,  y  así,  el  primer 
hurtador  no  puede  restituir  na- 
da; cuanto  más  que  no  hay  quien 
nos  mande  hacer  esta  diligencia, 
á  causa  que  nunca  nos  confesa- 
mos, y  si  sacan  cartas  de  exco- 
munión ",  jamás  llegan  á  nues- 
tra noticia,  porque  jamás  vamos 
á  la  iglesia  al  tiempo  que  se  leen, 
sino  es  los  días  de  jubileo,  por 
la  ganancia  que  nos  ofrece  el 
concurso  de  la  mucha  gente. 

—Y  ¿con  sólo  eso  que  hacen, 
dicen  esos  señores,  dijo  Corta- 
do ''',  que  su  vida  es  santa  y 
buena? 

—Pues  ¿qué  tiene  de  malo?  S 
replicó  el  mozo.  ¿No  es  peor  ser 
hereje  ó  renegado,  ó  matar  á  su 
padre  y  madre,  ó  ser  solomico? 


a)  ministros  contrayentes. 

b)  sancta. 


asi) 


a)  descomunión.  R. 

b)  Cortadillo,  i  y  2  (Aún  no  se  llamaba 

cj  de  mala.'  R. 


272 


—Sodomito  querrá  decir 
vuesa  merced,  dijo  Rincón. 

—Eso  quiero  decir. 

—  Todo  eso  es  malo,  dijo 
Cortado;  pero  lo  otro  tampoco 
es  muy  bueno;  pero,  pues  ya 
nuestra  suerte  ha  querido  que 
entremos  en  esta  lista,  alargue 
el  paso  vuesa  merced;  que  ya 
muero  por  verme  con  el  señor 
Monipodio. 

—Presto  se  cumplirá  ese 
deseo,  porque  desde  esta  es- 
quina se  de.scubre  su  casa; 
vuesas  mercedes  se  queden  á 
la  puerta,  que  yo  entraré  á  ver 
si  está  desocupado,  porque  és- 
tas son  las  horas  cuando  él 
suele  dar  audiencia  *'  á  los  que 
ayer  negociaron. 

—Sea  en  buen  hora,  dijo 
Rincón. 

Y  adelantándose  un  poco  el 
mozo,  entró  en  una  casa  no 
de  muy  buena,  sino  de  muy  ma- 
la apariencia,  y  quedándose 
los  dos  esperando,  salió  al 
punto,  y  llamólos  donde  y 
cuando  en  nombre  de  Dios  en- 
traron. 


— Sodomitu,  querrá  decir  vue- 
sa merced  "',  respondió  Rincón. 

— Esodijío,  dijo  el  mozo. 

—Todo  es  malo,  replicó  Cor- 
tado; pero,  pues  nuestra  suerte 
ha  querido  que  entremos  en  esta 
cofradía,  vuesa  merced  alargue 
el  paso;  que  muero  por  verme 
con  el  señor  Monipodio,  de  quien 
tantas  virtudes  se  cuentan. 

—Presto  se  les  cumplirá  su 
deseo,  dijo  el  mozo;  que  ya  des- 
de aquí  se  descubre  su  casa. 
Vuesas  mercedes  se  queden  á  la 
puerta,  que  yo  entraré  á  ver  si 
está  desocupado,  porque  éstas 
son  las  horas  cuando  él  sueU 
dar  audiencia. 

—En  buena  sea,  dijo  Rincón. 

Y  adelantándose  un  poco  el 
mozo,  entró  en  una  casa  no  de 
muy  buena  ",  sino  de  muy  ma- 
la apariencia,  y  los  dos  se  que- 
daron esperando  á  la  puerta.  Él 
salió  luego  y  los  llamó,  y  ellos 
entraron  y  su  guía  les  mandó  es- 
perar en  un  pequeñuelo  ^  patio 
ladrillado,  que,  de  puro  limpio  <= 
y  aljimifrado  ^,  parecía  que  ver- 


il^ no  muy  buena,  x  a  y  R. — 
ij  pequeño-  i  y  R. 
c)  y  de  puro  limpio,  i  y  a. 
dj  aljoji/ado.  R. 


-  273 


Casa  de  Monipodio 

l'AURE  DE  LADRONES  EN  SkVILLA 

Halláronse  iodos  tres,  lue- 
go que  entraron  por  la  puerta 
(le  enmedio,  en  un  muy  peque- 
ño patio  ladrillado,  limpísimo, 
porque  estaba  aljofifado,  como 
dicen  en  Sevilla;  á  un  lado  del 
cual,  estaba  un  banco  de  tres 

pies,  Y  al  otro,  un  cántaro  desbocado,  con  un  jarrillo  encima, 
y  al  otro  rincón,  una  estera  de  enea  ^,  y  en  el  medio,  un  tiesto  ó 
maceta  de  albahaca  de  olor. 


tía  cariiiín  de  lo  más  fino  '•"'.  Al 
un  lado  estaba  un  banco  de  tres 
pies,  y  al  otro  un  cántaro  desbo- 
cado, con  un  jarrillo  encima,  no 
menos  falto  que  el  cántaro;  á 
otra  parte  estaba  una  estera  de 
enea,  y  en  el  medio,  un  tiesto, 
que  en  Sevilla  llaman  maceta,  de 
albahaca "'. 


Miraban  los  dos  compañe- 
ros las  alhajas  de  la  casa,  y 
en  el  entretanto  que  bajaba  su 
dueño  entróse  Rincón  en  una 
saleta  baja  de  dos  que  tenia  el 
patio  Y  vio  en  ella  dos  espadas 
de  esgrima,  y,  colgados,  dos 
broqueles  de  corcho;  un  arca 
grande  sin  cubierta  ni  cerra- 
dura y  otras  tres  ó  cuatro  es- 
teras de  enea  ^  tendidas  por  el 
suelo.  Miró  por  todas  las  pare- 
des y  vio  que  frontero  de  la 
puerta  estaba  pegada  en  la 
pared  con  pan  mascado  '^-  una 
imagen  de  Nuestra  Señora,  de 
estas  de  mala  estampa  de  pa- 
pel, con  una  lámpara  de  vidrio 
delante,  ardiendo,  y  una  es- 
portilla de  palma  colgada  de 


a)   de  ti  en. 
h)  de  iirn. 


Miraban  los  mozos  atenta- 
mente las  alhajas  de  la  casa  "^, 
en  tanto  que  bajaba  el  señor  Mo- 
nipodio, y,  viendo  que  tardaba, 
se  atrevió  Rincón  á  entrar  en 
una  sala  baja  de  dos  pequeñas 
que  en  el  patio  estaban  y  vio  en 
ella  dos  espadas  de  esgrima  '"'  y 
dos  broqueles  de  corcho,  pen- 
dientes de  cuatro  clavos,  y  una 
arca  grande  sin  tapa  ni  cosa  que 
la  cubriese  y  otras  tres  esteras 
de  enea  tendidas  por  el  suelo. 
En  la  pared  frontera  estaba  pe- 
gada á  la  pared  una  imagen  de 
Nuestra  Señora,  destas  de  mala 
estampa  '"",  y  más  abajo  pendía 
una  esportilla  de  palma,  y  enca- 
jada en  la  pared  una  almofía 
blanca,   por  do  coligió  Rincón 


i8  i 


-  274  — 

un  clavo,  un  poco  más  abajo  de      que  la  esportilla  servía  de  cepo 


la  imagen.  Parecióle  á  Rincón 
(como  era  "  la  verdad)  que  de- 
bía servir  de  cepo  donde  se 
echaba  la  limosna  del  aceite. 

Estando  en  esto,  entraron  en 
la  dicha  casa  dos  mozos  de 
hasta  veinte  años  cada  uno, 
vestidos  de  estudiantes  y  muy 
bien  aderezados;  de  alli  á  po- 
co entraron  •»  otros  dos  de  la 
esportilla  y  un  viejo;  y,  sin  ha- 
blar palabra,  se  comenzaron 
todos  á  pasear  por  el  patio.  No 
tardó  muncho  "  cuando  entra- 
ron dos  viejos  vestidos  de  ba- 
yeta, con  muncha  gravedad, 
cada  uno  con  sendos  rosarios 
en  la  mano  '^',  y  sus  anteojos, 
que  los  hacían  más  graves. 
Luego  entró  una  vieja  gorda, 
chata,  tetuda  <=  y  barbuda  y,  sin 
decir  nada  á  nadie,  se  fué  á  la 
sala,  y  puesta  de  rodillas  con 
grandísima  devoción,  se  puso 
á  rezar  ante  la  imagen,  y  lue- 
go echó  en  la  esportilla  su  li- 
mosna. En  resolución,  antes 
que  bajase  Monipodio  estaban 
en  el  patio  más  de  catorce  per- 
sonas de  diferentes  sujetos  y 
trajes,  esperándolo.  Llegaron 


para  limosna,  y  la  almofía  de  te- 
ner agua  bendita,  y  así  era  la 
verdad. 

Estando  en  esto,  entraron  en 
la  casa  dos  mozos  de  hasta  vein- 
te años  cada  uno,  vestidos  de  es- 
tudiantes, y  de  allí  á  poco,  dos 
de  la  esportilla  y  un  ciego;  y,  sin 
hablar  palabra  ninguno  ",  se  co- 
menzaron á  pasear  por  el  pa- 
tio. No  tardó  mucho  cuando  en- 
traron dos  viejos  de  bayeta  "", 
con  antojos,  que  tos  hacían  gra- 
ves y  dignos  de  ser  respeta- 
dos '',  con  sendos  rosarios  de 
sonadoras  cuentas  '"*  en  las  ma- 
nos; tras  ellos  entró  una  vieja 
halduda,  y  sin  decir  nada  se  fué 
á  la  sala,  y  habiendo  lomado 
agua  bendita,  con  grandísima 
devoción  se  puso  de  rodillas  an- 
te la  imagen,  y  á  cabo  -^  de  una 
buena  pieza '""',  habiendo  primero 
besado  tres  veces  el  suelo,  y 
levantado  «^  los  brazos  y  los 
ojos  al  cielo  otras  tantas,  se  le- 
vantó y  echó  su  limosna  en  la 
esportilla,  y  se  salió  con  los  de- 
más al  patio.  En  resolución,  en 
poco  espacio  se  juntaron  en  el 


a;  como  es. 

b)  de  allí  entraron. 

c)  tetuta. 


a)  ninguna.  R. 

b)  respectados,  i  y  2. 

c)  al  cabo.  R. 

d)  levantados.  1  y  2. 


—  275  — 

luego,  cuasi  de  los  postreros, 
dos  bravos  y  bizarros  mance- 
bos, de  bigotes  a  largos  y  engo- 
mados, sombreros  de  falda 
grande,  cuellos  á  la  valona,  me- 
dias de  color,  ligas  de  gran  ba- 
lumba con  rapacejos  de  plata, 
espadas  de  más  de  marca,  y  sus 
broqueles  en  la  cinta,  vueltos  á 
las  espaldas,  con  sendos  pisto- 
letes cada  uno,  puestos  en  lu- 
gar de  dagas;  los  cuales,  así 
como  entraron,  pusieron  los 
ojos  en  Rincón  y  Cortado,  ex- 
trañándolos, y  luego  se  llega- 
ron á  ellos,  preguntándoles  si 
eran  de  la  liga.  Rincón  dijo: 

—Sí,  y  muy  servidores  de 
vuesas  mercedes. 


Bajó  en  este  punto  Monipo- 
dio, el  cual  era  un  hombre  de 
hasta  cuarenta  años,  alto  de 
cuerpo,  barbiespeso  ^,  hundi- 
dos los  ojos  y  cejijunto.  Venía 
en  camisa,  con  unos  zaragüe- 
lles anchos,  muy  blancos,  y 
deshilados  con  pita,  que  llega- 
ban hasta  los  tobillos  <^,  sin 
cuello  en  la  camisa  y  cubierto 
con  una  gran  capa  de  bayeta, 
y  un  sombrero  de  viudo  "^ ', }'  ce- 


patio  hasta  catorce  personas  de 
diferentes  trajes  y  oficios.  Lle- 
garon también,  de  los  postreros, 
dos  bravos  y  bizarros  mozos,  de 
bigotes  largos,  sombreros  de 
grande  falda,  cuellos  á  la  valona, 
medias  de  color,  ligas  de  gran 
balumbaJg",  espadas  de  más  de 
marca  **",  sendos  pistoletes  cada 
uno  en  lugar  de  dagas,  y  sus 
broqueles  pendientes  de  la  pre- 
tina; los  cuales,  así  como  entra- 
ron, pusieron  los  ojos  de  tra- 
vés «  en  Rincón  y  Cortado,  á 
modo  de  que  los  extrañaban  y 
no  conocían,  y,  llegándose  á 
ellos,  les  preguntaron  si  eran  de 
la  cofradía.  Rincón  respondió 
que  sí,  y  muy  servidores  de  sus 
mercedes. 

Llegóse  en  esto  la  sazón  y 
punto  en  que  bajó  el  señor  Mo- 
nipodio, tan  esperado  como  bien 
visto  de  toda  aquella  virtuosa 
compañía.  Parecía  de  edad  de 
cuarenta  y  cinco  á  cuarenta  y 
seis  años,  alto  de  cuerpo,  more- 
no de  rostro,  cejijunto''',  barbine- 
gro y  muy  espeso,  los  ojos  hun- 
didos. Venía  en  camisa  y  por  la 
abertura  de  delante  descubría 
un  bosque:  tanto  era  el  vello  que 


a)  bizarros  mancebos,  bigotes, 

b)  barbispeso. 

c)  tubiUcs. 


a)  a/ través.  R. 

b)  cezijunto.  i  y  2. 


—  276  - 


ñida  una  espada  muy  ancha. 
Era  muy  moreno  de  rostro,  y 
por  la  abertura  de  ¡a  camisa 
se  le  descubría  en  el  pecho  un 
bosque:  tanta  era  la  espesura 
del  vello  que  tenía  en  él;  las 
manos  eran  cortas,  carnudas 
y  pelosas;  los  dedos,  anchos; 
chatas  las  uñas  y  algo  torci- 
das hacia  dentro;  las  piernas 
no  se  le  par  escían  «,  pero  los 
pies  eran  disformes  de  gran- 
des, anchos  y  juanetudos;  en 
efecto,  representaba  un  rústico 
y  disforme  bárbaro.  Bajó  con 
él  la  guia  de  los  dos  modernos 
cofrades  y,  llegándose  á  ellos, 
los  tomó  por  las  manos  y  los 
presentó  ante  Monipodio,  di- 
ciéndole: 


tenía  en  el  pecho.  Traía  cubier- 
ta una  capa  de  bayeta  '"*  casi 
hasta  los  pies,  en  los  cuales  traía 
unos  zapatos  enchancletados; 
cubríanle  las  piernas  unos  zara- 
güelles de  lienzo,  anchos,  y  lar- 
gos hasta  los  tobillos;  el  som- 
brero era  de  los  de  la  hampa  ", 
campanudo  de  copa  y  tendido  de 
falda.  Atravesábale  un  tahalí  por 
espalda  y  pechos,  á  do  colgaba 
una  espada  ancha  y  corta,  á  mo- 
do de  las  del  perrillo  "";  las 
manos  eran  cortas  y  pelosas,  y 
los  dedos,  gordos  i',  y  las  uñas, 
hembras  y  remachadas  "";  las 
piernas  no  se  le  parecían,  pero 
los  pies  eran  descomunales  de 
anchos  y  juanetudos  «■.  En  efe- 
to  '',  él  representaba  el  más  rús- 


tico y  disforme  bárbaro  del  mun- 
do. Bajó  con  él  la  guía  de  los  dos  y,  trabándoles  de  las  manos,  los 
presentó  ante  Monipodio,  diciéndole: 

—Estos  son  los  mancebos  —Estos  son  los  dos  buenos 

que  á  vuesa  merced  he  dicho,      mancebos  que  á  vuesa  merced 

dije,  mi  sor  'Monipodio  '";  vue- 
sa merced  log  desamine  y  verá  como  son  dignos  /  de  entrar  en  nues- 
tra congregación: 

—Eso  haré  yo  de  muy  buena  gana,  respondió  Monipodio. 

Olvidáb áseme  de  decir  que  Olvidábaseme  de  decir '"que 


a)  chatas...  y  algo  torcidas  acia  dentro 
las  piernas,  no  se  le  parescían. 


aj  atnpa.  2  y  R. 

¿rj  cortas,  pelosas,  y  los  dedos,  i.;  cor- 
tas, pero  lesas,  y  le*  dedos.  2.;  cortas  y  pe- 
losas, los  dedos.  R. 

t)  juanetados.  9. 

d)  En  efecto,  i  y  R. 

e)  señor.  2  y  R. 

/J  cómo  son  dignos.  R. 


277  - 


asi  como  bajó  Monipodio,  to- 
dos ¡e  hicieron  brava  cortesía 
Y  muy  bajas  reverencias,  ex- 
cepto ios  dos  bravos  que  esta- 
ban fiablando  en  puridad  -"'  á 
un  rincón  del  patio,  ios  cuales 
de  través  y  al  desgaire  le  qui- 
taron los  sombreros.  Paseába- 
se Monipodio  con  munclia  gra- 
vedad Y  á  cada  vuelta  que  daba 
hacia  su  pregunta  á  los  dos 
novicios;  primero  les  dijo: 

—¿De  qué  tierra  son,  gala- 
nes? 

Respondió  Rincón: 
—Castellanos. 
—El  lugar  pregunto,  y  si 
son  ambos  de  una  misma  pa- 
tria. 

—De  diferente  somos,  res- 
pondió Cortado,  y  nuestros  lu- 
gares son  de  tan  poca  cuenta, 
que  si  no  es  de  importancia,  no 
hay  para  qué  decirlo. 

-Y  es  cosa  muy  acertada, 
replicó  Monipodio,  porque  si  la 
suerte  corriere  no  como  debe, 
no  quede  asentado  debajo  de 
signo  de  escribano:  «Fulano, 
vecino  de  tal  parte  é  hijo  de 
fulano  y  de  fulana  »,  lo  ahor- 
caron, lo  azotaron,  le  cortaron 
las  orejas  tal  año  y  tal  mes  y 


así  como  Monipodio  bajó,  al 
punto  todos  los  que  aguardán- 
dole estaban  le  hicieron  una  pro- 
funda y  larga  reverencia,  excep- 
to los  dos  bravos,  que,  á  medio 
mogate  «  "\  como  entre  ellos  se 
dice,  le  quitaron  los  capelos  "', 
y  luego  volvieron  á  su  paseo  por 
una  parte  del  patio,  y  por  la  otra 
se  paseaba  Monipodio,  el  cual 
preguntó  á  los  nuevos  el  ejerci- 
cio, la  parria  y  padres. 

A  lo  cual  Rincón  respondió: 


—El  ejercicio  ya  está  dicho, 
pues  venimos  ante  vuesa  mer- 
ced; la  patria  no  me  parece  de 
mucha  importancia  decilla  ^,  ni 
los  padres  tampoco  "'',  pues  no 
se  ha  de  hacer  información  para 
recebir  algún  hábito  honroso  "". 

Á  lo  cual  respondió  Monipo- 
dio: 

—Vos,  hijo  mío,  estáis  en  lo 
cierto,  y  es  cosa  muy  acertada 
encubrir  eso  que  decís,  porque 
si  la  suerte  no  corriere  como 
debe,  no  es  bien  que  quede  asen- 
tado debajo  de  signo  de  escriba- 
no, ni  en  el  libro  de  las  entra- 
das: «Fulano,  hijo  de  fulano, 
vecino  de  tal  parte,  tal  día  le 


a)  y  At^  fulano. 


a)  magate.  i  y  a. 
6J  decirla,  a  y  R. 


-  278  - 
tai  diaí>,  como  sentencia  üe  In-  ahorcaron 
quisición.  Y  así,  Ixijos  míos,  ni 
nombre  de  padre  ni  de  patria 
no  liav  para  qué  lo  digáis,  y  el 
propio  aun  se  debe  mudar. 
¿Cómo  se  llaman? 


ó  -le  azotaron»,  ó 
otra  cosa  semejante,  que,  por  lo 
menos,  suena  mal  á  los  buenos 
oídos;  y  así,  torno  á  decir  que  es 
provechoso  documento  callar  la 
patria  '",  encubrir  los  padres  y 


mudar  los  proprios  "  nombres, 
aunque  para  entre  nosotros  no  ha  de  haber  nada  encubierto,  y  sólo 
ahora  quiero  saber  los  nombres  de  los  dos. 

—  Yo,  Rincón.  Yo,  Corlado,  Rincón  dijo  el  suyo  y  Corta- 

respondieron  los  dos.  do  también. 


—Pues  de  aquí  adelante, 
vos  os  llamad  Rinconete,  y  vos 
os  llamaréis  Cortadillo,  que 
son  nombres  que  tienen  de  to- 
do, y  hacen  buena  consonancia 
con  los  que  se  usan  en  nuestra 
arte. 

—Bien,  por  mi  vida,  dijo 
uno  de  los  bravos. 

—Pero  díganme,  dijo  Moni- 
podio: ¿hay  padres? 

—En  mi  lugar,  por  ser  tan 
pequeño,  respondió  Rincón,  no 
hay  monasterio  alguno,  y  asi 
no  hay  en  él  padres,  sino  es  el 
cura. 

—No  digo  esos  padres,  res- 
pondió Monipodio,  sino  los  que 
os  engendraron;  y  esto  no  lo 
pregunto  sin  misterio,  porque 
tenemos  de  costumbre  en  nues- 
tras ordenanzas  f»^  de  hacer 


—Pues  de  aquí  adelante,  res- 
pondió Monipodio,  quiero  y  es 
mi  voluntad  que  vos,  Rincón,  os 
llaméis  Rinconete,  y  vos.  Cor- 
tado, Cortadillo,  que  son  nom- 
bres que  asientan  como  de  mol- 
de á  vuestra  edad  y  á  nuestras 
ordenanzas,  debajo  de  las  cuales 
cae  tener  necesidad  de  saber  el 
nombre  de  los  padres  de  nues- 
tros cofrades,  porque  tenemos 
de  costumbre  de  hacer  decir  ca- 
da año  ciertas  misas  por  las  áni- 
mas de  nuestros  difuntos  y  bien- 
hechores, sacando  el  estupen- 
do ""  para  la  limosna  de  quien 
las  dice  de  alguna  parte  de  lo 
que  se  garbea,  y  estas  tales  mi- 
sas así  dichas  como  pagadas 
dicen  que  aprovechan  '''  á  las  ta- 
les ánimas  por  vía  de  naufra- 
gio; y  caen  debajo,  de  nuestros 


a)  mis  ordenanzas. 


aj  propios.  I  y  R. 
b)  que  aprovecha,  t. 


—  279  — 
bien  por  las  ánimas  de  mies-      bienhechores  ""  el    procurador 


tros  difuntos  y  bienhechores: 
por  Via  de  naufragio  se  dicen 
algunas  misas,  sacando  el  es- 
tupendio  de  lo  que  se  garbea; 
Y  los  bienhechores  son  el  pro- 
curador que  nos  defiende  y  sa- 
ca con  victoria;  el  corchete  ó 
engarrafador  que  nos  avisa 
cuando  la  justicia  nos  procu- 
ra; el  ayudante,  que  es  el  que 
cuando  ^  uno  de  nosotros  va 
huyendo  de  ella,  y  le  van  dan- 
do caza,  diciendo  á  voces  «al 
ladróny>,  se  pone  por  medio  y 
detiene  á  los  que  nos  siguen, 
diciendo:  «Dejadle  al  misera- 
ble, que  harta  malaventura  t»  se 
lleva. »  Son  también  bienhecho- 
res las  socorridas,  que  no  nos 
desamparan  en  las  cárceles  ni 
en  las  galeras;  y  con  todos  es- 
tos lo  son  nuestros  padres  y 
madres,  que  nos  echaron  al 
mundo;  por  todos  los  cuales 
hacemos  decir  cada  año  su 
adversario  en  cierto  hospital 
de  esta  ciudad,  con  la  mayor 
devoción  y  pompa  que  pode- 
mos. 


que  nos  defiende,  el  ^ro  que 
nos  avisa  "",  el  verdugo  que  nos 
tiene  lástima,  el  que  cuando  al- 
guno de  nosotros"  va  huyen- 
do por  la  calle  y  detrás  le  van 
dando  voces:  «Al  ladrón,  al  la- 
drón; deténganle,  deténganle», 
se  pone  ^  enmedio,  y  se  opone 
al  raudal  de  los  que  le  siguen, 
diciendo:  «Déjenle  al  cuitado, 
que  harta  malaventura  <=  lleva  ''^'; 
allá  se  lo  haya;  castigúele  su 
pecado^  '■".  Son  también  bienhe- 
choras nuestras  las  socorridas 
que  de  su  sudor  nos  socorren  ''^, 
así  (i  en  la  trena  como  en  las 
guras  ^'"'•,  y  también  lo  son  nues- 
tros padres  y  madres,  que  nos 
echan  al  mundo,  y  el  escribano, 
que,  si  anda  4e  buena  ^-',  no  hay 
delito  que  sea  culpa,  ni  culpa  á 
quien  *^  se  dé  mucha  pena;  y  por 
todos  estos  que  he  dicho  hace 
nuestra  hermandad  cada  año  su 

adversario  ',  con  la  mayor  po- 
pa y  soledad /  que  podemos. 


a)  que  es  cuando. 

b)  mala  ventura. 


a)  cuando  de  nosotros,  i. 

b)  uno  se  pone,  i  y  2. 

c)  mala  ventura.  1,2  y  R. 

d)  ansí.  I. 

c)  aniversario.  R. 
/J  solenidad.  i. 


280  — 


~  Por  cierto,  dijo  Rincone- 
te,  que  es  obra  digna  de  la  in- 
vención del  allisimo  y  profun- 
dísimo entendimiento  que 
hemos  oído  decir  que  vuesa 
merced  tiene.  Padres  tenemos 
por  ahora,  y  por  nosotros  no 
es  necesario  hacer  gasto  algu- 
no; andando  el  tiempo  podrá 
ser  llegue  á  nuestra  noticia 
que  son  muertos,  j'  entonces  la 
daremos  »  á  vuesa  merced,  pa- 
ra que  se  les  haga  ese  naufra- 
gio ó  tormenta  que  dice. 


—Por  cierto,  dijo  Rinconete 
(ya  confirmadoconestenombre), 
que  es  ohru  i\\<¿\m  del  altísimo  y 
profundísimo  injjenio  que  hemos 
oído  decir  que  vuesa  merced,  se- 
ñor Monipodio,  tiene.  Pero  nues- 
tros padres  aún  jíozan  de  la  vida; 
si  en  ella  les  alcanzáremos,  dare- 
mos lueíjo  noticia  á  esta  felicísi- 
ma yubojíada  -  confraternidad'^, 
para  que  por  sus  almas  se  les  ha- 
ga ese  naufraí^io  ó  tormenta,  rt 
ese  adversario  que  vuesa  merced 
dice  '■",  con  la  solenidad  y  pom- 


pa acostumbrada,  si  ya  no  es  que 
se  hace  mejor  con  popa  y  soledad,  como  también  apuntó  vuesa 
merced  en  sus  razones. 


—Haráse  sin  falta,  respon- 
dió Monipodio,  ó  no  quedará 
de  mi  pedazo.  Vén  acá.  Gan- 
choso (que  asi  se  llamaba  su 
guía):  ¿están  puestas  las  pos- 
tas por  esas  encrucijadas? 

—Sí,  dijo:  tres  centinelas 
están  avizorando,  y  no  hay  que 
tener  miedo  que  nos  cojan  de 
sobresalto. 

—  Volviendo  á  nuestro  pro- 
pósito, díganme  por  su  vida: 
¿á  qué  suerte  de  habilidad  se 
acomodan  más,  ó  qué  manera 


—Así  se  hará,  ó  no  quedará 

de  mí  pedazo,  replicó  Monipodio. 

Y  llamando  á  la  guía,  le  dijo: 

—Vén  acá,  Ganchudo:  ¿están 

puestas  las  postas? 

—Sí,  dijo  la  guía,  que  Gan- 
chuelo  era  su  nombre:  tres  cen- 
tinelas quedan  avizorando  y  no 
hay  que  temer  que  nos  cojan  de 
sobresalto. 

—Volviendo,  pues,  á  nuestro 
propósito,  dijo  Monipodio,  que- 
rría saber,  hijos,  lo  que  sabéis, 
para  daros  el  oficio  y  ejercicio 


a)  le  daremos. 


itj  abonada.  K. 


-  281  — 
de  ejercicio  quieren  tomar,  y 
qué  ocupación  saben  de  más 
provecho?  que  después  yo  les 
diré  lo  que  más  les  conviene. 

—  Yo,  dijo  Rinconete,  sé  un 
poquito  de  floreo  del  Vil  han  a, 

—¿Qué  flores,  dijo  Monipo- 
dio, sabéis  en  el  naipe? 

—Sé  un  poco  del  retén  y  ten- 
go buena  vista  para  el  humillo 
y  el  lápiz  ^,  y  no  se  me  despa- 
recen las  cuatro  ni  las  ocho, 
respondió  Rinconete. 


conforme  á  vuestra  inclinación  y 
habilidad. 


—Yo,  respondió  Rinconete, 
sé  un  poquito  de  floreo  de  Vil- 
hán  «;  entiéndesemeel  retén; 
tengo  buena  vista  para  el  humi- 
llo; juego  bien  de  la  sola,  de  las 
cuatro  y  de  las  ocho;  no  se  me 
va  por  pies  el  raspadillo,  verru- 
gueta*^ y  el  colmillo;  entróme  por 
la  boca  de  lobo  como  por  mi  ca- 
sa, y  atreveríame  á  hacer  un  ter- 
cio de  chanza  mejor  que  un  tercio  de  Ñapóles,  y  á  dar  un  astillazo 
al  más  pintado  mejor  que  dos  reales  prestados  *'^. 

—Principios  son,  dijo  Moni-  —Principios  son,  dijo  Moni- 

podio;  mas  todas  ésas  son  fio-      podio;  pero  todas  ésas  son  flo- 


rea viejas,  que  ya  no  hay  sa- 
cristán que  no  las  sepa;  pero 
andará  el  tiempo  y  veremos  las 
manos  que  tenéis;  que  no  fal- 
tará en  qué  ocuparlas.  ¿  Y  vos, 
Cortadillo,  qué  sabéis? 


res  de  cantueso  viejas  '**,  y  tan 
usadas,  que  no  hay  principiante 
que  no  las  sepa,  y  sólo  sirven 
para  alguno  que  sea  tan  blanco, 
que  se  deje  matar  de  media  noche 
abajo  *^;  pero  andará  el  tiempo, 


y  vernos  hemos  <^  '■";  que  asen- 
tando sobre  ese  fundamento  media  docena  de  liciones,  yo  espero 
en  Dios  que  habéis  de  salir  oficial  famoso,  y  aun  quizá  maestro. 

—Todo  será  '^  para  servir  á  vuesa  merced  y  á  los  señores  cofra- 
des, respondió  Rinconete. 

—Y  vos.  Cortadillo,  ¿qué  sabéis?  preguntó  Monipodio. 

—  Yo,  señor,  respondió  Cor-  — Yo,  respondió  Cortadillo, 

tado,  sé  la  treta  que  dicen  c  me-      sé  la  treta  que  dicen  mete  dos  y 


a)  bilhan. 

b)  del  lápiz. 

c)  sé  laque  dicen. 


a)  vilhan.  i;  viUan.  2  y  R. 

b)  ierru¿ueta,  1 ,  2  y  R. 
cj  vernoshemos.  1  y  2. 
d)  Todo  se  hará.  R. 


19 


—  282  - 
te  dos  }'  saca  cinco,  y  sé  dar 
tiento  á  una  faldriquera  al  mis- 
mo diablo. 

—Bueno,  vive  Cristo,  dijo 
Monipodio.  Y  en  esto  del  áni- 
mo, ¿cómo  les  va  á  entrambos? 

—¿Qué  es  lo  del  ánimo?  res- 
pondió Rinconete. 


saca  cinco  "'  y  sé  dar  tiento  á 
una  faldriquera  con  mucha  pun- 
tualidad y  destreza. 

—¿Sabéis  más?  dijo  Monipo- 
dio. 

—No,  por  mis  grandes  peca- 
dos, respondió  Cortadillo. 

—No  os  aflijáis,  hijo,  replicó 


Monipodio;  que  á  puerto  y  á  es- 
cuela habéis  llegado  donde  ni  os  anegaréis,  ni  dejaréis  de  salir  tnuy 
bien  aprovechado  en  todo  aquello  que  más  os  conviniere.  Y  en  esto 
del  ánimo,  ¿cómo  os  va,  hijos? 

—¿Cómo  nos  ha  de  ir,  respondió  Rinconete,  sino  muy  bien? 
Ánimo  tenemos  para  acometer  «  cualquier  <*  empresa  de  las  que  to- 
caren á  nuestro  arte  y  ejercicio. 


—Lo  del  ánimo,  replicó  Mo- 
nipodio, si  se  hallan  con  dis- 
posición p  fuerzas  para  si  fue- 
se necesario  .sufrir  media  do- 
cena de  ansias,  y  de  acometer 
de  noche  á  una  fantasma. 


—  Ya  sabemos  qué  son  an- 
sias, dijo  Cortadillo,  y,  poco 
más  ó  menos,  qué  es  acometer 
fantasmas  de  noche:  es  querer 
decir  si  tendremos  ánimo  para 
quitar  alguna  capa,  ó  embestir 
alguna  casa. 


—Está  bien,  replicó  Monipo- 
dio; pero  querría  yo  que  también 
le  tuviésedes  para  sufrir,  si  fue- 
se menester,  media  docena  de 
ansias,  si  la  suerte  os  llegase  á 
estado  deso,  sin  desplegar  ^  los 
labios  y  sin  decir  «esta  boca  es 
mía». 

—Ya  sabemos  aquí,  dijo  Cor- 
tadillo, señor  Monipodio,  qué 
quiere  decir  ansias,  y  para  todo 
tenemos  ánimo;  porque  no  so- 
mos tan  ignorantes  que  no  se 
nos  alcance  que  lo  que  dice  la 
lengua  paga  la  gorja'*;  y  harta 
merced  le  hace  el  Cielo  al  hom- 
bre atrevido,  por  no  darle  otro  título,  que  le  deja  en  su  lengua  su 


aj  para  cometer.  2. 

l>)  cualquiera.  1. 

c)  de  ansias,  sin  desplegar,  i  y  R. 


-  ^3 


vida  ó  su  muerte.  ¡Como  si  tuviese 

—Rebueno,  vive  el  cielo,  dijo 
Monipodio. 

Y  haciendo  del  ojo  á  uno  de 
los  bravos,  se  llegó  uno  de 
ellos  á  Rinconete  p,  cogiéndolo 
descuidado,  le  dio  un  gran  bo- 
fetón enmedio  del  rostro;  y  no 
lo  hubo  bien  dado  cuando, 
echando  mano  al  de  cachas,  y 
Cortadillo  á  su  espada,  me- 
dia ^,  ó  terciado,  arremetieron 
al  bravo  con  tal  denuedo,  que 
si  el  otro  no  se  metiera  de  por 
medio,  lo  mataran;  lo  cual  hi- 
cieron con  tal  presteza  y  áni- 
mo, mostrando  tanta  cólera  y 
orgullo,  que  todos  quedaron 
admirados.  Ni  todos  bastaban 
á  detenellos  y  apacigúanos,  ni 
bastaran  otros  tantos,  si  Moni- 
podio no  les  dijera: 

—Teneos,  hijo  Rinconete, 
que  con  ese  bofetón  quedáis 
armado  caballero,  y  os  habéis 
ahorrado  seis  meses  de  novi- 
ciado; porque  con  el  ánimo 
que  habéis  mostrado,  os  dipu- 
to, señalo  y  consagro  á  en- 
trambos para  que  podáis  co- 
municar desde  luego  con  los 


"  más  letras  un  no  que  un  sí!  *^' 
—Alto;  no  es  menester  más, 
dijo  á  esta  sazón  Monipodio:  di- 
go que  sola  esa  razón  me  con- 
vence, me  obliga,  me  persuade 
y  me  fuerza  á  que  desde  luego 
asentéis  por  cofrades  mayores, 
y  que  se  os  sobrelleve  el  año  de 
noviciado  ^. 

—Yo  soy  dése  parecer,  dijo 
uno  de  los  bravos. 

Y  á  una  voz  lo  confirmaron 
todos  los  presentes,  que  toda  la 
plática  habían  estado  escuchan- 
do, y  pidieron  á  Monipodio  que 
desde  luego  les  concedí  esey  per- 
mitiese gozar  de  las  inmunida- 
des de  su  cofradía,  porque  su 
presencia  agradable  y  su  buena 
plática  lo  merecía  **'  todo.  Él  res- 
pondió que  por  dalles  ^  conten- 
to á  todos,  desde  aquel  punto 
se  las  concedía,  advirtiéndo-  1^4^ 
les  '^  que  las  estimasen  en  mu- 
cho, porque  eran  no  pagar  media 
nata  "^  del  primer  hurto  que  hi- 
ciesen; no  hacer  oficios  menores 
en  todo  aquel  año,  conviene  á 
saber:  no  llevar  recaudo  de  nin- 
gún hermano  mayor  á  la  cárcel 
ni  á  la  casa  "^,  de  parte  de  sus 


e)  á  su  espada  media. 


nj  su  muerte,  como  si  tuviese,  i,  a  y  R. 

6J  rfí/ noviciado,  i. 

cj  darles.  2  yR. 

dj  y  advirtiéndoles,  i  y  2. 


—  284  — 


contribuyentes;  piar  el  turco  pu- 
ro "';  hacer  banquete  cuando, 
como  y  adonde  "  quisieren,  sin 
pedir  Ucencia  á  su  mayoral;  en- 
trar á  la  parte  desde  luego  con 
lo  que  entrujasen  ""  los  herma- 
nos mayores,  como  uno  dellos, 
y  otras  cosas  que  ellos  tuvieron 
por  merced  señaladísima,  y  las 
demás  *,  con  palabras  muy  co- 
medidas y  corteses  las  agrade- 
cieron y  tuvieron  en  mucho  f. 


matasietes  y  asesinos  de  nues- 
tra cofradía,  que  es  e¡ primero 
previlegio,  y  entrar  en  ¡o  gui- 
sado *'  con  todo  género  de  ar- 
mas; Y  tener  vaca  en  la  de/te- 
sa ^^  y  á  los  tres  meses  usar 
de  la  ganancia  *^,  y  á  los  seis 
meses  no  pagar  media  nata  ", 
sino  sólo  la  tercera  parte  de 
los  f rucios;  y  sentaros  á  ¡a 
mesa  redonda,  y  desde  luego 
piar  el  turco  ^  in  puribus;  pre- 
vilegios  y  gracias  no  concedi- 
dos <^  sino  á  hombres  de  pelo  en  pecho,  valerosos  y  desansia- 
dos, corrientes  y  molientes  por  todos  los  sobresaltos  y  vaivenes 
de  nuestro  oficio;  porque  veáis,  hijos,  cuánto  os  ha  valido  el 
ánimo  que  habéis  mostrado  en  esta  ocasión,  acometiendo  al 
señor  Chiquiznaque,  que  es  de  los  más  valerosos  y  esforzados 
de  nuestra  orden. 

—Como  eso  sea,  yo  me  allano,  respondió  Rinconete;  pero 
si  fuera  por  otra  guisa,  aunque  mozo  y  sin  barbas,  yo  se  las 
quitara  al  mismo  Satanás  pelo  á  pelo,  en  mi  venganza  y  satis- 
facción. 

—  Vive  el  Dador  ^,  que  eres  milagroso,  dijo  el  bravo  Chiquiz- 
naque; daca,  mocito,  la  mano  y  tenme  de  aquí  adelante  por  tu 
favorecedor;  que  lo  haré,  vive  Roque  ^°,  con  muchas  veras. 

Y  dándole  la  mano,  lo  abrazó,  haciendo  lo  mismo  todos  los 
de  la  junta  á  los  nuevos  cofrades. 

Estando  en  esto,  entró  un  Estando  en  esto,   entró  un 

muchacho  corriendo  y  desalen-     muchacho  corriendo  y  desalen- 
tado,  diciendo:  tado,  ydijo: 

—Señor,  el  alguacil  de  los  —El  alguacil  de  los  vagabun- 


a)  medianata. 

b)  para  el  trueco. 

c)  concedidas, 

d)  dador. 


a)  como,  cuando  y  adonde.  2, 
bj  lo  demás,  i  y  2. 

c)  muy  comedidas  las  agradecieran  mu- 
cho. I. 


285  — 


vagabundos »  viene  encamina- 
do á  esta  casa;  pero  no  trae 
consigo  gurullada  ^  de  corche- 
tes, como  suele. 

—  Nadie  se  alborote,  dijo 
Monipodio;  que  él  es  mi  amigo 
y  nunca  viene  por  nuestro  da- 
ño. Sosiégúense,  que  yo  le  sal- 
dré á  hablar. 

Todos  se  sosegaron,  que 
estaban  algo  alborotados,  y 
Monipodio  salió  á  la  puerta, 
donde  ya  estaba  el  alguacil, 
con  quien  estuvo  hablando  un 
rato;  y  luego  entró  Monipodio 
y  dijo: 

—¿Á  quién  le  cupo  hoy  la 
plaza  de  Sant  Salvador? 

—Á  mi,  dijo  el  de  la  guía. 

—Pues  ¿cómo  no  se  me  ha 
manifestado  una  bolsilla  de 
ámbar  que  esta  mañana  se  le 
tomó  en  aquel  paraje  á  un  sa- 
cristán, con  quince  escudos  de 
oro  y  dos  reales  de  á  dos,  y... 
cuartos  en  menudos? 

—  Verdad  es  que  hoy  faltó 
esa  bolsa  en  ese  lugar;  pero 
yo  no  la  tomé,  ni  puedo  imagi- 
nar quién  la  tomó. 

—  No  hay  levas  para  conmi- 
go, replicó  Monipodio:  la  bolsa 


dos  "  viene  encaminado  á  esta 
casa;  pero  no  trae  consigo  guru- 
llada ■'''.      cv. x^cv:  £-> 

—Nadie  se  alborote  ni  inquie- 
te, dijo  á  esta  sazón  Monipo- 
dio ^\  que  es  amigo  y  nunca  viene 
por  nuestro  daño.  Sosiégúense, 
que  yo  le  saldré  á  hablar. 

Todos  se  sosegaron,  que  ya 
estaban  algo  sobresaltados,  y 
Monipodio  salió  á  la  puerta, don- 
de halló  al  alguacil,  con  el  cual 
estuvo  hablando  un  rato,  y  lue- 
go volvió  á  entrar  Monipodio,  y 
preguntó: 

— ¿Á  quién  le  cupo  hoy  la 
plaza  de  San  Salvador? 

— Á  mí,  dijo  el  de  la  guía. 

— Pues  ¿cómo,  dijo  Monipo- 
dio, no  se  me  ha  manifestado  una 
bolsilla  de  ámbar  que  esta  ma- 
ñana en  aquel  mismo  paraje  '" 
dio  al  traste,  con  quince  escudos 
de  oro  y  dos  reales  de  á  dos  y. 
no  sé  cuántos  cuartos? 

—Verdad  es,  dijo  la  guía,  que 
hoy  faltó  esa  bolsa;  pero  yo  no 
la  he  tomado,  ni  puedo  imaginar 
quién  la  tomase. 

—No  hay  levas  conmigo  '*^ 
replicó  Monipodio:  la  bolsa  ha 


a)  vabundos. 

b)  gruUada. 


a)  vagamundos.  R. 

b)  Nadie  se  alborote,  dijo  Monipodio,  i. 

c)  en  aquel  paraje,  i. 


-^- 


ha  de  parecer,  porque  lo  pide 
el  alguacil  de  los  vagabundos, 
que  es  amigo  y  nos  hace  mil 
placeres  al  año. 

Tornó  á  jurar  el  mozo  que 
no  sabia  de  la  dicha  bolsa,  y 
comenzóse  á  encolerizar  ■  Mo- 
nipodio de  suerte,  que  le  salia 
fuego  por  los  ojos,  diciendo: 

—Nadie  se  burle  con  que- 
brantar ningún  statuto  de 
nuestra  orden,  que  le  costará 
la  vida:  manifiéstese  el  hurto; 
Y  si  se  hace  la  cubierta  por  no 
pagar  los  derechos,  yo  le  daré 
enteramente  lo  que  le  toca,  y 
pondré  lo  demás  de  mi  casa, 
porque  en  todas  maneras  ha 
de  ser  contento  el  alguacil. 

Comenzóse  á  maldecir  el 
mozo,  Y  á  encolerizarse  *>  de 
nuevo  Monipodio,  y  á  escanda- 
lizarse todos  los  de  la  junta, 
pareciéndoles  mal  que  cosa  al- 
guna se  encubriesen,  siendo 
tan  contra  sus  statutos  y  leyes. 


Viendo  Rinconete  tanta  di- 
sensión Y  alboroto,  parescióle 
que  sería  bien  sosegalle  y  dar 


de  parecer,  porque  la  pide  el 
alguacil,  que  es  amigo  y  nos  ha- 
ce mil  placeres  al  año  '*^. 

Tornó  á  jurar  el  mozo  que  no 
sabía  della.  Comenzóse  á  enco- 
lerizar Monipodio  de  manera, 
que  parecía  que  fuego  vivo  lan- 
zaba por  los  ojos,  diciendo: 

—Nadie  se  burle  con  que- 
brantar la  más  mínima  cosa  de 
nuestra  orden,  que  le  costará  la 
vida:  manifiéstese  la  cica  '";  y  si 
se  encubre  por  no  pagar  los  de- 
rechos, yo  le  daré  enteramente 
lo  que  le  toca,  y  pondré  lo  demás 
de  mi  casa,  porque  en  todas  ma- 
neras ha  de  ir  contento  ei  algua- 
cil. 

Tornó  de  nuevo  á  jurar  el 
mozo  y  á  maldecirse  «,  diciendo 
que  él  no  había  tomado  tal  bolsa 
ni  vístola  de  sus  ojos;  todo  lo 
cual  fué  poner  más  fuego  á  la 
cólera  de  Monipodio  y  dar  oca- 
sión á  que  toda  la  junta  se  albo- 
rotase, viendo  que  se  rompían 
sus  estatutos  y  buenas  ordenan- 
zas. 

Viendo  Rinconete,  pues,  tan- 
ta disensión  y  alboroto,  pareció- 
le que  sería  bien  sosegalle  '•  y 


a)  encolorizgr. 

b)  tncolorisarte. 


a)  y  maldecirse,  a. 

b)  sosegarle.  2  y  R. 


287  - 


contento  á  su  mayor,  y,  acon- 
sejándose con  Cortadillo,  sacó 
la  bolsa  del  sacristán  y  dijo: 


—Cese  toda  quistión;  que 
ésta  es  la  bolsa  sin  faltarle 
nada  de  todo  aquello  que  el 
alguacil  dice:  mi  compañero 
Cortadillo  le  dio  alcance,  con 
un  pañizuelo  por  añadidura. 

Y  luego  Cortadillo  sacó  el 
pañizuelo  y  lo  puso  de  mani- 
fiesto. La  alegría  fué  general, 
como  había  sido  el  pesar.  Vien- 
do la  bolsa  y  el  pañizuelo  Mo- 
nipodio, dijo: 

—Con  el  pañizuelo  se  puede 
quedar  el  buen  Cortadillo;  la 
bolsa  llevará,  el  alguacil,  y 
quédese  á  mi  cuenta  la  satis- 
facción de  esta  liberalidad, 
pues  por  no  estar  aún  asenta- 
do en  mi  lista  Cortadillo,  no 
estaba  obligado  á  esta  mani- 
festación, y  por  recompensa 
confirmo  de  nuevo  los  previle- 
gios  dados  y  añado  que  en  los 
dos  meses  ios  haré  trabajar 
de  mayor  contía^^. 


dar  contento  á  su  mayor,  que  re- 
ventaba de  rabia,  y  aconsejándo- 
se con  su  amigo  Cortadillo,  con 
parecer  de  entrambos  sacó  la 
bolsa  del  sacristán  y  dijo: 

—Cese  toda  cuestión,  mis  se- 
ñores; que  ésta  es  la  bolsa,  sin 
faltarle  nada  de  lo  que  el  algua- 
cil manifiesta;  que  hoy  mi  cama- 
rada  Cortadillo  le  dio  alcance, 
con  un  pañuelo  que  al  mismo 
dueño  se  le  quitó  por  añadidura. 

Luego  sacó  Cortadillo  el  pa- 
ñizuelo y  lo  puso  "  de  manifies- 
to, viendo  lo  cual  Monipodio, 
dijo: 


—Cortadillo  el  Bueno  (que 
con  este  título  y  renombre  se  ha 
de  quedar  ^  de  aquí  adelante)  se 
quede  con  el  pañuelo,  y  á  m¡ 
cuenta  se  quede  <^  la  satisfacción 
deste  servicio;  y  la  bolsa  se  ha 
de  llevar  el  alguacil;  que  es  de 
un  sacristán  pariente  suyo,  y 
conviene  que  se  cumpla  aquel  re- 
frán que  dice:  «No  es  mucho  que 
á  quien  te  da  la  gallina  entera  tú 
le  des ''una  pierna  della»  '■•*.  Más 
disimula  este  buen  alguacil  en 


un  día  que  nosotros  le  podemos  ni  solemos  dar  en  ciento. 


aj  le  puso.  R. 

bj  y  renombre  ha  de  quedar,  i  y  R. 

cj   se  queda.  R. 

d)  tü  des.  i;  tü  le  des  tú.  2;  le  des  tú.  R. 


—  288  - 

Todos  se  lo  agradescieron,  De  común  consenti mi ento 

diciendo  que  tenía  mucha  ra-  aprobaron  todos  la  hidalguía  de 
zón  Y  Que  el  novicio  era  mere-  los  dos  modernos  y  la  sentencia 
cedor  de  aquella  gracia,  con-  y  parecer  "'  de  su  mayoral,  el 
cedida  á  pocos.  cual  salió  á  dar  la  bolsa  al  algua- 

cil, y  Cortadillo  se  quedó  confir- 
mado con  el  renombre  de  Bueno,  bien  como  si  fuera  D.  Alonso 
Pérez  de  Guznián  el  Bueno,  que  arrojó  el  cuchillo  por  los  muros 
de  Tarifa  para  degollar  á  su  único  hijo  "". 

Salió  Monipodio  á  dar  la  Al  volver  que  volvió  Moni- 

bolsa  al  alguacil,  y  al  volverse,      podio  «  "",  entraron  con  él  dos 
entraron  con  el  dos  mozas  de      mozas,  afeitados  los  rostros  "••, 
buen  parecer,  trabajadoras  '*,      llenos  de  color  los  labios  y  de 
aunque  muy  afeitadas  y  llenos     albayaldc  los  pechos,  cubiertas  "^1 
de  color  los  labios,  y  en  su  deS'     con  medios  mantos  de  anasco- 


enfado  y  talle  luego  conoscie- 
ron  Rinconete  y  Cortadillo  que 
eran  de  la  casallana,como  era 
la  verdad;  y  asi  como  vieron  á 
los  bravos  Chiquinazque  y  su 
compañero  se  fueron  ú  ellos 
con  los  brazos  abiertos;  el 
cual  compañero  se  llamaba 
Mani ferro,  el  cu  al,  por  haberle 
cortado  por  justicia  la  mano, 
se  servia  de  una  de  hierro,  de 
donde  se  derivaba  su  nombre. 
Ellos  las  abrazaron  con  gran 
regocijo  y  las  preguntaron  si 
traían  algo  con  que  remojar 
la  canal  maestra. 

—Pues  ¿había  de  faltar? 


te  '•■'*,  llenas  de  desenfado  y  des- 
vergüenza: señales  claras  por 
donde,  en  viéndolas  Rinconete  y 
Cortadillo,  conocieron  que  eran 
de  la  casa  llana  '",  y  no  se  enga- 
ñaron en  nada;  y  así  como  en- 
traron se  fueron  con  los  brazos 
abiertos,  la  una  á  Chiquinazque 
y  la  otra  á  Maniferro,  que  éstos 
eran  los  nombres  de  los  dos  bra- 
vos, y  el  de  Maniferro  era  por- 
que traía  una  mano  de  hierro  en 
lugar  de  otra  que  le  habían  cor- 
tado por  justicia.  Ellos  las  abra- 
zaron con  grande  regocijo,  y  les 
preguntaron  si  traían  algo  con 
que  mojar  la  canal  maestra. 
—Pues  ¿había  de  faltar,  dies- 

aj  Al  volver,  que  volvió  Monipodio,  i, 
2  y  R. 


—  289  - 
respondió  la  una,  que  se  lla- 
maba la  Gananciosa.  No  tar- 
dará que  no  venga  Silb afilio 
con  la  coladera  atestada  ^^. 


I  Y  así  fué  verdad,  porque 
luego  entró  un  muchacho  con 
una  canasta  pequeña  de  colar, 
cubierta  con  media  sábana. 

Alegráronse  todos  con  la 
entrada  de  Silbato,  y  luego 
mandó  Monipodio  sacar  una 
estera  de  enea^  y  ten  del  I  a  en 
medio  del  patio,  y  ordenó  que 
todos  se  sentasen  á  la  redon- 
da, porque  en  cortando  la  có- 
lera se  tratase  de  lo  que  más 
conviniese.  Cuando  dijo  la  vie- 
ja que  rezó  á  la  imagen  ^''; 


—Hijo  Monipodio,  yo  no  es- 
toy para  fiestas,  porque  tengo 
un  vaguido  de  cabeza,  tres  días 
há,  que  me  trae  loca  de  ella; 
y  más,  que  tengo  de  ir  antes 
que  sea  medio  día  á  cumplir 
con  mis  devociones  y  poner  mis 
candelillas  á  Nuestra  Señora 
de  las  Aguas  y  al  Sancto  Cru- 
cifijo de  Sant  Agustín,  que  no 
lo  dejaré  de  hacer  aunque  tro- 


tro  mío?"'*,  respondió  la  una,  que 
se  llamaba  la  Gananciosa.  No 
tardará  mucho  á  venir  Silbatillo, 
tu  trainel  '",  con  la  canasta  de 
colar  atestada  de  lo  que  Dios  ha 
sido  servido. 

Y  así  fué  verdad,  porque  al 
instante  entró  un  muchacho  con 
una  canasta  de  colar  cubierta 
con  una  sábana. 

Alegráronse  todos  con  la  en- 
trada de  Silbato,  y  al  momento 
mandó  sacar  Monipodio  una  de 
las  esteras  de  enea  que  estaban 
en  el  aposento,  y  tenderla  en 
medio  del  patio.  Y  ordenó  asi- 
mismo que  todos  se  sentasen  á 
la  redonda,  porque  en  cortando 
la  cólera  ''"^  se  trataría  de  lo  que 
más  conviniese.  A  esto  dijo  la 
vieja  que  había  rezado  á  la  ima- 
gen: 

—Hijo  Monipodio,  yo  no  es- 
toy para  fiestas,  porque  tengo 
un  vaguido  de  cabeza,  dos  días 
há,  que  me  trae  loca;  y  más,  que 
antes  que  sea  medio  día  tengo 
de  ir  á  cumplir  mis  devociones  y 
poner  mis  candelicas  á  Nuestra 
Señora  de  las  Aguas  '^*  y  al  San- 
to Crucifijo  de  Santo  Agustín  '"•"', 
que  no  lo  dejaría  de  hacer  si  ne- 
vase y  ventiscase.  A  lo  que  he 


a^  de  nea. 


19* 


nase  y  ventease.  A  lo  que  venia 
es  á  deciros  que  anoche  lleva- 
ron á  mi  casa  los  dos  herma- 
nos nuestros  el  Renegado  y  el 
Cientopies,  una  canasta  de  co- 
lar atestada  de  ropa  blanca,  y 
en  Dios  p  en  mi  consciencia  que 
venía  con  su  cernada  y  todo, 
que  los  pobretes  no  tuvieron  lu- 
gar de  vacialla;por  señas,  que 
venían  sudando  la  gota  tan 
gorda  con  el  peso,  que  era  la 
mayor  compasión  del  mundo. 
Dijéronme  que  iban  en  segui- 
miento de  un  labrador  que  ha- 
bía pesado  unos  carneros  •'^,  y 
querían  ver  si  le  podían  dar  un 
tiento  en  un  zurrón  de  reales 
que  llevaba.  No  contaron  la 
ropa,  fiados  en  la  entereza  y 
rectitud  de  mi  consciencia;  y 
así  Dios  cumpla  mis  buenos 
deseos  y  nos  libre  á  todos  de 
poder  de  justicia,  que  no  he 
tocado  á  la  canasta,  y  que  se 
está  entera  como  su  madre  la 
parió. 

—Está  bien,  señora  madre, 
dijo  Monipodio;  estése  así  la 
canasta;  que  yo  iré  á  boca  de 
sorna  y  haré  cala  y  cata  de  lo 
que  tiene  ^^',  y  daré  á  cada  uno 


-  290  - 

venido  es  que  anoche  el  Renega- 
do y  Centopiés  llevaron  á  mi  ca- 
sa una  canasta  de  colar  '••",  algo 
mayor  que  la  presente,  llena  de 
ropa  blanca,  y  en  Dios  y  en  mi 
ánima  que  venía  con  su  cernada 
y  todo,  que  los  pobretes  no  de- 
bieron de  tener  lugar  /le  quita- 
lia  «»,  y  venían  sudando  la  gota 
tan  gorda,  que  era  una  compa- 
sión verlos  entrar  ijadeando-^  '•• 
y  corriendo  agua  de  sus  ros- 
tros "*,  que  parecían  unos  angé- 
licos. Dijéronme  que  iban  en 
seguimiento  de  un  ganadero  que 
había  pesado  ciertos  carneros  en 
la  carnicería,  por  ver  si  le  podían 
dar  un  tiento  en  un  grandísimo 
gato  de  reales^*"  que  llevaba.  No 
desembanastaron  ni  contaron  la 
ropa,  fiados  en  la  entereza  de 
mi  conciencia;  y  así  me  cumpla 
Dios  mis  buenos  deseos  y  nos  li- 
bre á  todos  de  poder  de  justicia, 
que  no  he  tocado  á  la  canasta  <^, 
y  que  se  está  tan  entera  como 
cuando  nació**. 

—Todo  se  le  cree,  señora  ma- 
dre, respondió  Monipodio,  y  es- 
tése así  la  canasta;  que  yo  iré 
allá  á  boca  de  sorna  *"'  y  haré 
cala  y  cata  de  todo  lo  que  ti  ene  '^^ 


aj  de  quitarUi.  2  y  R. 

b)  hijadeantlo.  i  y  2. 

c)  tocado  la  canasta.  K. 
dj  de  lo  que  tiene.  1  y  R. 


-  291  ^ 
lo  que  le  tocare,  bien  y  fielmen-      y  daré  á  cada  uno  lo  que  le  tocá- 


íe,  como  íen^o  de  costumbre. 

—Sea  como  vos  mandardes, 
hijo,  respondió  la  vieja;  y  por- 
que se  me  hace  tarde,  dadme 
un  traguillo  para  consolar  este 
estómago,  que  tan  desmayado 
anda  de  contino. 

—  Y ¡qué  tallo  beberéis,  ma- 
dre!, dijo  la  Esc  al  anta,  que  así 
se  llamaba  su  compañera  de 
la  Gananciosa  3'. 

Y  descubriendo  la  canasta, 
páreselo  un  medio  cuero  de 
hasta  dos  arrobas,  cuasi  lleno, 
y  un  corcho  que  podía  caber  un 
azumbre;  y  llenándoselo,  se  lo 
pusieron  en  sus  manos  peca- 
doras á  la  devota  vieja,  la 
cual,  soplando  una  poquilla  de 
espuma,  dijo: 


—Muncho  echaste,  hija  mía; 
pero  Dios  dará  fuerzas  para 
todo. 

Y  poniéndoselo  á  la  boca, 
de  un  tirón,  sin  tomar  resue- 
llo, lo  trasegó  al  estómago. 
Cuando  acabó  dijo: 

—De  Cazalla  es,  y  aun  tiene 


re,  bien  y  fielmente,  como  tengo 
de  costumbre. 

—Sea,  como  vos  lo  ordenáre- 
des,  hijo,  respondió  la  vieja;  y 
porque  se  me  hace  tarde,  dadme 
un  traguillo,  si  tenéis,  para  con- 
solar este  estómago,  que  tan  des- 
mayado anda  de  contino  «. 

—Y  ¡qué  tal  lo  beberéis,  ma- 
dre mía!,  dijo  á  esta  sazón  la  Es- 
calanta,  que  así  se  llamaba  la 
compañera  de  la  Gananciosa. 

Y  descubriendo  la  canasta, 
se  manifestó  una  bota,  á  modo 
de  cuero,  con  hasta  dos  arrobas 
de  vino,  y  un  corcho  que  podría 
caber  ^"^  sosegadamente  y  sin 
apremio  hasta  una  azumbre;  y 
llenándole  ¿  la  Escalanta,  se  le 
puso  en  las  manos  á  la  devotísi- 
ma vieja,  la  cual,  tomándole  con 
ambas  manos  y  habiéndole  so- 
plado un  poco  de  espuma,  dijo: 

—Mucho  echaste,  hija  Esca- 
lanta; pero  Dios  dará  fuerzas 
para  todo. 

Y  aplicándosele  á  los  labios, 
de  un  tirón  y  sin  tomar  ^  aliento 
lo  trasegó  del  corcho  al  estóma- 
go **"  y  acabó  diciendo: 

— DeGuadalcanal  es  "*,  y  aun 


mas). 


aj  este  estomago,  a  y  R;  (y  íalta  lo  de- 

■)■ 

b)  llevándole.  R. 
cj  tirón,  sin  tomar,  t , 


~2^  - 

Sus  polvillos  de  yeso  •  el  seño-     tiene  un  es  no  es  de  yeso  el  se* 


rito.  Dios  le  consuele,  hija,  que 
así  me  has  consolado;  sino  que 
temo  que  me  ha  de  hacer 
mal  b,  por  no  haberme  desayu- 
nado. 

—No  hará,  madre,  replicó 
Monipodio,  porque  es  bueno  y 
trasañejo,  á  lo  queparesce. 

—Asi  espero  yo  en  la  Vir- 
gen, hijos  míos,  dijo  la  vieja. 
Mirad,  niñas,  si  tenéis  algún 
cuarto  para  comprar  las  can- 
delicas  de  mi  devoción;  que  en 
verdad  que  se  me  olvidó  la  es- 
carcela en  casa,  con  la  priesa 
que  tuve  de  venir  á  dar  las 
buenas  nuevas  de  la  canasta. 

—Sí  tengo,  señora  Pipota, 
que  así  se  llamaba  la  vieja,  di- 
jo una  de  las  mozas;  tome;  vea 
ahí  c  dos  cuartos  *,  uno  para 
sus  candelas,  y  otro  para  que 
compre  otras  dos  y  se  las  pon- 
ga ú  Sant  Miguel  y  al  señor 
Sant  Blas,  que  son  mis  aboga- 
dos; quisiera  que  pusiera  otra 
á  la  señora  Sancta  Lucía,  abo- 
gada de  los  ojos;  no  tengo  tro- 
cado sino  es  un  real  sencillo; 
mas  otro  día  le  daré  aun  para 
dos  candelas. 


florico.  Dios  te  consuele,  hija, 
que  así  me  has  consolado;  sino 
que  temo  que  me  ha  de  hacer 
mal,  porque  no  me  he  desayu- 
nado. 

—No  hará,  madre,  respondió 
Monipodio,  porque  es  trasañe- 
jo-*". 

—Así  lo  espero  yo  en  aquella 
bendita  Virgen  ^  respondió  la 
vieja,  y  añadió:  Mirad,  niñas,  si 
tenéis  acaso  '  algún  cuarto  para 
comprar  las  candelicas  de  mi  de- 
voción; porque,  con  la  priesa  y 
gana  que  tenía  de  venir  á  traer 
las  nuevas  de  la  canasta,  se  me 
olvidó  en  casa  la  escarcela.   >/^■<-^ 

—Yo  sí  tengo,  señora  Pipota, 
(que  éste  era  el  nombre  de  la 
buena  vieja),  respondió  laQanan- 
ciosa;  tome:  ahí  le  doy  dos  cuar- 
tos; del  uno  le  ruego  que  compre 
una  para  mí  y  se  la  ponga  al  se- 
ñor San  Miguel;  y  si  puede  com- 
prar dos,  ponga  la  otra  al  señor 
San  Blas,  que  son  mis  aboga- 
dos *" .  Quisiera  que  pusiera  otra 
á  la  señora  Santa  Lucía,  que,  por 
lo  de  los  ojos,  también  la  tengo  '^ 
devoción;  pero  no  tengo  troca- 
do; mas  otro  día  habrá  donde  se 
cumpla  con  todos. 


a)  ácj'iesso. 

b)  que  ha  de  hacer  mal. 

c)  vea\ú. 


a)  trasanejo,  i  y  3. 

b)  en  la  Virgen,  i. 

c)  a  caso,  i  y  a. 

d)  le  tengo,  i. 


-  2^3  - 
■  Trueca,  hija, dijo  la  vieja;  —Muy  bien  harás,  hija;  y  mi- 

ra no  seas  miserable:  que  es  de 
mucha  importancia  llevar  la  per- 
sona las  candelas  delante  de  sí  "" 
antes  que  se  muera,  y  no  aguar- 
dar á  que  las  pongan  los  herede- 
ros ó  albaceas. 

—Bien  dice  la  madre  Pipota, 
dijo  la  Escalanta. 

Y,  echando  mano  á  la  bolsa, 
le  dio  otro  cuarto  y  le  encargó 
que  pusiese  otras  dos  candelicas 
á  los  santos  que  á  ella  le  pare- 
ciese *»  que  eran  de  los  más 
aprovechados  y  agradecidos. 

Con  esto,  se  fué  la  Pipota, 
diciéndoles: 

—Holgaos,  hijos,  ahora  que 
tenéis  tiempo;  que  vendrá  la  ve- 
jez y  lloraréis  en  ella  los  ratos 
que  perdistes  ^  en  la  mocedad, 
como  yo  los  lloro  "^,  y  encomen- 
dedme á  Dios  en  vuestras  ora- 
ciones; que  yo  voy  á  hacer  lo 
mismo  por  mí  y  por  vosotros,  porque  Él  nos  libre  y  conserve  en 
nuestro  trato  peligroso  sin  sobresaltos  de  justicia. 

Ida  la  vieja,  se  sentaron  ío-  Y  con  esto  se  fué.  Ida  la  vie- 

dos  al  rededor  de  la  estera  con      ja,  se  sentaron  todos  alrededor 


no  seas  miserable:  que  bueno 
es  llevar  las  personas  las  can- 
delas delante  de  si  antes  que 
se  mueran,  y  no  aguardar  que 
se  las  pongan  sus  herederos  y 
albaceas. 

—Bien  dice  la  señora  Pipo- 
ta, dijo  la  otra. 

y  echando  mano  á  la  bolsa, 
le  dio  otro  cuarto  y  le  encargó 
que  le  pusiese  otras  dos  cande- 
las á  los  santos  que  le  parecie- 
se á  ella  que  eran  más  agra- 
descidos. 

Con  lo  cual  se  fué  Pipota, 
diciéndoles: 

—Quedaos  á  Dios,  Hijos,  y 
encomendadme  en  vuestras 
oraciones;  que  yo  voy  á  hacer 
lo  mismo  por  todos,  para  que 
nos  conserve  sin  sobresalto  en 
estepeligroso  oficio. 


granderegocijo,  y  la  Ganancio- 
sa tendió  la  sábana  por  mante- 
les sobre  ella,  y  lo  primero  que 
sacó  de  la  canasta  fué  un  gran- 


de la  estera,  y  la  Gananciosa 
tendió  la  sábana  por  manteles,  y 
lo  primero  que  sacó  de  la  cesta 
fué  un  grande  haz  <:  de  rábanos 


«y  le  pareciesen,  i  y  a, 
ij  perdisteis.  R. 
cj  gran  haz.  R. 


-  294  - 


de  haz  de  rábanos  y  luef^o  una 
cazuela  llena  de  coles,  y  taja- 
das de  bacallao  frito;  luego 
sacó  medio  queso  de  Fl andes, 
con  una  olla  de  aceitunas  gor- 
dales,}' un  plato  de  camarones, 
con  seis  pimientos,  y  doce  li- 
mas verdes,  y  hasta  dos  doce- 
nas de  cangrejos,  y  cuatro  ho- 
gazas de  Gandul,  blancas  y 
tiernas;  todo  lo  cual  se  puso 
de  manifiesto.  Serían  los  cir- 
cunstantes hasta  catorce,  y 
ninguno  de  ellos  dejó  de  sacar 
su  cuchillo  de  cachas  amari- 
llas, sino  fué  Cortadillo, que  no 
tenia  sino  su  media  espada;  y 
también  lo  sacaron  los  dos  vie- 
jos de  bayeta.  Al  mozo  de  la 
guia  tocó  el  scanciar  con  el 
corcho  de  colmena.  Mas  ape- 
nas habían  comenzado,  cuan- 
do dieron  crueles  golpes  ú  la 
puerta^^,que  estaba  bien  atran- 
cada. Alborotáronse  todos; 
mandóles  Monipodio  que  se  so- 
segasen, y  levantándose,  entró 
en  la  sala  y  descolgó  un  bro- 


y  hasta  dos  docenas  de  naranjas 
y  limones,  y  luego  una  cazuela 
grande  llena  de  tajadas  de  baca- 
llao frito.  Manifestó  luego  me- 
dio queso  de  Flandes,  y  una  olla 
de  famosas  aceitunas,  y  un  plato 
de  camarones,  y  gran  cantidad 
de  cangrejos,  con  su  llamativo 
de  alcaparrones  '"',  ahogados  en 
pimientos'^,  y  tres  hogazas  blan- 
quísimas de  Gandul  '".  Serían 
los  del  almuerzo  hasta  catorce, 
y  ninguno  dellos  dejó  de  sacar 
su  cuchillo  de  cachas  amarillas, 
sino  fué  Rinconete,  que  sacó  su 
media  espada.  Á  los  dos  viejos 
de  bayeta  y  á  la  guía  tocó  el  es- 
canciar con  el  corcho  de  colme- 
na "^  Mas  apenas  habían  comen- 
zado á  dar  asalto  á  las  naranjas, 
cuando  les  dio  á  todos  gran  so- 
bresalto los  golpes  "^  que  dieron 
á  la  puerta.  Mandóles  Monipo- 
dio que  se  sosegasen  y,  entran- 
do en  la  sala  baja  y  descolgando 
un  broquel,  puesto  mano  á  la  es- 
pada, llegó  á  la  puerta,  y  con 
voz  hueca  y  espantosa  preguntó; 


quel,  y  puesta  la  mano  en  su  espada,  salió  á  la  puerta  á  ver 
quién  llamaba,  y  con  voz  hueca  y  espantosa  dijo: 

—¿Quién  llama  ahí?  —¿Quién  llama? 

Á  lo  cual  respondieron  de  Respondieron  de  fuera: 

fuera: 

—Yo  soy,  que  no  soy  nadie,  —Yo  soy,  que  no  es  nadie,  se- 

señor  Monipodio.  flor  Monipodio:  Tagarete  soy  "*, 


—  295  — 

—Digo,  ¿quién  sois? 

-  El  Tagarete  soy;  el  centi- 
nela, respondió  el  de  fuera, 
que  vengo  á  decir  que  viene 
aquí  Juliana  la  Cariharta, toda 
desgreñada  y  llorosa,  que  pa- 
rece haberle  sucedido  algún  gran  desastre,  ó  viene  á  darnos 
algunas  malas  nuevas. 


centinela  desta  mañana,  y  vengo 
á  decir  que  viene  aquí  Juliana  la 
Cariharta,  toda  desgreñada  y  llo- 
rosa, que  parece  haberle  sucedi- 
do algún  desastre. 


En  esto  llegó  la  dicha,  sollo- 
zando; y,  sintiéndola  Monipo- 
dio, abrió  la  puerta  y  mandó  á 
Tagarete  que  se  volviese  á  su 
posta,  y  que  de  allí  adelante, 
cuando  algo  hubiese,  avisase 
con  mepos  sob resalto ,  porque 
había  zozobrado  la  herman- 
dad. 

Abrió,  pues,  la  puerta  y  en- 
tró Juliana  Cariharta,  que  era 
una  moza  como  las  demás,  del 
común  oficio;  venia  desgreña- 
da, mesada,  llorosa,  y  la  cara 
llena  de  cardenales;  y,  así  co- 
mo entró  en  el  patio  se  tendió 
en  él  desmayada  y  hiriendo  de 
pies  y  manos  '"/  que  debía  de 
ser  enferma  de  corazón.  Acu- 
diéronle luego  las  dos  amigas 
y,  desabrochándola  el  pecho, 
la  hallaron  denegrida;  echá- 
ronle agua  en  el  rostro  y  apre- 
tándole el  dedo  del  corazón  ^', 
volvió  en  sí,  diciendo  á  voces: 

—Justicia  de  Dios  y  del  Rey 
venga  sobre  aquel  sentencia- 


En  esto,  llegó  la  que  decía, 
sollozando,  y,  sintiéndola  Moni- 
podio, abrió  la  puerta  y  mandó 
á  Tagarete  que  se  volviese  á  su 
posta,  y  que  de  allí  adelante  avi- 
sase lo  que  viese  con  menos  es- 
truendo y  ruido  '^"'.  Él  dijo  que 
así  lo  haría. 

Entró  la  Cariharta,  que  era 
una  moza  del  jaez  de  las  otras  y 
del  mismo  oficio;  venía  descabe- 
llada, y  la  cara  llena  de  tolondro- 
jTesi_y  así  como  entró  en  el  patio 
se  cayó  en  el  suelo  desmayada. 
Acudieron  á  socorrerla  la  Ga- 
nanciosa y  la  Escalanta,  y,  des- 
abrochándola el  pecho,  la  halla- 
ron toda  denegrida  y  como  ma- 
gullada. Echáronle  agua  en  el 
rostro,  y  ella  volvió  en  sí,  dicien- 
do á  voces: 


—La  justicia  de  Dios  y  del 
Rey  venga  sobre  aquel  ladrón  de- 


296 


do,  sobre  aquel  ladrón  desue- 
llacaras a,  sobre  aquel  virgen 
por  la  espada,  valiente  por  el 
pico,  ladrón  b a/ amanero,  pi- 
caro landroso,  lacayo  vil,  que 
lo  he  librado  más  veces  de  la 
horca  que  pelos  tiene  en  las 
barbas.  ¡Desdichada  de  mí, 
que  he  perdido  mi  mocedad  y 
la  flor  de  mi  vida,  por  sustentar 
un  tan  gran  bellaco  como  éste! 
—Sosiégate,  Juliana,  dijo 
Monipodio;  que  aqui  estoy  yo, 
que  te  haré  justicia.  Cuéntanos 
tu  agravio;  que  más  tardarás 
en  decille  que  en  ser  vengada. 
Dime  si  lo  has  habido  con  tu 
respeto  ^*;  que  si  quieres  ven- 
ganza del,  no  has  menester 
más  que  boqueallo. 

—¡Qué  respeto,  respondió 
Cariharta;  qué  respeto...!^ 
Que  respetada  me  vea  yo  en  los 
infiernos,  si  más  lo  fuere.  ¿Con 
aquel  desalmado  había  de  co- 
mer más  pan  á  manteles  <=,  ni 
yacer  en  beco  *'  con  hombre 
que  tal  me  ha  puesto?  <•  Comi- 
da me  vea  yo  de  malas  adivas 


suellacaras  '»""\  sobre  aquel  co- 
barde bajamanero  ''■■, sobre  aquel  • 
picaro  lendroso,  que  le  he  quita- 
do más  veces  de  la  horca  que 
tiene  pelos  en  las  barbas.  ¡Des- 
dichada de  mí!  Mirad  <*  por  quién 
he  perdido  y  gastado  mi  moce- 
dad y  la  flor  de  mis  años,  sino 
por  un  bellaco  desalmado,  faci- 
noroso  é  incorregible. 

—Sosiégate,  Cariharta,  dijo 
á  esta  sazón  Monipodio;  que 
aquí  estoy  yo,  que  te  haré  justi- 
cia. Cuéntanos  tu  agravio;  que 
más  estarás  tú  en  contarle  que 
yo  en  hacerte  vengada.  Dime  si 
has  habido  algo  con  tu  respe- 
to f  '^;  que  si  así  es  y  quieres 
venganza,  no  has  menester  más 
que  boquear. 

—¡Qué  respeto!  <'  respondió 
Juliana.  Respetada  *  me  vea  yo 
en  los  infiernos,  si  más  lo  fuere 
de  aquel  león  con  las  ovejas /y 
cordero  con  los  hombres.  ¿Con 
aquél  había  yo  de  comer  más  pan 
á  manteles  ni  yacer  en  uno?  '■", 
Primero  me  vea  yo  comida  de 
adivas  estas  carnes  '**,  que  me 


a)  ladrón,  desuella  caras. 

b)  Que  respeto,  respondió  Cariharta,  que 
respeto. 

c)  en  manteles. 

d)  ( Toda  la  pregunta  admirada,  y  ho 
interrogada.) 


a)  desuella  caras,  i  y  2. 

b)  Desdichada  de  mí,  mirad,  i,  a  y  K. 

c)  respecto,  i. 

d)  respecto?  i. 

e)  respectada,  i. 

/)  león  con  ovejas.  2. 


-  297  - 

ó  harpías  ^,  si  tal  comiere  ni     ha  parado  de  la  manera  que  aho- 
tal  yaciere.  Mirad,  señores,      ra  veréis. 
cuál  me  ha  parado  aquel  ladrón  del  Repulido;  aquel  que  me 
debe  más  á  mi  que  á  la  madre  que  lo  parió. 

Y  diciendo  esto,  se  descu-  Y  alzándose  «  al  instante  las 

brió  hasta  los  muslos,  que  te-      faldas  hasta  la  rodilla,  y  aun  un 


nía  llenos  de  cardenales  y  azo- 
tes, que  era  compasión  mi- 
ralla. 

—  Y  ¿por  qué  pensáis,  seño- 
res, que  me  paró  ^  tal?  Porque 
estando  jugando,  me  envió  á 
pedir  treinta  reales  con  Cule- 
brilla, su  trainel,  y  no  le  envié 
más  de  veintidós,  que  la  noche 
antes  había  ganado  con  el  ma- 
yor y  más  insufrible  trabajo 
del  mundo,  porque  vino  á  mí 
la  Correosa,  que  todos  cono- 
céis, y  me  puso  galana  á  las 
mili  maravillas,  y  me  llevó  á 
dormir  con  un  bretón  ^'^  que  he- 
día á  vino  y  brea  á  tiro  de  ar- 
cabuz, que  lo  que  yo  padecí 
con  él  aquella  noche  en  dis- 
cuento de  mis  pecados  vaya;  y 
no  há  dos  días  que  con  los  mis- 
mos vestidos  me  llevó  á  una 
casa  de  posadas  á  dormir  con 
un  perulero  que  vino  de  Indias, 
haciéndole  creer  que  era  una 


a)  (ó  harpas.) 

b)  que  paró. 


poco  más,  las  descubrió  llenas 
de  cardenales. 

— Desta  manera,  prosiguió, 
me  ha  parado  aquel  ingrato  del 
Repolido,  debiéndome  más  que 
á  la  madre  que  le  parió.  Y  ¿por 
qué  pensáis  que  lo  ha  hecho? 
¡Montas  ^  que  le  di  yo  ocasión 
para  ello!  c  «'.  No,  por  cierto:  no 
lo  hizo  más  sino  porque,  estando 
jugando  y  perdiendo,  me  envió 
á  pedir  con  Cabrillas,  su  trainel , 
treinta  reales,  y  no  le  envié  más 
de  veinticuatro,  que  el  trabajo  y 
afán  con  que  yo  los  había  gana- 
do ruego  yo  á  los  cielos  que 
vaya  en  descuento  de  mis  peca- 
dos **";  y  en  pago  desta  cortesía 
y  buena  obra,  creyendo  él  que 
yo  le  sisaba  algo  de  la  cuenta 
que  él  allá  en  su  imaginación  ha- 
bía hecho  de  lo  que  yo  podía  te- 
ner, esta  mañana  me  sacó  al 
campo,  detrás  de  la  Huerta''  del 


a)  Y  alzando.  2. 

bj  que  lo  ha  hecho,  montas,  i  y  s. 
c)   que  le  di    yo  ocasión    para   ello.-   i , 
3  y  R. 

dj  güerta.  i;  huerta.  2  y  R. 

ao  « 


-  298  - 
moza  recogida  y  encerrada,  y     Rey 


me  dio  seis  reales  de  á  ocho, 
acabados  de  sacar  de  la  pieza, 
que  aún  no  tenían  bien  enjuto 
el  cuño,  que  parece  que  ahora 
los  veo  ' ',  Y  luego  se  los  puse  en 
las  manos  descomulgadas  de 
aquel  maligno,  que  há  ocho 
años  que  no  se  confiesa;  y  esta 


,  y  allí,  entre  unos  oliva- 
res, me  desnudó,  y  con  la  preti- 
na «,  sin  excusar  ni  recogerlos 
hierros  "*,  que  en  malos  grillos 
y  hierros  le  vea  yo,  me  dio  tan- 
tos azotes,  que  me  dej(5  por 
muerta;  de  la  cual  verdadera  his- 
toria son  buenos  testigos  estos 
cardenales  que  miráis. 


mañana,  en  pago  de  tan  bue- 
nas obras,  me  sacó  al  campo  detrás  de  la  Huerta  del  Rey. 
donde,  entre  unos  olivares,  me  desnudó  y  me  ha  puesto  tal  cual 
me  veis. 


Tornó  á  alzar  la  voz,  y  á 
pedir  justicia  de  Dios  de  nue- 
vo. Volviéronla  á  rociar,  por- 
que se  desmayó  segunda  vez, 
y,  vuelta  en  sí  con  grandes  an- 
sias y  suspiros,  la  Gananciosa 
tomó  la  mano  en  consolalla, 
diciendo  que  ella  diera  una  de 
sus  mejores  sayas  que  tenía 
por  que  le  hubiera  sucedido  lo 
mismo. 

—Porque  quiero  que  sepas, 
hermana  Cariharta,  si  no  lo 
sabes,  que  no  se  quiere  bien 
sino  lo  que  se  castiga;  y  que 
cuando  estos  bellacones  nos 
dan,  entonces  nos  adoran.  Si 
no,  di  me  la  verdad,  por  tu  vida: 
después  que  le  hubo  dado  y 
castigado,  ¿no  te  hizo  mili  ca- 
ricias? 


Aquí  tornó  á  levantar  las  vo- 
ces, aquí  volvió  á  pedir  justicia, 
y  aquí  se  la  prometió  de  nuevo 
Monipodio  y  todos  los  bravos 
que  allí  estaban.  La  Gananciosa 
tomó  la  mano  á  consolalla,  di- 
ciéndole  que  ella  diera  de  muy 
buena  gana  una  de  las  mejores 
preseas  que  tenía  por  que  le  hu- 
biera pasado  otro  tanto  con  su 
querido. 

—Porque  quiero,  dijo,  que 
sepas,  hermana  Cariharta,  si  no 
no  lo  sabes,  que  á  lo  que  se 
quiere  bien  se  castiga;  y  cuando 
estos  bellacones  nos  dan,  y  azo- 
tan, y  acocean,  entonces  nos  ado- 
ran. Si  no,  confiésame  una  ver- 
dad, por  tu  vida:  después  que  te 
hubo  Repolido  castigado  y  bru- 
mado,  ¿no  te  hizo  alguna  caricia? 


aj  petrijia.  i,  2  y  R. 


—  29^  - 
—¿Cómo  mili?  cíen  mili », 
respondió  Cariharta;  y  diera 
él  un  dedo  de  la  mano  por  que 
me  fuera  con  él  á  su  posada; 
y  á  fee  que  cuasi  le  vi  saltar 
las  lágrimas  de  sus  ojos  y  ago- 
ra caigo  en  la  cuenta  que  de- 
bía ser  de  pena  de  haberme 
dado. 

—Puédeslo  tener  por  cierto 
como  el  morir,  dijo  la  Ganan- 
ciosa, y  tú  verás  si  antes  que 
de  aquí  nos  partamos  no  viene 
en  tu  busca,  y  te  pide  perdón 
de  todo  lo  pasado,  y  se  rinde 
á  tus  pies  como  un  cordero 
manso. 


—  No  ha  de  entrar  por  esas 
puertas  ¡vive  el  Dador!  ^  el  be- 
llaco envesado  <=  si  primero  no 
hace  una  manifiesta  penitencia 
del  pecado  cometido.  ¿Las  ma- 
nos había  él  de  ser  osado  á 
poner  en  las  carnes  de  Cari- 
harta, que  puede  competir  en 
limpieza  y  provecho  con  la  Ga- 
nanciosa, que  está  delante,  que 
no  lo  puedo  más  encarecer?  d 


—¿Cómo  una?  respondió  la 
llorosa;  cien  mil  me  hizo,  y  die- 
ra él  un  dedo  de  la  mano  "'  por 
que  me  fuera  con  él  á  su  posa- 
da *"";  y  aun  me  parece  que  casi 
se  le  saltaron  las  lágrimas  de  los 
ojos  después  de  haberme  molido. 


—No  hay  dudar  en  eso,  repli- 
có la  Gananciosa;  y  lloraría  de 
pena  «de  ver  cuál  te  había  pues- 
to; que  estos  ^  tales  hombres  y 
en  tales  casos,  no  han  cometido 
la  culpa  cuando  les  viene  el  arre- 
pentimiento; y  tú  verás,  herma- 
na, si  no  viene  á  buscarte  antes 
que  de  aquí  nos  vamos  ^**',  y  á  pe- 
dirte perdón  de  todo  lo  pasado, 
rindiéndosete  como  un  cordero. 

—En  verdad,  respondió  Mo- 
nipodio, que  no  ha  de  entrar  por 
estas  puertas  el  cobarde  envesa- 
do 'si  primero  no  hace  una  ma- 
nifiesta penitencia  del  cometido 
delito.  ¿Las  manos  había  él  de 
ser  osado  ponerlas  ****  en  el  ros- 
tro de  la  Cariharta,  ni  en  sus 
carnes,  siendo  persona  que  pue- 
de competir  en  limpieza  y  ganan- 
cia '^  con  la  misma  Gananciosa 


a)  Como  mili;  cien  mili. 

b)  el  dador. 

c)  embezado. 

d)  (Toda  la  pregunta  entre  admirado- 
n  es.) 


a)  lloraría  ^/de  pena.  K. 

b)  que  en  estos,  i  y  2. 

c)  einbesado.  1,  2  y  R. 
dj  ganda.  1, 


-3Ó0- 
/Vive  otra  vez,  y  revive,  el  Da-      que  está  delante 


dor  »,  gue  me  lo  ha  de  pagar  el 
apenas  salido  de  la  cascara 
de  trainel!  replicó  Monipodio. 

—¡Ay,  señor  Monipodio!  di- 
Jo  á  esto  la  Cariharta;  no  diga 
vuesa  merced  mal  de  aquel 
maldito;  que,  con  todo  eso,  lo 
quiero  más  que  á  las  telas  de 
mi  corazón,  y  diera  por  verle 
entrar  por  aquella  puerta  dos 
anillos  que  tengo,  y  daré  dos 
reales  á  Silbato  >>  porque  vaya 
á  buscarlo;  que  me  han  vuelto 
el  alma  al  cuerpo  las  razones 
que  me  ha  dicho  mi  amiga  la 
Gananciosa. 

—Digo  que  no  le  envíes  «=  á 
buscar,  dijo  la  Gananciosa, 
porque  no  se  extienda  y  ensan- 
che; déjale,  que  tú  verás  como 
él  viene  á  buscarte  á  ti,  y  arre- 
pentido, como  he  dicho,  antes 
de  muncho;  si  no,  yo  haré  que 
le  escribas  un  papel  que  le 
amargue. 

—Eso  sí,  dijo  Cariharta; 
que  tengo  mili  cosas  que  de- 
cirle, 

— Yo  seré  el  secretario  enan- 


que no  lo 
puedo  más  encarecer?  * 


— ¡Ay!  dijo  á  esta  sazón  la 
Juliana;  no  diga  vuesa  merced, 
señor  Monipodio,  mal  de  aquel 
maldito;  que,  con  cuan  malo  es, 
le  quiero  más  que  á  las  telas 
de  mi  corazón,  y  hanme  vuelto 
el  alma  al  cuerpo  las  razones 
que  en  su  abono  me  ha  dicho  ^ 
mi  amijja  la  Gananciosa,  y  en 
verdad  que  estoy  por  ir  á  bus- 
carle. 


—Eso  no  harás  tú  por  mi  con- 
sejo, replicó  la  Gananciosa,  por- 
que se  extenderá  y  ensanchará, 
y  hará  tretas  en  ti  como  en  cuer- 
po muerto  "".  Sosiégate,  herma- 
na; que  antes  de  mucho  le  verás 
venir  tan  arrepentido  como  he 
dicho,  y  si  no  viniere,  escribiré- 
mosle  un  papel  en  coplas  que  le 
amargue. 

—Eso  sí,  dijo  la  Cariharta; 
que  tengo  mil  cosas  que  escri- 
birle. 

— Yo  seré  el  secretario  cuan- 


a)  el  dador. 

b)  Silvaio. 

c)  embieis. 


a)  delante?  R  (y  queda  sio  interrogación 
el  lesto). 

b)  encarecer,  i  y  2  (sin  interrogar  toda 
la  frase). 

cj  que  en  su  abono  ha  dicho.  R. 


301 


do  fuere  menester,  dijo  Moni- 
podio; y  por  agora  acabemos 
lo  que  teníamos  comenzado; 
que  después  se  dará  corte  á 
todo. 


do  sea  menester,  dijo  Monipo- 
dio; y  aunque  no  soy  nada  poeta, 
todavía  «,  si  eLhümbre  se  arre- 
manga "",  se  atreverá  á  hacer 
dos  millares  de  coplas  en  daca 
las  pajas;  y  cuando  no  salieren 


como  deben,  yo  tengo  un  barbero  amigo,  gran  poeta,  que  nos  hin- 
chirá  las  medidas  á  todas  horas;  y  en  la  de  agora  acabemos  lo  que 
teníamos  comenzado  del  almuerzo;  que  después  todo  se  andará. 


Y  luego  comenzaron  su 
almuerzo,  k  á  pocas  idas  p  ve- 
nidas dieron  fondo  con  todo 
cuanto  trajo  en  la  cesta  la  Ga- 
nanciosa, Y  dejaron  el  cuero 
en  cueros^  diciéndose  á  cada 
paso  mili  requiebros  á  su  usan- 
za, con  ciertos  vocablos  que 
movieran  á  risa  á  las  piedras. 
Los  viejos  de  la  bayeta  bebie- 
ron sine  fine,  y  en  acabando  se 
levantaron,  pidiendo  licencia  á 
Monipodio  para  ir  á  dar  una 
vuelta  por  la  ciudad;  la  cual  se 
les  concedió  luego,  encargán- 
doles viniesen  á  dar  noticia  de 
todo  en  lo  que  sintiesen  podría 
venir  provecho  á  la  comunidad. 
Así  como  se  hubieron  ido  pre- 
guntó Rinconete,  pidiendo  pri- 
mero perdón  y  licencia  para 


Fué  contenta  la  Juliana  de 
obedecer  "'  á  su  mayor;  y  así, 
todos  volvieron  á  su  gaudea- 
mus,  y  en  poco  espacio  vieron 
el  fondo  á  la  canasta  ^  y  las  he- 
ces al  cuero  f;  los  viejos  be- 
bieron sine  fine  "",  los  mozos, 
adiiiúa  '^  '■",  las  señoras,  los  qui- 
nes *'*■'.  Los  viejos  pidieron  licen- 
cia para  irse;  diósela  luego  Mo- 
nipodio, encargándoles  viniesen 
á  dar  noticia  con  toda  puntuali- 
dad de  todo  aquello  que  viesen 
ser  útil  y  conveniente  á  la  comu- 
nidad y  al  resguardo  y  acrecen- 
tamiento de  aquella  cofradía. 
Respondieron  ^  que  ellos  se  lo 
tenían/  bien  en  cuidado' ^  y  fué- 
ronse.  Rinconete,  que  de  suyo 
era  por  extremo  curioso  s-,  pi- 
diendo primero  perdón  y  licen- 


aj  toda  via.  i  y  a. 
éj  de  la  canasta,  i. 

c)  del  cuero,  t. 

d)  ad  vnia.  i  y  2. 

e)  á  la  comunidad.  Respondieron,  r. 

f)  que  ellos  lo  tenían.  2  y  R. 

g)  era  curioso,  i. 


302  - 


ello,  que  le  dijesen  de  qué  ser- 
vían dos  personas  lan  autori- 
zadas á  la  comunidad,  que 
decían  «».  Á  lo  cual  respondió 
Monipodio  que  aquéllos,  en  su 
germanía,  se  llamaban  abispo- 
nes,  Y  que  servían  de  andar 
toda  la  ciudad  mirando  en 
qué  casa  se  podía  dar  tiento 
de  noche,  y  en  seguir  los  que 
sacaban  dinero  de  la  Contra- 
tación ó  de  la  de  la  Moneda, 
Y  ver  dónde  los  llevaban  y  d 
qué  recaudo  los  ponían;  en 
tantear  las  paredes  de  las  di- 
chas casas,  y  ver  dónde  te- 
nían más  flaqueza  y  delgadez, 
para  hacer  allí  los  guzpáta- 
ros  ó  agujeros  ^  para  facilitar 
la  entrada  y  asalto  de  lo  mal 
puesto.  En  efecto,  dijo  que  era 
la  gente  de  más  provecho  é  im- 
portancia que  había  en  su  her- 
mandad y  que  de  todo  cuanto 
por  su  aviso  é  industria  se 
hurtaba  llevaban  el  cuarto,  co- 
mo su  Majestad  de  los  tesoros 
y  minas  que  se  descubrían 
el  quinto;  y,  que,  con  todo  eso, 
eran  hombres  muy  honrados  y 
de  muy  buena  vida  y  fama,  te- 
merosos de  Dios  y  de  sus  cons- 


cia,  preguntó  á  Monipodio  que 
de  qué  servían  en  la  cofradía  dos 
personajes  tan  canos,  tan  graves 
y  apersonados.  Á  lo  cual  respon- 
dió Monipodio  que  aquéllos,  en 
su  germanía  y  manera  de  hablar, 
se  llamaban  abispones,  y  que 
servían  de  andar  de  día  por  toda 
la  ciudad  abispando  '"'  en  qué 
casas  "  se  podía  dar  tiento  de  no- 
che, y  en  seguir  los  que  sacaban 
dinero  de  la  Contratación  i'  "",  ó 
Casa  de  la  Moneda  "*,  para  ver 
dónde  lo  llevaban,  y  aun  dónde 
lo  ponían;  y  en  sabiéndolo,  tan- 
teaban la  groseza  del  muro  de  la 
tal  casa  y  diseñaban  el  lugar  más 
conveniente  para  hacer  los  guz* 
petaros  <  "',  que  son  agujeros, 
para  facilitar  la  entrada.  En  re- 
solución, dijo  que  era  la  gente 
de  más  ó  de  tanto  provecho  que 
había  en  su  hermandad,  y  que  de 
todo  aquello  que  por  su  indus- 
tria se  hurtaba  llevaban  el  quin- 
to, como  su  Majestad  de  los  te- 
soros; y  que,  con  todo  esto,  eran 
hombres  de  mucha  verdad,  y 
muy  honrados,  y  de  buena  vida 
y  fama,  temerosos  de  Dios  y  de 
sus  conciencias,  que  cada  día 
oían  misa  con  extraña  devoción;      j 


a)  ala  comunidad  que  decían. 

b)  y  agujeros. 


aj  cata.  R. 

6J  contratación,  i  y  2. 

cj  guzpataros.  i,  2  y  R. 


303  — 


ciencias,  porque  cada  día  oían 
su  misa  con  muncha  devoción, 
y  que  había  hombre  de  ellos 
que  oía  dos  y  tres  misas  sin  sa- 
lir de  la  iglesia,  aunque  era 
verdad  que  primero  que  entra- 
se en  ella  había  dado  dos  vuel- 
tas á  la  ciudad,  y  cuatrovist  as 
á  la  Casa  de  la  Contratación, 
y  tres  á  la  de  la  Moneda,  y 
otras  tantas  á  la  Aduana,  por 


y  hay  dellos  tan  comedidos,  es- 
pecialmente estos  dos  que  de 
aquí  se  van  agora  "  -"*,  que  se 
contentan  con  mucho  menos  de 
lo  que  por  nuestros  aranceles  les 
toca.  Otros  dos  que  hay  son  pa- 
lati^uines,  los  cuales,  como  por 
momentos  mudan  casas,  saben 
las  entradas  y  salidas  de  todas 
las  de  la  ciudad,  y  cuáles  pueden 
ser  de  provecho  y  cuáles  no. 


cumplir  con  su  o/icio;  y  en  ver- 
dad que  son  tan  comedidos,  que  munchas  veces  se  contentan 
con  menos  de  lo  que  les  viene  de  derechos.  De  estos  tenemos 
seis  en  nuestra  compañía;  sino  que  los  dos  son  palanquines, 
los  cuales  nos  dan  grandísimo  provecho,  porque,  como  cada 
día  a  mudan  de  una  casa  á  otra  las  alhajas,  y  saben  dónde  y 
cómo  las  ponen,  soplan  con  grande  facilidad  y  certeza. 

—Todo  me  parece  bien,  y  —Todo  me  parece  de  perlas, 

todo  es  menester,  dijo  Rinco-      dijo  Rinconete,  y  querría  ser  de 


nete,  y  ruego  á  Nuestro  Se- 
ñor que  me  traiga  á  tiempo  que 
pueda  yo  servir  en  algo  á  tan 
sánela  comunidad. 

—Siempre  favorece  su  Di- 
vina Majestad  los  buenos  de- 
seos, replicó  Monipodio. 

y  estando  en  esta  plática, 
llamaron  á  la  puerta,  y  salió 
Monipodio  á  ver  quién  era  y, 
preguntándolo ,  respondieron 
de  afuera: 

—Abra  voacé,  señor  padre, 
que  Repulido  soy. 


a)  porque  cada  día. 


algún  provecho  á  tan  famosa  co- 
fradía. 


—Siempre  favorece  el  Cielo 
á  los  buenos  deseos,  dijo  Moni- 
podio. 

Estando  en  esta  plática,  lla- 
maron á  la  puerta;  salió  Monipo- 
dio á  ver  quién  era, y,  preguntán- 
dolo, respondieron: 

—Abra  voacé,  sor  Monipodio, 
que  el  Repolido  soy. 

í»y  aora.  2;  akorm.  R. 


—  304  — 


Oyó  esta  voz  Cariharta,  y 
alzando  al  cielo  la  suya,  dijo: 

—No  le  abra,  señor  Moni- 
podio, á  ese  marinero  de  Tar- 
peya,  á  ese  tigre  de  Ocaña. 

No  dejó  por  eso  de  abrir  la 
puerta  Monipodio  á  Repulido, 
y  luego  como  Cariharta  sintió 
que  entraba  se  levantó  con 
gran  furia  y  se  fué  á  encerrar 
en  la  sala  y  desde  dentro  dijo 
á  grandes  voces: 

—  Quítenmelo  de  delante, 
quítenmelo  de  delante,  á  ese 
gesto  de  por  demás,  á  ese  ojos 
de  carro  de  Corpus  Christi,  á 
ese  matador  carnicero  de  los 

inocentes,  verdugo  de  palomas  duendas,  sotalizador  de  ove- 
juelas  mansas  ^'\ 


Oyó  esta  voz  Cariharta,  y 
alzando  al  cielo  la  suya,  dijo: 

—No  le  abra  vuesa  merced, 
señor  Monipodio;  no  le  abra  á 
ese  marinero  de  Tarpeya  *",  á 
ese  tigre  de  Ocaña  *". 

No  dejó  por  esto  Monipodio 
de  abrir  á  Repolido;  pero  viendo 
la  Cariharta  que  le  abría,  se  le- 
vantó corriendo  y  se  entró  en  la 
sala  de  los  broqueles,  y  cerran- 
do tras  sí  la  puerta,  desde  den- 
tro á  grandes  voces  decía: 

—Quítenmele  «  de  delante  á 
ese  gesto  de  por  demás  ¿  "•,  á 
ese  verdugo  de  inocentes,  asom- 
brador  de  palomas  duendas  *"'. 


Maniferro  y  Chiquiznaque 
detenían  ai  Repulido,  que  en 
todas  maneras  quería  entrar 
donde  Cariharta  estaba;  pero 
como  no  lo  dejaron,  decía  des- 
de afuera: 

—No  haya  más,  enojada 
mía:  voacé  »  se  sosiegue,  así  se 
vea  casada  y  en  el  tálamo  ^'. 

—¿Casada  yo,  malino?  re- 
plicó la  Cariharta;  y  aun  qui- 


Maniferro  y  Chiquiznaquete- 
nían  á  Repolido,  que  en  todas 
maneras  quería  entrar  donde  la 
Cariharta  estaba;  pero  como  no 
le  dejaban^  decía  desde  afuera: 

—No  haya  más,  enojada  mía: 
por  tu  vida  que  te  sosiegues, 
así  <:  te  veas  casada. 

—¿Casada  yo,  malino?  t^  ^' 
respondió  la  Cariharta;  mira '  en 


vos). 


aj  Quiienmtlo.  R. 
li)  pordemás.  i  y  2. 
c)  ansí.  i. 

dj  malino,  i  y  3  (sin  signos  interrogati- 
)• 
e)  mira-  R. 


—  305 
sieras  tú  que  lo  fuera  contigo; 
y  antes  lo  fuera  con  una  ano- 
tomía  de  muerte,  ó  con  un  ha- 
rriero, que  nunca  para  en 
casa. 

—Acábese  el  enojo,  boba  a 
de  mi  alma,  dijo  el  Repulido; 
que,  vive  Dios,  si  tanto  me  ha- 
ces, que  se  me  vuelva  á  subir 
la  mostaza  al  calvatrueno  y 
que  de  nuevo  lo  eche  todo  á 
doce.  Humíllese  su  reverencia, 
y  humillémonos  todos,  y  no  de- 
mos de  comer  al  diablo. 


qué  tecla  toca;  ya  quisieras  tú 
que  lo  fuera  contigo;  y  antes  lo 
sería  yo  con  una  sotomia  "  de 
muerte  -'^*'  que  contigo. 


—De  comer  le  daría  yo,  y 
aun  de  cenar,  si  él  te  llevase, 
saco  de  embustes,  dijo  Cari- 
harta. 

—No  haya  más,  señora 
Trinquete,  respondió  Repulido; 
temple  su  ira  y  haga  lo  que  di- 
go, si  no  quiere  que  ponga  por 
obra  lo  que  prometo. 

Á  lo  cual  dijo  Monipodio: 

—En  mi  presencia  no  han 
dehacersedemasías; por  amor 
mío  saldrá  la  Cariharta  y  todo 
se  hará  muy  bien;  que  las  ri- 
ñas entre  quien  bien  se  quie- 
ren b  son  causa  de  mayor  gus- 
to cuando  se  hacen  las  amista-     yor  gusto  cuando  se  hacen  las 


— Ea,  boba,  replicó  Repolido, 
acabemos  ya,  que  es  tarde,  y 
mire  no  se  ensanche  por  verme 
hablar  tan  manso  y  venir  tan  ren- 
dido; porque,  vive  el  Dador  ^  -"\ 
si  se  me  sube  ^  la  cólera  al  cam- 
panario, que  sea  peor  la  recaída 
que  la  caída.  Humíllese,  y  humi- 
llémonos todos,  y  no  demos  de 
comer  al  diablo. 

—Y  aun  de  cenar  le  daría  yo, 
dijo  la  Cariharta,  porque  te  lle- 
vase donde  nunca  más  mis  ojos 
te  viesen. 

—¿No  os  digo  yo?  dijo  Repo- 
lido. Por  Dios,  que  voy  oliendo, 
señora  Trinquete  '^j  que  lo  tengo 
de  echar  todo  á  doce,  aunque 
nunca  se  venda  ■^'"*. 

Á  esto  dijo  Monipodio: 

—En  mi  presencia  no  ha  de 
haber  demasías;  la  Cariharta 
saldrá,  no  por  amenazas,  sino 
por  amor  mío,  y  todo  se  hará 
bien;  que  las  riñas  entre  los  que 
bien  se  quieren  son  causa  de  ma- 


a)  íaóa. 

b)  se  quiere. 


a)  notomia.  R. 

b)  dador,  i,  2  y  R. 

c)  si  me  sube.  2  y  R. 

d)  trinquete,  i  y  R. 


20  b 


—  306  - 


des.  Juliana  Cariharta,  niña, 
amiga  mía,  sal  acá  fuera;  que 
yo  haré  que  Repulido  te  pida 
perdón  hincado  de  rodillas. 

—Como  eso  él  haga,  dijo  la 
Escalanta,  todas  seremos  en 
su  favor. 

—Si  va  por  vía  de  rendi- 
miento, dijo  Repulido,  no  me 
rendirá  un  ejército;  si  es  por 
vía  que  Juliana  gusta,  no  digo 
yo  solamente  hincarme  de  ru- 
dillas,  pero  hincarme  he  en  su 
servicio  un  clavo  en  la  frente. 


Riéronse  á  esto  Chiquizna- 
que  y  Mani ferro,  de  lo  cual  se 
enojó  Repulido  en  tanta  mane- 
ra, creyendo  hacían  burla  de 
él,  que,  puesta  mano  á  su  espa- 
da, sin  sacarla  de  la  vaina, 
dijo: 

—Cualquiera  que  se  riere, 
ó  se  pensare  reír,  de  lo  que  Ca- 
riharta contra  mi  ha  dicho,  ó 
yo  dijere,  ó  he  dicho,  digo  que 
miente,  y  que  mentirá  todas  las 
veces  que  lo  pensare. 

Miráronse  Chiquiznaque  y 


paces.  ¡Ah,  Juliana!  ¡Ah,  niña! 
¡Ah,  Cariharta  mía!  sal  acá  fue- 
ra, por  mi  amor;  que  yo  haré  que 
el  Repolido  te  pida  perdón  de  ro- 
dillas. 

—Como  él  eso  haga,  dijo  la 
Escalante,  todas  seremos  en  su 
favor  y  en  rogar  á  la  Juliana  sal- 
ga acá  fuera. 

—Si  esto  ha  de  ir  por  vía  de 
rendimiento  que  güela  á  menos- 
cabo de  la  persona,  dijo  el  Re- 
polido, no  me  rendiré  á  un  ejér- 
cito formado  de  esguízaros;  mas 
si  es  por  vía  de  que  la  Cariharta 
gusta  dello,  no  digo  yo  hincarme 
de  rodillas,  pero  un  clavo  me  hin- 
caré por  la  frente  en  su  servicio. 

Riyéronse  desto  Chiquizna- 
que y  Maniferro,  de  lo  cual  se 
enojó  tanto  el  Repolido,  pensan- 
do que  hacían  burla  del,  que  dijo 
con  muestras  de  infinita  cólera: 


—Cualquiera  que  se  riere,  ó 
se  pensare  reir,  de  lo  que  la  Ca- 
riharta contra  mí  ",  ó  yo  contra 
ella,  hemos  dicho  ó  dijéremos, 
digo  que  miente  y  mentirá  todas 
las  veces  que  se  riere  ó  lo  pen- 
sare "",  como  ya  he  dicho. 

Miráronse  Chiquiznaque  y 


aj  ó  contra  mí.  i  y  2. 


-  307 


Mani ferro  de  tan  mal  talante, 
que  juzgó  Monipodio  todo  pa- 
raría en  mal  si  no  lo  remedia- 
ba; y,  poniéndose  en  medio, 
dijo: 

—Caballeros,  no  pase  más 
adelante;  cesen  palabras  ma- 
yores, pues  las  que  se  han  di- 
cho no  llegan  á  la  cintura,  y  na- 
die las  tome  por  sí,  y  baste. 

—Seguros  estamos,  dijo 
Chiquiznaque,  que  no  se  dije- 
ron, dirán,  ni  han  dicho  seme- 
jantes monitorios  ^  por  nos- 
otros;que,  si  se  imaginaba  que 
se  decían,  en  manos  estaba  el 
pandero  que  lo  sabrían  b  bien 
tañer. 

—Aquí  no  hay  ningún  pan- 
dero, replicó  Mani  ferro;  y  si  lo 
hubiera,  se  tocara  c  de  suerte, 
que  se  tañeran  bien  los  casca- 
beles. 

Á  lo  cual  respondió  Repu- 
lido: 

—Va  he  dicho  que  el  que 
se  huelga  miente,  y  basta;  y 
quien  otra  cosa  dijere  sígame; 
que,  con  un  palmo  de  espada 
menos,  hará  el  hombre  que  sea 
lo  dicho  dicho. 


Maniferro  de  tan  mal  garbo  y 
talle,  que  advirtió  Monipodio 
que  pararía  en  un  gran  mal  si  no 
lo  remediaba;  y  así,  poniéndose 
luego  en  medio  dellos,  dijo: 

—No  pase  «  más  adelante,  ca- 
balleros; cesen  aquí  palabras 
mayores,  y  desháganse  entre  los 
dientes;  y,  pues  las  que  se  han 
dicho  no  llegan  á  la  cintura,  na- 
die las  tome  por  sí. 

—Bien  seguros  estamos,  res- 
pondió Chiquiznaque,  que  no  se 
dijeron  ni  dirán  semejantes  mo- 
nitorios por  nosotros;  que,  si  se 
hubiera  imaginado  que  se  decían, 
en  manos  estaba  el  pandero  que  , 
lo  supieran  ^  bien  tañer  '^''.  ' 

—También  tenemos  acá  pan-i: 
dero,  sor  Chiquiznaque  <^,  repli- 
có el  Repolido,  y  también,  si 
fuere  menester,  sabremos  tocar 
los  cascabeles;  y  ya  he  dicho  que  ; 
el  que  se  huelga,  miente;  y  quien 
otra  cosa  pensare,  sígame;  que, 
yo  con  «^  un  palmo  de  espada  me- 
nos, hará  el  hombre  que  sea  lo 
dicho  dicho. 


a)  monitortes. 

b)  lo  sabría, 

c)  se  tocará. 


a)  No  pasen.  R. 
6J  lo  supiera,  i  y  a. 

c)  seor  Chiquiznaque.  R. 

d)  que  con  un.  i  y  R. 


-  308  - 


y,  diciendo  esto,  se  iba  á 
salir  por  ¡a  puerta.  Estábalo 
acechando  Cariharta  y,  vién- 
dolo que  se  iba  enojado,  salió: 

—  Ténganlo,  ténganlo,  no  se 
vaya,  que  hará  de  las  suyas. 
¿No  ven  que  va  enojado,  y  que 
es  un  Judas  Macarelo  en  va- 
lentías? Vuelve  acá,  valentón 
del  mundo  y  de  mis  ojos. 

Y  arremetiendo  con  él,  lo 
asió  fuertemente  de  la  capa,  y 
acudió  Monipodio  y  túvolo. 
Ghiquiznaque  y  Mani ferro  no 
sabían »  si  enojarse  ó  no,  y  es- 
tábanse quedos,  á  ver  lo  que 
Repulido  hacía;  el  cual,  vién- 
dose rogar  de  Cariharta  y  el 
padre,  volvió  diciendo: 

—  Nunca  los  amigos  de  los 
amigos  han  de  dar  enojo  á  los 
amigos,  ni  hacer  burla  de  los 
amigos,  y  más  cuando  ven  que 
se  enojan  los  amigos. 

—No  hay  aquí  amigo,  res- 
pondió Maniferro,  que  quiera 
enojar  á  otro  amigo;  y,  pues 
todos  somos  amigos,  dense  las 
manos  los  amigos,  y  todos  vue- 
sarcedes  b  han  hablado  como 
buenos  amigos. 

a)  »/ sabían. 

b)  vuesaceties. 


Y,  diciendo  esto,  se  iba  á 
salir  por  la  puerta  afuera.  Está- 
balo escuchando  la  Cariharta  y, 
cuando  sintió  que  se  iba  enoja- 
do, salió  diciendo: 

—Ténganle  no  se  vaya  «,  que 
hará  de  las  suyas.  ¿No  veen  ^  que 
va  enojado,  y  es  un  Judas  Maca- 
relo en  esto  de  la  valentía?  *" 
Vuelve  acá^  valentón  del  mundo 
y  de  mis  ojos. 

Y  cerrando  con  él,  le  asió 
fuertemente  de  la  capa,  y  acu- 
diendo también  Monipodio,  le 
detuvieron.  Ghiquiznaque  y  Ma- 
niferro no  sabían  si  enojarse  ó 
si  no,  y  estuviéronse  quedos  es- 
perando lo  que  Repolido  haría; 
el  cual,  viéndose  royar  de  la  Ca- 
riharta y  de  Monipodio,  volvió 
diciendo: 

—Nunca  los  amigos  han  de 
dar  enojo  á  los  amigos,  ni  hacer 
burla  de  los  amigos,  y  más  cuan- 
do veen  ^  que  se  enojan  los  ami- 
gos. 

—No  hay  aquí  amigo,  respon- 
dió Maniferro,  que  quiera  enojar 
ni  hacer  burla  de  otro  amigo;  y, 
pues  todos  somos  amigos,  dense 
las  manos  los  amigos. 
Á  esto  dijo  Monipodio: 
—Todos  voacedes  han  habla- 


a)  Ténganle,  no  se  vaya.  2  y  R. 
¿J  ven.  R. 
cj  ven.  R. 


do  como  buenos  amigos,  y  como  tales  amigos  se  den  las  manos  de 
amigos  ^'^. 


V,  dándose  las  manos  los 
tres,  Repulido  abrazó  á  Cari- 
harta, y  al  punto  la  Escalanta, 
quitándose  un  chapín,  lo  tomó 
en  las  manos  y  comenzó  á  ta- 
ñer en  él  como  en  un  adufe, 
Y  la  Gananciosa  tomó  una  es- 
coba de  palma,  nueva,  con  la 
cual  comenzó  á  hacer  un  son, 
rascándola  con  las  manos;  y 
viendo  esto  Monipodio,  quebró 
un  plato  y  hizo  dos  tejoletas, 
y,  puestas  entre  los  dedos,  lle- 
vaba el  contrapunto  al  chapín 
y  á  la  escoba. 

Estaban  admirados  Rinco- 
nete  y  Cortadillo  de  la  nueva 
música  y,  conociendo  su  admi- 
ración Maní  ferro,  les  dijo: 

—¿Admíranse  de  la  nueva 
música?  Bien  hacen; que  mayor 
melodía  no  la  pudo  causar  Gor- 
feo,  cuando  sacó  á  Arauz  del  in- 
fierno. Pues  escuchemos  las  le- 
trillas; que  me  parece  que  ha 
escombrado  la  Gananciosa  '"*. 


Diéronselas  luego,  y  la  Esca- 
lanta, quitándose  un  chapítr**, 
comenzó  á  tañer  en  él  como  en 
un  pandero  ■^''';  la  Gananciosa  to- 
mó una  escoba  de  palma,  nueva, 
que  allí  se  halló  acaso  ",  y,  ras- 
cándola, hizo  un  son,  que,  aun- 
que ronco  y  áspero  ■^''',  se  con- 
certaba con  el  del  chapín.  Moni- 
podio rompió  un  plato  y  hizo  dos 
tejoletas,  que,  puestas  entre  los 
dedos  y  repicadas  con  gran  lige- 
reza ^'",  llevaban  -^el  contrapun- 
to al  chapín  y  á  la  escoba.  -'" 

Espantáronse  Rinconete  y 
Cortadillo  de  la  nueva  invención 
de  la  escoba,  porque  hasta  en- 
tonces nunca  la  habían  visto. 
Conociólo  Maniferro  y  díjoles: 

—¿Admíranse  de  la  escoba? 
Pues  bien  hacen,  pues  música 
más  presta  y  más  sin  pesadum- 
bre, ni  más  barata,  no  se  ha  in- 
ventado en  el  mundo;  y  en  ver- 
dad que  oí  decir  el  otro  día  á  un 
estudiante  que  ni  el  Negcüfeo 


que  sacó  á  la  Arauz  del  infier- 
no "^'8,  ni  el  Marión  que  subió  sobre  el  delfín  '■""  y  salió  del  mar 
como  si  viniera  á  caballo  '•  sobre  una  muía  de  alquiler,  ni  el  otro 


aj  a  caso,  i  y  a. 
6J  Uevaba.  i  y  a. 
cj  caialUro.  i. 


—  310  — 

gran  músico  que  hizo  una  ciudad  ""  que  tenía  cien  puertas  y  otros 
tantos  postigos,  nunca  inventaron  mejor  género  de  música,  tan 
fácil  de  deprender  **',  tan  mañera  de  tocar,  tan  sin  trastes,  clavijas 
ni  cuerdas,  y  tan  sin  necesidad  de  templarse;  y  aun  voto  á  tal  que 
dicen  "  que  la  inventó  un  galán  desta  ciudad,  que  se  pica  de  ser  un 
Héctor  en  la  música  '". 

—Eso  creo  yo  muy  bien,  respondió  Rinconete;  pero  escuchemos 
lo  que  quieren  cantar  nuestros  músicos;  que  parece  que  la  Ganan- 
ciosa ha  escupido,  señal  de  que  quiere  cantar. 

Aunque  primero  comenzó  la  Y  así  era  la  verdad,  porque 

Escalonia,  la  cual,  con  sutil  y  Monipodio  le  había  rogado  que 
quebradiza  voz,  dijo:  cantase  ^  algunas  seguidillas  de 

las  que  se  usaban;  mas  la  que 
comenzó  primero  fué  la  Escalante  y,  con  voz  sutil  y  quebradiza  "^, 
cantó  lo  siguiente: 


Por  uH  seviUaue  rufo  á  I»  vmlóu, 
Ttngo  socarrado  '  todo  ti  coranóu. 


Por  un  tevilUoo  rufo  á  lo  valón, 
Teogo  locamdc  todo  el  corazón. 


Siguióla  luego  la  Ganancio- 
sa con  un  falsete  en  tercera  ^'\' 


Siguió  la  Gananciosa  can- 
tando: 


Por  UH  ntorítiico  de  color  verdt, 
i  Cuál  es  la  fogosa  que  no  se  fierdtí 


Por  UD  morenico  de  color  verde, 
¿Cuál  es  la  fogosa  que  no  se  pierde: 


Y  luego  Monipodio,  dándo- 
se gran  priesa  al  meneo  de  sus 
tejoletas,  dijo: 


Y  luego  Monipodio,  dándose 
gran  priesa  al  meneo  de  sus  te- 
joletas, dijo: 


Riñen  los  amantes,  hócese  la  paz: 
Si  el  enojo  es  grande,  es  el  gusto  más. 


Riñen  dos  amantes,  hicese  la  paz; 
Si  el  enojo  es  grande,  es  el  gusto  más  ^^. 


No  quísola  Cariharta  pasar 
en  silencio  el  que  le  causaban 
las  nuevas  amistades  con  su 


No  quiso  la  Cariharta  pasar 
su  gusto  en  silencio,  porque,  to- 
mando otro  chapín,  se  metió  en 


a)  socabado. 


a)  que  dice,  a  y  R. 

b)  que  cantasen,  a. 


-  311  — 

galán  el  Repulido,  p,  tomando     danza  y  acompañó  á  las  demás, 


otro  chapín,  se  metió  en  el  co- 
rro y  acompañó  á  los  de  la 
música,  diciendo  en  alta  voz: 

Detente,  enojado:  no  me  azotes  más; 
Que,  si  bien  lo  miras,  á  tus  carnes  das. 

—Cántese  á  lo  llano,  dijo 
Repulido,  Y  no  se  toque  histo- 
ria, que  no  hay  para  qué.  Lo 
pasado  sea  pasado,  y  tómese 
otra  vereda. 

Talle  llevaban  de  no  acabar 
tan  presto  el  comenzado  cán- 
tico, si  no  llamaran  á  la  puerta 
apriesa,  muy  apriesa.  Salió 
Monipodio  y  dijole  la  centinela 
como  al  cabo  de  la  calle  que- 
daba el  alcalde  de  la  Justicia, 
y  que  venían  delante  del  el  Tor- 
dillo y  el  Cernícalo,  corchetes. 
Oyéronlo  de  dentro  y  alborotá- 
ronse todos.  Dejó  las  tejoletas 
Monipodio,  calzóse  su  chapín 
la  Esc  al  anta,  arrojó  la  escoba 
la  Gananciosa,  enmudecióse  la 
Cariharta,  y  púsose  perpetuo 
silencio  á  la  música,  y  todos, 
cuál  por  una  parte,  cuál  por 
otra,  se  desaparecieron ,  su- 
biéndose á  las  azoteas  y  pa- 
sándose por  ellas  á  otras  ca- 


diciendo: 


Detente,  enojado:  no  me  azotes  más; 
Que,  si  bien  lo  miras,  á  tus  carnes  das  **. 

—  Cántese  á  lo  llano  "",  dijo 
á  esta  sazón  Repolido,  y  no  se 
toquen  hestorias  pasadas,  que 
no  hay  para  qué:  lo  pasado  sea 
pasado,  y  tómese  otra  vereda,  y 
basta  -^. 

Talle  llevaban  de  no  acabar 
tan  presto  el  comenzado  cánti- 
co, si  no  sintieran  que  llamaban 
á  la  puerta  apriesa,  y  con  ella 
salió  Monipodio  á  ver  quién  era, 
y  la  centinela  le  dijo  como  «  al 
cabo  de  la  calle  había  asomado 
el  alcalde  de  la  Justicia  y  que 
delante  del  venían  el  Tordillo  y 
el  Cernícalo,  corchetes  neutra- 
les. Oyéronlo  los  de  dentro  y 
alborotáronse  todos  de  manera, 
que  la  Cariharta  y  la  Escalanta 
se  calzaron  sus  chapines  al  re- 
vés "*,  dejó  la  escoba  la  Ganan- 
ciosa, Monipodio  sus  tejoletas, 
y  quedó  en  turbado  silencio  toda 
la  música;  enmudeció  Chiquizna- 
que,  pasmóse  el  Repolido  y  sus- 
pendióse Maniferro,  y  todos, 


aj   cómo.  R. 


sas;  que  no  espantó  respuesta 
de  arcabuz  banda  de  simples 
palomas  como  la  voz  de  la  Jus- 
ticia á  toda  esta  sancta  con- 
gregación. Los  novicios,  pues, 
Rinconete  y  Cortadillo,  no  sa- 
bían qué  hacerse:  estuviéronse 
quedos,  á  ver  en  qué  paraba 
aquella  borrasca,  que  no  paró 
en  más  que  en  volver  la  centi- 
nela á  decir  que  el  alcalde  se 
había  pasado  de  largo,  sin  dar 
otra  muestra  alguna. 


—  312  - 

cuál  por  una  y  cuál  por  otra  par- 
te, desaparecieron,  subiéndose 
á  las  azoteas  y  tejados,  para  es- 
caparse y  pasar  por  ellos  á  otra 
calle.  Nunca  disparado  "arcabuz 
á  deshora,  ni  trueno  repentino, 
espantó  así  á  banda  de  descuida- 
das palomas  **'  como  puso  en  al- 
boroto y  espanto  á  toda  aquella 
recogida  compañía  y  buena  gen- 
te la  nueva  de  la  venida  del  al- 
calde de  la  Justicia.  Los  dos  no- 
vicios, Rinconete  y  Cortadillo, 


no  sabían  qué  hacerse,  y  estu- 
viéronse quedos,  esperando  ver  en  qué  paraba  aquella  repentina 
borrasca,  que  no  paró  en  más  de  volver  la  centinela  á  decir  que  el 
alcalde  se  había  pasado  de  largo,  sin  dar  muestra  ni  resabio  de 
mala  sospecha  alguna  *". 


Y  estando  diciendo  esto,  lle- 
gó un  caballero  mozoá  la  puer- 
ta, vestido  de  barrio,  y  Monipo- 
dio ¡o  metió  consigo  en  el  patio, 
Y  mandó  llamar  á  Chiquizna- 
que  yá  Repulido  y  á  Mani ferro, 
y  que  los  demás  no  bajasen;  y 
como  se  estaban  allí  los  novi- 
cios,oyeron  la  plática  que  pasó 
con  el  caballero,  el  cual  dijo  á 
Monipodio  que  por  qué*  se  ha- 
bía hecho  tan  mal  lo  que  le  ha- 
bían encomendado^.  Monipodio 
respondió  que  no  sabía  lo  que 


Y  estando  diciendo  esto  á  Mo- 
nipodio, llegó  un  caballero  mozo 
á  la  puerta,  vestido,  como  se  sue- 
le decir,  de  barrio  ■"';  Monipodio 
le  entró  consigo,  y  mandó  llamar 
á  Chiquiznaque,  á  Maniferro  y 
al  Repolido,  y  que  de  los  demás 
no  bajase  alguno.  Como  se  ha- 
bían quedado  en  el  patio  Rinco- 
nete ^  y  Cortadillo,  pudieron  oir 
toda  la  plática  que  pasó  Moni- 
podio con  el  caballero  recién 
venido,  el  cual  dijo  á  Monipodio 
que  por  qué  se  había  hecho  tan 


a)  que  c'por  qué. 

b)  encomendado? 


aj  ha  disparado,  i  y  2. 
bj  no   bajase  alguno,  como  se   habían 
quedado  en  el  patio.  Rinconete....  i. 


-  313  — 


se  había  hecho;  pero  que  allí 
estaba  el  oficial  á  quien  se  le 
había  encargado;  que  él  daría 
cuenta  de  sí.  Bajó  en  esto  Chi- 
quiznaque  p  preguntóle  Moni- 
podio si  había  cumplido  con  la 
obra  que  se  le  encomendó  de  la 
cuchillada  de  á  catorce. 


—¿Cuál?  dijo  Chiquizna- 
que.  ¿La  de  aquel  mercader  de 
la  encrucijada? 

—Ésa  es,  respondió  el  ca- 
ballero. 

—Pues  lo  que  pasa  en  eso 
es,  dijo  Chiquiznaque,que  yo 
le  aguardé  anoche  á  la  puerta 
de  su  casa,  y  él  vino  antes  de 
la  hora  un  poco,  y  llegúeme  á 
él  Y  tantéele  y  marquéle  el  ros- 
tro con  la  vista,  y  vi  que  le  te- 
nía tan  pequeño,  que  era  impo- 
sible cabelle  en  él  cuchillada 
de  á  catorce  puntos;  y,  hallán- 
dome imposibilitado  de  hacer 
¡o  prometido  y  cumplir  lo  que 
llevaba  en  la  destruid  ó  n  que  el 
señor  Monipodio  me  dio... 

—Instrucción   querrá    decir 


mal  lo  que  le  había  encomenda- 
do ".  Monipodio  respondió''  que 
aún  no  sabía  lo  que  se  había  he- 
cho; pero  que  allí  estaba  el  ofi- 
cial á  cuyo  cargo  estaba  su  ne- 
gocio, y  que  él  daría  muy  buena 
cuenta  de  sí.  Bajó  en  esto  Chi- 
quiznaque  y  preguntóle  Monipo- 
dio si  había  cumplido  con  la  obra 
que  se  le  encomendó  de  la  cuchi- 
llada de  á  catorce  '*'. 

—¿Cuál?  respondió  Chiquiz- 
naque.  ¿Es  la  de  aquel  mercader 
de  la  encrucijada?  ' 

—Ésa  es,  dijo  el  caballero. 

—Pues  lo  que  en  eso  pasa, 
respondió  Chiquiznaque,  es  que 
yo  le  aguardé  anoche  á  la  puer- 
ta de  su  casa,  y  él  vino  antes  de 
la  oración;  llegúeme  cerca  del, 
marquéle  el  rostro  con  la  vis- 
ta ■"",  y  vi  que  le  tenía  tan  peque- 
ño, que  era  imposible  de  toda 
imposibilidad  caber  en  él  cuchi- 
llada de  catorce  puntos;  y,  ha- 
llándome imposibilitado  de  po- 
der cumplir  '^'^  lo  prometido  y 
de  hacer  lo  que  llevaba  en  mi 
destruición... 

—Instrucción  querrá  vuesa 


dio.  I. 


aj  encomendado?  9. 

tj   encomendado   Monipodio?    Respon- 


cj  Encrucijada:  R. 


-  314  — 


vuesa  merced,  dijo  el  caba- 
llero. 

—Ésa  debo  de  querer  decir, 
dijo  Chiquiznaque.  Digo  que, 
viendo  la  pequenez  v  estrechu- 
ra del  rostro  del  mercader,  y 
hallándome  atajado,  por  no 
haber  ido  en  balde,  le  di  una 
cuchillada  á  un  lacayo  del  di- 
cho mercader,  que  yo  aseguro 
que  si  hubiera  pregmática  en 
las  cuchilladas,  que  hubiera 
de  ser  penada  por  mayor  de 
marca. 

—Más  quisiera,  dijo  el  ca- 
ballero, que  se  le  diera  una  al 
amo  de  siete  que  al  criado  de 
catorce.  En  efecto,  conmigo 
no  se  ha  cumplido  como  era 
razón;  pero  no  importa:  poca 
mella  me  harán  los  treinta  es- 
cudos que  he  dado.  Beso  las 
manos  á  vuesas  mercedes. 

Y  diciendo  esto,  se  quitó  el 
sombrero  y  volvió  las  espaldas 
para  irse; pero  Monipodio,  tra- 
bándole del  ferreruelo  de  cha- 
melote nevado  que  traía,  dijo: 

—  Voacé  se  detenga  y  cum- 
pla su  palabra;  que  nosotros 
hemos  cumplido  nuestra  obli- 


merced  decir,  dijo  el  caballero; 
que  no  destruición. 

—Eso  quise  decir,  respondió 
Chiquiznaque.  Digo  que,  viendo 
que  en  la  estrecheza  y  poca  can- 
tidad de  aquel  rostro  no  cabían 
los  puntos  propuestos,  por  que 
no  fuese  mi  ¡da  en  balde,  di  la 
cuchillada  á  un  lacayo  suyo,  que 
á  buen  seguro  que  la  pueden  po- 
ner por  mayor  de  marca. 


—Más  quisiera,  dijo  el  caba- 
llero, que  se  le  hubiera  "  dado  al 
amo  una  de  á  siete  que  al  criado 
la  de  á  catorce  *.  En  efeto,  con- 
migo no  se  ha  cumplido  como 
era  razón;  pero  no  importa:  po- 
ca mella  me  harán  los  treinta  es- 
cudos «^^  *"  que  dejé  en  señal.  Be- 
so á  vuesas  mercedes  las  ma- 
nos. 

Y  diciendo  esto,  se  quitó  el 
sombrero  y  volvió  las  espaldas 
para  irse;  pero  Monipodio  le 
asió  de  la  capa  de  mezcla  que 
traía  puesta  ^",  diciéndole: 

—Voacé  se  detenga  y  cumpla 
su  palabra,  pues  nosotros  he- 
mos cumplido  la  nuestra  con  mu- 


aj  se  la  hubiera,  i  y  2. 
/>)  la  de  catorce.  R. 
cj  ducados.  1  y  R. 


—  315  — 
gación  con  miincha  honra  y      cha  honra  y  con  mucha  ventaja. 


mancha  ventaja.  Veinte  duca- 
dos faltan,  y  no  ha  de  salir  de 
aquí  voacé  sin  darlos,  ó  pren- 
das que  los  valgan. 

—Pues  ¿á  esto  llaman  vue- 
sas  mercedes  cumplimiento  de 
palabra  y  obligación,  dijo  el 
caballero:  dar  la  cuchillada 
al  mozo,  habiéndose  de  dar  al 
amo? 

—¡Bien  está  en  la  cuenta 
voacé!  replicó  Monipodio.  ¿No 
ha  oído  decir  aquel  refrán,  que 
quien  mal  quiere  á  Bel  Irán, 
mal  quiere  á  su  can?  Beltrán 
es  el  mercader,  á  quien  voacé 
quiere  mal,  y  el  lacayo  es  el 
can,  y  dándose  al  can,  se  da  á 
Beltrán,  y  la  deuda  queda  lí- 
quida y  trae  aparejada  ejecu- 
ción: por  eso  no  hay  más  que 
pagar  luego,  sin  apercibimien- 
to de  remate. 


Veinte  ducados  faltan,  y  no  ha 
de  salir  de  aquí  voacé  sin  darlos, 
ó  prendas  que  lo  valgan. 

—Pues  ¿esto  a  llama  vuesa 
merced  cumplimiento  de  pala- 
bra, respondió  el  caballero:  dar 
la  cuchillada  al  mozo,  habiéndo- 
se de  dar  al  amo? 

—¡Qué  bien  está  en  la  cuen- 
ta el  señor!  dijo  Chiquiznaque. 
Bien  parece  que  no  se  acuerda 
de  aquel  refrán  que  dice:  «Quien 
bien  quiere  á  Beltrán,  bien  quie- 
re á  su  can.» 

—Pues  ¿en  qué  modo  puede 
venir  aquí  á  propósito  ese  re- 
frán? replicó  el  caballero. 

—Pues  ¿no  es  lo  mismo,  pro- 
siguió Chiquiznaque,  decir: 
«Quien  mal  quiere  á  Beltrán,  mal 
quiere  á  su  can?»  Y  así,  Beltrán 


es  el  mercader,  voacé  le  quiere 
mal,  su  lacayo  es  su  can,  y  dando  al  can  se  da  á  Beltrán,  y  la  deuda 
queda  líquida  y  trae  aparejada  ejecución:  por  eso  no  hay  más  sino 
pagar  luego,  sin  apercebimiento  de  remate  '^\ 

—Eso pido,  dijo  Chiquizna-  —Eso  juro  yo  bien,  añadió 

que;  porque  en  verdad  que  la      Monipodio,  y  de  la  boca  me  qui- 


herida  es  tal,  que  la  pueden  ir 
á  ver  por  maravilla.  Voacé,  se- 
ñor galán,  no  se  meta  en  pun- 


taste,  Chiquiznaque  amigo,  todo 
cuanto  aquí  has  dicho;  y  así, 
voacé,  señor  galán,  no  se  meta 


aj  Puea  <í  esto.  i. 


—  316  - 


Hilos  con  sus  servidores,  sino 
tome  mi  consejo  }'  pague  luego 
lo  trabajado;  y  si  fuere  servi- 
do que  se  le  dé  otra  al  amo,  de 
la  cuantidad  de  puntos  que 
puede  llevar  su  cara,  que.  á  mi 
parecer,  serán  diez  puntos,  ha- 
ga cuenta  que  ya  se  la  están 
curando. 

—Como  eso  sea  así,  de  bue- 
na gana  pagaré  yo  la  una  y  la 
otra,  dijo  el  caballero. 

—No  dubde  voacé  más  en 
eso  que  en  ser  cristiano. 

Á  lo  cual  dijo  Monipodio: 

—Chiquiznaque  se  la  dará 
pintiparada,  y  de  tal  suerte, 
que  parezca  que  allí  se  le  na- 
ció. 

—Pues  con  esa  seguridad  y 
promesa,  dijo  el  caballero,  re- 
cíbase esta  cadenilla  en  pren- 
das de  los  veinte  ducados  que 
quedan  por  pagar  y  de  otros 
cuarenta  que  ofrezco  por  la 
segunda. 


en  puntillos  con  sus  servidores 
y  amigos,  sino  tome  mi  consejo 
y  pague  luego  lo  trabajado,  y  si 
fuere  servido  que  se  le  dé  otra 
al  amo,  de  la  cantidad  que  pueda 
llevar  su  rostro,  haga  cuenta 
que  "*  ya  se  la  están  curando. 


—Como  eso  sea,  respondió 
el  galán,  de  muy  entera  voluntad 
y  gana  pagaré  la  una  y  la  otra 
por  entero. 

—No  dude  en  esto,  dijo  Mo- 
nipodio, más  que  en  ser  cristia- 
no; que  Chiquiznaque  se  la  dará 
pintiparada  "  "",  de  manera  que 
parezca  que  allí  se  le  nació  '. 


—  Pues  con  esa  seguridad  y 
promesa,  respondió  el  caballero, 
recíbase  esta  cadena  en  prendas 
de  los  veinte  ducados  atrasados 
y  de  cuarenta  que  ofrezco  por  la 
venidera  cuchillada:  pesa  mil  rea- 
les, y  podría  ser  que  se  queda- 


se rematada,  porque  traigo  entre 
ojos  que  serán  menester  otros  cator'ce^üntos  antes  de  mucho. 
Y  diciendo  esto,   se  quitó  Quitóse  en  esto  una  cadena 

una  cadenilla  de  menudos  es-  de  vueltas  menudas  *"  del  cuello, 
labones  de  oro  y  se  la  entregó  y  diósela  á  Monipodio,  que  al 
á  Monipodio,  el  cual  la  tomó      color  <^  y  al  peso  bien  vio  que  no 


a)  pintada,  a  y  R. 

ij  que  allí  le  nació.  2  y  R. 

cj  al  colar.  1  y  i\  aX  tocar.  R. 


-  317 


con  mucha  cortesía  y  comedi- 
miento, como  hombre  que  era 
en  extremo  bien  criado.  Fuese 
el  caballero  y  luego  llamó  Mo- 
nipodio á  todos  los  ausentes 
por  miedo  de  la  Justicia;  baja- 
ron todos,  y,  puesto  en  medio 
de  ellos,  sacó  un  libro  de  me- 
moria, que  traía  en  la  capilla  de 
la  capa  y  dióselo  á  Rinconeie 
que  leyera,  porque  él  no  lo  sa- 
bía. Abrióle  Rinconete,  y  vido 
en  la  primera  foja  las  partidas 
siguientes: 


Memoria  ^'^  de  las  cuchilladas 

QUE 
SE  HAN  DE  DAR  ESTA  SEMANA 

(^Primeramente,  una  cuchi- 
liada  por  el  rostro  al  mercader 
de  la  encrucijada,  de  á  cator- 
ce. Vale  cincuenta  ducados. 
Están  recibidos  treinta  á  bue- 
na cuenta;  débense  veinte.  Eje- 
cutor, Chiquiznaque DL»'^'. 

—No  creo  hay  otra  herida 
en  esta  foja;  pasad  á  otra. 


era  de  alquimia.  Monipodio  la 
recibió  con  mucho  contento  y 
cortesía,  porque  era  en  extremo 
bien  criado;  la  ejecución  quedó 
á  cargo  de  Chiquiznaque,  que 
sólo  tomó  término  de  aquella 
noche.  Fuese  muy  satisfecho  el 
caballero,  y  luego  Monipodio 
llamó  á  todos  los  ausentes  y 
azorados;  bajaron  todos,  y,  po- 
niéndose Monipodio  en  medio 
dellos,  sacó  un  libro  de  memo- 
ria, que  traía  en  la  capilla  de  la 
capa,  y  dióselo  á  Rinconete  que 
leyese,  porque  él  no  sabía  leer. 
Abrióle  Rinconete,  y  en  la  pri- 
mera hoja  vio  que  decía: 

Memorial  «  de  las  cuchilladas 

QUE 
se  han  DE  DAR  ESTA  SEMANA 

«La  primera,  al  mercader  de 
la  encrucijada  ^:  vale  cincuenta 
escudos;  están  recebidos  treinta 
á  buena  cuenta.  Secutor,  Chi- 
quiznaque.» '-'"' 


—No  creo  que  hay  otra,  hijo, 
dijo  Monipodio.  Pasa  adelante, 

y  mira  <■'  """-  donde  dice:  «Memo- 
rial '^  de  palos.» 


aj  Memoria,  i. 
¿J  Encrucijada.  R. 

c)  Pasa  adelante  y  mira,  i,  a  y  R. 

d)  Memoria,  i  y  3. 


^m  - 

Volvió  la  hoja  Rinconete  y  Volvió  la  hoja  Rinconete,  y 

leyó  en  la  contraria  de  la  pa-      vio  que  en  otra  estaba  escrito: 
sada: 


Memoria  de  los  palos 
que  se  hax  db  dar  esta  semana 

'.(.Primeramente ^  se  le  han  de 
dar  al  bodegonero  de  la  Alfal- 
fa doce  palos  de  mayor  cuan- 
tía, á  ducado  cada  uno.  Están 
dados  á  buena  cuenta  ocho  du- 
cados; deben  se  cuatro.  El  tér- 
mino es  seis  dias.  Ejecutor, 
Mani ferro CATA'//.» 

—Bien  se  podrá  borrar  ma- 
ñana esa  partida,  dijo  Mani  fe- 
rro, porque  esta  noche  traeré 
finiquito  de  ella. 

—¿Hay  más?  dijo  Monipo- 
dio. 

—Otra  hay,  respondió  Rin- 
conete, que  dice  asi: 

«ítem:  AI  sastre  que  por 
mal  nombre » llaman  el  Silgue- 
ro se  le  han  de  dar  seis  palos 
de  mayor  cuantía,  á  pedimento 
de  la  dama  que  dejó  la  gar- 
gantilla. Están  concertados  en 


Memorial  «  de  palos 

Y  más  abajo  decía: 

«Al  bodegonero  de  la  Alfal- 
fa"** doce  palos  de  mayor  cuantía, 
á  escudo  cada  uno;  están  dudos 
á  buena  cuenta  ocho;  el  término, 
seis  días.  Secutor,  Maniferro.» 


—Bien  podía  **  borrarse  esa 
partida,  dijo  Maniferro,  porque 
esta  noche  traeré  finiquito  della. 

—¿Hay  más,  hijo?  dijo  Moni- 
podio. 

—Sí,  otra,  respondió  Rinco- 
nete, que  dice  así: 

«Al  sastre  corcovado  que  ** 
por  mal  nombre  se  llama  el  Sil- 
guero, seis  palos  de  mayor  cuan- 
tía, á  pedimiento  de  la  dama  que 
dejó  la  gargantijla.  Secutor,  el 
Desmochado.» 


cien  reales,  dentro  del  término 

de  ocho  días.  Ejecutor,  el  Desmochado C.» 

—Maravillado  estoy,  dijo  — Maravillado  estoy^ dijo  Mo- 

Monipodio,  como  esa  partida      nipodio,  como  todavía  <^  está  esa 
está  todavía  en  ser.  Sin  ningu-     partida  en  sér^';  sin  duda  algu- 


a)  Al  .'^astre,  que  por  mal  noír  bre. 


aj  Memoria,  i  y  2. 

tj  corcovado,  que.  i,  2.  y  R. 

cj  toda  via.  I  y  a. 


—  319  - 
na  dubda  que  el  Desmochado 
debe  estar  indispuesto,  pues 
son  pasados  del  término  dos 
días  a  •'-  p  no  se  ha  dado  punta- 
da en  esta  obra. 

—  Yo  le  topé  ayer,  dijo  Ma- 
ni ferro,  y  me  dijo  que  estaba 
malo  el  Sastre,  por  lo  cual  no 
habla  cumplido  con  su  obliga- 
ción y  débito. 

-Eso  debe  ser  sin  dubda, 
porque  tengo  yo,  dijo  Monipo- 
dio, por  tan  buen  oficial  al 
Desmochado,  que  si  no  fuera 
por  ese  intervalo,  ya  hubiera 
dado  al  traste  con  el  Sastre  y 
con  todo  el  oficio  de  ellos. 
¿Hay  más  en  esa  foja,  mocito? 

Respondió  Rinconete: 

—No,  señor. 

—Pues  pasad  adelante. 


Hízolo  así  Rinconete  y,  pa- 
sando la  foja,  halló  otra  donde 
decía: 

Memoria  de  agravios  co- 
munes. Conviene  á  saber:  re- 

DOMAZOS,  unciones  DE  MIERA, 
CLAVAZÓN  DE  SAMBENITOS  b, 
COLG AMENTO  DE  CUERNOS,  MA- 
TRACAS, LADRILLE  JOS  ■'^,  ESPAN- 


na  debe  de  estar  mal  dispues- 
to '^'^  el  Desmochado,  pues  son 
dos  días  pasados  del  término  y 
no  ha  dado  puntada  en  esta  obra. 

—Yo  le  topé  ayer,  dijo  Maní- 
ferro,  y  me  dijo  que,  por  haber 
estado  retirado  por  enfermo  el 
Corcovado,  no  había  cumplido 
con  su  débito. 

—Eso  creo  yo  bien,  dijo  Mo- 
nipodio, porque  tengo  por  tan 
buen  oficial  al  Desmochado,  que 
si  no  fuera  portan  justo  impedi- 
mento, ya  él  hubiera  dado  ca- 
bo «  ^'  con  mayores  empresas. 
¿Hay  más,  mocito? 


—No,  señor,  respondió  Rin- 
conete. 

—Pues  pasad  adelante,  dijo 
Monipodio,  y  mirad  donde  dice: 
«Memorial  de  agravios  comunes.» 

Pasó  adelante  Rinconete  y 
en  otra  hoja  halló  escrito: 

Memorial  de  agravios  co- 
munes, CONVIENE  Á  saber:  re- 

DOMAZOS  -"^  UNTOS  DE  MIERA."", 
CLATv'ArZÓN  DE  SAMBENITOS  Y 
CUERNOS  "■",  MATRACAS,  ESPAN- 
TOS, ALBOROTOS  Y  CUCHILLADAS 


a)  diez  días. 

b)  Satit  Benitos 


a)  dado  al  cabo,  i . 


—  320  — 


TOS,  ALBOROTOS  FINGIDOS,  PU- 
BLICACIÓN DE  LIBELOS  Y  DIVUL- 
GACIÓN DE  SÁTIRAS. 

—¿Qué  dice  más  aba/o?  re- 
plicó Monipodio. 

—Dice,  señor,  leyó  Rinco- 
nete,  así: 


FINGIDAS**,  PUBLICACIÓN  DE  NI- 


BELOS 


ETC.» 


—¿Qué  dice  más  abajo?  dijo 
Monipodio. 

—Dice,  dijo  Rinconete:  «Un- 
to de  miera  en  la  casa...» 


v^Primer  amenté, se  debe  dar  una  unción  de  miera  en  casa  de. 


—No  se  lea  la  casa,  que  ya 
yo  sé  dónde  es,  dijo  Monipo- 
dio, y  tengo  de  ser  el  ejecutor, 
y  están  dados  á  buena  cuenta 
cuatro  ducados.  El  término  es 
cinco  días,  y  el  principal  son 
ocho  ■. 

—Asi  es  la  verdad,  dijo  Rin- 
conete; que  todo  eso  está  aquí 
escripto  al  pie  de  la  letra,  y 
más  abajo  dice  así: 

<íltem:  Se  debe  poner  una 
colgadura  de  cuernos....» 

—  Tampoco  se  lea  á  quién 
ni  adonde;  que  basta  que  se  le 
haga  el  agravio,  sin  decirlo  en 
público,  que  es  gran  cargo  de 
conciencia.  Á  lo  menos,  yo  más 
querría  colgar  cient  cuernos  y 
clavar  otros  tantos  sambeni- 
tos b,  como  se  me  pague  bien, 
que  decirlo  una  vez,  aunque 
fuese  á  la  madre  que  me  parió. 
Proseguid  con  la  señal  y  el 
ejecutor. 


—No  se  lea  la  casa,  que  ya 
yo  sé  dónde  es,  respondió  Moni- 
podio, y  yo  soy  el  tuautem  y  ese- 
cutor  de  esa  niñería,  y  están  da- 
dos á  buena  cuenta  cuatro  escu- 
dos, y  el  principal  es  ocho. 

—Así  es  la  verdad,  dijo  Rin- 
conete; que  todo  eso  está  aquí 
escrito;  y  aun  más  abajo  dice: 
'Clavazón  de  cuernos.» 


—Tampoco  se  lea,  dijo  Moni- 
podio, la  casa  ni  adonde;  que 
basta  que  se  les  haga  el  agravio, 
sin  que  se  diga  en  público,  que 
es  gran  cargo  de  conciencia.  Á 
lo  menos  «,  más  querría  yo  cla- 
var cien  cuernos  y  otros  tantos 
sambenitos,  como  se  me  pagase 
mi  trabajo,  que  decillo  sola  una 
vez,  aunque  fuese  á  la  madre  que 
me  parió. 


a)  son  ocho....  LXXXV'III. 

b)  Sa-Benitos. 


a)  alómenos,  i  y  a. 


-  321  — 

—  «Está  concertada  esta  —El  esecutor  desto  es,  dijo 

partida  en  doscientos  reales.      Rincón ete,  el  Narigueta. 
Están  dados  doce  ducados.  El 
término  es  dentro  de  ocho  días.  El  ejecutor,  Narigueta —  CC,> 

—Bien  está:  ya  eso  está  he-  —Ya  está  eso  hecho  y  paga- 

rlo Y  pagado,  dijo  Monipodio.      do,  dijo  Monipodio;  mirad  si  hay 


¿Hay  otra  cosa?  Porque,  si  no 
me  acuerdo  mal,  ha  de  haber 
ahí  un  espanto  de  veinte  escu- 
dos. 

—Así  es,  dijo  Rincón  ete: 
«Item:se  debehacerun  espanto 
al  barbero  valiente  de  la  Cruz 
de  la  Parra  ■'^.  El  precio  es 
veinte  ducados.  El  término  es 
todo  estepresente  mes  de  agos- 
to. El  ejecutor ,  la  Comuni- 
dad  CCXX.^ 

—Cumpliráse  al  pie  de  la  le- 
tra, sin  que  falte  un  punto,  dijo 
Monipodio;}'  confieso  haber  re- 
cibido la  mitad  de  esa  partida 
para  en  cuenta,  y  será  una  co- 
sa de  las  de  más  gracia  »  y  pro- 
vecho que  hayan  caído  en  nues- 
tro almojarifadgo.  Mostrad- 
me  el  libro  de  caja,  mocito; 
que  yo  sé  que  no  hay  más,  y  sé 
también  que  anda  muy  flaco  el 
oficio;  pero  tras  estos  tiempos 
vienen  otros,  y  no  se  mueve  la 
hoja  en  el  árbol  sin  la  volun- 
tad de  Dios.  Lo  que  resta  ago- 


más;  que,  si  mal  no  me  acuerdo, 
ha  de  haber  ahí  un  espanto  de 
veinte  escudos;  está  dada  la  mi- 
tad y  el  esecutor  es  la  comuni- 
dad toda,  y  el  término  es  todo  el 
mes  en  que  estamos,  y  cumplirá- 
se al  pie  de  la  letra,  sin  que  falte 
una  tilde,  y  será  una  de  las  me- 
jores cosas  que  hayan  sucedido 
en  esta  ciudad  de  muchos  tiem- 
pos á  esta  parte.  Dadme  el  libro, 
mancebo;  que  yo  sé  que  no  hay 
más,  y  sé  también  que  anda  muy 
flaco  el  oficio;  pero  tras  este 
tiempo  vendrá  otro,  y  habrá  que 
hacer  más  de  lo  que  quisiéremos; 
que  no  se  mueve  la  hoja  sin  la 
voluntad  de  Dios  ^''\  y  no  hemos 
de  hacer  nosotros  que  se  vengue 
nadie  por  fuerza;  cuanto  más 
que  cada  uno  en  su  causa  suele 
ser  valiente,  y  no  quiere  pagar 
las  hechuras  de  la  obra  que  él 
se  puede  hacer  por  sus  manos. 

—Así  es,  dijo  á  esto  el  Repu- 
lido. Pero  mire  vuesa  merced, 
señor  Monipodio,  lo  que  nos  or- 


a)  una  cosa  de  más  gracia. 


21  b 


—  322  - 


ra  que  hacer  es  qae  todos  se 
vayan  á  sus  puestos  hasta  «  el 
domingo,  que  nos  juntemos  en 
este  mismo  lugar,  donde  se  re- 
partirá cuanto  hubiere  caido, 
sin  agraviar  á  nadie.  Rincone- 
te  se  acomodará  de  aquí  al  do- 
mingo desde  la  Torre  del  Oro, 
por  defuera  de  las  murallas, 
hasta  el  postigo  del  Carbón, 
señalándole  por  términos 
circunvecinos  lo  que  dice  por 
línea  reta  desde  Sant  Telmo 
hasta  »>  Sant  Sebastián  f  Sant 
Bernaldo;  el  cual  distrito  os 
enseñará  aquí  Ganchoso,  por- 
que es  razón  y  justicia  que  na- 
die entre  en  pertenencia  de  na- 
die. Allí  podréis  usar  de  vues- 
tras /lores  con  gente  que  por 
allí  anda  jugando  á  todos  jue- 
gos; que  en  verdad  que  me 
acuerdo  yo  haber  repartido  en 
esta  posta  á  un  muchacho,  de 
Antequera  natural,  que  era  un 
águila  en  el  oficio,  porque  no 
había  día  que  no  salía  (limpios 
de  alcabala)  con  más  de  veinte 
reales  en  menudos,  atiende  de 


dena  y  manda;  que  se  va  hacien- 
do tarde  y  va  entrando  el  calor 
más  que  de  paso. 

—Lo  que  se  ha  de  hacer,  res- 
pondió Monipodio,  es  que  todos 
se  vayan  á  sus  puestos,  y  nadie 
se  mude  hasta  el  domingo,  que 
nos  juntaremos  en  este  mismo  lu- 
gar y  se  repartirá  todo  lo  que 
hubiere  caído,  sin  agraviar  á  na- 
die. Á  Rinconete  el  Bueno  y  á 
Cortadillo  se  les  da  por  distrito 
hasta  el  domingo  desde  la  Torre 
del  Oro  "^j  por  defuera  de  la 
ciudad,  hasta  el  postigo  del  Al- 
cázar ",  donde  se  puede  traba- 
jar á  sentadillas  con  sus  flores; 
que  yo  he  visto  á  otros  de  menos 
habilidad  que  ellos  salir  cada  día 
con  más  de  veinte  reales  en  me- 
nudos, amén  de  la  plata,  con  una 
baraja  sola,  y  ésa  con  cuatro  nai- 
pes menos.  Este  distrito  <>  os  en- 
señará Ganchoso,  y  aunque  os 
extendáis  hasta  San  Sebastián  y 
San  Telmo  *  '*,  importa  poco, 
puesto  que  es  justicia  mera  mix- 
ta ^''  que  nadie  se  entre  en  per- 
tenencia de  nadie  *". 


alguna  plata  que  se  le  juntaba 

y  algunas  prendas.  Cortadillo  en  este  mismo  tiempo  ande  en 

compañía  de  Ganchoso,  que  tiene  el  distrito  de  Sant  Salvador 


a)  /asta. 

b)  fasta. 


a)  districto.  i. 
bj  Santelmo.  R. 


-  323  — 

Y  Carnecerias;  que  á  solos  pañuelos,  aunque  otra  cosa  no  haya, 
se  puede  ganar  bien  la  vida. 

Besáronle  las  manos  los 
dos  por  la  merced  que  les  ha- 
cía ^  Y,  ofreciéndole  hacer  su 
oficio  con  toda  fidelidad  y  dili- 
gencia, luego  sacó  Monipodio 
un  papel  de  la  capilla  de  la 
capa,  doblado  á  lo  largo,  don- 
de estaba  la  lista  de  los  her- 
manos, y  mandó  á  Rinconete 
que  escribiese  allí  su  nombre  y 
el  de  Cortadillo;  mas  porque 
no  había  tinta  ni  pluma  en  toda 
la  casa,  no  surtió  efecto.  Man- 
dóse se  llevase  el  papel  al  pri- 
mer boticario,  y  escribieron  sus 
nombres  en  esta  guisa:  í<Rinco- 
nete  y  Cortadillo,  cofrades;  en- 
traron á  serlo  en  12  de  agosto 
de  este  presente  año.  Son  her- 
manos menores.  Noviciado, 
tres  meses.  Rinconete,  floreo; 


Besáronle  la  mano  los  dos 
por  la  merced  que  se  les  hacía, 
y  ofreciéronse  «  á  hacer  su  ofi- 
cio bien  y  fielmente,  con  toda  ^ 
diligencia  y  recato. 

Sacó,  en  esto,  Monipodio  un 
papel  doblado  de  la  capilla  de  la 
capa,  donde  estaba  la  lista  de  los 
cofrades,  y  dijo  á  Rinconete  que 
pusiese  allí  su  nombre  y  el  de 
Cortadillo;  mas,  porque  no  ha- 
bía tintero,  le  dio  el  papel  para 
que  lo  llevase,  y  en  el  primer 
boticario  los  escribiese  ^-''•\  po- 
niendo: «Rinconete  y  Cortadillo, 
cofrades;  noviciado,  ninguno; 
Rinconete,  floreo;  Cortadillo, 
bajón»  ■^"";  y  el  día  <:,  mes  y  año, 
callando  padres  y  patria. 

Estando  en  esto,  entró  uno  de 
los  viejos  abispones  y  dijo: 

Cortadillo,  bajón.» 

Volvieron  el  papel  á  su  padre  y  mayor  ^  y,  dándosele,  volvió 

á  venir  uno  de  los  dos  viejos  que  se  hallaron  en  el  almuerzo, 

los  cuales  se  llaman  abispones,  y  dijo: 

—  Vuelvo  á   decir  á  vuesa  —Vengo   á  decir  á  vuesas 

merced  como  encontré  ahora      mercedes  como  agora  agora  *" 


en  Gradas  c  á  Lobillo  el  de  Má- 
laga y  me  dijo  que  viene  mejo- 
rado en  su  arte  ^  de  tal  manera, 


topé^'  en  Gradas  á  Lobillo  el  de 
Málaga,  y  díceme  que  viene  me- 
jorado en  su  arte  de  tal  manera, 


a)  por  la  que  les  hacía. 

b)  padre  mayor. 

c)  gradas. 

d)  en  suerte. 


a)  por  la  merced,  y  ofreciéronse,  a  y  R. 

bj  su  oficio  con  toda,  a  y  R. 

c)  el  día.  a. 

elj  cómo  agora  topé.  R. 


-3:^4 


Que  con  naipe  ¡indo  y  limpio  y 
acabado  de  comprar  de  la  es- 
tampa quitaría  los  dineros  de 
delante  al  mismo  diablo;  sino 
que  venia  algo  maltratadillo, 
y  habla  menester  rehacerse 


que  con  naipe  limpio  quitará  el 
dinero  al  mismo  Satanás,  y  que 
por  venir  mal  tratado  no  viene 
lueí^o  á  registrarse  "  y  á  dar  la 
sólita  obediencia  *'*;  pero  que  el 
domingo  será  aquí  *^  sin  falta. 


hasta  ponerse  en  punto  de  po- 
der entrar  ú  jugar  en  casas  principales,  porque  su  nueva  flor 
era  tal,  que  á  vista  de  todo  el  género  humano  se  ejecutaba;  y 
que  otro  día,  estuviese  como  estuviese,  vendría  á  dar  la  obe- 
diencia á  la  comunidad. 


—Siempre  se  me  asentó  á 
mí,  dijo  Monipodio,  que  este 
tobillo  había  de  ser  único  en 
su  arle,  porque  tiene  las  mejo- 
res Y  más  acomodadas  manos 
para  ello  que  se  pueden  de- 
sear. 


—  Siempre  se  me  asentó  á 
mí,  dijo  Monipodio,  que  este  Lo« 
billo  había  de  ser  único  en  su 
arte,  porque  tiene  las  mejores  y 
más  acomodadas  manos  para  el  lo 
que  se  pueden  ^  desear;  que  pa- 
ra ser  uno  buen  oficial  en  su  ofi- 


cio tanto  ha  menester  los  buenos  instrumentos  con  que  le  ejercita 
como  el  ingenio  con  que  le  aprende. 


—  También  topé,  dijo  el  vie- 
jo, en  una  casa  de  posadas  de 
la  calle  de  Tinlores,  al  Cojuelo, 
en  hábito  de  clérigo  reverendo, 
que  se  había  ido  á  posar  allí 
aposta,  diciendo  ser  forastero, 
porque  sabe  que  en  ella  posan 
siempre  huéspedes  ricos,  y  que 
se  juega  muncho  dinero.  Dice 
también  que  el  domingo  no  fal- 
tará de  la  junta,  y  dará  cuenta 
de  su  persona. 


—También  topé,  dijo  el  vie- 
jo, en  una  casa  de  posadas  en  la 
calle  de  Tintores  *''S  al  Judío  f, 
en  hábito  de  clérigo,  que  se  ha 
ido  á  posar  allí  por  tener  noticia 
que  dos  peruleros  viven  en  la 
misma  casa,  y  querría  ver  si  pu- 
diese trabar  juego  con  ellos, 
aunque  fuese  de  poca  cantidad; 
que  de  allí  podría  venir  á  mucha. 
Dice  también  que  el  domingo  no 
faltará  de  la  junta,  y  dará  cuenta 
de  su  persona. 


aj  revistarse.  2. 

b)  se  puede.  2. 

c)  al  ludio.  I  y  2. 


5^5- 


—También  ése  es  gran  sa- 
cre, dijo  Monipodio,  y  tiene 
grandísima  labia,  y  sabe  mun- 
clw  de  la  uña,  con  gran  cono- 
cimiento. Días  há  que  no  lo  he 
visto,  Y  no  hace  bien;  pues  á  fe 
que  si  no  se  enmienda,  que  yo 
le  deshaga  la  corona;  que  el 
ladrón  no  tiene  más  órdenes 
que  el  Turco,  ni  sabe  más  la- 
tín que  el  Maluco.  ¿Hay  más  de 
nuevo? 

—Sí  hay,  dijo  el  viejo:  que 
ahora  entraron  por  la  puerta 
de  Carmona  cuatro  casas  mo- 
vedizas en  cuatro  carros  bien 
cargados,  y  pararon  en  la  pla- 
za del  Marqués  de  Tarifa  ■'■', 


—Ese  Judío"  también,  dijo 
Monipodio,  es  gran  sacre  y  tiene 
gran  conocimiento.  Días  há  que 
no  le  he  visto,  y  no  lo  hace  bien, 
pues  á  fe  que  si  no  se  enmienda, 
que  yo  le  deshaga  la  corona;  que 
no  tiene  más  órdenes  el  ladrón 
que  las  tiene  ^  el  Turco  s  ni  sa- 
be más  latín  que  mi  madre.  ¿Hay 
más  de  nuevo? 

—No,  dijo  el  viejo,  á  lo  me- 
nos '^,  que  yo  sepa. 

—Pues  sea  en  buen  hora  ', 
dijo  Monipodio.  Voacedes  tomen 
esta  miseria  (y  repartió  entre  to- 
dos hasta  cuarenta  reales),  y  el 
domingo  no  falte  nadie,  que  no 
faltará  nada  de  lo  corrido. 


que  no  les  dieron  licencia  para 

pasar  adelante  '•";  desde  donde  la  andan  llevando  con  palau' 
quines  a  y  con  dos  carros  largos  á  la  casa  que  llaman  la  Pila 
del  Tesorero  "';  y  sería  bien  que  antes  que  todo  aquel  menaje 
se  pusiese  en  su  centro  acudiese  allí  uno  de  los  nuestros. 

—Pues  ¿no  andan  allá  los  dos  palanquines  Harpón  y  Re- 
pollo, nuestros  paniaguados?  dijo  Monipodio. 

-  Sí  andarán,  dijo  el  viejo,  porque  ya  yo  les  di  el  cañuto  •'^. 

—Pues  eso  basta,  dijo  Monipodio;  que  si  ellos  vieren  que  es 
necesario  socorro,  ellos  avisarán;  y,  pues  por  ahora  no  hay  más 
que  despachar,  vean  voacedes  cuál  tiene  necesidad  de  alguna 
ayuda  de  costa;  que  yo  se  la  daré  á  buena  cuenta. 

Algunos  le  pidieron  dineros  y  él  repartió  hasta  veinte  reales 
entre  ellos. 


a)  palanchines. 


a)  ludio.  I  y  a. 

b)  que  las  que  tieoe.  R. 

c)  el  turco.  R. 

d)  alómenos,  i. 

tj  en  butnhora;  i  y  a. 


-326  - 
Juntáronse  la  Cariharíacon  Todos  le  volvieron  las  ¿ra- 


Repulido,  Y  la  Escalanta  con 
Maniferro,  y  la  Gananciosa 
con  Chiqniznaque,  concertan- 
do que  aquella  noche,  después 
que  hubiesen  alzado  de  obra 
en  la  casa,  se  viesen  en  la  de 
Pipóla,  donde  se  harían  las 
tornabodas  por  el  contento  de 
las  paces.  Monipodio  dijo  que 
no  se  podía  hallar  en  el  gaudea- 
mus  ^, porque  había  de  ir  á  con- 
cluir con  la  partida  de  la  un- 
ción de  la  miera.  Con  lo  cual 
se  fueron  todos,  y  Rinconete  y 
Cortadillo  abrazaron  á  Moni- 
podio, y  él  á  ellos,  estrecha- 
mente, y,  echándoles  su  bendi- 
ción, los  previno  con  los  si- 
guientes consejos: 

Que  no  tuviesen  jamás  po- 
sada cierta. 

Que  no  durmiesen  en  una 
misma  más  que  dos  noches. 

Que  no  dijesen  quiénes  eran 
sus  amigos  y  consejeros. 

Que  guardasen  el  secreto 
de  la  comunidad,  porque  así 


cías;  tornáronse  á  abrazar  Repo- 
lido  y  la  Cariharta,  la  Escalanta 
con  Maniferro,  y  la  Gananciosa 
con  Chiquiznaque,  concertando 
que  aquella  noche,  después  de 
haber  alzado  de  obra  en  la  ca- 
sa '"",  se  viesen  en  la  de  la  Pipota, 
donde  también  dijo  que  iría  Mo- 
nipodio, al  registro  de  la  canasta 
de  colar,  y  que  luego  había  de  ir 
á  cumplir  y  borrar  la  partida  de 
la  miera.  Abrazó  á  Rinconete  y  á 
Cortadillo,  y  echándoles  "  su 
bendición,  los  despidió,  encar- 
gándoles que  no  tuviesen  jamás 
posada  cierta  ni  de  asiento,  por- 
que así  convenía  ^  á  la  salud  de 
todos.  Acompañólos  Ganchoso 
hasta  enseñarles  sus  puestos, 
acordándoles  que  no  faltasen  el 
domingo,  porque,  á  lo  que  creía 
y  pensaba.  Monipodio  había  de 
leer  una  lición  de  posición  *"' 
cerca  '  de  las  cosas  concernien- 
tes á  su  arte.  Con  esto  se  fué, 
dejando  á  los  dos  compañeros 
admirados  de  lo  que  habían  visto. 


convenía  á  la  salud  y  conser- 
vación de  todos,  y,  acompañándolos  Ganchoso  hasta  ^  la  plaza 
de  Sant  Salvador,  los  dejó,  encargándoles  que  no  fallasen  el 
domingo  de  acudir  á  la  lección  y  al  repartimiento. 


a)  gttudemus. 

b)  /asta. 


a)  echándolos.  \  >j  i. 

b)  conviene,  a. 
cj  acerca,  i. 


-   327  - 

Quedaron  los  dos  compañeros  admirados  y  atóm'tos  de  to 
que  habían  visto  p  oído. 


Era  Rinconete,  aunque  mu- 
chacho, de  buen  entendimiento 
y  natural.  Como  había  andado 
con  su  padre  á  echar  las  bu- 
las, sabía  algo  del  buen  lengua- 
je y  de  propiedad  de  palabras, 
y  dábale  gran  risa  pensar  en 
los  vocablos  que  les  había 
oído  decir,  asía  Monipodio  co- 
mo á  los  demás  de  la  bendita 
compañía,  y  más  cuando  dijo, 
por  decir  per  tnodum  suffragii, 
por  vía  de  naufragio,  y  que  sa- 
caban el  estupendio,  por  decir 
estipendio,  de  lo  que  se  gar- 
beaba, con  otras  mili  graciosas 
impertinencias  de  este  modo; 
como  cuando  dijo  Cariharta 
que  era  Repulido  un  marinero 
de  Tarpeya,  por  í/ec/r  Mira  Ñero 
de  Tarpeya,  y  un  tigre  de  Oca- 
ña,  por  decir  de  Hircania;  mas, 
sobre  todo,  lo  que  más  le  ad- 
miraba era  la  seguridad  de 
consciencia  en  que  vivían  y  la 
confianza  de  irse  al  Cielo, 
obrando  tales  obras,  por  guar- 
dar sus   devociones,  estando 


Era  Rinconete,  aunque  mu- 
chacho, de  muy  buen  entendi- 
miento, y  tenía  un  buen  natural; 
y,  como  había  andado  con  su  pa- 
dre en  el  ejercicio  de  las  bulas, 
sabía  algo  de  buen  lenguaje,  y 
dábale  gran  risa  pensar  en  los 
vocablos  que  había  oído  á  Moni- 
podio y  á  los  demás  de  su  com- 
pañía y  bendita  comunidad;  y 
más  cuando,  por  decir  per  mo- 
dum  suffragii  '^^''\  había  dicho 
por  «  modo  de  naufragio;  y  que 
sacaban  el  estupendo,  por  de- 
cir estipendio,  de  lo  que  se  gar- 
beaba; y  cuando  la  Cariharta  di- 
jo que  era  Repolido  como  un  ma- 
rinero de  Tarpeya  y  un  tigre  de 
Ocaña,  por  decir  Hircania,  con 
otras  mil  impertinencias  á  éstas 
y  á  otras  peores  semejantes  ^. 
Especialmente  le  cayó  en  gracia 
cuando  dijo  que  el  trabajo  que 
había  pasado  en  ganar  los  vein- 
ticuatro reales  lo  recibiese  el 
Cielo  en  descuento  de  sus  peca- 
dos; y,  sobre  todo,  le  admiraba 
la  seguridad  que  tenían  y  la  con- 


aj  per.  \yi.  .... 

b)  impertinencias,  i,  ayR.  (Aquí,  sm  du- 
da alguna,  habían  de  entrar  las  siete  palabras 
siguientes,  aunque  en  las  primeras  ediciones 
están  algunos  renglones  más  abajo,  después 
de  pecados,  y  comenzando  con  mayúscula, 
ya  se  supone  que  sin  hacer  buen  sentido  el 
pasaje.— Rosell  omitió  esas  palabras.) 


—  328  - 


llenos  de  hurtos,  homicidios, 
infamias,  agravios,  etcétera, 
Y  la  otra  vieja  malina  Pipóla, 
que  dejaba  la  canasta  de  colar 
hurtada  y  encubierta,  y  se  iba 
á  poner  las  candelitas  de  cera 
al  Crucifijo,  con  lo  cual  se  pen- 
saba ir  vestida  y  calzada  al 
Cielo.  Admirábase  también  de 
la  obediencia  que  todos  tenian 
á  Monipodio,  siendo  un  hombre 
tan  rústico  y  desalmado.  Sacá- 
balo de  su  juicio  lo  que  en  el  li- 
bro de  caja  había  leido,  y  los 
ejercicios  en  que  todos  se  ocu- 
paban, y  sobreexageraba  ^" 
cuan  poca  ó  ninguna  justicia  *"■*• 
había  en  aquella  ciudad,  pues 
cuasi  públicamente  vivía  en  ella 
y  se  conservaba  gente  de  tan 
contrario  trato  á  la  naturaleza 
humana;  y  propuso  en  sí  de 
aconsejar  á  su  compañero  no 
durase  mucho  en  aquella  vida 
tan  perdida,  peligrosa  y  diso- 
luta. Mas,  con  todo,  llevado 
de  su  poca  experiencia  y  años, 
y  del  vicio  y  ocio  de  la  edad  y 
tierra,  quiso  pasar  más  ade- 
lante, por  ver  si  descubría  en 
aquel  trato  otra  cosa  de  más 
gusto  de  lo  que  imaginaba,  y 


fianza  de  irse  al  Cielo,  con  no 
faltar  á  sus  devociones,  estando 
tan  llenos  de  hurtos  y  de  homi- 
cidios y  de  ofensas  de  Dios;  y 
reíase  de  la  otra  buena  viejade  la 
Pipota,  que  dejaba  la  canasta  de 
colar  hurtada  guardada  en  su  ca- 
sa, y  se  iba  á  poner  las  candeli- 
llas de  cera  á  las  imagines  ",  y 
con  ello  pensaba  irse  al  Cielo 
calzada  y  vestida.  No  menos  le 
suspendía  la  obediencia  y  res- 
peto *  que  todos  tenían  á  Moni- 
podio, siendo  un  hombre  bárba- 
ro, rústico  y  desalmado.  Consi- 
deraba lo  que  había  leído  en  su 
libro  de  memoria,  y  los  ejerci- 
cios en  que  todos  se  ocupaban; 
finalmente,  exat^eraba  cuan  des- 
cuidada justicia  había  en  aquella 
tan  famosa  ciudad  de  Sevilla, 
pues  casi  al  descubierto  vivía  en 
ella  gente  tan  perniciosa  y  tan 
contraria  á  la  misma  naturaleza; 
y  propuso  en  sí  de  aconsejar  á 
su  compañero  no  durasen  ^  mu- 
cho en  aquella  vida  tan  perdida 
y  tan  mala,  tan  inquieta  y  tan  li- 
bre y  disoluta.  Pero,  con  todo 
esto,  llevado  de  sus  pocos  años 
y  de  su  poca  experiencia,  pasó 
con  ella  adelante  algunos  meses, 


aj  imágenes-  i  y  R. 
6J  respecto,  i. 
cj  no  durase-  R. 


329  - 


asi,  pasó  en  él  los  ir  es  meses 
del  noviciado,  en  los  cuales  le 
pasaron  cosas  que  piden  más 
larga  historia,  y  asi,  se  conta- 
rá en  otra  parte  la  vida,  muer- 
te y  milagros  de  ambos,  con  la 
de  su  maestro  Monipodio,  con 
otros  sucesos  de  algunos  de  la 
infame  junta  y  academia  ^,  que 
todas  son  cosas  dignas  de  con- 


en  los  cuales  le  sucedieron  cosas 
que  piden  más  luenga  escritura, 
y  así,  se  deja  para  otra  ocasión 
contar  su  vida  y  milagros,  con 
los  de  su  maestro  Monipodio,  y 
otros  sucesos  de  aquellos  de  la 
infame  academia,  que  todos  se- 
rán de  grande  consideración,  y 
que  podrán  servir  de  ejemplo  y 
aviso  á  los  que  los  leyeren  ». 


sideración  y  que  pueden  servir 
\  de  ejemplo  y  aviso  á  los  que  las  leyeren  para  huir  y  abominar 
una  vida  tan  detestable  y  que  tanto  se  usa  en  una  ciudad  que 
habla  de  ser  espejo  de  verdad  y  de  justicia  en  todo  el  mundo, 
como  lo  es  de  grandeza. 


a)  ¿  academia. 


a)  ¡as  leyeren,  i  y  2. 


22 


NOTAS 


Dando  la  debida  preferencia  al  texto  definitivo  del  Rinconele  sobre  el 
borrador  que  copió  el  Ldo.  Porras  de  la  Cámara  y  publicó  D.  Isidoro  Ba- 
sarte, reservaré  para  el  comento  de  aquél  las  notas  comunes  d  entrambos. 

NOTAS  AL  BORRADOR 

1  Sentóse  uno  contra  el  otro... 

Contra,  en  la  acepción  de  enfrente  de,  mirando  á,  6  hacia  (de 
facies),  muy  usadas  en  lo  antiguo.  Véanse  algunos  ejemplos.  En  el 
poema  de  los  Loores  de  Nuestra  Señora,  copla  191: 

Non  es  nuestro  dc9Ír  quales  son  sus  riquezas, 
Oro  nin  plata  nada  non  son  contra  las  sus  altezas... 

En  el  Poema  de  Alfonso  Onceno,  copla  356: 

Contra  Dios  al<;ó  las  manos, 
Verdadero  Criador, 
A  Teba  plouó  de  cristianos 
El  buen  rrey  guerreador. 

Y  en  Amadís  de  Gaula,  punto  menos  que  á  cada  paso,  aunque  casi 
siempre  significando  hacia,  tal  como  en  este  pasaje  (libro  I,  cap.  I): 
«Entonces,  partiéndose  della,  se  fué  contra  la  cámara  do  el  Rey 
Perlón  posaba...» 

2  ¿De  qué  tierra  es  vuecé? 

Creo  probable  que  Cervantes  escribiría  en  este  y  otros  lugares 
del  Rinconele,  no  vuecé,  ni  vuesé,  como  parece  que  había  copiado 
Porras  de  la  Cámara  é  hizo  estampar  Bosarte,  sino  buasé,  como  se 


—  332  - 

lee  en  la  antigua  copia  del  soneto  Al  túmulo  de  Felipe  II,  que  que- 
da transcrita  en  nota  de  la  pág.  153.  Buasé  es  más  andaluz,  más 
hispalense  que  vuecé:  la  pronunciación  popular  sevillana  no  conoce 
la  í»  ni  la  z  y  c*  suave. 

3  ...que  de  fuerza  ha  de  pasar  adelante. 

No  de  por  fuerza  ó  por  fuerza,  como  decimos  hoy,  sino  de 
fuerza,  en  contraposición  á  de  grado.  El  Diccionario  de  la  Aca- 
demia Española  trae,  como  anticuado,  este  modo  adverbial. 

4  ...y  una  madrasta.... 

Así,  y  no  madrastra,  dice  el  vulgo  en  Andalucía. 

5  ...y  el  camino  que  llevo  es  á  la  gruesa  ventura.... 

Falta  esta  frase  adverbial  en  el  Diccionario  de  la  Academia, 
aunque  no  sus  análogas  á  la  ventura  y  á  la  buena  ventura,  que 
significan,  como  ella,  «sin  determinado  objeto  ni  designio;  á  lo  que 
deparare  la  suerte.»  El  modo  á  la  gruesa  ventura  aporta  á  la  ex- 
presión, aún  más  que  aquéllos,  la  idea  de  á  todo  riesgo,  á  salga  lo 
que  saliere;  como  se  dice  en  Andalucía,  á  lo  que  caiga.  Quizás  lo 
que  en  nuestro  derecho  mercantil  se  llama  contrato  á  la  gruesa 
se  diría  en  otro  tiempo  á  la  gruesa  ventura:  á  lo  menos,  eso  viene 
á  significar. 

6  ...aún  edad  tiene  vuesa  merced... 

Aquí  cambian  de  tratamiento  los  dos  muchachos,  que  hasta  aho- 
ra habían  venido  llamándose  de  vuecé  ó  voacé,  contracción  de  vue- 
sarcé,  que  lo  es  de  vuesa  merced.  Esta  inconsecuencia  hubo  de 
deberse  á  descuido  del  mismo  Cervantes,  y  no  del  editor  Bosarte, 
ni  del  licenciado  Porras  de  la  Cámara,  de  cuya  letra  estaba  copia- 
do el  Rinconete  en  el  cartapacio  formado  para  el  arzobispo  de  Se- 
villa; porque  no  es  de  suponer  que,  siendo,  como  eran,  meros  co- 
piantes, tropezasen  en  cosa  tan  llana. 

7  ...(aunque  otros  los  llaman  echacuervos). 

Por  aquí  se  ve  que  Covarrubias  (Tesoro  de  la  Lengua  Castella- 
na ó  Española,  artículo  cuervo),  se  quedó  corto  cuando  llamó  echa- 
cuervos  á  los  que  «con  embelecos  y  mentiras  engañan  los  simples, 
por  vender  sus  ungüentos,  aceites,  yerbas,  piedras  y  otras  cosas 
que  traen,  que  dicen  tener  grandes  virtudes  naturales.»  Es  gracioso 
el  hecho  ó  cuentecillo  de  donde  Covarrubias  derivaba  esa  denomi- 
nación. 


-  533  - 

8  ...  Molió r ido,  lugar  entre  Medin  a  del  Campo  p  Salamanca . . . 

Esta  aldea  debe  de  haber  desaparecido;  á  lo  menos,  el  Dicciona- 
rio Geográfico  de  Madoz  no  la  menciona,  aunque  sí  el  Reportorio 
de  todos  los  caminos  de  España,  que  compuso  Pero  Juan  Villuga, 
impreso  por  Pedro  de  Castro,  en  Medina  del  Campo,  año  de  1546,  y 
que  ha  hecho  reproducir  en  facsímile,  recientemente,  el  docto  hispa- 
nista norteamericano  Mr.  Archer  M.  Huntington.  Mollorido  estaba 
á  seis  leguas  y  media  de  Medina  del  Campo,  á  ocho  de  Salamanca  y 
á  tres  del  Pedroso,  de  donde,  ó  Cervantes  al  preparar  el  Rinconete 
para  la  estampa,  ó,  lo  que  más  creo,  alguno  de  los  editores  de  sus 
Novelas,  hizo  natural  á  Cortado. 

9  ...tengo  hechas  hartas  hartas  experiencias... 
Superlativo  por  repetición,  como  solían  hacerlo  los  hebreos  y 

los  árabes:  decir  hartas  hartas  es  como  decir  muchísimas.  Algu- 
nas páginas  después,  en  la  misma  lección  de  Bosarte  (pág.  258  del 
presente  libro),  verá  el  lector:  «...y  por  lo  menos  menos,  eran 
cuatro»:  otra  expresión  superlativa,  que  diríamos  hoy  por  lo  me- 
nos, por  lo  menos,  pero  que  antaño  se  construía  con  la  sola  repe- 
tición del  adverbio.  Y  aún,  para  superlativar  con  más  vehemencia, 
el  vulgo  solía  triplicarlo.  Así  el  ingenioso  Lucas  Fernández,  en  una 
Comedia  publicada  en  los  números  postumos  de  El  Criticón  de 
Gallardo: 

Bras.     Por  mds  más  más  que  hagáis, 
Que  no  me  llevéis  vos  fio 
Asmo  pensáis. 

10  ,..porque  se  tenia  por  afrentado  que  dos  muchachos... 
Por  afrentado  de  que,  diríamos  hoy. 

11  ...un  estadal  de  cera. . . 

Lo  que  en  Sevilla  llaman  un  mazo  de  cerillo.  Se  usa,  más 
que  para  alumbrarse,  para  matar  mosquitos.  Llamábase  estadal, 
como  dice  la  Academia,  porque,  de  ordinario,  venía  á  tener  de  lar- 
go un  estado  de  hombre,  pues  los  hilos  para  el  pábilo  se  medían,  y 
suelen  medirse  aún,  de  pulgar  á  pulgar,  extendidos  los  brazos. 

12  ...mas,  con  todo,  las  vendieron... 

Hay  en  este  pasaje  una  tiradilla  de  versos  involuntarios,  como 
aquéllas  otras  que  cité  en  la  larga  nota  de  la  pág.  226.  Y  es  lo 


-  334  - 

peor  que,  por  mano  del  diablo,  tienen  hasta  su  consonancia  en  los 
lugares  críticos: 

...y  un  librito  de  memoria, 
joyas  que,  cuando  las  vieron, 
no  les  dieron  mucho  gusto; 
mas,  con  todo,  las  vendieron... 

13  ...las  habían  de  tener  por  casas  de  por  vida,  á  mejor 
librar... 

Á  bien  librar  sería  más  propio,  porque  para  librar  mejor  po- 
dían ser  condenados  á  galeras  por  algún  tiempo,  y  no  de  por  vida, 
ó  ser  absueltos  en  cuantos  procesos  se  les  hiciesen;  que  esto  sí  que 
sería  librar  mejor  que  de  ninguna  otra  manera. 

14  ...hacía  la  Sardina  y  puente... 

La  puente  era  la  de  barcas,  que  ponía  en  comunicación  la 
ciudad  con  el  barrio  de  Triana.  La  Sardina,  sitio  llamado  así  por- 
que en  él  se  desembarcaba  el  pescado  para  lavarlo,  era  lo  que  el 
Barranco  ahora,  y  en  el  propio  lugar  estaba.  Por  el  lavar  de  la 
sardina  cobraba  el  cabildo  muy  buena  renta,  según  se  echa  de  ver 
en  sus  antiguos  libros  de  propios. 

15  ...pescado  y  f rucia... 

Fructa  escribía  Cervantes,  á  no  dudar,  y  así,  Porras  de  la  Cá- 
mara y  después  Bosarte  hicieron  bien  en  conservar  en  esta  palabra 
la  c  de  la  original  latina.  «Á  no  dudar»  digo,  porque  en  la  carta  que 
de  su  mano  escribió  poco  antes  de  morir  (en  26  de  marzo  de  1616) 
á  su  protector  D.  Bernardo  de  Sandoval  y  Rojas,  cardenal  arzobispo 
de  Toledo  (carta  cuyo  original  honra  la  gran  sala  de  actos  de  la 
Academia  Española,  puesto  en  un  cuadro  encima  del  sillón  presi- 
dencial), léese,  casi  al  cabo:  «Dios  nuestro  Señor  le  conserue  ege- 
cutor  de  tan  santas  obras  para  que  goze  del  fructo  dellas  allá  en  su 
santa  gloria...» 

16  ...la  calle  de  la  Caza... 

Según  D.  Félix  González  de  León  (Noticia  histórica  del  origen 
de  los  nombres  de  las  calles  de  Sevilla,  Sevilla,  1839,  pág.  228), 
la  calle  de  la  Caza,  que  antes  se  había  llamado  de  la  Gallinería,  se 
componía  de  dos  calles  en  ángulo:  la  de  la  Caza  grande,  que  va 
de  la  calle  Confiterías  á  la  Alfalfa,  y  la  de  la  Caza  chica,  más 
corta,  que  tuerce  en  la  esquina  de  aquélla  y  va  á  la  plaza  de  San 
Isidoro.  Era  esta  calle  una  de  las  tres  cosas  que  el  rey  tenía  por 


-335  — 

ganar  en  Sevilla,  según  refirió  Cervantes  en  el  Coloquio  de  Gpión 
y  Berganza;  y  decíanlo  de  ella  porque,  como  en  la  Costanilla  y  el 
Matadero,  en  tal  calle  no  se  respetaban  las  posturas,  ni  se  hacía 
maldito  el  caso  de  pregones  ni  de  amenazas  de  multas  y  azotes.  Y 
si  por  acaso  las  amenazas  se  cumplían,  tal  día  hizo  un  año  y  ¡á  ro- 
bar, que  el  tiempo  es  breve  y  la  vida  corta!  Por  que  se  vea  algo  de 
lo  que  en  esto  sucedía,  extractaré  lo  que  de  la  dicha  calle  se  platicó 
por  la  Ciudad  en  algunos  de  sus  cabildos.  En  el  de  3  de  septiembre 
de  1597,  después  de  pedir  D.  Andrés  de  Monsalve  que  se  hiciera 
ordenanza  para  que  los  que  allí  vendían  no  tuviesen  la  caza  escon- 
dida, sino  manifiesta,  dijo  el  Ldo.  Collazos  de  Aguilar,  teniente  de 
asistente,  «que  el  dia  de  oy  está  la  calle  de  la  ca9a  más  perdida  que 
de  antes  y  que  el  desorden  se  extiende  á  que  los  flamencos  y  mer- 
caderes y  casas  de  gula  se  llenan  toda  la  buena  ca^a,  y  la  dañada  y 
mala  venden  á  la  gente  principal  y  páralos  enfermos....*  y  se  ha  de 
procurar  «que  se  guarden  asi  mismo  las  posturas,  porque  llenan  á 
esesiuos  preQios  a  las  personas  a  quien  las  venden.»  Así  se  acor- 
dó; pero  ¡que  si  quieres!.,  aunque  nueve  días  después,  á  petición 
de  Pedro  Caballero  de  lUescas,  al  aprobarse  una  rigorosa  ordenan- 
za sobre  el  vender  de  la  caza,  se  adicionó  con  que  toda  ella  y  las 
aves  entrasen  en  la  Ciudad  por  sólo  alguna  de  cuatro  puertas,  la 
de  Macarena,  la  de  Carmona,  la  de  Jerez  y  la  de  Triana,  y  que  al  en- 
trar las  cargas  de  caza  hubiesen  de  registrarse  en  un  libro  que  tuvie- 
ra el  estanteen  cada  puerta,  «donde  asiente  el  nombre  de  quien  la 
mete  y  las  cargas  que  mete  y  cuyas  son... »,  y  esto  se  pregonó  luego 
«con  trompetas  en  la  calle  de  la  ca^a  y  otras  partes  públicas», 
el  mal  no  tuvo  remedio,  y  en  1598,  puestas  las  gallinas  á  cuatro  rea- 
les, vendíanse  á  cinco  y  á  seis  (Cabildo  de  10  de  abril).  Y  cuando, 
cerca  de  las  Pascuas  ó  de  Carnestolendas,  se  alzaba  la  postura  de 
la  caza,  comenzaba  á  hacer  de  las  suyas  la  regatonería  y  una  per- 
diz muerta,  pongo  por  ejemplo,  era  más  difícil  de  coger  que  viva  y 
volando.  Con  todo,  tan  mal  iba  con  las  posturas  (pues  los  vendedo- 
res tenían  que  robar  para  sí,  y  para  los  ejecutores,  y  para  los  án- 
geles custodios  de  la  plaza  de  San  Francisco,  digo,  para  los  seño- 
res de  la  Audiencia),  que  se  tuvo  por  menor  mal  alzarlas  por  más 
largo  tiempo.  Veamos,  que  es  curioso,  lo  que  sobre  esto  decía  en 
cabildo  de  27  de  enero  de  1599  (escribanía  2.''*)  un  capitular  que  co- 
nocía bien  la  materia:  «Don  Juan  maldonado  es  en  que  atento  que 
le  consta  por  auer  sido  fiel  executor  en  los  dos  meses  últimos  del 
año  pasado  que  todo  el  tiempo  que  vuo  posturas  en  la  ca^a  asta  que 
la  ciudad  las  mandó  aliar  por  las  pasquas  nunca  se  bendía  en  la 
calle  de  la  ca^a  cosa  ninguna  que  fuese  buena,  sino  el  desecho  y 


—  336  — 

Reus  de  las  cargas  á  la  postura,  porque  lo  bueno  y  lo  mas  granado 
que  trayan  en  ellas  lo  bendian  en  casas  particulares  á  eccesiuos 
precios  de  suerte  que  lo  muy  malo  bendian  a  la  postura  y  lo  muy 
bueno  a  tres  beces  mas  de  la  postura  y  que  ansi  como  la  ciudad  las 
al^ó  toda  la  ca^a  que  los  Recoberos  trayan  la  ponían  en  sus  casas 
de  manifiesto  y  allí  cada  vno  llegaua  a  conprar  por  lo  menos  que 
podía  y  por  las  calles  andaban  bendiendo  mucha  cantidad  de 
ca9a...,  y  por  esto  es,  en  que  teniendo  consideración  de  que  las 
posturas  no  son  más  de  dar  materia  á  los  esecutores  para  que 
Roben  la  República^  que  no  se  guarden  posturas  hasta  quares- 
ma...»  Y  así  se  acordó,  y  los  regatones,  lo  mismo  que  suele  suce- 
der hoy,  siguieron  robando  á  honrado  el  último. 

17  ...al  rio,  Aduana  y  Altozano... 

Comente  por  mí  el  ínclito  maestro  Juan  de  Mal-lara:  «La  Puente 
está  armada  sobre  barcos  grandes,  es  de  gruessos  maderos  y  tablas, 
que  vienen  a  parar  al  Alto<;ano  de  Triana,  junto  al  Castillo  adonde 
está  el  Sancto  officio  de  la  Inquisición»  (Recebimiento  qve  hizo  la 
mvy  noble  y  muy  leal  Ciudad  de  Seuilla,  a  la  C.  R.  M.  del  Rey 

D.  Philipe.  N.  S Compuesto  por  Juan  de  Mal  lara,  Sevilla, 

Alonso  Escribano,  1570,  f.°  48). 

18  ...de  las  añadiduras  de  la  carne. 

Realmente  no  se  debían  llamar  añadiduras,  porque  no  se  aña- 
den á  tal  ó  cual  peso  de  carne,  sino  que  se  dan  para  completarlo, 
por  ser  difícil  cortar  á  lo  justo,  en  un  solo  pedazo,  la  que  el  parro- 
quiano ó  mandadero  piden. 

19  ...con  la  pena  de  la  nef^ra  bolsa... 

Negra,  en  la  acepción  de  malhadada,  funesta,  infausta.  Así 
Cervantes  pudo  llamar  sin  impropiedad  negros  requesones  á 
aquellos  de  que  Sancho,  en  mal  hora,  había  llenado  el  yelmo  de 
Mambrino:  «con  cinco  calderos  ó  seis  de  agua...  se  lavó  [D.  Qui- 
jote] la  cabeza  y  rostro,  y  todavía  se  quedó  el  agua  de  color  de 
suero,  merced  á  la  golosina  de  Sancho  y  á  la  compra  de  sus  negros 
requesones,  que  tan  blanco  pusieron  á  su  amo  (Parte  II,  cap.  XVIII). 

20  ...repartido  en  toda  la  semana  por  sus  tercias  partes. 
Es  decir:  cada  día  cinco  dieces  de  los  quince  de  que  en  totalidad 

consta  el  rezo  del  rosario. 


-  357  - 

21  ...éstas  son  las  horas  cuando  él  suele  dar  audiencia... 
Hoy  pasaría  por  mejor  dicho  las  horas  en  que  él  que  las  horas 

cuando  él;  pero  en  tiempo  de  Cervantes  tanto  se  decía  de  una  ma- 
nera como  de  la  otra.  Según  advierte  D.  Andrés  Bello  en  su  Gra- 
mática, lo  más  usual  era  y  es  contraponer  dos  adverbios  ó  dos 
complementos,  ó  un  complemento  á  un  adverbio:  Allí  íné  donde... 
Á  la  hora  de  la  adversidad  es  cuando... 

22  ...pegada  en  la  pared  con  pan  mascado... 

Raro  es  que  Rincón,  por  listo  que  fuera,  advirtiese,  estando  la 
estampa  pegada  en  la  pared,  con  qué  estaba  pegada.  En  la  lección 
definitiva  suprimió  Cervantes  este  inútil  pormenor. 

23  No  tardó  muncho... 

Así,  en  lugar  de  mucho,  se  escribía  casi  siempre  en  Sevilla  du- 
rante los  siglos  XVI  y  XVII,  así  probablemente  lo  escribiría  Porras 
de  la  Cámara,  y  así  lo  pronuncia  todavía  nuestro  vulgo.  Tal  forma 
no  data  del  primero  de  los  siglos  indicados,  sino  de  tiempos  muy 
anteriores:  en  un  privilegio  de  D.  Fernando  IV,  su  fecha  en  Algeci- 
ras  á  27  de  septiembre  era  de  1347  (1309),  léese:  «...e  por  uos  fazer 
muncho  bien  e  muncha  merced  e  parando  mientes  a  la  grand  costa 
que  uos  el  con9ejo...»  (Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Tumbo  de 
privilegios,  f.°  36,  carp.  4.'"^,  doc.  1.°). 

24  ...cada  uno  con  sendos  rosarios  en  la  mano... 

Y,  poco  después,  «co/7  sendos  pistoletes  cada  uno.»  En  ambos 
pasajes  sobrarían  hoy  las  palabras  cada  uno,  por  entenderse  im- 
plícitamente contenidas  en  el  adjetivo  sendos;  pero  antaño  todos 
lo  decían  como  Cervantes.  Por  ejemplo.  Luís  Barahona  de  Soto  en 
sus  Diálogos  de  la  Montería,  Madrid,  1890,  pág.  176:  «...y  así  [las 
ciervas  y  las  gamas]  paren  cada  sendos  no  más,»  es  decir,  cada 
una  un  hijo,  en  cada  parto. 

25  ...y  un  sombrero  de  viudo... 

«¿De  velludo  quizás?»  me  preguntaba  yo  hace  algún  tiempo.  No 
de  velludo;  de  viudo  hubo  de  escribir  Cervantes:  en  señal  de  luto 
se  usaban  sombreros  de  fieltro  y  sin  toquilla.  Y  aun  á  los  de  mujer 
faltos  de  ciertos  adornos  se  les  llamaba  sombreros  de  viuda:  en  el 
registro  de  la  nao  Nuestra  Señora  del  Carmen,  que  en  1599  fué  á 
la  Nueva  España  en  la  flota  de  que  era  general  Juan  Gutiérrez  de 
Garibay,  he  visto  asentado  (f.°  157):  «y ten  un  sonbrero  de  viuda 


-  338  - 

aforrado  en  tafetán,  que  costó  quinze  Reales»  (Archivo  general  de 
Indias,  18,  4,  ^Vr.). 

26  . . .que  estaban  hablando  en  puridad. . . 
Puridad,  en  la  acepción,  ya  hoy  poco  usada,  de  secreto. 

27  ...y  entrar  en  ¡o  guisado. 

Lo  guisado  llamaban  en  el  habla  rufianesca  á  la  mancebía  ó 
casa  llana,  por  alusión,  conforme  á  una  acepción  antijíua  del  voca- 
blo, á  que  las  mujeres  puestas  á  ganancia  siempre  estaban  prestas 
para  hacer  la  voluntad  de  sus  rufianes. 

28  ...Y  tener  vaca  en  la  dehesa... 

Tener  vaca, ó  yegua,  en  la  dehesa  llamaban  los  germanes,  como 
ya  indiqué  en  otro  lugar,  á  tener  mujer  puesta  á  ganancia  en  la  man- 
cebía. Así  Vallejo,  en  uno  de  los  donosos  pasillos  intercalados  por 
Lope  de  Rueda  en  su  comedia  Eufemia,  dice,  de  una  supuesta  ra- 
paza que  habían  traído  unos  forasteros,  también  de  su  invención: 
«Veamos  de  cuándo  acá  han  tenido  ellos  atrevimiento  de  meter  va- 
ca en  la  dehesa...»  Y  el  mismo  Cervantes  hace  decir  á  fray  Anto- 
nio en  la  jornada  II  de  El  Rufián  dichoso: 

Rufián  corriente  y  moliente 
Fuera  yo  en  Sevilla  agora, 
Y  tuviera  en  la  dehesa 
Dos  yeguas,  y  aun  quizá  tres, 
Diestras  en  el  arte  aviesa. 

Á  lo  propio  solían  llamar,  en  lenguaje  más  jaracandino,  tener  coima 
en  el  cerco:  en  el  Romance  del  cumplimiento  del  testamento  de 
Maladros,  publicado  por  Juan  Hidalgo  en  los  Romances  de  ger- 
mania  (1609),  se  condena  á  Lorenzo  del  Barco 

A  que  entrar  no  pueda  en  cambio, 
Ni  coima  en  el  cerco  tenga. 
Ni  jaque  le  dé  cabida, 
Ni  birlo  le  favorezca. 

29  ...usar  de  la  ganancia... 

Es  decir,  disponer  de  lo  que  gana  la  iza,  vaca  ó  coima.  Lugo,  el 
protagonista  de  El  Rufián  dichoso,  disculpando  sus  travesuras 
como  liviandades  de  mozo  que  no  llegaban  á  ser  maldades,  cuida 
de  advertir  que  no  usaba  de  la  ganancia: 

Ellas  son:  cortar  la  cara 
A  un  valentón  arrogante; 
Una  matraca  picante, 


—  339  - 

Aguda,  graciosa  y  rara; 

Calcorrear  diez  pasteles 
Ó  cajas  de  diacitrón; 
Sustanciar  una  cuestión 
Entre  dos  jaques  noveles; 

El  tener  en  la  dehesa 
Dos  vacas,  y  á  veces  tres, 
Pero  s¿n  el  interés 
Que  en  el  trato  se  profesa... 

30  ...que  lo  haré,  vive  Roque,  con  muchas  veras. 

Con  ese  mismo  juramento  da  énfasis  á  sus  expresiones  Andrés, 
el  pobre  muchacho  que  servía  á  Juan  Haldudo  el  rico  (Don  Quijo- 
te, parte  I,  cap.  IV).  Y  así  vota  Sancho  (parte  II,  cap.  X)  al  ver  mon- 
tar de  un  salto  en  su  pollina  á  la  supuesta  Dulcinea:  «Vive  Roque, 
que  es  la  señora  nuestra  ama  más  ligera  que  un  alcotán.» 

31  ...los  haré  trabajar  de  mayor  contía. 

Monipodio  divide  picarescamente  los  trabajos  ladronescos  en 
los  mismos  dos  grandes  grupos  en  que  se  dividían  los  pleitos  ordi- 
narios: de  mayor  y  de  menor  cuantía. 

32  ...dos  mozas,  de  buen  parecer,  trabajadoras... 
Aunque  en  lenguaje  de  germanía  llamábase  trabajar  á  hurtar  y 

trabajo  á  la  galera  y  ala  cárcel,  Cervantes  dice  aquí  trabajado- 
ras en  el  sentido  de  mujeres  del  arte;  de  hembras  puestas  á  ganar 
por  sus  rufianes.  ¡No  hay  más  que  ver  sino  que  á  una  de  ellas  le 
llamaban  la  Gananciosa! 

33  No  tardará  que  no  venga  Silba  tillo  con  la  coladera  ates- 
tada. 

No  tardará  que  no  venga  es  manera  de  decir  inusitada  hoy; 
equivale  á  no  pasará  mucho  tiempo  sin  que  venga.  Coladera  es 
un  adjetivo  que  se  subió  á  sustantivo,  como  tantos  otros;  que  las 
partes  de  la  oración,  cual  las  personas,  suelen  mudar  de  catego- 
ría: canasta  coladera  se  llamó  á  la  que  por  su  forma  y  su  tamaño 
se  destinaba  para  colar  la  ropa;  suplió  tal  cual  vez  el  adjetivo  por 
el  sustantivo,  y  arrumbólo  al  cabo,  quedándose  en  su  lugar. 

34  Cuando  dijo  la  vieja... 

Cuando,  en  el  habla  popular  de  Andalucía,  solía  y  suele  signifi- 
car en  esto,  ó  estando  en  esto,  y  así,  no  debe  causar  extrañeza  el 
verlo  usado  en  tal  acepción  como  palabra  inicial  de  cláusula  ó  pá- 


-340- 

rrafo.  Á  mi  ver,  el  mencionado  adverbio,  en  esos  casos,  no  es  sino 
una  forma  elíptica  de  la  frase  adverbial  Apenas  había  sucedido 
tal  cosa,  cuando...,  6  No  bien....,  cuando... 

35  ...de  un  labrador  que  había  pesado  unos  carneros... 

Pesado,  no  sólo  en  la  acepción  ordinaria,  sino  en  la  de  sacrifi- 
carlos en  el  matadero,  y  pesarlos  después.  Todavía  conserva  el  vul- 
go andaluz  esta  acepción,  que  no  se  encuentra  en  el  Tesoro  de  Co- 
varrubias  ni  en  el  Diccionario  de  la  Academia  Española,  y  que  se 
estudiará  más  cabalmente  en  estos  ejemplos  de  Alonso  de  Morcado 
(Historia  de  Sevilla,  Sevilla,  Andrea  Pescioni,  1587,  págs.  IGO  y 
172  de  la  reimpresión  hecha  en  1887  por  la  sociedad  del  Archivo 
Hispalense):  «Todo  ganadero  ó  merchante  que  pretende  pesar 
algún  ganado  en  estas  carnecerias...»  Y  después:  «Porque  ninguno 
puede  entrar  &  pesar  su  ganado,  si  no  es  haciendo  alguna  baxa  con- 
tra lo  que  se  va  pesando.  Y  en  haciendo  qualquiera  tal  baxa  cesa  el 
precio  y  postura  de  aquellos  ganaderos  cuyos  ganados  á  la  sazón 
se  iban  pesando.^> 

36  ...y  haré  cala  y  cala  de  lo  que  tiene... 

Hacer  cala  y  cata,  según  el  Diccionario  llamado  comúnmente 
de  autoridades,  es  «hacer  averiguación  ó  reconocimiento  de  una 
cosa  para  saber  con  certeza  su  actual  estado.»  Era  frase  de  uso 
muy  corriente  en  tiempo  de  Cervantes,  sobre  todo,  tratándose  de 
armas.  Por  ejemplo,  en  cabildo  de  29  de  mayo  de  1598  el  jurado  Ro- 
drigo Díaz  Castaño  propuso  que  se  alistaran  los  moriscos  que  ha- 
bía en  la  ciudad,  que  trajesen  una  señal  para  ser  conocidos  y  que  se 
hiciera  cala  y  cata  de  sus  armas  (Actas  capitulares  de  Sevilla). 

37  ...que  así  se  llamaba  su  compañera  de  la  Gananciosa. 
Su...  de  usted,  es  modo  de  decir  corriente  y  moliente,  pero  su... 

de  la  no  está  ajustado  á  los  cánones  de  la  gramática  moderna.  Cer- 
vantes tal  cual  vez  lo  escribía  así:  «...y  aun  estoy  por  decir  que 
[Dulcinea]  no  llega  á  su  zapato  de  la  que  esta  delante  [de  Dorotea].» 
(Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XXX).  «Yo  apostaré  que  Ladislao,  su 
esposo  de  Transila,  tomara  ahora  estar  en  su  patria...»  (Persiles  y 
Sigismunda,  libro  II,  cap.  V). 

38  . . .vea  ahí  dos  cuartos... 

En  la  impresión  de  Bosarte,  ve  ahí;  pero  como  está  hablando 
una  de  las  mozas  y  se  dirige  á  la  vieja,  á  quien  no  hablaban  de  tú 


-  341  — 

ni  de  vos,  sino  con  tratamiento  impersonal  (tome,  compre,  ponga), 
es  claro  que  Cervantes,  aunque  así  lo  escribiera,  no  quiso  decir  vé, 
ni  como  persona  tú  del  imperativo  de  ver,  ni  como  persona  vos  del 
mismo,  suprimida  la  d  cual  se  solía  en  miró,  tené,  decí,  etcétera. 
He  dicho  aunque  así  lo  escribiera,  porque  bien  pudo  omitir  la  a  de 
vea  habiendo  de  escribir  ahí,  que  empieza  con  la  misma  letra.  Por- 
que era  costumbre,  y  Cervantes  probablemente  pagaría  tributo  á 
ella,  suprimir,  al  escribir,  como  al  pronunciar,  una  de  las  dos  voca- 
les iguales  é  inmediatas,  en  especial  siendo  la  a,  cosa  que  están 
hartos  de  advertir  quienes  con  frecuencia  leen  añejos  manuscritos. 
En  la  Colección  de  Autos,  Farsas  y  Coloquios  del  siglo  XVI 
publicada  con  mucho  esmero  por  el  docto  hispanista  Mr.  Leo  Roua- 
net  (ts.  V-VIII  de  la  Biblioteca  Hispánica,  abundan  los  ejemplos 
de  lo  que  digo.  Véanse  algunos: 

Y  plega  fáj  Dios  que  llevemos...  (I,  409). 
Que  si  esta  fdj  partes  ó  entero...  III,  441). 
Gracia  fdJ  Dios,  [dj  abril  y  mayo.  (IV,  21). 


Y  con  la  e: 


Y  con  la  y. 


[He]  estado  de  vos  ausente  (II,  8). 


Y  vinagre  [y]  yel  os  dan  (II,  400). 
Y  con  sílabas  bilíteras: 

Y  ansi  padre,  una  áeda [da]  (III,  187). 
Que  os  aveis  [de]  deshazer  (III,  457). 

En  cierto  archivo  de  protocolos  que  he  frecuentado  mucho  (*)  he  ha- 
llado supresiones  análogas  á  las  mencionadas,  hasta  en  las  firmas: 
un  Juan  Antonio  Aguirrezábal  refundía  sus  dos  nombres  escribien- 
do/«í/w  Ionio;  y  un  Cristóbal  de  Valderrama,  que  as[  se  le  nombra 
cien  veces  en  el  cuerpo  de  sus  escrituras,  firmaba  Xpoval  de  Ra- 
ma, por  no  escribir  dos  veces  val  de  Valde.  Otros  ejemplos.  Á  Mar- 
co Ocaña,  alguacil  de  la  justicia,  llamábanle,  como  hemos  visto 
(nota  de  la  pág.  210),  y  firmaba  él,  Marco  Caña  (Archivo  Municipal 
de  Sevilla,  Varios  antiguos,  Mancebía,  n."  339).  Y  ¿de  qué  sino  de 
una  simplificación  de  éstas  vino  el  disparate  de  escribir  hidalgos 
de  vengar  quinientos  sueldos,  por  de  devengar,  estampado  en  la 
edición  príncipe  del  Quijote  (cap.  XXI)  y  corregido  después,  y  su 


(*)     En  el  de  Sevilla,  en  donde    por    temporadas  asisto  desde  el  año  1897,  gracias  á   la 
bondadosa  condescendencia  del  digno  archivero  mi  amigo  Sr.  Rodríguez  de  Palacios. 


—  342  — 

aún  más  disparatada  explicación,  que  había  dado,  entre  otros,  el 
falso  Maleo  Lujan  de  Sayavedra  (Segunda  parte  de  (iuzmán  de 
Alfarache,  libro  II,  cap.  XI)?  Mucho  me  holijaría  yo  de  que  el  doc- 
tor Apraiz,  que  se  inclina  á  tener  por  buena  la  lección  del  vengar 
(Cervantes  vascófilo,  quinta  edición,  Vitoria,  1899,  pág.  226),  se  im- 
pusiera la  tarea  de  demostrar  que  lo  es,  en  alguno  de  sus  muy  cu- 
riosos escritos. 

Á  tener  en  cuenta  D.  Eugenio  de  Ochoa  este  fenómeno  de  que 
vengo  tratando,  no  se  leerían  en  su  edición  del  Cancionero  de  Bae- 
na  dislates  como  el  que  sigue  (n.°  105): 

Sellor,  cara  d<  mono. 
Viejo  falso  e  contreecbo, 
Mal  labrador  de  barvecho 
E  non  tal  commo  Ordofio... 

Porque  habría  escrito: 

Seflor,  cara  de  [dejmoto... 

y  así  estuviera  obvia  la  consonancia,  que  en  aquel  texto  no  parece. 
Dije  que  probablemente  Cervantes  elidiría  tal  cual  vez  al  escri- 
bir, letras  y  aun  sílabas,  por  no  repetirlas,  y  algún  vestigio  de  ello 
nos  ha  quedado,  además  del  que  motiva  esta  nota  y  del  de  los  hidal- 
gos de  vengar  quinientos  sueldos.  En  el  capítulo  XIII  de  la  parte  I 
del  Quijote  dice  Vivaldo:  «...pues  no  es  justo  ni  acertado  que  se 
cumpla  la  voluntad  de  quien  lo  que  orJena  va  fuera  de  todo  razona- 
ble discurso.»  Clemencín  notó  que  en  este  pasaje  falta  la  gramáti- 
ca, y  que  se  remediaría  con  sólo  añadir  dos  letras:  la  preposición 
en  después  de  quien.  ¡Como  que  así  quiso  Cervantes  que  se  leyera, 
aunque  no  lo  escribiera  así!  (♦) 

39  . .  .cuando  dieron  crueles  golpes  á  la  puerta . . . 
Crueles,  dicho  aquí  por  fuertes  ó  recios,  como  si  los  golpes  se 

dieran,  no  en  la  puerta,  sino  á  alguna  persona. 

40  . ..hiriendo  de  pies  y  manos. 

Herir  de  pie  y  de  mano,  ó  de  pies  y  manos,  es,  como  dice  el 
léxico  de  la  Academia,  «temblarle  á  uno  estas  partes,  ó  padecer 
convulsiones  en  ellas.»  De  Tomes  dice  el  propio  Cervantes  en  El 


(  )  Aún  hoy,  tal  cual  vez,  tropieza  el  lector  curioso,  en  la  prensa  periódica,  con  algún 
ejemplo  de  las  supresiones  á  que  se  refiere  esta  noU:  en  Ei  Imparcial  de  25  de  julio  de  este 
año  comenzaba  asi  un  suelto  intitulado  La  recogida  de  los  mendigos:  «Algunas  autoridades 
municipales  de  Madrid,  que  por  lo  visto  tienen  ideas  propias,  no  les  ha  parecido  bien  la  plau- 
sible medida...» 


-  343  — 

Licenciado  Vidriera:  «Comió  en  tan  mal  punto  Tomás  el  membri- 
llo, que  al  momento  comenzó  á  herir  de  pie  y  de  mano,  como  si  tu- 
viera alferecía...»  Y  en  el  Quijote,  parte  segunda,  cap.  XIV,  San- 
cho viendo  al  naricísimo  escudero  del  Caballero  del  Bosque,  «co- 
menzó á  herir  de  pie  y  de  mano,  como  niño  con  alferecía.»  También 
se  decía  en  tal  sentido  herir,  á  secas:  «Yo  la  he  hecho  dar  [la  piedra 
bezaar]  á  niños  que  hieren,  que  tienen  alferezía,  y  ales  hecho  a  mu- 
chos manifestissimo  prouecho.»  (Monardes,  Libro  que  trata  de... 
la  piedra  Bezaar  y  la  yerua  Escuer^onera.  Sevilla,  Hernando 
üíaz,  1569). 

41  ...y  apretándole  el  dedo  del  corazón . . . 

Llámase  así,  ó  cordial,  al  tercer  dedo,  no  de  cualquiera  de 
entrambas  manos,  sino  precisamente  de  la  izquierda,  lado  en  que 
está  ese  órgano.  El  vulgo  creyó  y  cree  que  entre  tal  dedo  y  el  cora- 
zón hay  una  tan  directa  correspondencia,  que,  apretando  el  uno,  se 
aquieta  el  mal  del  otro. 

42  ...si  lo  has  habido  con  tu  respeto...^ 

Está  dicho  en  el  sentido  de  haberlas,  ó  habérselas,  con  algu- 
no, que  es  como  solía  decirlo  Cervantes.  Verbigracia,  en  la  parte 
segunda  del  Quijote,  cap.  LXX:  «Mandóte,  dijo  Sancho,  pobre  don- 
cella, mandóte,  digo,  mala  ventura,  pues  las  has  habido  con  un 
alma  de  esparto  y  con  un  corazón  de  encina;  á  fe  que  si  las  hubie- 
ras conmigo,  que  otro  gallo  te  cantara.» 

43  ...ni  yacer  en  beco... 

No  hallo  la  palabra  beco  como  voz  de  germanía,  ni,  menos,  como 
voz  castellana.  ¿Deberá  decir  yacer  en  uno,  como  el  texto  definiti- 
vo? De  presumir  es  que  leyese  en  beco  por  en  uno  quien  antes  ha- 
bía leído  para  el  trueco  donde  decía  Porras  de  la  Cámara  (y  á  fé 
que  escribía  muy  claramente  y  con  muy  hermosa  letra),  piar  el  tur- 
co. Con  todo,  no  me  atreví  á  alterar  el  pasaje. 

44  ...y  me  llevó  á  dormir  con  un  bretón... 

Bretón,  como  vocablo  de  germanía,  significa  extranjero,  y  no 
precisamente  natural  de  Bretaña.  En  el  Coloquio  délos  Perros  se 
habla  más  largamente  que  aquí  de  otro  bretón  á  quien  pescó  la  Co- 
líndres,  y  éste  debía  de  ser  italiano,  pues  reclamaba  sus  cincuenta 
escuti  d'oro  in  oro. 


—  344  — 

45  ...seis  reales  de  á  ocho...,  que  parece  que  ahora  los  veo... 
En  las  Ordenanzas  de  la  Mancebía  de  Sevilla  reformadas  en  Hí21 

se  salió  al  encuentro  á  este  abuso  y  latrocinio:  «Iten  porque  ay  inu- 
geres  en  la  dicha  mancebía  que  tienen  aposentos  alquilados  fuera 
della,  donde  van  de  noche  a  dormir  con  hombres  finjjiendo  ser  mu- 
jeres de  más  calidad  y  enjíañándoles  y  llevándoles  por  ello  mucho 
dinero...,  se  hordena  y  manda  que  en  dando  las  oraciones  antes  que 
anochezca  todas  las  dichas  mujeres  estén  y  se  recojan  en  la  dicha 
mancebía  y  en  ella  duerman,  y  estén  toda  la  noche  en  ella  sin  salir 
á  otra  parte  alguna,  pena  de  quinientos  maravedís...»  (Archivo  Mu- 
nicipal de  Sevilla,  sección  4.''  tomo  22,  n.**  14). 

46  . .  .sot atizador  de  orejuelas  mansas. 

Rouanet,  en  el  Glosario  que  puso  al  fin  de  la  Colección  de 
Autos,  Farsas  y  Coloquios  antes  citada,  entendió  que  sot  al  i  zar 
equivalía  á  sutilizar;  pero  el  único  pasaje  en  que  allí  se  emplea  esta 
palabra,  dista  mucho  de  probar  esa  equivalencia.  Dice  Satán  á 
Dios,  en  el  Aucto  de  la  Paciencia  de  Job,  pidiéndole  que  no  tenga 
de  su  mano  á  su  valeroso  escogido: 

Pues  quita  el  poder  y  dame  licencia 
Que  con  mis  astucias  yo  pueda  tentaile: 
Verás,  si  comienvo  de  sotalifatU, 
Si  le  provoco  á  perder  la  pa^len^ia, 
Aunque  en  guardalla  mis  firme  se  baile. 

En  este  lugar  y  en  el  de  la  lección  primitiva  del  Rinconete  más 
bien  parece  que  sotalizar  esté  dicho  en  significado  de  punzar, 
mortificar,  ó  cosa  así.  Para  la  otra  acción  tenía  nuestro  vulgo  dos 
verbos  á  cuál  más  apropiados:  sotilizar  y  asotilar. 

47  ...así  se  vea  casada  y  en  el  tálamo. 

No  alude  el  Repolido  al  lecho  nupcial,  sino  al  tabladillo  ó  plata- 
forma en  que  los  novios,  en  la  fiesta  de  sus  bodas,  solían  recibir 
los  parabienes  y  las  dádivas  de  los  convidados.  Así,  era  vulgar  esta 
comparación,  que  recuerda  Covarrubias:  Mesurada  como  novia  en 
tálamo.  En  muchos  lugares  de  Andalucía  subsiste  la  antigua  cos- 
tumbre del  tálamo  y  las  dádivas,  que,  por  metátesis,  suelen  llamar 
dabias,  como  si  dijesen  dávidas. 

48  ...que  me  parece  que  ha  escombrado  la  Gananciosa. 
Escombrar,  por  limpiar  la  garganta,  tosiendo  y  escupiendo,  de 

lo  que  pudiera  impedir  que  saliese  clara  la  voz.  Otras  veces  llama- 
ba á  eso  Cervantes  mondar  el  pecho:  «Mondó  el  pecho  Lope  escu- 


—  345  — 

piendo  dos  veces...»  (La  Ilustre  Fregona).  Y  remondarse  el  pe- 
cho... (Don  Quijote,  parte  II,  cap.  XLVI):  «...y  habiendo  recorrido 
los  trastes  de  la  vihuela,  y  afinándola  lo  mejor  que  supo,  escupió  y 
remondóse  el  pecho,  y  luego,  con  una  voz  ronquilla...»  Y  otras  ve- 
ces, quizás  por  no  acordarse  de  tal  verbo,  díjolo  de  otra  manera 
(Ibid.,  parte  II,  cap.  XII):  «Pero  escucha;  que,  á  lo  que  parece,  tem- 
plando está  un  laúd  ó  vihuela,  y  según  escupe  y  se  desembaraza 
el  pecho,  debe  prepararse  para  cantar  algo.» 

49  ...con  un  falsete  en  tercera.... 

Hernández  Morejón,  Pi  y  Molist  y  Gabanes  estudiaron  el  saber 
médico  de  Cervantes;  D.  Fermín  Caballero,  su  pericia  geográfica; 
su  afición  é  inteligencia  militar,  D.  Crispín  X.  de  Sandoval;  de 
Cervantes  marino,  jurisperito,  filósofo,  teólogo,  revolucionario, 
desamortizador,  administrador  militar  é  inventor  del  álbum,  han 
tratado  respectivamente  D.  Cesáreo  Fernández  Duro,  D.  Antonio 
Martín  Qamero,  D.  Federico  de  Castro^  D.  José  M.'"^  Sbarbi,  don 
Francisco  M.  Tubino,  D.  Vicente  de  la  Fuente,  D.  Jacinto  Hermua 
y  D.  Nicolás  Díaz  de  Benjumea,  y  de  Cervantes,  en  fin,  se  ha  veni- 
do á  hacer  indiscretamente  un  sábelo  todo,  sacando  de  sus  quicios 
el  amor  y  la  veneración  que  debemos  al  autor  de  la  más  admirable 
de  las  novelas.  D.  Mariano  de  Soriano  Fuertes,  en  su  Calendario 
histórico-musical para  el  año  de  1873,  incluyó  á  Cervantes  entre 
los  músicos.  No  he  visto  tal  Calendario;  pero  si  su  autor  quiso 
probar  la  pericia  musical  de  Cervantes,  en  no  menudo  aprieto  ha- 
bría de  ponerle  quien  le  diera  á  estudiar  y  comentar  las  cinco  pala- 
britas que  han  dado  pie  para  esta  nota.  Cantó  la  Gananciosa  con 
un  falsete  en  tercera...  ¿Con  falsete,-^  era  mujer?  iEn  tercera, 
con  relación  á  qué  otra  voz,  si  nadie  más  cantaba,  ni  aun  había  otros 
instrumentos  que  los  de  percusión:  la  escoba,  un  chapín  y  las  tejo- 
letas? ¡Aquí  de  Vargas  el  averiguador! 

50  Memoria  de  las  cuchilladas... 

Memoria,  por  memorial  ó  lista.  Usábase  frecuentemente  en  el 
último  tercio  del  siglo  XVI;  verbigracia:  <íMemoria  de  las  personas 
que  an  dado  poder  a  el  licenciado  Antonio  Romero...»  (Archivo  de 
protocolos  de  Osuna,  Antonio  García,  1581,  f.°  518).  Y  aún  se  so- 
lía decir  en  1632:  «...y  es  tal  el  baturrillo  de  citas  perpetuas,  que 
se  echa  de  ver  por  letor  de  moño  que  el  autor  no  hizo  sino  trasladar 
la  memoria  de  todos  los  libros  que  ha  vendido  su  padre»  (Quevedo, 
Perinola  contra  el  Para  todos  de  Pérez  de  Montalbán). 

«3 


—  346  - 

61  Ejecutor,  Chiquiznaque...  DL.9 

Va  sacando  en  reales,  y  con  numeración  romana,  como  era  cos- 
tumbre, el  importe  de  los  escudos  ó  ducados  que  menciona  en  cada 
asiento. 

62  ...pues  son  pasados  del  término  dos  días... 

En  el  impreso  de  Bosarte,  y  quizás  también  en  el  hoy  perdido 
manuscrito  de  Porras  de  la  Cámara,  diez  días;  pero  no  he  vacilado 
en  sustituir  ese  número,  poniendo  dos,  tal  como  Cervantes,  en- 
mendando, ó  sin  enmendar,  puso  en  la  lección  definitiva  de  su  no- 
vela. Vea  el  lector  el  motivo  que  tuve  para  alterar  el  texto  en  ese 
pormenor.  Poco  antes  de  este  lugar  se  ha  fijado  en  seis  días  el 
término  para  apalear  al  bodegonero  de  la  Alfalfa,  partida  de  la  cual 
Maniferro  prometió  llevar  finiquito  aquella  noche;  después  figuran 
en  el  libro  unos  palos  que  se  habían  de  dar  al  Silguero,  en  término 
de  ocho  días;  y  si  iban  pasados  diez  del  término,  esto  es,  además 
del  término  (pues  no  ¿e  otro  modo  podría  entenderse  la  expresión, 
porque  esos  diez  no  caben  en  los  ocho  del  plazo),  habían  transcu- 
rrido diez  y  ocho  desde  que  se  asentó  la  partida;  que,  siendo  pos- 
terior á  la  otra,  pues  está  en  el  propio  memorial  y  escrita  á  su  con- 
tinuación, daba  para  la  primera  más  de  diez  y  ocho  días  de  ante- 
rioridad, y,  á  la  par,  menos  de  los  seis  de  su  término,  que  no  se  dice 
que  estuviese  vencido.  Leyendo  dos  donde  dice  diez  todo  es  llano: 
están  al  cumplir  los  seis  días  de  la  partida  primera  y  van  pasados 
dos  de  los  ocho  de  la  segunda. 

63  ...ladrille/os... 

Probablemente  llamarían  así  á  los  apedreos  de  casas  á  media 
noche;  sino  que,  estando,  como  estaban,  ladrilladas  las  más  de  las 
calles,  trozos  de  ladrillos,  y  no  piedras,  habían  de  arrojar. 

54    ...al  barbero  valiente  de  la  Cruz  de  la  Parra. 

La  calle  de  la  Cruz  de  la  Parra,  que  iba  desde  la  calle  del  Cla- 
vel á  la  portería  del  convento  de  Mercenarios  descalzos,  collación 
de  la  Magdalena,  llamóse  así  (González  de  León,  Noticias  históri- 
cas de  los  nombres  de  las  calles  de  Sevilla,  pág.  257)  por  una  cruz 
de  madera  que  había  en  una  de  sus  paredes,  debajo  de  un  emparra- 
do. En  los  Padrones  de  pecheros  de  1553  figura  la  calle  de  la 
Cruz  de  la  Parra  después  de  la  del  Baño  de  San  Pablo  y  antes  de 
la  de  Pedro  de  Torres  (Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Carpetas  de 
privilegios,  125  y  126). 


-  347  - 

55  .\.en  la  plaza  del  Marqués  de  Tarifa... 

La  que  hoy  se  llama  de  Pilatos,  por  la  casa  de  este  nombre,  que 
fué  la  solariega  de  los  marqueses  de  Tarifa  y  duques  de  Alcalá  de 
los  Qazules.  En  los  últimos  años  del  siglo  XVI  Uimábase  á  la  dicha 
plaza  más  comúnmente  de  la  Marquesa  de  Tarifa:  Á  Alonso  de 
Saavedra,  empedrador,  se  le  pagaron  en  27  de  noviembre  de  1598 
ciertos  maravedís  «por  415  cargas  de  aguija  (sic)  para  el  enpedrado 
de  la  calle  de  sant  elifonso  que  ba  a  la  puerta  de  carmona  [calle  de 
Caballerizas  hoy]  y  de  la  plaga  de  la  marquesa  de  tarifay>  (Ar- 
chivo Municipal  de  Sevilla,  Libros  de  propios). 

56  ...cuatro  casas  movedizas  en  cuatro  carros  bien  carga- 
dos, y...  no  les  dieron  licencia  para  pasar  adelante... 

Bosarte,  que,  como  el  criado  del  cuento,  se  asomaba  alguna  vez 
á  la  alhacena  y  no  á  la  ventana,  entendió  en  el  prologuillo  que 
puso  al  borrador  del  Rinconete,  que  eran  de  mujeres  estos  cuatro 
carros.  ¡Si  pensarían  robarlas  Monipodio  y  sus  cofrades,  renovan- 
do la  memoria  del  rapto  de  las  sabinas!  De  muebles,  que  no  de  mu- 
jeres, venían  llenos  los  cuatro  carros,  y  por  eso  el  viejo  les  llama 
casas  movedizas;  por  eso  llevaban  su  contenido  con  palanquines; 
por  eso  era  menester  acudir  antes  que  todo  aquel  menaje  se  pu- 
siese en  su  centro. 

El  no  dar  licencia  para  que  los  tales  carros,  así  cargados,  pasa- 
ran adelante  es  cosa  que  no  se  entendería  bien  sin  alguna  explica- 
ción. Hela  aquí.  En  Sevilla,  como  ciudad  de  mucho  tráfico  y  empla- 
zada en  terreno  llano,  cargábanse  los  carros  con  grandísimo  peso  y 
hacían  mucho  daño  en  los  empedrados  y  ladrillados  de  las  calles, 
especialmente  en  estos  últimos,  por  lo  cual  estaba  mandado  que, 
sin  expresa  licencia  y  tenidas  en  cuenta  las  circunstancias  de  cada 
caso  en  particular,  no  entrasen  tan  pesados  carguíos  en  la  pobla- 
ción. Así,  en  26  de  febrero  de  1592,  el  mayordomo  de  la  fábrica  de 
la  iglesia  de  San  Salvador,  tenía  que  pedir  licencia  á  la  Ciudad  pa- 
ra que  por  la  puerta  de  Triana  y  calles  de  la  Magdalena  y  de  Ce- 
rrajeros pasasen  hasta  la  puerta  de  la  dicha  iglesia  tres  carretas  de 
bueyes,  que  conducían  parte  de  un  monumento  para  Semana  Santa, 
construido  en  Osuna,  por  ser  fácil  que  se  maltrataran  las  molduras 
y  piezas  al  descargarlas  y  conducirlas  en  palanquines  (Archivo  Mu- 
nicipal  de  Sevilla,  sección  3.^,  tomo  11,  n.°  40).  Y  todavía  fué  me- 
nester usar  de  más  grande  rigor:  en  cabildo  de  13  de  marzo  de  1597, 
y  á  propuesta  de  Pedro  Díaz  de  Herrera,  se  acordó  que  se  hiciera 
ordenanza  en  que  se  prohibiese  el  haber  carros  alquilados  «para 
poder  con  ellos  traxinar  mercadurías  ni  sacarlas  del  aduana  ni 


—  348  - 

licuarlas  al  rrio  a  cargar  ni  mudar  casas  ni  otras  cosas,  y  que  las 
personas  que  los  tienen  suyos  propios  no  se  puedan  seruir  dellos  si 
no  fuere  en  traer  paja  o  llenar  otras  cosas  de  mantenimiento  para 
sus  casas  y  seruicio  dellas,  con  que  no  sea  accyte  ni  vino  para  la 
puerta  ni  calle  del  vino,  por  el  gran  daflo  que  hazcn  a  los  ladrillados 
y  enpedrados  de  las  calles  y  cañerías,  por  las  grandes  cargas  que 
les  echan  de  que  las  casas  rreciben  gran  detrimento...»  (Actas  ca- 
pitulares, escribanía  1."). 

57  ...á  la  casa  que  llaman  ¡a  Pila  del  Tesorero... 

Se  llamó  así  del  tesorero  Luís  de  Medina,  deudo  propincuo  de 
Nicolás  Martínez  de  Medina,  tesorero  y  contador  mayor  del  rey 
D.  Juan  II  y  padre  de  Diego  Martínez  de  Medina  el  poeta,  de  quien 
hay  composiciones  en  el  Cancionero  de  Baena.  La  mencionada  ca- 
sa, en  cuyo  vestíbulo  6  junto  á  cuya  puerta  hubo  de  haber  una  pila, 
de  la  cual  le  dieron  tal  nombre,  estaba  a  Sancta  María  de  Gracia, 
donde  tuvieron  su  imprenta  Sebastián  Trujillo,  y  después  su  viuda, 
como  se  lee  en  cierta  Relación  impresa  en  su  casa  en  1572,  «junto 
á  la  pila  del  Thesorero  Luys  de  Medina  a  Sancta  María  de  Gra- 
cia» (Hazañas  y  la  Ri\a,  La  /mprenía  en  Sevilla,  pág.  114).  Dos 
apuntes  que  tomé  en  el  Archivo  Municipal  de  Sevilla  contribuirán 
á  enterarnos  del  sitio  en  que  estaba  la  casa  objeto  de  esta  nota.  En 
marzo  de  1574  se  libraron  á  Juan  Martín,  arenero,  2.546  maravedís 
por  272  cargas  de  arena  «que  dio  para  enpedrar  la  calle  de  la  pelle- 
xería  fasta  la  pila  del  tesorero  y  cabo  de  la  calle  del  dotor  del  hie- 
rro» (Libro  de  Caja  de  1570  á  1574).  En  el  cabildo  de  27  de  junio 
de  1597  se  acordó,  entre  otras  cosas,  que  D.  Juan  Maldonado  «haga 
enpedrar  y  serrar  (sic)  los  caños  de  la  calle  que  va  de  la  pila  del 
tesorero  al  barrio  del  duque»  {Actas  capitulares). 

58  . .  .porque  ya  yo  les  di  el  cañuto . . . 

Cañuto,  en  germanía,  significa  ordinariamente  soplón,  pero  al- 
guna vez,  por  metaplasmo,  soplo.  Así  sucede  en  este  lugar. 

59  ...y  sobreexagerad  a... 

He  aquí  un  verbo  usado  por  Cervantes  y  que  merece  que  se  le 
haga  sitio  en  las  páginas  de  los  futuros  diccionarios  de  la  Aca- 
demia. 

60  ...cuan  poca  ó  ninguna  Justicia... 

Cuan  ninguna,  aun  escrito  por  Cervantes,  no  es  de  buen  pasar. 
Con  la  idea  de  ninguno  no  son  compatibles  la  de  más  ni  la  de 
menos. 


NOTAS  AL  TEXTO  DEFINITIVO 


1  «En  la  venta  del  Molinillo...» 

Pero  Juan  Villuga,  en  su  Reportorio  de  iodos  los  caminos  de 
España  (1546),  menciona  esta  venta  del  Molinillo  en  el  itinerario 
de  León  á  Sevilla  y  en  el  de  Toledo  á  Córdoba,  el  último  de  los 
cuales,  en  realidad,  no  es  sino  una  parte  del  primero.  La  tal  venta 
está  á  dos  leguas  de  Tartanedo  y  á  cuatro  de  Almodóvar  del  Cam- 
po. Otra  venta  llamada  del  Molinillo  había  en  el  camino  de  Toledo 
á  Valladolid,  junto  á  Guadarrama.  Á  aquélla  y  no  á  ésta  se  refirió 
Cervantes. 

2  «...que  está  puesta...» 

Á  D.  Isidoro  Bosarte,.  en  su  prólogo  al  borrador  del  Rinconete 
le  pareció  desatino  «decir  que  una  venta  está  puesta  en  tal  parte.» 
Y  cuenta  que  no  cayó  en  la  de  que  Cervantes  reincide  en  ello  poco 
después,  cuando  hace  decir  á  Cortado:  «Yo  nací  en  el  piadoso  lu- 
gar puesto  (ó  en  elPedroso,  lugar  puesto)  entre  Salamanca  y  Me- 
dina del  Campo...»  Poner  está  dicho  en  ambos  casos  por  asentar, 
edificar,  situar;  por  emplazar,  en  el  sentido  en  que  lo  dicen  los  ar- 
queólogos: «Allí  debió  de  estar  emplazada  Munda.»  Con  todo,  no 
hallo  en  nuestros  léxicos  esta  clara  y  castiza  acepción  de  poner, 
aunque  no  fué  Cervantes  el  único  que  la  usara:  «Yo,  señor,  respon- 
dí, soy  de  Ronda,  ciudad  puesta  sobre  muy  altos  riscos  y  peñas  ta- 
jadas...» (Espinel,  Relaciones  de  la  vida  del  escudero  Marcos  de 
Obregón,  relación  I,  descanso  VIII). 

3  «...en  los  fines  de  los  famosos  campos  de  Alcudia...» 
También  en  esto  de  llamar  famosos  á  los  campos  de  Alcudia 

creyó  Bosarte  haber  hallado  buen  pie  para  probar  que  la  primitiva 
lección  del  Rinconete  vale  más  que  la  publicada  por  Cervantes,  y 
así,  notó  que  tales  campos  no  tienen  fama.  El  bibliotecario  Pellicer, 
que  en  su  Vida  de  Cervantes  (págs.  141-145  de  la  edición  de  San- 
cha, 1800)  tiró  á  cortar  el  revesino  á  quien  tal  prueba  se  proponía, 
alegó  en  este  punto  que  sobre  la  celebridad  de  los  dichos  campos 


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podía  preguntarse  «á  los  ganaderos  ricos,  que  tanto  ponderan  los 
famosos  pastos  de  aquella  famosa  dehesa.»  Á  la  verdad,  aunque  por 
ellos  no  sacasen  la  cara  los  ganaderos  ricos,  así  en  los  tiempos  de 
Cervantes  como  en  los  de  Bosarte  y  Pellicer,  y  en  los  de  ahora,  en 
el  habla  vulgar  se  llama /amo.vo  no  tan  solo  á  lo  que  tiene  fama, 
sino  á  lo  que  la  merece  por  algún  estilo.  Y  no  ya  á  lo  que  la  merece, 
sino  también  á  lo  que  se  nos  antoja  encarecer,  y  así  decimos  famo- 
so bofetón,  famosa  ocurrencia,  famoso  majadero,  aunque  el  ma- 
jadero, la  ocurrencia  y  el  bofetón  no  tengan  ni  merezcan  fama  nin- 
guna. Sucede  con  ese  adjetivo  lo  que  con  bravo,  lindo,  gentil  y 
otros:  que  por  encarecimiento  se  aplican  á  muchas  cosas  en  acep- 
ciones bien  distintas  de  lo  que  suenan. 

4  «...el  uno  ni  el  otro  no  pasaban...» 

Ahora  diríamos:  Ni  el  uno  ni  el  otro  pasaban...,  6  no  pasaban 
el  uno  ni  el  otro;  pero  antaflo  era  corriente  decirlo  como  Cervan- 
tes lo  dice  en  este  lugar,  omitiendo  en  las  expresiones  doblemente 
negativas  el  ni  6  el  no  del  primer  extremo,  y  juntándolo  al  verbo, 
aun  pospuesto:  *...que  el  mosqueo  de  las  espaldas  ni  el  apalear  el 
agua  en  las  galeras,  no  lo  estimamos  en  un  cacao»  (Cervantes,  La 
Gitanilla).  «Porque  en  Medina  ni  en  Burgos  no  había  quien  se  me 
comparase»  (Francisco  Delicado,  La  Lozana  andaluza,  mamotre- 
to Lili).  «Quédese  con  el  freno  la  muía;  que  ella  ni  yo  no  habernos 
de  comer  bocado»  (Entremés  del  Poeta,  en  las  Obras  de  Lope  de 
Vega,  edición  de  la  Academia  Española,  t.  II,  pág.  197).  Cervantes, 
sin  embargo,  solía  no  agregar  ai  verbo  la  negación  omitida.  Ejem- 
plo: «...con  tanta  pnesa,  que  la  estera  de  enea  sobre  quien  se  había 
vuelto  á  echar  ni  la  manta  de  anjeo  con  que  se  cubría  fueron  más 
de  provecho»  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XVII).  Clemencín,  por  no 
haber  caído  en  la  cuenta  de  lo  que  es  materia  de  esta  nota,  comentó 
así  el  pasaje  últimamente  citado:  «Hace  falta  un  ni,  que  aparente- 
mente omitió  por  descuido  el  impresor:  que  ni  la  estera  ni  la  man- 
ta fueron  más  de  provecho. 

5  «...el  uno  ni  el  otro  no  pasaban  de  diez  y  siete...» 

Así  en  la  primera  edición  de  las  Novelas  como  en  la  furtiva  de 
1614  se  lee  este  lugar  como  lo  dejo  copiado  en  el  texto:  ...<se  halla- 
ron en  ella  a  caso  dos  muchachos  de  hasta  edad  de  catorze  á  quinze 
años:  el  vno,  ni  el  otro  no  passauan  de  diez  y  siete,  ambos  de  bue- 
na gracia...»  El  sobredicho  Bosarte,  que  no  supo  lo  que  leía,  apun- 
tó como  una  de  las  diferencias  que  se  notan  entre  el  borrador  del 
Rinconete  y  la  lección  dada  á  imprimir  por  Cervantes  «embrollar 


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la  edad  de  los  muchachos.  El  manuscrito  los  hace  al  uno  de  edad  de 
quince,  y  al  otro  de  diez  y  siete  años.»  Y  no  parece  sino  que  la  em- 
brolladora observación  de  D.  Isidoro  se  ha  llevado  de  calle  á  algu- 
nos editores  de  las  Nove/as,  cuando  Aribau,  Rosell  y  otros  han  en- 
mendado así  el  pasaje:  «...dos  muchachos  de  hasta  edad  de  catorce 
á  quince  años  el  uno,  y  el  otro  no  pasaba  de  diez  y  siete.»  Para  mí, 
y  no  soy  ningún  lince,  está  claro  el  texto  original:  Cervantes  dice, 
á  su  cálculo  (pues  fijamente  no  tenía  por  qué  saberlo,  como  mero 
narrador  y  hombre  que  no  vio  las  partidas  bautismales  de  los  mu- 
chachos), la  edad  que,  por  su  aspecto,  parecían  tener;  pero  como 
pudiera  haberse  quedado  corto,  añade:  «el  uno  ni  el  otro  no  pasa- 
ban de  diez  y  siete  años,»  como  quien  dice:  á  lo  sumo,  ó  cuando 
más,  tenían  diez  y  siete  años.  Es,  pues  elíptica  la  expresión  y,  por 
no  entenderlo,  cayeron  en  error  Bosarte  y  los  enmendadores  del 
texto  cervantino. 

6  «...capa,  no  la  tenían...» 

Más  ajustado  á  los  cánones  gramaticales  hubiera  sido  escribir: 
no  tenían  capa;  pero  ¡cuánto  no  habría  perdido  la  frase  en  gracio- 
so énfasis!  D.  Andrés  Bello,  en  su  Gramática,  al  tratar  del  acusati- 
vo y  el  dativo  en  los  pronombres  declinables,  cita  otra  expresión 
cervantina  análoga  á  la  que  comento  («porque  velas  no  las  tenían»), 
considerándola  como  una  «especie  de  pleonasmo,  á  veces  verdadera 
redundancia,  que  se  aviene  mal  con  el  estilo  serio  y  elevado,  y  es 
otras  natural  y  expresiva.»  ¡Y  á  mí,  que  tales  frases  se  me  antojan 
más  bien  elípticas  que  pleonásticas!...  Es  como  si  dijera:  <Por  lo 
que  hace  á  capa,  no  la  tenían,  ó,  como  aún  dice  nuestro  vulgo: 
«Lo  que  es  capa,  no  la  tenían,  ni  por  soñación.*  Compruébese 
esto  en  otro  ejemplo,  ajeno  á  Cervantes:  «...y  de  cuando  en  cuando 
empinaban  un  cántaro  de  agua,  porque  vino  no  se  usaba  en  aquella 
compañía...»  (El  Dr.  Jerónimo  de  Alcalá,  El  Donado  hablador, 
parte  II,  cap.  III). 

7  «...y  las  medias  de  carne.» 

Ya  D.  Sebastián  de  Covarrubias,  en  su  Tesoro  de  la  lengua 
castellana  ó  española,  cuya  primera  edición  salió  á  luz  en  1606,  de- 
cía que  «medias,  absolutamente,  suele  significar  medias  calzas.* 
En  aquellos  años  empezaba  á  hacerse  usual  el  sustantivar  aquel  ad- 
jetivo para  emplearlo  solo.  Así,  en  el  borrador  de  Rinconete  y  Cor- 
tadillo, copiado  por  Porras  de  la  Cámara  probablemente  en  1602 
ó  1603,  todavía  se  halla  la  expresión  entera. 


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8  «...tan  traídos  como  llevados...» 

Con  llamar  muy  traídos  á  los  alpargates  habría  bastado  para 
dejar  á  entender  que  eran  viejos  y  estaban  harto  usados;  pero  Cer- 
vantes quiso  dar  más  gracia  á  la  expresión,  y  jugó  de  aquel  verbo, 
oponiéndole  lo  de  ¡levados.  Lo  propio  hizo  en  El  Ingenioso  Hidal- 
go (parte  I,  cap.  II)  cuando  aludió  á  la  Tolosa  y  á  la  Molinera:  á 
«aquellas  traídas  y  llevadas»  que  desarmaron  á  Don  Quijote. 

9  «...y  los  del  otro,  picados  y  sin  suelas...» 

Los  zapatos  picados,  «labrados— dice  Clemencín— con  agujen* 
líos  ó  cortaduras  sutiles»,  eran  calzado  lujoso,  y  así  Cervantes  al- 
guna vez  los  contrapone  á  las  alpargatas:  «...volvamos  á  andar  por 
el  suelo  con  pie  llano,  que  si  no  le  adornaren  zapatos  picados  de 
cordobán,  no  le  faltarán  alpargatas  toscas  de  cuerda»  (Don  Quijote, 
parte  II,  cap.  Lili).  Rinconete,  que  era  el  de  los  zapatos  ó  cormas, 
habíase  acogido,  sin  saberlo,  á  los  privilegios  de  la  cofradía  del 
Grillimón  (mal  francés),  puestos  en  donosas  coplas  por  el  paremió- 
logo  toledano  Sebastián  de  Horozco,  una  de  las  cuales  comienza 
así: 

ítem:  que  sin  ser  notados 
De  locos,  puedan  traer 
Pantuflos  acuchillados 
Y  los  zapatos  picados. 
Fingiendo  por  gala  ser. 

10  «Traía  el  uno  montera  verde...» 

En  la  edición  príncipe,  montera  verde  de  cazador;  pero  como 
esto  último  redundaba,  Cervantes  lo  omitió  al  revisar  su  texto.  Los 
cazadores  usaban  la  montera  de  ese  color,  y  aun  todo  el  traje,  para 
no  ahuyentar  la  caza  desdiciendo  muy  notablemente  del  color  del 
campo. 

11  «...sombrero  sin  toquilla...» 

La  toquilla,  comúnmente  de  gasa,  era  al  sombrero  lo  que  ahora 
la  cinta:  adorno  que  rodeaba  la  copa  por  junto  á  la  falda  ó  ala.  Así 
aquel  correo  de  industria  que  magistralmente  presenta  Quevedo 
en  la  Vida  del  Buscón  (libro  II,  cap.  I)  llevaba  el  sombrero  «pren- 
didas las  faldas  por  los  dos  lados»,  no  por  dar  lugar  á  la  vista:  «an- 
tes por  estorbarla...,  porque  no  tiene  toquilla,  y  así  no  lo  echan  de 
ver.»  La  toquilla  solía  quitarse,  en  señal  de  luto:  en  cabildo  de  22 
de  septiembre  de  1598,  al  tratar  la  Ciudad  de  los  lutos  por  la  muerte 
de  Felipe  II,  el  veinticuatro  D.  Andrés  de  Monsalve  propuso  «que  las 


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personas  que  pudieren  traigan  capas  largas  y  caperuzas,  y  las  que 
no,  traigan  sombreros  de  fieltro  sin  toquillas,  so  pena  de  diez  días 
de  cárcel»  (Actas  capitulares  de  Sevilla,  escribanía  2.")-  La  toqui- 
lla de  los  sombreros  era  cosa  barata:  en  el  registro  de  la  nao  Nues- 
tra Señora  de  la  Concepción  que  fué  á  la  Nueva  España  en  la  flota 
general  de  1600,  registró  Juan  de  Ocaña  (cabalmente  hijo  del  algua- 
cil Marco  Ocaña,  de  quien  he  hablado  en  otros  lugares)  «cien  varas 
de  toquillas  para  sombreros  á  85  mrs.  vara»  (Archivo  general  de 
Indias,  Ida  de  naos,  18,  4  "/7). 

12  «...ancho  de  falda.» 

Como  la  voz  falda  implica  algo  de  caída,  díjose  falda  del  som- 
brero á  lo  que  llamamos  ala,  mientras  tendió  hacia  abajo,  y  ala, 
cuando  se  empezó  á  usar  algo  doblada  hacia  arriba.  Por  eso  en  el 
borrador  del  Rinconete  escribió  propiamente  Cervantes  largo,  y 
no  ancho,  de  falda:  porque  ésta  caía. 

13  «...encerada...» 

Encerada,  es  decir,  aderezada  con  cera,  y  eso  cabalmente  le 
daba  el  color  de  camuza  ó  gamuza  de  que  habla  Cervantes. 

14  «...y  recogida  toda  en  una  manga...» 

Esta  frase,  que  García  de  Arrieta  se  guardó  de  anotar,  no  debe 
de  haber  sido  bien  entendida  por  los  lectores  de  Cervantes,  cuando 
no  lo  fué  por  los  artistas  que  han  representado  á  los  dos  famosos 
picaros  en  el  portal  de  la  venta  del  Molinillo.  Pocos  habrán  caído 
en  la  cuenta  de  que  la  manga  en  que  este  muchacho  traía  guardada 
la  camisa  de  color  de  gamuza  no  era  ninguna  de  las  de  la  camisa 
que  tenía  puesta,  sino  otra  manga  suelta  y  distinta,  análoga  á  la  que 
define  la  Academia  por  estas  palabras:  «especie  de  maleta  manual, 
abierta  por  las  cabeceras,  que  se  cierran  con  cordones.»  De  tal  cla- 
se era  la  manga  á  que  se  refiere  Julio  en  La  Dorotea  de  Lope 
(acto  I,  escena  VI),  cuando,  preguntándole  su  amo  qué  había  pues- 
to en  su  muía,  responde:  «Un  vestido  negro  y  alguna  ropa  blanca  en 
una  manga  verde  que  me  prestó  Ludovico.»  Claro  es  que  la  man- 
ga de  Cortado  no  tendría  esos  requilorios  de  jaretas,  cordones, 
etcétera,  y  sería  una  manga  de  camisa,  monda  y  lironda,  tal  como 
aquellas  á  que  se  refiere  el  paje  de  La  Gitanilla:  «Dineros  traigo, 
respondió  el  mozo:  en  estas  mangas  de  camisa  que  traigo  ceñidas 
por  el  cuerpo  vienen  cuatrocientos  ducados  de  oro.» 


-3M- 

15  «...puesto  que  en  el  seno  se  le  parecía...» 

No  holgará  advertir,  para  los  pocos  lectores  que  no  lo  sepan  ó 
lo  hayan  olvidado,  que  en  tiempo  de  Cervantes  piiealo  que  no  sig- 
nificaba como  ahora  pues  que  ó  supuesto  que,  sino  aunque.  Lo 
propio  sucedía  con  puesto  caso  que. 

16  «...un  gran  bulto,  que...  era  un  cuello  de  los  que  llaman 
valones...» 

Á  lo  menos,  por  el  cuello  no  podía  coger  la  ley  á  este  mozo;  ver- 
dad que  él,  aunque  no  hubiese  sido  en  el  mundo  la  premática  de 
Felipe  II  (1586)  por  la  cual  se  mandó  que  todos  trajesen  «valonas 
llanas  y  sin  invención,  puntas,  cortados,  deshilados,  ni  otro  género 
de  guarnición...»,  no  habría  traído  marquesota  ó  cuello  de  lechu- 
guilla, porque  entre  las  mil  cosas  que  el  mancebo  no  tenía  contá- 
banse los  lamparones  y,  por  ende,  el  deseo  de  taparlos.  Almidona- 
da siquiera  con  grasa  la  tal  valona,  como  advierte  Cervantes, 
explícase  bien  que  le  hiciese  gran  bulto  en  el  seno,  en  donde  la 
llevaba.  Enterando  un  lacayo  á  su  amo  de  lo  que  de  él  decía  cierta 
dama,  retrátalo  así  (Rojas  Zorrilla,  Sin  Jionra  no  hay  amistad, 
jorn.  II): 

Que  eres  rubio  vergonzoso, 

Que  eres  calvo  sin  modestia, 

Pues  sin  cabellera  andas. 

Con  tu  calva  á  la  vergüenza; 

Que  con  tus  dos  pies  se  entienden 

Los  medidores  de  leguas; 

Y  que  con  esa  tohalla 

Que  traes  por  valona  puesta 

La  daga  de  guardamano, 

Coletón  de  vara  y  medía, 

El  sombrerón,  la  toquilla, 

La  banda  y  vueltas  francesas. 

Nadie  te  digerirá, 

Porque  eres  todo  crudezas... 

17  «...y  tan  deshilado  de  roto,  que  todo  parecía  hilachas.» 
Cervantes  juega  aquí  de  las  dos  acepciones  de  la  palabra  deshi- 
lado, según  que  sea  nombre  ó  participio.  En  la  primera"  de  ellas 
significa,  según  el  léxico  de  la  Academia,  «cierta  labor  que  se  hace 
en  las  telas  blancas  de  lienzo,  sacando  de  ellas  varios  hilos  y  for- 
mando huecos  ó  calados,  que  se  labran  después  con  la  aguja.»  Con- 
tra estos  deshilados  iba  la  pragmática  de  Felipe  II;  que  no  contra 
los  que  eran  malandanza  hija  de  la  vejez. 


-  355  - 

18  «...las  uñas  caireladas...» 

De  cairel,  que  es,  según  Covarrubias,  «un  entretexido  que  se 
echa  en  las  extremidades  de  las  guarniciones,  á  modo  de  pasama- 
nillo...»,  pero  tejido  «en  la  mesma  ropa,  dividiendo  el  aguja  lo  que 
había  de  hazer  la  trama  en  la  lanzadera»,  se  dijo  cairelado:  obra 
que  lleva  caireles,  y,  «por  semejanza— dice  el  Diccionario  vulgar- 
mente llamado  de  autoridades— \o  que  imita  y  parece  el  adorno 
puesto  en  los  extremos  como  cairel.»  Y  cita  la  frase  del  texto.  Fá- 
cil es  colegir  que  Cervantes,  con  lo  de  uñas  caireladas,  aludió  á  que 
por  las  de  ambos  muchachos  no  podía  decirse,  como  encarecimiento 
de  pequenez,  «un  negro  de  uña»  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XX), 
ni  «un  negro  de  la  uña»  (Ibid.,  parte  II,  cap.  LXX),  largas  y  nada 
limpias  como  las  tendrían.  Agustín  de  Rojas  Villandrando  usó  una 
muy  parecida  expresión  en  la  más  linda  de  las  loas  que  contiene  El 
Viaje  entretenido  (Madrid,  Juan  Flamenco,  1603): 

...Sino  alguna  mala  vieja 
De  más  de  setenta  y  nueve.... 
La  frente  con  pabellón, 
Los  ojos  con  caballetes. 
El  rostro  con  espolones 
Y  las  manos  con  caireles. 

Y  Quevedo,  en  sus  Premáticas  ^  aranceles  generales:  «...y  más 
las  [manos]  de  algunos,  que  las  traen  llenas  de  sarna  ó  lepra,  y 
otros  con  uñas  caireladas,  que  pone  asco  mirarlas...» 

19  «...una  media  espada...» 

Quiere  decir  un  arma  hecha  de  la  mitad  inferior  de  la  hoja  de 
una  espada.  Lo  que  agregó  Cervantes  en  el  borrador  aclaraba  más 
el  concepto:  «el  uno  tenía  media  espada  puesta  en  un  puño  de 
palo...y> 

20  «...un  cuchillo  de  cachas  amarillas,  que  los  suelen  llamar 
vaqueros.» 

Vaqueros,  ó  jiferos,  como  escribió  Cervantes  en  el  borrador; 
es  decir,  de  los  que  usaban  los  jiferos  ó  matarifes.  En  Sevilla  se 
extendió  tanto  el  uso  de  estos  enormes  cuchillos,  llamados  ordina- 
riamente de  cachas  amarillas,  y  aun  de  cachas,  á  secas,  y  cuyas 
heridas,  por  lo  enormes,  eran  casi  siempre  mortales,  que  en  cabildo 
de  22  de  junio  de  1607  propusieron  los  jurados  que  se  pidiera  prag- 
mática sobre  ellos  (Actas  capitulares  de  Sevilla,  escribanía  2.^). 


-  356  — 

21  «...y  para  adonde  bueno  camina?» 

En  rigor,  ó  sobra  la  preposición  para,  ó  Cervantes  debió  escri- 
bir dónde  y  no  adonde,  porque  este  adverbio  indica  el  lugar  ú 
que,  y  al  propósito  de  indicarlo  bastaba  con  la  dicha  preposición, 
diciendo  para  dónde.  La  a  de  adonde  hace  el  oficio  que  el  he  di- 
rectivo en  el  idioma  hebreo,  y  es  pariente  suya,  aunque  no  tan  pro- 
pincua como  imaginaba  el  hebraísta  Sr.  García  Blanco.  En  esto  del 
debido  uso  de  los  adverbios  donde,  adonde,  en  donde,  y  de  donde 
Cervantes  no  apuró  nunca  hasta  el  extremo:  véase  la  larga  nota 
que  sobre  este  particular  escribió  Clemencín  (págs.  458-461  del 
tomo  VI  de  su  primera  edición  del  Quijote). 

22  «...respondió  el  mediano...» 

Siendo  mediano  «lo  que  está  entre  los  dos  extremos»,  como 
dice  en  su  Tesoro  Covarrubias,  y  no  llegando  á  tres  los  interlocu- 
tores, al  uno  de  los  cuales  acaba  de  designar  Cervantes  llamándole 
el  mayor,  parece  claro  que  debiera  llamar  el  menor,  y  no  el  me- 
diano, al  otro,  tal  como  le  llamó  en  el  borrador,  en  este  mismo 
pasaje,  y  tal  como  lo  nombra  pocos  renglones  después  en  las  edi- 
ciones de  1613  y  1614. 

23  «...que  me  trata  como  alnado.» 

Alnado,  de  alio  y  natus  (nacido  de  otro)  como  dice  en  su  Dic- 
cionario la  Academia  Española,  ó  de  aunado,  síncopa  de  antena- 
do (nacido  antes),  entenado,  que  decimos  hoy.  También  se  escri- 
bía adnado  y,  por  metátesis,  andado. 

24  «El  camino  que  llevo  es  á  la  ventura...» 

Como  há  poco  vimos,  á  la  gruesa  ventura  dijo  en  el  borrador 
Cervantes,  y  es  modo  adverbial  qua  pide  lugar  en  el  Diccionario 
de  la  Academia,  como  lo  tienen  á  la  buena  ventura,  forma  que  asi- 
mismo usó  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XXII),  y  ú  Dios  y  á  ventura, 
que  el  inmortal  escritor  solía  decir,  como  el  vulgo,  á  Dios  y  á  la 
ventura  (Persiles  y  Sigismunda,  libro  III,  cap.  XI).  También  escri- 
bió alguna  vez  á  la  buen  hora  (edición  príncipe  de  la  parte  I  del 
Quijote,  f  .^  1 1  V.'"),  óá  la  buena  hora,  (como  enmendó  en  la  segun- 
da, del  mismo  año).  He  aquí  el  pasaje,  que  está  al  fin  del  capítulo 
III:  «El  ventero,  por  verle  ya  fuera  de  la  venta,  con  no  menos  retó- 
ricas, aunque  con  más  breves  palabras,  respondió  á  las  suyas  y  sin 
pedirle  la  costa  de  la  posada,  le  dejo  ir  á  la  buen  hora.»  Hartzen- 
busch,  en  las  dos  ediciones  de  la  Argamasilla,  enmendó  el  texto  cer- 
vantino, haciendo  estampar  en  buen  hora,  y  aun  me  parece  que  se 


—  357  - 

le  pasaron  unas  buenas  ganas  de  calificar  de  galicismo  la  frase  en- 
mendada, porque,  en  realidad,  los  franceses  la  dicen  como  Cervan- 
tes: á  la  bonne  heiire. 

25  «...la  ofrenda  de  Todos  Santos.,..» 

En  los  siglos  XVI  y  XVII  casi  todas  las  misas  que  se  decían  por 
los  finados  eran  ofrendadas  de  pan  f  vino,  y  así  cuidaban  de  ad- 
vertirlo los  testadores  al  disponer  sufragios  por  sus  almas  y  las  de 
sus  deudos.  Y  como  el  día  de  los  Difuntos,  siguiente  al  de  Todos 
Santos,  se  dicen  gran  número  de  misas  de  sufragio,  era  muy  pingüe 
la  ofrenda  á  que  se  refiere  el  texto. 

26  «Todo  eso  y  más  acontece  por  los  buenos...» 

Este  empleo  de  la  preposición  por^  en  vez  de  á,  es  frecuentísi- 
mo en  Andalucía,  en  donde  dicen:  «No  sé  lo  que  pasó  por  mí»,  en 
vez  de  «No  sé  lo  que  me  pasó,  ó  sucedió.»  Otras  veces  usaba  Cer- 
vantes el  por  en  lugar  depara:  «...una  misma  fortuna  y  una  misma 
suerte  ha  corrido  por  los  dos»  (Don  Quijote,  parte  II,  cap.  II). 

27  «...que  las  buenas  habilidades  son  las  más  perdidas....» 
Como  indica  Cervantes,  esta  expresión  era  dicho  vulgar;  y  aun 

él  la  puso  en  boca  de  uno  de  los  rebuznadores  de  marras  (Don  Qui- 
jote, parte  II,  cap.  XXV):  «También  diré  yo  ahora  que  hay  raras 
¡labilidades perdidas  en  el  mundo...»  Y,  más  adelante  (cap.  LXII): 
«Osaré  yo  jurar,  dijo  Don  Quijote,  que  no  es  vuesa  merced  conoci- 
do en  el  mundo,  enemigo  siempre  de  premiar  los  floridos  ingenios 
ni  los  loables  trabajos.  ¡Qué  de  habilidades  perdidas  hay  por  ahí, 
qué  de  ingenios  arrinconados,  qué  de  virtudes  menospreciadas!..» 

28  «...y  el  ojo  no  me  miente...» 

Ojo  está  dicho  aquí  más  bien  que  en  la  acepción  material  de  vis- 
ta, en  el  sentido  de  penetración,  perspicacia.  Es  lo  que  hoy,  meta- 
fóricamente, llaman  los  andaluces,  tener  pupila,  pestaña  ó  quin- 
qué. 

29  «...porque  imagino  que  no  sin  misterio  nos  ha  juntado  aquí 
la  suerte....» 

No  sin  misterio  está  empleado  en  significación  de  no  por  acaso, 
sino  providencialmente  y  para  algo  útil  ó  importante.  Así,  con 
expresión  parecida,  en  el  Quijote,  parte  I,  cap.  XLV:  «...no  me  pue- 
do persuadir  que  hombres  de  tan  buen  entendimiento  como  son  ó 
parecen  todos  los  que  aquí  están,  se  atrevan  á  decir  y  afirmar  que 


—  358  - 

ésta  no  es  bacía,  ni  aquélla  albarda;  mas  como  veo  que  lo  afirman  y 
lo  dicen,  me  doy  á  entender  que  no  carece  de  misterio  el  porfiar 
una  cosa  tan  contraria  de  lo  que  nos  muestra  la  misma  verdad  y  la 
misma  experiencia...»  Asimismo  el  Dr.  Jerónimo  de  Alcalá  en  El 
Donado  hablador  {2.^  parte,  cap.  V):  «Yo  que  oí  semejantes  razo- 
nes, eché  de  ver  que  no  era  sin  algún  misterio  la  respuesta...»  Bien 
que  en  estos  ejemplos  misterio  no  hace  á  providencial  designio, 
sino  á  lo  que  solemos  indicar  con  el  sustantivo  familiar  intríngulis 
y  con  la  frase,  también  familiarísima,  haber  gato  encerrado. 

30  ...«soy  natural  de  la  Fuentefrida,  lugar  conocido  y  famoso 
por  los  ilustres  pasajeros  que  por  él  de  contino  pasan...» 

Fonfrida,  como  le  llamaba  Villuga  en  su  Reportorio  (1540), 
Fuenfrida,  como  le  llamó  Cervantes  en  el  borrador  del  Rinconetc 
(¿1602?),  Fuentefrida,  como  enmendó  en  1613  para  la  segunda  edi- 
ción de  sus  Novelas  ejemplares,  ó  Fuenfria,  como  ahora  se  llama, 
era  un  puerto,  entre  aldehuela  y  venta,  á  tres  leguas  de  Segovia, 
conforme  se  iba  á  Toledo.  Hasta  que  se  abrió  el  puerto  de  Navace- 
rrada,  fué  paso  obligado  para  ir  los  reyes  y  príncipes  á  los  reales 
sitios  de  Valsaín  y  San  Ildefonso,  y  á  esto  aludió  Cervantes  en  lo 
de  los  ilustres  pasajeros. 

31  «...que  es  bulero,  ó  buldero,  como  los  llama  el  vulgo.» 
Llamaban  buldero,  según  el  Diccionario  de  autoridades,  «al 

hombre  que  antiguamente  publicaba  y  pregonaba  por  los  lugares  la 
Bula  de  la  Santa  Cruzada,  que  hoy  publican  y  predican  religiosos 
doctos  y  hombres  píos  y  graves.»  Díjose  buldero  de  buida,  pala- 
bra corrompida  del  latín  bulla  y  usada  no  sólo  por  el  vulgo  indocto, 
como  podría  entenderse  por  la  expresión  de  Cervantes,  sino  tam- 
bién por  escritores  cultos  y  graves,  verbigracia,  por  Fr.  Pedro  de 
Cobarrubias  en  su  libro  Remedio  de  jugadores. ..y>  (Salamanca, 
Juan  de  Junta,  M.D.XL.III),  f.°  XXII:  «...ni  curan  de  ganar  las  esta- 
ciones, puesto  que  tengan  buida,  antes  menosprecian  los  remedios 
de  su  salvación.»  Quien  quisiere  saber  qué  casta  de  pájaros  eran 
los  bulderos,  lea,  ó  vuelva  á  leer,  el  tratado  V  de  La  Vida  de  La- 
zarillo de  Tormes.  Como  gente  que  se  echaba  ala  vida  birlonga, 
buscando  la  gandaya  de  villorrio  en  aldea  con  mil  sacaliñas  y  tra- 
pazas, teníanlos  en  malísimo  predicamento.  Así,  en  la  Égloga  ó 
farsa  del  Nacimiento  dejesu  Christo,  de  Lucas  Fernández,  dice 
Gil  al  santero  Macario: 

¿Andáis  á  torrezncar, 
ó  quizá  á  gallofear, 


-  359  - 

Por  aquestos  despoblados? 
Sois  echacuervo  ó  buldero 
De  Cruzada? 

32  «...se  contentaron  con  que  me  arrimasen  al  aldabilla...» 
Había  en  las  cárceles  reales  una  aldabilla  á  la  cual  amarraban 

para  azotarlos  á  los  delincuentes  que,  por  mozos,  no  parecía  bien 
sacar  por  las  acostumbradas  á  que  recibiesen  en  público  la  tanda 
y  tunda.  Así,  el  poeta  que  quiso  meter  paces  entre  Alonso  Álvarez 
de  Soria  y  D.  Cristóbal  Flores  Alderete,  hallándose  presos  los  tres 
en  la  cárcel  de  Sevilla,  decíales,  para  llamarlos  despectivamente 
muchachos,  que  los  había  de  azotar  al  aldabilla  (Rodríguez  Marín, 
El  Loa^sa  de  «El  Celoso  extremeño»,  Sevilla,  1901,  pág.  183).  Á 
tal  costumbre  aludió  Quevedo  en  El  Parnaso  Español,  Musa  V, 
jácara  VII: 

Acuerdóme  que  en  Madrid 
El  libro  de  acuerdo  entonces 
Me  dio,  por  falta  de  edad, 
Sin  el  borrico,  unos  golpes. 

Y  en  la  Historia  de  la  vida  del  Buscón,  libro  I,  cap.  I:  «Murió  el 
angélico  de  unos  azotes  que  le  dieron  en  la  cárcel.» 

33  «...y  me  mosqueasen  las  espaldas  por  un  rato...» 

Á  los  azotes  dados  por  mano  no  harto  despiadada  y  más  á  pro- 
pósito para  oxear  las  moscas  que  para  levantar  verdugones  solía 
llamárseles  de  mosqueo.  «Ha  de  ser  también  condición,  decía  San- 
cho (Don  Quijote,  parte  II,  cap.  XXXV),  que  no  he  de  estar  obli- 
gado á  sacarme  sangre  con  la  disciplina,  y  que  si  algunos  azotes 
fueren  de  mosqueo,  se  me  han  de  tomar  en  cuenta.» 

34  «...ciertas  tretas  de  quínolas  y  del  parar,  á  quien  también 
llaman  el  andaboba...» 

De  dos  maneras  se  ha  entendido  este  pasaje,  y  de  ello  fué  causa 
el  hacer  el  pronombre  quien  lo  mismo  á  plural  que  á  singular  y  así 
á  femenino  como  á  masculino.  Los  redactores  del  Diccionario  que 
llaman  de  autoridades,  entendiendo  que  el  á  quien  se  refería  á  las 
tretas,  definieron  el  andaboba  de  esta  suerte:  «Trampa  ó  fullería 
que  usan  los  fulleros  al  juego  de  quínolas  y  el  parar.»  Y  citaron  el 
pasaje  que  ha  dado  lugar  á  la  presente  nota.  Tiempo  andando,  en 
otras  ediciones  del  Diccionario  académico,  á  lo  menos,  desde  la 
décima  en  adelante,  se  ha  entendido  que  el  á  quien  se  refiere  al 
juego  del  parar,  y  no  á  las  tretas,  y  que,  por  tanto,  este  juego  y  el 


—  360  — 

andaboba  son  una  cosa  misma.  Creo  que  han  acertado  los  moder- 
nos: el  también  de  la  expresión  «rf  quién  también  ¡laman  el  anda- 
boba»  indica  á  las  claras  que  se  trata  del  parar,  mencionado  inme- 
diatamente antes.  El  pasaje  no  habría  dado  lugar  á  dudas  si  en  él 
se  usara  el  pronombre  cual  (más  propio  hoy  que  quien,  tratándose 
de  cosas),  porque  entonces  diría:  «rf  las  cuales  (las  tretas),  ó  al 
cual  (el  parar),  también  llaman  el  andaboba.»  Mr.  Norman  Mac- 
Coll  en  la  excelente  traducción  injílesa  que  hizo  recientemente 
(Glasgow,  1902)  de  las  Xovelas  ejemplares  para  las  The  complete 
works  of  Miguel  de  Cervantes  Saavedra,  de  que  fué  editor  el 
muy  notable  hispanista  Mr.  J.  Fitzmaurice-Kelly,  no  tradujo  la  pa- 
labra andaboba;  pero,  inducido  á  error  por  el  artículo  masculino, 
hizo  estampar  andabobo. 

Hasta  aquí  mi  nota  en  el  manuscrito  que  envié  á  la  Academia 
Española  el  día  14  de  marzo  de  este  año;  pero  tres  meses  des- 
pués busqué  y  logré  hallar  en  el  Archivo  Histórico  Nacional,  fo- 
lios 132-135  del  segundo  de  los  Libros  llamados  de  (¡obicrno  (her- 
mosa colección  de  156  tomos  manuscritos  originales,  que  fué  de  la 
Sala  de  Alcaldes  de  Casa  y  Corte  de  S.  M.),  curiosas  noticias  que 
acabarán  de  esclarecer  este  punto  del  andaboba.  Helas  aquí  en 
extracto.  Por  una  pragmática  del  aflo  K594  se  había  mandado  bajo 
graves  penas  que  no  se  jugase  ningún  juego  deparar;  y  dudándose 
poco  después  si  en  tal  pragmática  estaba  comprendido  el  juego  de 
presa  y  pinta,  «por  no  tener  encuentros  ni  abares  ni  rreparos»,  por 
pregón  que  ordenaron  los  alcaldes  de  corte  se  declaró  estar  com- 
prendido, no  obstante  lo  cual,  y,  como  denunciadas  algunas  per- 
sonas no  se  les  castigara,  jugábase  en  1597  públicamente  el  tal 
juego,  «el  qual  es  tan  dañoso  y  perjudicial  á  la  rrepublica  como  los 
dados  y  carteta,  porque  ay  en  él  parar  y  rreparar  y  muchas  malda- 
des y  juegan  veynte  y  treynta  personas  todos  a  vn  tienpo  y  de  vna 
buelta  vno  gana  o  pierde  con  todos.»  Habida  cuenta  de  esto,  en  20 
de  mayo  del  dicho  año,  Fernando  Méndez  Docampo,  procurador 
general  de  la  villa  de  Madrid,  pidió  á  los  mencionados  alcaldes  que 
el  tal  pregón  aclaratorio  y  confirmatorio  de  la  pragmática  se  guar- 
dase y  ejecutase  inviolablemente,  é  informando  los  alcaldes  al  Con- 
sejo, dijeron: 

«Los  alcaldes  dizen  que  por  la  prematica  que  en  esta  corte  se 
publicó  por  mandado  de  V.  alt.'"*  se  prohibió  el  juego  de  bueltos  y 
carteta  y  se  mandó  que  los  que  lo  jugasen  incurriesen  en  las  penas 
puestas  a  los  que  juegan  dados;  y  habiéndose  visto  que  el  juego  de 
presa  y  pinta  que  llaman  el  parar  era  tan  perjudicial  y  dañoso 


-  361  — 

como  los  demás,  porque  en  él  se  para  y  rrepara  y  ay  enquentros  y 
trascartones  y  otros  muchos  daños,  ordenaron  un  pregón...» 

Refiérense  al  antes  aludido.  Siguen  haciendo  historia,  y  dicen 
que  «les  pareze  convendría  que  V.  alt.''*  declarase  ser  el  dicho  juego 
conprehendido  en  la  dicha  prematica  y  lo  mismo  el  juego  que  llaman 
de  sacanete,  ques  juego  de  parar....-»  Y  al  cabo,  los  alcaldes,  á  17 
de  julio  siguiente,  hicieron  echar  este  pregón,  único  texto  legal  en 
que  he  visto  mencionado  el  andaboha: 

«Mandan  los  señores  alcaldes  de  la  casa  y  corte  de  su  magestad 
que  ninguna  persona  de  qualquier  estado,  calidad  y  condición  que 
sea  no  sea  osado  de  jugar  al  juego  del  parar  llano,  ni  presa  y  pin- 
ta, ni  el  juego  del  treinta  por  fuerga,  ni  el  juego  de  las  piniillas,  ni 
el  juego  del  sacanete,  ni  al  juego  que  llaman  andabobilla,  ni  los  de- 
más juegos  semejantes  a  estos,  en  poca  ni  en  mucha  cantidad,  so  la 
pena  questá  establecida  contra  los  que  juegan  el  juego  de  la  carte- 
la y  de  los  huellos,  ques  la  pena  de  los  que  juegan  á  los  dados...» 

35  «...así  puedo  yo  ser  maestro  en  la  ciencia  vilhanesca.» 
Casi  todas  las  ediciones  de  las  Novelas  ejemplares,  salvo  la 

príncipe  y  las  pocas  que  en  esto  la  siguieron,  estampan  villanesca 
en  vez  de  vilhanesca,  así  como,  más  adelante,  floreo  de  villano, 
en  lugar  de  floreo  de  Vilhán.  De  Vilhán,  á  quien  tres  siglos  há  se 
atribuía  comúnmente  la  invención  de  los  naipes,  hay  tantas  cosillas 
escritas  y  desperdigadas  en  muchos  libros  y  en  la  tradición  oral, 
que  haría  bien  el  que  tuviese  la  paciencia  de  buscarlas,  arracimar- 
las y  darlas  á  conocer  á  los  curiosos.  Mr.  N.  MacCoU,  en  su  citada 
versión  de  las  Novelas  ejemplares,  tradujo,  en  un  lugar,  mas- 
ter  in  boorish  science,  y  en  el  otro,  /  know  a  little  of  fleecing  the 
rustic  at  cards... 

36  «...veamos  si  cae  algún  pájaro  destos  harrieros...» 
Perdóneme  la  Academia  Española  si,  contra  lo  que  ella  practi- 
ca, conservo  en  la  palabra  harriero  la  h  con  que  lo  escribía  Cer- 
vantes y  con  que  aparece  en  las  primeras  ediciones  de  las  Novelas 
ejemplares.  Con  ella  la  estampó  la  Academia  misma  en  el  Dic- 
cionario de  autoridades,  así  como  harre  y  harrear,  y,  si  bien  dio 
cabida  á  arriero,  sin  h,  fué  sólo  para  remitir  al  artículo  en  que  lo 
escribía  con  ella.  Miles  de  veces  he  encontrado  este  vocablo  en 
escrituras  públicas  de  los  siglos  XV,  XVI  y  XVII,  y  ni  una  vez  lo 
he  visto  escrito  sin  h.  Así  también  harria,  y  no  arria:  «¡Qué  ami- 
guitos,  Pan,  Baco  y  Sileno,  y  la  otra  harria  de  mulos  y  muías...!» 
(D.^  Feliciana  Enríquez  de  Guzmán,  entreacto  segundo  de  la  se- 

«4 


—  362  - 

gunda  parte  de  su  Tragicomedia  de  los  Jardines  p  campos  sá- 
beos, Coimbra,  lacome  Carvallo,  1624).  El  vulgo  andaluz  conserva 
la  aspiración  inicial  fuerte,  una  como  /ota,  en  esas  palabras:  laque 
tenían  en  la  voz  árabe  de  que  se  oriíjinaron;  la  que  tiene  el  vocablo 
harruquero,  incluido  en  el  dicho  Diccionario  de  autoridades,  que 
lo  estimó  por  sinónimo  de  harriero  y  por  andalucismo,  siendo  así 
que  es  diminutivo  despectivo  de  harriuca  ó  harraca  (harria  pe- 
queña), y  que  se  encuentra  usado  en  el  Libro  de  los  Gatos, 
enxemplo  XXVIIi:  «...e  Buena  Verdad,  que  estaba  encima  de  aquel 
árbol...  dio  voces  á  los  harruqueros  que  iban...»  Pero  ¿á  qué  más 
insistir,  sabido  como  es  que  en  lo  antiguo  se  dijo  farre  y  farrear, 
y,  por  tanto,  no  puede  haberse  perdido  la  hache  en  que  hubieron 
de  convertirse  tales  efes?  Véase  el  siguiente  ejemplo  del  Archi- 
preste  de  Hita,  Libro  de  Buen  amor,  copla  491 : 

Con  vna  flaca  cuerda  non  alzarás  grand  tranca, 
Nin  por  vn  io\o /arre  non  anda  bestia  manca. 

37  «Yo  nací  en  el  piadoso  lugar  puesto  entre  Salamanca  y  Me- 
dina del  Campo...» 

Tanto  en  la  edición  príncipe  como  en  la  furtiva  de  1614  se  lee 
así  este  pasaje;  pero  en  muchas  de  las  posteriores,  y  en  todas  las 
modernas,  de  esta  otra  suerte:  «Yo  nací  en  el  Pedroso,  lugar  puesto 
entre  Salamanca  y  Medina  del  Campo.»  Tentado  estuve  de  adoptar 
como  buena  y  atinada  la  enmienda,  porque,  á  la  verdad,  entre  Sala- 
manca y  Medina  del  Campo  hay  una  villa  nombrada  el  Pedroso; 
pero,  con  todo  esto,  retrájome  de  tal  idea,  aún  más  que  la  confor- 
midad de  los  dos  textos  antedichos,  el  considerar  que  en  el  borrador 
se  había  llamado  á  Mollorido  (lugar  también  sito  entre  las  dos  ciu- 
dades) recámara  del  obispo  de  Salamanca.  Presumo,  pues,  que  en 
Mollorido  repartiría  este  prelado  muchas  limosnas,  y  que,  siendo 
así^  bien  podía  nombrarlo  Cervantes,  como  por  antonomasia,  «el 
piadoso  lugar  puesto  entre  Salamanca  y  Medina  del  Campo.» 
Otro  lugar  del  obispado  de  Salamanca  tenía  fama  de  socorrido,  6 
socorredor;  pero  no  está  entre  las  dos  dichas  ciudades.  Refié- 
rome  á  Tuta,  de  donde  había  este  refrancillo:  «¡Á  Tuta,  que  es  tie- 
rra de  limosna!»  Y  así,  D.  Adolfo  de  Castro,  al  pergeñar,  nada  há- 
bilmente por  cierto,  la  falsa  Carta  inédita  de  Mateo  Alemán  á 
Miguel  de  Cervantes,  impresa  á  continuación  de  El  Buscapié 
(Cádiz,  1848),  no  tuvo  inconveniente  en  mentar  ese  dicho  del  vulgo. 

38  «...y  de  corte  de  tisera...» 

Nuestra  antigua  j:  se  pronunciaba  en  unos  casos  como/,  en  otros 


-  363  — 

como  s,  y  en  no  pocos  de  cualquiera  de  ambas  maneras.  Juan  de 
Valdés,  en  su  excelente  Diálogo  de  la  Lengua,  que  compuso  en 
1535-36,  dice  que  hacía  ^  la  a*  en  los  vocablos  tomados  del  latín, 
escribiendo,  por  tanto,  sastre,  ensalmar,  siringa,  y  no  xastre, 
enxalmar,  xiringa;  mas  si  le  parecían  ser  tomados  del  árabe,  es- 
cribíalos con  x^  claro  es  que  pronunciando  esta  letra  como  /  ó  cosa 
así,  en  caxcabel,  cáxcara:  de  donde  quizás  provenga  esa  rara  as- 
piración con  que  los  andaluces  sustituyen  á  la  5  final  de  sílaba  cuan- 
do la  sílaba  siguiente  empieza  por  consonante,  pronunciando,  ver- 
bigracia, cajtaño,  mojca;  tiejto  (castaño,  mosca,  tiesto),  y  á  la  r 
final  de  sílaba  antes  de  /  ó  n:  cajne,  tiejno,  pejla  (carne,  tierno, 
perla).  El  maestro  Gonzalo  Correas,  en  su  Arte  grande  déla  Len- 
gua Castellana,  escrito  en  1626  ó  poco  antes  (aunque  no  sacado  á 
la  luz  pública  hasta  que  en  1903  el  docto  académico  Sr.  Conde  de  la 
Vinaza  hizo  una  primorosa  edición  de  ciento  diez  ejemplares,  para 
obsequiar  á  sus  amigos),  muestra  que  la  x  «tiene  fácil  permutación 
con  la  ese,  y  así  se  dice  Suárez,  Simón,  simio,  osla,  casco,  en  lu- 
gar de  Xuarez,  Ximón,  ximio,  oxta,  caxco.y>  En  tixeras,  lo  mismo 
que  en  xilguero,  sanguixuela,  cornixa  y  otros  vocablos,  unos 
pronunciaron  la  x  como  /  y  otros  como  s,  y  aun  hoy  el  vulgo  anda- 
luz dice  tisera  ó  tiseras,  silguero  y  sanguisuela. 

39  «...nunca  fui  cogido  entre  piernas...» 

De  esta  expresión  y  de  otra  análoga,  coger  entre  puertas,  tra- 
té con  algún  espacio  en  la  página  232. 

40  «...ni  soplado  de  ningún  cañuto.» 

Cañuto,  metafóricamente,  por  soplón.  Era  de  ordinario  uso  en 
tal  significado:  véanse  dos  pasajes  de  Quevedo  (El  Parnaso  Espa- 
/ío/^  Musa  V,  jácara  y  y  baile  I): 

En  casa  de  los  pecados 
Contra  mi  gusto  me  alojan 
Los  corchetes  que  me  prenden, 
Los  cañutos  que  me  soplan. 

Alguacil  que  de  ratones 
Pudo  limpiar  toda  España; 
Cañuto  disimulado 
Y  ventecito  con  barbas. 

41  «...procuré  de  no  verme  con  él...» 

Este  de  es  aquel  mismo  á  que  se  refería  Juan  de  Valdés  en  su 
Diálogo  de  la  Lengua:  «una  de  que  se  pone  demasiada  y  sin  propó- 


—  364  — 

sito  ninguno,  diciendo:  No  os  he  escrito  esperando  de  enviar; 
donde  estaría  mejor  sin  aquel  de  decir  esperando  enviar.»  Cervan- 
tes, como  casi  todos  los  escritores  de  su  tiempo,  empleaba  con 
mucha  frecuencia  ese  de  redundante,  que  en  escritores  de  hoy  no 
se  sufriría,  y  aquí  Sancho  propone  en  su  corazón  de  dejar  á  su 
amo  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XVIII);  y  allí  Maritornes  promete 
de  rezar  un  rosario  (Ibid.,  cap.  XXVII);  y  allá,  en  Persiies  y  Si- 
gismunda  (libro  I,  cap.  II),  Arnaldo  ha  ordenado  de  vender  á  Tau- 
risa...;  y  acullá  (La  Gaíatea,  libro  I),  Elicio  jura  á  Galatea  de  no 
llevar  su  ganado  adonde  ella  esté  con  el  suyo. 

42  «...á  refrescarse  al  portal...» 

Aquí  hay  otra  endiablada  tiramira  de  versos  involuntarios,  toda- 
vía de  más  monta  que  las  que  copié  en  la  nota  de  ta  pág.  226  y  al 
comienzo  de  la  354: 

c...loa  ya  referidos  naipes, 

limpios  de  polvo  y  de  paja, 

mas  no  de  grasa  y  malicia, 

y  á  pocas  manos  alzaba 

tan  bien  por  el  as  cortado 

como  Rincón  su  maestro. 

Salió  en  esto  un  harriero 

á  refrescarse  al  portal...» 

Hecho  adrede  no  habría  resultado  mejor. 

43  «...que  por  ser  muchachos  no  se  lo  defenderían...» 
Defender,  en  su  antigua  acepción  de  vedar  6  impedir. 

44  «...y  el  otro  al  de  las  cachas  amarillas...» 

Queda  sobrentendido  el  sustantivo,  como  se  sobrentiende  en 
muchas  frases  usualísimas,  tales  como  ¡a  de  Juanes  (la  espada),  eí 
descuadernado  (la  baraja),  la  descarnada  ó  la  chata  (la  muerte), 
ir  con  las  de  Caín  (las  intenciones)  (*),  etc.  etc.  Hay  en  estas  fra- 
ses elípticas  algo  un  es  no  es  picaresco  que  no  carece  de  elegancia, 
y  de  la  gente  apicarada  hubo  de  aprender  Cervantes  la  expresión 
que  ha  motivado  esta  nota,  y  que  hallo  en  otras  obras  suyas:  «...vio 
el  chapín,  imaginó  la  burla,  sacó  uno  de  cachas,  y  tiróme  una  pu- 
ñalada... (Coloquio  de  Cipión  y  Berganza).  Y  en  el  Entremés  del 
Rufián  viudo: 

Aqui  fué  Troya:  aquí  se  hacen  rajas: 
Los  de  las  cachas  amarillas  salen; 
Aqui  otra  vez  fué  Troya. 

(•)  Este  es  el  modismo,  y  no  ese  otro  disparatado  que  se  lee  coo  frecuencia,  ^sar  la$ 
de  Caín.  Los  que  lo  dicen  oyeron  Caines  y  no  saben  dónde. 


-365- 

45  «...á  la  venta  del  Alcalde,  que  está  media  legua  más  ade- 
lante...» 

En  efecto,  á  media  legua  de  la  venta  del  Molinillo,  en  donde  los 
muchachos  ganaron  la  pecunia  al  harriero,  pone  Villuga  estotra 
venta,  en  el  itinerario  de  León  á  Sevilla.  En  el  de  Toledo  á  Córdo- 
ba llámala  venta  del  Alcaide. 
« 

46  «...que  si  acaso  iban  á  Sevilla,  que  se  viniesen  con  ellos.» 
Juan  de  Valdés,  en  su  mencionado  Diálogo  de  la  Lengua,  miraba 

con  malos  ojos  «un  gue  superfino  que  muchos  ponen  tan  continua- 
mente, que  me  obligaría— dice— á  quitar  de  algunas  escrituras,  de 
media  docena  de  hojas,  media  de  que  superfluos.»  No  dio  señal 
para  conocer  cuándo  lo  era  y  cuándo  no:  «la  mesma  escritura— aña- 
dió—si  la  miráis  con  cuidado,  os  lo  demostrará.»  Á  primera  vista 
podría  sospecharse  que  Valdés  aludió  á  aquel  que  expletivo  de  que 
tanto  usaron  y  abusaron  nuestros  antiguos  escritores,  diciendo, 
verbigracia,  como  Cervantes:  «Y  le  preguntó  que  quién  era»  (Don 
Quijote,  parte  I,  cap.  V);  «...le  tornó  á  preguntar  Vivaldo  que  qué 
quería...»  (Ibid.,  cap.  XIII).  Y  Quevedo:  «Preguntólas  que  qué  era 
la  merienda»  (Vida  del  Buscón,  libro  II,  cap.  VII);  «...diciendo  en 
altas  voces  que  qué  bellaquería  era  dar  su  caballo...»  dbidem). 
También  podría  creerse  que  Valdés  se  refirió  á  otro  que,  enfático, 
que  asoma  con  frecuencia  en  expresiones  admirativas:  «¡Qué  mal 
que  se  portó  conmigo!  ¡Qué  bravamente  que  le  salió  al  encuentro!» 
ó,  por  ventura,  á  aquel  otro  que  en  ciertas  fórmulas  de  aseveración 
y  suplicatorias  ha  quedado  como  señal  de  un  verbo  elidido.  Verbi- 
gracia: «¡Por  Cristo  vivo,  que  no  le  abandonaré!  ¡Por  Dios,  que  no 
te  vayas!»,  en  donde  antes  del  que  se  sobrentiende,  en  la  primera, 
juro  ó  prometo,  y  en  la  segunda,  te  ruego  ó  te  pido.  Y  aun  otro  que, 
al  parecer  ocioso,  pero,  en  realidad,  indicio  de  una  elipsis,  suele  ha- 
llarse en  ciertas  expresiones  condicionales,  como  en  esta  cervanti- 
na: «Hablara  yo  más  bien  criado  si  fuera  que  vos»  (si  fuera  el  mis- 
mo que  vos  sois). 

Pero  como  ninguno  de  estos  que  superfluos  abunda  ni  abunda- 
ba tanto  en  tiempo  de  Juan  de  Valdés,  que  se  pudieran  quitar  me- 
dia docena  de  ellos  en  media  docena  de  hojas,  tengo  por  indudable 
que  se  refería  á  este  otro  que  repetido  que  sale  en  el  texto  y  que 
fué  muy  usado  por  todos  nuestros  antiguos  escritores,  y  por  Cer- 
vantes con  grandísima  frecuencia,  tal,  que  no  sin  asomo  de  razón 
le  censura  Fitzmaurice-Kelly  (traducción  francesa  de  su  nuevo  tra- 
tado de  Literatura  Española,  1904)  por  sus  phrases  surchargées 
de  relatifs  inútiles.  Véanse  algunos  ejemplos:  «Hase  de  entender 


—  366  — 

también  que  andando  lo  más  del  tiempo  de  su  vida  por  las  florestas 
y  despoblados  y  sin  cocinero,  que  su  más  ordinaria  comida  sería  de 
viandas  rústicas...»  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  X).  «Á  fe  que  si  yo 
pudiera  hablar  tanto  como  solía,  que  quizá  diera  tales  razones...» 
(Ibid.,  cap.  XXI).  «...y  en  Dios  y  en  mi  ánima  que,  como  yo  en  mi 
niñez  fui  en  mi  tierra  cabrerizo,  que  así  como  las  vi  [á  las  cabri- 
llas] me  dio  una  gana  de  entretenerme  con  ellas...»  (Itmd.,  parte  II, 
cap.  XLI).  En  casos  como  éstos,  Clemencín  solía  escribir,  comen- 
tando: «Sobra  el  segundo  que  para  la  buena  gramática.»  Si  sobra, 
menester  será  confesar  que  les  ha  sobrado  á  todos  cuantos  escribie- 
ron en  romance  desde  antes  del  siglo  XIII  hasta  los  tiempos  de  Cle- 
mencín. Digo  más:  si  sobra,  le  sobra  en  su  habla  á  nuestro  vulgo, 
que  todavía  repite  ese  que  (admirable  persistencia  de  la  tradición), 
como  se  repetía  hay  siete  siglos.  Veamos  algunos  ejemplos: 

«Et  mandamos  que  de  pan  e  de  uino  e  de  ganado  e  de  todas  las 
otras  cosas,  que  dedes  uuestro  derecho  a  la  e^lesia  (Privi/egío  dado 
á  Sevilla  por  San  Fernando,  por  el  cual  le  concedió  el  fuero  de 
Toledo.  Sevilla,  15  de  junio,  era  de  1289,  ó  sea  año  de  1251). 

«...el  pepion  que  dauan  por  su  cabera  cada  dia  en  la  mia  alffon- 
diga,  que  lo  non  den  daqui  adelant  fuera  ende  que  los  moros  Reque- 
ros que  y  venieren  a  seuilla  que  vayan  a  las  mis  alffondigas...»  (Pri- 
vilegio dado  por  D.  Alfonso  X  á  Sevilla.  En  ella,  á  6  de  diciembre 
era  de  1291,  año  de  1253). 

«Primeramente  acordaron  e  tovieron  por  bien  que  todo  bozero 
que  tenga  pleito,  que  jure  primeramente  que  los  pleitos  no  los  pro- 
longará ni  los  manterná  maliciosamente»  (Ordenamiento  hecho 
por  la  ciudad  de  Sevilla  y  confirmado  por  D.  Sancho  IV.  Ponte- 
vedra, á  18  de  agosto  era  de  1324,  año  de  1286). 

«Otrosí  que  al  tiempo  de  sus  bodas,  que  el  novio,  que  dé  un  par 
de  paños  de  seda  á  su  muger...»  (Ordenamiento  primero  que  fizo 
el  rey  D.  Alfonso  en  fecho  del  regimiento  de  la  cibdad  de  Sevilla, 
era  1375,  año  1337>. 

«Léise  en  el  libro  de  los  miraglos  de  la  Virgen  María  que  un  juez 
de  Roma  que  llamaban  Stevan,  que  de  buena  voluntad  tomaba  dones 
e  dineros  é  daba  falsos  juicios.»  (Anónimo,  El  Libro  de  los  enxem- 
plos,  LVIII.) 

«Una  vegada  acaesció  que  dos  compañeros,  que  fallaron  una 
grand  compaña  de  ximios,  e  dijo  el  uno  al  otro...»  (Libro  délos 
Gatos,  XXVIII). 

«Si  de  tu  lengua  rallar  confias,  sé  cierta  que  si  al  examen  ueni- 
mos,  que  nada  non  te  valdrá»  (Alfonso  Martínez  de  Toledo,  El 
Corvacho,  parte  IV,  cap.  II). 


-  367  - 

«Pues  á  fe,  dije  yo,  que  si  me  hallara  en  disposición,  que  había 
de  hacerlo,  porque  me  da  lástima  ver  entre  estos  riscos...»  (Espi- 
nel, Relaciones  de  la  vida  del  escudero  Marcos  de  Obregón,  re- 
lación I,  descanso  XIII). 

«Por  ésta,  que  es  la  cara  de  Dios,  y  por  aquella  luz  que  salió  por 
la  boca  del  ángel,  que  si  vucedes  quieren,  que  esta  noche  hemos  de 
dar  al  corchete  que  siguió  al  pobre  Tuerto»  (Quevedo,  Vida  del 
Buscón,  libro  II,  cap.  X). 

«Á  fe  que  estos  ecos,  que  son  de  aquella  lira,  y  que  este  tomo 
es  de  toma»  (Baltasar  Qracián,  El  Criticón,  parte  III,  crisi  X). 

Aún  hoy  el  vulgo  en  una  de  sus  coplas,  y  fácil  habría  de  serme 
hallar  otros  ejemplos: 

Digale  usté  á  ese  mozo 

Que  está  en  la  esquina, 
Que  si  tiene  tercianas, 
Que  tome  quina. 

D.  Andrés  Bello,  el  insigne  gramático  venezolano,  después  de 
observar  que  redunda  este  que,  y  de  citar  por  vía  de  ejemplo  un 
pasaje  de  Cervantes,  añade:  «Nada  más  común  que  este  pleonasmo 
en  nuestros  clásicos;  pero  según  el  uso  moderno  es  una  incorrec- 
ción que  debe  evitarse.»  Enhorabuena,  y  ya  hoy  lo  evitan  todos  los 
escritores,  así  los  malos  como  los  buenos,  y  sólo  emplea  ese  que 
nuestra  gente  vulgar;  pero  justo  es  advertir,  si,  como  creo,  nadie  lo 
hizo  hasta  ahora,  que,  cuando  no  á  la  elegancia,  contribuía  á  la  cla- 
ridad la  repetición  del  que,  especialmente  donde  desde  el  primero 
hasta  el  verbo  era  la  frase  algo  larga.  ¿Qué  otra  cosa  se  hace  cuan- 
do al  comenzar  un  período  sigue  al  sujeto  de  la  primera  oración  un 
largo  inciso,  sino,  acabado  éste,  repetir  aquél,  que  ya  se  iba  yen- 
do, ó  se  había  ido,  de  la  memoria?  Para  terminar  esta  harto  extensa 
nota,  recordaré  que  nuestros  escritores  del  buen  tiempo  solían  re- 
petir, lo  mismo  que  el  que  antedicho,  la  conjunción  condicional  si: 
Véase  este  ejemplo,  que  hallo  en  la  pág.  16  del  Cancionero  de  Se- 
bastián de  Horozco,  publicado  por  la  Sociedad  de  Bibliófilos  An- 
daluces: 

Lucas,  capado  cantor. 
Decidme  sin  sobrecejo 
Si  os  ha  nacido  pendejo 
Á  vos  y  á  Montemayor; 
Y  responded  con  primor, 
Pues  la  pregunta  va  clara, 
Si,  no  naciendo  en  la  cara, 
Si  nace  en  el  salvonor. 


-  368  - 

Y  este  otro  ejemplo  de  Cervantes  (El  Laberinto  de  Amor,  jor- 
nada I): 

Tácito.     Digo  que  si  mi  paso 

Tiendo  por  los  barrancos  deste  llano, 
Si  podrá  hacer  al  caso. 

47  «...algunas  ocasiones  de  tentar  las  valijas...» 

Tentar,  en  acepción  de  dar  un  tiento.  No  la  tiene  Covarrubias 
en  su  Tesoro,  ni  la  Academia  Española  en  su  Diccionario. 

48  «...de  sus  medios  amos...» 

Medios  amos  veo  estampado  en  la  edición  príncipe,  en  la  furti- 
va de  1614  y  en  el  borrador  que  publicó  Bosarte.  Si,  como  parece,  lo 
escribió  Cervantes  así,  querría  dar  á  entender,  no  lo  que  la  expre- 
sión suena,  sino  que  ninguno  de  los  de  aquella  «tropa  de  caminan- 
tes» era  amo  por  entero  de  los  dos  muchachos.  No  pasaba  con  ellos 
lo  que  con  Alcuzcuz  el  de  El  Gran  Principe  de  Fez,  comedia  de 
Calderón  de  la  Barca,  el  cual  morillo,  jugados  á  las  pintas  sobre 
él,  por  su  amo,  los  cien  escudos  que  valía,  y  como,  ganados  cin- 
cuenta por  el  mismo  se  promoviese  cuestión  sobre  si  otro  jugador 
le  había  ganado  la  mano,  cada  cual,  como  medio  amo,  tiraba  de  su 
medio  moro. 

49  «y  aunque  se  les  ofrecían...  no  las  admitieron.» 

Juega  Cervantes  del  verbo  ofrecerse  en  sus  dos  acepciones  de 
ocurrir  ó  sobrevenir,  y  brindarse. 

50  «...por  la  puerta  de  la  Aduana...» 

Era  la  llamada  puerta,  ó,  más  vulgarmente,  postigo  del  Carbón, 
antes  nombrado  de  los  Azacanes,  junto  á  las  Atarazanas,  en  una 
parte  de  cuyo  espacio,  con  entrada  por  la  ciudad  y  salida  al  Arenal, 
se  edificó  una  amplia  y  hermosa  Aduana,  terminada  en  1587,  en 
lugar  de  la  antigua,  que  estaba  situada  enfrente  del  arquillo  de  San 
Miguel  (Oftiz  de  Zufliga,  Anales  eclesiásticos  y  seculares  déla 
muy  noble  y  muy  leal  ciudad  de  Sevilla,  año  de  1587). 

51  «...y  así,  con  el  de  sus  cachas...» 

La  expresión  es  incorrecta,  y  probablemente  hay  en  ella  errata. 
Cervantes  escribiría  con  el  suyo  de  cachas,  ó,  mejor,  con  el  de 
las  cachas.  Con  el  de  cachas  amarillas  había  dicho  en  el  bo- 
rrador. 


-  369  - 

52  «...y  un  librillo  de  memoria...» 

Llamaban  así,  porque  eran  auxilio  y,  á  la  par,  descanso  de  la  me- 
moria, á  unos  cuadernos  para  apuntes,  del  tamaño  de  un  octavo  ó 
dozavo  de  pliego.  «Así  es  como  tú  dices,  dijo  D.  Quijote,  porque  el 
librillo  de  memoria  donde  yo  la  escribí  [la  carta  á  Dulcinea]  le  ha- 
llé en  mi  poder  á  cabo  de  dos  días  de  tu  partida...»  (El  Ingenioso 
Hidalgo,  parte  I,  cap.  XXX).  «...que  en  oyendo  un  vocablo  exquisi- 
to, le  escribe  en  un  librillo  de  memoria. ..-i)  (Lope  de  Vega,  La  Do- 
rotea, acto  II,  escena  I).  De  estos  librillos  se  enviaba  mucho  al 
Nuevo  Mundo,  según  echo  de  ver  en  los  registros  de  ida  de  naos 
(Archivo  general  de  Indias):  solían  costar  á  seis  ó  siete  reales  la 
docena,  y  aun,  tales  de  ellos,  á  cuatro. 

53  «...antes  que  el  salto  hiciesen...» 

Salto,  en  su  antigua  acepción  de  asalto,  de  donde  saltear  y 
salteador.  Verbigracia:  «...porque  unos  caciques  á  otros  se  daban 
sangrientas  guazavaras,  y  hacían  continuos  saltos,  robos  y  muer- 
tes...» (El  P.  Bernabé  Cobo,  Historia  del  Nuevo  Mundo,  publicada 
por  los  Bibliófilos  Andaluces,  Sevilla,  Rasco,  1890-95,  tomo  III,  pá- 
gina 114). 

54  «...en  el  malbaratillo  que  se  hace  fuera  de  la  puerta  del 
Arenal...» 

Por  el  lado  del  Guadalquivir,  entre  éste  y  la  muralla  de  la  ciu- 
dad, había  una  grandísima  extensión  de  terreno,  que  inundaban  las 
aguas  del  río  en  sus  crecidas  extraordinarias,  y  que  se  llamaba  el 
Arenal,  adonde  se  salía  por  una  gran  puerta,  que  de  él  tomaba  nom- 
bre. En  él,  no  lejos  del  Cerrillo  (en  donde,  va  para  dos  siglos,  edifi- 
có la  Maestranza  de  Caballería  la  plaza  de  toros),  había  unas  casu- 
cas  llamadas  del  Baratillo,  por  el  que  sus  moradores  hacían,  cons- 
tantemente, de  trastos  viejos  y,  en  especial,  de  ropas  usadas,  para 
lo  cual  tenían  alcanzada  licencia  del  cabildo  de  la  ciudad.  Al  tal 
baratillo  ó  malbaratillo  iban  á  parar,  de  ordinario,  como  fueron 
las  camisas  del  francés  de  marras,  muchas  de  las  cosas  de  que  no 
se  podía  ostentar  mejor  título,  y  los  baratilleros  no  eran  sino  encu- 
bridores de  los  murcios.  Así  dice  Guzmán  de  Alfarache,  en  la  fa- 
mosa obra  de  Mateo  Alemán  (parte  II,  cap.  VI),  después  de  contar 
como  él  y  sus  compinches  trasponían  en  los  aires  algunas  coladas, 
con  sus  canastas  mismas,  no  bien  las  veían  en  los  trascorrales:  «La 
ropa  blanca  tenía  buena  salida,  por  la  buena  comodidad  que  se 
ofrecía  las  noches  en  el  baratillo.»  En  vano  se  pidió  á  la  ciudad 
(cabildo  de  20  de  noviembre  de  1592)  que  se  pusiera  remedio  «para 


j 


—  370- 

que  no  se  haga  el  baratillo  ni  se  venda  pan  junto  á  la  puerta  del 
arenal»:  el  abuso  no  se  llegó  á  corregir  y  todavía  hoy,  urbanizado 
aquel  sitio,  llaman  del  Baratillo  al  nuevo  barrio.  Una  seguidilla 
sevillana  (Rodríguez  Marín,  Cantos  populares  españoles,  nú- 
mero 7.864): 

Biba  la  S«steria, 

Porque  es  mi  barrio, 
La  puerta  de  Triana, 
Caye  San  Pablo. 

Y  ei  estribiyo, 
Biba  caye  Galera 

Y  er  Baratiyo. 

55  «Un  muchacho  asturiano....» 

En  el  borrador  del  Rinconete  este  muchacho  no  era  asturiano. 
sino  gallego.  ¿Á  qué  pudo  deberse  tal  cambio?  No  lo  sé;  pero,  re- 
cordando que  también  dejaron  de  ser  gallegos  los  harrieros  que  en 
el  capítulo  XV  de  la  primera  edición  de  El  Ingenioso  Hidalgo  mo- 
lieron á  D.  Quijote  y  á  Sancho  Panza,  para  convertirse  en  yan- 
güeses  en  la  segunda  edición,  paréceme  que  hay  en  lo  uno  y  en  Id 
otro  algún  intríngulis,  quizás  quizás  relacionado  con  lo  de  ser  galle- 
ga, por  los  apellidos  Cervantes,  Saavedra,  Soíomayor  y  Figue- 
roa,  la  ascendencia  remota  del  egregio  novelista. 

56  «...en  el  más  mínimo  bodegón  de  toda  la  ciudad...» 
Cervantes  solía  usar  el  adjetivo  mínimo,  como  lo  emplea  en  este 

caso,  en  la  acepción  metafórica  de  endeble,  insignificante,  ó  ínfi- 
mo, que  falta  en  el  Diccionario  de  la  Academia.  Otro  ejemplo: 
«...juro...  de  no  salir  ni  pasar  del  juramento  hecho  y  del  mandamien- 
to de  la  más  mínima  y  desechada  destas  señoras...»  (El  Celoso 
extremeño).  Lo  mismo  en  La  Numancia,  jornada  I,  escena  I: 

De  hoy  más,  con  presta  voluntad  y  leda, 
El  más  mínimo  déstos  cuida  y  piensa 
De  ofrecer... 

57  «...y  ellos,  del  dinero  de  la  galima  del  francés...» 
Calima  era  algo  más  que  «hurto  de  poca  monta  ó  consideración», 

como  dijo  García  de  Arrieta  anotando  este  lugar  del  Rinconete,  y 
que  «hurto  frecuente  y  pequeño,»  que  dice  aún  el  léxico  de  la  Aca- 
demia Española:  el  mismo  Cervantes  lo  da  á  entender  en  este  pasa- 
je de  El  Trato  de  Argel,  jornada  II: 


-  371  — 

— ¿Al  fin,  Aydas,  que  en  Cerdeña 
Habéis  hecho  la  galima? 
— Si,  y  no,  á  fe,  de  poca  estinaa, 
Según  salió  en  la  reseña. 

Fray  Diego  de  Haedo,  en  su  Topographia  e  historia  de  Argel  (Va- 
lladolid,  M.DCXIII),  f.°  17,  define  la  galima  en  estas  palabras: 
«De  la  pressa  que  hazen,  á  que  ellos  [los  corsarios  argelinos]  lla- 
man galima,  los  cautivos  y  mercaderías  todas  son  del  propio  arráez 
señor  del  bajel,  y  juntamente  de  los  que  le  ayudan  á  armarlo,  y  lo 
mismo  es  del  dinero...» 

58  «...por  las  mañanas,  á  la  Carnicería...» 

«Para  en  lo  tocante  á  las  carnes  que  se  pesan  en  Sevilla,  de  va- 
ca, ternera,  carnero,  cabritos,  puercos  frescos  y  tocino  añejo,  ay 
nueve  carnecerias,  á  sus  puestos  y  lugares  convenientes....  De  las 
quales  la  mas  principal  y  mayor  es  en  la  collación  de  San  Isidro  [hoy 
de  San  Isidoro],  con  quarenta  y  ocho  tablas  para  en  que  pesar  la 
carne,  que  ocupan  sus  quatro  lientos  a  la  redonda,  atajada  cada  vna 
tabla  con  rexas,  puertas  y  cerraduras  de  hierro;  con  dos  puertas 
principales,  y  en  medio  vn  espacioso  patio  de  pilares  de  marmol  ca- 
paz de  toda  la  gente  de  pie  y  de  cavallo  a  que  el  vso  da  licencia  de 
tomar  carne  en  ella.  Veese  en  vn  corredor  que  sojuzga  toda  la  gran 
Carnecería,  vn  altar  con  su  retablo  bien  adornado,  con  campana 
para  hazer  señal  a  missa,  como  quiera  que  se  celebra  en  ella  todos 
los  domingos  y  fiestas  de  guardar....»  (Alonso  de  Morgado,  Histo- 
ria de  Sevilla).  Agustín  de  Rojas,  en  El  Viaje  entretenido,  viene  á 
decir  lo  propio:  «...tiene  [Sevilla]  nueve  carnicerías  y  un  matadero, 
de  donde  se  sustentan  tanto  número  de  perdidos,  valentones  y  bra- 
vos como  tiene  esta  ciudad.»  La  plaza  de  la  Carnicería,  que  sirvió 
hasta  el  año  de  1820,  en  que  la  venta  de  la  carne  y  de  los  demás  co- 
mestibles se  trasladó  á  la  nueva  plaza  de  la  Encarnación,  estaba  si- 
tuada «á  la  salida  de  la  Alcaicería  de  la  Loza»  (D.  Félix  González  de 
León,  Noticia  histórica  del  origen  de  los  nombres  de  las  calles 
de  Sevilla,  pág.  35). 

59  «...y  á  la  plaza  de  San  Salvador....» 

«Luego  (escribía,  bien  entrado  el  segundo  tercio  del  siglo  XVI, 
el  Br.  Luís  de  Peraza)  está  la  plaípa  de  san  saluador,  donde  están 
los  cordoneros  y  cereros  o  candeleros.  En  esta  pia^a  venden  a  su 
tiempo  melones  de  diuersas  simientes  y  continuamente  ortaliza. 
Otra  pla^a  es  la  que  dizen  de  abaxo  donde  están  las  panaderas  de 
seuilla  en  su  poio;  están  en  otro  frontero  deste  las  panaderas  que 


-  372  - 

traen  las  muy  blancas  y  muy  sabrosas  Roscas  de  Vtrera  y  hoga(;as 
de  alcalá  y  de  gandul  y  marchenilla.  Véndense  en  esta  pla(;a  todo 
eí  año  peros  y  camuesas  cermeñas  y  peras,  todas  frutas  secas,  asi- 
mismo a  su  tiempo  perezas  comunes  y  guindas  y  muy  gruessas  (pe- 
rezas Reales,  higos  verdes  y  breuas,  finalmente  todo  genero  de  fru- 
tas que  suele  dar  apetito  y  sabor.  Está  pasada  una  calle  la  plaga  de 
arrít7a  donde  se  vende  toda  la  ortaliza.  1  junto,  la  plaga  de  santo  isi- 
dro donde  venden  el  pescado  marisco  que  no  venden  por  peso.  Junto 
está  la  plaga  del  alfalfa.»  (Real  z  imperial  sevillana  descripiion, 
decada  III,  cap.  Vil.  Ms.  original,  que,  después  de  haber  perteneci- 
do á  Gonzalo  Argote  de  Molina,  á  la  librería  del  tercer  duque  de  Al- 
calá, en  donde  aún  perduraba  en  1666,  y  á  la  del  convento  de  San 
Agustín  de  Sevilla,  para  hoy  en  la  rica  biblioteca  del  Excmo.  Sr.  Du- 
que de  T'Serclaes).  —  Como  se  ve,  en  la  primera  mitad  de  aquel  siglo 
se  llamaba  p/azfl  de  San  Salvador  á  la  que  está  á  la  espalda  de  la 
iglesia  y  ahora  se  dice  plaza  del  Pan,  y  en  ella  vendían  hortaliza  y 
melones;  y  en  la  plaza  de  abajo,  la  que  hoy  llamamos  del  Salvador, 
las  demás  clases  de  frutas,  así  del  tiempo  como  secas,  y  el  pan  de 
Sevilla  y  de  fuera  de  la  ciudad.  La  calle  que  iba  de  una  á  otra  plaza 
es  la  llamada  hoy  de  Alcuceros.  De  la  plaza  de  San  Isidro  trataré 
en  otra  nota. 

Para  que  aquellos  de  mis  lectores  que  conocen  la  Sevilla  actual 
puedan  formarse  alguna  idea  de  cuan  diferente  de  hoy  se  hallaba 
aquel  paraje,  convendrá  recordar,  entre  otras  cosas,  que  el  viejo 
templo  de  San  Salvador,  antigua  mezquita,  estuvo  tan  soterrado 
hasta  que  se  derribó  y  comenzó  á  reedificar  por  los  años  de  1671  y 
siguientes,  que  por  la  calle  de  Culebras  (hoy  de  Villegas)  se  baja- 
ba á  él  por  una  escalera  de  veintidós  escalones,  y  que  tenía  mu- 
chos, aunque  no  tantos,  en  las  dos  puertas  que  había  en  la  fachada 
principal,  entrándose  asimismo  cuesta  abajo  por  el  patio  de  los 
Naranjos.  Las  dos  vidrieras  mayores  que  caían  á  la  plaza— añade 
D.  Antonio  María  de  Espinosa  en  su  continuación  de  los  Anales  de 
Sevilla  de  Ortiz  de  Ziiñiga  (t.  V,  pág.  297)— no  se  elevaban  tres 
varas  de  la  superficie  por  lo  exterior  del  templo,  cuando  por  lo  in- 
terior se  necesitaban  escaleras  para  alcanzar  á  ellas. 

En  los  últimos  años  del  siglo  XV,  y  aun  durante  muchos  del  si- 
guiente, una  parte  de  la  plaza  del  Salvador  había  sido  cementerio  de 
la  iglesia,  no  obstante  lo  cual,  allí,  como  se  ha  dicho,  se  vendieron 
el  pan  y  las  frutas.  Así,  en  cabildo  de  11  de  marzo  de  1589,  leída  una 
petición  de  Francisco  Pollo  y  otros  fruteros  «que  venden  en  el  se- 
menterio  de  san  saluador,  en  que  dan  noticia  como  vn  canónigo 
visitador  les  a  mandado  que  no  vendan  en  la  dicha  plaga»,  se  acordó 


-  373  — 

por  la  Ciudad  «que  diego  cauallero  de  cabrera  y  luys  de  troya,  jura- 
do, hablen  sobre  este  negocio  al  visitador,  y...  tanbien  al  prior  y 
canónigos  de  sant  saluador  y  procuren  conponer  esto  de  manera 
que  teniéndose  en  aquel  lugar  la  desensia  que  conviene  no  se  les 
ynpida  el  vender  en  la  dicha  pla^a  como  sienpre  se  a  hecho...» 
(Actas  capitulares  de  Sevilla).  En  cabildo  celebrado. el  16  del  pro- 
pio mes  se  leyó  una  petición  del  prior  y  canónigos  de  San  Salva- 
dor, «que  piden  se  mande  que  la  pla9a  del  sementerio  quede  li- 
bre...» Á  la  cuenta,  las  cosas  siguieron  como  estaban,  pues  cuatro 
meses  después  (cabildo  de  10  de  julio)  Martín  de  Santofimia,  nja- 
yordomo  del  cabildo  de  los  jurados,  manifestaba  «que  ya  la  ciudad 
sabe  de  quanto  ynconveniente  es  que  las  fruteras  y  panaderas  y 
freyderas  y  gente  que  vende  queso  estén  tan  juntos  y  mesclados  en 
la  pla^a  de  sant  saluador  desta  ciudad,  por  ser  como  es  tan  peque- 
ña que  no  se  puede  pasar  sin  ella...»,  y  suplicaba  que  esto  se  reme- 
diara y  que  estuviesen  acomodados  los  panaderos  «en  el  lugar  don- 
de solían  estar,  mandándoles  que  no  salgan  del.»  Así  se  acordó. 

Por  González  de  León  (Noticia  histórica  del  origen  de  los 
nombres  de  las  calles  de  Sevilla,  pág.  122)  sabemos  que  en  lo  an- 
tiguo había  en  medio  de  la  dicha  plaza  dos  cruces  grandes,  una  de 
piedra  y  otra  de  hierro,  sobre  sus  peanas  de  material,  y  una  de  las 
cuales,  la  de  piedra,  se  conserva  aún  en  un  nicho  en  la  esquina  del 
templo,  á  la  entrada  de  la  calle  de  Villegas.  Una,  á  lo  menos,  de  es- 
tas cruces  no  se  había  erigido  aún  cuando  Cervantes  vivía  en  Sevilla; 
data  del  año  1608:  en  el  cabildo  de  13  de  octubre  de  este  año  se  le- 
yó una  petición  de  los  panaderos,  en  solicitud  de  que  se  les  permi- 
tiera poner  una  cruz  en  el  cementerio  de  San  Salvador,  entre  dicha 
iglesia  y  la  de  la  Paz  (Actas  capitulares,  escribanía  2.^).  Con  todo, 
ya  por  los  años  de  1568  había  habido  una  cruz  en  la  dicha  plaza,  y 
el  quitarla  dio  lugar  á  grave  disensión  entre  la  Ciudad  y  los  curas 
del  Salvador.  Véase,  en  resumen,  lo  que  pasó.  En  cabildo  de  5  de 
noviembre  de  aquel  año,  Baltasar  Suárez,  como  procurador  mayor 
de  la  Ciudad,  hizo  saber  «que  en  la  plaga  de  sant  saluador  ques  do 
está  el  ospital  de  las  bubas  se  a  puesto  vna  cruz  de  pocos  dias  acá 
la  qual  la  gibdad  a  mandado  que  se  quite  e  se  ponga  dentro  del  co- 
rral de  los  naranjos  de  la  yglesia  de  san  saluador  e  que  no  se  a 
hecho  hasta  agora;  que  la  gibdad  provea  sobre  ello  lo  que  convenga 
e  que  ansy  mismo  convendrá  que  se  hable  al  señor  prouisor  para 
que  les  mande  a  los  clérigos  de  la  dicha  yglesia  que  no  pongan  alli 
otra  vez  la  dicha  cruz  e  que  los  castigue  por  aver  enterrado  alli  al- 
gunas personas  sin  ser  sagrado  e  ser  plaga  Realenga.»  Subióseles 
la  pimienta  á  las  narices  á  los  señores  regidores  y  hubo  de  ellos 


—  374  — 

quien  pidió  que  seis  oficiales  de  los  que  trabajaban  en  la  cárcel 
(que  se  estaba  reedificando  entonces)  quitaran  desde  luego  la  cruz 
y  la  pusieran  en  el  corral  de  los  Naranjos;  pero  el  asistente  propuso 
que  se  hablara  al  provisor  para  que  mandara  «quitar  la  cruz  luej(o 
encontinente  por  el  agravio  que  Recibe  la  justicia  Real»,  y  que,  en 
otro  caso,  la  Ciudad  la  quitaría,  y  así  se  acordó.  De  la  iglesia  y 
hospital  de  Nuestra  Señora  de  la  Paz,  subsistentes  hoy  día,  dio 
amplias  noticias  D.  Francisco  Collantes  en  el  Archivo  Hispalense, 
tomo  I  (1886),  págs.  79  y  sigs.  —Las  obras  de  reedificación  del  men- 
cionado templo  no  se  terminaron  hasta  el  año  de  1712,  y  de  ellas  y 
de  la  reapertura  de  la  iglesia  hay  muy  curiosas  noticias  en  dos 
raros  opúsculos  que  he  examinado  en  la  biblioteca  que  fué  del  eru- 
dito historiógrafo  hispalense  D.  Francisco  de  Borja  Palomo.  Intitú- 
lase el  uno:  Pintura  armónica  de  la  nueva  erección  del  templo 
del  Salvador...  bosquexando  también  las  Fiestas  hechas  en  la 
Solemne  Octava  de  su  Dedicación.  Delineada  por  vn  ínflenlo  Se- 
villano... Impresso  en  dicha  Ciudadano  de  1712.— \  el  otro: 
^  El  Fénix  sevillano.  Romance,  en  que  se  descrive  (con  jocose- 
rio estilo)  la  feliz  renovación  del  templo  del  Salvador,  con  alv- 
sion  a  la  del  fénix...,  por  D.  Possidoro  Oricastreo,  académico 
montano.  Con  licencia  en  Sevilla  año  de  M  I)(.C  XU. 

60  «...á  la  Pescadería...» 

La  Pescadería  estuvo  hasta  fines  del  siglo  XV  en  la  plaza  de 
San  Francisco;  los  Reyes  Católicos,  por  carta  fecha  en  Barcelona 
á  24  de  febrero  de  1493,  dieron  licencia  á  la  Ciudad  para  que  toma- 
se y  destinase  á  Pescadería  una  de  las  naves  de  las  Atarazanas 
(Morgado,  Historia  de  Sevilla,  pág.  164  de  la  edición  de  1887,  y 
Anales  de  Ortiz  de  Zúñiga,  año  de  1564).  Aún  subsistía  en  aquel  lu- 
gar en  los  últimos  años  del  siglo  XVI,  no  sin  que  se  contrabandeara 
cuanto  se  podía.  Por  ello,  en  cabildo  de  24  de  julio  de  1598,  el  ma- 
yordomo de  los  jurados  hizo  saber  á  la  Ciudad  «que  algunas  de  las 
atara9anas  de  la  ribera  del  rio  tienen  dos  puertas,  una  á  la  ribera  y 
otra  á  la  ciudad,  y  algunas  casas  están  junto  á  la  muralla  y  á  la  pes- 
cadería, por  cuya  causa  se  pueden  seguir  muchos  y  muy  grandes  in- 
convenientes á  la  hacienda  del  almojarifazgo...  (Actas  capitulares 
de  Sevilla). 

61  «...y  á  la  Costanilla....» 

La  Costanilla  era  una  placeta  en  forma  de  cuesta  (de  donde  to- 
mó el  nombre),  cercana  á  la  iglesia  de  San  Isidro,  hoy  llamada  de 
San  Isidoro,  y  que  en  1572  tenía  quince  casas,  según  cierto  padrón 


—  375  — 

de  la  moneda  forera.  Era  ya  mercado  en  el  siglo  XIV  y  en  aquel 
tiempo  solían  ser  gallegos  los  mozos  de  la  esportilla.  Juan  Alfonso 
de  Baena  en  una  replicación  contra  el  poeta  hispalense  Ferrán  Ma- 
nuel de  Lando  (Cancionero  de  Baena,  n.°  361),  decíale: 

Ferrand  Manuel,  á  los  de  Cadique 
O  del  A^uayca  d'allá  de  Sevilla, 
O  algunos  gallegos  de  la  Costanilla, 
Porniedes  vos  miedo  con  vuestro  replique... 

Desde  tiempos  muy  remotos,  á  las  placeras  de  la  Costanilla,  mu- 
latas las  más  de  ellas,  no  se  les  permitía  vender  pescado  fresco, 
sino  abadejo  y  mariscos;  pero,  bien  entrada  la  segunda  mitad  del 
siglo  XVI,  empezó  á  tolerárseles,  y  aquel  mercado  que,  según  dicho 
que  recogió  Cervantes  (Coloquio  de  Cipión  y  Berganza)  era  una 
de  las  tres  cosas  que  el  Rey  tenía  por  ganar  en  Sevilla  (la  calle  de 
la  Caza,  la  Costanilla  y  el  Matadero),  se  empeoró  en  términos,  que 
el  asistente  creyó  necesario  prohibir  toda  venta  que  no  fuese  la  que 
de  antiguo  se  había  permitido  en  aquel  lugar.  Sepamos  algo  de  lo 
que  allí  acaecía.  En  cabildo  de  1.°  de  julio  de  1594  Juan  de  Santan- 
der y  Francisco  Sedaño,  playeros  y  armadores  de  pescado,  y  Juan 
Infante,  arrendador  de  él,  pidieron  que  se  revocara  el  pregón  que 
prohibía  la  venta  de  pescado  fresco  en  la  Costanilla,  y  Andrés  Nú- 
ñez  Zarzuela,  mayordomo  de  los  jurados,  dijo  que  lo  proveído  por 
el  Condeno  era  en  daño  de  la  república  ni  de  nadie,  sino  en  benefi- 
cio común,  «porque  de  venderse  el  pescado  fresco  en  la  costanilla 
resulta  la  manifiesta  regatonería  que  allí  ay,  en  tanto  grado,  que 
las  casas  están  amaestradas  y  con  cautela  hechas  para  poderse  es- 
conder los  Regatones  que  alli  ay  y  que  las  justicias  no  los  puedan 
prender  y  por  esta  misma  orden  a  los  playeros  les  toman  y  escon- 
den los  pescados  y  las  mulatas  y  gente  atreuida  que  alli  Reside  los 
maltratan  de  hecho  y  de  palabra  y  quando  los  van  a  prender  si  se 
querellan  los  playeros,  no  los  pueden  aver.»  Designóse  una  comisión 
que  entendiese  en  este  asunto,  y  al  cabo  la  ciudad  acordó  que  el 
pescado  fresco  que  se  vendía  en  la  Costanilla  se  vendiese  en  la  pla- 
za de  la  Alfalfa  y  en  la  puerta  de  la  Carnicería;  mas  también  esto 
ofreció  sus  inconvenientes,  de  que  se  trató  en  cabildo  de  1.'^  de  abril 
de  1597,  volviendo  á  tolerarse  la  venta  en  la  Costanilla,  aunque  no 
por  largo  tiempo,  según  se  echa  de  ver  por  un  acuerdo  tomado  en 
el  cabildo  de  5  de  julio  de  1600:  «Acordóse  de  conformidad  que  por 
los  grandes  daños  que  hazen  en  esta  República  los  pescaderos  y 
pescaderas  que  asisten  en  la  costanilla  y  el  provecho  que  se  vio  por 
esperien9ia  el  tiempo  que  estuvieron  fuera  della,  los  señores  fieles 


-  376  — 

executores  hagan  pregonar  públicamente  que  ningún  pescadero  ni 
pescadera  asista  ni  Remoxe  en  ella,  so  pena  de  cient  a(;otes.»  Y  aun- 
que en  14  del  dicho  mes  María  Nabeles  y  otros  de  la  Costanilla, 
«atento  que  son  pobres  y  tienen  hijos»,  pidieron  licencia  para  sola- 
mente vender  caballas  y  sardinas,  se  acordó  unánimemente  «que 
se  guarde  lo  que  la  ciudad  tiene  pasado,  y  en  lo  que  piden  no  ha 
lugar.» 

Luís  Vélez  de  Guevara,  que  vivió  en  Sevilla  los  últimos  años  del 
siglo  XVI,  llamó  Costanilla  á  un  escudero  en  la  comedia  Más  pesa 
el  rey  que  la  sangre  (jornada  1),  y  le  hizo  explicar  su  nombre  en  los 
versos  siguientes: 

Costanilla,         Yo  me  llamo  Costanilla, 
Escudero  de  la  casa 
Del  );ran  don  Alonso  Pérez 
De  Guzmán,  honor  de  Espafia, 
Y  este  apellido  tomé 
De  haber  nacido  en  la  plana 
De  la  Costanilla  mesma; 
Qoe  mi  madre,  qae  Dios  baya, 
Una  noche  me  parió 
A  sombras  de  una  mulata 
Que  administraba  abadejo 
Revestida  de  cuajada. 

Demasiadamente  prolija  se  me  ha  hecho  esta  nota;  pero  ¿cómo 
terminarla  sin  insertar  un  lindo  soneto  inédito,  anónimo,  de  aquel 
entonces,  referente  á  la  Costanilla  y  á  sus  pescaderos,  y  al  más 
elemental  é  inocentón  de  sus  latrocinios,  consistente  en  remojar  el 
pescado  á  cada  momento,  para  pesar  y  vender  á  buen  precio  el  agua? 
Helo  aquí  con  su  curioso  epígrafe;  lo  recogió,  con  otros,  D.  José 
Maldonado  Dávila  y  Saavedra,  tío  del  analista  Ortiz  de  Zúñiga: 

Los  pescaderos  hicieron  una  fiesta  el  dia  de  San  Pedro 

en  la  Costanilla,  que  es  lo  más  alto  de  Sevilla,  donde  está  el  santo  en  su  barca 

pintado.  Junto  á  una  Cruz.  Sucedió 

que  en  medio  de  la  fiesta  les  llovió  y  se  mojó  y  malbarató  el  gusta  de 

ella;  y  al  propósito: 

Trazóse  en  lo  más  alto  de  Sevilla 
Un  altar  bien  compuesto  y  ajustado, 
En  la  disposición  algo  salado, 
Y,  así,  se  remojó  en  la  Costanilla. 

Á  la  Cruz  y  á  San  Pedro  en  la  barquilla 
Ha  sido  este  festejo  señalado, 
Por  donde  el  Santo,  viendo  su  cuidado, 
La  paga  quiso  al  punto  remitilla. 


—  377  - 

«Recebid,  hijos,  dice,  aunque  bastardos, 
Los  alimentos  para  aqueste  suelo. 
En  el  agua,  que  tanto  os  acredita. 

»Bien  sé  que  en  usar  della  no  sois  tardos. 
Con  agua  de  mis  ojos  gané  el  Cielo; 
Mas  si  el  agua  lo  da,  también  lo  quita.» 

62  «...los  jueves,  á  la  Feria.» 

Alude,  y  dígolo  con  palabras  del  historiógrafo  Alonso  de  Mor- 
gado,  á  «la  feria  harto  notable  de  todas  mercaderías,  que  se  haze 
todos  los  jueves  en  la  plaza  y  alrededor  de  la  iglesia  parrochial  de 
Omnium  Sancíorum.»  Tal  feria  data  del  tiempo  mismo  de  la  recon- 
quista de  la  ciudad  y  ha  dado  nombre  al  sitio  y  al  barrio  en  que  se 
hace,  como  lo  dio  á  aquellos  motines  de  1521  y  1652,  que  se  llama- 
ron de  la  feria  y  pendón  verde,  cuya  circunstanciada  noticia  reco- 
piló D.  Felipe  Pérez  y  González,  há  dos  años,  en  su  curiosísimo 
libro  acerca  de  El  Diablo  Cojiielo  y  de  su  autor  Vélez  de  Guevara. 

Era  general,  y  no  solamente  sevillano,  el  ser  días  de  mercado 
los  jueves.  Así  el  viejo  romancillo  popular  cordobés,  referente  el 
trágico  suceso  de  los  Comendadores: 

Jueves  era,  jueves, 
Dta  de  mercado..., 

que  recordaba  Francisco  Delicado  en  La  Lozana  andaluza,  y  del 
cual  es  reminiscencia  aquel  otro  de  Góngora: 

Jueves  era,  jueves; 
Despertóme  al  alba... 

Y  así  también  Lucas  Fernández,  en  su  ya  citada  Comedia  que  salió 
á  luz  en  el  niimero  7°  de  El  Criticón  de  Gallardo: 

Bras.         Pues  verás;  mira,  carilla, 
Que  se  me  había  olvidado, 
Qué  te  truxe  del  mercado 
Dijueves  allá  de  villa. 

Dice  dijueves,  de  día  jueves,  como  disanto,  de  día  santo. 

63  «...bien  podían  tomar  algunas  y  hacerles  la  salva...» 

La  acepción  en  que  Cervantes  dice  hacer  la  salva,  si  bien  pare- 
cida á  la  primera  que  da  á  este  sustantivo  el  Diccionario  de  la  Aca- 
demia, no  es  exactamente  la  misma.— Como  ese  picar  los  mozos  de 
la  esportilla  en  lo  que  acarreaban  era  cosa  tan  corriente  y  tan  sa- 
bida, no  se  ha  de  sospechar  que  Cervantes  para  decir  lo  de  la  sal- 
va recordase  aquellos  versos  de  la  Vida  del  ganapán,  de  anónimo 

35 


—  378  - 

autor  del  siglo  XVI  (Biblioteca  Nacional,  ms.  5.566),  publicada  por 
Mr.  Foulché-Delbosc  en  la  Revue  Hispanique,  año  IX,  págs.  291-292: 

Si  se  ofrece  algún  carguillo, 
Llévanle  con  gran  tropel 
Y  de  la  pitanza  del 
Suelen  echarse  un  polvillo. 

64  «...que  mostraba  haber  sido  de  ámbar  en  los  pasados  tiem- 
pos...» 

Se  decía  coleto,  guantes,  bolsa,  de  ámbar,  porque  esta  mate- 
ria olorosa  solía  usarse  para  adobar  las  pieles  de  que  se  hacían 
tales  prendas.  La  bolsilla  hurtada  por  Cortado,  de  tan  traída  y 
vieja,  apenas  si  conservaba  algún  olor:  por  eso  dice  Cervantes 
«que  mostraba  haber  sido  de  ámbar  en  los  pasados  tiempos.^) 

65  «...y  tantos  maravedís  en  cuartos  y  en  ochavos...» 

El  cuarto  valía  cuatro  maravedís  y  el  ochavo  dos,  como  ha  suce- 
dido hasta  que  se  mandó  recoger  la  moneda  de  cobre.  Véase  en 
una  cuenta  de  plaza  de  la  señora  Gerarda  (en  La  Dorotea  de 
Lope  de  Vega,  acto  V,  escena  I)  la  inversión  de  un  real  (¿de  á  cua- 
tro?) y  cuenta  que  la  buena  vieja  hacía  banquete  á  una  su  amiga, 
bien  que  entre  las  dos  tenían  tres  dientes  y  ciento  cuarenta  y  cinco 
años.  Dice  Gerarda  al  criado  del  gentil  pagano  D.  Bela:  «He  aquí 
la  olla:  una  libra  de  carnero,  catorce  maravedís;  media  de  vaca, 
seis:  son  veinte;  de  tozino,  un  cuarto;  otro  de  carbón;  de  perejil  y 
cebollas,  dos  maravedís;  y  cuatro  de  aceitunas,  es  un  real  cabal.» 

66  «...pero  para  todo  hay  remedio,  sino  es  para  la  muerte...» 
Es  refrán  que  todavía  se  usa  con  frecuencia.  Cervantes  lo  pone 

alguna  vez  en  boca  de  Sancho  Panza,  y  lo  hace  decir  al  negro 
aprendiz  de  músico  de  El  Celoso  extremeño. 

67  «...de  menos  nos  hizo  Dios,  y  un  día  viene  tras  otro  día,  y 
donde  las  dan  la  toman.» 

Son  tres  refranes,  y  dígolo,  como  muchas  cosas  de  este  comen- 
to, no  para  los  lectores  españoles,  que  lo  saben  como  yo  y  mejor 
que  yo,  sino  para  los  lectores  extranjeros,  si  llega  á  tenerlos  mi 
libro. 

68  «...y  se  la  volviese  á  vuesa  merced  sahumada.— El  sahume- 
rio le  perdonaríamos...» 

Casi  con  las  mismas  palabras  lo  dicen  Juan  Haldudo  el  rico  y 


-  379  - 

Don  Quijote  en  la  parte  I  de  El  Ingenioso  Hidalgo,  cap.  IV:  «...que 
yo  juro...  de  pagaros,  como  tengo  dicho,  un  real  sobre  otro,  y  aun 
sahumados.— Del  sahumerio  os  hago  gracia,  dijo  D.  Quijote.»  Cle- 
mencín  manifiesta  muy  atinadamente  que  «sahumada  quiere  decir 
perfumada,  en  demostración  de  que  se  daba  con  alegría  y  buena  vo- 
luntad.» En  cambio,  D.  Agustín  García  de  Arrieta,  en  las  pocas  y, 
á  la  verdad,  muy  endebles  notas  que  puso  al  Rinconete,  entendió 
que  sahumada  quería  decir  mejorada. 

69  «...cartas  de  descomunión  hay,  paulinas  y  buena  diligen- 
cia...» 

Rosell,  haciendo  imprimir  «cartas  de  descomunión  hay  paulinas», 
sin  coma  después  del  verbo,  omitió  la  distinción  que  hay  que  liacer 
entre  las  unas  y  las  otras.  Las  antiguas  cartas  de  excomunión  con- 
tra los  que  retenían  lo  hurtado  y  mal  allegado  de  cualquier  manera, 
dábanlas  los  obispos  y  sus  tribunales.  Así,  en  El  Corvacho  del  Ar- 
cipreste de  Talavera  (edición  de  los  Bibliófilos  Españoles,  Madrid, 
1901,  pág.  119)  dice  la  mujer  parlanchína  que  alborotaba  el  mundo 
por  la  pérdida  de  su  gallina  rubia:  «Perico,  ve  en  un  salto  al  vicario 
del  Arzobispo,  que  te  dé  una  carta  de  descomunión,  que  muera 
maldito  e  descomulgado  el  traidor  malo  que  me  la  comió...»  Las 
paulinas  (de  Paulo  III)  eran  cosa  más  grave,  como  se  echará  de  ver, 
por  ejemplo,  en  el  sello  con  que,  á  virtud  de  una  que  habían  obteni- 
do, marcaba  los  libros  de  su  biblioteca  el  convento  de  los  Capuchi- 
nos de  Madrid.  Decía  en  el  centro:  Qui  me  tollit  aut  tenet,priva- 
tus  &  excomunicatus  manel,  dum  Papa  non  absolvit. 

Solía  usarse  y  aun  abusarse  tanto  de  las  cartas  de  excomunión, 
y  aun  de  las  paulinas,  que  llegó  á  perdérseles  el  miedo.  Cortado,  á 
lo  que  se  ve,  no  les  tenía  ninguno.  En  cabildo  de  31  de  julio  de  1589 
se  hizo  relación  de  una  paulina  que  había  enviado  de  Madrid  el  vein- 
ticuatro D.  Gonzalo  de  Saavedra,  en  razón  de  «los  privilegios  y  re- 
caudos que  estuviesen  ocultados  por  qualesquier  personas,  tocantes 
á  la  ciudad»,  y  no  hallo  que  nadie  devolviera  ni  uno;  y,  años  des- 
pués, en  cabildo  de  26  de  agosto  de  1594,  habiendo  sufrido  mucho 
perjuicio  las  rentas  del  almojarifazgo,  D.  Lorenzo  de  Ribera  propu- 
so que  se  pidiera  al  nuncio  de  S.  S.  «una  paulina  ó  paulinas  que 
se  publicasen  en  todo  el  distrito,  contra  todas  las  personas  que  por 
cualquier  vía  e  modo  le  tengan  ocultada  ó  hurtada  esta  hazienda», 
y  no  sé  que  esta  paulina,  cuando  se  obtuvo,  diera  más  favorable  re- 
sultado que  la  anterior.  Á  la  cuenta,  había  muchos  Cortados  en  Se- 
villa y  su  tierra,  aun  no  perteneciendo  á  la  honrada  cofradía  de  Mo- 
nipodio, 


—  380  — 

70  «...y  buena  diligencia,  que  es  madre  de  la  buena  ventura...» 
Es  frase  proverbial,  incluida  en  el  Diccionario  de  la  Academia. 

71  «...que  había  cometido  algún  grande  incesto  ó  sacrilegio.» 
Cortado,  que  jamás  echó  bulas,  como  su  camarada,  había  oído 

incestos,  como  campanas,  y  no  sabía  dónde. 

72  «...el  dinero  de  la  bolsa  era  del  tercio  de  una  capellanía...» 
En  Sevilla  se  acostumbraba  pagar  las  rentas  de  las  fincas  y  los 

réditos  de  los  tributos />or  los  tercios,  ó  sea  cada  cuatro  meses  una 
tercera  ijarte.  Así  lo  he  visto  estipulado  en  centenares  de  escri- 
turas. 

73  «Con  su  pan  se  lo  coma...;  no  le  arriendo  la  ganancia;  día 
de  juicio  hay...» 

Estas  son  frasecillas  hechas  y  lugares  comunes  de  la  conversa- 
ción vulgar.  Cervantes,  como  veremos  en  otra  nota,  solía  usarlas, 
tanto  escribiendo  por  su  cuenta  como  hablando  por  la  de  alguno  de 
sus  personajes.  El  Dr.  Carlos  García,  de  nombre  real  ó  supositi- 
cio, autor  del  curioso  libro  intitulado  La  desordenada  codicia  de 
los  bienes  ágenos  (París,  Adrián  Tiffeflo,  M  DCXIX),  reimpreso 
en  1877  por  los  editores  de  los  Libros  de  antaño,  y  en  1886  (Sevi- 
lla, E.  Rasco)  por  el  Sr.  Marqués  de  Jerez  de  los  Caballeros,  tiene 
en  el  cap.  IV  un  pasaje  que  hace  recordar  el  cervantino:  «...  á  quien 
fué  la  causa  de  tanto  mal  no  le  arriendo  la  ganancia;  con  su  pan 
se  lo  coma;  no  se  irá  á  Roma  por  penitencia,  que  Dios  hay  en  el 
mundo  que  todo  lo  ve  y  juzga.» 

74  «...y  entonces  se  verá  quién  fué  Callejas...» 

Véase  Calle/a  en  el  Diccionario  de  la  Academia,  en  donde  está 
bien  explicada  la  expresión,  todavía  ahora  muy  corriente,  Sépase, 
6  ya  se  verá,  ó  ya  verán,  quién  es  Calle/a,  que  dicho  sea  de  paso, 
nada  tiene  que  ver  con  la  frase  Todo  se  sabe,  y  lo  de  la  callejue- 
la, contra  lo  que  imaginó  Mr.  MacColl.  Cervantes  escribió  siem- 
pre Calle/as,  en  lugar  de  Calle/a:  «¿Es  porque  me  ve  sin  armas? 
Pues  espérese  aquí,  señor  guarda  cuidadosa,  y  verá  quién  es  Ca- 
llejas (Entremés  de  La  Guarda  cuidadosa).  Lo  propio  en  la  co- 
media Pedro  de  Urdemalas,  jornada  1: 

Redondo.     ¿Antes  de  ver  el  pleito  hay  ya  sentencia? 
Alcal4<.       Ahi  se  podrá  ver  quien  es  Callejas. 


-  Sal  - 

Y  en  El  Gallardo  Español,  jornada  II: 

Buytrago.  ¡Voto  á  Cristóbal  del  Pino, 
Que  si  una  vez  me  amohino, 
Que  han  de  ver  quién  es  Callejas. 

MacColl  creyó  que  callejuela,  en  la  frase  refranesca  citada,  es  nom- 
bre de  un  personaje  proverbial,  como  Callejas  y  Villadiego.  Y  tam- 
poco lo  es  este  último. 

75    «Renta  la  puta  que  me  parió.» 

Esta  expresión,  fuertecilla  para  la  honestidad  que  hoy  se  exige 
á  las  palabras,  más  que  á  las  personas,  ha  sido  sustituida,  por  eufe- 
mismo, en  alguna  edición  moderna  del  Rinconete,  haciendo  decir  al 
sacristán:  «Renta  el  diablo  que  me  lleve.»  Y  D.  Vicente  Colorado, 
en  el  arreglo  que  de  Rinconete  y  Cortadillo  hizo  para  el  teatro, 
con  el  propio  título,  sorteó  el  escollo  de  la  misma  manera  (acto  I, 
escena  VIII): 

Cortadillo.     ...Y  diga  vuestra  merced, 

Por  su  vida,  caballero 

Sacristán,  ¿qué  es  lo  que  renta, 

Sobre  poco  más  ó  menos, 

La  capellanía  al  año? 
Sacristán.      ¡Renta  el  mismísimo  infierno 

Que  me  lleve! 

En  la  frase  del  sacristán  cervantino,  hay  una  reticencia,  pues 
dice  de  su  propia  madre  lo  que,  por  la  ira  con  que  responde  á  la 
burlona  pregunta  de  Rincón,  se  entiende  que  quiso  decir  de  la  ma- 
dre de  éste.  En  otras  dos  ocasiones  empleó  Cervantes  esa  agria 
salida,  que  era  muy  del  uso  vulgar;  pero  sin  la  mencionada  reticen- 
cia. En  El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XXXVII,  dice  D.  Qui- 
jote á  Sancho:  «Dime,  ladrón  vagamundo,  ¿no  me  acabaste  de  decir 
ahora  que  esta  princesa  se  había  vuelto  en  una  doncella  que  se  lla- 
maba Dorotea,  y  que  la  cabeza  que  entiendo  que  corté  á  un  gigante 
era  la  puta  que  te  parió,  con  otros  disparates  que  me  pusieron  en 
la  mayor  confusión  que  jamás  he  estado..?»  Y  en  el  entremés  de  El 
Retablo  de  las  maravillas,  el  furrier,  cuando  Juan  Castrado  y  los 
otros  le  dicen:  «De  ex  illis  es,  de  ex  illis  es»,  respóndeles  furioso: 
<íSoy  de  la  mala  puta  que  los  parió;  y  por  Dios  vivo,  que  si  echo 
mano  á  la  espada,  que  los  haga  salir  por  las  ventanas,  que  no  por  la 
puerta.»  La  propia  ofensiva  expresión  se  lee  en  un  lugar  de  Vicente 
Espinel  (Vida  del  escudero  Marcos  de  Obregón,  relación  II,  des- 
canso XV):  «No  se  burle  conmigo,  dijo  él  mozo  de  muías;  que  le 
haré  ver  estrellas  á  medio  día.  —Pues  ¿sois  vos  la  Epifanía?,  dijo 


-  382  - 

el  muchacho.— Sof  la  puta  que  os  parió.— "S  aun  por  eso,  dijo  el 
muchacho  salí  tan  grande  bellaco.»  Análoga  á  esta  frase  interjectiva 
es  aquella  otra  que  Lope  de  Rueda  pone  en  boca  de  Cristina  (Eufe- 
mia, acto  IV),  cuando  Melchor  le  dice  que  le  lave  los  pies:  «—¿Que 
te  lave  yo?  Lávete  el  mal  fuego  que  te  abrase.y  En  Italia  se  solía 
emplear  en  tales  casos  una  formulilla  análoga:  «— £"  che  cosa 
era?— O  Dio!  Che  cosa  era?  Era  il  malanno  che  Dio  li  di  a,  cosi 
come  egli  I' ha  dato  a  me  (Bernia,  Dialogo  contra  i poeti). 

No  se  crea  por  esto,  ni  por  haber  permanecido  algún  tiempo  Cer- 
vantes en  aquella  península,  ni  por  haber  sido  Lope  de  Rueda  hom- 
bre versado  en  la  literatura  italiana,  de  cuyo  teatro  arregló  para  el 
nuestro  algunas  obras,  que  esas  tales  invectivas  fueran  cosa  impor- 
tada de  allá:  las  tiene  y  las  conserva  aún  hoy  el  vulgo  indocto,  que 
no  lee  al  Berni,  á  Lope  de  Rueda  ni  á  Cervantes.  Siendo  yo  mu- 
chacho, corría  muy  á  sus  anchas  por  las  calles  de  los  pueblos  an- 
daluces una  tonadilla  alegre  y  retozona,  á  la  cual  llamaban  el 
rengue  rengue,  por  su  estribillo,  en  que  parecían  estar  perdurando 
las  pintorescas  invectivas  de  que  acabo  de  hacer  mérito:  Cantaban: 

Una  vieja  y  un  candil, 
La  perdición  de  una  casa: 

Que  con  el  rengue  rengue  rengue^ 

Que  con  el  rengue  rengue  ranga; 

Que  con  el  tiro  que  le  peguen. 

Que  con  el  rayo  que  la  parta. 
La  \ieja  por  lo  que  gruHe, 
Y  el  candil  por  lo  que  mancha... 

Que  con... 

76  «...no  parecerá  en  días  del  mundo...» 

Es  decir:  mientras  dure  el  mundo.  Antójaseme  un  andalucismo 
esta  expresión.  El  vulgo  andaluz  dice:  En  el  mundo,  por  jamás, 
en  ningún  tiempo,  en  la  vida;  y  ¿Cómo  en  el  mundo?  por  ¿Cómo, 
mientras  dure  el  mundo?  negación  rotunda  y  llena  de  énfasis  y 
vigor. 

77  «...y  esto  le  doy  por  hado.» 

Esta  expresión,  que  García  de  Arrieta  explica  por  «le  anuncio, 
le  pronostico»,  era  el  remate  de  la  buenaventura  que  decían  las  gi- 
tanas, y  todavía  se  suele  o\r—le  lo  doy  por  fao—á  las  pocas  que, 
sabiendo  bien  su  oficio,  se  apartan  de  las  tres  ó  cuatro  formulillas, 
por  lo  común,  rimadas,  y  más  eruditas  que  populares,  de  que  casi 
todas  se  sirven. 


-383- 

78  «...cuando  le  marcó  por  suyo...» 

Lo  propio,  con  idénticas  palabras,  dice  Cervantes  de  la  Argue- 
llo, respecto  de  Carriazo,  en  La  Ilustre  fregona.  Y  en  el  Coloquio 
de  los  Perros:  «...el  cual  [el  caballo]  visto  por  mi  amo,  le  creció  el 
ojo  y  le  marcó  por  suyo...»  Era  muy  frecuente  decir  marcar  por, 
en  significado  de  señalar  por,  ó  tener  en  posesión  de;  verbigracia: 
«Como  le  vi  tan  barbón,  le  marqué  por  letrado»  (Enríquez  Gómez, 
Vida  de  don  Gregorio  Guadaña,  cap.  III).  «Confesor  que  visitas 
hijas,  desde  aquí  te  mareo  por  padre  de  familias»  (Pedro  Espinosa, 
El  Perro  y  la  Calentura). 

79  «...y  le  alcanzó  en  las  Gradas...» 

Eran  y  son  las  famosísimas  Gradas,  según  afines  del  siglo  XVI 
las  describió  Mateo  Alemán,  «un  andén  ó  paseo  hecho  á  la  redon- 
da della  [de  la  Iglesia  Mayor  ó  Catedral]  por  la  parte  de  afuera,  tan 
alto  como  á  los  pechos,  considerado  desde  lo  llano  de  la  calle,  todo 
cercado  de  gruesos  mármoles  y  fuertes  cadenas»  (Guzmán  de  Al- 
farache,  parte  I,  libro  I,  cap.  II).  Durante  todo  el  siglo  XVI  y  casi 
todo  el  siguiente,  las  Gradas  fueron  el  sitio  más  concurrido  de  Se- 
villa: tienda  en  donde  se  vendía  y  se  compraba  de  todo  lo  que  no 
eran  cosas  de  comer;  almoneda  de  cuanto  la  muerte  y  la  pobreza 
hacían  salir  de  las  casas;  mentidero  de  toda  la  ciudad;  lugar  en  que 
los  ciegos  rezaban  ó  mascullaban  sus  oraciones;  punto  de  cita  para 
todo  sevillano,  y  plaza  de  curiosidad  para  todo  forastero.  Muchos 
escritores  mencionan  con  elogio  las  Gradas:  Torres  Naharro  en  su 
Propaladla  (1517),  en  aquellos  versos  que  empiezan: 


decía: 


Sálveos  Dios,  la  gran  Sevilla, 
Mar  de  todos  los  placeres..., 


Cuatro  cosas,  por  hazafla 
De  verdad, 

Que  no  las  tiene  ciudad 
Tenéis  vos  de  que  loaros 

Y  con  que  poder  preciaros 
En  toda  la  Cristiandad: 
Un  templo  de  majestad 
Sin  segundo, 

Un  Guadalquivir  jocundo, 
Un  gran  campo  de  Tablada, 

Y  unas  Gradas,  que  una  grada 
Vale  más  que  algo  del  mundo. 


La  autoridad  eclesiástica,  que  nunca  vio  con  buenos  ojos  que 
para  cosas  enteramente  profanas  se  agolpase  la  muchedumbre  en 


-  384  - 

aquel  lugar,  quitando  la  devoción  y  dificultando  el  paso  á  los  fieles, 
no  había  podido,  ni  aun  acudiendo  á  censuras  y  otros  medios  análo- 
gos, corregir  el  abuso.  Para  lograrlo  se  acordó  en  1585  hacer  una 
Lonja,  é  hízola,  en  efecto,  la  universidad  de  los  mercaderes,  frente 
á  la  puerta  de  San  Cristóbal  de  la  Catedral,  comenzándose  á  ne- 
gociar en  el  nuevo  edificio  á  14  de  agosto  de  1598;  mas,  con  todo 
ello,  subsistió  lo  antiguo:  no  hubo  manera  de  arrancar  de  las  Gra- 
das á  la  muchedumbre  que  las  invadía  y  ocupaba.  Así,  los  prego- 
neros, obligados  por  la  ciudad  á  no  vender  sino  en  la  Lonja,  hallá- 
banse en  ella  sin  gente  que  pudiese  comprarles  lo  que  vendían,  y 
solicitaban  una  y  otra  y  cien  veces  que  se  les  permitiera  pasarse  de 
la  Lonja  á  las  Gradas  (Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Actas  capi- 
tulares, cabildos,  entre  otros,  de  6  de  septiembre  de  1599  y  25  de 
agosto  de  1602). 

80  «...tantos  disparates,  al  modo  de  lo  que  llaman  bernardi- 
nas...» 

Bernardinas,  según  nuestro  lexicógrafo  Covarrubias  (Tesoro 
de  la  lengua  castellana  ó  española)  son  «unas  razones  que  ni  atan 
ni  desatan,  y,  no  significando  nada,  pretende  el  que  las  dize,  con  su 
disimulación,  engañar  á  los  que  le  están  oyendo.  Pienso— añade— 
tuvo  origen  de  algún  mentecapto  llamado  Bernardino,  que  razo- 
nando dezía  muchas  cosas  sin  que  una  se  atase  con  otra.»  Esto,  en 
realidad  de  verdad,  eran  las  bernardinas;  pero,  por  arte  del  dia- 
blo, en  el  Diccionario  de  autoridades  se  dijo  que  eran  «lo  mismo 
que  valentonadas,  bravatas  y  palabras  jactanciosas,  dichas  con 
arrogancia  y  desenvoltura»,  citando  como  ejemplo,  que  es  lo  más 
peregrino,  el  pasaje  del  Rinconete,  y  otro  de  Lope  en  La  Dorotea 
(acto  IV,  escena  última),  que  así  viene  bien  con  las  valentonadas 
como  dos  y  dos  son  cinco.  Y  es  lo  peor  que  ese  yerro,  en  que  tam- 
bién cayó  D.  Agustín  García  de  Arrieta,  ha  venido  corriendo  de 
diccionario  en  diccionario  y  de  edición  en  edición  hasta  la  hora  de 
ahora.  El  lector  curioso  puede  ver  una  muestra  de  bernardinas 
(asimismo  las  llamaban  berlandinas)  en  el  entremés  de  Los  dos 
habladores,  malamente  atribuido  á  Cervantes;  mas  no  quiero  dejar 
de  copiar  algunas  bernardinas  de  cierto  suyas,  para  que  se  vea 
bien  á  las  claras  qué  entendía  él  por  eso.  En  la  jornada  I  de  El  La- 
berinto de  amor,  Tácito  y  Andronio,  estudiantes  capigorristas, 
topan  con  el  duque  Anastasio,  en  hábito  de  labrador,  y  con  Cornelio 
su  criado,  y,  tomándolos  por  hombres  rústicos,  Tácito  se  dirige  al 
Duque,  con  el  propósito  de  pasar  el  rato  á  su  costa,  antes  de  lo  cual 
ha  dicho  á  su  camarada: 


Por  esta  vez,  probemos: 

Que,  si  el  pacho  consiente  bernardinas, 

El  tiempo  entretendremos. 

Y  sigue  este  diálogo: 

Tácito.  Díganos,  gentil  hombre, 

Asi  la  diosa  de  la  verecundia 
Reciproque  su  nombre 

Y  el  blanco  pecho  de  tremante  enjundia  ' 
Soborne  en  confornino: 

¿Adonde  va,  si  sabe,  este  camino? 
Anastasio.    Mancebo,  soy  de  lejos 

Y  no  sé  responder  á  esa  pregunta. 
Tácito.          Dígame,  ¿son  reflejos 

Los  marcurcios  que  asoman  por  la  punta 

De  aquel  monte,  compadre? 
Cornelio.      Bellaco  sois,  por  vida  de  mi  madre. 

Bernardinas  ahorma. 

Yo  apostaré  que  el  Duque  no  le  entiende. 
Anastasio.     Hablaisme  de  tal  forma, 

Que  no  sé  responderos. 
Tácito.  Pues  atiende 

Gam  civo,  y  está  atento. 
Cornelio.      ¡Qué  donaire,  y  qué  gracioso  acento! 
Tácito.  Digo  que  si  mi  paso 

Tiendo  por  los  barrancos  deste  llano, 

Si  podrá  hacer  al  caso. 
Anastasio.    Digo  que  no  os  entiendo,  amigo  hermano. 
Tácito.  Pues  bien  claro  se  aclara 

Que  es  clara,  si  no  es  turbia,  el  agua  clara. 

Quiero  decir  que  el  tronto, 

Por  do  su  curso  lleva  el  horizonte, 

Está  á  caballo,  y  pronto 

Á  propagar  la  cima  de  aquel  monte... 

Con  todo  esto,  no  siempre  eran  disparates  las  bernardinas;  pues 
también  se  llamaba  así  á  los  embustes,  aunque  no  tuviesen  nada  de 
bravuconería  ni  fanfarria.  Así  Lope,  en  La  Dorotea,  acto  IV,  esce- 
na VIII  (en  el  mismo  pasaje  citado  en  el  dicho  Diccionario),  en  don- 
de, al  reconvenir  á  D.  Fernando  la  quejosa  Marfisa,  porque  él  se 
excusa  con  una  supuesta  persecución  de  no  haber  ido  á  verla  en 
una  semana,  dícele,  refiriéndose  á  su  criado  Julio,  que  también  le 
disculpa:  «¿Comienza  ya  la  sombra  de  tus  maldades,  el  aforro  de 
tus  insolencias,  el  Mercurio  de  tus  embajadas,  la  capa  de  tus  trai- 
ciones, á  echarnos  bernardinas?y> 

Aunque  poco  ó  nada  en  uso  actualmente  el  nombre  áe bernardi- 
nas, esta  clase  de  burla  subsiste.  En  Sevilla  suelen  llamarla  siri- 
biquillos,  creo  que  de  cerviguillo.  Á  conseguir  el  efecto  de  enga- 


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fiar  un  rato  á  la  víctima  contribuye  el  hablar  muy  aprisa  y  á  menos 
de  media  voz. 

81  «...que  vio  todo  lo  que  había  pasado  y  como  Cortado  daba 
el  pañuelo...» 

En  tiempo  de  Cervantes  se  usaba  con  frecuencia  este  como,  en 
oficio  de  conjunción  copulativa  equivalente  á  que.  Véanse  tres  ejem- 
plos cervantinos,  por  los  trescientos  que  podrían  citarse:  «...y  así 
le  declaró  como  él  era  el  mayor  enemigo...»  (La  Galaica,  libro 
IV.  «...porque  ya  les  había  dicho  como  era  loco»  (Don  Quijote,  par- 
te I,  cap.  III).  «Dijo  asimismo  que  había  tocado  en  la  isla  de  los  pes- 
cadores...; contó  como  supo  de  oídas  que  Policarpa  era  muerta...» 
(Persiles  y  Sigismundo,  libro  IV,  cap.  VIII).  Y  aún  más  claramente 
se  advertirá  lo  que  digo  en  este  pasaje  de  la  parte  I  de  El  Ingenio- 
so Hidalgo:  «Tras  esto,  para  mostraros  hombre  erudito  en  letras 
humanas  y  cosmógrafo,  haced  de  modo  como  en  vuestra  historia  se 
nombre  el  río  Tajo.»  Pero,  poco  versados  en  la  antigua  habla  cas- 
tellana muchos  de  nuestros  literatos,  siempre  que  se  topan  con  ese 
como  lo  tienen  por  adverbio  de  modo  y  lo  acentúan.  Eso  hizo  el 
Sr.  Rosell  (Obras  completas  de  Cervantes,  t.  VII,  pág.  157),  con  el 
como  que  ha  dado  pie  para  esta  nota.  V  quiera  Dios  que  en  otras 
ediciones  y  extractos  del  Quijote  de  los  que  se  preparan  para  el  pró- 
ximo centenario  no  leamos,  como  casi  siempre,  en  los  epígrafes  de 
los  capítulos:  «De  cómo  salieron  con  su  intención  el  cura  y  el  bar- 
bero...» «Que  trata  de  cómo  D.  Quijote  se  despidió  del  Duque...» 
«De  cómo  D.  Quijote  y  Sancho  llegaron  á  su  aldea...»  «De  cómo 
D.  Quijote  cayó  malo....»  Este  como,  en  significación  áeque,  es  de 
uso  corriente  en  el  habla  andaluza.  Véase  en  el  comienzo  de  una 
fórmula  supersticiosa  para  ligar,  que  recogí  en  Triana: 

Á  los  pies  de  tu  cama 
Tienes  dos  mil  ortigas; 
Tu  cuerpo  lleno  de  ascuas  vivas; 
Á  tu  cabecera  dos  mil  demonias  preñas. 
Como  son  güeñas  pa  parir  y  pa  criar... 

82  «...¿voacedes  son  de  mala  entrada,  ó  no?» 

«Las  sociedades  delincuentes  tienen  carácter  marcadamente  uti- 
litario y  se  forman,  para  valemos  del  lenguaje  de  Rinconete  y  Cor- 
tadillo, donde  hay  gentes  de  buena  entrada,  que  llevan  en  su  ace- 
cho las  gentes  de  mala  entrada»  (Salillas,  El  Delincuente  español: 
El  Lenguaje,  pág.  69).  Ser  de  mala  entrada  llamaban,  como  lue- 
go explica  el  preguntante,  á  ser  ladrón. 


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83  «¿Que  no  entrevan...» 

Entrevar,  como  dice  el  Diccionario  de  la  Academia,  es  voz  de 
germanía  que  significa  entender,  conocer.  Usábase  mucho,  espe- 
cialmente en  la  frase  entrevarle  á  uno  la  flor,  que  equivale  á  cono- 
cerle la  fullería  que  hace  con  los  naipes,  ú  otro  cualquier  engaño 
que  usa.  Así  Mateo  Alemán,  en  su  Guzmán  de  Alfarache  (Biblio- 
teca de  Rivadeneyra^  tomo  III,  págs.  237  ¿>  y  288  b).  En  algún  otro 
pasaje  se  dice  entreverar:  «...y  el  que  nueva  flor  entreverare,  lo 
manifieste  á  la  pobreza...»  (pág.  242,  a);  pero  fué,  á  no  dudar, 
errata. 

84  «...señores  murcios?...» 

Murcio,  voz  de  germanía,  significa  ladrón,  como  murciar,  hur- 
tar. Salillas  (El  Lenguaje,  nota  de  las  págs.  105-107),  después  de 
contradecir  á  Lombroso,  que  disparatadamente  deriva  esta  palabra 
de  Murcia,  se  inclina  á  creer  que  se  dijo  de  mur,  con  la  terminación 
despectiva  ció  (?).  Murcio,  digo  yo  con  la  Academia,  debió  de  decir- 
se de  murciélago,  porque  el  ladrón  sale,  por  lo  común,  de  noche, 
como  esta  alimaña,  y  se  abreviaría  la  palabra,  suprimiéndole  sus 
dos  últimas  sílabas,  por  la  propensión  que  siempre  tuvo  la  picares- 
ca á  hablar  con  vocablos  que  no  pasen  de  bisílabos:  así  en  Madrid 
chulos  y  golfos  dicen  la  preven,  un  guinda,  la  Corres,  en  lugar 
de  la  prevención,  un  guindilla,  la  Correspondencia.  Para  fundar 
mi  opinión  tengo  en  cuenta,  además,  que  las  palabras  murciglero  y 
murcigallero,  que  Cristóbal  de  Chaves  incluyó  en  su  Vocabulario 
de  germanía,  publicado  por  Juan  Hidalgo,  significando  aquélla  «e| 
que  hurta  á  los  que  duermen»,  y  ésta  «el  ladrón  que  deshace  la  ropa 
que  otros  ladrones  hurtan,  ó  porque  hurtan  á  prima  noche»,  hubie- 
ron de  derivarse  de  murciégalo,  forma  vulgar  de  murciélago,  an- 
terior á  ésta  y  más  conforme  con  su  etimología  (mus,  muris,  y 
coecus). 

85  «No  somos  de  Teba  ni  de  Murcia...» 

Dícelo  Cortado,  como  el  lector,  aun  sin  mi  nota,  lo  echaría  de 
ver,  por  el  parecido  fónico  de  entrevan  con  Teba,  y  de  murcios 
con  Murcia.  Teba,  de  la  provincia  de  Málaga,  era  pueblo  bien  co- 
nocido de  Cervantes:  de  sus  tercias  reales,  siendo  comisario  por  el 
proveedor  Pedro  de  Isunza,  sacó  en  1591,  por  medio  de  su  ayudante 
Nicolás  Benito,  1.137  fanegas  de  trigo  y  510  de  cebada,  de  que  dio 
resguardo  á  Salvador  de  Toro,  por  escritura  otorgada  en  Sevilla  á 
5  de  agosto  de  1592  y  encontrada  y  publicada  por  D.  José  María 


Asensio  y  To]edo  (huevos  documentos  para  ilustrar  la  vida  de 
Miguel  de  Cervantes  Saavedra...,  Sevilla,  18G4,  pág.  24). 

86  «...yo  se  lo  daré  á  entender  y  á  beber  con  una  cuchara  de 
plata...» 

Aún  hoy  se  dice  en  Andalucía,  por  ponderación  de  las  malas  en- 
tendederas de  algunos:  «Es,  ó  fué,  menester  una  cuchara  para  en- 
terarlo.» 

87  «...nuestro  mayor  y  padre...» 

Mayor  significaba  «superior  ó  jefe  de  una  comunidad  ó  cuerpo», 
como  dice  la  Academia.  Véanse  otros  ejemplos  de  Cervantes: 
«...una  viuda  hermosa,  moza,  libre  y  rica,  y,  sobre  todo,  desenfada- 
da, se  enamoró  de  un  mozo  motilón,  rollizo  y  de  buen  tomo;  alcan- 
zólo á  saber  su  mayor,  y  un  día  dijo  á  la  buena  viuda,  por  vía  de 
fraternal  reprensión...»  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XXV).  «...á  lo 
que  respondió  el  [cuadriilero]  del  mandamiento  que  á  él  no  tocaba 
juzgar  de  lo  locura  de  D.  Quijote,  sino  hacer  lo  que  por  su  mayor 
le  era  mandado...»  (Ibid.,  cap.  XLVI).  Y  en  el  Coloquio  de  los  Pe- 
rros dice  Berganza,  aludiendo  al  buen  cristiano  Mahudes:  «Vendo 
una  noche  mi  mayor  á  pedir  limosna  en  casa  del  coregidor  desta 
ciudad...» 

88  «...sino  cuatro  en  el  finibus  terree...» 

En  germanía  llamaban  finibusterre  é.  la  horca.  En  el  romance  de 
Perotudo  (Romances  de  germanía): 

Otro  du  de  maBana, 
Lo  sacan  del  baoastóo, 
Con  una  ctuz  en  las  cerras 
Y  á  su  lado  el  confesor; 
Pénenlo  tti  /inibusterre. 
Cual  la  sentencia  mandó. 

V  en  otro  romance  de  la  colección  misma: 

Llama  á  las  galeras  penas. 
Do  vive  el  hombre  penando; 
Finibusterre  á  la  horca: 
Que  alli  todo  es  acabado. 

En  La  Ilustre  Fregona  Cervantes  llamó  á  las  almadrabas  de  Za- 
hara  «el  finibusterre  de  la  picaresca»;  pero  allí  lo  dijo  en  la  acep- 
ción de  summum,  ó  non  plus  ultra. 


—  389  - 

89  «...y  obra  de  treinta  envesados...» 

En  todas  ó  en  las  más  de  las  ediciones  de  las  Novelas,  sin  excep- 
tuar aquélla  que  dirigió  el  Sr.  Rosell  (Obras  completas  de  Cer- 
vantes, t.  VII,  pág.  58),  se  lee  embesados:  copiáronlo  servilmente 
de  las  primeras  ediciones,  en  que  la  ortografía  deja  mucho  que  de- 
sear, y  no  cayeron  en  la  cuenta  de  que  habían  de  entender  y  escri- 
bir envesados,  de  envesar,  y  éste,  de  envés,  porque  en  el  envés 
daban  los  azotes.  Con  saber  (como  dice  Covarrubias  en  su  Tesoro, 
artículo  flor)  que  al  revés  del  cordobán  llamaban  el  envesado,  así 
como  á  la  haz  el  grano  ó  la  flor,  y  con  recordar  aquella  frase  de 
Quevedo  (Vida  del  Buscón,  libro  I,  cap.  XI):  «¿Es  el  padre  el  que 
padeció  el  otro  día,  á  quien  se  dieron  ciertos  empujones  en  el  en- 
vés?», con  ambas  cosas  ó  con  cualquiera  de  ellas  habría  bastado 
para  escribir  bien  tal  palabra. 

90  «...y  de  sesenta  y  dos  en  gurapas.» 

«Gurapas  son  galeras»,  respondió  á  D.  Quijote  uno  de  los  ga- 
leotes á  quienes  dio  suelta.  Esta  voz,  según  Eguílaz,  «es  genuína- 
mente  arábiga,  al  menos,  en  cuanto  á  su  forma,  significando  guráb 
en  esta  lengua,  galea,  en  R.  Martín;  galera,  navio,  en  fray  Pedro 
de  Alcalá...  Ir  á  gurapcfs,  pues,  equivalía  á  ir  condenados  al  remo, 
ó  sea  á  bogar  en  galeras»  (Notas  etimológicas  á  «El  Ingenioso 
Hidalgo  don  Quijote  de  la  Mancha»,  en  el  Homenaje  á  Menén- 
dez  y  Pelayo,  t.  II,  pág.  134). 

91  «...que  así  les  conviene  saberlos  como  el  pan  de  la  boca.» 
Era  comparación  vulgar,  hoy  poco  ó  nada  en  uso.  En  el  Quijote 

del  supuesto  Fernández  de  Avellaneda,  cap.  XI:  «...y  más  yo— dice 
Sancho— que  yo  he  menester  una  [agujeta]  como  el  pan  de  la  bo- 
ca, para  mis  zaragüelles...» 

92  «...de  su  plática,  que  no  fué  corta,  porque  el  camino  era 
largo...» 

«En  el  Coloquio  de  Cipión  y  Berganza  cuenta  éste  (recuerda  el 
autor  de  El  Loaysa  de  «El  Celoso  extremeño»,  Sevilla,  1901,  pá- 
gina 228)  que,  representada  en  mitad  de  la  calle  por  su  amo  la  bien 
urdida  farsa  de  su  valentía,  pasóse  en  dar  vueltas  á  la  ciudad, 
para  dejarse  ver,  lo  que  del  día  quedaba,  «y  la  noche- añade 
»luego— nos  halló  en  Triana  en  una  calle  junto  al  molino  de  la 
»pólvora;  y  habiendo  mi  amo  avizorado  (como  en  la  jácara  se  dice) 
»si  alguien  le  veía,  se  entró  en  una  casa,  y  yo  tras  él,  y  hallamos 
»en  un  patio  á  todos  los  jayanes  de  la  pendencia...,  y  uno,  que  de- 


-  390- 

»bía  de  ser  el  huésped,  tenía  un  gran  jarro  de  vino  en  la  una  mano, 
»y  en  la  otra  una  copa  grande  de  taberna....  Finalmente,  vine  á  en- 
»tender....  que  el  dueño  de  la  casa,  á  quien  llamaban  Monipodio, 
»era  encubridor  de  ladrones  y  pala  de  rufianes....»  Ahora  bien, 
este  Monipodio,  asistente,  por  decirlo  así,  de  los  sevillanos  de  rapi- 
ña cuando  lo  era  de  la  ciudad  el  licenciado  Sarmiento  de  Vallada- 
res, es  el  Monipodio  mismo  y  mismísimo  ante  quien,  apenas  llega- 
dos á  la  ciudad  del  Betis,  se  registraron  como  cofrades  Diego  Cor- 
tado y  Pedro  del  Rincón....» 

Y  añade  Rodríguez  Marín,  en  una  nota.  «Tomando  pie  de  la  in- 
dicación de  estar  la  casa  de  Monipodio  «en  Triana,  en  una  calle 
»junto  al  molino  de  la  pólvora»,  y  de  hallarse  bien  comprobado  el 
año  á  que  Cervantes  se  refería  (1589),  D.  Adolfo  de  Castro,  en  su 
citado  estudio  (La  Casa  del  tío  Monipodio,  dado  á  luz  en  el  libro 
intitulado  Varias  obras  inéditas  de  Cervantes...  con  nuevas  ilus- 
traciones sobre  la  vida  del  autor  y  el  tQmjotey>,  Madrid,  1874, 
págs.  375-409),  propúsose  averiguar  cuál  fuese  tal  casa,  y  á  fe  que 
si  no  lo  consiguió,  anduvo  cerca  de  lograrlo.  Partiendo  de  la  noticia 
que  da  Morgado  de  haberse  volado,  con  estrago  grandísimo,  á  18  de 
mayo  de  1579,  el  molino  de  la  pólvora  qne  tenía  en  Triana,  en  el 
Puerto  de  Camaroneros,  frente  á  la  Torre  del  Oro,  Remón  el  polvo- 
rista, y  de  que  por  ciertas  Memorias  eclesiásticas  y  seculares  de 
Sevilla  consta  que  el  molino  de  la  pólvora  se  mudó  detrás  del  con- 
vento de  Nuestra  Señora  de  los  Remedios,  en  el  mismo  Triana,  vo- 
lándose^ también,  á  14  de  noviembre  de  1613,  D.  Adolfo  de  Castro 
opinó  que  la  casa  de  Monipodio  debía  de  estar  por  la  calle  de  la 
Cruz,  llamada  de  Troya  en  1873,  que  desemboca  en  la  ribera,  en- 
frente de  la  Torre  del  Oro,  y  aun  presumió  haber  identificado  la 
casa  con  la  que  en  el  dicho  año  estaba  marcada  con  el  número  4. 
Consultadas  por  mí,  en  sus  dos  ediciones,  las  láminas  hispalenses 
de  la  hermosa  obra  de  Jorge  Braun  intitulada  Theatrum  Vrhium 
prcecipiarum  Mundi  (1572  y  1618)  y  las  reproducciones  de  ellas  con 
que  D.  Francisco  de  Borja  Palomo  avaloró  su  interesante  Historia 
critica  de  las  riadas  ó  grandes  avenidas  del  Guadalquivir  en 
Sevilla,  paréceme  indudable  que  Cervantes  hubo  de  aludir  á  la  ca- 
lle que  indica  D.  Adolfo  de  Castro,  y  que  sigue  llamándose  de 
Troya,  por  ser  la  única  que  á  fines  del  siglo  XVI  había  junto  al 
dicho  convento  y  ser  campo  entonces  toda  la  extensión  que  hay  de- 
trás de  él.» 

Para  identificar  bien  el  sitio  adonde,  por  consecuencia  del  de- 
sastre acaecido  en  1579,  se  mudaron  los  molinos  de  la  pólvora,  has- 
ta que  ocurrió  otra  análoga  desgracia  en  1613,  pueden  consultarse 


-  391  - 

otros  documentos  y  referencias.  Morgado,  en  su  Historia  de  Sevi- 
lla (pág.  179  de  la  edición  del  Archivo  Hispalense),  después  de  re- 
ferir aquella  lastimosa  desgracia  de  1579,  sólo  dice:  «Desta  causa 
están  los  molinos  de  pólvora  en  el  campo,  por  bajo  de  la  misma  Tria- 
na,  en  la  ribera  del  Guadalquivir.»  Ortiz  de  Zúñiga,  en  sus  Anales 
de  Sevilla,  año  de  1615,  trata  de  la  explosión  ocurrida  entonces,  de 
«los  almacenes  y  molinos  de  pólvora  que  allí  [en  Triana]  tenía  cerca 
de  los  Remedios  Damián  Pérez...»  Pero  más  noticias  útiles  á  nues- 
tro objeto  podré  entresacar  de  las  que  contienen  dos  curiosos  im- 
presos que  se  conservan  en  el  Archivo  municipal  de  Sevilla,  entre 
los  papeles  en  folio  procedentes  del  Conde  del  Águila,  y  que  se  in- 
titulan, el  uno,  ^  Memorial  del  pleyío,  que  la  civdad  de  Sevilla 
trata,  sobre  qve  no  aya  Molinos  y  Almazenes  de  la  pólvora  que 
se  ha  de  refinar  en  el  sitio  de  las  Bandurrias,  ni  en  otro  ningu- 
no, que  con  sus  incendios  hagan  daños  en  esta  Ciudad  y  Arra- 
bales... Año  1621  (En  f.°,  16  h.s  sin  1.  ni  imp.);  y  el  otro.  Avisos 
mvy  importantes  para  el  bien  comvn  y  particvlar  de  los  vezinos 
de  la  civdad  de  Sevilla,  donde...  se  da  noticia  de  los  Archiuos 
y  legaxos,  en  que  se  hallarán  los  Originales,  Traslados  y  Re- 
gistros que  se  han  hecho  del  pleyto,  y  de  las  doze  Prouisio- 
nes,  y  Cédulas  de  su  Magestad,  q" ponen  remedio  en  los  grandes 
daños  que  en  vidas  y  casas  de  los  dichos  vezinos  los  incendios 
de  la  Poluora  hazla",  por  labrarse  y  almacenarse  cerca  de  la 
población....  Año  (escudo  de  Sevilla:  San  Fernando  y  los  dos  ar- 
zobispos) 1626-{^x\  f.°,  40  págs.,  sin  1.  ni  i.).  Extractaré  muy  li- 
geramente estos  papeles: 

Alonso  Matías  y  Damián  Pérez,  polvoristas,  tenían  sus  almace- 
nes y  molinos  de  pólvora  en  el  sitio  de  las  Bandurrias,  detrás  del 
convento  de  los  Remedios,  y  muy  cercanos  los  del  uno  á  los  del 
otro.  Á  14  de  noviembre  de  1613  se  incendiaron  el  almacén  y  los 
molinos  de  Damián  Pérez,  con  grandes  daños  para  la  ciudad,  cuyo 
cabildo  trató  con  muchas  veras  de  que  tan  graves  males  se  evitaran 
para  siempre.  Sevilla  logró  que  S.  M.  ordenase  que  se  deshicieran 
los  molinos  de  Alonso  Matías,  que  habían  quedado  en  pie,  y  se  mu- 
daran todos  al  sitio  llamado  de  las  Fuentes,  cerca  del  castillo  de 
los  Cuartos,  á  más  de  una  legua  de  Sevilla.  Matías  apeló  de  esta 
resolución;  pero,  al  cabo,  el  asistente.  Conde  de  Salvatierra,  mandó 
deshacer  los  tales  molinos  y  se  ejecutó  así.  Al  pleito,  que  duró  13 
años,  saHó,  en  igual  sentido  que  la  Ciudad,  la  Iglesia  Metropolitana. 
En  el  monasterio  de  la  Victoria  «fué  ocasión  el  dicho  incendio  de 
inclinar  la  iglesia  á  la  parte  del  convento,  de  manera  que  fué  menes- 
ter deshazerla  y  labrar  toda  vna  pared  de  nueuo.»  Y  al  convento  de 


—  392  — 

los  Remedios  «le  sembró  la  huerta  de  vigas  ardiendo  y  la  hermita 
y  recibimiento  della,  donde  los  Religiosos  suelen  estar  en  santos 
exercicios.» 

Clemencín,  después  de  tratar,  en  una  de  sus  notas  al  Quijote 
(parte  I,  cap.  III),  del  Compás  de  Sevilla,  al  cual  llama  barrio,  y  de 
recordar  que  allí  estuvo  antiguamente  la  mancebía,  añade:  «Á  este 
barrio  hubo  de  pertenecer  la  casa  de  Monipodio,  que  tan  salada- 
mente describió  Cervantes  en  la  novela  de  Rinconeíe  y  Coríadi/lo.» 
No  sé  de  dónde  pudo  sacar  tan  infundada  especie.  Ya  hemos  visto 
que  estaba  en  Triana,  y  casi  fijado  su  lugar  en  aquel  populoso  ba- 
rrio. Bien  habían  escogido  el  sitio,  lo  uno,  para  estar  en  fácil  y  po- 
co advertida  comunicación  con  los  cofrades  que  traían  preseas  gar- 
beadas de  fuera  parte;  y  lo  otro,  porque  Triana  era  barrio  poco 
visitado  por  las  justicias  de  la  ciudad  y  no  las  tenía  propias,  ni  aun 
delegadas,  con  lo  cual  podía  considerarse  como  lugar  poco  menos 
que  inmune.  En  cuanto  á  lo  primero,  recuérdese  aquella  referencia 
de  Alemán  en  su  Guzmán  de  Alfarache  (parte  II,  libro  III,  cap.  VI): 
«Teníamos  en  los  arrabales  y  en  Triana  casas  conocidas  adonde, 
sin  entrar  en  la  ciudad,  hacíamos  alto,  y  después,  poco  á  poco,  la- 
vado y  enjuto,  lo  íbamos  metiendo,  ya  por  las  puertas  ó  por  cima 
de  los  muros,  después  de  media  noche,  cuando  la  justicia  estaba  re- 
tirada.» Y  en  cuanto  á  lo  segundo,  véase  un  particular  del  cabildo 
de  3  de  marzo  de  1598,  afto  en  que  no  hubo  riada:  «Dijo  el  Conde 
asistente  [el  celebérrimo  de  Puñonrostro]  que  ya  a  la  ciudad  le  es 
notorio  los  delitos  y  muertes  que  estos  días  a  ávido  y  an  sub(;edido 
de  la  otra  parte  del  Rio  en  triana  y  como  por  causa  de  no  poder 
pasar  las  justicias  desta  civdad  a  la  dicha  triana  en  especial  en  los 
ynviernos  quando  de  ordinario  subceden  avenidas...»,  y  entendien- 
do que  se  debía  mirar  para  que  esos  males  se  remediasen,  propuso 
que  se  pidiera  á  S.  M.  facultad  para  que  Sevilla  tuviese  y  nombrase 
allí  alcalde  mayor.  El  cabildo  acordó  «que  por  entonces  no  se  ha- 
blara en  esto»  (Actas  capitulares  de  Sevilla,  escribanía  1."). 

93  «...para  servir  á  Dios  y  á  buenas  gentes...» 
Eso  de  ser  ladrón  y  servir  á  Dios,  todo  en  una  pieza,  es  habili- 
dad muy  de  la  ladronesca  española,  y  en  especial  de  la  andaluza. 
Hurtar  el  puerco  y  dar  los  pies  por  Dios  fué  aquí  cosa  corriente  to- 
da la  vida  del  mundo;  por  rareza  la  guardia  civil  mata  á  un  bandole- 
ro á  quien  no  se  le  encuentren  en  el  pecho  medallas  y  escapularios, 
y  oraciones  he  oído  yo  de  las  que,  hay  cincuenta  años,  rezaban 
devotísi mámente  los  salteadores  para  hacerse  invisibles  de  la  gente 
armada  que  solía  perseguirlos.  Pero  en  materia  de  ladrones  con- 


-  393  — 

cienzudos  y  religiosos,  tanto  y  más  que  este  muchacho  discípulo  de 
Monipodio  y  que  toda  la  honrada  caterva  de  su  hermandad,  nadie 
como  los  bandidos  de  la  Sierra  de  Cabrilla,  que  camparon  por  sus 
respetos  precisamente  cuando  Cervantes  era  vecino  de  la  ciudad 
del  Betis.  Véase  una  buena  acción  de  ellos,  contada  por  Luque  Fa- 
jardo, beneficiado  de  Pilas,  al  f.°  291  de  su  curiosísimo  libro  intitu- 
lado F/e/  desengaño  contra  la  ociosidad  p  los  juegos...  (Madrid, 
1603):  «Los  años  passados  salieron  una  suerte  de  salteadores  que 
con  hábito  reformado  despojaban  toda  cuanta  gente  podían  auer  a 
las  manos,  en  esta  forma:  que  haziendo  cuenta  con  la  bolsa,  tassa- 
damente  les  quitauan  la  mitad  de  la  moneda,  y  los  enuiauan  sin 
otro  daño  alguno.  Aconteció  en  aquellos  dias  passar  de  camino  un 
pobre  labrador,  y  como  no  Ueuase  mas  de  quinze  reales,  que  eran 
expensas  de  su  viaje,  hecha  la  quenta  cabían  a  siete  y  medio;  no  se 
hallaua  a  la  sazón  trueque  de  vn  real:  y  el  buen  labrador  (que  diera 
aquella  cantidad,  y  otra  de  más  momento,  por  verse  fuera  de  sus 
manos)  rogáuales  encarecidamente  tomassen  ocho  reales,  porque 
él  se  contentaua  con  siete.— «De  ninguna  manera  (respondieron 
ellos);  con  lo  que  es  nuestro  nos  haga  Dios  merced.» 

94  «...yo  no  me  meto  en  tologías...» 

Casi  todas  las  ediciones  dicen  teologías,  contra  lo  que  hubo  de 
escribir  Cervantes,  tologías,  que  es  como  lo  decía  el  vulgo,  por 
cuya  boca  habla  en  este  lugar.  Tologías  dijo  por  la  de  Sancho,  en 
el  Quijote,  parte  II,  cap.  XXI:  «Bien  predica  quien  bien  vive,  y  yo 
no  sé  otras  tologías.y>  Y  tólogo  dice  el  mismo  Sancho  (Ibid.,  capí- 
tulo XXVII),  y  tólogo,  asimismo,  Trampagos,  en  el  entremés  de  El 
Rufián  viudo: 

Voácé  ha  garlado  como  un  tólogo. 
Mi  seSor  Cbiquiznaque... 

MacColl  ha  traducido  así  el  pasaje  del  texto:  Sir,  I  do  not  meddle 
with  theology.  La  Academia  Española,  en  su  Diccionario,  explica 
bien  la  frase. 

95  «...dieron  tres  ansias  á  un  cuatrero...  y...  así  las  sufrió  sin 
cantar...» 

Cantar,  en  lenguaje  de  germanía,  es  confesar,  en  el  tormento 
ó  fuera  de  él;  pero  cantar  en  el  ansia  no  es  precisamente  «-confe- 
sar en  el  tormentoy>,  como  dijo  una  de  las  guardas  de  los  galeotes 
(El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XXII),  de  donde,  sin  duda,  lo 
ha  tomado  para  su  léxico  la  Academia,  sino  confesar  en  el  tormento 

26 


—  394  — 

del  agua.  Este  líquido,  entre  los  germanes,  se  llamaba  ansia,  cuan- 
do no  clariosa,  y  ansia,  asimismo,  según  el  Vocabulario  sacado  á 
luz  por  Juan  Hidalgo,  el  horrible  tormento  llamado  del  agua,  que 
consistía  en  extender  sobre  la  cara  del  paciente  un  paño  de  lino, 
que  le  tapaba  las  narices,  para  que  no  pudiese  respirar  por  ella,  é 
ir  destilando  el  agua  en  la  boca  por  medio  del  pai^o  y  á  chorro,  para 
que  lo  arrastrase  consigo  hasta  lo  profundo  de  la  garganta.  Gonzá- 
lez de  Montes,  el  reformisma  de  cuyo  libro  Artes  de  ¡a  Inquisición 
Española  tomo  esta  noticia  (págs.  80  y  81  de  la  traducción  de  don 
Luís  Usoz),  añade:  «Diríase  aquí  que  el  infeliz  moribundo  estaba 
en  la  agonía  en  que  suelen  hallarse  los  que  van  á  exhalar  el  último 
aliento,  á  no  ser  porque  á  éstos  nadie  les  quita  el  recurso  de  la  res- 
piración, y  aquél  no  tiene  modo  de  respirar,  impidiéndole  el  agua 
hazerlo  por  la  boca,  y  por  las  narices  el  paño.  Pero  cuando  se  saca 
de  lo  último  de  la  garganta  el  paño  (lo  cual  se  haze  muchas  vczes 
para  que  el  atormentado  responda  á  las  preguntas)  empapado  en 
agua  y  sangre,  diríase  que  con  él  se  le  arrancaban  al  infeliz  las  en- 
trañas...» Que  este  tormento  se  daba  no  sólo  por  orden  de  los  in- 
quisidores, sino  por  la  de  las  justicias  que  entendían  en  las  causas 
seguidas  en  razón  de  hurtos,  robos,  etc.,  dícclo  el  tener  nombre 
germanesco  tal  martirio.  Y  dícelo  aún  más  claramente  el  tratarse 
del  tal  tormento  en  los  Romances  de  germania  del  procurador 
Cristóbal  de  Chaves,  en  uno  de  los  cuales,  el  de  la  vida  t  muerte 
de  Maladros,  se  describe  después  del  del  torno  ó  garrote.  Véase 
lo  referente  á  entrambos: 

Al  ponto  el  boche  Ganzúa 
Desolló  al  jaque  Maladros, 

Y  sentólo  en  las  parrilla?, 
Con  cincha  el  árbol  atando. 

Comenzóle  á  retorcer 
Los  bramantes  con  los  palos, 
Diciéndole  á  cada  vuelta 
Que  garle  lo  demandado. 

Él  decia  á  todo  cnones» 
Cuanto  le  era  preguntado; 
Renueva  el  torneo  tras  esto, 

Y  en  las  parrillas  lo  ha  echado. 
Las  pirámides  le  liga, 

Los  bramantes  apretando. 
Rodeándole  la  frente 
Con  un  torzal  muy  delgado 

Comienza  la  clariosa 
A  remojarle  los  labios, 
Llevando  tras  si  el  cendal. 
Vaciando  apriesa  el  pitaño. 


-  395  - 

El  jaque,  viendo  tal  ansia, 
Y  que  no  paraba  un  rato, 
Pide  que  el  bramante  aflojen; 
Que  quiere  cantar  de  plano. 

Véase,  á  mayor  abundamiento,  este  pasaje  de  Mateo  Alemán  (Guz- 
man  de  Alfarache,  parte  II,  libro  III,  cap.  VII):  «Era  muy  gentil 
aserrador  de  cuesco  de  uva;  siempre  había  de  ser  su  taza  de  pro- 
fundís,  que  hiciese  medio  azumbre,  y  esto  lo  descompuso  en  el 
ansia;  que,  por  haberse  puesto  á  orza,  cantó  llanamente  á  las  pri- 
meras vueltas.» 

96  «...llevando  cada  uno  de  los  ministros  y  contrayentes...» 
Contrayentes,  dicho  por  donaire  al  lado  de  ministros,  como  si 

de  matrimonio  y  no  de  latrocinios  se  tratara.  Á  menos  que  este 
arriscado  mozo  entendiera  ser  contrayentes  los  que  hacían  el  mi- 
lagro, y  ministros  los  demás  de  la  cofradía  ladronesca. 

97  «...ó  ser  solomico?— Sodomita  querrá  decir  vuesa  mer- 
ced...» 

Más  frecuente  que  decir  sodomita,  y  mucho  más,  á  lo  que  creo, 
que  decir  solomico,  era  decir  sometico  (contracción  de  sodométi- 
co,  por  sodomítico).  Citaré,  por  muchos  que  podría,  un  ejemplo 
sacado  de  la  tan  hermosa  cuanto  desenfadada  Sátira  apologética 
en  defensa  del  divino  Dueñas,  inédita  aún  y  escrita  en  Sevilla, 
en  1569,  por  el  jerezano  Francisco  Pacheco,  canónigo  después,  uno 
de  los  fundadores  de  la  famosa  Escuela  poética  sevillana: 

¡Oh  desastrado  y  triste  siglo  nuestro! 
¿Quién  el  oro  trocó  en  tanta  herrumbre, 
Su  dicha  en  acídente  tan  siniestro? 

¿Quién  dejó  á  buenas  noches  y  sin  lumbre 
Tu  seso,  que  te  precias  de  poético? 
¡Oh,  cuánto  te  desdora  esta  costumbre! 

Haste  vuelto  gallardo,  y  tan  sonetico. 
Que  temo  que  no  olvides  tus  romances 
Castellanos,  y  des  en  ser  sometico. 

98  «...un  pequeñuelo  patio  ladrillado,  que...  parecía  que  vertía 
carmín  de  lo  más  fino.» 

Aunque  de  tal  inquilino  cual  Monipodio,  el  patio  de  su  casa  era 
sevillano  legítimo.  «Los  patios  de  las  casas,  que  en  casi  todas  los  ay 
(decía  Mor  gado  en  su  tan  citada  Historia  de  Sevilla,  pág.  141),  tie- 
nen los  suelos  de  ladrillos  raspados.  Y  entre  la  gente  más  curiosa, 


-  396  — 

de  azulejos,  con  sus  pilares  de  mármol.  Ponen  gran  cuidado  en  la- 
varios  y  tenerlos  siempre  muy  limpios...» 

99  «...un  tiesto,  que  en  Sevilla  llaman  maceta,  de  albahaca.» 
Es  la  albahaca  una  planta  modesta,  que  no  lia  menester  mimos 

ni  cuidados  y  se  aviene  gustosa  á  vivir  entre  los  pobres.  Ellos  la 
aman,  ahora  como  en  los  tiempos  de  Cervantes:  en  los  patios  de  las 
casas  humildes  de  Sevilla  antes  faltará  por  julio  una  alcarraza  de 
agua  fresca  que  media  docena  de  macetas  de  albahaca  menuda,  que 
es  la  más  olorosa.  Así,  en  el  Romance  del  cumplimiento  del  testa- 
mento  de  Maladros,  cuando  en  la  mancebía  sevillana  preparan 
sitio  para  tener  una  comilona  rufos  é  izas,  éstas 

Poneo  sillenes  y  bancas, 
Limpian  poyos,  barren  puertas, 
Traen  macetas  Je  albahaca. 
Con  que  la  percha  refrescan. 

100  «...las  alhajas  de  la  casa...» 

Alhaja  significa,  entre  otras  cosas,  adorno  ó  mueble,  sea  ó  no 
precioso.  En  esta  amplia  acepción  usa  esa  palabra  el  vulgo  y  la  em- 
plea Cervantes  en  este  lugar.  El  Diccionario  de  autoridades  decía 
ser  alhaja  «nombre  genérico  que  se  da  á  qual(]uiera  de  las  cosas 
que  tienen  alguna  estimación  y  valor;  pero  má.>  contraídamente  á 
todo  aquello  que  está  destinado  para  el  uso  y  adorno  de  una  casa,  ú 
de  las  personas:  como  son  colgaduras,  camas,  escritorios,  etc.»  San- 
cho llamó  alhajas  hasta  á  los  mantenimientos  que  llevaba  en  las  al- 
forjas (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XVIII):  «Por  ventura,  el  que  ayer 
mantearon,  ¿era  otro  que  el  hijo  de  mi  padre?  Y  las  alforjas  que  hoy 
me  faltan  con  todas  mis  alhajas,  ¿son  de  otro  que  del  mismo?» 

101  «...dos  espadas  de  esgrima...» 

«Llamamos  espadas  blancas— dice  Covarrubias  en  su  Tesoro- 
Xas  azeradas  con  que  nos  defendemos  y  ofendemos,  á  diferencia  de 
las  de  esgrima,  que  son  de  solo  hierro,  sin  lustre,  sin  corte,  y  con 
botón  en  la  punta.»  Tirso  de  Molina,  en  La  Venganza  de  Tamar, 
jornada  II,  escena  VII: 

Juega  con  la  espada  negra 
En  paz  quien  la  guerra  estima, 
Engañando  con  la  esgrima 
Las  armas  con  que  se  alegra. 


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102  «...una  imagen  de  Nuestra  Señora,  destas  de  mala  es- 
tampa...» 

Destas  de,  y  no  de  las  de.  Esto  nos  hq  quedado  del  latín:  según 
el  sabio  filósofo  Federico  Diez,  nuestro  artículo  data  del  siglo  VI  y 
hasta  entonces  se  sirvieron  del  pronombre  demostrativo  (Véase 
Lanchetas,  Gramática  y  vocabulario  de  las  obras  de  Gonzalo  de 
Barceo,  pág.  925).  Quevedo  en  uno  de  sus  romances: 

Pues  ¿quién  sufrirá  el  lenguaje, 
La  soberbia  y  los  enredos 
De  una  mujer  pretendida, 
De  estas  que  se  dan  á  peso? 

En  otro: 

Una  madre  y  una  hija 
Mi  muerte  y  sepulcro  fueron... 
Son  las  dos  como  retratos 
De  estos  de  traza  y  de  ingenio, 
Que  en  un  lado  se  ve  un  ángel, 
Y  por  el  otro  un  sardesco. 

103  «...cuando  entraron  dos  viejos  de  bayeta...» 

Se  sobrentiende  vestidos,  como  en  aquella  expresión  de  los  Co- 
mentarios del  Desengañado,  ó  sea  Vida  de  D.  Diego  Duque  de 
Estrada,  escrita  por  él  mismo,  tomo  XII  del  Memorial  Histórico 
Español,  pág.  186):  «Añadí  otra  carroza  y  otros  tres  pajes  de  librea, 
y  dos  lacayos  de  paño  fino  leonado  oscuro  y  guarnición  cabe- 
teada...» 

104  «...con  sendos  rosarios  de  sonadoras  cuentas...» 

En  La  Tía  fingida  hay  una  frase  parecida  á  ésta:  ...«llevaba  un 
gran  rosario  al  cuello,  de  cuentas  sonadoras,  tan  grandes  como  las 
de  Santinuflo...»  (Sant  Onuflo,  ó  Sant  Onufrio:  San  Onofre).  Que 
el  rosario  de  cuentas  gordas  (para  halagar  la  vista)  y  sonadoras 
(para  recomendarse  al  oído)  era  cosa  á  que  de  ordinario  acudían  los 
que  en  engañar  al  mundo  tenían  su  tínica  ó  su  mejor  heredad  indí- 
calo también  Quevedo  en  la  Vida  del  Buscón,  libro  II,  cap.  III: 
«Traía  todo  ajuar  de  hipócrita:  un  rosario  con  unas  cuentas  friso- 
nas;  al  descuido  hacía  que  se  le  viese  por  debajo  la  capa  un  trozo 
dedisciplina.» 

105  «...y  á  cabo  de  una  buena  pieza...» 

Pieza,  por  espacio  de  tiempo.  Á  poca  pieza  escribía  Barahona 


—  398  - 

de  Soto,  tratando  de  la  metamorfosis  de  Acteón,  por  de  allí  á 
poco,  6  á  poco  rato: 

Las  orejas  se  extendieron, 
Las  carnes  se  endurecieron, 
Y  adornaron  su  cabeza 
Dos  cuernos  que,  d  poca  pieza. 
Sus  doce  puntas  tuvieron. 

También  solía  decirse  á  poca  pieza  de  rato  (n.°  531  del  Cancione- 
ro musical  de  los  siglos  XV  y  XVI  publicado  por  Barbieri): 

...fué  i  mirar  k  Ronda 
Como  sola  combada; 
A  poca  pieza  de  roto 
Un  mensajero  venia... 

106  «...ligas  de  gran  balumba...» 

Quiere  decir,  más  bien  que  «de  gran  bulto  ó  follaje  en  los  extre- 
mos y  lazadas»,  como  escribió  García  de  Arrieta,  muy  historiadas 
y  vistosas;  de  mucho  rumbo:  como  aquellas  de  tafetán  amarillo  y 
con  rapacejos  de  plata,  que,  sobre  unas  medias  de  seda  carmesí,  os- 
tentaba el  ganapán  á  quien  vio  cerca  de  la  iglesia  y  convento  de  San 
Diego,  en  Sevilla,  uno  de  los  interlocutores  del  entremés  de  Los  Mi- 
rones (Castro,  Varias  obras  inéditas  de  Cervantes,  págs.  53-54). 
Ó  como  aquellas  otras  de  que  se  hace  mérito  en  uno  de  los  Roman- 
ces de  germanía: 

Los  alares  eran  verdes; 
Las  demias,  de  tiritafla; 
Las  ligas,  verdes  y  rojas. 
Con  rapacejos  de  plata. 

Liga  se  dijo  del  italiano  ligagamba,  aunque  ya  acá  nos  tenía- 
mos dos  buenas  palabras  con  que  decirlo,  sin  pedir  prestado:  ceno- 
jil y  atapierna.  En  escrituras  sevillanas  de  1590  á  1600  suelo  hallar 
este  liltimo  nombre.  Ligapiernas  las  llamó  Cervantes  en  La  Casa 
de  los  celos,  jomada  II. 

107  «...espadas  de  más  de  marca...» 

La  marca  de  las  espadas  era  cinco  cuartas  (Premática  de  1564, 
ó  sea  ley  IX,  tit.  VI,  libro  VI  de  la  Nueva  Recopilación):  «Ordena- 
mos y  mandamos  que  ninguna  persona,  de  qualquier  calidad  y  con- 
dición que  sea,  no  sea  osado  de  traer  ni  traya  espadas,  verdugos  ni 
estoques  de  más  de  cinco  quartas  de  vara  de  cuchilla  en  largo...» 

108  «Traía  cubierta  una  capa  de  bayeta...» 

Esta  expresión,  que  parecerá  incorrecta  á  los  que  están  poco  fa- 


-  399  - 

miHarizados  con  nuestros  escritores  del  buen  tiempo,  no  es  sino 
una  manera  de  decir  comunísima  entonces.  Así  como  cubrir  suele 
significar  tapar,  echando  algo  encima,  cubrirse,  siguiendo  el 
nombre  de  alguna  prenda,  equivalía  á  echársela  encima  ó  vestír- 
sela. Cervantes  lo  usa  con  frecuencia  en  este  sentido:  «...y  cu- 
briéndose su  herreruelo,  subió  en  su  muía  á  mujeriegas...»  (Don 
Quijote,  parte  I,  cap.  XXVII).  «...cubrióse  un  herreruelo  de  buen 
paño  pardo...»  (Ibid.,  parte  II,  cap.  XVIII).  «Vuestra  merced  se  cu- 
bra su  manto...»  (El  Vizcaíno  fingido).  En  Amadís  de  Gaula  y  en 
otros  libros  de  caballerías  hay  mucho  de  esto,  y  allí  pudo  apren- 
derlo Cervantes.  Todavía  se  usaba  de  esa  manera  el  verbo  cubrirse 
al  comenzar  el  segundo  tercio  del  siglo  XVII:  «...y  enfurecida  con 
los  celos,  cuando  quiso  bajar  apriesa  para  cubrirse  el  manto  y  salir 
á  hallarlos  juntos...»  (Castillo  Solórzano,  Aventuras  del  Bachiller 
Trapaza,  Valencia,  1634,  cap.  XIII). 

109  «...una  espada  ancha  y  corta,  á  modo  de  las  del  perrillo...» 
Clemencín,  al  comentar  aquel  lugar  del  Quijote  (parte  II,  capí- 
tulo XVII)  en  que  Cervantes,  encareciendo  el  valor  de  que  dio 
muestra  el  héroe  manchego,  exclama:  «Tú  á  pié,  tú  solo,  tú  intré- 
pido, tú  magnánimo,  con  sola  una  espada,  y  no  de  las  del  perrillo 
cortadoras...»,  dice  que  las  espadas  del  perrillo  se  llamaban  y  lla- 
man así  porque  tienen  por  marca  un  perro  pequeño  grabado  en  la 
hoja,  y  añade  que  son  anchas  y  cortas  y  que  las  fabricó  Julián  del 
Rey,  armero  de  Toledo,  que  también  labró  en  Zaragoza.  No  dijo 
Cervantes  que  fuese  del  perrillo  la  espada  que  colgaba  del  tahalí 
de  Monipodio,  é  hizo  bien,  porque,  á  lo  que  parece,  tales  armas 
eran,  como  suele  decirse,  bocado  caro  para  estudiantes;  y  aun 
cuando  en  tal  cual  romance  se  indica  que  las  usan  los  rufos,  éstos 
no  son  sino  jóvenes  de  la  nobleza,  á  quienes  una  falsa  literatura 
pintó  á  lo  jácaro,  después  de  pintarlos  por  mucho  tiempo  á  lo  mo- 
risco. Así,  en  el  comienzo  de  aquel  romance  del  licenciado  Juan  de 
Gamarra  (Duran,  Romancero  general,  t.  XVI  de  la  Biblioteca  de 
Rivadeneyra,  pág.  589): 

Ya  se  parten  de  la  corte 
Los  tres  jaques  de  la  hampa, 
Cuyos  nombres  no  se  escriben 
Por  ser  de  noble  prosapia. 

Llevan  vestidos  al  uso, 
De  guardamano  las  dagas, 
Las  espadas f  del  perrillo. 
Las  guarniciones,  doradas... 


-  400  - 

110  «...y  las  uñas,  hembras  y  remachadas...» 

Hembras  está  dicho  por  anchas  y  corlas,  como  todavía  lo  dice  la 
gente  vulgar;  lo  de  remachadas  lo  explica  bien  la  lección  del  bo- 
rrador del  Rinconete,  fijada  por  mí  en  este  punto:  algo  lorcidas 
hacia  dentro,  quiere  decir. 

111  «...mi  sor  Monipodio...» 

De  señor  hicieron  los  andaluces  seor,  y  de  esta  contracción, 
otra:  sor  (que  nada  tiene  que  ver  con  el  sor  contracción  de  sóror), 
y  aún  de  sor,  una  tercera:  so,  que  hoy  hace  á  singular  y  á  plural,  y 
que  no  era  invariablemente  despectiva,  como  ahora,  que  sólo  se  usa, 
lo  mismo  que  el  don  irónico  en  lo  antiguo,  con  palabras  de  afrenta 
(So  ladrón,  so  tunante...),  tan  sin  excepciones,  que  anteponer  el  so 
¿  un  vocablo  no  injurioso  es  darle  sentido  de  tal.  Claro  que  este  so 
es  distinto  del  que  proviene  de  la  interjección  xo,  con  que  se  aquie- 
ta ó  hace  parar  á  las  caballerías. 

Facilísimo  habría  de  serme  el  citar  ejemplos  antiguos  de  todas 
estas  formas.  Cervantes  los  tiene  á  granel  en  algunos  de  sus  entre- 
meses; Quevedo,  en  sus  escritos  picarescos,  á  porrillo;  Luís  Vélez 
de  Guevara  á  almozadas  en  algunos  pasajes  de  tales  ó  cuales  de  sus 
comedias.  Mas  ¿á  qué  ese  trabajo,  cuando  el  profesor  Mr.  Fonger 
De  Haan,  en  los  n.»»  33  y  34  de  la  Revue  Hispanique  (pág.  241)  ha 
tratado  largamente  de  esta  materia,  enseñando  ¡él,  un  holandés  re- 
sidente en  Baltimore!  á  un  madrileño  muy  culto  de  dónde  proviene 
el  so  de  ¡So  concejal!,  exclamación  con  que  insultó  un  cierto  es- 
tudiante al  regidor  que  presidía  una  novillada?  ¿Á  tan  vergonzoso 
paraje  vó  llegando  nuestra  cultura,  que  madrileños  muy  cultos  rue- 
guen  á  maestros  norteamericanos  que  les  expliquen  las  cosas  más 
triviales  y  les  den  buscados  los  textos  en  que  se  funda  la  explica- 
ción...? ¡Quien  te  ve  y  te  ha  visto,  madre  España...! 

112  «Olvidábaseme  de  decir...» 

Un  ejemplo  más  del  de  superfluo  á  que  me  referí  en  otra  nota; 
pero  escribo  ésta  para  manifestar  que  la  expresión  olvidábaseme 
de  decir  anda  tan  repetida  en  las  obras  de  Cervantes,  que  parece 
bordón  ó  muletilla  del  insuperable  ingenio.  Véanse  algunos  de  los 
lugares  en  donde  la  emplea,  y  cuenta  que  se  me  habrán  escapado 
no  pocos:  «Olvidábaseme  de  decir  como  la  enamorada  mesone- 
ra...» (La  Gitanilla).  «Olvidábaseme  de  decirte  que  esperes  el 
Persiles...»  (Prólogo  de  la  parte  II  del  Quijote).  (.Olvidábaseme  de 
decir  como  el  tal  maase  Pedro...»  (Don  Quijote,  parte  II,  capítulo 


-  401  - 

XXV).  <f-Olvidaba  de  deciros  como  volví  el  collar  á  Sulpicia...» 
(Persiles  y  Sigismundo,  libro  II,  cap.  XV). 

113  «...que  á  medio  mogate...» 

Mogate,  de  mogati  árabe,  significa,  como  dice  Covarrubias, 
«cobertura  ó  baño  que  cubre  alguna  cosa,  y  así  particularmente  lla- 
mamos mogate  el  vidriado  basto  y  grosero  con  que  los  alfahareros 
cubren  el  barro  de  los  platos  y  escudillas;  y  porque  algunas  vezes 
no  cubre  más  que  sola  la  una  haz,  se  llamó  esta  obra  de  medio  mo- 
gate.i>  Por  metáfora  se  dijo  hecho  á  medio  mogate  lo  que  se  hacía 
con  descuido,  á  medias  ó  imperfectamente,  y  á  tal  sentido  hacen 
estos  ejemplos:  «Era  el  bellaco  socarrón  y  mal  hablado,  y  dijo...  que 
no  era  barro  casarse,  y  que  él  no  se  había  de  casar  á  medio  moga- 
te...y>  (Quevedo,  Cuento  de  cuentos),  «...y  á  esa  cuenta,  si  por  sus 
obras  hemos  de  juzgar  de  la  decantada  filosofía  de  esos  presumidos 
sabios,  el  título  y  distintivo  que  sus  méritos  les  granjean  en  mate- 
rias filosóficas  no  debe  ser  otro  que  la  borla  á  la  birlonga  de  filosofi 
infarinati,  que  en  Italia  dicen:  en  buen  romance,  filosofillos  de  me- 
dio mogate  (Gallardo,  Cuatro  palmetazos  bien  plantados  por  El 
dómine  Lucas  á  los  gazeteros  de  Bayona,  Cádiz,  1830,  pág.  20). 

114  «...le  quitaron  los  capelos...» 

«■Capelo  es  lo  mesmo  que  sombrero  -dice  Covarrubias— y  en 
castellano  le  llamamos  chapelo,  y,  más  corruptamente  el  chapeo.y> 
Hoy,  aunque  por  capelo  siguiera  entendiéndose  sombrero,  no  di- 
ríamos le  quitaron  los  capelos  para  indicar  que  le  hicieron  esa 
cortesía,  sino  se  quitaron,  ó  se  le  quitaron  los  capelos.  Bien  que, 
aun  en  tiempo  de  Cervantes  se  solía  decir  de  esta  manera:  «Al  du- 
que de  Alcalá  ha  condenado  el  alcalde  que  fué  á  conocer  de  los 
espaldarazos  que  hizo  dar  á  los  lacayos  de  D.  Pedro  Mejía,  veinti- 
cuatro de  Sevilla,  porque  no  se  le  quitaban  la  gorra  pasando  cerca 
de  él...»  (Cabrera  de  Córdoba,  Relaciones  de  las  cosas  sucedi- 
das en  la  corte  de  España  desde  1599  hasta  1614,  pág.  242).  La 
expresión,  tal  como  la  usó  Cervantes,  es  y  era  anfibológica,  y,  por 
serlo,  jugó  de  ella  Quevedo  en  la  Vida  del  Buscón,  libro  II,  capí- 
tulo II:  «Á  todos  hacíamos  cortesía:  á  los  hombres  quitábamos  el 
sombrero,  deseando  hacer  lo  mismo  á  sus  capas...» 

115  «...la  patria  no  me  parece  de  mucha  importancia  decilla,  ni 
los  padres  tampoco...» 

También,  de  muchacho,  se  había  negado  á  revelar  su  patria  y  los 


-  402  - 

tiombres  de  sus  padres,  aunque  por  más  honesto  motivo,  Tomás 
Rodaja,  el  que  andando  el  tiempo  había  de  ser  el  ¡icenciado  Vi- 
driera: «...ni  el  [nombre]  della  ni  el  de  mis  padres  sabrá  ninguno, 
hasta  que  yo  pueda  honrarlos  á  ellos  y  á  ella.» 

116  «...pues  no  se  ha  de  hacer  información  para  recebir  algún 
hábito  honroso.» 

Son  casi  éstas  mismas  las  palabras  que  dice  D.  Quijote  (parte  I, 
cap.  XXV)  acerca  del  abolengo  de  Aldonza  Lorenzo:  «...y  lo  del 
linaje  importa  poco;  que  no  han  de  ir  á  hacer  la  información  del 
para  darle  algún  hábito...-» 

117  «...que  es  provechoso  documento  callar  la  patria...» 
Documento,  en  la  antigua  acepción  de  aviso,  enseñanza  6  con- 
sejo,como  originado  de  docere,  enseñar. 

118  «...sacando  el  estupendo...» 

Comienzan  con  éste  los  frecuentes  disparates  que  Cervantes 
pone  en  boca  de  Monipodio,  para  que  por  el  habla,  como  por  la  fi- 
gura, sea  «el  más  rústico  y  disforme  bárbaro  del  mundo.»  Ahora  le 
hace  decir  estupendo,  por  estipendio;  poco  después,  naufrago  por 
sufragio;  renglones  más  abajo,  adversario,  popa  y  soledad,  por 
aniversario,  pompa  y  solemnidad...  De  estos  desatinos,  como  de 
los  que  después  dice  la  Cariharta,  no  escribiré  notas  sino  cuando 
alguna  particularidad  lo  hiciere  necesario  ó  útil.  Después  de  todo, 
son  las  gracias  de  este  linaje  las  más  frías  y  menos  delicadas  á  que 
Cervantes  podía  echar  mano  para  sazonar  sus  obras.  Llamar,  ver- 
bigracia, á  unos  libros  flemáticos  por  cismáticos,  como  hace  el 
ventero  en  el  cap.  XXXII  de  la  parte  II  de  El  ingenioso  Hidalgo; 
decir  Sapcho,  entre  mil  otros  disparates,  fócil  por  dócil  (parte  II, 
cap.  VII),  y  a  perpenan  rei  de  memoria  por  ad  perpetuam  rei  me- 
moriam  la  huéspeda  de  la  Colindres,  en  el  Coloquio  de  los  Pe- 
rros, y  entender  y«5//c/a  con  lujuria,  en  vez  de  summum  jus  sum- 
ma  injuria,  aq\ie\  alcaldillo  del  Persiles  (Ubro  III,  cap.  X),  son  chis- 
tes de  baja  ley,  que  parecerian  impropios  de  ingenio  tan  peregrino 
como  el  de  Cervantes,  á  no  disculparlos  y  justificarlos  la  verosimi- 
litud y  aun  la  conveniencia  de  que  así  se  expresara  aquella  gentuza. 
Además,  escribiendo  para  toda  clase  de  gentes,  el  portentoso  no- 
velista no  podía  dejar  de  verter  algunas  sales  gordas,  de  esas  que 
deleitan  el  basto  paladar  del  vulgacho. 


-  4Ó3  - 

119  «...y  caen  debajo  de  nuestros  bienhechores...» 

La  expresión  es  eh'ptica;  quiere  decir:  «caen  debajo  del  número 
de  nuestros  bienhechores  el  procurador...»,  etc.  En  un  pasaje  del 
Coloquio  de  Cipión  y  Berganza  dijo  Cervantes  algo  parecido,  sin 
omitir  palabras:  «por  donde  me  doy  á  entender  que  este  nuestro 
hablar  cae  debajo  del  número  de  aquellas  cosas  que  llaman  por- 
tentos...» Tampoco  omitió  nada  en  este  lugar  del  Quijote  (parte  II, 
cap.  XIII):  «Digo,  respondió  Sancho,  que  confieso  que  conozco  que 
no  es  deshonra  llamar  hijo  de  puta  á  nadie  cuando  cae  debajo  del 
entendimiento  de  alabarle.»  Pero  elípticamente,  como  Cervantes 
en  el  texto  que  ha  originado  esta  nota,  lo  han  dicho  otros  escritores 
de  antaño,  verbigracia,  el  maestro  Juan  de  Ávila  (Epistolario  espi- 
ritual, en  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra,  t.  XIII,  pág.  357  a):  «...y 
ellos,  de  necios,  perdieron  el  [camino]  que  tenían...,  cayeron  en  el 
malo,  y  de  allí  en  el  infierno,  y  dejaron  aviso  para  que  no  sea  uno 
ligero  en  mudar  lugares  debajo  de  mejor  servir  á  Dios.» 

120  «...el  guro  que  nos  avisa...» 

Guro  es  voz  germanesca  que  significa  alguacil. 

121  «...que  harta  malaventura  lleva...» 

Aunque  en  casi  todas  las  ediciones  de  las  Novelas  ejemplares 
se  lee  harta  malo  ventura,  y  Cervantes  hubo  de  escribirlo  así, 
como  escribía  mal  nacido  y  mal  trecho,  por  malnacido  y  maltre- 
cho, paréceme  indudable  que  querría  decir  harta  malaventura, 
pues  si  de  otra  suerte  fuera,  habría  escrito  harto  mala  y  no  harta 
mala,  sabido  como  es  que  los  adverbios  de  cantidad  que  tienen  ter- 
minaciones masculina  y  femenina  se  emplean  en  la  primera  con 
los  adjetivos,  de  cualquier  género  que  sean  éstos,  y  ya  en  la  prime- 
ra, ya  en  la  segunda,  con  los  sustantivos,  según  que  son  masculinos 
ó  femeninos.  Malaventura,  pues,  y  no  mala  ventura,  como  dos 
palabras,  creo  que  debe  leerse  en  los  siguientes  pasajes:  «Infiere, 
ó  que  estos  dos  mil  médicos  han  de  tener  enfermos  que  curar,  que 
sería  harta  plaga  y  mala  ventura...»  (Coloquio  de  Cipión  y  Ber- 
ganza). «¿...y  cómo  tienes  atrevimiento  de  volver  á  España,  donde, 
si  te  cogen  y  te  conocen,  tendrás  harta  mala  ventura?»  (Don 
Quijote,  parte  II,  cap.  LIV).  «Déjale,  Antonio,  que  harta  mala 
ventura  lleva...»  (Persiles  p  Sigismundo,  libro  III,  cap.  XIX). 

122  «...allá  se  lo  haya;  castigúele  su  pecado.» 

De  otras  frasecillas  hechas  equivalentes  á  él  allá,  para  sí 


-  404  - 

hace,  traté  en  la  nota  75,  en  donde  apunté  que  Cervantes  las  usaba 
con  frecuencia.  Veámoslo:  «Ni  yo  lo  dijío  ni  lo  pienso,  respondió 
Sancho;  allá  se  lo  hayan;  con  su  pan  se  lo  coman:  si  fueron 
amancebados  ó  no,  á  Dios  habrán  dado  la  cuenta»  (Don  Quijote, 
parte  I,  cap.  XXV).  «Quisieras  tú  que  le  diera  del  asno,  del  mente- 
cato y  del  atrevido;  pero  no  me  pasa  por  el  pensamiento:  casti- 
gúele su  pecado,  con  su  pan  se  lo  coma,  y  allá  se  lo  hayay> 
(Ibid.,  parte  II,  prólogo). 

123  «...las  socorridas  que  de  su  sudor  nos  socorren...» 
Socorridas,  en  la  acepción  de  socorredoras,  cosa  genialísima 

de  nuestra  habla,  que  llama  leido  al  que  lee,  divertido  al  que  di- 
vierte, etc. 

124  «...así  en  la  trena  como  en  las  guras...» 

La  trena  significa  la  cárcel,  y  guras  está  dicho  por  gurapas  6 
galeras,  aunque,  pues  no  recuerdo  haberlo  visto  empleado  en  igual 
acepción  en  ninguna  otra  parte,  me  temo  que  sea  errata  de  las  dos 
primeras  ediciones.  Gura,  como  dice  el  Vocabulario  de  germania 
que  publicó  Juan  Hidalgo,  significa  justicia,  funcionarios  grandes 
y  chicos  de  ella,  y  bien  distinguió  entre  guras  y  gurapas  el  mis- 
mo Cervantes,  en  el  romance  con  que  dio  cabo  á  su  entremés  de 
El  Rufián  viudo: 

Ya  salió  de  las  gurapas 
El  valieote  Escarrainán, 
Para  asombro  de  la  gura, 
Y  para  bien  de  so  mal. 

125  «...y  el  escribano,  que,  si  anda  de  buena...» 

Andar,  ó  estar,  de  buena  es  frase  elíptica  en  que  se  sobrentien- 
de voluntad  ó  intención. 

126  «...ni  culpa  á  quien  se  dé  mucha  pena...» 

Como  indiqué  en  la  nota  34,  hoy  el  pronombre  quien  sólo  se  usa 
refiriéndose  á  personas,  y  cual  ha  quedado  para  las  cosas,  aunque 
no  tan  sin  excepción  que  no  haya  buenos  escritores  que  sigan 
echando  por  el  camino  viejo. 

127  «,..á  esta  felicísima  y  abogada  confraternidad...» 

No  sé  por  qué  algunos  editores  y  revisores  de  las  Novelas  ejem- 
plares, Rosell  entre  ellos,  han  leído  ó  enmendado  aquí  abonada, 
en  lugar  de  abogada,  que  se  lee  en  las  dos  primeras  ediciones. 


—  405  — 

Abogada  significa  en  este  lugar  protectora  6  intercesora,  pero 
abonada,  ¿qué  había  de  significar  que  viniera  al  caso? 

128  «...ese  naufragio  ó  tormenta,  ó  ese  adversario  que  vuesa 
merced  dice...» 

En  las  Aventuras  del  bactiiller  Trapaza,  de  Castillo  Solórza- 
no,  cap.  X,  hay  un  pasaje  que  parece  reminiscencia  de  éste  cervan- 
tino. Diciendo  Trapaza  al  alcalde  de  Tocina  que  tenía  delante  de  sí 
(en  Pernía,  supuesta  Monja  Alférez)  el  portento,  el  prodigio  de 
nuestra  España,  pasmo  de  sus  adversarios...,  respóndele  aquél: 
«Señor  galán,  yo  soy  muy  amigo  de  que  me  hablen  clarificadamen- 
te,  porque  no  le  he  entendido  cosa  de  cuantas  me  ha  dicho  áe  pro- 
lijo, portamiento,  ni  aniversario:  declárese,  por  su  vida...» 

129  «...mejor  que  dos  reales  prestados.» 

Difici lilla  de  escribir  sería  la  nota  en  que  yo  tratase  de  estas 
cosas,  si  no  había  de  contentarme  con  decir,  como  García  de  Arrie- 
ta,  que  «esta  cáfila  de  nombres  es  nomenclatura  de  los  varios  ardi- 
des, trampas,  tretas  y  fullerías  de  la  gente  apicarada  relativas  al 
baile  (?),  al  juego  y  á  sus  modos  y  ardides  de  robar»  (!!!);  mas,  por 
la  misericordia  de  Dios,  éncuéntrome  hecho  el  trabajo.  Mi  amigo 
D.  Francisco  Rodríguez  Marín,  en  un  artículo  intitulado  Las  flores 
de  Rinconete  y  publicado  en  Los  Lunes  de  «El  Imparciah  (4  de 
febrero  de  este  año  de  1905),  ha  tratado  de  tan  revesada  materia. 
Con  entrarme  por  su  artículo  como  por  viña  sin  guarda  y  entre- 
sacar lo  que  más  venga  al  caso  llenaré,  á  bien  poca  costa,  mi  come- 
tido. Copio: 

«Como  de  las  habilidades  de  que  se  ufanaba  Rinconete  no  ten- 
drán mucha  noticia  mis  lectores,  especialmente  aquellos  que  no  ha- 
yan malgastado  su  tiempo  en  averiguar  en  qué  consistían,  paréceme 
que  no  se  me  llevará  á  mal  el  intento  de  explicarlas,  entre  algunas 
otras,  concordándolas  con  las  que,  á  lo  que  presumo,  sobreviven 
hoy;  y  digo  «á  lo  que  presumo»,  porque,  la  verdad  en  su  lugar,  yo 
nunca  en  mi  vida  jugué  á  los  naipes,  ni  siquiera  al  tresillo,  ni  sé 
migaja  de  ellos  sino  de  referencia  y  por  mi  antigua  afición  á  los  es- 
tudios de  folk-lore. 

»Como  hemos  visto,  Pedro  del  Rincón  comienza  diciendo  que 
sabe  un  poquito  de  floreo  de  Vilhán.  Esta  es  frase  genérica,  en  la 
cual  entran  todas  las  especies  que  enumera  en  seguida;  y  es  de  no- 
tar que  andan  tan  perdidos  los  memoriales  acerca  de  lo  de  antaño, 
atentos  como  estamos  á  pensar  en  la  casa  ajena  más  que  en  la  pro- 
pia, que  casi  todas  las  ediciones  modernas  de  las  Novelas  ejempla- 


—  406  - 

res  dicen  malamente  floreo  de  villano,  como  poco  antes  ciencia  vi- 
llanesca, en  lugar  de  vilhanesca,  disparatando  en  estos  como  en 
muchísimos  otros  pasajes.  Vilhán,  por  sí  solo,  como  inventor  de  los 
naipes  y  sus  juegos,  según  la  añeja  tradición,  merece  un  artículo. 

»En  dos  clases  ó  grupos  pueden  dividirse  las  flores  tahurescas 
de  los  naipes:  las  unas,  anteriores  al  acto  de  jugar  y  consistentes 
en  preparaciones  de  toda  la  baraja  (huebra  6  boyuda),  ó  de  algunos 
de  sus  bueyes  (cartas),  y  las  otras,  menos  abundantes  en  número, 
eran  habilidades  de  prestidigitador  y  se  ejecutaban,  por  tanto,  en 
el  momento  mismo  de  jugar.  De  ambas  clases  había  flores  en  el  vis- 
toso jardinillo  de  Rinconete.  Sin  ser  yo  un  Linneo,  tentaré  á  des- 
cribirlas y  explicarlas. 

»Enteifdíasele  el  retén  al  compañero  de  Cortadillo,  y  esta  ma- 
niobra consistía,  según  el  vocabulario  germanesco  de  Juan  Hidalgo 
(1609),  en  «tener  el  naipe  cuando  el  fullero  juega,  que  se  suele  decir 
salvar,  y  ellos  dicen  Salvatierra»;  más  claro:  en  quedarse  el  fulle- 
ro, al  dar  la  baraja  para  alzar,  con  uno  ó  más  naipes  ya  conocidos 
(un  paquete,  que  dicen  hoy),  poniéndolo  luego  sobre  el  que  caía  en- 
cima. 

«Tengo,  añadía  Rinconete,  buena  vista  para  el  humillo.y>  Éste, 
como  el  lápiz  y  el  hollín,  y  á  diferencia  de  la  pez  (que  era  el  pego 
de  hoy),  consistía  en  señalar  sutilmente  por  el  dorso  tales  ó  cuales 
suertes  de  naipes,  ó  todos  ellos,  distinguiéndolos  según  los  sitios 
en  que  estaban  marcados.  De  entrambas  flores,  al  par  que  de  otras, 
hacía  mención  Vicente  Espinel  en  su  Sátira  contra  las  dantas  de 
Sevilla,  escrita  aquel  año  (1578)  que  pasó,  muy  á  lo  picaro,  por 
cierto,  en  la  opulenta  ciudad  de  la  Giralda: 

Recógense  los  dos  á  un  tabernáculo 
A  ejercitar  el  juego  de  ventaja; 
Que  en  esotro  la  edad  les  pone  obstáculo. 

Allí  viene  flamante  la  baraja, 
Hecha  con  tal  primor  al  raspadillo, 
Que  á  los  que  quieren,  á  dos  manos  cuaja. 

La  ballestilla,  el  lápiz  y  el  humillo, 
Sin  oítzs  flores  cien  que  yo  no  entiendo, 
Que  parte  dellas  les  dejó  Angulillo. 

«Juego  bien  de  la  sola,  de  las  cuatro  y  de  las  ocho.  Y  aun  de 
las  doce  jugaban  bien  los  taquines  (fulleros).  Todo  esto  equivalía 
á  lo  que  ahora  llaman  el  salto,  á  apandillar  ó  juntar  las  suertes,  ó 
algún  encuentro  (que  hoy  dicen  ligar),  llevándolo  abajo  ó  arriba;  á 
reservarse  uno  ó  varios  naipes  mientras  cortaban,  poniéndolos  lúe- 


—  407  - 

go,  á  dos  por  tres,  donde  era  necesario  para  que  salieran  á  la  mesa, 
ó  se  quedaran  de  por  vida  en  la  baraja.  Así  decía  el  antiguo  roman- 
ce de  Perotudo: 

Diez  huebras  lleva  de  bueyes; 
Cada  cual  es  con  swjlor: 
Con  la  raspa  y  cortadillo. 
Tira,  panda  y  ballestón. 
El  ala  de  mosca  lleva, 

Y  también  de  cigarrón; 
También  llevaba  las  ocho, 

Y  las  doce,  por  mejor. 

«No  se  me  va  por  pies— seguía  diciendo  Rinconete— e/ ras/?aí//- 
llo,  berrugiieta  y  el  colmillo.  Tres  flores  que  consistían  en  señalar 
los  naipes  para  distinguirlos  al  tacto,  ya  raspándolos  sutilmente  en 
determinados  sitios,  según  las  suertes,  ya  apretando  sóbrela  haz  de 
tales  ó  cuales  de  ellos  la  cabeza  de  un  alfiler,  de  modo  que  por  el 
envés  la  señal  semejaba  una  verruguilla,  ó  bien  pulimentándolos  ex- 
tremadamente aquí  ó  allá,  operación  que  de  ordinario  se  hacía  con 
un  colmillo  de  cerdo,  de  donde  tomó  el  nombre  esta  flor. 

»Y  proseguía  Rinconete:  «Entróme  por  la  boca  de  lobo  como 
por  mi  casa.»  Veamos  qué  era  esto.  Llaman  hoy  hacer  la  vizcaína 
á  lo  que  antaño  decían  hacer  la  teja,  esto  es:  á  dar  alguna  conve- 
xidad á  la  mitad  inferior  de  la  baraja,  antes  de  cortar,  lo  cual,  como 
dice  Deber-Trud,  da  por  resultado  que  el  que  corta  lo  hace  irremi- 
siblemente por  donde  le  conviene  al  que  ha  barajado.  Pues  bien,  el 
sutil  hueco  que,  superpuesto  el  paquete  de  la  teja,  quedaba  entre 
ambos,  llamábase  boca  de  lobo.  Para  esta  flor  debían  de  estar  pre- 
parados los  naipes  de  Rinconete  que,  aunque  «astrosos  y  maltrata- 
»dos,  usan— decía  él— una  maravillosa  virtud  con  quien  los  entiende, 
»que  no  alzará  que  no  quede  un  as  debajo.»  ¡Claro!  ¡Como  que 
aposta,  al  dar  la  baraja  para  cortar,  lo  pondría  debajo  de  la  mitad 
superior  y  no  alejada  de  ella! 

»Con  tales  estudios  teórico-prácticos,  Pedro  del  Rincón  bien 
podía  añadir,  jugando  picarescamente  del  vocablo,  para  que  todo 
fuese  cosa  de  juego,  que  se  atrevería  «á  hacer  un  tercio  de  chanza 
mejor  que  un  tercio  de  Ñapóles».  Era  cosa  corriente  en  el  arte  ó 
artimaña  de  la  fullería  ponerse  de  acuerdo  dos  ó  más  para  desvali- 
jar al  blanco  ó  bueno,  que  ahora  llaman  primo.  El  jugador  inocente 
solía  ser  conducido  al  degolladero,  como  hoy,  por  los  engancha- 
dores (ganchos),  ó  dobles,  que  son,  según  donosa  definición  de 
Quevedo,  los  que  acarrean  sencillos.  Y  ya  acarreados,  si  se  tercia- 
ba el  terciar  para  ayudarles  á  bien  morir,  hacíanlo,  como  el  cita- 
do Perotudo: 


—  408  - 

Ondeador  era  muy  cierto 

Y  muy  cierto  guiñaron.., 

Y  tambiéu  sirve  de  terciot 
Si  le  viene  U  ocasión. 

Ó  como  el  jácaro  de  otro  romance: 

De  un  famoso  cicatero^ 
Único  y  solo  nacido... 
Maestro  y  tercio  dt  chama. 
Comadreja  en  todo  nido. 

»Por  tíltimo,  Rinconete  se  atrevía  «á  dar  un  astillazo  al  más 
pintado,  mejor  que  dos  reales  prestados.»  Dar  astillazo  era  «me- 
»ter  solapadamente  una  carta  entre  las  demás,  para  quitar  las  suer- 
»tes  que  derechamente  venían  á  su  contrario.»  Tengo  esta  f^or  por 
una  de  aquellas  con  que  los  sages  dobles  solían  dar  con  la  ley  á 
los  meros  licenciados  en  la  facultad  de  la  fullería. 

«Principios  y  no  más,  como  decía  Monipodio,  eran  las  habilida- 
des tahurescas  de  Rinconete:  en  los  mismos  ejemplos  que  he  citado 
salen  muchos  otros  nombres  de  la  flora  vilhanesca,  y  folleto  ó 
líbrete,  que  no  simple  artículo,  habría  yo  de  escribir  para  tratar, 
brevemente  siquiera,  de  los  naipes  de  mayor  y  del  lerdo;  de  las 
cartas  picantes;  del  irse  y  del  apandillar;  del  espejo  de  Clara- 
monte  y  de  otros  no  menos  ustorios;  del  dar  luz;  de  los  varios 
medios  que  se  empleaban  para  juntar  azares  y  apartar  encuen- 
tros... ¡Un  jardín  de  flores  curiosas,  que  ni  el  de  Antonio  de  Tor- 
quemada! 

»Á  la  verdad,  Cervantes  atribuyó  á  Rinconete  casi  todas  las  flo- 
res que  él  conocía:  plus  minusve,  las  mismas  con  que  adornó  á  Pe- 
dro de  Urdemalas  en  la  comedia  de  este  nombre: 

Luego  fui  mozo  de  muías, 

Y  aun  de  un  fullero  lo  fui, 
,  ,  ^, ; ,                Que  con  ¡a  boca  de  lobo 

Se  tragaba  á  San  Quintin. 
Gran  jugador  de  las  cuatro: 

Y  con  la  sola  le  vi 

Dar  tan  mortales  heridas, 
Que  no  se  pueden  decir. 

Verrugueta  y  ballestilla, 
El  raspadillo  y  hollín 
Jugaba  por  excelencia, 

Y  el  maese  Juan,  hi  de  ruin. 
Gran  sage  del  espejuelo, 

Y  del  retén  tan  sotil, 

Que  no  se  le  viera  un  lince 
Con  los  antojos  del  Cid. 


—  409  — 

130  «...todas  ésas  son  flores  de  cantueso  viejas...» 
Cervantes  juega  del  vocablo  flores,  en  su  acepción  principal  y  en 

la  jacarandina  de  fullerías  tahurescas,  y  llama  á  las  de  Rinconete 
flores  de  cantueso  por  su  poca  entidad  y  su  insignificancia.  Es  mo- 
dismo que  volvió  á  usar,  por  boca  de  Sancho,  en  la  parte  II  del  Qui- 
jote, cap.  V:  «...y  aun  todo  esto  fuera  flores  de  cantueso  si  no  tu- 
viéramos que  entender  con  yangüeses  y  con  moros  encantados.» 

131  «...y  sólo  sirven  para  alguno  que  sea  tan  blanco,  que  se 
deje  matar  de  media  noche  abajo...» 

Blanco,  en  germanía,  equivale  á  inocente  ó  incauto,  en  oposi- 
ción á  negro  (greno  en  jerigonza),  que  significa  taimado  y  astuto. 
«Al  que  es  principiante  y  yerra,  lo  llaman  blanco,  que  es  lo  mismo 
que  decirle  nescio;  y  al  que  dice  bien  le  llaman  negro,  que  es  lo 
mismo  que  hábih  (Cristóbal  de  Chaves,  Relación  de  la  Cárcel  de 
Sevilla).  En  el  Quijote,  parte  I,  cap.  XXXII,  Cervantes  hace  decir  al 
ventero:  «...no  piense  vuesa  merced  darme  papilla,  porque,  por  Dios, 
que  no  soy  nada  blanco»,  diciendo  lo  cual  hablaba  como  quien  era: 
como  pájaro  que  antes  de  anidar  en  la  venta  habría  volado  por  no 
pocos  de  los  parajes  de  que  daba  noticia  aquel  otro  ventero  que  ar- 
mó caballero  á  D.  Quijote.  El  Sr.  Hartzenbusch,  inconsiderada- 
mente, enmendó  bobo  por  blanco  en  las  ediciones  de  la  Argamasi- 
Ila.  Más  difícil  que  entender  bien  esto  sería  darse  exacta  cuenta  de 
lo  que  significa  lo  siguiente:  «que  sea  tan  blanco,  que  se  deje  ma- 
tar de  media  noche  abajo»,  frase  de  la  cual  ya  comienza  á  enterar- 
nos, porque  á  juegos  se  refiere,  aquel  otro  pasaje  del  Quijote,  par- 
te II,  cap.  XLIX:  «...mejor  es  que  se  juegue  en  casas  principales  que 
no  en  la  de  algún  oficial,  donde  cogen  á  un  desdichado  de  media 
noche  abajo  y  le  desuellan  vivo.»  Á  estos  desolladores  llamaban 
de  la  modorra,  ó  modorros,  «porque  aguardan  á  hacer  sus  robos  ó 
fullerías  de  media  noche  abajo,  quedándose  en  las  casas  de  juego 
como  acaso,  aunque  muy  de  acuerdo,  para  dar  fondo  á  los  picados: 
[á]  aquellos  que,  habiendo  perdido  en  el  discurso  de  la  noche,  de- 
sean jugar  con  el  mismo  demonio  que  sea»  (Luque  Fajardo,  Fiel 
desengaño  contra  la  ociosidad  y  los  juegos...). 

132    «...y  vernos  hemos...» 

Por  nos  veremos  (ver-hémos-nos).— Aunque  ya  poco,  todavía 
en  tiempo  de  Cervantes  se  estilaba  decirlo  así,  sin  incorporar  el 
verbo  auxiliar  á  la  palabra  formada  del  otro  verbo  y  del  pronom- 
bre. Otros  ejemplos  cervantinos:  «Responderle  hia  yo»  (Don  Qui- 
jote, parte  I,  cap.  XLVII).  «...si  me  quisieren  para  discreta,  aún  lle- 


—  410  — 

varme  hían...»  (La  Git anilla).  «.Casarme  he»  (El  Celoso  extre- 
meño). 

133  «...sé  la  treta  que  dicen  mete  dos  y  saca  cinco...» 

Tal  treta,  á  la  cual  también  llamaban  el  dos  bastos,  equivale,  y 
así  lo  entiende  D.  Rafael  Salillas,  á  la  que  ejecutan  los  que  en  la 
jerga  picaresca  de  hoy  llaman  tomadores  del  dos,  porque  practican 
el  escamoteo  con  solos  dos  dedos.  Pero  treta,  contra  lo  que  dice 
Salillas,  suponiendo  este  vocablo  una  contracción  de  estratagema 
(El  delincuente  español:  El  lenguaje,  pág.  116,  nota),  originóse,  á 
mi  juicio,  no  tampoco  de  trestor,  sino  de  tractum,  supino  de  Ira- 
here.  En  algunas  comarcas  (la  provincia  de  Málaga,  por  ejemplo) 
se  dice  trecha  (trecta)  en  lugar  de  treta,  como  en  lo  antiguo  se 
dijo  senecho,  por  senecio,  y  como  hoy  decimos,  poniendo  la  ch  en 
el  lugar  que  ocuparon  la  c  y  la /,  techo,  dicho,  ocho,  lucha...  Y 
todavía  usamos  las  palabras  retrecha,  retrechería  y  retrechero, 
que  de  trecha  vienen,  antepuesta  la  partícula  duplicativa.  Y  trecha, 
por  treta,  escribió  Luís  Barahona  de  Soto,  en  sus  coplas  reales  in- 
tituladas Libertades  del  amor: 

Y  el  que  quiere  contentar, 
Que  es  oficio  de  amador, 
Pues  su  fin  es  agradar, 
Mil  medios  ha  de  buscar 
Para  bacello  mejor. 
Si  llorar  no  le  aprovecha, 
Basque  de  nuevo  otra  trecha 
Por  donde  se  gane  el  juego: 
Por  eso  Amor  tiene  fuego, 
Red,  cadena,  lazo  y  flecha. 

134  «...que  lo  que  dice  la  lengua  paga  la  gorja...» 

El  refrán  no  se  diría  así,  probablemente,  sino  lo  que  dicela  bo- 
ca... Á  lo  menos,  en  esa  forma  no  lo  he  visto  citado  sino  en  este 
lugar  de  Cervantes;  y  cuenta  que  es  refrán  que  se  dijo  y  se  dice  de 
muchas  maneras:  Fabla  la  boca,  lieva  la  coca;  Pabla  la  boca  por 
do  lieva  la  coca;  No  fable  la  boca  por  do  Heve  la  coca;  Lo  que 
dice  la  boca  paga  la  coca. 

135  «...y  harta  merced  le  hace  el  Cielo  al  hombre  atrevido..., 
que  le  deja  en  su  lengua  su  vida  ó  su  muerte.  ¡Como  si  tuviese  más 
letras  un  no  que  un  sí!» 

Bien  mirado,  estas  expresiones  no  son  de  Cervantes,  sino  de  los 
delincuentes  inconfesos  de  su  época.  Él  las  oiría  muchas  veces,  es- 


-  411  — 

pecialmente  cuando  estuvo  preso.  Así,  los  galeotes  con  quienes 
topó  el  héroe  manchego  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XXII)  escarne- 
cían y  tenían  en  poco  al  cuatrero  que  había  confesado  su  delito, 
«porque  dicen  ellos  que  iantas  letras  tiene  un  no  como  un  si,  y 
que  harta  ventura  tiene  un  delincuente,  que  está  en  su  lengua  su 
vida  ó  su  muerte,  y  no  en  la  de  los  testigos  y  probanzas.»  La  frase 
del  sí  y  del  no  perdura  en  el  uso  de  la  población  carcelaria,  y  quie- 
re decir  que  no  teniendo  un  no  más  letras  que  un  sí,  no  cuesta  más 
trabajo  responder  con  aquél  que  con  éste.  Vea  el  lector  cómo  arre- 
gló en  redondillas  este  pasaje  D.  Vicente  Colorado,  en  su  comedia 
Rinconete  y  Cortadillo,  acto  II,  escena  IV: 

Rinconete.     ...que  lo  que  dice  la  lengua 
Lo  paga  después  el  cuello; 

Y  harta  merced  hizo  Dios 
Al  hombre,  que  á  su  medida 
Puso  en  su  lengua  su  vida, 
Para  que  opte  entre  las  dos; 

Y  el  que  muere  porque  allí 
Dice  lo  que  no  conviene, 
Bien  muerto  está;  que  no  tiene 
Más  letras  un  no  gue  un  sí. 

Esa  misma  frase  es  también  argumento  de  la  dialéctica  popular 
amatoria  (Rodríguez  Marín,  Cantos  populares  españoles,  t.  II, 
n.M.883): 

Tantas  letras  tiene  el  si 
Como  letras  tiene  el  no; 
Con  el  sí  me  das  la  vida 
Y  la  muerte  con  el  no. 

Y  aun  eso  de  tener  contadas  las  letras  para  saber  que  no  importa 
más  hacer  una  cosa  que  otra,  entra  en  otras  frasecillas  populares, 
verbigracia:  «Tantas  letras  tiene  ítem  dejo  como  ítem  debo,  que 
dicen  los  que  gustan  de  pasar  buena  vida  á  costa  de  sus  herederos, 
y,  en  especial,  de  sus  acreedores. 

En  las  primeras  ediciones  de  las  Novelas  ejemplares,  y  en 
cuantas  he  visto,  la  frase  postrera  del  pasaje  á  que  corresponde 
esta  nota  no  está  entre  admiraciones,  como  exclamación,  sino  como 
complemento  de  la  frase  que  antecede  y  separada  de  ella  por  una 
coma.  Pero  así  el  tal  pasaje  no  hace  buen  sentido:  para  que  lo  hi- 
ciera, habría  de  decir:  «...y  harta  merced  hace  el  Cielo  al  hombre 
atrevido...,  que  le  deja  en  su  lengua  su  vida  ó  su  muerte,  pues  no 
tiene  más  lelras  un  no  que  un  sí.» 


-412  - 

136  «...porque  su  presencia  agradable  y  su  buena  plática  lo 
merecía  todo.» 

Lo  merecían,  había  de  decir.  De  esta  casta  de  solecismos,  fre- 
cuentes en  Cervantes,  trataré  con  más  espacio  de  aquí  á  poco. 
Véase  la  nota  173. 

137  «...no  pagar  media  nata...» 

Claro  es  que  Cervantes,  relatando  franquicias  y  preeminencias 
por  Monipodio,  quiere  decir  media  annata,  y  aplica  al  oficio  ladro- 
nesco el  nombre  del  derecho  ó  tributo  llamado  así;  pero  el  vulgo 
andaluz,  al  pronunciar,  se  había  ido  comiendo  letras,  una  n  porque 
bastaba  con  la  otra,  y  la  íí  porque  bastaba  con  la  final  de  media, 
y  en  media  nata  quedó  (aun  al  escribir,  por  una  de  las  elisiones  de 
que  traté  en  la  página  511),  quizás  no  sin  alguna  puntica  epigramá- 
tica. No  fué  ésta  la  única  vez  que  Cervantes  lo  hizo  estampar  de 
tal  manera,  pues  en  la  jornada  I  de  La  Entretenida  dice  Ocafla: 

¡Oh  pajes,  qae  sois  halcones 
De  estas  duendas  fregoniles, 
De  so  salario  alguaciles, 
De  sns  vivares  hurones, 

Lleviisos  la  media  nata 
De  este  común  beneficio... 

El  Dr.  Juan  de  Salinas  jugó  de  estos  vocablos  en  ciertas  décimas 
que,  para  que  todo  fuera  salero  andaluz,  dirigió  al  donosísimo  obis- 
po de  Bona,  D.  Juan  de  la  Sal  (Poesías  del  Dr.Juan  de  Salinas, 
publicadas  por  la  Sociedad  de  Bibliófilos  Andaluces,  Sevilla,  1868, 
t.I,  pág.298): 

Cada  cual  un  panecillo 
De  gran  migajón  y  fondo 
En  su  término  redondo 
Halló,  con  horca  y  cuchillo; 
Y,  en  medio,  en  un  platoncillo. 
Tanta  de  escudilla  chata 
Con  natas  de  buena  data. 
Que  quien  les  echaba  mano 
Al  compafiero  cercano 
Pagaba  su  media  nata, 

138  «...no  llevar  recaudo  de  ningün  hermano  mayor  á  la  cár- 
cel ni  á  la  casa...» 

Entiéndese,  antonomásticamente,  por  la  casa  llana  ó  mancebía. 


-  413  - 

139  «...piar  el  turco  puro...» 

Piar  llamaban  en  la  habla  germanesca  al  beber,  y  pío  al  vino. 
Así,  en  el  Romance  de  Peroludo  (Romances  de  germanía): 

La  coima  y  los  chulamos 
Lo  eran  sin  comparación: 
Muquían  de  golloría; 
Piaban  de  mogollón. 

Y  en  el  Romance  de  Portillo  el  de  Alcalá  (Biblioteca  de  Rivade- 
neyra,  t.  XVI,  pág.  587): 

Y  ha  menester  esta  gente 
Mascar  un  poco  de  pió. 

Pero  lo  más  corriente  era  llamar  turco  al  vino,  en  especial  al  vino 
puro  (por  no  estar  bautizado),  y  quizás  de  aquel  nombre,  como  pre- 
sume Salillas,  el  llamar  turca  á  la  borrachera.  Otros  ejemplos,  el 
segundo  de  los  cuales  se  refiere  á  un  odre: 

Calcotéalas  el  jaque; 
No  quiere  ser  desflorado: 
Muque  artife,  pia  turco 

Y  gomarra  del  un  lado. 

'  Sangrado  había  á  un  difunto 
Del  lado  del  corazón; 
Media  Turquía  le  saca. 
Bailada  por  el  pezón. 

140  «...con  lo  que  entrujasen  los  hermanos  mayores...» 
Entrujar  significa  guardar  ó  echar  aceituna  en  la  truja  ó  troje, 

como  dice  el  Diccionario  de  la  Academia;  pero  en  el  caso  del  texto 
se  dijo  figuradamente  por  aportar  lo  que  se  garbeaba  al  acervo  ó 
gazofilacio  de  aquella  virtuosa  cofradía. 

141  «...pero  no  trae  consigo  gurullada.» 

Gurullada,  voz  de  la  germanía,  significa  corchetes  y  justicia, 
y,  por  tanto,  ronda  compuesta  de  ellos. 

142  «No  hay  levas  conmigo...» 

Leva,  también  palabra  germanesca,  significa  ardid,  treta,  tram- 
pa, flor,  fullería.  Por  una  de  las  Ordenanzas  mendicativas  que 
Mateo  Alemán  compuso  donairosamente  para  su  Guzmán  de  Alfa- 
rache  (parte  I,  libro  III,  cap.  II)  se  mandaba:  «Que  ninguno  descorne 
levas,  ni  las  divulgue,  ni  brame  al  que  no  fuere  del  arte,  profeso  en 
ella...»  Casi  como  Cervantes  lo  escribió  años  después  Quevedo,  en 
su  donosísimo  Cuento  de  cuentos:  «Dijo  el  pobrete:— Yo  soy  hom- 


—  414  - 

bre  de  pro,  y  conmigo  no  hay  levas.*  Y  comentó  D.  Francisco  de 
P.  Seijas  y  Patino,  echando  por  los  cerros  de  Übeda,  por  los  ban- 
cos de  Flandes,  ó  por  la  vía  de  Tarifa,  que  son  para  el  caso  un  solo 
descamino  (Biblioteca  de  Rivadeneyra,  t.  XLVIII,  páíí.  409  h):  «Le- 
va, que  viene  de  levar  ó  levantar,  indica  la  salida  de  las  embarca- 
ciones del  puerto,  porque  levan  ó  levantan  ancla;  y  de  aquí  el  levan- 
tamiento ó  enganche  de  tropa,  y  la  recogida  de  vagos  y  gente  de 
mal  vivir  hecha  por  los  ministros  de  justicia.» 

143  «...el  alguacil,  que  es  amigo  y  nos  hace  mil  placeres  al  año.» 
Nunca  con  más  verdad  que  tratándose  de  los  rufianes  y  los  al- 
guaciles y  corchetes  de  antaño  pudo  decirse:  «Todos  son  lobos:  los 
unos  y  los  otros.»  Así  Quevedo,  en  la  ingeniosísima  Carta  de  Es- 
carramán  á  la  Méndez  (El  Parnaso  Español,  Musa  V),  cuidó  de 
que  entre  las  memorias  que  le  encarga,  no  faltasen  las  correspon- 
dientes á  tal  tropa: 

A  Mama  y  á  Taita  el  viejo, 
Que  en  la  guarda  vuestra  estin, 
Y  á  toda  la  gurullada, 
Mis  encomiendas  darás. 

De  la  gentil  confraternidad  en  que  vivían  las  mujeres  de  la  casa 
llana  con  los  criados  de  la  justicia  es  testimonio  irrecusable  la  cu- 
riosa escritura  ó  acta  de  registro  de  alhajas  que  extractó  Rodríguez 
Marín  en  una  nota  (pág.  152)  de  su  estudio  intitulado  El  Loaysa  de 
«El  Celoso  extremeño.»  La  propensión  alguacilesca  y  corchetesca 
á  tales  suertes  de  amistades  databa  de  muy  antiguo:  ya  D.  Juan  II, 
en  una  ordenanza  hecha  para  Sevilla  en  141 1 ,  mandaba:  «Que  ningún 
alguacil  tenga  ni  acoja  en  su  compañía  rufianes  ni  malos  hombres,  ni 
hombre  que  tenga  mujer  piíblica  en  la  mancebía...»  (Guichot  y  Pa- 
rody,  Historia  del  Excmo.  Ayuntamiento  de  la...  ciudad  de  Sevi- 
lla,SemUñ,  1896-1903,  tomo  I,  pág.  374). 

144  «No  es  mucho  que  á  quien  te  da  la  gallina  entera,  tú  le 
des  una  pierna  della.» 

Hoy  es  más  corriente  decirlo  así:  Á  quien  te  da  el  capón,  dale 
la  pierna  y  el  alón. 

145  «...De  común  consentimiento  aprobaron  todos  la  hidalguía 
de  los  dos  modernos  y  la  sentencia  y  parecer...» 

Estas  últimas  palabras  son  evidente  reminiscencia  de  aquellos 


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Versos  de  la  Residencia  de  Amor,  de  Gregorio  Silvestre,  referen- 
tes á  Luís  Barahona  de  Soto,  amigo  de  Cervantes: 

Todos  juntos  aprobaron 
La  sentencia  y  parescer 
De  éste  á  quien  mozo  juzgaron; 
Mas  en  cordura  y  saber 
Los  viejos  no  le  alcanzaron. 

146  «...para  degollar  á  su  linico  hijo.» 

Error  de  Cervantes,  ó,  lo  que  más  creo,  mera  distracción  suya, 
á  la  cual  pudo  dar  pie  el  involuntario  recuerdo  del  su  único  hijo  del 
Credo.  Al  heroico  defensor  de  Tarifa  en  1293,  que  murió  en  1309, 
en  la  batalla  de  Gaucín,  sucedió  D.  Juan  Alonso  de  Guzmán,  su  hi- 
jo segundo,  muerto  como  había  trágicamente  el  primogénito  D.  Pe- 
dro Alonso  de  Guzmán.  D.  Juan  falleció  en  Jerez  de  la  Frontera, 
dos  años  después  que  su  padre,  y  sus  restos  descansan  en  un  majes- 
tuoso sepulcro  de  mármol  blanco,  con  estatua  yacente,  en  la  iglesia 
del  antiguo  monasterio  de  San  Isidro  del  Campo,  cerca  de  Santi- 
ponce  y  de  las  ruinas  de  Itálica. 

147  «Al  volver  que  volvió  Monipodio...» 

En  tiempo  de  Cervantes  era  frecuente  el  uso  de  esta  clase  de 
locuciones,  al  parecer  pleonásticas.  Véanse  algunos  ejemplos:  «Dijo 
también  como  su  señor,  en  trayendo  que  le  trújese  buen  despacho 
de  la  señora  Dulcinea  del  Toboso...»  (Don  Quijote,  parte  I,  capí- 
tulo XXVI).  «...en  hallando  que  halle  la  historia...,  la  dará  luego  á 
la  estampa...»  (Ibid.,  parte  II,  cap.  IV).  Y  en  toda  la  primera  mitad 
del  siglo  XVI:  así,  en  una  de  las- canciones  de  Navidad  de  un  pre- 
cioso códice  colombino,  muy  de  los  comienzos  de  la  dicha  centuria, 
intitulado  Cantinelas  vulgares  puestas  en  música  por  varios  es- 
pañoles: 

Á  su  Madre  le  daremos, 
En  llegando  que  lleguemos, 
Una  rueca  que  haremos 
Del  spino  que  cortamos. 

Y  así  D.  Juan  de  Padilla,  el  Cartujano,  en  Los  doze  triunfos  de 
ios  doze  Apostóles  (Sevilla,  1521),  triunfo  VII,  cap.  IV): 

Veniendo  que  vienen  del  alta  Medina, 
El  vado  Leteo  de  presto  pasado, 
Parece  de  frente  pequeño  collado 
AHÍ  do  Cartuja  se  muestra  vecina... 

Y  el  obispo  D.  Antonio  de  Guevara:  «^//  acabando  que  acabé  de 


~  416  - 

bautizar  veintisiete  mil  casas  de  moros...»  (Epístolas  familia- 
res, IV  de  la  segunda  parte).  Siguió  diciéndose  así  en  todo  el  si- 
glo XVII;  por  ejemplo:  «Téngase  recato  que  no  se  usen  jamás  voca- 
blos apicarados.  Uno  dijo  que  acabando  que  acabó  Noé  de  beber 
el  vino...,  quedó  hecho  equis,  uñas  arriba...»  (Fr.  Diego  León  y 
Moya,  Aforismos  y  reglas  para  más  bien  ejercer  el  alto  oficio 
de  la  predicación  evangélica.,.  Antequera,  Manuel  Botello,  1629). 
Estas  locuciones  de  gerundio  están  hoy  relegadas  al  habla  de  los 
campesinos  (á  lo  menos,  en  Andalucía),  quienes  de  cuando  en  cuan- 
do suplen  aquella  forma  invariable  por  otras  sinónimas  de  pretérito, 
presente  ó  futuro,  diciendo,  verbigracia:  Cuando  volvió  que  vol- 
vió.... Si  voy  que  llego  á  ir...,  Cuando  amanezca  que  amanez- 
ca... (♦)  Bello,  en  su  Gramática,  apuntó  muy  atinadamente  que, 
aunque  parece  haber  algo  de  redundante  en  estas  construcciones, 
«el  pleonasmo  no  es  enteramente  ocioso:  en  rayando  el  día  par- 
tiremos significa  inmediata  sucesión  de  la  partida  al  rayar;  en  ra- 
yando que  raye  el  día  asevera  la  inmediación.» 

148  «...dos  mozas,  afeitados  los  rostros...» 

Afeitados,  es  decir,  acicalados  con  afeites.  Lectores  podría  ha- 
ber, aun  entre  los  graduados  en  universidades,  que  si  yo  no  les  ex- 
plicase cosa  tan  clara,  entendiesen  que  las  dos  mozas  acababan  de 
ser  rapadas  de  mano  de  algún  barbero. 

149  «...cubiertas  con  medios  mantos  de  añascóte...» 

En  1621  se  reformaron  las  Ordenanzas  de  la  Mancebía  de  Sevi- 
lla, compilando,  con  algunas  innovaciones  de  última  hora,  lo  que 
año  tras  año,  durante  muchos,  sé  había  venido  acordando  por  la 
Ciudad,  en  modificación  de  las  ordenanzas  viejas.  Ampliando  las  in- 
dicaciones que  hice  en  la  pág.  110,  he  aquí  la  ordenanza  referente  á 
los  medios  mantos  con  que  las  mozas  del  texto  iban  cubiertas: 
«XIV.  Iten  por  quanto...  en  las  hordenan^as  antiguas  está  mandado 
que  las  mugeres  publicas  se  diferenfien  en  los  trajes  que  truxeren 
de  las  buenas  mugeres,  se  hordena  y  manda  que  de  aqui  adelante 
quando  andubieren  por  la  ciudad  y  fuera  de  la  dicha  cassa  ayan  de 
traer  y  traygan  sus  mantos  negros  doblados  con  que  se  cubran,  y 
se  manda  y  permite  que  quando  fueren  á  missa  ó  á  la  yglesia  lle- 


(•)  No  recuerdo  copla  popular  ni  sé  refrán  al^no  que  poder  citar  como  muestra  corrien- 
te hoy  de  tales  modos  de  decir;  pero  suplan  por  ella  estas  dos  expresiones  de  un  trabajillo  mío, 
lui  Gavilana,  que  estos  días  saldrá  á  luz  en  mi  librejo  misceláneo  intitulado  Chilindrinas: 
•  Pa  ti,  en  ayegando  que  ayegue  er  caso,  un  mosito  e  mi  fló...»  (pág.  227),  ^Cuando  clahó  gtte 
claóó  en  el  aro  der  seaso  las  tiseras  en  figura  e  crus...  (pág.  335]. 


-  417  - 

bandolas  el  dicho  alguacil  de  la  dicha  cassa  publica  lleben  sus  man- 
tos tendidos  como  las  buenas  mugares...»  (Archivo  Municipal  de 
Sevilla,  Ordenanzas  de  la  Mancebía  reformadas  en  1621,  sec- 
ción 4.^,  tomo  22,  n.«  14). 

150  «...conocieron  que  eran  de  la  casa  llana...» 
Cervantes  mismo,  por  boca  de  una  ramera  que  figura  en  la  jor- 
nada I  de  El  Rufián  dichoso  nos  va  á  explicar  por  qué  se  llamaba 
casa  llana  á  la  mancebía.  Cuando  llevan  preso  á  Carrascosa,  pa- 
dre de  las  mujeres  del  Compás,  el  inquisidor  Tello  de  Sandoval  y 
Antonia  entablan  el  siguiente  diálogo: 

Tello.  ¿Qué  padre  es  éste?  Por  dicha, 

¿Llevan  algún  fraile  preso? 
Antonia.     No,  señor,  no  es  nada  de  eso; 
Que  éste  es  padre  de  desdicha, 
Puesto  que  en  su  oficio  gana 
Más  que  dos  padres  y  aun  tres. 
Tello.         Decidme  de  qué  orden  es. 
Antonia.    De  los  de  la  casa  llana. 
El  alcaide  (con  perdón, 
Señor)  de  la  mancebía, 
Á  quien  llaman  padre  hoy  día 
Las  de  nuestra  profesión. 

Su  tenencia  es  casa  llana. 
Porque  se  allanan  en  ella 
Cuantas  viven  dentro  della.... 


151  «Pues  ¿había  de  faltar,  diestro  mío?...» 

En  los  siglos  XVI  y  siguiente  llamábase  diestros,  por  antonoma- 
sia, á  los  maestros  de  esgrima,  y  á  ésta,  arte  de  la  destreza;  aun- 
que de  poco  solía  servir  la  tal  arte  con  quien  sabía  aprovecharse 
del  refrán  que  dice:  «Á  un  diestro,  un  presto.»  Como  los  rufianes 
presumían  de  valientes  (bien  que  muchos  de  ellos  fuesen  lebrones), 
las  rameras  sus  queridas,  por  lisonjearlos,  solían  llamarles  dies- 
tros, como  aquí  á  su  cuyo  la  Gananciosa. 

152  «No  tardará  mucho  á  venir  Silbatillo,  tu  trainel...» 
Según  el  vocabulario  de  germanía  que  sacó  á  luz  Juan  Hidalgo, 

trainel  equivalía  á  criado  de  rufián,  ó  de  mujer  de  la  mancebía. 
Salillas  (El  Delincuente  Español:  El  Lenguaje,  pág.  88)  recuerda 
que  esta  palabra,  en  tiempo  del  Arcipreste  de  Hita  (Libro  de  Buen 
amor,  coplas  898  y  1.595),  significaba  unas  veces  alcahueta,  y 
otras,  criado  joven. 


-41Ó  - 

163    «...porque  en  cortando  la  cólera...» 

Según  el  léxico  de  la  Academia,  corlar  ¡a  cólera  es  «tomar  un 
refrigerio  entre  dos  comidas»;  y,  siendo  refrigerio,  conforme  al 
mismo  Diccionario,  «corto  alimento  que  se  toma  para  reparar  las 
fuerzas»,  cortar  la  cólera  viene  á  ser  tomar  refacción,  ó  un  pisco- 
labis: algo  de  comer;  algo  que,  como  dicen,  se  pegue  al  riñon.  Así 
puede  entenderse  por  este  pasaje  de  Rinconete  y  por  otro  de  El  In- 
genioso Hidalgo  (parte  I,  cap.  XXI),  en  que  Cervantes,  después  de 
decir  que  D.  Quijote  y  Sancho  almorzaron  de  lo  que  el  barbero  de 
la  bacía  abandonó  al  huir  y  bebieron  agua  del  arroyo  de  los  bata- 
nes, añade:  «y  cortada  la  cólera,  y  aun  la  melancolía,  subieron  á 
caballo...»  Esto  no  obstante,  por  unos  versos  de  El  Rufián  dichoso 
(jorn.  I)  se  cae  en  la  cuenta  de  que  asimismo  llamaban  cortar  la  có- 
lera á  echar  un  trago: 

Lugo.         De  cólera  venSa  ciego 

Y  enfadado. 
Lobillo.  Y  yo  también. 

Vamoi  d  cortarla  aqui 

Con  un  polvo  de  lo  caro. 

Hoy  se  suele  decir  cortar  la  bilis. 

154  «...y  poner  mis  candelicas  á  Nuestra  Señora  de  las 
Aguas...» 

La  imagen  de  Nuestra  Señora  de  las  Aguas  se  venera  hoy,  como 
á  fines  del  siglo  XVI  y  mucho  antes,  en  la  iglesia  parroquial  de  San 
Salvador,  y  su  advocación  fué  debida,  según  unos,  «á  ser  eficacísi- 
ma intercesora  para  alcanzar  de  Dios  el  beneficio  de  la  lluvia  en 
épocas  de  sequía»,  y,  según  otros,  á  que  el  rey  D.  Fernando  III,  ga- 
nador de  Sevilla,  «como  desease  poseer  una  imagen  de  aquella  Vir- 
gen que  se  le  había  aparecido  en  sueños  durante  el  cerco  de  la  du- 
dad y  encargase  á  sus  artífices  que  le  hicieran  imágenes  de  Nuestra 
Señora,  para  ver  si  alguno  acertaba  con  la  celestial  fisonomía,  al 
serle  presentada  esta  escultura,  exclamó:  <.<Está  entre  aguas»,  dan- 
do á  entender  con  ello  que  algo  se  parecía  á  la  que  había  visto  en 
sueños,  pero  que  no  era  su  fiel  trasunto.»  Describe  prolijamente  es- 
ta imagen  del  siglo  XIII  el  ilustre  arqueólogo  D.  José  Gestoso  y  Pé- 
rez, en  su  notable  obra  intitulada  Sevilla  monumental  y  artística, 
(Sevilla,  1889-97),  tomo  III,  pág.  352. 

155  «...y  al  Santo  Crucifijo  de  Santo  Agustín...» 
Llamábase  de  San  Agustín  este  Crucifijo  porque  se  le  veneraba 

en  una  capilla  de  la  iglesia  de  este  nombre.  Hoy  se  conserva  en  la 


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de  San  Roque,  y  es,  como  dice  el  Sr.  Gestoso  (Obra  citada,  tomo  III, 
pág.  431),  «una  de  las  más  curiosas  é  interesantes  esculturas  que 
quedan  en  esta  ciudad  al  estilo  románico  del  siglo  XIV.»  Como  la 
efigie  de  Nuestra  Señora  de  las  Aguas,  sacábase  también  en  pro- 
cesiones de  rogativa  el  Cristo  de  San  Agustín  en  épocas  de  grande 
sequía;  pero^  además,  en  cualesquier  otros  trances  de  necesidades 
ó  aflicciones.  He  aquí  un  breve  apunte  de  algunas  noticias  á  esto 
referentes.  En  25  de  marzo  de  1566  sacóse  el  Santo  Cristo  á  la  Cruz 
del  Campo,  en  rogativa  por  la  sequía;  y,  según  el  manuscrito  en 
donde  lo  leo  (Archivo  Municipal  de  Sevilla,  Papeles  del  Conde  del 
Águila,  Efemérides  sevillanas),  desde  que  salió  empezó  á  llover, 
no  cesando  el  agua  en  más  de  veinte  días.  En  1588  (25  de  julio)  fué 
llevada  la  dicha  imagen  en  procesión  á  la  Iglesia  Catedral,  en  ro- 
gativa por  el  buen  suceso  de  la  armada  Invencible  (Matute,  Noti- 
cias relativas  á  la  historia  de  Sevilla  que  no  constan  en  sus 
anales,  Sevilla,  1886,  pág.  83).  En  cabildo  de  7  de  abril  de  1589  se 
acordó  que  ciertos  capitulares  que  se  designan  «vayan  al  moneste- 
rio  de  sant  agustin  y  pidan  de  parte  de  la  ciudad  al  prior  del  dicho 
convento  tenga  por  bien  de  que  se  saque  el  santo  crusifijo  y  se  lleue 
en  procesión  hasta  la  crus  ^  la  qual  quiere  acompañar  la  ciudad 
para  suplicar  a  nuestro  señor  en  ella  nos  haga  merced  de  enbiar 
agua  para  el  Remedio  de  los  panes,  de  que  ay  gran  necesidad,  y 
para  esto  señalen  el  dia  y  la  ora...»  (Actas  capitulares  de  Sevilla). 
En  cabildo  de  15  de  enero  de  1597  se  acordó  que  para  que  cesasen 
las  avenidas  del  Guadalquivir  se  llevara  el  Santo  Cristo  á  la  Iglesia 
Mayor,  «y  que  se  avise  a  D.  Cristóbal  M.^  (?),  dueño  de  la  capilla» 
(Ibidem).  Dos  días  después,  por  haber  cesado  los  temporales,  se 
acuerda  que  la  Ciudad  vaya  á  dar  gracias  al  Santísimo  Cristo  de 
San  Agustín  (Ibidem).  En  17  de  junio  de  1599,  acordóse  que  la  men- 
cionada imagen  se  pusiera  por  ocho  días  en  la  capilla  mayor  de  la 
Catedral,  en  acción  de  gracias  por  haber  cesado  la  peste  (Ibid.). 

Era,  pues,  la  devota  efigie  imán  de  corazones  y  paño  de  lágrimas 
de  Sevilla  toda:  á  ella  acudían  todos  con  sus  cuitas,  necesidades  y 
lacerias,  buscando  remedio  ó  alivio;  y  así  como  la  Pipota,  según  la 
novela  cervantina,  no  dejaría  de  ponerle  sus  candelicas  «si  nevase  y 
ventiscase»,  así  también  aquel  vizcaíno  admirador  del  comediante 
Agustín  de  Rojas,  malherido  éste  junto  á  las  Gradas  por  unos  la- 
drones, prometíale,  en  interés  por  su  salud,  «que  le  iba  á  decir  cua- 
tro misas  al  Santo  Crucifijo  de  San  Agustín»  (Rojas  Villandrando, 
El  Viaje  entretenido,  libro  I).  Pues,  con  todo  esto  (tal  andaba  Sevi- 
lla á  fines  del  siglo  XVI),  no  faltó  quien  robara  al  Santo  Cristo  la 
hermosa  lámpara  de  plata  que  tenía,  y  en  cabildo  de  13  de  diciembre 


-420- 

de  1506,  á  petición  del  veinticuatro  D.  Melchor  Maldonado,  se  man- 
dó hacer  otra  á  expensas  de  la  Ciudad,  con  las  armas  de  ella,  é 
hízose  enseguida,  á  juzgar  por  dos  asientos  de  los  libros  de  propios 
(15  de  enero  y  18  de  agosto  de  1507).  De  aquellos  tiempos  á  éstos 
la  devoción  sevillana  ha  tomado  otros  rumbos:  ¡San  Expedito,  ver- 
bigracia, tiene  más  rogadores  que  el  viejo  Crucifijo  de  San  Agustín, 
con  su  rostro  acardenalado  y  triste!  ¡Vivimos  en  tiempos  de  alegría: 
las  gentes  no  quieren  ver  tristezas  ni  lástimas,  ni  aun  en  el  majes- 
tuoso semblante  de  Nuestro  Divino  Redentor! 

156  «...llevaron  á  mi  casa  una  canasta  de  colar...» 

Cuando,  como  decía  Monipodio,  el  oficio  andaba  muy  flaco,  á 
hurtar  canastas  de  colar,  como  zorras  á  grillos,  se  andaban  aque- 
llos amigos  de  lo  ajeno;  que  al  cabo,  dirían,  menos  da  una  piedra. 
Decíalo  así  Guzmán  de  Alfarache  (parte  II,  libro  III,  cap.  VI): 
«...nunca  faltaban  por  los  trascorrales  algunas  coladas,  que  con 
las  canastas  mismas  trasponíamos  en  los  aires.»  Y  así,  «por  ena- 
morado», iba  á  galeras  aquel  galeote  (El  Ingenioso  Hidalgo,  par- 
te I,  cap.  XXII)  que  de  tanto  como  quiso  á  una  canasta  de  colar 
atestada  de  ropa  blanca,  la  abrazó  consigo  tan  fuertemente,  que  á 
no  quitársela  la  justicia  por  fuerza,  nunca  la  hubiera  dejado  de  su 
voluntad. 

157  «...verlos  entrar  ¡jadeando...» 

Cervantes  usaba  indistintamente  los  verbos  jadear  é  ijadear, 
bien  que  parecen  ser  uno  mismo:  «Ya  en  esto  D.  Quijote  y  Sancho, 
que  la  paliza  de  Rocinante  )iabían  visto,  llegaban  ijadeando...y>  (El 
Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XV).  «Sancho  Panza,  que  ja- 
deando le  iba  á  los  alcances...»  (Ibid.,  cap.  LII). 

158  «...y  corriendo  agua  de  sus  rostros...» 

Escribió  Cervantes  agua  por  sudor,  acaso  acaso  más  que  por- 
que así  alguna  vez  se  dijese,  por  evitar  una  repetición,  pues  muy 
poco  antes  había  escrito:  «y  venían  sudando  la  gota  tan  gorda.» 

159  «...en  un  grandísimo  gato  de  reales  que  llevaba.» 

La  explicación  de  por  qué  se  llamaban  galos  á  las  bolsas  del  di- 
nero dala  el  mismo  Cervantes,  al  describir  aquella  danza  hablada 
que  fué  parte  de  la  gran  fiesta  con  que  se  celebraron  las  bodas  de 
Camacho  (Don  Quijote,  parte  II,  cap.  XX):  «...el  Interés  sacó  un 
bolsón,  que  le  formaba  el  pellejo  de  un  gran  gato  romano,  que 


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parecía  estar  lleno  de  dineros...»  Ya  lo  decía  Covarrubias  en  su 
léxico:  «Gatos  [llaman]  los  bolsones  de  dinero,  porque  se  hazen  de 
sus  pellejos,  desollados  enteros  sin  abrir.» 

160  «...y  que  se  está  tan  entera  como  cuando  nació.» 
Dícelo  la  Pipota  como  si,  en  vez  de  hablar  de  una  canasta  de 

ropa,  encareciese,  platicando  con  algún  bretón,  la  doncellez  de  al- 
guna moza  alquiladiza.  En  el  borrador  del  Rinconete  Cervantes 
había  hecho  decir  á  la  buena  vieja  que  la  tal  canasta  se  estaba  en- 
tera «como  su  madre  la  parió.»  Pero,  á  hablar  de  una  mujer  y  no 
de  una  canasta,  habríalo  dicho  nuestro  autor  con  la  irónica  gracia 
con  que  solía;  como  en  Don  Quijote,  parte  I,  cap.  IX:  «...doncella 
hubo  en  los  pasados  tiempos,  que,  al  cabo  de  ochenta  años,  que  en 
todos  ellos  no  durmió  un  día  debajo  de  tejado,  se  fué  tan  entera  á 
la  sepultura  como  la  madre  que  la  había  parido.»  Aún  fué  más  fino 
ironista  en  El  Celoso  extremeño,  cuando  la  reverdecida  dueña,  he- 
cha la  boca  un  agua  de  pensar  que  iba  á  ver— por  lo  menos,  á  ver- 
de torno  y  de  rejas  adentro  al  garrido  Loaysa,  dícele  como  hembra 
recatada  y  recogida  de  todo  punto:  «Sabrá  vuesa  merced,  señor 
mío,  que  en  Dios  y  en  mi  conciencia,  todas  las  que  estamos  dentro 
de  las  puertas  de  esta  casa  somos  doncellas  como  las  madres  que 
nos  parieron,  excepto  mi  señora...»  ¡Qué  singular  modo  de  decir 
que  ésta,  que  era  la  sola  casada,  era,  en  realidad  de  verdad,  la  úni- 
ca doncella! 

161  «...que  yo  iré  allá  á  boca  de  sorna...» 

Quiere  decir  á  boca  de  noche:  sorna  es  noche  en  germanía.  A 
boca  es  modo  adverbial  que  significa  muy  cerca,  y  así,  á  boca  de 
noche;  á  boca  de  invierno.  Consímilmente,  abocar,  por  acercar  ó 
arrimar,  y  abocarse,  por  aproximarse  ó  estar  cercano. 

162  «...y  un  corcho  que  podría  caber...  hasta  una  azumbre...» 
Comentando  D.  Diego  Clemencín  las  palabras  «un  jarro  desbo- 
cado que  cabe  un  buen  porqué  de  vino»  (Don  Quijote,  parte  II,  ca- 
pítulo XXV),  recuerda  que  «el  verbo  castellano  caber  tiene  dos 
acepciones  opuestas:  una,  poder  contener,  que  es  más  conforme  á 
su  origen  latino,  de  capio;  otra,  poder  ser  contenido:  en  la  prime- 
ra acepción  es  verbo  activo;  en  la  segunda  es  de  estado.»  En  la  pri- 
mera está  empleado  en  el  ejemplo  del  Quijote  y  en  el  pasaje  del 
Rinconete.  Como  ahora  no  se  usa  el  verbo  caber  en  esa  significa- 
ción, no  holgará  citar  algún  otro  ejemplo:  «Con  medida  lo  bebo, 


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replicó  el  negro;  aquí  tengo  un  jarro  que  cabe  una  azumbre  justa  y 
cabal...»  (El  Celoso  extremeño).  Esta  antigua  acepción  de  caber 
se  suple  hoy  con  otros  verbos:  en  Andalucía,  con  hacer;  en  otras 
partes,  con  coger. 

El  corcho  á  que  Cervantes  se  refiere  en  este  lugar  debía  de  ser 
lo  que  los  campesinos  de  la  provincia  de  Sevilla  llaman  un  cucha- 
rro:  la  corteza  que  revestía  un  nudo  de  alcornoque,  escudilla  natu- 
ral que  suele  ser  sobrado  capaz  para  una  azumbre  {*). 

163  «...de  un  tirón  y  sin  tomar  aliento  lo  trasegó  del  corcho  al 
estómago...» 

¡Con  razón  llamaban  la  Pipóla  á  esta  memorable  vieja;  porque 
una  azumbre  de  un  tirón,  ya  es  beber....  Bien  que  no  lo  hacían  mal 
las  gentes  de  aquel  tiempo,  á  juzgar  por  las  referencias  que  de  ello 
nos  quedan.  La  taza  de  aquel  sujeto  que  en  el  ansia  se  puso  á  orza 
y  á  quien  se  refirió  Mateo  Alemán  (y  yo  con  él,  notas  atrás),  había 
de  ser  siempre  de  profundis,  que  hiciese  azumbre  y  media,  y  si 
esto  se  contaba  por  una  vez  y,  según  la  buena  práctica,  con  un  higo 
se  había  de  beber  tres  veces,  á  cada  higo  venían  á  corresponder 
casi  cinco  azumbres.  Más  de  azumbre  y  media  echaron  en  una  aljo- 
faina al  estudiante  gorrón  que  se  convidó  á  cenar  en  la  Venta  Nue- 
va con  los  representantes  Ramírez  y  Nicolás  de  los  Ríos  (Rojas  Vi- 
llandrando.  El  Viaje  entretenido,  libro  II),  «y,  sin  decir  esta  boca 
es  mía,  dejó  a  te  suspiramus  la  taza,  y  acabó  con  decir:  «¡Oh,  qué 
^pequeña  es  la  bota!  No  tengo  yo  harto  para  una  comida  en  seis 
«botas  como  ésta!»  Y  Lazarillo  de  Tormes,  en  la  continuación  por 
H.  de  Luna  de  la  novela  de  este  título  (cap.  VIH),  dice:  «Á  las  más 
puertas  que  llegaba  [viniendo  de  Toledo  á  Madrid]  me  decían  si 
quería  beber,  porque  no  tenían  pan  que  darme;  jamás  lo  rehusé;  y 
así,  me  sucedió  algunas  veces  en  ayunas  haber  envasado  cuatro 
azumbres  de  vino,  con  que  estaba  más  alegre  que  moza  en  víspera 
de  fiesta.»  En  La  Dorotea  de  Lope  de  Vega,  la  vieja  Gerarda,  de 
cuatro  reales  que  había  recibido  destina  hasta  uno  para  comer  con 
una  amiga  convidada,  y  los  tres  restantes  para  vino:  «...pues  tres 
reales  de  vino  entre  dos  mujeres  de  bien  es  muy  poca  manifatura: 
no  hay  para  dos  sorbos...»  Y  le  pregunta  espantado  Laurencio: 
«¿Tres  reales  de  vino,  valiendo  á  doce  maravedís  la  azumbre?...» 
En  otro  lugar  (acto  II,  escena  IV),  dice  Gerarda:  «Pues  á  fe  que  me 


(*)  Para  hacerme  ver  esta  clase  de  vasijas  (que  yo  no  había  visto  jamás,  porque  en  mi 
tierra  no  hay  alcornocales)  tuvo  la  bondad  de  enviarme  dos  cucharros  de  una  de  sus  dehesas 
la  inspirada  poetisa  D.*  María  B.  Tixe  de  Ysern.  Correspondo  á  su  fineza  con  esta  mención. 


-  423  — 

dieron  á  mí  una  tembladera  de  plata,  que  me  ha  hecho  temblar  hoy 
á  la  comida,  porque  hace  tres  cuartillos,  aunque,  si  digo  verdad,  ya 
estaban  hechos.»  Y  como  Celia,  demostrando  haberla  entendido,  le 
dijese:  «Serían  seis,  madre»,  responde  la  vieja  mosquito:  «Contigo 
me  entierren,  que  sabes  de  cuentas.»  Y  en  la  escena  X  del  acto  úl- 
timo manifiesta  que,  almorzando  con  su  amiga  Marina,  entre  ambas 
dejaron  pez  con  pez  una  botilla  de  tres  azumbres.  Verdad  es  que 
hay  en  todo  esto  de  La  Dorotea  mucho  de  hipérbole,  con  que  Lope 
de  Vega  quiso  poner  en  predicamento  de  borrachona  á  Qerarda, 
que  no  era  otra  que  la  comedianta  Jerónima  de  Burgos,  según  ha 
demostrado  el  infatigable  erudito  D.  Cristóbal  Pérez  Pastor  en  su 
interesante  libro  Proceso  de  Lope  de  Vega  por  libelos  contra 
unos  cómicos  (Madrid,  1901).  De  todos  modos,  bien  podía  pasarla 
Pipota  por  inventora  de  aquellos  refranes  que  dicen:  «No  quiero 
tres,  ni  quiero  treses;  que  un  tordo  bebe  cien  veces»;  y  «Un  cuarti- 
llo presto  es  ido;  una  azumbre  también  se  sume;  el  arroba  es  la  que 
abonda.»  Por  nuestra  famosa  vieja,  pues,  podía  decirse  aquello  de 
la  Égloga  ó  farsa  del  Nacimiento  dejesu  Chrisío,  de  Lucas  Fer- 
nández: 

Gil.  Pichel,  jarro  ó  cangilón 

Que  ella  toma, 
Con  muy  sancta  devoción 
Le  pega  tal  sospirón. 
Que  no  le  deja  carcoma. 

Para  terminar,  cierto  es  que  los  vinos  que  de  ordinario  bebían  las 
gentes  que  acabo  de  mencionar  eran  de  la  hoja,  ó  poco  más  grana- 
dos; pero  así  y  todo,  á  mucho  vino  no  hay  cabeza,  y  el  vino  nuevo, 
por  no  ser  viejo,  «no  emborracha,  pero  agacha»,  como  dicen  festi- 
vamente en  Andalucía. 

164    «De  Guadalcanal  es...» 

Tanto  el  vino  de  Guadalcanal  como  el  de  Cazalla  de  la  Sierra 
(de  donde  la  Pipota,  en  el  borrador  de  Cervantes,  dice  ser  el  que 
bebe)  eran  en  el  siglo  XVI  de  los  más  famosos  que  se  criaban  en 
las  tierras  de  Andalucía.  Elogia  el  vino  de  Guadalcanal  el  anónimo 
autor  de  unos  villancicos  muy  graciosos  que  cita  y  copia  Gallardo 
(Ensayo  de  una  Biblioteca  española....  1. 1,  col.  1230): 

Blanco  de  Guadalcanal 
Y  haloques  de  Baeza 
Me  confortan  la  cabeza, 
Con  Yepes  y  Madrigal... 

«Pilotos  de  Guadalcanal  y  Coca»  llamó  Mateo  Alemán  á  los  am 


—  424  — 

gos  de  un  cierto  amo  suyo  (Guzmán  de  Mfarache,  parte  I,  libro 
II,  cap.  V).  Ya  á  fines  del  siglo  XIV  (año  de  1381)  Juan  de  Aviñón, 
en  su  Sevillana  Medicina,  que  dio  á  luz  en  1545  el  célebre  doc- 
tor Monardes  y  reimprimió  en  1885  la  Sociedad  de  Bibliófilos  An- 
daluces, mencionaba  los  vinos  de  Cazalla,  entre  otros  de  pueblos 
pertenecientes  á  la  jurisdicción  de  Sevilla,  tales  como  Cumbres, 
Constantina,  Manzanilla  y  Aznalcázar.  El  nigromante  de  la  Come- 
dia de  Sepúlveda,  escrita,  no  en  1547,  como  se  viene  creyendo,  sino 
en  1549  ó  después  (pues  en  ella  se  nombra  á  la  Universidad  de  Osu- 
na, que  se  fundó  este  arto)  y  publicada  por  el  muy  docto  y  laborioso 
erudito  D.  Emilio  Cotarelo,  no  se  acordó  de  otro  vino  que  el  de 
Cazalla  cuando  supuso  que  en  una  candiota  tenía  presos,  muy  á  su 
sabor,  á  ciertos  franceses.  Juan  de  Mal-lara,  en  su  libro  intitulado 
Recebimiento  qve  hizo  la  mvy  noble  y  ntuy  leal  Ciudad  de  Sevilla 
a  la  C.  Je.  M.  del  Rey  D.  Philipe  N.  S.  (Sevilla,  Alonso  Escribano, 
1570),  reproducido  en  fotolitografía  por  los  mencionados  Bibliófi- 
los, dice:  »Estauan  apercebidos  [en  la  quinta  de  Bellaflor]  muchos 
vinos  de  Caballa,  Cabe<;a  la  Vaca  y  Ribadauia,  con  el  Clarete,  y  el 
de  Ocaña.»  La  gente  del  bronce  sevillana  gustaba  mucho  de  él,  por 
lo  que  se  colige  de  unas  palabras  de  Marcos  de  Obregón  (rela- 
ción II,  descanso  III):  ...«y  trajeron  al  otro,  que  para  que  quisiese 
ser  amigo  fué  menester  llevarlos  á  todos  á  la  taberna  de  Pinto  y 
gastar  una  hanega  de  lo  de  Cazalla.»  Elogiaron  también  este  vino 
Lope  de  Vega,  en  una  epístola  al  contador  Gaspar  de  Barrionuevo, 
y  D.  Femando  de  Guzmán  Mejía,  en  su  Vida  y  tiempo  de  Mari- 
castaña. Decía  el  primero: 

..  ¿Jamón  présalo  de  espafiol  marrano 
De  la  sierra  famosa  de  Aracena, 
Adonde  huyó  del  mundo  Arias  Montano, 

Vino  aromatizado,  que  sin  pena 
Beberse  puede,  siendo  d^  Cazalla, 

Y  que  ningún  cristiano  le  condena. 
Agua  del  Alameda  en  blanca  talla 

Dejáis  por  el  bizcocho  de  galera 

Y  la  zupia  que  embarca  la  canalla? 

Y  decía  el  segundo: 

Y  dadme,  de  las  fuentes  celestiales 
Que  os  concedió  en  Cazalla  el  padre  Baco, 
Favor  que  me  eche  al  rostro  las  señales. 

Pero  lo  ordinario  es  ver  elogiados  juntamente  los  vinos  de  un 
pueblo  y  otro:  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  en  Las  Quincuage- 
nas déla  Nobleza  de  España,  parte  I,  pág.  538,  menciona  entre 


-  425  - 

los  vinos  de  Andalucía  los  de  Guada/canal,  Caza/la  y  Jerez  de  la 
Frontera;  lo  propio  Cervantes  en  El  Licenciado  Vidriera  y  en  la 
jornada  III  de  La  Entretenida,  y,  en  resolución,  que  ya  son  dema- 
siadas citas,  Juan  de  la  Cueva,  en  su  Epístola  en  alabanza  del 
vino  (Gallardo,  Ensayo...,  t.  II,  col.  647),  ponderando  el  mérito  de 
los  vinos  españoles,  añade: 

Cádiz,  Jerez,  Guadalcanal,  Cazalla, 
Comprueban  lo  que  digo  claramente, 

Y  otras  mil  partes  que  mi  musa  calla. 

165  «...porque  es  trasañejo.» 

De  tres  ó  más  años,  segiin  el  Diccionario  de  la  Academia;  pero 
en  Andalucía  suele  distinguirse  entre  trasaniejo  y  tresaniejo,  que 
aquí  aniejo  dicen.  Nuestro  vulgo  llama  de  la  hoja  (de  la  pámpa- 
na) al  vino  que  no  tiene  un  año  de  hecho;  aniejo  ó  de  dos  hojas,  al 
que  tiene  más  de  un  año  y  menos  de  dos;  trasaniejo,  al  de  dos 
años;  tresaniejo,  al  de  tres,  y  aun  cuatroaniejo  al  de  cuatro,  y  es 
palabra  que  pide  sitio  en  el  léxico  de  la  Academia,  y  que  lo  merece, 
por  ser  buena  y  biensonante,  por  no  haber  otra  alguna  que  signi- 
fique lo  que  ella,  y  por  tener  en  su  abono  la  autoridad  muy  respe- 
table de  Baltasar  del  Alcázar,  el  famoso  Marcial  hispalense,  que 
usó  tal  vocablo  en  el  verso  penúltimo  del  siguiente  soneto,  ahora 
por  primera  vez  publicado: 

Siga  el  feroz  armígero  á  su  Marte 

Y  el  ingenioso  á  la  parcial  Minerva; 
•             Siga  el  tocado  de  amorosa  yerba 

De  la  diosa  lasciva  el  estandarte. 

Á  la  casta  Diana  el  que  con  arte 
Le  corta  el  paso  á  la  ligera  cierva, 

Y  el  rústico  á  su  Ceres,  que  conserva 
Con  su  fecundidad  la  humana  parte. 

Sujetos  varios,  célebre  canalla 
Que  habéis  hecho  experiencia,  yo  lo  fío, 
De  todos  los  estados  de  la  vida, 

Bebiendo  estoy,  sin  tasa  ni  medida. 
Un  cuatroaniejo  fino  de  Cazalla: 
Decidme  si  hay  estado  igual  al  mió. 

166  «...que  son  mis  abogados.» 

Amantes  como  eran, á  prueba  de  golpes,  las  izas  ó  marquidas  de 
los  rufianes,  tomaban  por  abogados  á  aquellos  santos  que,  á  su  ver 
de  ellas,  más  se  les  parecían,  ó  más  podían  hacer  por  los  tales  ter- 
nes: á  San  Miguel,  por  la  valentía  con  que  pisotea  al  diablo,  y  á  San 
Blas,  porque,  como  abogado  contra  los  males  de  garganta,  parecía 

a8 


—  426  — 

el  más  á  propósito  para  evitar  lo  que  llamaba  Quevedo,  con  su  gra- 
cejo de  siempre,  enfermedad  de  cordel.  Todavía  llama  nuestro  vul- 
go hacer  un  San  Miguel  á  tirar  á  uno  al  suelo  y  patearlo;  véanse 
en  muestra  de  ello  dos  coplas  populares  (Rodríguez  Marín,  Cantos 
populares  españoles,  n.~  7.630  y  7.751): 

Esta  noche  va  á  llover 
Sin  haber  nublo  ninguno; 
Que  be  de  hacer  un  San  Miguel 
En  las  costillas  de  alguno. 

Me  metieron  en  la  edrse 
Por  j'aser  un  San  Migué: 
Y  <uin  que  me  echaron  fuera 
Jise  un  San  Bartolomé. 

¡Prueba  de  lo  bien  que  corresponden  á  su  nombre  nuestras  cárce- 
les correccionales! 

167  «...que  es  de  mucha  importancia  llevar  la  persona  las  can- 
delas delante  de  sí...» 

Era  expresión  vulgar:  «Heredó  [el  octavo  duque  de  Medina  Sido- 
nia]  de  su  hermana  la  señora  D."  Francisca  4.000  ducados;  erigió 
luego  dos  capellanías  en  la  Caridad,  diziendo:  «Vaya  la  lumbre  de- 
»lante;  que  si  aguardo  á  la  muerte,  bien  creo  no  han  de  hallar  en 
»mi  poder  cuatro  reales»  (Pedro  Espinosa,  Elogio  al  retrato  del 
Excmo.  Sr.  D.  Manuel  Alonso  Pérez  de  Guzmán  el  Bueno...,  Má- 
laga, Juan  Rene,  1625). 

168  «...Holgaos  hijos...,  que  vendrá  la  vejez  y  lloraréis  en  ella 
los  ratos  que  perdistes  en  la  mocedad,  como  yo  los  lloro...» 

Son  estas  palabras  de  la  Pipota  el  siempre  viejo  y  siempre  nue- 
vo lugar  común  del  sabidísimo  epigrama  de  Ausonio: 

Collige  virgo  rosas..., 

que  el  insigne  maestro  Francisco  de  Medina  (Obras  de  Garci  Las- 
so...  con  Anotaciones  de  Fernando  de  Herrera,  pág.  183)  parafra- 
seó de  esta  suerte: 

Mientras  oro,  grana  y  nieve 
Ornan  vuestro  cuerpo  tierno. 
Gozad  este  don  tan  breve, 
Antes  que  venga  y  se  lleve 
Tales  flores  el  invierno. 

De  no  ser  cual  habréis  sido 
Entonces  os  doleréis, 


-  427  - 

ó,  viendo  el  tiempo  perdido, 
Lloraréis  no  haber  tenido 
La  voluntad  que  tendréis. 

Comentando  estos  versos,  y  otros  análogos  de  su  biografiado, 
Rodríguez  Marín  citó  multitud  de  pasajes  de  oíros  autores,  en  notas 
de  las  págs.  295-297  y  628-630  de  su  Estudio  biográfico,  bibliográ- 
fico Y  crítico  de  Luis  Barafiona  de  Soto  (Madrid,  1903). 

169  «...con  su  llamativo  de  alcaparrones...» 

Á  los  manjares  que  llaman  ó  excitan  la  sed  decían  llamativos, 
palabra  que  Cervantes  usó  también  en  el  Quijote,  parte  II,  capítulo 
LXVI:  «Si  vuesa  merced  quiere  un  traguito,  aunque  caliente,  puro, 
aquí  llevo  una  calabaza  llena  de  lo  caro,  con  no  sé  cuántas  rajitas 
de  queso  de  Tronchón,  que  servirán  de  llamativo  y  despertador  de 
la  sed,  si  acaso  está  durmiendo.»  Otras  veces  Cervantes,  ó  no  dio 
con  la  palabra,  ó  quiso  valerse  de  rodeos  para  expresar  lo  que  ella 
indica;  verbigracia:  «Todos  traían  alforjas,  y  todas,  segiin  pareció, 
venían  bien  proveídas,  á  lo  menos,  de  cosas  incitativas  y  que  llaman 
á  la  sed  de  dos  leguas»  (Ibid.,  cap.  LIV).  Y  muy  pocos  renglones 
después:  «Pusieron  asimismo  un  manjar  negro,  que  dicen  que  se 
llama  cabial,  y  es  hecho  de  huevos  de  pescados,  gran  despertador 
de  la  colambre.»  Quevedo  llama  aviso  ó  avisillo  al  llamativo,  por- 
que entra  primero,  como  avisando  que  detrás  llega  el  mosto:  «...el 
porquero  se  llenó  el  puño  de  sal,  diciendo:  «Bueno  es  el  avisillo 
»para  beber»,  y  se  lo  echó  todo  en  la  boca...»  Esta  acepción  de  avi- 
so no  holgaría  en  el  Diccionario  de  la  Academia. 

170  «...de  alcaparrones,  ahogados  en  pimientos...» 
Ahogados,  claro  es  que  no  en  la  acepción  á&  rehogados,  que  es 

la  menos  desapropiada  de  las  que  trae  el  Diccionario  de  la  Acade- 
mia en  el  artículo  ahogar.  Al  guardar  los  alcaparrones  en  vinagre, 
solía,  y  suele  aún,  echárseles  encima  algunos  pimientos,  no  sólo 
para  que  aquellos  tomaran  su  sabor,  sino,  principalmente,  para 
impedir  que,  asomando  á  la  superficie,  se  echaran  á  perder  por  su 
contacto  con  el  aire. 

171  «...y  tres  hogazas  blanquísimas  de  Gandul.» 

El  erudito  y  muy  ingenioso  escritor  sevillano  D.  Felipe  Pérez  y 
González,  comentando  en  su  curiosísimo  libro  sobre  El  Diablo  Co- 
juelo  (Madrid,  1903)  una  expresión  de  Luís  Vélez  de  Guevara,  re- 
ferente al  <ípan  que  llaman  de  Gallegos,  que  es  el  mejor  del  mun- 
do», se  alarga,  en  una  interesante  nota  (págs.  149-153),  á  tratar  del 


—  428  - 

pan  que  se  vendía  en  Sevilla  en  el  primer  tercio  del  siglo  XVII.  Cla- 
ro es  que  en  tal  nota  no  faltan  antiguas  alusiones  al  pan  de  Gan- 
dul, empezando  por  el  pasaje  cervantino  que  comento,  y  que  con 
remitir  á  ella  al  lector,  ó  extractarla  sucintamente,  podría  yo  dar 
por  fraguada  ésta  mía.  Con  todo  eso,  algo  nfíadiré,  para  que  no  me 
tengan  por  perezoso. 

«Venden  en  seuilla  (decía  antes  de  mediar  el  siglo  XVI  el  bachi- 
ller Luís  de  Peraza  en  la  Real  <-  imperial  sevillana  descriplion,  di - 
cada  III,  cap.  VIH)  pan  en  muy  gran  abundancia  en  todas  las  placas 
arriba  dichas,  especialmente  en  la  pla<;a  y  poios  de  san  saluador, 
donde  ai  pan  blanco  de  seuilla.  Roscas  de  seuilla  y  hogazas,  panes, 
tortas  y  bollos,  Roscas  sabrosissimas  de  Vtrera,  hoga<;a8  de  alcaiíi. 
hoga{'as  de  gandul  y  marchenilla.»  Años  después,  y  quizás  por  ha- 
ber ido  en  aumento  la  población  hispalense,  concurrían  á  abaste- 
cerla de  pan  muchos  otros  pueblos:  «Sin  las  infinitas  panaderas  de 
Sevilla,  la  proveen  de  pan  cozido  ordinariamente  Utrera,  Dos  Her- 
manas, Alcalá  de  Guadayra,  Alcalá  del  Río,  los  Palacios,  Gandul, 
Mairena,  el  Viso,  Benajete,  Coronil,  los  Molares,  y  otros  muchos 
pueblos  sus  convezinos  (Morgado,  Historia  de  Sevilla,  pág.  155  de 
la  reimpresión  moderna).  Entre  los  muchos  autores  que  elogian  por 
excelente  el  pan  de  Gandul,  cuéntase  Lope  de  Vega,  que  hubo  de 
gustar  de  él  á  principios  del  siglo  XVII,  en  las  dos  ó  tres  tempora- 
das que  fué  huésped  de  la  ciudad  del  Guadalquivir.  En  su  auto  La 
Isla  del  Sol,  escrito  en  1616  é  inédito  hasta  que  lo  ha  publicado  la 
Academia  Española  (Obras  de  Lope  de  Ve/^a,  t.  lll,  pág.  95),  con- 
versando el  Delincuente  y  la  Murmuración,  ésta  descríbele  el  infier- 
no, en  donde,  entre  otras  mil  cosas, 

Hay  chacona  de  Castilla, 
De  Guinea  gtirujú, 
Y  bravos  Escarramanes 
Bailados  á  lo  andaluz... 


Hay  regalos  diferentes; 
Sólo  el  pan  no  es  de  Gandul, 
Porque,  en  su  lugar,  se  come 
Un  mal  cocido  alcuzcuz. 


Y  Tirso  de  Molina,  en  su  comedia  El  rey  D.  Pedro  en  Madrid, 
acto  II,  esc.  XXI: 

No  á  traerte  viene 
Roscas  di  Gandul, 
Sino  pan  de  perro, 
Que  coció  Adamuz. 


-  429  - 

Recordaba  D.  Felipe  Pérez,  con  Cristóbal  de  Chaves,  el  autor 
de  la  Relación  de  la  cárcel  de  Sevilla,  aquel  dicho  vulgar,  según 
el  cual  el  preso  que  había  comido  las  roscas  de  Utrera  y  se  escapa- 
ba, había  de  volver  á  Sevilla.  Bien  confirmó  esa  experiencia,  al  par 
que  la  fama  del  excelente  pan  de  Gandul,  el  galeote  que  cantaba 
(La  Vida  de  la  galera...  por  Matheo  de  Brivuela,  Barcelona, 
M.DCIII,  4  f.''  en  4.°): 

Emperador  sempiterno 
Mi  pena  remedíala 

Y  sácame  deste  infierno. 
Porque  coma  del  pan  tierno 
De  Gandul  y  de  Alcalá. 

Es  pan  que  abre  ios  alientos, 
Como  las  roscas  de  Utrera; 
Pan  que  no  tiene  aposentos. 
Ni  chinches,  ni  paramentos. 
Como  el  bizcocho  en  galera. 

También  hablaba  con  grande  encomio  de  las  roscas  de  Utrera  Pedro 
Cieza  de  León  (Guerras  civiles  del  Perú:  Guerra  de  Chupas, 
cap.  XXII,  en  la  Colección  de  Documentos  inéditos  para  la  His- 
toria de  España,  t.  LXXVI,  pág.  77):  «...ellos  mesmos,  de  unos  ár- 
boles que  en  aquellos  montes  se  criaban,  que  echaban  de  sí  unas 
púas  muy  agudas,  con  ellas  rallaban  la  yuca  e  hacían  de  ella  pan, 
teniéndole  por  más  sabroso  que  si  fueran  blancas  roscas  de  Utrera.» 
Cervantes,  en  el  pasaje  del  Rinconete  que  ha  dado  ocasión  para 
esta  nota  y  las  dos  anteriores,  nos  dejó  el  curioso  menú  (dígolo, 
para  mayor  claridad,  en  galiparla)  de  un  almuerzo  de  la  jacarandina 
hispalense;  y,  como  para  que  pudiésemos  ir  ensanchando  el  conoci- 
miento de  la  cocina  hampona,  en  el  acto  I  de  El  Rufián  dichoso,  hi- 
zo, por  boca  del  trainel  Lagartija,  la  lista  de  una  merienda  sevillana 
de  la  propia  caterva.  La  Salmerona  y  sus  compañeras  de  burdel, 

Que  es,  cada  cual  por  si,  brava 
Gananciosa  y  buena  bija, 

tenían  preparada  en  el  Alamillo  una  merienda  tal, 

Que  las  más  famosas  cenas 
Ante  ella  cogen  la  rienda: 
Cazuelas  de  berenjenas 
Serán  penúltima  ofrenda. 
Hay  el  conejo  empanado, 
Por  mil  partes  traspasado 
Con  saetas  de  tocino; 
Blanco  el  pan,  aloque  el  vino, 

Y  hay  turrón  alicantado. 


-  430- 

Cada  cual  para  esto  roba, 
Blancas,  vistosas  y  nuevas. 
Una  y  otra  rica  coba; 
Dales  limones  las  Cuevas, 

Y  naranjas  el  Alcoba. 
Dariles  en  un  instante 
El  percador,  arrogante 

Mas  que  le  hay  del  Norte  al  Sor, 
£1  gordo  y  sabroso  albur 

Y  la  anguila  resbalante. 
El  sábalo  vivo  vivo 

Colear  en  la  caldera, 
ó  saltar  en  fuego  esquivo, 
Verás  en  mejor  manera 
Que  te  lo  pinto  y  describo. 
El  pintado  camarón, 
Con  el  partido  limón 

Y  bien  molida  pimienta, 
Verás  como  el  gusto  aumenta 

Y  le  Baca  de  barón. 

Á  la  verdad,  hay  en  esta  reseña  mucho  de  retórico,  que  quita,  en 
parte,  su  especialísimo  olorcillo  á  aquellas  viandas.  Suum  caique: 
en  el  describir  tales  chirrichofas  germanescas  nadie  le  echó  delan- 
te el  pie  á  Cristóbal  de  Chaves,  el  donairoso  cronista  y  cantor  de 
la  jacarandina  de  Babilonia.  Véase  qué  cena  pintó  en  el  Romance 
de  la  descripción  de  la  vida  airada,  y  si  no  puede  llamársele  con 
justicia  el  Leonardo  de  Vinci  de  aquellos  maestros  y  discípulos: 

Luego  vienen  las  pencurias 
Con  la  provisión  cargadas 

Y  en  el  Hospital  del  Rey 
Vienen  [á]  acabar  su  calca. 
Con  mucho  pie  de  gruflente, 
Mucho  albaire  y  ensaladas, 
Mucho  pemil  de  murceo, 
Gomarrones  y  gom  arras. 
Traen  formage  de  balantes, 
Blancos  pesos  de  artifara. 
La  picoa  con  crioja, 
Navarra  con  salsablanca. 
Revestido  de  quemantes 
Que  su  olor  al  pió  llama, 

Y  la  plantosa  y  pitaflo, 
Que  jamás  no  se  ve  manca. 
La  murta  colma  los  taplos 
Con  picante  que  piaba; 
Los  verdosos  y  sonantes 
Los  tablantes  ocupaban. 
Siéntanse  á  rezar  sus  laudes; 
Golpean  en  las  colaynas; 


-  431  - 

Veréis  cantar  dulces  versos, 
Menudear  las  bravatas, 
Con  que  matan  los  vasidos 

Y  los  vivos  enterraban. 
Túrbanseles  los  vistosos; 
Las  desosadas  disparan. 
Columbran  una  lucerna: 
Ciento  se  les  figuraba; 

£1  bramo  va  á  las  clareas; 
Toda  flor  se  descornaba. 

Pero  donde  Chaves  se  excedió  á  sí  mismo  y  se  llevó  la  flor  en- 
tre cuantos  han  descrito  escenas  de  la  cherinola,  fué  en  el  Roman- 
ce del  cumplimiento  del  testamento  de  Maladros,  al  pintar  el  en- 
diablado ágape  con  que  la  taifa  rufianesca  celebró,  con  tajada  y 
godo  pío,  las  paces  concertadas  entre  Garrancho  y  Perotudo.  Pien- 
san celebrarlas  en  la  Barqueta;  pero,  porque  el  padre  Palomares,  su 
cherinol,  está  cojo,  celébranla  en  \a  guanta.  Yo  copio,  y  el  lector 
deleítese: 

Las  marcas,  con  presto  calco, 
Tomaron  la  delantera, 

Y  al  cambiador  dan  el  punto 
Que  Ja  percha  adorne  apriesa. 
Ponen  sillenes  y  bancas, 
Limpian  poyos,  barren  puertas, 
Traen  macetas  de  albabaca, 
Con  que  la  percha  refrescan. 
Acuden  todas  las  marcas 

Y  los  que  trapos  les  llevan 
A  recibir  los  jayanes. 
Que  ya  por  el  cerco  entran. 
Cuál  con  enroscado  toldo 
Campeando  de  braveza. 
Cuál  levantado  el  baldeo, 

Y  cuál  la  gavia  endereza; 
Cuál  retorciendo  el  mostacho. 
Calcando  el  talón  por  fuerza. 
Obligando  á  su  marquida 
Que  en  él  los  columbres  tenga. 
De  esta  suerte,  en  cofradía, 
Pasaron  la  calle  luenga 

Y  llegaron  do  está  el  padre. 
Que  por  orden  los  asienta. 
Guardando  la  antigüedad, 
A  cada  uno  en  su  leva; 

Y  las  marcas  se  asentaron 
En  la  calca,  en  una  estera, 
En  rodeo  de  la  madre. 
Ordenando  la  merienda. 
Luego  salió  Magazuelo 


—  432  — 

Guarda  coimas  noveleras, 

Y  su  ayuda  Capillejo, 
Desmirlado  por  caleta, 

Y  agora  de  los  del  cambio 
El  trainel  de  mayor  cuenta. 
Cargados  ambos  á  dos 

De  los  bancos  y  las  mesas, 
Y,  puestas,  de  los  tablantes 
Quedaron  todas  cubiertas. 

Luego  los  murcios  y  jaques 
En  torno  dellas  se  asientan 
Dejándole  &  Palomares 

Y  al  padre  la  cabecera. 
Portaron  luego  el  artife 
Zaramaguyón  y  Puebla, 
Envesados  por  cuatreros 

Y  guifiones  de  revesa. 
Luego  llegó  Volatón 

Con  dos  platos  en  las  cems 
De  destoyado  y  codillos, 
Con  mucha  lima  y  pimienta. 
De  uñas  de  vaca  y  mondongo 
Una  grande  almofía  llena: 
Esta  sirvió  Malsemblante, 
Mandil  de  Inés  de  Rivera, 
Porque  pretendía  tener 
Una  vaca  en  la  dehesa. 
Gato  Prieto  y  Serranillo, 
Horosquero  y  Ilogazuela, 
Llevaban  alcaparrones 
Corlidos  y  berenjenas. 
Bastantes  los  piativos 
Á  agotar  una  bodega. 
Comenzaron  á  muquir 

Y  á  echar  al  fondo  limetas 
De  turco  de  cal  de  Mata, 

De  que  están  las  mesas  llenas. 
Rozan  y  garlan  de  godo, 

Y  desgarran  de  la  oseta; 
Arrojan  de  la  chanzaina 

Y  con  el  tiple  bravean.... 


172  «...y  á  la  guía  tocó  el  escanciar  con  el  corcho  de  col- 
mena.» 

¡No  tanto  como  corcho  de  colmena:  que  el  de  marras,  como  antes 
se  ha  dicho,  podría  caber  hasta  una  azumbre!  Bien  se  echa  de  ver, 
y  ya  lo  indiqué  en  otro  lugar,  que  Cervantes  se  andaluza  mucho  en 
Sevilla:  la  tal  hipérbole  es  una  andaluzada  como  una  loma. 


~  433  — 

173  «...les  dio  á  todos  gran  sobresalto  los  golpes...» 

Y  poco  más  adelante:  «...aquí  volvió  á  pedir  justicia,  y  aquí  se  ía 
prometió  de  nuevo  Monipodio  y  todos  ios  bravos  que  allí  estaban.» 
En  Cervantes  son  algo  frecuentes  tales  solecismos.  Otros  ejem- 
plos: «...y  luego  se  le  vino  á  la  imaginación /ff.9  encruci/adas...» 
(Don  Quijote,  parte  I,  cap.  IV).  «...entraron  en  la  ciudad,  donde /« 
sucedió  cosas  que  á  cosas  llegan»  (Ibid.,  parte  II,  cap.  VIH). 

174  «Tagarete  soy...» 

El  Tagarete  «....es  un  arroyo  grande,  que  haze  fosso  a  Seuilla, 
desde  la  fuente  que  llaman  de  Calderón  hasta  el  río,  passando  por 
debaxo  de  la  puerta  de  Xerez  (Mal-lara,  Recebimiento...  antes  ci- 
tado, f.°  21). 

175  «...con  menos  estruendo  y  ruido.» 

No  está  bien  hecha  la  gradación;  había  de  decirlo  al  revés:  con 
menos  ruido  y  estruendo,  porque  estruendo  es  más  que  simple 
ruido. 

176  «...sobre  aquel  ladrón  desuellacaras...» 
Desuellacaras  es,  según  el  léxico  de  la  Academia,  «persona 

desvergonzada,  descarada,  de  mala  vida  y  costumbres.»  Tal  senti- 
do conviene  á  esta  palabra  en  los  diversos  lugares  que  Cervantes  la 
emplea  en  el  Quijote;  pero  ¿por  qué  se  dijo  y  vulgarizó  en  esa 
acepción?  ¿De  qué  provino  el  llamar  así  á  los  desvergonzados,  de 
mala  vida...  etc.?  ¿Se  dijo  acaso  en  sentido  natural  á  los  que  hoy  se 
suele  llamar  afeitamuertos?... 

177  «...aquel  cobarde  bajamanero...» 

Bajamanero  significaba  en  la  parla  de  los  jácaros  ladrón  rate- 
ro, aprendicete,  vamos  al  decir,  que  comienza  á  deletrear  en  la  car- 
tilla ladronesca.  Era,  pues,  entre  los  sacres,  voz  despectiva.  Véase 
en  un  ejemplo  del  sevillano  Mateo  Alemán,  doctor  por  la  Sorbona 
picaresca,  al  par  que  la  confirmación  del  antedicho  significado,  la 
intrincada  nomenclatura  de  los  especialistas  en  el  benéfico  arte  de 
cargar  con  lo  ajeno:  «Ninguno  entendió  como  yo  la  cicatería;  fui 
muy  gentil  caleta,  buzo,  cuatrero,  maleador  y  marcador,  pala, 
poleo,  escolta,  estafa  y  zorro;  ninguno  de  mi  tamaño,  ni  mayor 
que  yo  seis  años,  en  mi  presencia  dejó  de  reconocerse  ba/amanero 
y  bahari»  (Guzmán  de  Alfarache,  parte  II,  libro  II,  cap.  IV). 


-434- 

178  «...si  has  habido  algo  con  tu  respeto...» 

Aunque  en  el  vocabulario  de  germanía  que  publicó  Juan  Hidalgo 
respeto  sólo  está  por  espada,  usábase  también,  como  en  el  pasa- 
je de  Cervantes,  en  el  significado  de  cu^o,  cuando  este  pronombre 
hace  las  veces  de  sustantivo.  En  el  Romance  de  ¡a  vida  y  muerte 
de  Maladros  dice  á  aquel  jaque  la  marca  á  quien  solicita: 

Más  agravios  te  cantara. 
Cobarde,  qae  te  han  pasado; 
Mas  bastan  estos  que  he  dicho 
Contra  tu  entono  y  tu  garlo. 
Queriendo  ser  mi  respeto^ 
áendo  Tarragón  mi  amparo. 

Respeto  también  hacía  á  la  amancebada,  como  se  echa  de  ver  en 
otro  de  aquellos  romances: 

No  hay  jaque  sin  su  contento, 
Ni  marca  sin  su  cubierta; 
Magazo  tiene  en  sus  brazoi 
Su  respeto  Madalena.... 

179  «¿...había  yo  de  comer  más  pan  á  manteles,  ni  yacer  en 
uno?» 

Reminiscencia  de  uno  de  los  romances  del  Cid;  de  aquel  en  que 
D.*  Jimena  dice  al  Rey: 

Rey  que  non  faze  justicia 
Non  debiera  de  reinare. 
Ni  cabalgar  en  caballo. 
Ni  con  la  Reina  folgare. 
Ni  comer  pan  d  manteles 
Ni,  menos,  armas  armare. 

No  es  inverosímil  que  recordase  estos  versos  la  Cariharta,  porque 
tales  romances  viejos  se  cantaban  por  el  vulgo  todavía  á  fines  del 
siglo  XVI  y  principios  del  siguiente. 

Poco  antes  ha  dicho  la  Cariharta:  «¡Qué  respeto!  Respetada  me 
vea  yo  en  los  infiernos,  si  más  lo  fuere  de  aquel  león  con  las  ove- 
jas...», y  ciertamente  debí  poner  llamada  en  ese  lugar,  que  bien  me- 
rece y  aun  ha  menester  nota;  mas,  pues  de  distraído  no  lo  hice, 
aquí  supliré  aquella  falta.  Solía  Cervantes,  por  boca  de  sus  perso- 
najes, y  en  señal,  cuándo  de  enojo,  cuándo  de  encarecimiento  ó 
aprobación,  repetir,  echando  el  concepto  por  otro  lado,  la  palabra 
que  había  motivado  la  alabanza  ó  el  vituperio.  Así,  por  ejemplo: 
«Y,  por  fin  y  remate  de  todo,  romperme  mis  cueros  y  derramarme 
mi  vino;  que  derramada  le  vea  yo  su  sangre»  (Don  Quijote,  par- 


-435- 

te  I,  cap.  XXXV).  «...qué  es  lo  que  queréis,  hombre  honradoP— 
Honrados  días  viva  vuesa  merced...»  (El  Retablo  de  las  maravi' 
lias).  Y  en  el  mismo  Rinconeíe(pá¿.  298  de  esta  edición):  «...y  con 
la  pretina,  sin  excusar  ni  recoger  los  hierros,  que  en  malos  grillos 
y  hierros  le  vea  yo,  me  dio  tantos  azotes...»  En  el  habla  vulgar 
andaluza  había  y  hay  mucho  de  esto,  y  de  ella,  por  ventura,  lo  tomó 
Cervantes  (*). 

180  «...me  vea  yo  comida  de  adivas  estas  carnes...» 

Estas  adivas,  así  como  aquellas  otras  de  que  habla  D.  Quijote 
cuando  dice  (parte  II,  cap.  LVIII):  «...y  justo  castigo  del  Cielo  es 
que  á  un  caballero  andante  vencido  le  coman  adivas  y  le  piquen 
avispas...»,  son,  no  la  enfermedad  que  los  veterinarios  llaman  así, 
y  que  no  hace  al  caso  en  tales  pasajes,  sino  adives,  chacales. 

181  «¡Montas  que  le  di  yo  ocasión  para  ello!» 

No  están  conformes  los  léxicos  en  el  significado  de  la  interjec- 
ción familiar //7ío/7/a5.../  que  alguna  vez  se  \ee  ¡monta...!  El  Diccio- 
nario de  autoridades  la  tuvo  por  adverbio  «que  equivale  á  lo  mismo 
que  Ahí  es  deciry>,  y  después  de  agregar  que  «es  voz  rústica»,  citó 
una  frase  del  Quijote  (parte  I,  cap.  XXI),  que  yo  copiaré.  García  de 
Arrieta  entendió  que  ¡montas/  significa  Pues  añádase  á  esto.  La 
Academia,  hoy  en  día,  la  tiene  por  equivalente  á  ¡Anda!  El  Dic- 
cionario Enciclopédico  Hispano- Americano  le  conserva  la  sig- 
nificación que  le  dio  el  de  autoridades,  le  añade  la  de  ¡Ahí  es  na- 
da! y  transcribe  el  pasaje  cervantino  que  copió  este  léxico...  Pro- 
bemos á  ir  concertando  estas  medidas,  ó,  por  lo  menos,  á  abrir  para 
ello  camino,  arracimando  unos  cuantos  lugares  en  que  esté  encla- 
vado ese  montas.  Todos  serán  de  Cervantes,  excepto  el  primero, 
que  data  de  la  primera  mitad  del  siglo  XVI  y  figura  en  la  Farsa  del 
Sacramento  de  Peralforja;  en  la  cual,  luego  que  la  Iglesia,  queján- 
dose de  que 

Vino  aquel  Lutero  malo 
Á  negar  la  conñsión, 


(•)  Como  de  expresiones  semejantes  á  las  citadas  no  pueden  hallarse  ejemplos  en  las  coplas 
ni  en  los  refranes,  textos  populares  á  que  acudo  con  frecuencia  para  probar  mis  aseveracioocs, 
fuerza  me  es  buscarlos  por  otra  parte,  y  hallólos  en  mi  ya  citado  monólogo  intitulado  L»  G»- 
vilana.  Helos  aquí:  <A  costa  e  la  sangre  ajena.  Sangra  se  bea  eya,  Dios  me  perdone...»  «Po« 
ahí  abajiyo  boy  po  una  purga  pa  er  biejo  rico  e  la  esquina,  que  mala/«r^a  le  pique  i  e.»  «I^ 
que  gasta  un  mantón  berdesiyo,  que  berdesilla  tendrá  eya  el  arma...»  «...y  asín  se  arrtmaU 
aquel  arrastrao  arboroque,  que  arremataos  se  bcan  eyos,  pa  que  no  güerban  á  agiabiá  ar 
Señó...» 


-  436  - 

añade: 

Por  tanto,  voyme  quejando 

Con  el  salmo  que  decia, 

Que  en  latín  iba  cantando: 

Usqu€  guo?...  qu'es  ¿Hasta  cuándo... , 

el  bobo  Peralforja,  más  bien  hallado  con  la  suya  que  con  tales 
lologias,  exclama,  y  dice  luego  á  Teresa  Jugón: 

¡Peralforja,  bueno  estás, 
Cargado  de  provisión!  — 
Digo,  Teresa  Jugón,   (Aparte  d  Teresa) 
¿No  habernos  menester  mis 
Son  (*)  oir  esta  canción? 

¡Montas  que  dice:  «Espera 
(Pues  ve  que  cansados  vamos), 
Asentaos  y  descansa!» 
¡Daca  el  alforja,  comamos! 
Sola,  sefiora,  canta.   (A  la  Iglesia) 

Y  Teresa,  boba  tentada  de  la  risa  y  dada  á  bailoteos,  respóndele: 

Mas  ¡montas  que  nos  decía: 
«Daca,  Teresa,  bailemos», 
Ó  «¿de  qué  te  vestiremos?» 
ó  algún  cacho  de  alegría 
Con  que  todos  nos  holguemos! 

—2.°  En  el  cap.  XXI  de  la  primera  parte  del  Quijote,  cuando  el 
héroe  manchego  promete,  en  siendo  rey,  hacer  conde  á  Sancho,  y 
añade:  «...porque  en  haciéndote  conde,  cátate  ahí  caballero,  y  digan 
lo  que  dijeren,  que  á  buena  fe  que  te  han  de  llamar  señoría,  mal  que 
les  pese»,  Sancho  responde:  «Y  ¡montas  que  no  sabría  yo  autorizar 
el  litado.'  (dictado).— "5.^  En  la  misma  primera  parte,  cap.  XXV,  el 
propio  Sancho,  hablando  de  la  pedrada  que  dio  Cárdenlo  á  D.  Qui- 
jote, dice:  «...si  la  buena  suerte  no  ayudara  á  vuestra  merced,  y  en- 
caminara el  guijarro  á  la  cabeza  como  le  encaminó  al  pecho,  ¡buenos 
quedaríamos,  por  haber  vuelto  por  aquella  m¡  señora,  que  Dios 
cohonda!  Pues  ¡montas  que  no  se  librara  Cardenio  por  loco!»  — 
4.*^  Más  adelante,  en  el  cap.  XXX,  cuando  Dorotea,  la  princesa 
Micomicona,  se  ofrece  por  esposa  á  D.  Quijote  para  luego  que  éste 
mate  al  gigante  Pandafilando  de  la  Fosca  Vista,  exclama  Sancho: 
«¡Para  el  puto  que  no  se  casare  en  abriendo  el  gaznatico  al  señor 
Pandahilado!  Pues  ¡monta  que  es  mala  la  Reina!  Así  se  me  vuelvan 
las  pulgas  de  la  cama.»  -5.*^  En  la  parte  II,  cap.  XXI,  cuando  Sancho 


(*)     Son,  á  lo  aldeano,  por  sinc. 


—  437  - 

Panza,  en  las  bodas  de  Camacho,  ve  á  la  novia  ricamente  vetidas, 
dice:  «¡Pardiez  que  según  diviso,  que  las  patenas  que  había  de 
traer  son  ricos  corales,  y  la  palmilla  verde  de  Cuenca  es  terciopelo 
de  treinta  pelos,  y  ¡montas  que  la  guarnición  es  de  tiras  de  lienzo 
blanco...!  ¡Voto  á  mí,  que  es  de  raso!»— 6.*'  En  el  entremés  del 
Juez  de  los  divorcios  dice  D.'^  Quiomar:  «¿Qué  hay  que  alegar 
contra  lo  que  tengo  dicho?  Que  no  me  dais  de  comer  á  mí,  ni  á 
vuestra  criada,  y  ¡monta  que  son  muchas,  sino  una,  y  aun  ésa,  siete- 
mesina, que  no  come  por  un  grillo.— 7.°  Y,  en  fin,  en  el  entremés  de 
El  Vizcaíno  fingido,  cuando  Quiñones,  que  ha  bebido  sólo  dos 
veces,  se  hace  el  borracho,  dice  Brígida:  «Ay,  pecadora  de  mí!  ¡Y 
como  que  se  le  turban  los  ojos  y  se  trastraba  la  lengua!  ¡Jesús,  que 
ya  va  dando  traspiés!  Pues  ¡monta  que  ha  bebido  mucho!  La  mayor 
lástima  es  ésta  que  he  visto  en  mi  vida...»  Ahora  sí  es  fácil  fijarlos 
significados  análogos  que  tiene  esta  empecatada  interjección.  En 
estos  ejemplos,  sin  exceptuar  ninguno,  el  ¡montas...  está  empleado 
en  significación  á&  ¡Á  fe...;  ¡Vaya...;  ¡Cuidado...;  ¡Di^o...;  pero 
es  de  advertir  que  en  seis  de  los  siete  úsase  en  frases  exclamativas 
con  que,  por  ironía,  se  encarece  lo  contrario  de  lo  que  suena  la  letra, 
y  tan  sólo  en  el  tercero  se  entiende  á  lo  llano.  En  Andalucía,  donde 
se  habla  más  con  el  gesto  que  con  las  palabras,  y,  por  tanto,  más 
para  los  ojos  que  para  los  oídos,  es  obligado  complemento  de  las 
expresiones  irónicas  un  guiño  ó  un  gracioso  mohín  de  los  labios.  A 
veces  las  antecede  ó  las  subsigue  truhanescamente  un  chasquido  de 
lengua,  ó,  como  en  la  tierra  de  Jaén,  un  leve  ronquido,  cosa  de  que 
hacen  donaire  y  burla  los  andaluces  de  las  otras  provincias. 

Rosell  no  entendió  el  significado  de  la  interjección  que  es  obje- 
to de  esta  nota:  pruébalo  el  haber  encerrado  la  frase  entre  signos 
interrogativos,  por  haberla  visto  terminada  con  uno  de  ellos  (á  falta 
de  los  admirativos)  en  las  más  antiguas  ediciones. 

182  «...que  el  trabajo  y  afán  con  que  yo  los  había  ganado 
ruego  yo  á  los  cielos  que  vaya  en  descuento  de  mis  pecados...» 

Lo  propio  viene  á  decir  Trampagos  de  su  difunta  Pericona,  he- 
cha á  prueba  de  sermones  cuaresmales,  en  el  entremés  de  El  Ru- 
fián viudo: 

¡Cuántas  veces  me  dijo  la  pobreta, 
Saliendo  de  los  trances  rigurosos 
De  gritos,  y  plegarias,  y  de  ruegos, 
Sudando  y  trasudando:  n-Plega  al  Cielo, 
Trampagos  mío,  que  en  descuento  vaya 
De  mis  pecados  lo  que  aquí  yo  paso 
Por  ti,  dulce  bien  mió.» 


—  438  — 

183  «...detrás  de  la  Huerta  del  Rey...» 

Está  á  la  salida  de  la  ciudad,  junto  á  los  Caños  de  Carmona,  y 
fué  llamada  Huerta  del  Rey  por  haberla  donado  D.  Alonso  el  Sabio 
á  Aben  Maphot,  rey  moro  de  Niebla,  cuando  éste,  después  de  un 
cerco  de  diez  meses,  se  le  rindió  entregándole  aquella  plaza.  Hasta 
entonces  la  dicha  huerta  habíase  llamado  de  Ben  Joar,  por  su  pro- 
ximidad á  la  puerta  de  Carmona,  conocida  por  aquel  nombre,  si  ya 
no  es  que  la  puerta  lo  tomase  de  aquella  hermosa  finca.  Vuelta  su 
posesión  á  la  Corona  por  muerte  del  Rey  de  Niebla,  á  nuestros  re- 
yes siguió  perteneciendo,  quienes  tal  cual  vez  la  dieron  á  algunos  de 
sus  vasallos,  como  á  D.  Ruy  López  Dávalos  y  D.  Alvaro  de  Luna, 
siéndoles  confiscada  después.  D.  Juan  II,  á  19  de  julio  de  1454  (el 
día  antes  de  su  muerte),  hizo  merced  de  la  mencionada  Huerta  á  Juan 
de  Monsalve,  sevillano,  su  hijo  bastardo,  quien  en  1493  la  vendió  á 
D.**  Catalina  de  Ribera,  empezando  entonces  á  ser  propiedad  de  los 
marqueses  de  Tarifa,  luego  duques  de  Alcalá.  (Ortiz  de  Zúñiga, 
Anales  de  Sevilla,  i.  I,  págs.  222  y  402,  y  II,  449-450).  Andrea  Na- 
vagiero,  refiriéndose  al  año  de  1526,  en  que  estuvo  en  Sevilla,  cele- 
braba mucho  la  Huerta  del  Rey,  «que  tiene  un  hermoso  palacio  con 
un  gran  estanque,  y  tantos  naranjos,  que  de  su  fruto  saca  grandísi- 
ma renta»  (Viajes por  España  de  Jorge  de  Einghen....  traduci- 
dos, anotados  y  con  una  introducción  por  D.  Antonio  A/."  Fabié; 
tomo  I  de  la  colección  de  Libros  de  Antaño,  pág.  271).  La  mitad 
del  agua  de  los  Caños  de  Carmona  pertenecía  á  esta  Huerta,  y  «en 
la  parte  principal  del  estanque— según  los  documentos  que,  ya  bien 
entrado  el  siglo  XVII,  allegó  Ortíz  de  Zúñiga  para  sus  Anales  (Bi- 
blioteca Capitular  Y  Colombina,  Ms.  122  de  Varios  en  folio),— \ñ- 
bró  el  marqués  de  Tarifa  un  cenador  alto  y  bajo,  donde  concurrían 
los  caballeros  y  las  señoras  de  la  ciudad  á  festejar  al  marqués,  y 
después  á  los  duques,  y,  por  no  haberlo  repasado,  está  casi  arrui- 
nado.» D.  Adolfo  de  Castro,  tan  ¡luso  como  cuantos  por  lo  que  hoy 
se  admira  á  Cervantes  miden  el  predicamento  en  que  hubieran  de 
tenerle  los  escritores  de  su  época,  transcribe  en  nota  al  Entremés 
(/e/05  iW/ronc5  este  último  apunte,  y  añade  con  candor  de  niño: 
«Evidentemente  este  sitio  ameno  fué  más  de  una  vez  visitado  por 
Fernando  de  Herrera,  tan  amigo  de  los  marqueses  de  Tarifa,  y  por 
Miguel  de  Cervantes»  (Varias  obras  inéditas  de  Cervantes,  pá- 
gina 65,  nota). 

184  «...y  con  la  pretina,  sin  excusar  ni  recoger  los  hierros...» 
Era  ésta  una  manera  cruel  de  azotar.  También  con  una  pretina 

vapulaba  Juan  Haldudo  el  Rico  al  pobre  muchacho  Andrés  (Don 


—  439  — 

Quijote,  parte  I,  cap.  IV);  pero  no  se  dice  sí  con  las  hebillas  ó  sólo 
con  la  correa.  Con  ellas  amenazaba  Lope  en  La  ¡lustre  fregona  á 
la  Arguello  y  la  Gallega,  cuando,  con  harto  menos  frío  que  lujuria, 
llamaban  á  media  noche  á  la  puerta  de  su  aposento:  «Idos  de  ahí 
luego;  si  no,  por  vida  de...,  hago  juramento  que  si  me  levanto,  que 
con  los  hierros  de  mi  pretina  os  tengo  de  poner  las  posaderas  como 
unas  amapolas.»  Más  suaves  azotes  eran  los  que  se  daban  con  los 
cabos  de  las  agujetas:  así  dice  el  maestro  Juan  de  Ávila  (Epistola- 
rio Espiritual,  apud  Biblioteca  de  Rivadeneyra,  t.  XIII,  pág.  383): 
«Azotónos  nuestro  piadoso  Padre  con  los  cabos  de  las  agujetas 
donde  estábamos  muy  vivos,  para  que,  experimentando  un  poco  de 
su  rigor,  huigamos  de  experimentar  su  castigo,  que  nunca  tiene  fin.» 

185  «...cien  mil  me  hizo,  y  diera  él  un  dedo  de  la  mano...» 

Es  ponderación  vulgar,  que  se  dice  hoy  como  en  el  tiempo  de 
Cervantes.  Una  copla  de  las  que  llaman  soleares  en  Andalucía  (Ro- 
dríguez Marín,  Cantos  populares  españoles,  n.°  6.306): 

Por  ber  á  mi  madre  diera 
Un  deiyo  de  la  mano: 
Er  que  más  farta  me  hisiera. 

Y  un  lindísimo  trovo  de  la  misma  colección  (n.*'  4.398): 

De  cinco  dedos  que  tengo 
Diera  uno,  y  quedan  cuatro, 
Por  no  haberte  conocido 
Ni  haberte  querido  tanto. 

De  los  cuatro  que  me  quedan 
Diera  uno,  y  quedan  tres. 
Por  no  haberte  conocido 
Ni  haberte  querido  bien. 

De  los  tres  que  me  quedaban 
Diera  uno,  y  quedan  dos. 
Por  no  haberte  conocido 
Ni  haberte  tenido  amor. 

De  los  dos  que  me  quedaban 
Diera  uno,  y  queda  otro. 
Por  no  haberte  conocido 
Ni  haberte  visto  ese  rostro. 

¡Ay,  el  uno  que  me  queda 
Lo  diera  de  buena  gana, 
Por  no  haberte  conocido, 
Lucero  de  la  maSana! 

186  «...porque  me  fuera  con  él  á  su  posada...» 

Posada,  en  su  antigua  y  genérica  acepción  de  casa  en  donde  se 


_  440  — 

posa  ó  se  vive:  morada.  Por  no  entender  cosa  tan  sencilla,  Rose- 
Ily,  al  leer  que  Cristóbal  Colón  había  muerto  en  su  posada  de  Va- 
lladolid,  imaginó  que  su  desventura  le  había  llevado  á  acabar  sus 
días  en  un  mesón,  entre  echacuervos  y  trajinantes.  Y  aún  el  señor 
Menéndez  y  Pelayo,  que  patentizó  ese  tremendo  disparate  de 
Roselly,  debió  darle  las  gradas  por  el  favor  que  nos  hacía,  pues 
con  el  mismo  derecho  y  las  mismísimas  entendederas  pudo  creer 
que  Colón  murió  en  su  posada,  es  decir,  s\ex\áo  posadero  ó  meso- 
nero en  Valladolid. 

187  «...antes  que  de  aquí  nos  vamos...» 

Vamos,  en  otros  tiempos,  no  sólo  fué  primera  persona  de  plural 
del  presente  de  indicativo  de  ir,  sino  también  igual  persona  del 
mismo  número  del  presente  de  subjuntivo,  que  ahora  decimos  va- 
yamos, así  como  se  decía  vais,  por  vayáis;  is,  por  vais,  irnos,  por 
vamos,  ios  por  idos  (imperativo),  y  vá  por  vé. 

188  «¿Las  manos  había  él  de  ser  osado  ponerlas...» 

Falta  la  preposición  a  ó  de:  ser  osado  ú  ponerlas,  ó  ser  osado 
de  ponerlas.  Si  dijese  había  él  de  osar  no  se  echaría  menos  pre- 
posición ninguna,  por  más  que  no  falta  quien  construya  este  verbo 
con  á,  como  si  fuera  ser  osado. 

189  «...y  hará  tretas  en  ti  como  en  cuerpo  muerto.» 

Se  refiere  á  las  tretas  que  con  las  espadas  negras  hacían  los 
diestros  ó*esgrimidores  sobre  maniquíes  que  para  este  efecto  pre- 
paraban. Quevedo,  en  aquella  acerada  sátira  que  en  la  Vida  del 
Buscón  (libro  I,  capítulo  VIII)  dirigió  contra  D.  Luís  Pacheco  de 
Narváez,  hizo  que  éste  y  D.  Pablos,  á  falta  de  espadas  y  asadores, 
tomasen  dos  cucharones.  Y  añade  el  Buscón:  «No  se  ha  visto  cosa 
tan  digna  de  risa  en  el  mundo.  Daba  un  salto  y  decía:  «Con  este 
«compás  alcanzo  más  y  gano  los  grados  del  perfil;  ahora  me  apro- 
»vecho  del  movimiento  remiso  para  matar  el  natural;  ésta  había  de 
»ser  cuchillada,  y  éste,  tajo.»  No  llegaba  á  mí  desde  una  legua,  y, 
andaba  al  derredor  con  el  cucharón;  y,  como  yo  no  estaba  quedo, 
parecían  tretas  contra  olla  que  se  sale  estando  al  fuego.» 

190  «...todavía,  si  el  hombre  se  arremanga...» 

Como  los  jácaros  teníanse  por  muy  hombres,  solían  hablar  de 
sí  mismos  en  tercera  persona,  llamándose  el  hombre.  Rodríguez 
Marín,  en  su  estudio  sobre  El  Loaysa  de  «£l  Celoso  extremeño^), 


—  441  — 

págs.  135-154,  hilvanó  un  parrafete  alo  jácaro,  con  mucho  del  hom- 
bre y  de  la  hombrada.  Lo  copié  en  la  pág.  93  del  presente  libro. 

191  «Fué  contenta  la  Juliana  de  obedecer...» 

Ser  contento  de,  por  contentarse  de  ó  conformarse  con.  Cer- 
vantes usaba  esta  locución  con  frecuencia:  «...vo  soy  contento  de 
esperar  á  que  ría  el  alba...»  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XX).  «Ko 
soy  contento  de  hacer  lo  que  dices...»  (Ibid.,cSi^.XL\X).  «Soy 
más  que  contento  desa  condición...»  (Ibid.,  parte  II,  cap.  XIV). 
«Dijo  al  capitán  que  era  contento  de  irse  con  él  á  Italia»  (Ei  Licen- 
ciado Vidriera).  «Soy  contento,  respondió  el  español...»  (Persi- 
les  y  Sigismundo,  libro  I,  cap.  VI).  No  ha  faltado  quien  tenga  por 
galicismos  tales  expresiones.  Error:  es  que  el  idioma  francés  y  el 
castellano,  como  hermanos  que  son,  se  parecen  en  muchos  rasgos. 
Juan  de  Valdés,  que  era  casticísimo  escritor,  empleaba  ese  giro  muy 
á  menudo:  «Soy  contento,  y  dígoos  que  en  esto  no  tengo  regla  nin- 
guna que  daros...»  (Diálogo  de  la  Lengua). ~«Uaz\o,  por  mi  amor, 
si  por  dicha  viniere.— Soy  contento.»  (Diálogo  de  Mercurio  y 
Carón). 

192  «...los  viejos  bebieron  sine  fine...» 

La  expresión  sine  fine  no  se  cuenta  entre  las  muchas  latinas  que 
se  han  hecho  de  uso  vulgar,  como  sine  qua  non,  ab  ovo,  ad  majo- 
rem  gloriam  Dei,  etc.  Tampoco  venía  al  caso  en  este  lugar  para 
disimular  alguna  aspereza  de  lenguaje.  ¿Por  qué,  pues,  la  usó  Cer- 
vantes? Probablemente,  recordando  algún  texto  de  los  que  en  sus 
mocedades  había  leído  y  traducido,  así  en  Sevilla,  en  el  Colegio  de 
la  Compañía  de  Jesús,  como  en  Madrid,  al  lado  de  su  maestro  López 
de  Hoyos,  Y  aun  no  es  difícil  columbrar  de  qué  texto  sea  reminis- 
cencia el  sine  fine  que  ha  dado  pie  para  esta  nota:  de  aquel  epigrama 
de  Marcial  (LXXIX  del  libro  V)  alusivo  á  las  bailarinas  gaditanas: 

Nec  de  Gadibus  tmprobis  puellce 
Vibrabunt  sine  fine  prurientes 
Lascivos  docili  tremare  tumbos... 

En  otra  de  sus  obras,  en  el  entremés  de  El  Rufián  viudo,  en  cu- 
yo final  se  celebra  la  reaparición  del  baile  de  Escarramán  (nuevo 
Escarramán,  que  le  llamaron,  como  para  que,  en  nuestros  días, 
no  le  confundiese  con  el  viejo  algún  crítico),  dice  la  Mostrenca, 
ponderando  la  grande  celebridad  que  tenía  tal  baile: 

Han  pasado  á  las  Indias  tus  palmeos; 
En  Roma  se  han  sentido  tus  desgracias, 
Y  hante  dado  botines  sine  numero. 

»9 


—  442  - 

193  «...los  mozos,  adunia...» 

Muy  debatida  ha  sido  y  es  todavía  la  filiación  del  adverbio  adu- 
nia, aunque  no  así  su  significado  de  harto,  en  abundancia,  en  el 
cual  todos  están  conformes.  Según  el  Diccionario  de  autoridades, 
tal  voz  es  arábiga  y  se  halla  «repetida  en  la  Missa  que  pone  tradu- 
cida en  arábigo  el  P.  Alcalá.»  Para  otros,  D.  Juan  Antonio  Pellicer 
entre  ellos,  es  latina  y  se  dijo  de  ad  omnia.  Casiri  y  Eguílaz  abo- 
nan por  lo  primero;  mas  actualmente  la  Academia,  separándose  en 
esto  del  más  antiguo  de  sus  diccionarios,  le  atribuye  la  filiación 
que  Pellicer.  Cervantes  usó  este  adverbio,  á  lo  menos,  otras  dos 
veces:  en  el  cap.  L  de  la  segunda  parte  del  Quijote  y  en  el  entre- 
més de  El  Rufián  viudo. 

194  «...las  señoras,  los  quiries.» 

Á  fe  que  me  ha  caído  que  hacer  en  esta  nota  mucho  más  que  á 
D.  Agustín  García  de  Arrieta,  porque  él,  con  decir  que  beber  los 
quiries  significa  «hasta  más  no  poder,  hasta  morir»,  salió  del  mal 
paso.  Mr.  Norman  MacCoII,  como  al  llegar  en  su  traducción  ingle- 
sa de  las  Novelas  ejemplares  á  esto  de  beber  los  quiries,  enten- 
diese, no  sin  el  eficaz  auxilio  del  Sr.  Fitzmaurice-Kelly,  que,  por- 
que en  la  misa  se  dice  tres  veces  el  Kirieleisón,  Cervantes  había 
querido  indicar  que  las  mozas  bebieron  tres  veces,  triplicadamente, 
tradujo  la  expresión  con  arreglo  á  este  pensamiento  («...Me  ladies 
drank  their  three  times  three...»),  á  lo  cual  el  Sr.  Bonilla  y  San 
Martín,  en  su  libro  intitulado  Anales  de  la  Literatura  Española 
(Madrid,  1904),  pág.  247,  reparó:  «No  se  necesita  una  interpreta- 
ción tan  sutil.  El  texto  alude  sin  duda  alguna  al  A'yrieleison,  pero 
en  el  sentido  de  «canto  de  los  entierros  (!!!)  y  oficio  de  difuntos». 
Las  damas,  pues,  hiciéronle  al  vino  el  oficio  de  difuntos,  es  decir, 
apuraron  lo  que  quedaba  después  de  que  los  viejos  y  los  mozos  hu- 
bieron bebido.  Ellas  fueron,  en  suma,  las  que  dijeron  la  última  pa- 
labra, viendo  las  heces  del  cuero.»  Ahora,  como  anch'io  son  pitto- 
re,  también  á  mí  se  me  ocurre  dar  mis  pinceladitas  sobre  eso  de 
beber  los  quiries.  Y  así,  digo: 

1 ."  Que  en  el  Diccionario  de  autoridades  se  consigna,  artícu- 
lo Kiries,  qne,  «por  alusión,  significa  la  repetición,  continuación  ó 
abundancia  de  alguna  cosa»,  citándose  como  único  ejemplo  este 
mismísimo  pasaje  del  Rinconete,  que  tan  á  mal  traer  nos  trae  á 
Mr.  MacCoU,  al  Sr.  Bonilla  y  á  mí. 

2.°  Que  esos  quiries  están  á  mano  en  porción  de  libros  de  bue- 
nos autores,  y  con  ellos  se  demuestra  que  así  como  Cervantes  dijo 


—  443  — 

beber  los  quiries,  se  decía  llorar  los  quiries,  dormir  los  quiries  y 
jugar  los  quiries. 

3.^  Que  llorar  los  quiries  está  dicho  por  Quevedo,  nada  me- 
nos que  en  su  Cuento  de  Cuentos,  cartilla  en  donde  debemos  apren- 
der á  deletrear  y  silabear  los  que  aspiramos  á  entender  y  declarar 
á  nuestros  escritores  de  los  siglos  XVI  y  XVII.  Dice  Quevedo: 
«Y  aunque  calló  entonces,  después  lloraba  los  quiries,  y  propuso 
de  hablarle  papo  á  papo  porque  otra  vez  no  se  le  subiese  á  las  bar- 
bas.» Y  todavía  era  ponderación  usual  este  modismo  en  la  segunda 
mitad  del  siglo  XVII,  como  se  echa  de  ver  por  unos  versos  de  don 
Fernando  de  la  Torre  Farfán,  insertos  en  el  libro  intitulado  (tome 
resuello  el  lector)  Templo  panegírico,  al  certamen  poético  que 
celebró  la  Hermandad  insigne  del  S."">  Sacramento,  estrenando 
la  grande  fábrica  del  Sagrario  nuevo  de  la  Metrópoli  Sevillana, 
con  las  fiestas  en  obseqvio  del  Breve  concedido  por  la  Santidad 
de  N.  Padre  Alejandro  VII  al  primer  instante  de  Alaria  Santissi- 
ma  nvestra  Señora  concebida  sin  pecado  original,  qve  ofrece 
por  Bernabé  Escalante D.  Fernando  déla  Torre Farfan  (Se- 
villa, Juan  Gómez  de  Blas,  1663),  f.°  57: 

Compitiendo  con  los  Cielos 
Cuando  las  luces  se  alcuzan, 
Los  diablos  en  los  infiernos 
Hazen  las  llamas  lechuzas. 

Que  San  Miguel  es  más  bueno, 
Aun  el  Malo  no  lo  duda, 
Que  para  llorar  los  kyries 
Le  estorban  las  alleluyas. 

4.°  Que  dormir  los  quiries  está  dicho  por  Cosme,  el  criado  de 
aquel  Alejandro  que  figura  en  la  comedia  de  Rojas  Zorrilla  intitula- 
da El  más  impropio  verdugo  por  la  más  justa  venganza.  En  efec- 
to, en  la  jornada  I,  después  que  Alejandro,  con  palabras  nada  amo- 
rosas, ha  logrado  ahuyentar  de  junto  á  su  casa,  porque  hacían  rui- 
do, á  un  herrador,  á  un  maestro  de  escuela  y  á  un  pregonero,  para 
que  le  dejen  dormir,  dice  Cosme: 

Dormir  los  kiries  espero, 
Pues  te  aclamo  vencedor 
De  una  escuela,  un  herrador 
Y  de  todo  un  pregonero. 

5."  Que  jugar  los  quiries  era  dicho  ordinario  de  los  tahúres  á 
principios  del  siglo  XVII,  así  como  jugar  el  sol  antes  que  nazca,  y 
jugar  el  sol  en  la  pared.  Dícelo  Luque  Fajardo  al  f ."  302  de  su  libro 
Fiel  desengaño  contra  la  ociosidad  r  los  juegos...  (Madrid,  1605). 


-  444  — 

6.**  Que  aunque  el  buen  beneficiado  hispalense  no  advirtiera 
que,  según  común  opinión,  se  había  dicho  jugar  los  quines  «por 
la  mucha  cantidad  que  ordinariamente  se  juega,  como  los  kyries  son 
muchos,  y  lo  parecen  más  quando  se  cantan  en  una  Missa  solene...», 
los  pasajes  de  Cervantes,  Quevedo  y  Rojas  Zorrilla  bastarían  para 
patentizar  que  beber,  llorar,  dormir  y  fugar  ¡os  quiries  siíjnifica 
beber,  llorar,  dormir  y  jugar  mucho,  harto,  6  en  demasía  (*). 

.  7."    Y,  en  fin,  que  Cervantes  buscó  y  halló  tres  maneras  de  decir 
una  misma  cosa,  echando  mano  á  sine  fine,  adunia  y  los  quiries. 

Ya  para  ir  á  la  imprenta  estos  renglones,  mi  diligente  y  afectuo- 
so amigo  D.  Agustín  G.  de  Amezúa  mándame,  trasladándolas  para 
ello  del  Diccionario  de  la  lengua  castellana  del  Dr.  Francisco  del 
Rosal,  médico  cordobés  (Biblioteca  de  la  Academia  de  la  Histo- 
ria, Ms.  A,  26,  27),  unas  curiosas  notas  acerca  áe  beber  los  quiries. 
Rosal,  que,  siendo  muchacho,  se  había  graduado  de  bachiller  en 
artes  en  la  universidad  de  Osuna,  á  14  de  junio  de  1553,  tenía  com- 
puesta su  obra  en  1601.  He  aquí  muy  en  extracto  las  mencionadas 
notas:  Declarando  en  el  Alfabeto  tercero  el  refrán  «Á  buen  comer 
ó  mal  comer,  tres  veces  beber».  Rosal  recuerda,  con  una  cita  de 
Planto,  que  «los  antiguos  aconsejaban  beber  cinco,  beber  tres,  no 
beber  cuatro  veces»,  porque  «tuvieron  el  número  nones  ó  desigual 
por  sagrado  y  bendito...»  Y  se  remite  al  Alfabeto  último,  «en  el 
número  tres,  donde  se  dicen  muchas  cosas  á  este  propósito  y  se 
declara  el  adagio  Beber  los  kiries. ..i>  Y,  cual  lo  prometió,  en  es- 
totro Alfabeto,  después  de  sacar  á  plaza  las  clásicas  reglas  del  be- 
ber, el  Tribus  aut  novem  de  Horacio  (por  las  Gracias  y  por  las 
Musas),  el  ter  bibe,  vel  toíies  temos...  de  Ovidio,  etc.,  añade:  «Y 
como  el  mayor  número  que  se  bebía  era  nueve...,  reduplicado  por 
tres  ternos,  como  lo  manda  Ovidio,  de  ai  el  castellano  al  gran  bebe- 
dor dice  que  bebe  los  kiries,  que  es  decir  que  bebe  nueve  veces, 
por  ternos,  como  los  kiries  van  ordenados.»  Véase,  en  resolución, 
como  el  traductor  inglés  de  las  Novelas  ejemplares  no  iba  tan  fue- 
ra de  camino  como  alguien  pudo  imaginar. 


(*)  Luque  Fajardo  da  cuenta,  además,  de  otra  opinióo  que  corría  en  su  tiempo  acerca 
del  origen  de  la  ínsc  jugar  ¡os  quiries:  «Otros  dizen  que  cierto  sacristán  auia  dado  en  jugar, 
en  cuyo  exercicio  gastaua  lo  más  del  tiempo:  de  donde  perdió  mucha  reputación,  en  compañia 
del  dinero.  Dícese  dél  que,  por  mas  abreviar,  ordinariamente  encargaba  al  organista  que  ta- 
ñesse  los  kyries;  enfadado  el  tañedor  de  que  se  lo  hubiese  dicho  tantas  vezes,  le  respondió: 
«No  puedo  creer,  hermano,  sino  que  ka  jugado  los  kyries,  pues  assi  rehusa  cantarlos.»  Res- 
pondió el  sacristán:  «Y  aun  plega  á  Dios  no  pierda  tras  ellos  la  gloria»  (f.»  302  vto). 

A  la  cuenta,  así,  ó  de  manera  parecida,  ha  entendido  la  frase  el  amenísimo  escritor  perua- 
no D.  Ricardo  Palma,  quien  dice  en  Los  pasquities  del  bachiller  Pajalarga  (Trndiciones  pe- 
ruanas, t.  II,  pág.  230):  «...Moraba  en  Trujillo  un  cleriguillo  ó  misacantano,  hijo  de  Andalu- 
cía, gran  farraguista,  de  índole  traviesa,  listo  para  cualquier  gatada,  jugador  hasta  perder  los 
kirits  de  la  letanía.. .> 


-  445  - 

1&5  «...que  ellos  se  lo  tenían  bien  en  cuidado...» 
Comentando  Clemencín  la  expresión  adonde  yo  me  sé  (Don 
Quijote,  parte  I,  cap.  XLVI),  escribió:  «Es  propiedad  de  nuestro 
idioma,  especialmente  en  el  estilo  familiar  (en  que  es  rico  sobre 
toda  ponderación),  reforzar  el  significado  de  los  verbos  con  los 
pronombres  personales.  Esta  adición  como  que  reconcentra  la  ac- 
ción de  los  verbos,  y  la  ciñe  con  más  fuerza  al  que  habla  ó  al  de 
quien  se  habla.  Pudiera  haberse  contentando  el  Barbero  con  decir 
adonde  yo  sé,  y  nada  se  hubiera  echado  menos.  La  añadidura  del 
pronombre  indica  que  la  acción  del  verbo  es  íntima  y  exclusiva, 
como  si  dijera  adonde  yo  sé  y  no  sabe  otro.y>  Esto  es  enteramente 
aplicable  á  la  locución  objeto  de  estos  renglones,  la  cual,  sea  dicho 
de  pasada,  es  frecuente  en  la  pluma  de  Cervantes:  <i-En  cuidado  me 
lo  tengoy>,  dice  D.  Quijote  al  que  le  ruega  que  no  deje  de  hallarse 
al  entierro  de  Grisóstomo  (El  Ingenioso  Hidalgo,  parte  1,  cap.  XII). 
<f.Yo  me  tengo  en  cuidado  el  apartarme»,  dice  Sancho  cuando  su 
amo  va  á  dar  cima  á  la  peligrosa  aventura  del  yelmo  de  Mambrino 
(Ibid.,  cap.  XXI). 

196  «...por  toda  la  ciudad  abispando  en  qué  casas...» 

Dudo  que  este  abis'par  (dicho  por  atalayar  6  mirar  disimula- 
damente) sea  el  mismo  avispar  que  significa  avivar,  y,  como  recí- 
proco, inquietarse  ó  desasosegarse.  Como  voz  de  la  jácara  nunca 
la  vi  escrita  con  v,  ni  abispón  tampoco.  En  el  Vocabulario  de  ger- 
manía  de  Cristóbal  de  Chaves,  falta  abispar;  pero  está  abispedar^ 
que  significa  lo  propio. 

197  «...y  en  seguir  los  que  sacaban  dinero  de  la  Contrata- 
ción...» 

Á  virtud  de  real  cédula  de  5  de  junio  de  1503,  la  Casa  de  la  Con- 
tratación de  Indias  fué  edificada  en  parte  del  terreno  que  ocupaba  el 
Alcázar  Viejo,  junto  á  lo  que  hoy  se  llama  Plaza  de  la  Contratación. 
Decía  en  1586  Alonso  de  Morgado  (Historia  de  Sevilla,  pág.  169 
de  la  reimpresión):  «Si  toda  la  suma  riqueza  que  ha  entrado  en  ella 
[en  la  tal  Casa]  después  que  ellas  [las  Indias]  fueron  descubiertas 
se  aplicara  para  el  empedrado  de  las  calles  de  Sevilla,  se  vieran 
empedradas  de  ladrillos  de  plata  y  oro,  perlas  y  pedrería,  como  lo 
están  de  ladrillos  de  barro.» 

198  ^  «...ó  Casa  de  la  Moneda...» 

La  Casa  de  la  Moneda,  en  lo  antiguo,  estuvo  en  donde  hoy  cae 
la  puerta  principal  de  la  Casa  Lonja;  pero,  comenzado  á  levantar 


-  446  - 

este  edificio  en  1583,  en  el  terreno  que  ocupaban  aquélla,  el  Hos- 
pital de  las  Tablas  y  la  Herrería  del  Rey,  dos  años  más  tarde  se 
empezó  á  fabricar  la  nueva  Casa  de  la  Moneda  en  las  Atarazanas, 
donde  había  un  corral  de  comedias  (Matute,  Noticias  relativas  á 
la  historia  de  Sevilla,  que  no  constan  en  sus  anales,  Sevilla, 
1896,  pág.  77). 

199  ...los  guzpátaros,  que  son  agujeros...» 

Guzpátaro  es  voz  de  germanía,  y  como  tal  la  incluyó  Cristóbal 
de  Chaves  en  su  Vocabulario.  Á  los  que  hacían  los  guzpátaros 
(frecuentes,  sobre  todo,  en  las  cárceles,  para  huirse  los  presos) 
llamaban  consiguientemente  s;u/.paiareros. 

200  «...dijo  que  era  la  gente  de  más  ó  de  tanto  provecho...,  y 
que  de  todo  aquello....,  y  que,  con  todo  esto,  eran  hombres  de  mu- 
cha verdad...;  y  hay  dellos  tan  comedidos,  especialmente  estos  dos 
que  de  aquí  se  van  agora...» 

Como  se  ve,  estaba  hablando  el  autor,  relatando,  y  de  pronto, 
sin  preparación  alguna,  habla  en  su  lugar  Monipodio.  En  el  Quijote 
hay  ejemplos  de  esto  (parte  I,  cap.  XX):  «...á  lo  que  Sancho  dijo  que 
sí  hiciera  [contar  un  cuento],  si  le  dejara  el  temor  de  lo  que  oía  [el 
ruido  de  los  batanes];  pero,  con  todo  eso,  yo  me  esforzaré...^  Y 
en  La  Ilustre  fregona:  «...tomó  el  dinero  y  consoló  á  Tomás  di- 
ciéndole  que  él  tenía  personas  en  Toledo  de  tal  calidad,  que  valían 
mucho  con  la  justicia...  y  que  una  lavandera  del  monasterio  de  la 
tal  monja  tenía  una  hija...;  la  cual  lavandera  lavaba  la  ropa  en 
casa,  y  como  ésta  pida  á  su  hija,  que  sí  pedirá,  hable  á  la  hermana 
del  fraile,  que  hable  á  su  hermano,  que  hable  al  confesor,  y  el  confe- 
sor á  la  monja...»  Alguna  vez,  por  el  contrario,  va  hablando  un  per- 
sonaje de  la  obra,  y  de  repente  quítale  el  autor  la  palabra  y  habla 
por  él,  en  tercera  persona,  verbigracia,  en  El  ingenioso  Hidalgo, 
parte  I,  cap.  XLIX:  «Sí  doy,  respondió  D.  Quijote,  que  todo  lo  es- 
taba escuchando;  cuanto  más  que  el  que  está  encantado,  como  yo, 
no  tiene  libertad  para  hacer  de  su  persona  lo  que  quisiere....;  y  si 
hubiere  huido,  le  hará  volver  en  volandas;  y  que  pues  esto  era  así, 
bien  podían  soltarle..,-»  Estas  repentinas  mudanzas  de  persona, 
son,  á  juicio  de  Clemencín,  «modo  elegante,  que,  sin  perjudicar  á  la 
claridad,  varía  la  contextura  de  los  diálogos,  y  los  hace  más  rápidos 
y  animados.»  Con  eso  y  con  todo,  hoy  tales  cambios  pasarían  por 
incorrecciones  necesitadas  de  enmienda. 


-^447  - 

ÍÓ1     «...á  ese  marinero  de  Tarpeya...» 

Marinero  de  Tarpeya,  corrompido  así  el  primer  verso  del  anti- 
guo romance  que  empieza: 

Mira  Ñero,  de  Tarpeya, 
A  Roma  como  se  ardía; 
Gritos  dan  niños  y  viejos, 

Y  él  de  nada  se  dolia. 

Tan  popular  se  hizo  este  romance,  que  por  él  compartió  Nerón  con 
la  Bella  malmaridada  la  primacía  y  el  archimandritazgo  de  lo  ca- 
llejero, vulgar  y  ubicuo.  Los  que  cantaban  rompían  casi  siempre 
por  Mira,  Ñero,  que  muchos,  como  la  Cariharta,  más  atentos  al 
son  que  á  la  letra,  dirían  Marinero;  y  los  escritores,  no  pudiendo 
cantarlo  mientras  escribían,  traíanlo  á  colación  á  cada  triquete, 
como  si  fuesen  cojos  ó  ciegos,  y  fuese  el  tal  romance  su  muleta  ó 
bordoncillo.  El  Dr.  Juan  de  Salinas,  en  el  que  intituló  El  Tostado, 
alusivo  al  particular  percance  del  licenciado  Fuenmayor,  por  lo  cual 
empieza; 

En  Fuenmayor,  esa  villa, 
Grandes  alaridos  dan.,., 

dice,  hacia  el  comedio: 

Y  vos,  Ñero  de  Tarpeya^ 
Que  tal  estrago  miráis, 
¿Veis  arder  el  culiseo, 

Y  no  os  movéis  á  piedad? 

En  la  comedia  Valor,  agravio  y  mujer,  publicada  por  D.  Manuel 
Serrano  y  Sanz  en  su  hermosa  obra  Apuntes  para  una  Biblioteca 
de  escritores  españoles  (t.  I,  pág.  208),  cuando  Tomillo  echa  me- 
nos su  bolso,  dice,  hablando  con  Ribete: 

Tomillo.  ¡Ay,  bolso  del  alma  mía! 

Ribete.  Hazle  una  prosopopeya. 

Tomillo.       Mira  Ñero,  de  Tarpeya, 
Á  Roma  como  se  ardia. 

D.  Diego  Duque  de  Estrada,  en  su  curiosa  autobiografía,  intitulada 
Comentarios  del  Desengañado...  (t.  XII  del  Memorial  Histórico 
Español,  pág.  199),  describiendo  el  incendio  de  unas  naves,  dice: 
«...pero  con  todos  mis  males,  viendo  volar  el  bajel,  me  puse  ¿ 
cantar: 

Mira  Ñero,  de  Tarpeya, 
A  Roma  como  se  ardía, 


_  448  - 

que,  contado  después  al  general  y  al  principe  Filiberto,  fué  muy 
celebrado  y  reído.»  D.  Antonio  de  Mendoza,  en  un  romance  que 
copia  el  Sr.  Menéndez  y  Pelayo  (Obras  de  Lope  de  Vega,  edición 
de  la  Academia  Española,  t.  VI,  pág.  LX  de  las  Observaciones  pre- 
liminares): 

A)f;uno  á  quien  bellos  ojos 
Callado  favor  pidieron, 
Sin  dolerse  ni  empeñarse, 
Todo  lo  miraba  Ñero. 

Y,  en  fin,  por  no  hacer  aún  mucho  más  larga  esta  nota,  el  inimita- 
ble Baltasar  del  Alcázar,  en  las  donosísimas,  pero  harto  desenfa- 
dadas coplas  reales  que  hizo  sobre  el  mal  caso  y  peor  casorio  de 
D.  Francisco  Chacón  (Poesías  de...,  edición  de  los  Bibliófilos  An- 
daluces, Sevilla,  1878,  pág.  159): 

Mostribadesle  á  porfía 
La  casa  del  alegría, 
Ques  el  secreto  minero: 
Todo  lo  miraba  Ñero, 
Y  el  de  nada  se  dolía. 

202  «...á  ese  tigre  de  Ocaña.» 

En  lugar  de  Hircania.  De  idéntica  manera  lo  hizo  decir  Cer- 
vantes á  Preciosa  en  la  buenaventura  de  La  Gitanilla: 

Eres  paloma  sin  biel, 
Pero  á  veces  eres  brava 
Como  leona  de  Oran, 
Ó  como  tigre  de  Ocaña. 

203  «...á  ese  gesto  de  por  demás...» 

No  sé  á  punto  fijo  lo  que  quiere  decir  esta  expresión;  pero  incli- 
nóme á  creer  que  significa  gesto  enojado  y  despreciativo,  cara  de 
pocos  amigos,  como  suele  decirse.  Si  mal  no  recuerdo,  hay  un  su- 
jeto proverbial  llamado  Juan  Pordemás,  y  he  leído  su  nombre,  u 
oídolo,  más  de  una  vez.  De  esto  ya  nos  dirá  lo  que  hubiere  el  señor 
D.  Luís  Montoto,  en  un  muy  curioso  libro  que  prepara  y  que  ha  de 
intitular: 

Personajes,  personas 
Y  personillas 
Que  corren  por  las  tierras 
De  ambas  Castillas. 

204  «...asombrador  de  palomas  duendas.» 

Llámase  así  á  las  palomas  domésticas  ó  caseras,  y  está  dicho, 


-  449  - 

por  encarecimiento  de  su  inocencia  é  indefensión,  en  el  sentido 
figurado  de  persona  de  genio  apacible  y  quieto.  En  esta  misma 
acepción  lo  dijo  Pedro  Liñán  de  Riaza  (Rimas...,  Zaragoza,  1876, 
pág.  79),  en  un  romance  que  erróneamente  se  ha  venido  atribuyen- 
do á  Góngora: 

No  quiero  que  á  nuestras  vidas, 
Que  son  dos  palomas  duendas. 
Las  tienten  esos  pecados 
Que  la  voluntad  inñernan. 

Algunas  veces,  por  ironía,  se  llamaba  palomas  duendas  á  las  mu- 
jeres de  mala  vida:  «...nunca  faltan  á  estas  palomas  duendas  mila- 
nos que  las  persigan  ni  pájaros  que  las  despedacen:  ¡miserable 
trato  desta  mundana  y  simple  gente!»  (Persiles  y  Sigismundo,  li- 
bro IV,  cap.  VII). 

205  «¿Casada  yo,  malino?» 

La  palabra  maligno,  sin  que  dejara  ni  deje  de  significar,  como 
dice  el  léxico  de  la  Academia,  «propenso  á  pensar  ú  obrar  mal»,  se 
usaba  y  se  sigue  usando  en  Andalucía  (pronunciado  tal  cual  lo  pro- 
nunciaba la  Cariharta)  como  apostrofe  cariñoso  y  de  reprensión 
suave.  Así  lo  empleó  Cervantes  en  la  frase  del  texto  y  en  aquellos 
versos  que,  en  la  jornada  I  de  El  Rufián  dichoso,  dice  el  Inquisidor 
al  apicarado  Lugo: 

¿Armado  en  casa?  Por  suerte, 
¿Tienes  en  ella  enemigos? 
Sí  tendrás,  cual  son  testigos 
Los  ministros  de  la  muerte 

Que  penden  de  tu  pretina, 
Y  en  ellos  has  confirmado 
Que  el  mozo  descaminado, 
Como  tú,  hacia  atrás  camina. 

¡Bien  iré  á  la  Nueva  España 
Cargado  de  ti,  malino! 
¡Bien  á  hacer  este  camino 
Tu  ingenio  y  virtud  se  amaña! 

Si,  en  lugar  de  libros,  llevas 
Estas  joyas  que  veo  aqui, 
¡Por  cierto  que  das  de  ti 
Grandes  é  ingeniosas  pruebas! 

206  «...con  una  sotomía  de  muerte...» 

Sotomía,  palabra  corrupta,  por  notomía,  y  esta  voz  (de  a/ia/o- 
mía),  para  no  andar  con  las  vaguedades  y  la  perífrasis  con  que  la 
definió  Clemencín  (pág.  224  del  tomo  V  de  su  primera  edición  del 


-  450- 

(Quijote),  es,  como  dice  el  Diccionario  de  la  Academia,  esqueleh. 
Con  sólo  tener  esto  en  cuenta  se  entenderá  bien,  entre  mil  otros 
lugares  de  nuestros  escritores  del  buen  tiempo,  aquello  de  Queve- 
do  Á  una  mujer  flaca: 

No  os  espantéis,  sefiora  notomia... 

207    «...porque,  vive  el  Dador...» 

Entre  los  muchos  votos  y  juramentos  que  se  usaban  en  las  cen- 
turias décimasexta  y  siguiente,  éste  es  uno  de  los  que  menos  se 
tropiezan  en  los  libros  de  aquel  tiempo.  También  lo  emplea  Sancho 
(parte  I  del  Quijoie,  cap.  XXV):  «  Vive  el  Dador,  que  es  moza  de 
chapa...»  Quevedo  lo  recuerda  en  El  Parnaso  Español,  Musa  V, 
baile  I: 

«  Vive  el  Dador»  dicen  todos, 
Desde  que  el  mundo  nació; 
Mas  «el  prometedor  vive» 
No  lo  ba  dicho  humana  voz. 

La  expresión  completa  parece  ser  ¡Vive  el  Dador  de  los  cielos!  y 
así  la  usó  Cervantes  en  la  jornada  I  de  La  Entretenida: 

Quiñones.         ¡  Vive  el  Dador  de  los  cielos. 
Que  es  la  fregona  bonita: 
Ordena,  manda,  pon,  quita; 
Ta,  ta,  también  pide  celob! 

Muy  curioso  estudio  habría  de  ser  el  de  los  eufemismos  y  disimulos 
á  que  solían  acudir  las  gentes  de  antaño  para  no  profanar  el  nom- 
bre de  Dios,  dicho  así,  con  sus  mismas  letras,  en  los  juramentos  y 
porvidas,  y  para  no  incurrir  en  las  penas  correspondientes.  De  una 
listilla  que  tengo  á  medio  hacer,  entresacaré  hasta  una  docena  de 
fórmulas  de  las  más  en  uso  á  fines  del  siglo  XVI.  Por  no  decir /7or 
Dios  (sobrentendida  la  ^oz  juro),  decían:  pardiós,pardiez, pardie- 
go,pardiola,  pardiobre;  por  no  decir  voló  á  Dios,  acostumbraban 
decir  voto  no  á  Dios,  voto  á  nadie,  voto  á  briós,  voto  á  rus,  voto  á 
Diez,  voto  á  ños,  y,  con  esto  y  además  de  esto,  abundancia  de  otros 
perejiles,  como  por  Sandoval,  voto  á  San  Junco,  voto  á  sanes, 
pese  á  diez,  juro  á  mí,  voto  al  chápiro,  etc.,  etc. 

Dije  que  con  tales  eufemismos  proponíanse  no  caer  en  pena,  y 
porque  al  alcance  de  todos  está  el  conocimiento  de  lo  legislado  con- 
tra los  maldicientes  y  blasfemos,  traeré  á  cuento  algo  más  peregri- 
no. Entre  unos  papeles  viejos  procedentes  de  Santiponce  y  que  la 
casualidad  puso  en  mis  manos,  hay  un  proceso  tramitado  en  solas 
tres  hojas  y  no  más  de  cuatro  días  por  la  jurisdicción  que  ejercía  allí 


-  451  - 

el  priorato  de  S.  Isidro  del  Campo,  de  monjes  Jerónimos,  contra 
Juan  Or^ún,  francés,  «en  razón  de  las  palabras  que  dixo  contra 
nuestro  señor»,  según  reza  la  carpeta.  Helo  aquí  en  extracto: 

En  24  de  febrero  de  1572,  Francisco  Guillen,  sastre,  vecino  de 
Sevilla,  declaró  que,  estando  él  y  otros  jugando  á  los  naipes  en  el 
mesón  del  Campo,  un  hombre  que  estaba  allí,  llamado  Juan  Fran- 
cés, al  hablar  de  cierta  rencilla  que  tenía  con  su  amo,  sobre  la  guar- 
da de  los  bueyes,  dijo:  «por  vida  de  Dios,  y  aviendo  dicho  esta  pa- 
labra este  testigo  le  dixo  ¿que  es  Jo  que  aveis  jurado?  y  respondió 
otra  vez  por  vida  de  mi  señor  jhuxpo  z  reprehendiendo  este  testigo 
lo  que  avia  dicho  y  que  era  razón  que  fuese  castigado,  el  dicho  juan 
francés  dixo  que  lo  acusasen  que  no  se  le  daua  nada  y  que  todos 
eran  vellacos  y  borrachos...»  Recibidas  sus  declaraciones  á  otros 
dos  testigos,  tomóse  la  confesión  al  denunciado,  que  estaba  preso 
en  la  cárcel,  y  llevaba  siete  años  de  residencia  en  España;  y,  des- 
pués de  confesar  su  delito,  dijo  que  había  sido  hombre  de  la  mar,  y 
guarda  del  monasterio  de  San  Isidro  hasta  había  un  mes,  y  de  en- 
tonces en  adelante  boyero  con  Juan  de  Campos;  que  tres  años 
atrás  estuvo  en  penitencia  en  la  iglesia  de  la  villa  «porque  dixo  mal 
al  señor»  (al  prior  se  refiere),  «y  pagó  vna  libra  de  ^era  y  que  es- 
tuvo descal90  y  destocado  y  vna  candela  en  la  mano  toda  vna  misa.» 
Y  renunciando  el  acusado  á  defenderse,  se  le  condenó  á  que  es- 
tuviera en  penitencia  al  día  siguiente  domingo,  en  la  misa  mayor, 
destocado  y  descalzo,  con  una  soga  en  la  garganta  y  con  una  cande- 
la encendida  en  las  manos,  y  además,  en  dos  años  de  destierro,  con 
apercibimiento  de  que  si  lo  quebrantara  habrían  de  dársele  dos- 
cientos azotes  por  la  villa,  y  cumplir  los  dos  años  en  las  galeras,  en 
servicio  de  su  majestad . 

De  aquello  á  lo  que  hoy  pasa  en  este  punto  hay  la  enorme  dis- 
tancia que  media  siempre  entre  dos  exageraciones. 

208  «...que  lo  tengo  de  echar  todo  á  doce,  aunque  nunca  se 
Venda.» 

Para  enterarnos  bien  de  cuál  sea  el  sentido  en  que  está  dicha  y 
se  dice  esta  común  frase  metafórica,  ya  incluida  como  refrán  en  la 
colección  del  Marqués  de  Santillana,  no  habrá  cosa  como  citar  al- 
gunos ejemplos  de  buenos  autores,  empezando  por  los  del  mismo 
Cervantes.  Apesadumbrado  Sancho  (Don  Quijote,  parte  I,  capítulo 
XXV)  de  ver  que  su  amo  quedaba  haciendo  sandeces  en  Sierra  Mo- 
rena mientras  él  llevaba  á  Dulcinea  la  carta  de  el  ferido  de  punta 
de  ausencia,  propónese  sacar  buena  respuesta,  aunque  sea  «á  co- 
ces y  á  bofetones»,  y  añade:  «Porque  ¿dónde  se  ha  de  sufrir  que  un 


—  452  - 

caballero  andante  tan  famoso  como  vuestra  merced  se  vuelva  loco 
sin  qué  ni  para  qué  por  una...?  No  me  lo  haga  decir  la  señora,  porque, 
por  Dios  que  despotrique  y  lo  eche  todo  á  doce,  aunque  nunca  se 
venda.  ¡Bonico  soy  yo  para  eso!»  En  el  entremés  de  La  Elección  de 
¡os  alcaldes  de  Daganzo  salen  como  de  pendencia  dos  regidores, 
el  escribano  y  el  bachiller  Pezuña,  y  dicen  aquéllos: 

Fanduro.  Rellánense;  que  todo  saldrá  á  cuajo, 

Sí  es  que  lo  quiere  el  Cielo  benditísimo. 

Al^rroba.     Mas  echamos  d  doce  y  no  se  venda: 

Paz,  que  no  será  mucho  que  salgamos 
Bien  del  negocio,  si  lo  quiere  el  Cielo. 

En  la  Comedia  de  Sepúlveda,  publicada  por  D.  Emilio  Cotarelo 
(Madrid,  1901),  cuando,  al  fin  del  acto  III,  el  Nigromante  y  su  mujer 
la  Pérez  departen  creyendo  ella  que  era  con  su  marido  con  quien, 
aparentando  ser  otra,  había  pasado  una  agradable  velada,  é  igno- 
rante él  de  que  sus  vestidos  hubiesen  servido  á  Parrado  para  hacer- 
le la  más  afrentosa  burla,  dícele  la  mencionada  mujer,  aludiendo  á 
unos  escudos  que  de  Parrado  había  recibido  en  tal  ocasión: 

«¿a  Pérez:...  ¿Ansí  amancebadito,  traidor?  Y  escuditos  os  llevó 
la  dama:  por  eso  os  quieren  ellas. 

Nigromante.  ¿Estoy  soñando,  ó  despierto?  ¿Qué  es  esto?  ¿Qué 
escudos  ó  qué  diablos?  No  me  hagáis  dar  voces. 

La  Pérez.  No  me  hagáis  vos  dar  gritos,  traidor;  que  apellidaré 
á  Dios  y  á  todo  el  mundo,  que  vean  vuestras  maldades  y  la  razón 
que  yo  tengo.  Y  ¿para  esto  me  truxistes  á  esta  tierra?  Pues  man- 
dóos yo  que  para  esta  que  Dios  aquí  me  puso,  que  vos  me  lo  pa- 
guéis. ¡Echaldo  á  doce!y> 

Que  vedo,  en  su  famoso  Cuento  de  cuentos,  también  incluye  es- 
ta frase,  aunque  no  completa:  «El  licenciado,  que  vio  la  baraúnda, 
echólo  á  doce.»  En  idéntico  sentido  solía  decirse  echarlo  á  trece: 
así,  por  ejemplo,  el  anónimo  autor  del  Aucto  de  guando  Jacob  fué 
huyendo  á  las  tierras  de  Aran  (Colección  de  Autos,  Farsas  y  Co- 
loquios del  siglo  XVL  publicada  por  Mr.  Leo  Rouanet,  1. 1,  pág.  60): 

Bobo.  No  tengamos  tetulillos, 

Muesama,  que  mos  paraste 

Muy  mal  aquesos  puntillos. 
Pastor.     Dad  al  diablo  caramillos; 

Ora,  sus,  echaldo  d  trete. 

Cervantes  también  lo  dijo  así  alguna  vez:  requerido  Sancho  por 
D.  Quijote,  en  mala  sazón,  para  que  se  diese  incontinenti  algunos 
azotes  por  el  desencanto  de  Dulcinea  (parte  II,  cap.  LXIX),  respon- 
dió: «...bueno  sería  que  tras  pellizcos,  mamonas  y  alfilerazos  vi- 


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niesen  ahora  los  azotes. ..  Déjenme;  si  no,  por  Dios  que  !o  arroje  p 
lo  eche  todo  á  trece,  aunque  no  se  venda.»  Echar/o  lodo  á  doce, 
ó  á  trece,  es,  pues,  por  lo  que  se  colige  de  estos  ejemplos,  meter 
el  pleito  á  voces;  echar  el  bodegón  á  rodar,  y  romper  por  todo,  sin 
tener  en  cuenta  las  consecuencias  quede  ello  puedan  venir;  que  esa 
idea  aporta  el  aunque  no  se  venda.  La  expresión  hubo  de  nacer  en 
un  mercado,  y  probablemente  se  debería  á  algún  vendedor  á  quien, 
ahumándosele  el  pescado,  vamos  al  decir,  siquiera  no  fuese  pesca- 
dero, se  propuso  vender  su  mercancía  á  más  de  la  postura,  echán- 
dolo todo  á  doce,  aunque  los  fieles  ejecutores  no  se  lo  dejaran 
vender,  y  encima  le  sacaran  multa  por  el  intento. 

Aquí  acabaría  yo  esta  larga  nota,  á  no  ser  las  frases  proverbia- 
les como  las  cerezas:  que  en  tirando  de  una,  viénense  ciento  detrás. 
Echarlo  todo  á  doce,  ó  á  trece,  y  estarse  en  sus  trece  son  cosas 
distintas:  esta  última  expresión  sólo  denota  pertinacia  y  terquedad, 
y  así  se  entiende  de  algún  que  otro  pasaje  del  Quijote:  «En  fin,  al 
cabo  de  muchas  demandas  y  respuestas,  como  la  Infanta  se  estaba 
siempre  en  sus  trece. ..y>  (Parte  II,  cap.  XXXIX).  Cuando  la  ter- 
quedad era  de  dos  ó  más  que  pretendían  ó  sustentaban  diferentes 
cosas,  se  oponía  el  nymero  catorce  al  trece:  así  también  Cervantes 
(Ibid.,  cap.  LXIV):  «...si  aquí  no  hay  otro  remedio  sino  confesar  ó 
morir,  y  el  señor  D.  Quijote  está  en  sus  trece,  y  vuesa  merced  el 
de  la  Blanca  Luna  en  sus  catorce,  á  la  mano  de  Dios  y  dense.» 
Quevedo  jugó  hábilmente  del  vocablo,  ó  mejor,  de  la  frase,  al  prin- 
cipio de  uno  de  sus  romances  (El  Parnaso  Español,  Musa  VI,  ro- 
mance XIV): 

Una  niña  de  lo  caro, 
Que  en  pedir  está  en  sus  trece 
Y  en  vivir  en  sus  catorce. 
Que  unos  busca  y  otros  tiene... 

Mas  ¿adonde  voy?  Esto  de  buscar  los  trece  nos  llevaría  á  tratar  de 
otras  frases  del  vulgo,  tales  como  la  docena  del  fraile,  y  para 
nota,  ya  basta,  y  aun  huelga  la  mitad,  sobre  que  no  es  la  tal  docena 
para  explicada. 

209  «...digo  que  miente  y  mentirá  todas  las  veces  que  se  riere 
ó  lo  pensare...» 

Es  mentís  parecidísimo  al  final  de  aquel  otro  de  D.  Quijote  (El 
Ingenioso  Hidalgo,  parte  I,  cap.  XXIII):  «...que  si  otra  cosa  dije- 
res, mentirás  en  ello;  y  desde  ahora  para  entonces  y  desde  enton- 
ces para  ahora  te  desmiento,  y  digo  que  mientes  y  mentirás  todas 


—  454  - 

las  veces  que  lo  pensares  ó  lo  dijeres.»  Esta  suerte  de  mentises  es- 
taban muy  autorizados  entre  los  jácaros,  porque  eran  borrumbadas 
en  que,  á  costa  sólo  de  cuatro  voces,  acompañadas  de  un  fruncimien- 
to del  entrecejo  y  del  poner  mano  á  \a  Joyosa,  como  para  desenvai- 
narla, quedaba  puesto  el  hombre  como  un  Roldan.  Pero  lo  que  no 
puede  menos  de  extrañar  en  el  pasaje  del  texto  es  que  el  Repelido, 
sin  que  Chiquiznaque  y  Maniferro  hubiesen  hecho  otra  cosa  que 
reírse,  ni  dicho  palabra  ninguna,  monte  en  cólera  y  los  desmienta 
por  tan  sólo  la  risa,  y  aun  por  la  risa  futura  y  meramente  posible: 
«Cualquiera  que  se  riere  ó  se  pensare  reir...,  digo  que  miente...» 
Bien  que  en  el  Marcos  de  Obregón  (relación  II,  descanso  XXIV) 
dice  un  bellaconazo  tahúr  perdidoso:  «¿De  qué  se  ríen?  ¿Soy  yo 
algún  cornudo?  Mienten  cuantos  se  ríen.»  Esto  se  explica  teniendo 
en  cuenta  que  los  mientes  ó  mentises  no  eran  solamente  repulsas 
contra  quien  había  afirmado  algo,  sino  también  fórmulas  de  provo- 
cación para  reñir;  afrentas  que  sacaran  de  sus  casillas  al  injuriado. 
Véase  más  claramente  en  unos  versos  que  dice  Bofetón  á  su  amo, 
en  la  jornada  III  de  la  comedia  Peligrar  en  los  remedios,  de  Rojas 
Zorrilla,  en  donde  tampoco  el  mientes  se  refiere  á  aseveración  nin- 
guna de  su  adversario.  Dice  Bofetón: 

Leyóle  el  Marqués  airado 
Con  cara  muy  lacia  y  ñera 

Y  conocióme  que  era 
De  la  Duquesa  criado. 

y,  colérico  y  cruel, 
Movido  de  su  pasión. 
Me  pregunto:  «Bofetón, 
¿Quién  os  dio  aqueste  papel? 

— No  sé;  dije  mi  razón. 
— Pues  ¿cómo  le  habéis  traído? 
— Siempre  papelero  he  sido, 
Señor,  por  mi  devoción. 

— Hola, — dijo,  y  al  instante 
Tomé  dos  pasos  atrás, 

Y  aun  pienso  que  fueron  más. 
Respondió  un  criado  andante: 

— «Lacayuelo,  con  perdón.» — 

Y  tomé  con  gran  sosiego, 
Como  las  de  Villadiego, 
Las  de  Villabofetón. 

— «Alcahuete,  esperamé,^  — 
Dijo  el  lacayo  nefando; 
Yo,  que  le  estaba  aguardando, 
Desta  manera  le  hablé: 

— Miente  el  mal  casamentero, 
(Mi  enojo  le  respondió) 


—  455  — 

Que  al  bisabuelo  casó 

Y  bisabuela  primero; 

Los  que  á  su  abuela  engendraron, 

Y  los  que  á  su  abuelo  hicieron, 
Las  niñas  que  los  mecieron, 
Las  amas  que  los  criaron; 

Miente  tu  padre  y  tu  madre; 
Miente  todo  lo  que  hiciste, 
Miente  el  día  en  que  naciste, 
Tu  compadre  y  tu  comadre; 

El  vientre  que  fué  tu  horno; 

Y  á  tus  deudos  y  parientes 
Les  echo  quinientos  mientes 
De  linajes  en  contorno. — 

Él,  que  se  halló  desmentido, 
Como  quien  no  dice  nada. 
De  una  vaina  colorada 
Sacó  un  estoque  buido; 

Púseme,  en  fin,  á  esperar, 
Tiró  una  estocada  fiera, 
Tomé  la  calle  primera 

Y  te  he  venido  á  buscar. 

210  «...en  manos  estaba  el  pandero  que  lo  supieran  bien  ta- 
ñer.» 

Creo  que  no  es  proverbial  toda  esta  expresión,  que  acaso  acaso 
nadie  habrá  empleado  sino  Cervantes.  La  frase  proverbial  es:  En 
buenas  manos  está  el  pandero,  ó  ¡En  buenas  manos  está  el  pan- 
dero para  que  no  suene!,  como  dicen  irónicamente  en  Andalucía. 

211  «...y  es  un  Judas  Macarelo  en  esto  de  la  valentía?» 
Macarelo,  por  Macabeo:  uno  de  tantos  disparates  como  suelen 

decir  los  personajes  de  esta  novela. 

212  «...y  como  tales  amigos,  se  den  las  manos  de  amigos.» 
Repare  el  lector  como  Cervantes  en  este  lugar  de  su  lindísima 

novela  reforzó  el  elemento  cómico  al  arreglarla  y  aun  refundirla 
para  los  moldes  de  la  imprenta:  en  el  borrador,  la  dialéctica  de  los 
jácaros,  muy  dada  á  persuadir  por  medio  de  la  repetición  del  con- 
cepto principal  del  discurso,  había  hecho  que  el  Repolido  y  Mani- 
ferro  diesen  y  cavasen  en  lo  de  haber  de  ser  amigos  los  amigos 
para  no  enojar  á  los  amigos;  en  el  texto  definitivo  remata  esta 
amistosa  contradanza  Monipodio,  declarando  gravemente,  como 
padre  y  cherinol  de  la  canalla  hampona,  que  todos  han  hablado 
como  buenos  amigos,  y  mandando  que,  como  tales  amigos,  se  den 
las  manos  de  amigos.  Con  más  solemnidad  no  se  concertaron  pa- 
ces entre  dos  naciones  poderosas  y  enemigas. 


-  456  — 

213    «...quitándose  un  chapín...» 

Decía  del  chapín  Covarrubias  (Tesoro  de  la  lengua  castella- 
na) que  es  «calzado  de  las  mujeres,  con  tres  ó  cuatro  corchos,  y  al- 
gunas hay  que  llevan  trece  por  docena...»,  chusca  alusión  del  bueno 
del  lexicógrafo  á  la  docena  del  fraile.  Como,  por  lo  común,  las  mu- 
jeres no  andaban  en  chapines  hasta  que  se  casaban,  de  ahí  vino  el 
servicio  ó  contribución  que  se  llamó  chapín  de  la  reina  (con  oca- 
sión de  las  bodas  reales)  y,  en  general,  el  regalar  chapines,  6  para 
chapines,  á  las  desposadas.  Así,  por  ejemplo,  en  1566  D."  María  de 
Guzmán,  mujer  de  D.  Juan  Manuel  de  Olando  (descendiente  de  Fc- 
rrán  Manuel  de  Lando,  el  poeta  hispalense),  daba  carta  de  pago  á 
D.  Manrique  de  Zúñiga,  hijo  de  la  difunta  D."  Teresa  de  Zúñiga, 
duquesa  de  Béjar,  de  1.00  ducados  de  oro,  «los  quales  son  los  que 
la  dicha  señora  duquesa  mandó  y  hizo  merced  dellos  á  la  dicha  se- 
ñora doña  maria  de  guzman  para  chapines  á  su  hija...^>  (Archivo 
de  protocolos  de  Sevilla,  oficio  21,  libro  1.°  de  1566,  f.°  959).  Co- 
mo ve  el  lector,  para  chapines  (lo  mismo  que  para  guantes,  que 
aún  se  dice  hoy)  se  daban  cantidades  de  dinero  harto  crecidas,  si 
hubiesen  de  gastarse  en  esa  casta  de  calzado.  No  podía  ir  con  tan 
enchapi nadas  novias  el  severo  refrán  anti feminista:  «la  mujer  ca- 
sada, la  pierna  quebrada,  y  en  casa.» 

También  solía  concertarse  como  adehala,  en  algunos  contratos, 
la  entrega  de  uno  ó  más  pares  de  chapines.  Véase  en  extracto  una 
escritura  que  encontré  en  el  mencionado  Archivo  de  protocolos 
(of.°  19,  libro  1.**  de  1546,  f."  1.060),  curiosa  así  por  su  asunto  como 
por  figurar  en  ella  el  piadoso  D.  Juan  Téllez  Girón,  cuarto  conde 
de  Ureña  y  el  célebre  farmacólogo  Monardes.  Éste,  á  11  de  marzo 
del  dicho  año,  otorga  á  favor  de  aquél  «que  por  quanto  en  Lu9ian 
Centurión  ginoves  estante  en  esta  dicha  ciudad  fueron  rematadas 
las  rentas  de  pan  e  mrs.  e  otras  cosas  que  vuestra  señoría  tiene  en 
sus  villas  del  estado  de  andaluzia  que  son  osuna  e  morón  e  el 
arahal  e  olvera  e  archidona  e  la  puebla  de  caballa  todas  juntas  por 
los  quatro  años  venideros...  en  presólo  cada  vn  año  de  quarenta 
mili  e  quinientos  ducados  de  oro  e  mili  ochocientas  e  ochenta  fane- 
gas de  trigo  e  seyscientas  e  noventa  fanegas  de  cebada  e  quinze 
on^as  de  ámbar  gris  e  seys  on<;as  de  almisque  e  quatro  on^as  de 
algalia  e  dos  dozenas  de  pares  de  guantes  de  cibdad  Real  e  dos  do- 
zenas  de  vidros  de  venegia  e  vna  dozena  de  pares  de  chapines  de 
valengia...y>;  y  porque  Centurión  estaba  obligado  á  dar  fianzas  y 
había  nombrado  á  Monardes  por  uno  de  sus  fiadores,  éste  consti- 
tuye la  fianza,  aunque  sin  señalar  bienes  ningunos.  El  otorgante 
llámase  el  licenciado  batista  de  monardes;  pero  no  tengo  pizca 


-  457  - 

de  duda  acerca  de  ser  el  mismo  que  años  después  se  llamó  Nicolás, 
ni,  por  tanto,  de  que  es  el  propio  Nicolás  el  autor  del  Diálogo  lla- 
mado Farmacodilosis,  impreso  en  1536.  Este  punto  es  bueno  para 
tratado  despacio  y  en  otro  lugar. 

214  «í. .comenzó  á  tañer  en  él  como  en  un  pandero...» 

Claro  es  que  la  Escalanta  tañería  en  el  chapín  dando  en  el  cor- 
cho con  los  nudillos  ó  con  las  puntas  de  los  dedos,  pero  no  resba- 
lando la  yema  del  pulgar,  porque  esto,  que  en  la  piel  atirantada  del 
pandero  le  hace  sonar  mucho,  así  como  á  sus  sonajuelas,  no  podía 
producir  ruido  ninguno  en  la  suela  del  chapín. 

215  «...y,  rascándola,  hizo  un  son  que,  aunque  ronco  y  ás- 
pero...» 

Todavía  nuestra  gente  del  pueblo,  cuando  no  tiene  instrumento 
músico  con  que  acompañar  sus  cantes,  suele  usar  como  tal  una  esco- 
ba de  palma,  bien  como  quien  rasguea  en  la  guitarra,  ó  bien,  para 
acompañar  las  seguidillas,  tocando  alternativamente  con  la  escoba 
en  una  rodilla  y  en  la  palma  de  la  mano  izquierda,  puesta  sobre  ella 
á  poca  altura,  con  lo  cual  se  dan  bonísimo  arte  para  contrahacer  el 
cha  carracachá  cacha  de  las  castañuelas  ó  palillos,  ó  ya,  en  fin, 
por  el  tiempo  de  la  Navidad,  haciendo  pasar  y  repasar  por  el  borde 
de  una  mesa  el  troncón  de  la  escoba,  que,  revestido  como  está  de 
una  cuerda  de  palma  torcida,  imita  algo  el  ruido  de  una  zambomba. 
Á  la  música  de  la  escoba  se  refirieron,  entre  otros  autores,  Gaspar 
Lucas  Hidalgo,  en  el  tercero  de  sus  Diálogos  de  apacible  entre- 
tenimienlo,  y  el  antequerano  Pedro  Espinosa,  en  una  linda  compo- 
sición Á  Nuestra  Señora  de  Archidona,  incluida  en  la  Segunda 
parte  de  las  Flores  de  Poetas  ilustres  de  España,  que  ordenó 
Calderón  á  principios  del  siglo  XVII  (Sevilla,  1896).  Hidalgo,  des- 
cribiendo una  danza  de  máscaras,  después  de  decir  que  salieron  dos 
viejas,  vestidas  como  tales,  cada  cual  con  su  letra,  añade:  «A  éstas 
les  iba  haciendo  el  son  una  figura  con  una  escoba  de  palma,  y  con 
esta  letra: 

Bailad,  viejas,  á  la  escoba. 
Pues  vuestra  antigua  hermosura 
La  trocastes  en  basura.» 

Y  Espinosa  decía  á  la  agraciadísima  imagen  de  la  Virgen  de  Gracia: 

¡Oh  Virgen,  Reina  mia, 
Que  de  mi  roca 
Me  trajiste  á  tu  casa 

30 


-  458  - 

A  dignidad  de  escoba! 

Fiesta  harán  mis  versos 
A  tu  memoria, 
Porque  no  estimo  en  tanto 
Triunfo  y  laurel  de  Roma. 

216  «...dos  tejoletas  que,  puestas  entre  los  dedos  y  repicadas 
con  gran  ligereza.. .» 

El  uso  de  las  tejoletas,  como  medio  de  producir  un  son  anólogo 
al  de  las  castañuelas  ó  crótalos,  es  antiquísimo:  Rodrigo  Caro 
(Días  geniales  ó  lúdicros,  Sevilla,  1884,  pág.  201)  recuerda  que, 
segtín  afirmación  de  Julio  Polux,  ya  las  tuvieron  los  griegos,  quie- 
nes les  llamaron  phriginda.  Mas  no  se  tañían,  como  ahora  y  como 
6n  tiempo  de  Cervantes,  metiendo  dos  tejuelas  una  entre  el  índice 
y  el  dedo  del  corazón  y  la  otra  entre  éste  y  el  anular  y  agitando  la 
mano  rápidamente  con  movimiento  de  vaivén  giratorio,  para  que 
choquen  aquéllas  alternativamente  por  uno  y  otro  extremo;  sino 
«interponiendo  en  los  dedos  de  la  mano  izquierda  tejuelas  partidas, 
é  hiriéndolas  con  la  mano  derecha  á  compás.»  Los  pastores  á  quie- 
nes se  refería  Berganza  (Coloquio  de  los  Perros)  cantaban,  «no  al 
son  de  churumbelas,  rabeles  ó  gaitas,  sino  al  que  hacía  el  dar  un 
cayado  con  otro,  ó  al  de  algunas  tejuelas  puestas  entre  los  dedos...» 
De  las  tejuelas,  como  instrumento  de  gente  rústica  y  zafia,  se  acor- 
dó asimismo  el  poeta  hispalense  Juan  de  la  Cueva,  en  una  epístola 
que  dirigió  al  pintor  Francisco  Pacheco  (Gallardo,  Ensayo...,  to- 
mo II,  col.  650): 

Desto  parece  recebir  venganza 
Esta  recua  de  Apolo  sin  Apolo, 
Que  al  morteruelo  y  ¡as  tejuelas  danza. 

El  morteruelo,  de  que  también  trata  Rodrigo  Caro,  aiin  se  usaba 
en  Andalucía,  entre  los  muchachos,  con  el  nombre  de  morterete,  al 
fin  del  segundo  tercio  del  pasado  siglo,  y  yo  lo  abandoné  para  no 
atajarme  en  el  quis  vel  qui.  La  gente  alegre  nunca  se  apuró  ni  dejó 
sus  cantos  y  sus  bailes  por  falta  de  instrumentos  miisicos:  á  falta 
aun  de  escoba,  chapín  y  tejuelas,  las  castañetas  dadas  con  los  de- 
dos pulgar  y  de  enmedio  no  pueden  faltar  sino  á  los  mancos.  Con 
la  cadena  de  galeote  y  dando  palmadas  en  los  bancos  de  la  galera 
hacían  su  música  los  germanes  mandados  á  apalear  sardinas  (Que- 
vedo,  El  Parnaso  Español,  Musa  V,  jácara  VII): 

Montilla,  que,  en  primer  banco 
Arrempuja  el  primer  gonce 
Al  escritorio  de  chusma, 


—  459  - 

Al  vasar  de  los  ladrones, 
Tocando  con  la  cadena 
La  jacarandina  á  coces 

Y  punteando  á  palmadas 
Con  los  dedos  en  el  roble, 

Imitando  con  la  voz, 
Cuando  se  despega,  al  odre, 
Dijo  con  mucha  tajada 

Y  en  un  falsete  de  arrope.... 

217  «...llevaban  el  contrapunto  al  chapín  y  á  la  escoba. )^ 
Contra  lo  que  sucedió  con  la  frase  del  borrador  de!  Rinconete 

ique  dio  lugar  á  la  nota  49  de  las  que  al  mismo  corresponden,  ésta 
otra,  también  tocante  á  cosa  de  música,  es  de  facilísima  explicación, 
como  que  basta  con  decir  que  tal  contrapunto,  pues  se  refiere  á 
instrumentos  de  percusión,  no  era  ni  podía  ser  la  «concordancia 
armoniosa  de  voces  contrapuestas»,  única  acepción  que  el  DicciO' 
nario  de  la  Academia  da  á  tal  vocablo,  sino  una  concordancia  mera- 
mente rítmica. 

218  «...ni  el  Negrofeo  que  sacó  á  la  Arauz  del  infierno...» 
Negro  feo  y¡  Arauz;  por  Orfeo  y  Eurídice. 

219  «...ni  el  Marión  que  subió  sobre  el  delfín...» 
El  Marión,  por  Ario n. 

220  «...ni  el  otro  gran  músico  que  hizo  una  ciudad...» 
Alude  á  Anfión  y  á  la  ciudad  de  Tebas. 

221  «...tan  fácil  de  deprender...» 
Deprender,  anticuado  hoy,  aprender. 

"     222    «...que  se  pica  de  ser  un  Héctor  en  la  música.» 

No  sé  de  ningún  Héctor  famoso  por  excelente  músico,  y  parece- 
me  que  Maniferro  quiso  decir:  «tan  gentil  y  consumado  músico  como 
Héctor  (el  héroe  troyano  hijo  de  Príamo)  fué  bravo  soldado.» 

223  «...y,  con  voz  sutil  y  quebradiza...» 

Quebradiza,  en  el  sentido  de  «ágil  para  hacer  quiebros  en  el 
canto»,  como  dice  el  léxico  de  la  Academia. 

224  «...si  el  enojo  es  grande,  es  el  gusto  más.» 

Como  los  dos  versos  de  esta  seguidilla  (á  diferencia  de  lo  que 


-  460  — 

pasa  con  las  tres  restantes)  no  consuenan  perfectamente  (paz, 
más)  sino  pronunciando  á  la  sevillana,  sospecho  que  esta  copleja 
sea  de  las  populares  del  tiempo  de  Cervantes.  Á  menos  que  al  in- 
mortal escritor,  por  sus  largas  estancias  en  Andalucía,  se  le  pegara 
tanto  nuestra  mala  pronunciación,  que  dejara  de  distinguir  entre 
zetas  y  eses. 

225  «...que,  si  bien  lo  miras,  á  tus  carnes  das.» 
Jamás  á  los  que  cantaron  y  bailaron  las  seguidillas  les  preocupó 
maldita  la  cosa  la  historia  de  estas  lindas  canciones.  Divierten,  y 
basta;  son  incentivo  del  amor,  y  sobra.  Así,  las  seguidillas  del  tex- 
to no  parecerán  tales  á  los  que  las  cantan  hoy;  ni  lo  parecieron  an- 
taño á  mi  querido  amigo  y  casi  discípulo  el  ingenioso  Carrasquilla, 
(D.  José  Rodríguez  La  Orden),  aun  siendo  este  simpático  trianero 
tan  maestro  en  cosas  populares.  Hubiéralas  visto  escritas  y  enmen- 
dadas de  esta  manera: 

Por  un  sevillanito 
Rufo  á  lo  valón 
Tengo  iocarradito 
Todo  el  corazón, 

y  serla  otro  cantar;  otro  por  la  traza  de  aquel  popularísimo: 

En  la  torre  mis  alta 
De  san  Agustin 
Hay  un  pájaro,  madre, 
Que  canta  en  iatin. 

De  la  historia  de  las  seguidillas  se  sabe  poco  más  que  nada,  y  de 
su  principio,  todavía  menos.  He  aquí,  en  breve  resumen,  lo  que  he 
podido  rastrear  en  mis  lecturas.  El  origen  de  estas  coplas  no  se 
pierde  en  la  noche  de  los  tiempos;  pero  data  de  hay  más  de  cuatro 
siglos,  si  bien  su  nombre  no  sea  tan  remoto.  Juan  Álvarez  Gato, 
poeta  que  floreció  á  la  mitad  del  siglo  XV,  glosó  en  una  de  sus  com- 
posiciones «el  cantar  que  dizen: 

Quita  allá,  que  no  quiero, 
Falso  enemigo, 
Quita  allá,  que  no  quiero 

Que  huelgues  conmigo.> 

¿Dice  el  lector  que  se  le  hace  largo  el  verso  líltimo?  Los  de  otros 
ejemplos  se  le  harán  más  cortos.  En  los  albores  de  la  centuria  dé- 
cimasexta— indícalo  el  autor  de  El  Loaysa  de  <íEl  Celoso  extre- 
meño»— corría  como  popular  una  cancioncilla  satírica  cuyo  es  este 
fragmento: 


—  461  — 

Venistes  de  la  guerra 

Muy  destrozado; 
Vendistes  la  borrica 

Por  un  cruzado; 
Comprastes  un  capuz 

Negro  y  frisado, 
Con  que  vos  honrásedes 

Las  navidades. 

Venistes  de  la  guerra 

Muy  fatigado; 
Dejástesme  en  mi  tierra 

Sin  un  cornado: 
Cuernos  os  he  criado 

Con  aspas  tales, 
Tan  largos  y  tan  grandes 

Como  varales. 

¿Qué  es  esto  sino  seguidillas?  Con  todo,  tal  linaje  de  coplas,  que, 
por  lo  comiín,  se  usaban  sueltas  como  pie  ó  bordón  de  otros  canta- 
res breves,  no  tuvieron  individualidad  propia  hasta  el  último  dece- 
nio del  siglo  XVI,  en  que  comenzaron  á  propagarse  con  una  musi- 
quilla  tan  ligera  y  alegre  y  un  baile  tan  gentil,  provocativo  y  afro- 
disíaco, que  no  había  más  que  pedir. 

La  seguidilla  hubo  de  auxiliar  á  la  chacona  en  la  plausible  ta- 
rea de  destronar  á  la  zarabanda,  que  había  encendido  la  sangre  á 
medio  mundo,  haciendo  bailar  al  otro  medio.  Quién  llamó  á  los  nue- 
vos cantares  coplas  de  la  seguida,  como  Cervantes  en  El  Celoso 
extremeño  y  fray  Diego  de  León  en  sus  Aforismos  y  reglas  sobre 
el  oficio  de  la  predicación,  y  quién  seguidillas,  tal  como  hoy,  entre 
otros,  el  mismo  Cervantes  en  La  Gitanilla,  y  en  Rinconeíe,  y  en  el 
Quijote,  por  boca  de  la  condesa  Trifaldi. 

Ya  tomasen  estos  nombres,  como  dice  el  Diccionario  de  auto- 
ridades, «por  el  tañido  á  que  se  cantan,  que  es  consecutivo  y  co- 
rriente», ó  ya  porque  al  principio  siguiesen  á  cada  una  de  otras 
coplas  principales,  es  lo  cierto  que  fueron  la  letra  que  se  usaba  para 
algunos  bailes  más  ó  menos  apicarados,  tales  como  Los  Valientes, 
Santurde  y  El  Caballero,  el  último  de  los  cuales  comenzaba  con 
esta  letra: 

De  nocbe  le  mataron 
Al  caballero, 
La  gala  de  Medina, 

La  flor  de  Olmedo. 

Y  con  el  tono  de  las  seguidillas  se  cantaba  aquella  linda  canción 
que  empieza: 


—  462  - 

Madre,  la  mi  madre, 
Guardas  roe  ponéis..., 

cosa  que  se  demuestra  por  un  pasaje  de  Cervantes  (jornada  5.'^  de 
La  Entretenida),  en  que  preceden  á  la  citada  canción  estas  pa- 
labras: 

— Alto,  pues,  vayan  seguidas. 
— Si,  amigo,  porque  bailemos. 

El  primero  que  trató  técnicamente  de  estas  coplas  fué  el  maestro 
Gonzalo  Correas,  catedrático  de  Salamanca,  en  un  curioso  libro 
escrito  en  1626,  que,  va  para  dos  años,  sacó  á  luz,  en  primorosa  edi- 
ción, mi  ilustre  amigo  el  señor  Conde  de  lá  Vinaza.  Llámalas  se- 
guidillas, las  cree  poesía  muy  antigua,  nota  que  «desde  el  año 
de  1600  á  esta  parte  han  revivido,  i  han  sido  tan  usadas,  i  se  han 
hecho  con  tanta  eleganzia  i  primor,  qe  eszeden  a  los  epigramas  y 
dísticos  en  zeñir  en  dos  versillos  (en  dos  las  escriben  muchos  ♦) 
una  muí  graziosa  i  aguda  sentenzia»,  y,  en  fin,  distingue  varias  cla- 
ses de  ellas,  según  las  diferentes  medidas  que  solían  tener  los 
versos  primero  y  tercero,  pues  no  era  de  rigor  que,  como  ahora, 
fuesen  heptasílabos.  Hé  aquí  algunos  de  sus  ejemplos: 

Toda  va  de  verde 
La  mi  galera; 
Toda  va  de  verde. 

De  dentro  afuera. 

Aires  de  mi  tierra, 
Veni  y  llevadme; 
Que  estoy  en  tierra  ajena, 
No  tengo  á  nadie. 

Y  es  cosa  particular:  algunas  de  las  seguidillas  que  cita  Correas 
perduran  entre  nuestros  cantares  de  hoy.  Ésta,  verbigracia: 

Unos  ojitos  negros 
Me  han  cautivado: 
¡Quién  dijera  que  negros 
Cautivan  blancos! 

Á  las  seguidillas  que  tienen  agudos  los  versos  pares,  como  las  dos 
primeras  que  cité,  llamaban  folias.  Una  muestra: 

En  doblones  me  escriba 
Galán,  su  pasión; 
Que  es  letra  más  clara 
Y  entiendo  mejor. 


*     Asi,  como  las  de  Cervantes,  las  dos  seguidillas  que  van  con  las  Quintillat  de  la  Heria 
(págs.  aoa  y  205). 


—  i463  — 

¡Todavía  sigue  pareciendo  más  clara  esa  letra  á  mujeres  y  hom- 
bres. Tampoco  esto  ha  cambiado  con  el  transcurso  del  tiempo. 

¿Cuándo  se  hizo  constante  el  dar  siete  sílabas  á  los  versos  pri- 
mero y  tercero?  ¿Cuándo  se  agregó  el  estribillo,  de  que  aún  carecen 
muchas  seguidillas  populares?  Á  lo  primero  sólo  responderé  que 
.Lope  de  Vega  en  su  Entremés  de  las  comparaciones,  escrito  ya 
¡bien  entrado  el  siglo  XVII,  llamaba  seguidillas  nuevas  á  estas  dos, 
cuyos  versos  impares  son  heptasílabos: 

Como  el  vino  sois,  mozas 
De  aquest?  tiempo: 
'    •  Calentáis  á  los  otros 

Y  andáis  en  cueros, 

Al  hipócrita  imitan 
Los  que  aman  viejas: 
Que  se  van  al  infierno 
Con  penitencia. 

Por  lo  que  hace  al  estribillo,  creo  que  nacería  (aunque  no  sé  en 
'qué  tiempo)  de  la  costumbre  de  repetir,  algo  variado  y  sin  el  primer 
'verso,  que  se  sobrentendía,  el  concepto  de  la  copla.  Sirva  de  mues- 
tra esta  joyita  de  la  poesía  popular: 

Desde  que  te  ausentaste, 
Sol  de  los  soles, 
'  Ni  los  pájaros  cantan 

-  Ni  el  rio  corre. 

¡Ay,  amor  mío! 

Ni  los  pájaros  cantan 
Ni  corre  el  rio. 

¿Ausencia  dije?  Esees  uno  de  los  graves  males  del  amor,  cuyo 
gentil  proceso  suele  terminar  con  el  amargo  pensamiento  de  esta 
copla: 

-  Seguidillas  son  guindas, 

Guindas  son  flores; 
Palillos  de  retama 
Son  mis  amores. 

Cuando  no  termina  con  el  de  ésta: 

¿Cómo  quieres  que  tenga 
Gusto  y  contento, 
Casaita  de  un  año. 
Mi  niño  muerto? 

226    «Cántese  á  lo  llano...» 

Á  lo  llano,  por  llanamente,  y  sin  alusiones  molestas.  Falta  esta 


-  464  — 

frase  adverbial  en  el  léxico  de  la  Academia,  que  pone  la  casi  igual 
á  la  llana. 

227  «...y  tómese  otra  vereda,  y  basta.» 

Con  este  imperativo  y  basta,  como  con  aquel  otro  y  no  más, 
solían  echar  la  llave  al  párrafo  los  ternes  de  Sevilla.  Indicado  lo 
dejé  en  la  pág.  93  del  presente  libro,  y  más  despacio  lo  está  en 
nota  de  la  pág.  154  de  El  Loaysa  de  <iEl  Celoso  exiremeño». 

228  «...que  la  Cariharta  y  la  Cscalanta  se  calzaron  sus  chapi- 
nes al  revés...» 

Bosarte,  en  el  prólogo  que  puso  al  borrador  de  Rinconete  y 
Cortadillo,  al  hacer  notar  que  en  él,  á  la  voz  de  que  venía  la  justi- 
cia, la  Escalanta  se  puso  su  chapín  y  la  Cariharta  enmudeció,  aña- 
de: «Cervantes  imprimió  que  la  Cariharta  y  la  Escalanta  se  calza- 
ron sus  chapines  al  revés.  Qué  sea  calzarse  los  chapines  al  revés 
no  lo  hemos  podido  todavía  descifrar.»  ¡Pues  fácil  era,  y  torpeza 
harta  la  de  quien  no  supo  lograrlo!  La  Escalanta  tañía  en  el  chapín 
que  se  quitó;  la  Cariharta,  luego,  se  quitó  uno  de  los  suyos,  tam- 
bién para  hacer  son;  llaman  á  la  puerta,  y  al  salir  Monipodio  á  ver 
quién  era,  cesa  la  música  y  la  Escalanta  y  la  Cariharta  sueltan  en 
el  suelo  los  chapines  en  que  antes  tañían,  y,  como  oyesen,  lo  mismo 
que  los  demás  comensales,  que  por  la  calle  había  asomado  el  alcal- 
de de  la  justicia,  alborotáronse  todos,  y  las  dichas  mujeres  se  cal- 
zaron sus  chapines  al  revés,  es  decir:  la  Escalanta,  el  de  la  Ca- 
riharta, y  ésta  el  de  aquélla;  en  una  palabra:  los  trocaron.  Así  lo 
entendió  D.  Juan  Antonio  Pellicer  y  así  deben  de  haberlo  entendi- 
do todos  los  lectores  del  Rinconete,  menos  Bosarte,  que,  la  verdad 
sea  dicha,  no  tenía  muy  bien  despabiladas  las  entendederas,  aunque 
no  falte  quien  opine  otra  cosa;  que  por  eso  se  vende  la  carne  de 
vaca:  porque  unos  quieren  pierna,  y  otros  falda. 

229  «Nunca  disparado  arcabuz...  espantó  así  á  banda  de  des- 
cuidadas palomas.,.» 

Más  prolijamente  empleó  Cervantes  este  símil  en  El  Celoso  ex- 
tremeño, para  pintar  el  espanto  con  que  huyeron  aquellas  endiabla- 
das mujeres,  cuando  la  negra  Guiomar  les  dijo  que  se  había  desper- 
tado el  sinventura  de  Carrizales:  «Quien  ha  visto  banda  de  palo- 
mas estar  comiendo  en  el  campo  sin  miedo  lo  que  ajenas  manos 
sembraron,  que  al  furioso  estrépito  de  disparada  escopeta  se  azora 
y  levanta,  y,  olvidada  del  pasto,  confusa  y  atónita  cruza  por  los 


-  465  - 

aires,  tal  se  imagine  que  quedó  la  banda  y  corro  de  las  baila- 
doras...» 

230  «...sin  dar  muestra  ni  resabio  de  mala  sospecha  alguna.» 
Esta  escena  y  su  desenlace  se  parecen  mucho  á  aquella  otra  del 

entremés  de  El  Rufián  viudo,  que  debió  de  escribirse  cuando  el 
Rinconete: 

Uno.  ¡Juan  Claros,  la  Justicia;  la  Justicia! 

El  alguacil  de  la  Justicia  viene 

La  calle  abajo. 
J^an-  ¡Cuerpo  de  mi  padre, 

No  paro  más  aquí! 
Trampagos.  Ténganse  todos; 

Ninguno  se  alborote;  que  es  mi  amigo 

El  alguacil:  no  hay  que  tenerle  miedo. 
Uno.  (Volviendo  d entrar:) 

No  viene  acá;  la  calle  abajo  cuela. 

231  «...vestido,  como  se  suele  decir,  de  barrio...» 

De  la  que  en  Sevilla  se  llamaba  ^e/z/e  de  barrio  trata  Cervantes 
en  El  Celoso  extremeño,  pero  más  largamente  en  el  borrador  de 
esta  novela,  que  publicó  Bosarte  y  Rodríguez  Marín  reimprimió 
cuatro  años  há. 


232  «...con  la  obra  que  se  le  encomendó  de  la  cuchillada  de  á 
catorce.» 

De  á  catorce  puntos,  como  indica  Chiquiznaque  poco  después. 
Ha  de  entendersepa/7/05  cirujanos,  y  así  lo  dice  expresamente  En- 
ríquez  Gómez  en  la  Vida  de  don  Gregorio  Guadaña,  cap.  X:  :<...y, 
sacando  la  daga,  le  di  un  chirlo  de  cosa  de  diez  puntos  cirujanos, 
tan  malos,  que  ninguno  se  los  quitara  por  el  tanto.»  Era  cosa  co- 
rriente el  indicar  el  tamaño  de  las  heridas  por  el  número  de  puntos 
de  sutura  que  en  ella  había  dado  el  cirujano,  ó,  había  de  dar  luego 
que  se  hicieran;  así  dice  D.  Pablos  de  aquel  soldado  á  quien  se  en- 
contró al  salir  de  Madrid:  «Quitóse  el  sombrero  y  mostróme  el  ros- 
tro: calzaba  diez  y  seis  puntos  de  cara;  que  tantos  tenía  en  una 
cuchillada  que  le  partía  las  narices»  (Quevedo,  Vida  del  Buscón, 
libro  I,  cap.  X).  Y  usual  cosa  era  también,  entre  los  bravos,  medir 
una  cuchillada  venidera  ó  futura  por  los  puntos  de  otra  pretérita, 
aunque  presente  por  lo  tocante  á  la  cicatriz.  En  la  propia  donosísi- 
ma obrita  de  Quevedo,  más  gustosa  cuanto  más  leída,  dice  el  buen 
D.  Pablos  de  aquel  estudiantón  apellidado  antes  Mata,  y  ahora,  en 
Sevilla,  por  más  rimbombe,  Matorral:  «Trataba  en  vidas,  y  era  ten- 


^466  — 

defo  de  cuchilladas,  y  no  le  iba  mal.  Traía  la  muesfra  dellas  ensu 
cara,  y  por  las  que  le  habían  dado  concertaba  íamafio  y  hondura  de 
las  que  había  de  dar.»  Y  Teodora,  la  vieja  Celestina  de  la  comedia 
de  Lope  irftitulada  £1  Rufián  Castrucho,  dice  á  la  muchacha  (acto  I, 
;escena  V): 

'  Tú  aguardaris,  cuitada, 

Que,  sobre  desnudarte,  llegue  el  día 

(Jue  alguna  cuchillada 

Medida  por  los  puntos  de  la  mia      . 

Te  cal(%  en  esa  cara^ 

Por  lo  menos,  Fortuna,  medÍA  varaJ 

233  «...marquéle  el  rostro  con  la  vista...» 

Aquí  está  dicho  marcar  (como  de  marco),  en  la  acepción  de 
medir,  aún  no  recogida  en  el  léxico  de  la  Academia. 

234  «...y,  hallándome  imposibilitado  de  poder  cumplir...» 
Aunque  en  este  caso  podría  presumirse  que  él  pleonasmo  impo- 

sibilitado  de  poder  no  era  cosa  de  Cervantes,  sino  de  Chiquizna- 
que  (que  no  estaría  bien  que  hablase  más  correctamente,  como  quien 
dos  renglones  después  dice  destruición  por  instrucción),  es  lo 
cierto  que  era  modo  ordinario  de  decir.  Cervantes  mismo,,  en  la  car- 
ta que  Camila,  en  la  novela  de  El  Curioso  impertinente,  escribió  á 

,  Anselmq,  dice:  (Don  Quijote,  parte  I,  cap.  XXXIV):  «Yp  me  hallo 
tan  mal  sin  vos,  y  tan  imposibilitada  de  no  poder  sufrir  esta  ausen- 
cia...» El  probablemente  supositicio  Dr.  Carlos  García,  en  La 
Desordenada  codicia  de  los  bienes  ajenos,  cap,  III:  «Sería  casi 
imposible  poder  dejar  nuestro  trato.»  Y  en  una  real  provisión  refe- 
rente, por  cierto,  á  la  prisión  y  soltura  con  fianza  de  Cervantes 
(Madrid,  1."  de  diciembre  de  1597),  y  publicada  por  D.  Martín  Fer- 
nández de  Navarrete,  se  lee:  «...y  que  en  virtud  de  la  dicha  mi  car- 
ta le  h^bíades  preso  y  teníades  en  la  cárcel  real  de  esa  dicha  ciu- 
dad hasta  tanto  que  diese  fianzas  de  todos  los  dichos  2.557,029 
maravedís,  los  cuales  estaba  imposibilitado  de  poder  dar,  respecto 

.de  estar  fuera  de  su  casa...»  ¡A  saber  si  cuando  Cervantes  escribía 
esas  palabras  en  Rinconete  y  Cortadillo  no  estaría  recordando  ha- 
berlas leído  en  la  mencionada  provisión  á  él  referente...! 

235  «...los  treinta  escudos...» 

Como  indiqué  al  pie  de  la  pág.  314,  la  edición  príncipe  dice  en 
,este  lugar  ducados;  pero  léese  escudos  en  el  borrador.  De  ordina- 
rio, y  bien  se  echa  de  ver  poco  más  adelante  en  los  memoriales  de 


-  467  - 

cuchilladas,  de  palos,  etc.,  Cervantes,  al  arreglar  para  la  estampa 
su  novelita,  mencionó  como  escudos  los  ducados  del  borrador^  y 
todo  salió  á  un  campo.  .  i 

236  «...le  asió  de  la  capa  de  mezcla  que  traía  puesta...» 
De  mezcla,  por  de  puño  de  mezcla,  es  decir,  tejido  de  hilos  de 
diferentes  ¡colores,  como  aquellas  cinco  varas  y  media  de  raja  de 
mezcla  que  Cervantes,  á  8  de  noviembre  de  1590,  compró  al  fiado, 
en  Sevilla,  á  Miguel  de  Cabiedes  y  Compañía  (Pérez  Pastor,- ^o- 
cumentos  cervantinos...,  t.  II,  pág.  212). 

^  ■•'.»  ;  iS 

,  237  «...y  la  deuda  queda  líquida  y  trae  aparejada  ejectitíón: 
por  eso  no  hay  más  sino  pagar  luego,  sin  apercebi miento  de  re- 
mate.» 

Cervantes,  que,  por  ocuparse  en  negocios  ajenos  que  requerían 
á  menudo  el  otorgar  escrituras  públicas  y  el  andar  entre  curiales, 
laprendió  una  multitud  de  frasecillas  escribaniles,  aquí  y  allá  las 
pone  en  boca  de  los  personajes  de  sus  novelas.  La  expresión  del  tex- 
to, como  puramente  forense,  no  es  á  propósito  para  dicha  por  Chi- 
quiznaque,  que,  como  hemos  visto,  decía  destruición  por  instruc- 
ción. Aún  más  inverosímil  é  inadecuado  fué  hacer  decir  á  Luscinda 
en  la  primera  de  sus  cartas  á  Cardenio  (Don  Quijote,  parte  I,  capí- 
tulo XXVII):  «...y  si  quisiéredes  sacarme  desta  deuda  sin  ejecu- 
tarme en  la  honra...-» 

238    «...haga  cuenta  que...» 

Haga  cuenta  que,  por  haga  cuenta  de  que,  y,  un  renglón  antes, 
si  fuere  servido  que,  por  si  fuere  servido  de  que.  Hoy  no  se  sufre 
en  casos  como  éste  el  prescindir  de  la  preposición;  pero  en  tiempo 
de  Cervantes  era  cosa  usualísima,  como  todavía  lo  es  para  el  vulgo. 
Véase  en  una  copla  popular  (Rodríguez  Marín,  Cantos  populares 
españoles,  t.  III,  n.°  4.522): 

Adiós  y  olvida  mi  nombre:  .    . 

No  te  acuerdes  más  de  mí, 
Bórrame  de  tu  memoria 
Y  hazte  cuenta  que  morí. 

i239    «...se  la  dará  pintiparada...» 

Aunque  la  edición  furtiva  de  1614,  cuyo  texto  es  casi  siempre 
preferible  al  déla  príncipe,  dice  en  este  Xn^ar  pintada,  y  está  bien, 
porque  es  lo  que  hoy  diríamos  que  ni  pintada,  he  seguido  la  lección 
de  ésta  porque,  sobre  venir  conforme  en  este  punto  con  la  del  bo- 


—  468  - 

rrador,  tiene  en  su  abono  otros  ejemplos  cervantinos,  verbigracia, 
el  siguiente  (Don  Quijole,  parte  I,  cap.  XXI):  «Rióme...  de  consi- 
derar la  gran  cabeza  que  tenía  el  pagano  dueño  deste  almete,  que 
no  semeja  sino  una  bacía  de  barbero  pintiparada. y> 

240  «...una  cadena  de  vueltas  menudas...» 

Llamábase  vueltas  á  los  eslabones.  Quiere,  pues,  decir  lo  pro- 
pio que  había  dicho  en  el  borrador,  aunque  con  otras  palabras: 
«...se  quitó  una  cadenilla  de  menudos  eslabones  de  oro...» 

241  «Secutor,  Chiquiznaque. 

Secutar,  por  ejecutor,  convertida  en  s,  y  no  en  /',  la  s  antigua, 
y  caída  la  e  inicial.  É  igualmente  secutar,  por  ejecutar,  verbo  que 
siempre  se  lee  escrito  con  Jf  y  sin  la  e  del  principio  en  el  Aucto  de 
la  Conversión  de  Sant  Pablo  y  en  la  Farsa  sacramental  llamada 
Desafío  del  Hombre  (Colección  de  Autos,  Farsas,  y  Coloquios 
del  siglo  XVI publiée  par  Leo  Rouanet,  t.  III,  que  es  el  VII  de  la 
Bibliotheca  Hispánica  que  publica  en  París  R.  Foulché-Delbosc). 

242  «...pasa  adelante,  y  mira...» 

En  la  edición  príncipe  y  en  la  fraudulenta  de  1614  se  \ee  pasa  y 
mira;  pero  evidentemente  están  equivocadas  ambas  palabras,  por 
pasa  y  mira  (pasad  y  mirad),  como  antes  dijo  la  Cariharta:  <Mirá 
en  qué  tecla  toca.»  Monipodio  habla  siempre  de  vos  á  Rinconete,  y 
no  hubo  motivo  para  que  en  este  lugar  cambiase  de  tratamiento. 

243  «Al  bodegonero  de  la  Alfalfa...» 

De  lo  plaza  de  la  Alfalfa,  quiere  decir,  de  la  cual  ya  he  trata- 
do, por  incidencia,  en  algunas  notas.  Todavía  hoy,  ahorrando  pala- 
bras, dicen  la  Alfalfa,  á  secas,  como  en  tiempo  de  Cervantes. 

244  «Bien  podía  borrarse  esa  partida...» 

Podía,  por  puede,  más  bien  que  por  podría,  como  en  esta  so- 
leá sevillana: 

Yo  quería,  yo  quería 
A  aqueya  niña  morena 
De  la  Cafiaberena. 

245  «...como  todavía  está  esa  partida  en  ser...» 

Hoy  se  dice  más  comúnmente  estar  en  su  ser  que  en  ser,  aun- 
que en  la  misma  significación  de  estar  íntegro,  completo,  ó  no  to- 
cado. Cervantes  lo  escribía  siempre  como  lo  escribió  en  el  texto. 


-  469  - 

Así  en  el  Quijote,  parte  I,  cap.  XXIX:  «...y  pues  está  todavía  en 

ser  [lo  que  es  nuestro]  y  no  se  ha  enajenado  ni  deshecho...»  Y  en 
El  Celoso  extremeño:  «Contemplaba  Carrizales  en  sus  barras,  no 
por  miserable...,  sino  en  lo  que  había  de  hacer  dellas,  á  causa  que 
tenerlas  en  ser  era  cosa  infructuosa...»  Y  lo  mismo  en  los  libros  y 
los  documentos  de  aquella  época:  «...yo,  por  una  parte,  la  hice  pa- 
tente el  cofre,  retrato  y  papeles  referidos,  y  D.  Francisco,  por 
otra,  las  más  preciosas  joyas,  que  aún  estaban  en  ser»  (Céspedes 
y  Meneses,  Fortuna  varia  del  soldado  Pindaro,  §  XXI).  Y  por  una 
escritura  otorgada  á  3  de  agosto  de  1609,  D.  Diego  del  Corral,  ve- 
cino de  Baeza  y  estante  en  Sevilla,  en  nombre  de  D."  María  de 
Portales,  su  madre,  viuda  del  capitán  Jorge  del  Corral,  dio  carta  de 
pago  al  Ldo.  Antonio  Moreno  Vilches  (el  cosmógrafo  y  poeta)  de 
344  pesos  de  oro  de  á  20  quilates...  «en  cinco  barretas  y  tres  pe- 
dazitos  de  oro  en  ser»  f  Archivo  de  protocolos  de  Sevilla,  oficio  15, 
libro  1.°  de  1609,  f.°  1.032). 

246  «...debe  de  estar  mal  dispuesto  el  Desmochado...» 

Mal  dispuesto,  en  significado  de  con  poca  salud,  indispuesto, 
que  decimos  hoy. 

247  «...ya  él  hubiera  dado  cabo  con  mayores  empresas.» 
«.Cabo—á\]o  Covarrubias-es  el  fin  de  toda  cosa,  de  donde  se 

formó  el  verbo  acabar,  por  dar  fin  á  una  cosa  y  perficionarla.»  En 
esta  significación  se  dice  dar  cabo  á.  No  significa  lo  propio  dar 
cabo  de,  porque  esto  se  entiende  acabar  una  cosa,  en  el  sentido  de 
destruirla  ó  aniquilarla,  que  es  lo  mismo  que  significa  acabar  con. 
Todas  estas  frases  se  encuentran  en  los  léxicos;  pero  no  asimismo 
estas  otras:  dar  cabo  en,  y  dar  cabo  con.  De  la  una,  en  el  signifi- 
cado áe  parar,  poner  fin  á  un  viaje,  hay  ejemplo  en  el  Quijote  de 
Avellaneda,  cap.  I,  donde  dice  el  cura  á  D.  Alvaro  Tarfe  y  á  los 
que  le  acompañan:  «Por  cierto,  señores  caballeros,  que  nos  pesa  en 
extremo  que  tanta  nobleza  haya  venido  á  dar  cabo  en  lugar  tan  pe- 
queño como  éste.»  De  la  otra,  dar  cabo  con,  no  tengo  á  mano  otro 
ejemplo  sino  el  lugar  que  ha  motivado  esta  nota,  con  el  cual  basta 
para  hacerse  cargo  del  sentido  en  que  lo  usó  Cervantes,  y  que  no  es 
otro  que  el  de  llevar  á  cabo  ó  al  cabo  una  empresa.  Mas  no  holgará 
advertir  que  esta  expresión,  tal  como  aparece  en  la  edición  furtiva 
de  las  Novelas  ejemplares,  difiere  de  la  que  se  estampó  en  la  edi- 
ción príncipe,  en  donde  se  lee:  «...ya  él  hubiera  dado  al  cabo  con 
mayores  empresas».  Y  he  aquí  otra  frase,  tampoco  registrada  en 


—  470  - 

los  léxicos,  y  que  hace  más  bien  á  acabar  consumiendo  ó  aniqutr 
lando  que  á  acabar  llevando  á  término.  Así,  pues,  tal  frase  viene  á 
significar  lo  propio  que  dar  fondo  con  en  estos  dos  pasajes  cer- 
vantinos: «...  y  en  buena  paz  y  compañía  despabilaron  y  dieron 
fondo  con  todo  el  repuesto  de  las  alforjas...»  (Don  Quijote,  par- 
te II,  cap.  LXVl).  «...y  á  pocas  idas  y  venidas,  dieron  fondo  con 
todo  cuanto  trajo  en  la  cesta  la  Gananciosa...»  (Borrador  del  Rin- 
coñete,  pág.  301  de  la  presente  edición).  Clemencín,  comentando  el 
pasaje  del  Quijote  citado  últimamente,  escribió:  «No  está  bien  dicho 
dar  fondo  por  dar  ///i».  Cierto;  pero  no  fué  esto  lo  que  dijo  Cer- 
vantes, sino  dar  fondo  con,  por  dar  fin  de. 

248  «...redomazos...» 

Aquí  no  puede  entenderse  por  redomazo  el  golpe  dado  con  una 
redoma,  como  de  Covarrubias  acá  vienen  diciendo  nuestros  lexicó- 
grafos. De  seguro,  los  redomazos  á  que  se  refería  la  honrada  her» 
mandad  de  Monipodio  eran  cosa  de  igual  ó  semejante  ruido,  pero 
que  olía  al  par,  }'  no  á  ámbar,  como  diría  D.  Quijote. 

249  «...untos  de  miera...» 

No  se  entienda  con  malicia,  como  entendió  algún  escritor  amigo 
mío,  que  Cervantes  en  esto  de  los  untos  de  miera  quisiese  indicar 
eufónicamente  alguna  otra  cosa  de  nombre  vulgar  parecido:  no,  ni 
hacía  falta,  incluidos  como  quedaban  en  el  Memorial  de  agravios 
comunes  los  redomazos.  La  miera,  usada  por  los  pastores  para 
curar  la  roña  del  ganado,  sobre  ser  de  olor  harto  desagradable,  es 
aceitosa,  y  muy  difícil  de  quitar  su  mancha.  Todavía  los  campesi- 
nos andaluces  confían  alguna  vez  sus  venganzas  á  la  miera,  echánr 
dola  en  los  pozos,  á  fin  de  inutilizar  las  aguas. 

250  «...clavazón  de  sambenitos  y  cuernos... 

Esta  pública  y  gravísima  afrenta,  de  la  cual,  por  lo  que  á  los 
cuernos  toca,  quedan  rezagos  en  muchas  aldeas  y  pueblecillos  de 
corto  vecindario,  era  antaño  cosa  frecuente,  no  ya  en  aldehuelas  y 
lugarejos,  mas  en  tan  populosas  ciudades  como  Sevilla.  Entrado  el 
siglo  XVII  y  estando  en  Mérida  D.  Juan  Antonio  de  Vera,  después 
conde  de  la  Roca  (el  verdadero  y  traviesísimo  autor  del  Centón 
epistolario  atribuido  á  Gómez  de  Cibdarreal),  escribíale  desde  Se- 
villa un  su  amigo:  «Quisiera  mucho  para  poder  entretener  á  vuesa 
merced  con  nuevas  conformes  á  su  gusto,  que  hubiera  dado  á  alguno 
dos  ó  tres  cuchilladas  por  la  cara,  ó  colgádole  una  sarta  de  cuerno? 


-  471  - 

á  la  puerta...»  (Cuentos  recogidos  por  D.Juan  de  Argaijo,  en  las 
Sales  españolas  ó  agudezas  del  ingenio  nacional,  recogidas  por 
A.  Paz  y  Melia,  t.  II,  pág.  148).  No  holgará  que  yo  recuerde  sucin- 
tamente en  esta  nota  lo  que  sucedió  en  Córdoba  al  Dr.  Pedro  de 
Peramato,  si  es  que  no  miente  en  esto  como  en  otras  muchas  cosas 
el  anónimo  autor  de  los  Diálogos  entre  Colodro,  Escusado  y  Osa- 
rio (Ms.  en  4.''  existente  en  la  Biblioteca  Capitular  y  Colombina  de 
Sevilla,  Ss,  251,  10).  El  Dr.  Peramato,  que  había  sido  colegial  y 
catedrático  de  Aforismos  en  la  universidad  de  Osuna,  en  donde  en 
1557  y  1558  se  licenció  en  Medicina  y  en  Artes  (Rodríguez  Marín, 
Cervantes  y  la  Universidad  de  Osuna,  en  el  Homenaje  á  Menén- 
dez  y  Pelayo,  t.  II,  págs.  757-819),  residió  después  en  Córdoba,  en 
donde  contrajo  matrimonio.  Fuéle  infiel  su  mujer,  y  á  ruegos  de 
personas  muy  respetables  la  perdonó;  pero  «estando  las  cosas  en 
este  estado,  le  pareció  á  un  mal  cristiano  que  sería  bien  ponerle  al 
Doctor  un  sartal  de  cuernos  á  la  puerta...»  y  Peramato,  afrentado 
así  y  renovada  su  ira,  la  mató,  siendo  por  ello  condenado  á  muerte, 
de  la  cual  pena  le  libró,  escondiéndolo  primero  en  Sanlúcar  de  Ba- 
rrameda,  y  obteniendo  después  su  indulto,  D.  Alonso  Pérez  de 
Guzmán,  séptimo  duque  de  Medina  Sidonia.  El  trágico  hecho  pare- 
ce haber,  en  realidad,  sucedido,  porque,  en  efecto,  Peramato  fué 
médico  de  cámara  de  aquel  duque,  desde  1568  á  1583.  Y  pedida  en 
cabildo  de  27  de  junio  de  1572  la  imposición  de  la  carne  por  el  doc- 
tor Peramato,  como  hidalgo  notorio,,  se  respondió  que  se  vería  tal 
petición,  á  la  cual  accedieron  los  capitulares  en  cabildo  de  17  de 
octubre  siguiente  (Archivo  Municipal  de  Sanlúcar  de  Barrameda, 
Actas  capitulares,  libro  5.°,  f.o^  195  v.'°  y  207).  Peramato  pasó  en 
Sevilla  los  últimos  años  de  su  existencia,  reputado  por  un  excelente 
médico. 

251  «...matracas,  espantos,  alborotos  y  cuchilladas  fingidas...» 
Eran  las /wa/raeas  pesadas  burlas  de  palabra,  que,  cuand<^. se 
cantaban,  por  estar  en  verso  (ya  fuera  ó  no  del  correntio,  que  so- 
lía cantarle  á  la  loquesca),  llamábanse  más  de  ordinario  canta^ 
lelas.  De  éstas  puede  ver  el  lector  un  ejemplo  en  la  jornada  I  de 
El  Rufián  dichoso.  Otro  hay  hacia  el  fin  del  acto  II  de  El  Rufián 
Castrucho,  de  Lope  de  Vega;  y,  pues  anda  esta  comedia  en  pocas 
manos,  no  holgará  el  poner  aquí  su  curiosa  matraca,  que,  por  lo 
que  abunda  en  folk-lore,  trae  á  la  memoria  el  teatro  de  Gil  Vicente. 
Dice  Castrucho  á  la  vieja  Teodora,  porfiando  para  que  le  abra  la 
puerta  de  la  casa: 


~  472  - 

Abre  la  puerta,  vejoaa, 
Cara  de  mona; 
Abre,  hechicera,  bruja, 
La  que  estruja 
Cuantos  niRos  hay  de  teta. 
Por  alcahueta 
Once  veces  azotada 

Y  emplumada; 

Abre,  mielga  con  antojos, 

Cuyos  ojos 

Ven  de  noche,  cual  murciélago; 

Sucio  piélago 

De  meados  estantíos; 

Que  esos  bríos 

Te  suelen  costar  mis  palos 

yue  hay  robalos 

En  el  rio  de  Sevilla; 

Abre,  malilla. 

Mala,  maleta,  mallorca, 

Que  á  la  horca 

Vas  de  noche  con  candelas, 

Y  las  muelas 

Quitas  á  los  ahorcados, 

Desdichados, 

Que,  aun  muertos,  no  están  seguros 

De  conjuros 

Y  de  maldades  que  haces; 
Con  que  deshaces 

Las  nubes  y  las  arrasas 
Por  donde  pasas; 
Que,  sin  ir  á  la  dehesa, 
En  una  artesa 
Sueles  hacer  nacer  berros, 

Y  á  los  perros 

Hurtas,  riHendo,  la  tierra. 

Porque  encierra 

Virtud  de  hacer  olvidar; 

Que  he  de  quebrar 

La  puerta  y  molerte  á  azotes. 

Aquí  habría  acabado  la  cantaleta;  pero,  pues  una  cautela  se  quie- 
bra con  otra,  y  la  vieja  Teodora  no  era  mujer  para  aguantar  un 
agravio,  sin  soltar,  como  de  recudida,  doscientos,  responde  á  Cas- 
trucho,  y  siguen  un  valiente  rato  á  pícame,  Pedro,  que  picarte 
quiero: 

Teodora.       No  te  alborotes, 

Bellaco,  ruñan,  ladrón, 

Y  gran  lebrón; 

Que  un  muchacho  de  Sevilla, 

Jaramilla, 

Te  quitó  una  vez  la  espada, 


-  473  - 

Y  fué  sonada 

Tu  infamia  por  toda  España, 

Y  no  hay  picana 

Que  se  precie  de  ser  tuya, 
Sino  que  huya, 
Porque  las  hurtas  y  robas 
A  las  bobas. 
Esta  casa  tiene  dueño, 
Que  á  buen  sueño 
Está  con  Fortuna  agora; 
Vete  en  mal  hora. 

Y  repone  Castrucho: 

¡Oh  vieja  de  Bercebú! 
¡Que  á  tú  por  tú 
Te  pongas  con  quien  ayer 
Te  hizo  ver 
Estrellas  á  medio  día, 

Y  aun  solía 

Desollarte  aquese  rostro, 
Que  es  de  monstro..,! 
Abre  aquí,  vieja  borracha, 
Que  á  esa  muchacha 

Le  chupas  sangre  y  dinero, 

Y  eres  un  cuero, 

Que  de  sola  una  bebida, 

A  la  comida, 

Gastas  cuarenta  bodegas, 

Y  cuando  llegas 

A  la  noche,  estás  de  suerte. 

Que,  por  verte, 

Pueden  entrar  á  real; 

Hospital 

Lleno  de  mil  pestilencias 

É  impertinencias. 

Dientes  de  corcho,  bellaca, 

Cara  de  haca, 

Espinazo  de  cuartago, 

Que  este  pago 

Me  das,  porque  tantas  veces 

De  los  jueces 

He  librado  esas  espaldas... 

Y  al  llegar  aquí,  Teodora  empieza  á  engatusarlo  hablándole  de  una 
cadena  de  oro,  con  lo  cual  vuelven  las  nueces  al  cantarillo  y  todos 
los  dicterios  se  tornan  alabanzas. 

252    «...publicación  de  nibelos...» 

Nibelos,  en  lugar  de  libelos,  diría  el  vulgo,  como  dice  niquidar 
por  liquidar.  Y  como  dice  álima  por  ánima,  para  que  se  vaya  lo 
uno  por  lo  otro. 

3» 


—  474  — 

253  «...que  no  se  mueve  la  hoja  sin  la  voluntad  de  Dios...» 
Que  «no  se  mueve  la  hoja  en  el  árbol. ..y>  dice  el  refrán,  y  así 

está  en  la  lección  primitiva  del  Rinconete. 

254  «...desde  la  Torre  del  Oro...» 

Poco  diré  en  estas  breves  notas  de  la  famosísima  Torre  del 
Oro,  inapreciable  joya  de  la  arquitectura  árabe  mauritana:  quien  qui- 
siere saber  largamente  de  ella  lea  el  interesante  capítulo  que  le  de- 
dicó el  Sr.  Gestoso  en  su  Sevilla  monumental  v  artística,  t.  I,  pá- 
ginas 145  y  siguientes.  Mas  porque  el  lector  que  conozca  la  dicha 
Torre  tal  como  es  hoy  pueda  echar  de  ver  cuan  distinto  aspecto 
tendría  en  el  siglo  XVI,  copiaré,  ya  que  el  Sr.  Gestoso  lo  omitió, 
lo  que  dijo  de  ella  el  maestro  Juan  de  Mal-lara  en  su  libro  sobre  el 
Recebimiento  que  hizo  la  muy  noble  y  muy  leal  ciudad  de  Sevilla 
al  rey  D.  Philipe  en  1570:  «...muéstrase  la  Torre  del  Oro,  que  es 
grande  y  alta,  dozavada,  con  doze  garitas,  que  salen  vna  en  cada 
ángulo,  hazicndo  proporción  hermosissima  para  desde  alli  defen- 
der á  los  que  quisieren  picar  la  torre,  y  luego  se  parescen  las  al- 
menas con  muchas  ventanas  formadas,  que  las  abraca  un  grueso 
cinto  de  hierro,  con  que  se  encadena  lo  alto  de  la  torre  para  no  aca- 
barse de  abrir,  según  tiene  las  muestras;  sube  desde  el  suelo  otra 
torre,  que  es  redonda  y  muy  galana,  con  ventanas  y  almenas...»  Á 
lo  que  parece,  y  pues  el  maestro  Mal-lara  no  hace  mención  de  ellos, 
ya  en  1570  no  tendría  aquellos  relumbrantes  azulejos  á  que  debió 
el  que  la  llamasen  Torre  del  Oro,  y  á  los  cuales  se  había  referido, 
obra  de  treinta  años  antes,  el  bachiller  Peraza:  «Es  labrada  por 
fuera  de  azulejos,  en  los  cuales  dando  el  sol  reverbera  con  agrada- 
ble resplandor,  y  tiene  otras  pinturas  coloradas  por  defuera.» 

255  «...por  defuera  de  la  ciudad,  hasta  el  postigo  del  Alcá- 
zar...» 

Este  postigo  estaba  entre  la  puerta  de  Jerez  y  la  de  la  Carne 
(Ortiz  de  Zúftiga,  Anales  de  Sevilla,  t.  I,  pág.  XXXIII).  El  docto 
Mal-lara  en  su  citado  libro  sobre  el  Recebimiento  que  hizo  Sevilla 
á  Felipe  II,  recuerda  (f."  29  v.'»)  que  «algunos...  antiguos  de  nues- 
tra patria  dieron  forma  de  hierro  de  Ian9a  gineta  á  Seuilla,  que  la 
punta  sea  la  puerta  de  Macarena,  y  el  ojo  por  donde  se  enhasta, 
el  postigo  del  Alcázar,  y  los  lados  anchos,  la  puerta  de  Carmona, 
y  el  costado  del  Río...»  Por  tal  postigo  hubo  de  entrar  en  Sevilla  el 
detestable  rey  Enrique  IV,  pues  no  quiso  hacer  solemnemente  su 
entrada  en  la  ciudad,  como  abochornado  de  las  bodas  que  acababa 


~  475  — 

de  malcelebrar  en  Córdoba:  «Dispuestos  ya  los  festejos  y  espec- 
táculos, y  contra  la  antigua  costumbre,  salió  el  pueblo  sevillano 
más  allá  que  otras  veces  al  encuentro  del  Monarca;  pero  él,  no  pu- 
diendo  resistir  más  tiempo  la  vista  del  numeroso  concurso,  se  alejó 
con  algunos  de  los  suyos,  y,  pretextando  breve  rodeo,  como  en  di- 
rección á  determinado  sitio,  esquivó  la  pompa,  y  rodeando  la  po- 
blación por  parajes  desviados,  prefirió  penetrar  en  ella  por  un 
postigo  del  Alcázar  á  hacer  su  entrada  solemne  en  ciudad  tan  im- 
portante» (Alonso  de  Falencia,  Crónica  de  Enrique  IV,  traducida 
por  D.  Antonio  Paz  y  Melia,  pág.  196  del  tomo  1). 

256  «...y  aunque  os  extendáis  hasta  San  Sebastián  y  San 
Telmo...» 

Refiérese  á  las  ermitas  de  estos  nombres.  La  primera,  de  donde 
se  llamó  de  San  Sebastián  una  gran  parte  del  extenso  campo  de 
Tablada,  en  el  cual  fué  construida,  consérvase  hoy  día  y  es  capilla 
de  la  Iglesia  Catedral  y  del  cementerio  donde  se  entierran  los  capi- 
tulares de  ella.  En  la  espantosa  mortandad  que  causó  la  peste  en 
Sevilla  el  año  1649,  enterráronse,  en  veintisiete  carneros,  dentro  y 
fuera  de  esta  ermita,  23.443  cuerpos  de  difuntos,  según  constaba 
por  una  inscripción  copiada  por  Ortiz  de  Zúfliga  (Anales  eclesiás- 
ticos Y  seculares  de  Sevilla,  edición  de  Espinosa,  t.  IV,  pág.  416). 
La  ermita  de  San  Telmo  estaba  junto  al  Guadalquivir,  en  un  peque- 
ño barrio  que  del  mismo  santo  tomó  su  nombre,  y  poseyéronla  los 
obispos  de  Marruecos  hasta  que  en  1560  el  último  de  ellos,  D.  San- 
cho Trujillo,  la  entregó  al  Santo  Oficio  de  la  Inquisición.  En  1681 
este  Tribunal  dio  á  censo  la  dicha  ermita  al  recién  fundado  Semi- 
nario de  San  Telmo,  al  construir  el  cual  fué  demolida. 

257  «...puesto  que  es  justicia  mera  mixta  que  nadie  se  entre...» 
Es  algo  inverosímil  que  Monipodio,  que  «representaba  el  más 

rústico  y  disforme  bárbaro  del  mundo»  y  que  no  había  aprendido  á 
decir  á  derechas  aniversario,  sufragio  y  solemnidad,  supiese  jota 
áe  justicia  mera  mixta.  No  es,  pues,  tal  expresión  de  muy  buen  pa- 
sar, contra  lo  que  sucede  en  aquel  lugar  de  El  Ingenioso  Hidalgo 
(parte  II,  cap.  LIX),  donde  Cervantes,  narrando,  dice:  «D.  Quijote, 
que  siempre  fué  comedido,  condescendió  con  su  demanda  [de  los 
caballeros]  y  cenó  con  ellos;  quedóse  Sancho  con  la  olla  con  mero 
mixto  imperio... y> 

258  «...en  pertenencia  de  nadie.» 

La  distribución  de  la  hueste  hampona  por  calles  y  barrios  vese 


—  476  - 

también  en  la  Vida  del  Buscón  (libro  II,  cap.  II):  «Señaláronme 
por  cuartel  para  buscar  mi  vida  el  de  San  Luís...»  Y  en  el  Entremés 
de  los  Mirones,  atribuido  á  Cervantes  por  D.  Adolfo  de  Castro, 
también  aquéllos  se  reparten  la  ciudad  por  distritos,  para  ganar  el 
jubileo  de  la  pestaña  y  el  de  la  oreja. 

259  «...y  en  el  primer  boticario  los  escribiese...» 

Quiere  decir  en  la  casa  del  primer  boticario:  en  la  botica  más 
próxima,  ya  deba  entenderse  boticario  como  voz  de  la  jácara,  por 
mercero,  y  botica  por  mercería  (Vocabulario  publicado  por  Juan 
Hidalgo),  ó  ya  esté  usado  en  la  acepción  común,  como  lo  usó  Fran- 
cisco Navarrete  y  Ribera  (La  Casa  del  Ivef^o,  Madrid,  1644, 
f."  43  v.'o):  «...llegó  á  Guadalajara...  y  porque  vio  que  un  panadero 
salía  para  Madrid,  se  apeó,  y  en  una  botica  pidió  recaudo  de  es- 
cribir...» 

260  c.Rinconete,  floreo;  Cortadillo,  bajón...» 

Por  floreo  se  entiende  toda  clase  de  fullerías  naipescas;  bajón 
quiere  decir  bajamanero,  y  del  significado  de  esta  voz  traté  en  la 
nota  177. 

261  «...como  agora  agora...» 

Cervantes,  ya  lo  indiqué  en  otro  paraje,  era  muy  dado  á  super- 
lativar  los  adverbios  por  medio  de  la  repetición.  He  aquí  meramen- 
te indicados  algunos  casos:  Al  fin  fin  (La  Calatea,  hacia  el  remate 
del  libro  I);  en  fin  en  fin  (Don  Quijote,  parte  II,  cap.  LIl),'  al  cabo 
al  cabo  (/bid.,  parte  I,  cap.  XVIH,  y  parte  II,  cap.  LI);  lue^o  luego 
(passim),  aunque  alguna  vez  dice  luego  al  punto,  como  en  El  Ce- 
loso extremeño...  La  repetición  de  agora  es  mucho  menos  fre- 
cuente, y  de  ella  no  tengo  sacado  ningún  otro  ejemplo.  También 
dice  algunas  veces  en  verdad  en  verdad,  por  ejemplo,  en  Persiles 
Y  Sigismunda,  libro  III,  cap.  VI. 

262  «...y  á  dar  la  sólita  obediencia...» 

Dar  la  obediencia  á  uno  es,  como  dice  el  léxico  de  la  Academia, 
sujetarse  á  él,  reconocerle  por  superior,  y  en  esta  acepción  se  ve 
empleado  las  más  veces  en  nuestros  escritores  del  siglo  XVI,  de  lo 
cual  puede  servir  como  ejemplo  este  pasaje  de  una  de  las  Relacio- 
nes geográficas  de  Indias  (Perú,  t.  I,  pág.  180):  «...y  al  tiempo  que 
supieron  los  caciques  deste  repartimiento  como  iban  al  Cuzco  los 
dichos  dos  españoles,  salieron  al  tambo  de  Vilcas  á  darles  la  obi- 
diencia  y  servirlos...»  Pero  en  las  comunidades  religiosas,  con  las 


—  477  - 

cuales,  por  lo  de  comunidad,  ladeó  Cervantes  la  cherinola  sevilla- 
na, conocíase  por  ese  mismo  nombre  el  acto  de  presentarse  al  pre» 
lado,  al  regresar,  el  fraile  que  había  estado  ausente  del  convento. 
En  un  libro  de  Fr.  Andrés  de  San  Agustín,  intitulado  Dios  prodi- 
gioso en  el  judío  más  obstinado,  en  el  penitenciado  más  peni- 
tente.... (en  plata,  para  que  haga  menos  bulto:  un  libro  sobre  la 
vida  y  las  virtudes  de  Fr.  Antonio  de  San  Pedro,  mercenario  del 
convento  de  Osuna),  reimpresión  de  1728,  pág.  77:  «...y  como 
tuviese  de  costumbre  en  llegando  entregar  la  limosna  que  traía,  y 
aquel  día  no  tuviese  qué  entregar,  dio  su  obediencia  é  íbase;  díjole 
el  Prelado...»  Y  más  adelante  (pág.  183):  «Viniendo  un  día  al  lugar, 
traía  cien  reales  de  missas,  dio  la  obediencia  al  Prelado,  el  qual 
le  dixo...»  Llamar  sólita,  como  hace  Cervantes,  á  la  obediencia  que 
se  había  de  dar  á  Monipodio  es  llamarla  acostumbrada  y  como  re- 
glamentariamente debida.  También  hizo  uso  de  esta  palabra  cuando 
el  Caballero  del  Verde  Gabán  dijo  á  su  mujer  D.'^  Cristina,  pre- 
sentándole su  huésped  D.  Quijote:  «Recebid,  señora,  con  vuestro 
sólito  agrado...»  (Parte  II,  cap.  XVIII). 

263  «...pero  qu&  el  domingo  será  aquí  sin  falta.» 

Ser,  por  estar,  que  diríamos  hoy,  oliscándonos  á  galicismo  ese 
ser,  que,  á  la  verdad,  no  es  más  francés  que  castellano.  Recuérdese 
lo  dicho  en  la  nota  191. 

264  «...en  la  calle  de  Tintores...» 

Todavía  se  conserva  con  su  antiguo  nombre  esta  calle,  que  sale 
por  uno  de  sus  extremos  á  la  llamada  hoy  de  Fernández  y  Gonzá- 
lez, antes  de  Vizcaínos,  y  de  Castro  en  tiempo  de  Cervantes,  y  por 
el  otro  extremo  á  la  calle  de  Zaragoza,  nombrada  de  la  Pajería  en 
aquella  época. 

265  «...después  de  haber  alzado  de  obra  en  la  casa...» 
Como  dar  de  mano,  lo  cual  se  hacía  á  la  hora  de  echar  el  gol- 
pe, esto  es,  de  cerrar  la  puerta  general  de  la  mancebía,  para  que  no 
saliera  ni  entrara  nadie,  cosa  que  distaba  mucho  de  cumplirse. 

266  «...Monipodio  había  de  leer  una  lición  de  posición...» 
Lición  de  posición  decía  Ganchoso;  pero  quería  decir  lección  de 

oposición;  esto  es:  anunciaba  á  los  nuevos  cofrades  que,  probable- 
mente. Monipodio  daría  el  domingo  á  la  comunidad,  ex  cathedra, 
una  lucida  conferencia  sobre  el  provechoso  arte  de  cargar  con  lo 
ajeno,  tal  como  se  daba  en  las  universidades  para  disputarse  una 


—  478  — 

cátedra,  ó  el  mejor  lugar  en  un  grado;  tal  como  D.^  Juana,  ó  el  doc- 
tor Capadocia,  lee  en  la  comedia  Lo  que  quería  ver  el  Marqués 
de  Villena,  de  Rojas  Zorrilla: 

D.'^  Juana.        ¡Ah,  seflor  Marqués!  MaHana 

Leeremos  de  oposición.  (Jorn.  I). 


tíarqués.         ¿Tener  poede  una  mujer 
Tal  ingenio  y  tal  razón? 
La  lición  de  oposición 
Que  contra  vos  leyó  ayer, 
¿Cuándo  otra  vez  se  veri?  (jorn.  II). 

Consiguientemente,  á  hablar  pulido  y  cuidadoso  llamaba  el  autor 
de  El  Ingenioso  Hidalgo  (parte  II,  cap.  XII)  hablar  de  oposición, 
«frase  hermosa  y  significativa— dice  Clemencín— inventada  quizá 
por  Cervantes».  Véase:  «Rióse  D.  Quijote  de  las  afectadas  razones 
de  Sancho...,  puesto  que  todas  ó  las  más  veces  que  Sancho  quería 
hablar  de  oposición  y  á  lo  cortesano  acababa  su  razón  con  despe- 
ñarse del  monte  de  su  simplicidad...» 

267    « . ,  .per  modum  suffragii. . . » 

Era  frase  de  uso  común,  vulgarizada  probablemente  por  sacris- 
tanes y  clérigos  de  menor  cuantía.  Lope  de  Vega,  en  Im  Dorotea, 
acto  liltimo,  escena  III:  «Parecióle  á  Dorotea  ayudar  á  mis  galas 
por  modo  de  sufragio,  y  alcancé  bajamente  una  cadena  y  algunos 
escudos  naturales  de  México...» 


ADVERTENCIA 

El  natural  deseo  de  no  demorar  demasiado  la  publicación  de 
este  libro  me  ha  retraído  de  preparar  el  glosario  de  voces  de  ger- 
manía  á  que  me  referí  en  la  nota  última  de  la  página  200.  Bien  mi- 
rado, no  es  indispensable:  por  lo  común,  las  palabras  de  esa  jerga 
están  catalogadas  como  tales  en  el  léxico  de  la  Academia,  y  de  las 
pocas  que  no  lo  están  y  salen  en  mi  obra  he  ido  dando  la  explica- 
ción necesaria. 

Sevilla,  30  de  diciembre  de  1905. 


-  479  - 


REGISTRO  ALFABÉTICO 

DE  LOS  ESCRITORES  CITADOS  EN  ESTE  LIBRO 


Acosta  (El  P.  José  de),  pág.  21. 
Alcalá  (El  Duque  de).— Véase  Enri- 

quez  de  Ribera  (D.  Fernando). 
Alcalá  (Dr.  Jerónimo  de),  351  y  358. 
Alcalá  (Fr.  Pedro  de),  389  y  442. 
Alcázar  (Baltasar  del),  123,  126,  128, 

131,  132,  158,  204,  425  y  448. 
Alemán  (Mateo),    12,  15,  34,  46,  48, 

50.51.  54.  55.  79.  102,  157,   187, 

189,  233,362,369,383,387,  395, 

413,422,423  y  433. 
Alenda  (D.  Jenaro),  1 81. 
Alfay  (Joseph),  153. 
Almendárez. — Véase  Armendáriz. 
Alvarez  Gato  (Juan),  460. 
Álvarez  de  Soria  (Alonso),   92,    iii, 

157,  200  y  359. 
Amezúa  (D.  Agustín  G.  de),  230  y 

444- 
Angeles   (Fr.  Juan    de   los),   32,   33 

y  47- 
Antonio  (D.  Nicolás),  118,  158,    209 

y  215- 

Apraiz  (D.  Julián),  142,  143,  180, 
181,  241,  242  y  342. 

Arana  de  Varñora  (D.  Fermín). — 
Véase  Valderrama  (Fr.  Fernando 
de). 

Arcipreste  de  Hita  (El).  —  Véase 
Ruiz  (Juan). 

Arcipreste  de  Talavera  (El). — Véa- 
se Martínez  de  Toledo. 

Argote  de  Molina  (Gonzalo),  21,  57, 

133  y  372. 

Arguijo  (D.  Juan  de),  15,  31,  126, 
127.  133,  140,  156  y  471. 

Arias  (El  P.  Francisco),  22. 

Arias  Montano  (Benito),  25,  26,  32, 
46,  67,  210  y  216. 


Aribau(D.  Buenaventura  Carlos),  351. 

Ariño  (Francisco),  1 1,  63,  65,  66, 
loi,  127,  I28y  153. 

Armendáriz  (Julián  de),  166. 

Arrieta.  — Véase  García  de  Arrieta. 

Arroyo  y  Figueroa  (D.  Diego  Lots 
de),  132, 

Asensio  y  Toledo  (D.  José  M."),  57, 
106,  107,  127,  130,  137,  142,  143, 
145,  150,  154,  155,  158.  159,  161, 
170,  171,  173,  180  y  388. 

Asso  (D.  Ignacio  de),  26, 

Ausonio,  426. 

Ávila  (Juan  de),  403  y  439. 

Aviñón  (Juan  de),  424. 

Baena  (Juan  Alfonso  de),  86  y  375. 
Barabona  de  Soto   (Luis),   29,    130, 

337.  397.  410  y  427- 
Batbieri  (D.  Francisco   Asenjo),  398. 
Barrera  (D.  Cayetano  A.  de  la),   157, 

159,  164,  165  y  209. 
Bello  (D.  Andrés),  337,  351  y  367. 
Berceo  (Gonzalo  de),  397. 
Bernáldez  (Andrés),  66. 
Berni  (Francisco),  382. 
Blasco  IbáHez  (D.  Vicente),  228. 
Bonilla  y  San  Martin  (D.  Adolfo),  78, 

96,  200,  237,  238  y  442. 
Borrow  (Jorge),  194. 
Bosarte  (D.   Isidoro),  170,  176,   177, 

183,  221-223,  227,  232,  239,  331- 

333.  340.  346,  347.  349-35'.  368 

y  4í»4- 

Braun  (Jorge),  390. 
Brizuela  (Mateo  de),  429. 

Caballero  (D.  Fermín),  345. 
Gabanes  (El  Dr.),  345. 


-  480  — 


Cabrera  de  Córdoba  (Luis),  38,  71  y 
401. 

Calderón  de  la  Barca  (D.  Pedro).  368. 

Camila  Lucinda. — Véase  Lujan  (Mi- 
caela de). 

Campillo  (D.  Narciso),  106. 

Cangas   (Fernando  de),    123,    128  y 

132- 
CaBete  (D.  Manuel),  162. 
Cárdenas  (Fr.  Bartolomé  de),  94. 
Carmona  (Juan  de),  21. 
Caro  (Rodrigo),  104,  130,  158,    209 

y458- 
Carranza  (Jerónimo  de),  30. 
Carrasquilla. — Véase  Rodríguez  La 

Orden. 
Casas  (Cristóbal  de  las),  20. 
Casiri  (Miguel),  442. 
Castañeda  (Juan  de)  26. 
Castillo  Solóreano   (D.   Alonso  de), 

73.  399  y  405- 
Castro  (D.  Adolfo  de),  38,  126,  362, 
390.  398,  438  y  476. 

Castro  (D.  Federico  de),  345. 
Castro  (D.  Guillen  de),  233. 
Cervantes  (D.Juan  de),  150. 
Cervantes,  passim. 
Céspedes  (Pablo  de),  158. 
Céspedes  y  Meneses  (D.  Gonzalo  de), 

469. 
Cetina  (Gutierre  de),  36,  38  y  123. 
Cid  (Miguel).  83. 
Cieza  de  León  (Pedro),  429. 
Clemencin  (D.  Diego),  193,  215,  223, 

226,  342,  350,  352,  356,  366,  392, 

399,   421,  445,  446,  449,  470  y 

478. 
Clusio  (Julio  Carlos),  26. 
Cobo  (El  P.  Bernabé),  369. 
Colmeiro  (D.  Miguel),  25. 
Colorado  (D.  Vicente),  381  y  411. 
Collado  (Francisco  Jerónimo),  10,  29, 

63  y  »52-i55- 
Collantes  de   Terán   (D.  Francisco), 

374- 
Coma  (Fr.  Pedro  Mártir),  21. 
Correas  (Gonzalo),  363  y  462. 
Cortejen  (D.   Clemente),  160,  192  y 

223. 
Cotarelo  y  Morí  (D.  Emilio),    118, 

119,  424  y  452. 
Covarrubias  (Fr.  Pedro  de),  47  y  358. 


Covarrubias  (D.  Sebastián  de),  1981 
332.344.35'.  355.356.3(^8.384. 

389.  396,  401, 456,  469  y  470. 

Crespo  (Sebastián  Maria),  30. 
Cueva  (Juan  de  la),  21,31,  '23,  1 28, 

132,  157.  425  y  458. 

Chaves  (Cristóbal  de),  73,  161,  163, 
207-214,  216,  217,  219,  220,  387, 

394. 409.429-43'.  445  y  446. 

Davray  (Mr.  Henri-D.),  87  y  145. 

Dfb^r-Trudy  407. 

De  Haan  (Mr.  Fonger),  212,   240  y 

400. 
Delicado  (Francisco),  350  y  377. 
Deza  (Fr.  Diego),  18. 
Diaz  (Alonso),  157. 
Diaz  (El  Dr.  FVancisco),  28  y  151. 
Diaz  de  Benjumea  (D,  Nicolás),  345. 
Diez  (Federico),  397. 
Dómine  Lucas  (ElJ-Véise  Gallardo. 
Daefias  (El  Ldo.)  123  y  395. 
Duque  de    Estrada  (D.  Diego),    96, 

397  y  447. 

Duran  (D.  Agustín),  399. 

Eguilaz    y   Yanguas  (D.   Leopoldo), 

389  y  442. 

Einghen  (Jorge  de),  438. 
Elizondo  (Fr.  José  M.*  de),  135. 
Enriquez  Gómez  (Antonio),  50,  383  y 

465. 
Enriquez  de  Guzmán  (D.'  Feliciana), 

361. 
Enriquez  de  Ribera  (D.  Fernando), 

cuarto    marqués    de    Tarifa,    126, 

130.  133  y  '40. 

Enriquez  de  Ribera  (D.  Fernando), 
tercer  duque  de  Alcalá  de  los  Ga- 
zules,  127. 

Enriquez  de  Ribera  (D.  Fernando), 
sexto  marqués  de  Tarifa,  24   y  25. 

Escobar  (Baltasar  de),  123. 

Escudero  y  Perosso  (D.  Francis- 
co), 22. 

Esopo,  21. 

Espinel  (Vicente),  41,  73,  95,  97, 190, 
192,  232,349,  367,  381  y  406. 

Espinosa  (Pedro)  157,383,426  y457. 

Espinosa  y  Cárzel  (D.  Antonio  M.*), 
106,372  y  475. 


-  481  — 


Euclides,  23. 

Fabié  y  Escudero  (D.  Antonio  Ma- 
ría), II,  63  y  438. 

Farfán  (Fr.  Juan),  44. 

Fernández  (Lúeas),  333,  358,  377  y 
423. 

Fernández   de  Andrada  (Pedro),    21 

y  31- 

Fernández  de  Avellaneda  (Alonso). 
Véase  Lamberto. 

Fernández  de  Bethencourt  (D.  Fran- 
cisco), 207. 

Fernández  Duro  (D.  Cesáreo),  345. 

Fernández  y  González   (D.  Manuel), 

477- 
Fernández-Guerra  y  Orbe  (D.  Aure- 
liano),  156,   170,  171,   207,  209  y 

213- 
Fernández-Guerra  y  Orbe  (D.  Luis), 

182,  187  y  209. 

Fernández  de  Navarrete  (D.  Martin), 
126,  148,  152,  161,  211  y  466. 

Fernández  de  Oviedo  (Gonzalo),  19 
y  424. 

Fernández  de  Santaella  (Maese  Ro- 
drigo), 18. 

Fernández  de  Velasco  (D.Juan),  130. 

Ferrandes  de  Gerena  (Garci),  86. 

Figueroa  (Juan  de),  118. 

Fitzmaurice-Kelly  (Mr.  James),  87, 
145.    '54'    '^°»    '76,    186,    360, 

365  y  442. 

Flores    de   Alderete   (D.   Cristóbal), 

200  y  359. 
Forneron  (Mr.  H.)  71. 
Foulché-Delbosc  (Mr.  R),  204,  378 

y  468. 
Franco  (Francisco),  25  y  69. 
Franchi  (Fabio),  156. 
Fuente  (D.  Vicente  de  la),  49  y  345^ 

Galán  y  Domínguez  (D.  Ángel),  129. 
Gallardo    (D.    Bartolomé  José),    84, 

93,  94,  160,    161,   171,   177,    191. 

207,  215,  224,  240,333,377,  401. 

423  y.425- 
Gamarra  (Juan  de),  399. 
García  (El  Dr.  Carlos),  380  y  466. 
García  de  Arrieta  (D.  Agustín),  87, 

240-242,  353,  370,  379.  382,  384. 

398,  405.  435  y  442. 


García  Blanco  (D.  Antonio  M.*),  356. 
Gayangos  (D.  Pascual  de),  185  y  216. 
Gestoso  y  Pérez  (ü.  Jo»é),    14,  8a, 

418,  419  y  474. 
Girón  (Diego),  133. 
Góngora  (Bartolomé  de),  186  y    1 87. 
Góngora  (D.  Diego  Ignacio  de),  18. 
Góngora  y  Argote  (D.  Luís  de),  377 

y449- 
González  de  León   (D.  Félix),  334, 

346,  371  y  373- 
González  de  Montes  (  Raimundo),  394. 
Gracián  (Baltasar),  228  y  367. 
Guevara  (D.  Antonio  de),  96  y  415. 
Guichot   y  Parody  (D.  Joaquín),  11, 

62,  105,  106,  108  y  414. 
Guzmán  Mejía  (D.Fernando  de), 424. 

Haedo  (Fr.  Diego  de),  65  y  371. 
Hartzenbuscb  (D.  Juan  Eugenio),  154, 

164,  171,  356  y  409. 
Hazañas  y  la   Rúa  (D.  Joaquín),  18, 

22,  36  y  348. 
Hermua  (D.  Jacinto),  345. 
Hernández  Morejón  (D.  Antonio),  28 

y  345- 
Herrera  (Fernando  de),  21,  23,  123, 

126,  128-131,  152,  I58,426y438. 
Herrera  (Juan  de),  22. 
Hidalgo  (Gaspar  Lucas),  457. 
Hidalgo  de  Agüero  (Bartolomé),  27, 

30,  31  y  121. 
Hidalgo  Repetidor  (Juan),  216. 
Horacio,  444. 

Horozco  (Sebastián  de),  352  y  367. 
Huntington  (Mr.  Archer  Milton),  204 

y333- 
Hurtado  de  Mendoza  (D.  Diego),  70. 

Icaza  (D.  Francisco  A.  de),  171. 
Imperial  (Micer  Francisco),  63. 

Jiménez  Guillen  (Francisco),  27  y  3»« 

Labafla  (Juan  Bautista),  22. 

Laguna  (Andrés),  25. 

Lamberto  (Alfonso),  389  y  469. 

Lanchetas  (D.  Rufino),  397. 

Lasso  de  la  Vega  (Garci),  130,  13 1, 
166  y  426. 

Lasso  de  la  Vega  y  Cortexo  (D.  Ja- 
vier), 133. 


-  482  - 


LeÓD  (Baltasar  dr),  36. 
León  (El  P.  Pedro  de),  161  y  205. 
León  Máinez(D.  Ramón),  1 19  y  160. 
León    y    Moya   (Fr.   Diego),  416    y 

461. 
Ley  va  (O.  Francisco  de),  8t. 
LiRán  de  Riaza  (Pedro),  165  y  449. 
Lombroso  (César),  387. 
López  de  Gomara  (Francisco),  10. 
López  de  Hoyos  (Juan),  119,  124  y 

44«- 

López  de  Mendoza  (D.  ÍBigo),  mar- 
qués de  Santillana,  451. 

López- Valdemoro  y  de  (^uesada  (Don 
Juan),  conde  de  las  Navas,  191. 

López  del  Valle  (Juan),  156  y  157. 

Lacas  (Francisco),  18  y  19. 

Lujan  (Micaela  de),  164. 

Lujan  de  Sayavedra  (Mateo). — Véa- 
se Marti  (Juan). 

Luna  (H.  de),  78  y  422. 

Luque  (Juan  de),  157. 

Luque  Fajardo  (Francisco  de),  41,  45, 
49,  58.  94.  >02,  393.  409.  443  y 
444- 

MacColI  (Mr.  Norman),  176,  360, 
361,  380.  393  y  442. 

Madoz  (D.  Pascual),  333. 

Maldonado  Dávila  y  Saavedra  (D.  Jo- 
sé). >33y376. 

Mal-lara  (Juan  de),  16,  336,  424,  433 

y  474- 
Manuel  de  Lando  (Ferrán),   375   y 

456. 
Marcial,  441. 
Mariana    (Juan    de),   35,    46,    94    y 

i'3- 
Martel  (Jerónimo),  147. 
Marti  (Juan),  342. 
Martin  (R),  389. 
Martin  Camero  (D.  Antonio),  345. 
Martinez  de  Medina  (Diego),  348. 
Martinez  de  Toledo  (Alfonso),  366  y 

379- 
Matute  y   Gaviria  (D.  Justino),    61, 

86,  123,  181,  419  y  446. 
Mauleón  (¿Nicolás  de?),  229. 
Medina   (Él   maestro    Francisco  de), 

'23.  '30  y  426. 

Medrano  (D.  Francisco  de),  57. 
Mejía  (Pero),  13,  14  y  28. 


Melé  (Eugenio),  95. 

Mendoza  (D.  Antonio  de),  448. 

Menéndez  y  Pelayo  (D.  Marcelino), 

22,   32,   95,    115,    180,    188,   193, 

440  y  448. 
Mobedano  (Antonio),  30. 
Monardes    (Nicolás),    25,    121,    122, 

343.  424.  456  y  457- 

Monroy  y  Silva  (D.  Cristóbal  de),  97. 

Montoto  y  Rautenstrauch  (D.  Luis), 
448. 

Morel-Falio  (Mr.  Alfred),  157. 

Moreno  Vilches  (Antonio),  25  y  469. 

Morgado  (Alonso  de),  1 1,  13,  20,  39, 
40,  44,  340,  371,  374,  377,  390, 
395.  428  y  445. 

Moro  (Tomás),  21. 

Mosquera  de  Figueroa  (Cristóbal), 
123,  128,  132  y  151. 

Moya.  —Véase  Pérez  de  Moya. 

Mufloz  y  Manzano  (D.  Cipriano),  con- 
de de  la  ViBaza,  363  y  462. 

Nasarre  (D.  Blas),  221. 
Navagiero  (.Andrea),  438. 
Navarrete  y  Ribera  (Francisco),   102 

y  476- 

Navarro  (D.  Cecilio),  71. 

Navas  (El  Conde  de; — Véase  López- 

Valdcmoro. 
Nebrija  (Antonio  de),  19  y  20. 
Niflo  de  Guevara  (D.  Fernando),  48, 

67.  103  y  177-181. 

Ocboa  (D.  Eugenio  de),  342. 
Ochoa  Ibáfiez  (Juan  de),  156-158  y 

166. 
Ochoa  de  la  Salde  (Juan  de),  156. 
Ortiz  de   Zúñiga  (D.  Diego),  32,  61, 

68,  72,  106,    174,    178,  368,   374, 
37(>,  391,438,  474  y  475- 

Ovidio,   444. 

Pacheco  (El  Ldo.  Francisco),  10,  123, 

126,  128,  129,  140,  160  y  395. 
Pacheco  (Francisco),  29,  57,  130-132, 

156,  158,  i7«  y  458. 

Pacheco  de  Narváez   (D.  Luis),  440. 
Padilla  (D.    Juan  de),  el  Cartujano, 

190  y  415. 
Palencia  (Alonso  de),  66  y  475. 
Palma  (D.  Ricardo),  444. 


-  483  - 


Palomo  (D.  Francisco  de  Borja),  63, 

69,  152.  153.  155-157.  178,  374  y 
390. 

Pamones  (Francisco  de),  156  y  159. 
Pardo  de  Figueroa  (D.  Mariano),  152, 

154  y  155- 

Paz  y  Melia  (D.  Antonio),  44,  66, 

471  y  475- 

Pellicer  (D.  Juan  Antonio),  151,  170, 

171,  184,349,350,442  y  464, 
Peramato  (Pedro  de),  471. 
Peraza  (Luís  de),  39,  73,  371,  428  y 

474- 
Perea  (El  maestro),  181. 
Pérez   y  González  (D.  Felipe),  lyt, 

337.  427  y  429- 

Pérez  de  Mesa  (Diego),  24  y  25. 

Pérez  de  Montalbán  (Juan),  345. 

Pérez  de  Moya  (Juan),  45. 

Pérez  Pastor  (D.  Cristóbal),  1 16,  1 17, 
123,  124,  127,  134,  137,  142,  157, 
165,  181,  236,  423  y  467. 

Pi  y  Molist  (D.  Emilio),  345. 

Pizarro  y  Gómez  (D.  Manuel),  106. 

Plauto,  444. 

Polux  (Julio),  458. 

Porras  de  la  Cámara  (Francisco  de), 
48,  49,  54,  57,  67.  103,  104,  160, 
170,  177,  178,  180-183,  185,  221, 

225.    331.    332.   334.    337,   343. 

346  y  351. 
Portugal  (D.  Alvaro  de),  conde  de 

Gelves,  131. 
Possidoro  Oricastreo  (Don),  374. 
Pozo  (El  Ldo.)  226. 
Prete  Jacopin.—NkdSt  Fernández  de 

Velasco. 

Quevedo  (D.  Francisco  de),  45,  61, 

70,  82,  86,  87,  97,  103,  lio,  197, 
345.352,  355.  359.  363.365.367. 
389.  397.  400,  40'.  407.  4>3>  4'4. 
426,440,443,450,452,453,   458 

y465- 

Ramírez    de   Arellano   (D.   Rafael), 

118. 
Rebolledo  (Fr.  Luís  de),  22. 
Reyes  (Baltasar  de  los),  20. 
Riusy  Ltosellas  (D.  Leopoldo),  228, 

229,  231,  236,  238  y  239. 
Robles  (Juan  de),  131. 


Rodríguez  de  Guevara  (Dr.),  a8. 
Rodríguez  La  Orden  (D.  José),  460. 
Rodríguez  de  Mesa  (Gregorio  Silvet- 

tre),4i5. 
Rojas  Viilandrando  (Agustín  de),  34, 

44.  58,  147.   156,   162,  355,  371, 

419  y  422. 
Rojas  Zorrilla  (D.  Francisco  de),  43, 

354.  443.  454  y  478. 
Romero  de  Cepeda  (Joaquín),  21. 
Rosa  y  López  (D.  Simón  de  la),  95. 
Rosal  (El  Dr.  Francisco  del),  444. 
Rosell  (D.  Cayetano),  239,  340,  351, 

386,  389  y  404. 
Roselly  de  Lorgues  (Antonio  Fran» 

cisco),  440. 
Rouanet  (Mr.  Leo),  341,  344,  453  y 

468. 
Rueda  (Lope  de),   1 1 7- 1 19,  308,  338 

y  382. 

Ruelas  (Fr.  Juan  de  las),  42^43.  45, 

47  y  48. 

Ruiz  (Juan),  .arcipreste  de  Hita,  46, 

82,  362  y  417. 
Ruiz  de  Alarcón  (D.  Juan),  82,  104, 

182  y  187. 

Saéz  de  Zumeta  Quan),  23,  123,  126, 

128  y  133. 
Sal  (D.  Juan  de  la),   obispo  de  Bona, 

412. 
Salazar  (D.  Esteban  de).  20. 
Salillas  (D.  Rafael),  386,  38;,  4 10» 

413  y  417. 

Salinas  (El  Dr.  Juan  de),  94, 4 1 3  y  447. 
Salustio,  163. 

San  Agustín  (Fr.  Andrés  de),  477. 
Sánchez-Arjona   y    Sánchez-Arjona, 

(D.José),  134  y  208. 
Sánchez  de  Oropesa  (Francisco),  26. 
Sánchez  Zumeta  (Juan).— Véase  Saé* 

de  Zumeta. 
Sancho  Rayón  (D.José),  177. 
Sandoval  (D.  Crispín  X  de),  345. 
Salva  (D.  Pedro),  153,  212  y  228. 
Santiago  (Diego  deX  31. 
Santiago  (Fr.  Fernando  de),  158. 
Sanlillana  (El   Marqués  de).— Véase 

López  de  Mendoza. 
Sbarbi  (D.  José  M.*).  66  y  345. 
Seijas  y  Patino  (D.  Francisco  de  P), 

414. 


-  484  — 


Sepúlveda  (Lorenzo  de),  424  y  452. 
Serrano  y  Sanz   (D.  Manuel),    151   y 

447. 
Serrato  (Gaspar),  93. 
Setanti  (D.  Joaquín),  46  y  53. 
Silvestre  (Gregorio).— Véase  Rodrl- 

guez  de  Mesa. 
Soríano   Fuertes    (D.    Mariano   de), 

345- 

Tirito  (Publio  Cornelio),  46. 

Talayera  (Fr.  Hernando  de),  38. 

Tamayo  de  Vargas  (D.  Tomás),  2íi. 

Tarifa  (El  Marqués  de).  —  Véase  En- 
riquez  de  Ribera. 

Téllez  (Fr.  Gabriel),  174,  396  y  428. 

Téllez  Girón  (D.  Pedro),  tercer  du- 
que de  Osuna,  97-ioo. 

Terencio,  93. 

Teresa  de  Jesús  (Santa),  49,  50,  70, 
71  y  208. 

Thebussim  (El  Dr.J—\k*st  Pardo 
de  Figueroa. 

Ticknor  (Mr.  Jorge),  185  y  215. 

Timoneda  (Juan  de),  157. 

Tirso  de  Molina.-NkiM  Téllez  (Fray 
Gabriel). 

Tixe  de  Yscrn  (D.*  María  B.),  422. 

Tomillo  (D.  Atanasio),  165. 

Torio  de  la  Riva  (D.  Torcuato),  18. 

Torquemada  (Antonio  de),  38  y  408. 

Torre  Farfán (D.Fernando  déla), 443. 

Torres  Nabarro  (Bartolomé  de),  383. 

Tovar  (Simón  de),  20,  21,  25  y  26. 

Tubino  (D.  Frandsco  M.*),  345. 


Usoz  (D.  Luis),  394. 

Valderrama  (Fr.  Fernando  de),  209. 
Valderrama  (Fr.  Pedro  de),  158. 
Valdés  (Juan  de).  363,  365  y  441. 
Vargas  Manrique  (D.  Luis  de),    165. 
Vázquez  de  Lecca  (D,  Mateo),  86, 
Vedia  (D.  Enrique  de),  185  y  216. 
Vega  (Bernardo  de  la),  21. 
Vega   (Lope  de),  17,  39,  47,  60,  61, 

7".   75.    '59.    >6o,    164.167,    200, 

209,228,350,353,  369.378,385. 

422-424,  428,  439,  463,  466,  471 

y  478. 
Velasco  Duefias  (D.José),  153. 
Vélez  de  Guevara  (Lui»),  15,  69,  73, 

105,    157,    158,  376,   377,  400  y 

427. 
Vera  y   Figueroa  (D.  Juan  Antonio 

de),  470. 
Vicente  (Gil),  193  y  471. 
Villuga  (Pero  Juan),  333,  349,  358  y 

365. 
Vinaza  (El   Conde   de   la).—  Véase 

MuBoz  y  Manzano. 
Vivar  (Juan  Bautista  de^,  165. 

Zamorano  (Rodrigo),  20,  21,  23,  24 
y  26. 

Zamudio  de  Alfaro  (Andrés),  26. 

Zapata  (D.  Luís),  184  y  185. 

Zarco  del  Valle  (D.  Manuel  R.),  177 

y  19'. 


—  485  - 


ÍNDICE 


Página* 


Dedicatoria 7 

Discurso  preliminar 9 

Rinconete  y  Cortadillo 245 

Notas 331 

Registro  alfabético  de  los  escritores  citados  en  este 

libro 479 

índice 4^5 


ERRATAS 


Página 

Linea 

Dice: 

Léase: 

15 

1.» 

Qué 

¿Qué 

23 

13 

comógrafos 

cosmógrafos 

55 

19 

«cómo 

«como 

57 

8 

foragidos 

forajidos 

62 

9 

lo 

la 

85 

27-28 

parternostres 

paternostres 

99 

5 

á  salvo 

á  salvo» 

» 

6 

más, 

mas. 

151 

11 

publicadas  ha  pocos  años 

publicadas,  ha  pocos, 

» 

13 

(100), 

(100); 

158 

l.« 

ustas 

justas 

176 

última 

pasado  mañana 

tras  pasado  mañana 

196 

4 

mediodía. 

medio  día. 

214 

8 

cuyos 

cuyos 

228 

17 

el  más 

al  más 

235 

22 

de  este  último 

del  antepenúltimo 

247 

186 

repondió 

respondió 

286 

12  ¿> 

la  cica  '"; 

la  cica; 

288 

16  a 

Chiquinazque 

Chiquiznaque 

» 

25b 

Chiquinazque 

Chiquiznaque 

338 

24 

jarac andino, 

jacarandino. 

351 

13 

pues 

pues, 

352 

3 

dejar  á  entender 

dejar  entender 

304 

8 

reformisma 

reformista 

397 

4 

filósofo 

filólogo 

» 

7 

Barceo, 

Berceo, 

411 

31 

dejo  como  ítem  debo, 

debo  como  ítem  dejo-», 

420 

33 

se  llamaban 

se  llamaba 

447 

27 

escritores  españoles 

escritoras  españolas 

450 

32 

Diez, 

diez, 

© 


Este  libro  fué  impreso  en  la  ciudad  de  Sevilla, 
en  la  oficina  tipográfica  de  D.  Francisco 
de  Paula  Díaz,  Plaza  de  Alfon- 
so XIII,  número  ó.  Acabóse 
á  JO  de  diciembre  del  . 
año  de  i^os. 
Laus  Deo, 


-^í: 


MAR  241976 


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UNIVERSITY  OF  TORONJO  UBI 


Cervantes  Saavedra, 

Rinconete  y  Corta 
novela, 

(Rodrigue a  Mar